EL STRAÑIK PEREGRINO RUSO
Antonio Parra
Ya hemos dicho que NY es una ciudad mágica donde todo puede
ocurrir y una de las vivencias que yo recuerdo es en una estación del metro del
Lower East sombría algo mórbida y con esa iluminación de película de terror,
pagado el token y habiendo introducido mi talle por el torno, vi por el andén
paseando a un monje ruso. El inoj era alto y corpulento vestía una
sotana gris sin cordones ni escapulario y una esclavina con vueltas de piel de
zorro el pelo recogido atrás en un moño a la manera de los anacoretas del Monte
Athos aunque en este las barbas no eran muy largas. Debería de haber llegado de
alguno de esos famosos cenobios que conforman el anillo de oro que circunda
como en cíngulo de plegaria y adoración a la vieja Moscú o provenía acaso del
Caucaso siendo uno de los famosos eremitas residentes en el Cenobio de Balaam
cuyos “staretzs” o idumeos que es como se llamaba a los abades en la ortodoxia
inspiraron a los grandes maestros rusos del XIX. Pero el personaje que vi yo en
el andén de Wall Street ¿Era un monje (inoj) o un strañik (peregrino
ruso que hace su ruta)?
De la misma forma que
los literatos anglosajones son hijos de la Biblia y el Bookprayer Book y el
Libre Examen los rusos son un producto espiritual de la Parábola del Buen
Samaritano y del sembrador en el NT. Por eso, pienso yo, muchos de los libros
de Tolstoi Turguenev Dostoyevski Chejov Andreiev o Gorki guardan una perfección
melódica que tiene que ver con los troparios y antífonas de la liturgia
eslavónica. Chejov y Tolstoi eran asiduos visitantes de ese monasterio de
Vaalam perdido en la estepa. Eran los tiempos del deshielo y no había comenzado
la perestroika pero aquel religioso se encontraba allí recién aterrizado
llegado desde la Rusia profunda o desde las socarrenas o recovecos de mi
imaginación, no sé, porque Manhattan es una ciudad mágica.
Al verle sentí una
sensación extraña como si fuera el resultado de una visión o de un
aparecimiento producto de mis muchas vigilias leyendo a los maestros rusos y a
este respecto me había entusiasmado una historia corta de Antón Chejov El
monje negro. Sin embargo creo que aquel personaje era real. Desapareció en
uno de los convoyes y no lo volví a ver más. Seguramente había descendido las
gradas del metro neoyorquino desde las cumbres célicas de la Gran Pascua Rusa
como una proyección sinfónica del arte
de Rimsky Korsakov. ¿Era el Peregrino Ruso? En las subsiguientes
dominicas asistí a la divina liturgia de una de las iglesias ortodoxas de
Manhattan pero no encontré con el “padrecito” de aspecto rechoncho y que debía
de ser ese diacono de voz maravillosa que hace la octava baja en los coros por
ejemplo de la Ópera Boris Godunov de Musorgsky. Ciertamente debería tratarse de
ese peregrino ruso protagonista de una de las obras de mística más importantes
que ha producido la cristiandad.
El “Peregrino Ruso” es a los orientales lo que el “Kempis” es a
los occidentales un instrumento de santificación y una escuela de santos o de
personas que buscan la perfección mediante la imitación de Xto. El peregrino
ruso como todos los grandes libros de la humanidad es de autor anónimo. Es una
autobiografía del perdedor del borracho redimido que cuando le entran ganas de
beber abre una página de los evangelios para no caer en la sima del diablo en
la botella. Es un personaje que camina por los caminos de la inmensidad rusa
cojeando, entra en las isbas, bendice a las balbuzcas (abuelas) y alguna
vez hasta hace un milagro pero sobre todo camina por el mundo con una oración
en los labios “Jesús misericordia, ten piedad de mí”. Es la plegaria hesicasta.
Una misma frase repetida miles de veces. La palabra glorifica a Dios y al
hombre lo salva.
El cristianismo ruso se basa en el canto y la tradición no en
la especulación teológica. Fides ex auditu. A través de la oreja el mensaje
divino entra en el corazón y los pies se ponen en movimiento emulando las
gastadas sandalias del pescador y en acatamiento de la norma apostólica “no
llevéis saco ni pera ni bolsa, no os preocupéis por el qué se ha de comer o
beber; mirad las aves del campo”. La vida del monje tiene algo de desapropio,
de albacea testamentaria, un desasimiento, un defroque. Igualmente al “strañik” le basta y le sobra
un cayado, el libro de los evangelios, un mendrugo dentro del zurrón y unas
pocas jaculatorias. Es el modelo del “inoj” o monje itinerante en oposición al
anacoreta estático. Tanto el uno como el otro se sienten discípulos de Jesús.
Occidente es apología y polémica gran pirámide y obra externa mientras el
oriente es una huida hacia la belleza interior.
Por la senda de la filocalía que es una rama de la filosofía de los
padres griegos. La exhuberancia y majestuosidad de Bizancio se enfrenta a la sequedad
y rigor de los cánones latinos o los áridos manuales de moral. En cada caso una
interpretación diferente de la espiritualidad otra manera de concebir el mundo.
El peregrino ruso no se cansa de repetirnos constantemente que no dejemos de
orar. Los textos sagrados son para él un talismán contra la presencia diabólica
e incluso nos demuestra cómo a través de la lectura de pasajes del NT se puede
llegar a abandonar la bebida. Radical. Haz el bien. No pierdas nunca la
paciencia.
“No bebo ni vino ni sidra no me gusta la cerveza no tengo
comercio con mujeres y asumo estas procedencias como fórmula de expiación de
mis pecados” nos informa este pobre mendicante del siglo XVII que sirvió al zar
como soldado quedó cojo en una pelea en una cantina vinolenta. Debía de ser uno
de aquellos “raskolniki” o sectarios de una herejía fundamentalista que se
opuso a al autoridad patriarcal moscovita. Iban de aldea en aldea y de isba en
isba entonando el Akathistos bellísima himnodia mariana, una plegaria a la
Virgen compuesta en Constantinopla en el siglo VII. Se atribuye la victoria
sobre los escitas en tiempos del emperador Heraclio a la protección de la
Virgen. La plegaria que consta de 24 estrofas se suele cantar de pie (de ahí el
nombre de Akathistos) en cada una de las cinco cuaresmas en los templos
ortodoxos.
El peregrino ruso ya
digo era cojo y tenía la mano seca pero adonde irá el buey que no are. Sanador
misericordioso, imponía las manos, hablaba del Sermón del Monte a los
desposeídos de la tierra a los mujiks de la gleba. Cristo se hizo amigo siempre
de los de abajo. De los que conocen las adversidades y oprobios. Los que han de
ir por la vida besando el látigo (knut) o encadenados a la gran armella de las
cuerdas de presos camino de Siberia. De dolores sabe mucho el alma rusa. Que
estuvo mirando a Cristo a lo largo de la historia. Se colocó bajo los brazos
del crucificado. Lejos de él no hay salvación. Que quede bien nítido el mensaje
en estos tiempos de prevaricación y de ataque a la religión predicada por el Galileo
sin contemplaciones. Extra ecclesiam nulla salus. Fuera de la Iglesia no hay
salvación.
Ni Mahoma ni Moisés ni Buda ni el Are Crisma. Jesús. Jesús. El
misticismo del Peregrino inspirándose en la Escala del Paraíso que escribió un
santo oriental nos dice que la vida de la santidad es un clímax (peldaño) de la
renuncia. “Con frecuencia la infamia se cebará en el maestro y será necesario
que soporte dolores y tentaciones en provecho de sus discípulos”. En
espiritualidad el grado superior se gana no con lisonjas sino mediante el
oprobio. Pero para soportar el sufrimiento que siempre ha de ser aceptado como
expiación de nuestros pecados hará falta armarse con el coselete de la
longanimidad. Únicamente el sufrimiento purifica y da autoridad.
Sólo la cruz salva. Ese
es el mensaje muy duro de aceptar y más en estos tiempos pero irrefragable. La
literatura inglesa cuenta con una obra semejante pero escrita por un
protestante, Bunyam. Se trata del Pilgrim Progress. También marca una
serie de etapas antes de alcanzar la perfección del conocimiento. El
puteschesveñik (viajero) suele dormir donde le pilla la noche. En los pajares o
en los cementerios pagosti. Durante las largas jornadas va desgranando
cuentas del rosario. Se le amontan en la cabeza los recuerdos de su vida. Hace
memoria de su mujer que era algo casquivana e irreflexiva. De aquella noche en
una taberna en que le robaron la cartera y el pasaporte. Esto era antes de su
conversión. Ya hemos dicho que tenía el vicio de la bebida o aquella vez en que
golpeado por un cochero (zvochik) estuvo a punto de perecer bajo las
ruedas de un birlocho.
A veces confiesa que le embarga la nostalgia y que sus
pensamientos se vuelven sombríos sobre todo desde que el diablo se le apareció
un día metido en una botella de vodka. El alcoholismo es el azote del pueblo
ruso y este libro ha servido para redimir con la abstinencia a los posesos por
el infame vicio de la inmoderación etílica. Es de una sencillez y de una
humanidad que estremece este buen muyik: “No sé si mi oración será acepta a los
ojos de Dios pero cuando rezo siento una gran alegría y se me van los
pensamientos malvados”. Por el contrario si le aflige la melancolía o se siente
invadido por el flato de la desgana o el desconsuelo comenta que es una buena
señal. El alma se está purificando. Siente una gran alegría al avistar desde
lejos la torre de una gran catedral (sobor) con sus cúpulas de cebolla. El
papel de la Iglesia ha sido, mírese como se mire, una tarea civilizadora frente
a la barbarie. Roma. Bizancio. ¿Habrá una tercera Roma? En cualquier caso la
respuesta es convertíos. Metanoite. Emigrantes, bautizaos. Vivimos en un mundo
nuevo.
Así nos informa que en
la laura cenobítica de Pereskoia de Kiev, detecta como la presencia de una
huella milagrosa. Amar es creer y sin fe ni esperanza la vida resulta muy
triste, nos viene a decir. A veces en sus manifestaciones el Peregrino Ruso
resulta conmovedor como por ejemplo cuando invoca a la Trinidad y pide a Jesús,
hijo de Dios, que cancele sus culpas. Hay en el texto grandiosidad dentro de la
sencillez y una gran congruencia así como ilación evangélica. Sus páginas son
sencillas y sublimes. Todo lo bello es cristiano nos viene a decir. La belleza
es hija de Dios y este es el gran secreto de la Filocalía que ha sido sólo
entregada solamente a una de las tres religiones del Libro, al cristianismo.
Las otras dos sus hermanas no sé por qué la calumnian y escarnecen tanto. Acaso
porque sea la verdadera.
Ahora al cabo de muchos años y hojeando los deliciosos
capítulos de este librito me pregunto cómo llegaría aquel monje ruso hasta la
Ciudad de los Rascacielos desde las lauras de los Urales donde se halla el
monasterio de Vaalam. ¿Caminando sobre las aguas como buen discípulo de su
Señor? No. Desde luego no era un espectro.
A Cristo se le puede seguir de muchas maneras incluso a la pata coja de
taberna en taberna y de tugurio en tugurio hablando con las putas y con los
borrachos pero abriendo a todos los humanos un horizonte de salvación.
Soteriología pura. El monje ruso fue mi alfaqueque que pagó por mis rescates en
una ciudad tan laica y entrañable como Nueva York desembarazándome de las
garras de mi peor enemigo que soy yo mismo.
16/01/2007
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