Depositadas cinco rosas en
la tumba que guardaba los restos mortales de su amigo en el cementerio
campestre de Brunete al lado de los blocaos y casamatas recuerdo de la cruenta
batalla de 1937 la batalla de la sed se encaminó as Villanueva del Pardillo
donde uno de su pueblo Rufino Vírseda fue hecho prisionero por la fuerza del
general Casado. En su pueblo le dieron por muerto y cuando se estaban
celebrando los funerales por su eterno descanso en la majestuosa iglesia de
Cantalejo allí apareció Rufino Virseda licenciado del ejército tan pichi. Su habilidad
y su simpatía de tratante le granjearon la amistad del comisario rojo y se pasó
la guerra enchufado en un campo de prisioneros nacionales en Valencia. El pueblo
trillero tuvo por milagroso aquel suceso que fue comentado en las Siete Villas,
un milagro atribuido a la Virgen del Henar. El liberado colocó como exvoto un
retrato suyo de artillero que le tomaron en el Cuartel de la Montaña al entrar
en filas. Cada año en el último domingo de septiembre acudía a Cuellar a dar
gracias al Henar por haber salvado el pellejo.
Los violines sonaban ya a
la hora del crepúsculo. El Dodge Dart que compró a Rodrigo Royo tiraba millas
subiendo la cuesta de Valdemorillo acercándose a las dehesas del Escorial
habitadas por fresnos gigantescos de macabras figuras. Decían que desde una
rama de estos grotescos sauces la Dolorosa de Fuentelsaz le lanzaba mensajes
sabatinos a una supuesta vidente picaresca nacional. Arije aceleró cuando el
coche se acercaba a Prado Nuevo y escupió tres veces. Los diablos se escondían
entre las peñas y las zarzas propalando mentiras y embaucamientos. Allí se
acercaba gente sin rumbo, los desahuciados y en desdicha, en espera de encontrar cura
de sus enfermedades y carestías. Los amigos de la Cuevas, poniendo el cazo a
cuenta del fraude de las apariciones marianas, se hicieron millonarios y
compraron pisos, abrieron residencias de ancianos.
Arije que, desesperado, creyó en aquellos supuestos se pegó el batacazo. Un sábado vio cómo una pareja fornicaba furiosamente al pie del árbol de las apariciones, preguntó al hombre:
Arije que, desesperado, creyó en aquellos supuestos se pegó el batacazo. Un sábado vio cómo una pareja fornicaba furiosamente al pie del árbol de las apariciones, preguntó al hombre:
─¿Qué estáis haciendo ahí sinvergüenzas?
─Quiero empreñar a mi
señora. El ginecólogo cree que nunca se quedará encinta, vientre, yermo
El paisano miró para el
entrometido con ojos feroces y prosiguió su tarea ya casi a punto de terminar.
─A ver, a ver─ contestó don
Manahén por decir algo corrido de vergüenza. Pero al volver la vista se dio cuenta ¡qué! horror que el furioso sátiro empalmado desplegaba verga de casi medio metro, dos cuernos de morueco retuerto que le daban vuelta a la cabeza y no se apoyaba
en pies como los humanos sino en pezuñas. Era súcubo e incubo como reza la
tradición y la que estaba entre sus
piernas no era la vidente sino la alcaidesa de Segovia quien profesaba a Belcebú
profunda devoción, hasta el punto de encargarle una estatua para ponerla frente
al Acueducto, Arije dio un grito de espantó y huyó del lugar para no volver más
a Prado Nuevo. Aquella cerca maldecida de Dios. Había visto al diablo. Daba diente con diente y no volvió a recuperar la calma hasta
ponerse de nuevo al volante camino de Segovia
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