TIRSO CREADOR
DEL MITO DE DON JUAN
Se lamenta
Valbuena Prats aquel gran profesor murciano al que los de mi generación, los
del 68, tuvimos la suerte de escuchar sus magistrales lecciones de Literatura
española en la Facultad de Filosofía de la Complutense- le recuerdo su cara
alargada el pelo a cepillo el labio inferior un poco caído y luego bajaba con
los alumnos a echar un cigarro, fumaba celtas largos, y beberse después de las
clases una caña de tintorro o dos, era un hombre afable y bondadoso,
catedrático republicano al que Franco respetó el oficio, ojos llorosos de tanto
leer- de lo poco que se estima o se lee a nuestros autores del siglo glorioso.
Don Ángel Valbuena Prats yo creo que superaba a Menéndez y Pelayo en ciencia
histórica de nuestros clásicos que ya es decir.
Mientras que
los ingleses tienen en cartel a Shakespeare todo el año por estos tesos Tirso
de Molina a muchos jóvenes no les suena más que de oídas como una estación de
metro madrileña. Pero yo me atrevería a decir (y también he leído al Cisne de
Avon y a Spencer y a Milton) que toda el teatro inglés cabe en un sainete de
Lope. Tanto éste como Tirso como Calderón crearon mundos y pusieron en pie
personajes que tipifican al comportamiento. Tirso de Molina es el padre de Don
Juan en la persona del “Burlador de Sevilla” que amplificaría tres siglos más
tarde Zorrilla en su Tenorio. “Guárdense todos de un hombre que a las mujeres
engaña y es el burlador de España”. Vivía en la calle Las Sierpes. “Ir de noche
no quisiera por esa calle cruel”. Las Sierpes hispalense, Zocodover toledano,
Perchel malagueño, el Potro cordobés, las madrileñas escaleras de San Felipe
donde se daba la sopa boba, el Azoguejo segoviano con sus famosos perailes sin
nada que hacer. Este ambiente es el mejor caldo de cultivo para la literatura
oral tan parlanchina y sagaz que retrata a la sociedad del siglo de oro. Son
cuentos y consejas que contaban las viejas orilla de las trébedes en las noches
de inviernos, tradiciones y reminiscencias que llegaron de oriente y que sean
quizás anteriores al propio cristianismo. La historia del galán y la calavera
fue muy popular en la edad y la idea que refleja es luciferina, la de
inaceptación de la muerte, el desafío a la divinidad. Los hechos ocurren la
noche de Ánimas y el protagonista se salva por los pelos merced a un relicario
“que le sirvió de defensa”. Joaquín Díaz el gran investigador y musicólogo
haciéndose eco de una versión recogida en las Asturias santanderinas del valle
de Tudanca canta así el romance:
“Por las
calles de Madrid va un caballero a la iglesia.
Más va por ver
a las damas que por oír las completas
Se ha acercado
allí un difunto que está en imagen de piedra
Le ha agarrado
de la barba y le dice de esta manera:
-¿No te
acuerdas capitán cuando estabas en la guerra
Gobernando mil
batallas, gobernando tus banderas?
Yo te convido
esta noche a sentarte a la mi mesa
El difunto que
no duerme en olvido no lo echa
A eso de la
media noche llega el difunto a la puerta
Y le baja a
responder un criado, ya estaba la mesa puesta
-Criado dile a
tu amo que el convidado de piedra
al que convidó
en San Francisco viene a cumplir la promesa.
Le acercaron
una silla para que se siente en ella
Hace que come
y no come, hace que cena y no cena
-Yo te convido
mañana a cenar a la mi mesa
El caballero
asustado al confesor le da cuenta.
El confesor le
responde:
-Hijo comulga
y confiesa y lleva este relicario que te sirva de defensa.
Al toque de la
oración va el caballero a la iglesia
Ve dos luces
encendidas y una sepultura abierta
-arrímate,
caballero, ven acá y no temas
Tengo licencia
de Dios de hacer de ti lo que quiera;
si no es por
el relicario que traes para tu defensa
te habría de
enterrar vivo maguer Dios vida te diera
porque otra
vez no te burles de los santos de su iglesia”
Tres
consideraciones sobre este viejo romance que yo escuché cantar por las calles
de Madrid antes de que se instaurara entre nosotros la pánfila costumbres de
Jalogüin en la tarde del día de Todos los Santos: tirar de la barba al
convidada de piedra. Entre los españoles era un acto de provocación. Al Cid
cuando le mesaron la barba saca la tizona y la emprende a mandobles contra los
infantes de Carrión los seductores de sus hijas. Don Juan reta a la muerte y
pregunta qué es lo que hay en el más allá pues no teme a nadie ni a nada y se
pone el mundo por montera. Esta noción habría de traducirla en versos José
Zorrilla: “Yo a los altos palacios subí yo a las chizas bajé y en todas partes
dejé memoria infausta de mí”. El de Mañara viola a una novicia de vida
consagrada (Zorrilla) doña Inés. En Tirso la burlada es doña Ana. Pero los
muertos no comen ni beben. El convidado de piedra hace que cena y no cena. Y
por último “in extremis” se salva gracias al relicario que le entregó el
confesor antes de su entrevista, lo que indica la profunda religiosidad del
pueblo español. La misericordia divina resarce la culpa más allá de la culpa
del pecador redimido por la sangre del Hijo de Dios.
Don Juan
guarda la reja de doña Ana de Ulloa y le vemos pasear arriba y abajo por la
calle de las Sierpes a la luz de la luna. “Ir de noche no quisiera por esta
calle cruel” dice el gracioso. Beba el cura y los demás con él.
A lo lejos se
escucha el tañer de campanas funerales y el ruido que producen los aceros de
las espadas entrechocadas cuando dos caballeros se baten por su dama. El honor
era lo más precioso para aquella sociedad que lo prefería a la misma vida, a
los hijos, a la familia y era un relicario frágil que anidaba en el pecho de
las mujeres. Cuando se rompía era preciso lavar la afrenta con sangre. Este es
el mar de fondo que late en las comedias de capa y espada, sword and dagger que
decían los ingleses pero para el público madrileño que iba a los corrales del
XVII eran comedias de enredo o de “atadero” y la leyenda de Don Juan, tan
española también lo es. Los autores quillotraban lo suyo, se devanaban los
sesos para urdir una trama precisa algo parecido a lo que hacen los que se
dedican a la novela negra porque en la sociedad de hoy el “who-d-done-it” sirve
para divertir a los ávidos lectores de los libros de intriga a lo Ágata
Christie.
Pero coma de
mis uvas, Pedroantón, coma de mis uvas, Hernán Alonso. Pero el vino que da a
beber el convidado de piedra sabe a pega. La pez de la muerte ha bañado las
cubas. Sin embargo nociones tan lúgubres las suaviza fray Gabriel Reyes con el
adobo de un mesurado casticismo del fraile algo buscón que conocía el alma
femenina: “mujer y callar son dos imposibles”. Al tiempo que traza semblanzas
de la vida y costumbres de aquella corte de Felipe IV que conocía a la
perfección. El pueblo era muy juerguista y las carnestolendas todas paraban en
lo mismo: disfraces. Los caballeros de Flandes calzan botas por encima de la
rodilla llegando casi hasta el muslo y sus escuderos marchan detrás con la
corma. Mujer y mudanza tienen un principio mesmo, nos vuelve a advertir Tirso
de Molina porque las palabras de amor se las lleva el viento y el verde arrayán
hace de sus ramas celosías. Al tiempo se burla de los portugueses y gallegos
tan “enamoradiños” que se derriten de amor y lloran lágrimas de sebo. El
mercedario hablaba a la perfección el idioma de Camoens. ¿Dónde lo había
aprendido? ¿También en el confesionario? La lengua lusitana se escuchaba por todos
los ámbitos y era la segunda lengua de Madrid. Uno no puede menos de añorar
aquellos tiempos cuando las coronas de Castilla y don Dionís latían al mismo
son.
El donjuán de
Tirso se representaba en los corrales como obra parcialmente cantada. El teatro
de tirso arranca de ese venero popular que tiene una impresionante cargazón
lírica:
Alamicos del
Prado
Fuentes del
duque
Despertad a mi
niña
Para que me
escuche
Decidla que
compare
Con las arenas
Mis desdichas
de amor y penas
Y pues
vuestros arroyos saltan y bullen
Despertad a mi
niña para que me escuche
O esta otra:
Al molino del
amor
La tierna niña
Alegre va
Quiera Dios
Que vuelva en
paz
Toronjil,
murta y azahar
En el río de
sus pensamientos
Unos vienen y
otros van.
Madrid era
entonces la corte de los milagros. Apaniguados de provincias vienen aquí a la
procura de un momio, una prebenda, un cargo, un enchufe. Hay docenas de
conventos donde dan la sopa boba y el de San Gil en el que profesó Tirso debía
de ser uno de ellos. De boca de los desarrapados que se acercaban a la claustra
buscando un pedazo de pan o algo de abrigo debió de conocer el gran dramaturgo
la historia de los licenciados de los tercios de Flandes para los que la gloria
de las viejas banderas se habían convertido en una cicatriz que vació su ojo o
la bala de arcabuz que les dejó sin piernas. ¿No te acuerdas capitán cuando
estabas en la guerra? O la hermosa de gran alcurnia que acabó en meretriz.
Nuestro teatro del Siglo de Oro es como un retablo donde se plasman las
costumbres los vicios y virtudes del ser español. La briba pulula y al
anochecer con el toque de queda se recoge en su apatusco arropándose con viejas
mantas o con meros trapos para conjurar el relente que llega de la sierra. Por
las calles de Madrid va un caballero a la iglesia… aunque don Juan era
sevillano la canción popular de este gran osado y calavera fija la acción del
convidado de piedra. Lirio, lirio loco que diría Camoens.
Los españoles
inventamos entre otras muchas cosas el mito de Don Juan. Es una pena que la
anglomanía de nuestros políticos y toda esa prensa chabacana de curso legal les
haya vedado a nuestros jóvenes acercarse a estas fuentes de conocimiento del
gran teatro español.
Doña Esperanza
Aguirre quiere que nuestros niños piensen en inglés, lean a Jane Austen que es
un muermo o a los historiadores británicos que hacen antesala o buscan
prebendas calumniando o tergiversando nuestras crónicas desde los reyes godos a
la última guerra civil en la corte del rey Juan Carlos plagada de soplones,
trincones, busconas que no se cansan de hacer el ganso y de hacer el bobo;
entre bobos anda el juego.
Habría que
rescatar del arcón del olvido y volver a representarlas las comedias de enredo
o atadero de este gran Tirso cuyos diálogos no han perdido el sabor y las ideas
chisporrotean en sus versos de poeta desenfadado que vuela la pluma por sus
personajes con donaire. Esta literatura te hace sentir el orgullo de ser
español y al Burlador de Sevilla yo se lo pasaría por los morros a muchos
ignorantes y a esos hispanófobos del terruño trocados en anglómanos que tiran
cantos contra su propio tejado.
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