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viernes, 25 de enero de 2019

CRUELDADES Y PECADOS DE LA IGLESIA CATÓLICA









Insertamos aquí un texto escrito por nujestro querido compañero, Tomás Virseda Sanz, en la que se pone de manifiesto la sevicia de algunos clérigos que nos educaron. Nosotros no padecimos absusos sexuales, aunque el padre Muñana se arrimaba mucho la carita cuando nos confesábamos. Tuvimos que lidiar con algo peor: la soberbia y la crueldad inane e inmane, de inmanitas falta de humanidad. V
irseda vibra en la misma cuerda que yo toco en miSeminario Vacío Los pecados Mortales de la Iglesia.
 Ésta nunca nos ha pedido perdón ni acedió a nuestra demanda de ser ordenados a pesar de la carestía de sacerdotes. La diócesis de Segovia se nutre de curas polacos, keniatas, colombianos, algunos dicen que son curas pero no lo son. El papa Francisco mucho predicar pero sin dar trigo.  Un desastre. En el pecado llevan la penitencia.
En el fondo el seminario nos marcó de por vida y en el fondo seguimos siendo curillas. Et qui potesta capere capiat que dijo Nuestro Señor Jesús. Ningún rencor guardamos pero nos quedan en el alma cicatrices

 LA CICATRIZ
   
....y la adolescencia trajo consigo el infortunio al corazón de aquel muchacho. El despertar de sus sentidos imponía su ley acrecentando cada día sus  dudas y vacilaciones; el acoso de la "carne" ejercía tal presión que comenzaba a ser insoportable; el "demonio" siempre alerta urdia sus redes y propiciaba acciones transgresoras como naturales o las dulcificaba con ardides aduciendo que en el "mundo" esos "tres enemigos del alma" no eran tales sino que formaban parte de su vida, de todas las vidas. Semejantes maquinaciones reforzaban su atractivo ante la posibilidad de transitar aquellas "sendas prohibidas"  que lo embelesaban ....... a la par que resolvían, bajo su particular modo de interpretarlas, la necesaria liberación del superávit de testosterona que acumulaba; al fin, lo doblegaron y claudicó.     
      Deambulaba ya  por una de aquellas "veredas" sin que la VERDAD la BELLEZA o la FELICIDAD a las que su naturaleza propendía , le fueran reveladas.  Pronto, sin embargo, los vestigios de inocencia que aún retenía en su espíritu y su candidez despertaron los recelos de aquellos centinelas de la pureza del sistema y de la castidad obligatoria quienes, con argucias y subterfugios,  detectaron indicios  e identificaron a los  "senderistas" verificando en tiempo récord con su proverbial perspicacia aquellas excursiones y la "carga pecadora"  que transportaban en sus mochilas. 
     Y el desenlace fue traumático.
   Un día de primavera de aquel imborrable  tercer curso académico, asistía a clase  cuando entró en el aula el jefe de estudios quien en voz baja se dirigió al profesor;  éste hizo un gesto de asentimiento y pronunciando su nombre lo miró y  dijo: "salga y acompáñelo". Enfundada su ya espigada figura en un exiguo y raído guardapolvos beis, caminaba en silencio tras el supervisor.
    ¿Adonde vamos? -Preguntó. 
     Pareció no haberlo oído pues continuó  su marcha sin ni siquiera mirarlo. Era un hombre de mediana edad, receloso, de actitud inquisitiva y gesto severo, nunca se le vió reír; vestía una sotana impoluta con botonadura forrada y alzacuellos muy blanco, las manos siempre ocultas en las bocamangas que solo extraía para reprobar, advirtiendo con su amenazador dedo índice, las impulsivas travesuras de los alumnos; impecablemente afeitado se peinaba con raya a la derecha y andaba despacio, como si contara sus pasos, inaudibles gracias a las suelas de goma de sus brillantes zapatos negros. Siempre aparecía cuando menos se le esperaba.
    Te llama el Rector-dijo al cabo secamente.
     La respuesta lo dejó atónito y presintió que algo grave iba a ocurrir. Avivó el paso para ponerse a su altura y acongojado y con voz trémula, insistió: 
     ¿ ...y para qué me llama?, suplicó.
      Lo miró con displicencia y, sin detenerse, respondió:
      Ahora lo vas a saber
      La puerta estaba entreabierta, llamó tímidamente rozando apenas con los nudillos  Se oyó decir "adelante", puso una mano en su hombro y con un leve impulso dijo: "entra"; y se marchó.
      La tensión e incertidumbre que soportaba trocó  en angustia al ver a su padre, de cuya presencia no había sido advertido. Estaba sentado frente al rector,  se había descubierto y sujetaba la boina que colgaba de sus manos encallecidas. Lo saludó con un beso pero en aquel rostro curtido por mil inclemencias solo apareció una desgarradora mirada de reproche. 
Mecánicamente se acercó a la silla vacía de madera labrada y apoyó una mano sobre el respaldo. 
Permaneció inmóvil, expectante. Mientras el rector,  obviando su presencia, rasgaba con parsimonia un sobre con su abrecartas refulgente y mango marfileño. Le atrajo su atención el portalápices de cuero  repujado con el escudo episcopal que tenía sobre la mesa de caoba  junto a un breviario impecable, primorosamente encuadernado en piel, con titulares y canto dorados. 
De nuevo buscó refugio con su mirada en la de su padre y solo halló enojo y amargura. Y se sintió confuso y desorientado. El rector, impasible y ajeno al drama que se estaba viviendo al otro lado de la mesa, depositó al fin  la plegadera sobre el tapete y con  voz engolada y tono petulante  que evidenciaban sin disimulo su altivez, ordenó, sin ambages, con cruel condescendencia:
-"Se va Vd. a casa,  recoja sus cosas y preséntese en portería, donde le esperará su padre". 
Lívido y asustado,  sumido en un estado de terrible confusión,  miraba alternativamente  a éste que, cabizbajo y abrumado, lo rehuía y al rector que lo observaba hierático e imperturbable. Quiso decir algo y solo pudo balbucir "¿por qué?" .....la respuesta fue el silencio, un silencio opresivo, asfixiante, podía oír los latidos de su corazón.....él sabía  que con su conducta había quebrantado un precepto que proscribía una realidad a la que, en su criterio,  muy pocos  o ninguno, en aquella etapa de sus vidas,  podía sustraerse, pero nunca fue consciente de las secuelas de la catarsis que sobrevino. 



Aturdido, reparó un instante en el magnífico crucifijo que, enmarcado sobre  terciopelo, pendía de la  pared, tras el rector; impulsivamente imploró su intercesión; estaba convencido de que Él lo hubiera escuchado con indulgencia, benevolencia y tolerancia. Y sobre todo con amor. 
     "Puede retirarse", ordenó el rector autoritario mirándolo con dureza; "pero es que..." logró articular con voz apenas audible, "salga, por favor" , reiteró con acritud. En silencio, dio  media vuelta, miró a su padre que, confundido, callaba y salió.
    Caminaba con pasos desmayados mientras se dirigía a la planta superior, donde se ubicaba el dormitorio general,  con las manos en los bolsillos del guardapolvos, sin poder apartar de su mente la decepción  y frustración que había visto reflejadas en su padre. Un gran dolor y un atisbo de orfandad, que ya no olvidaría, se adueñaron de su ánimo. Y se sintió solo.
  El claustro por el que discurría enlazaba con el corredor de las aulas; maquinalmente, se desvió de su trayecto  y se acercó  a la suya; trataba de escuchar desde fuera, junto a  la puerta de cristales translúcidos, a su profesor, que tanto le apreciaba, impartir su lección de geografía e historia;  oía con dificultad retazos de la misma, mientras  con el dedo índice dibujaba arabescos en el tabique; la lección versaba sobre el inicio de la Reconquista; giró sobre sí mismo y con la espalda pegada a la pared  cerró los párpados mientras rememoraba entre murmullos:  "Cangas de Onís , Batalla de Covadonga, D. Pelayo, su hijo Favila, despedazado por un oso en una cacería, Alfonso I......", abrió los ojos y reanudó  su camino;  recogió sus libros en la gran sala de estudio y ya en su dormitorio extrajo la vieja maleta de madera de debajo de su cama; con una leve presión lateral hizo  saltar cada uno de sus dos cierres metálicos, se despojó del guardapolvos, retiró las sabanas y la funda de la almohada plegándolas  sobre la cama para no arrastrarlas, colocó todo sobre sus escasas prendas de quita y pon y volvió a cerrarla;  se sentó sobre el colchón de borra mientras deslizaba una  mirada errática por la gran estancia-dormitorio que debía abandonar.....tres camas más allá vio, colgado  de la barra del catre, un minúsculo y desportillado muñeco de pelo rubio vestido de futbolista  en cuya camiseta se leía "kubala"....se sintió muy desdichado y le entraron  ganas de llorar; al fin se incorporó, cogió  la maleta y, entre sollozos, agobiado por su peso, tomó el camino de la portería.....

      Erró sin rumbo por muchos caminos durante el viaje de su vida y estos fueron los primeros pasos que lo llevaron a la soledad pero también al encuentro consigo mismo.

TOMAS VIRSEDA SANZ


Creo que este texto lo dice todo. Chapó, querido compañeros. No te rindas

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