ZAMACOIS Y
LA CARCEL
EDUARDO
ZAMACOIS:
LA NOVELA DE LA ESPAÑA CAUTIVA
por Antonio Parra Galindo
I
*
Martín Santoyo, un mozo del salmantino pueblo de Carrascal de
Horcajo, de la quinta de 1898, hacía honor a la toponimia del pueblo que lo vio
nacer. Era recio y tieso igual que un quejigo. Terne en su fe y en sus
convencimientos. No le dio tiempo a ir a la guerra de Cuba, porque quiso su
desventura que antes lo encerraran en un presidio. Había nacido para ser carne
de cárcel. Otros españoles lo son, lo fueron y lo serán de horca o de prostíbulo.
La tragedia de este Juan Español profundo, estepario, y de una sola pieza, es
el barro de la frágil condición humana con que Eduardo Zamacois (la Habana 1873
- Buenos Aires, 1971) compone una de las mayores novelas del género cautivo que
en la castellana lengua han sido. Se trata, sin más, de una obra genial, a
todas las bandas. Una narración majestuosa del drama de un campesino que iba
para Juan Soldado y se quedó en Juan Conscripto cambiando la muerte en la
cárcel por un mal tiro en algún manglar cubano o los delirantes asedios de
fiebres palúdicas. Es otra visión de nuestra indefensión irredenta de una
generación inmensamente literaria lo que nos asalta desde las páginas de esta
saga encadenada en el Centenario del Noventa y Ocho que ahora concluye. El
cierre de la tristemente famosa de Caramanchel pone sobre el tapete de
actualidad las cuatrocientas páginas de esta novela-río Hoy hemos de
sacar de nuevo a colación a Los Vivos Muertos según la visión
de este novelista de origen cubano, figura señera, porque al instituir en 1907
la revista El cuento semanal abrió las puertas a toda una
pléyade de eximios narradores como Pedro Mata, Felipe Trigo o el gran polígrafo
Cansinos Acianos, el que deslumbró a Borges, y toda una encartación de
traductores (Varela Castro, Enco de Varela, N. Tasin, García Morente y otros).
Este grupo concentra su mira en la nueva novela social y psicológica cuyos más
altos cultivadores, a finales de la pasada centuria, encuentra un faro de guía
en los maestros rusos.
La gran escritura de Occidente, un hecho
indeclinable del que abominan hoy muchos furibundos críticos, arranca de los
evangelios sinópticos, pese a quien pese. Por eso, toda gran novela es un
remedo lejano del inefable carisma que brota en torrente de agua viva y
fuente de inspiración revolucionaria desde los textos de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. A través de la palabra, se pulsan las fibras más tiernas del corazón
humano. Tendríamos, entonces, filomanía (gusto de lo bello) y una
gran compasión misericordiosa hacia el hombre caído y redimido.
Son réditos literarios que no solamente entroncan
con la revelación sino que purifican el alma humana haciendola mirar a las
estrellas con ahínco de esperanza, siquiera sea a través de la celosía enrejada
de un módulo celular. Por ese resquicio entra también la luz de resurrección.
Se escribe, por ende, a la sombra de la cruz, emblemática ineluctable del dolor
y del amor. ¿ Quién dijo que la literatura como diorama de todo el dolor y el
ensueño humano obvia los buenos sentimientos? Cristo en su sermón del Monte
tiene palabras de misericordia, no de castigo, para aquellos que mete presos la
desventura de una mal momento. O porque son víctimas de testigos falsarios. De
la ignorancia, de la injusticia, o del despotismo.
La estética de la modernidad, si es que cabe hablar
de belleza en un arte que pretende borrar la memoria y auspicia la inversión de
valores, intentando premeditadamente acabar con ese predicado. Sonó la
hora de los blasfemos detrás de la máscara progresista. A un paso de la
tiranía, y recurriendo a tretas que recuerdan antiguos vicios inquisitoriales,
los “neos” nos están dejando sin argumentos. De ahí que yazga en el baúl del
olvido tanto genio. Son los mediocres a los que se asigna, en artera maniobra
de intereses políticos, la antorcha del fuego sagrado. La verdadera luz duerme
sin solución debajo del celemín. Pero algún día bien puede ser que todo esa
serie de tesoros escondidos salte a la luz. Parece ser que dentro de la gran
carga soteriológica y esotérica del Nuevo Testamento se adscriben a esa área de
ocultos, anónima, vetas escondidas del valor despreciado a ojos del mundo, pero
a los que amó Dios y seguirá amando por toda la eternidad.
En el reino estará la revancha de los “perdedores”.
De tejas abajo, para ellos se escribe. Es más: serán los destinatarios del
mensaje
Hay tres maneras de purificación o de
catarsis. La una gira en torno al dolor moral y físico del ser humano. El
sufrimiento viene a ser el agua lustral del alma, una suerte de alambique
donde se acrisola y se acendra lo más puro que llevamos dentro que es el
sentimiento. Lástima que esta sociedad deshumanizada y hedonística esté
empecinandose en huir de todo lo que comporte renuncia al placer y
al bienestar físico. Pegan coces contra el aguijón. Tratan de acabar con su
propia sombra. Por mucho que lo intenten, empero, nunca conseguirán abandonar
la horma en la cual se nos ha vaciado.
La otra fórmula con que los místicos buscan su
vía purgativa que les lleve a los otros dos estadios superiores, donde estarían
la contemplación y la unión con el rostro de Dios, fuente de la que mana toda
dicha, sería a través de la ejercitación de la memoria, la mayor de las
potencias del alma. Martín es a la inversa. La memoria de su ofensa se aviva.
Es una fuerza que le hace crecer. Vive en el pasado. Un pasado de expiación.
Es merced a esta fuente de conocimiento (aprendemos
por asociación de ideas, a partir de la fuerza del símbolo) que el hombre
encuentra consuelo en la filosofía y en el cultivo de las bellas artes. Si
borramos la memoria, nos quedaríamos a oscuras, sumidos en un apagón horrísono.
Sin ese refugio altruista, el ser humano se envilece. El hombre , que no sepa
leer ni escribir, es un esclavo y su analfabetismo, a par que lo embrutece, lo
transforma en el ser más desgraciado de la tierra . La escritura y la lectura
son un acto liberador. Redimen y alivian al que está empalado al duro
brete de sus propias pasiones. El oficio de la literatura navega-porque la vida
es una extraña y misteriosa singladura en la que se nos embarca al nacer, por
supuesto- íntimamente conectado a la memoria. Solamente desde ella seremos
capaces de proyectarnos hacia el futuro. Ser libres. Porque todo cuanto nos
rodea está a la sombra de un presidio y un patíbulo.
Por eso se escribe en esta huida, o en esta búsqueda
de lo inasible : para dar caza al recuerdo vivo de algo mejor; y por ello se
pinta y se canta o se componen sinfonías. La memoria tiene efectos terapéuticos
sobre el corazón. Es un reto en el cual se convida al alma a viajar hacia la
parte de las estrellas. El arte, sublimando lo ya vivido, aprehende lo que fue
y ya no es, pero que vuelve a ser y revierte a nosotros en forma de espíritu
puro. Se capta de esa forma el pasado redivivo. Espiritualizando el
pasado, estamos a un paso de la inmortalidad. El pecado, por así decirlo, no
nos alcanza. Encuentra acomodo fuera del yo.
Un segundo procedimiento de catarsis, acaso menos
recomendable, pero que siempre estuvo a nuestra disposición desde los griegos,
derrota por el sendero dionisiaco. Creían los primeros dramaturgos -
Sófocles, Esquilo, Aristofanes, etc. - que para entrar en el jardín de
Apolo antes había que pagar portazgo en el corral de Baco. La verdad reposa en
el fondo de un vaso de alcohol . Y el peñascaró, que
no falte, por ser la triaca que redime del olvido y abre a los mortales la
puerta excusada del paraíso. El recurso al estupefaciente es tan antiguo como
la humanidad misma.
Siempre se dijo: vinum bonum
laetificat cor hominum (el vino es talismán de bondad y alegría para
el perdedor) . Et in vino, veritas... Pero la deidad
báquica, artera y descomedida, nos ofrece con frecuencia una
distorsionada visión de la realidad, en diplopía - esto es: el doble ojo que
ofusca y hace perder el equilibrio, como el de los beodos - de pasos inciertos
y de tanteos, llena de peligros y acechanzas para la razón. Baco no es buen
consejero, no obstante ser un certero remedio por lo que tiene de
calmante contra el dolor. Los narcóticos pueblan las cárceles, y a ellas
conducen al pobre ser humano, que suele cometer la mayor parte de sus delitos
en un acto de enajenación. Resulta la droga un buen salvoconducto para acabar
en el penal, aunque muchos de los enganchados dirán que el chute forma parte de
su existencia; no pueden vivir sin ella.
Pero hay más causas determinantes y que se
atisban de modo borroso o con explicitud más o menos diáfana, de la condena a
presidio a medida que uno se adentra en ese laberinto que es el alma humana. La
prava condición o la perversión de inclinaciones, según aducen los
criminalistas, pueden servir de salvoconducto de condena, pero no son únicas.
También la bondad tanto como pueda serlo la integridad moral o el sentido del
deber y de la justicia puede convertirte en una inadaptado. Un rapto, un
momento de mala suerte, sella una vida para siempre. Pero ellos serán los
renglones torcidos de Dios con los que incluso se puede escribir al derecho.
Por lo mismo que el infierno está empedrado de
buenas intenciones, las bonísimas personas suelen convertirse eN carne de
horca, de presidio o de manicomio. Ser calificado de buena persona viene a ser
un insulto, un sinónimo de fracaso y de desdicha. Desgraciadamente, las púberes
canéforas descienden a los prostíbulos. La vida no suele ser compasiva ni
lógica. De nada ni de nadie hace acepción. No hay en ella un renglón seguido.
Tampoco un patrón. Sólo entiende la razón inconsecuente de la violencia emotiva
y del cambio. Pero es lo imprevisible lo que da valores mágicos al hecho de la
redención. No se podrá vivir sin esperanza. Hay que tener fe en el ser humano.
El protagonista de esta novela no sabía que nada
conduce tan fácilmente a presidio como un deseo excesivo de justicia. Se hizo
acreedor de cadena perpetua por su ética acrisolada en los cristianos
principios. La propia deontología le condujo a empuñar la navaja, cometiendo
una atrocidad. En la naturaleza hay afinidad de contrarios, pero resulta
impensable la generación espontánea ¿ Cómo puede ser que el bien engendre un mal
o que una bellísima persona se trasmude en asesino? He aquí uno de los
soportes sobre los que se perfila el “pathos” del drama del reo de Zamacois.
Habría una tercera vía de escape, la que practicaban
los idólatras, que, al comerse la imagen del ser amado o adorado, creían
poseerla. Es el principio en el cual se basa toda la teología de la eucaristía
(εuxαρiσθαi, mostrar favor) que acaso haya sido exagerado en el cristianismo
latino. Se corresponde con eulogía (bien hablar). El protagonista
de esta cruda novela manduca literalmente el órgano bucal de su agresor,
creyendo que ,al hacerlo, borraba para sí la horrible culpa. Entiende
que, al arremeter de tal forma de alguna manera se purificaba de la blasfemia
de su primo. Está en un error. Cae en la antropofagia y en el asesinato.
De hombres es errar. Hasta siete veces cae el justo. No ha de perderse de
vista este concepto de memorial que nos libere de una fe encorsetada en
puerilidades y en retórica. La religión de Jesús encuentra fundamento en dos
elementos tan humildes y sustantivos como pueden ser el pan y el vino.
II
No fumaba ni
bebía nuestro personaje. Nunca había estado en una taberna y carecía de vicios.
Pero eso tampoco fue óbice. Precisamente fue esa integridad moral de este
Quijote Encadenado, luchando contra los molinos de viento de la sinrazón - hay
tanto de grandeza en el personaje de Zamacois como en el hidalgo manchego
- la circunstancia que iba a buscarle la ruina. Hoy ya casi nadie se acuerda de
este escritor hispano cubano, autor de novelas con una carpintería perfecta,
que parecen tiradas a cordel guardando una simbiosis rotunda entre continente y
contenido como Incesto, Tico Nay, Punto negro, Memorias de una
cortesana, etc. Su obra mayor a nosotros nos parece, por estar mejor
lograda , que es Los Vivos Muertos. Por el
mensaje y el entramado ofrece un grandioso paralelismo con El
Ingenioso Hidalgo cervantino. Sin embargo, fue tachado por alguna crítica de su
tiempo por hacer concesiones a lo truculento. A Felipe Trigo, compañero de
terna de Zamacois, se le ha llegado a calificar de “pornógrafo“. No están en el
círculo dorado de los grandes pensadores que tuvo esta generación. Se limitan a
hacer correr el espejo por el camino. El paisaje que se proyecta refractado
sobre el cristal de aumento del novelista adquiere perfiles de aguafuerte,
escrito a pinceladas impresionistas sobre un lienzo viscoso. El panorama es
aterrador. Una nación encadenada, amarrada en blanca por el peso de su
historia, maneada por el grillete de sus angustias y pasiones, se alza a ojos
vista. España, cárcel. España, inmensa celda de monje o de convicto, donde los
hombres y las mujeres viven y mueren entre las rejas de los propios principios
seculares. ¡ España, tan católica, pero bronca, difícil , acérrima, y tan lejos
de la ternura del mensaje de Jesucristo!
Todo buen novelista - escribir siempre es una
elección de procedimiento- ha de ser un buen arquitecto para construir con
solercia, a la busca y procura del ángulo exacto, para dar resaltes, habiendo
seleccionado bien los elementos de su mampostoría y sus sillares, sobre el
soporte sólido de armadura o trama (hay que saber colocar jácenas, basas y
estribos, buscando el ángulo recto de la simetría); y ha de ser un demiurgo, un
dios creador de mundos, inventor de espacios vírgenes y selectos,
por más que esos espacios sean la tarbea pestífera de un penal o la crujía de
un lazareto. Sopla con el aliento de su palabra y allí nace una situación, una
vida literaria banal y etérea pero imperecedera con su sello y
personalidad propias que todos recordarán porque el arte presenta la peculiar
característica de traspasar la retina del lector y quedarse en ella grabada
para siempre. Por eso, los grandes libros suelen ser grandes desconocidos,
escritos por autores incómodos a los que la critica, tan mundanal y, mediatizada
ahora mismo, descalifica. Es una industria como otra cualquier con su fábrica
de novelas en serie, en la que el morbo de la sangre o del semen es el
principal ingrediente. La literatura acabará expulsando a las nueve musas del
Olimpo para instalar en su cima al pseudo, al sucedáneo, manejada por los
nuevos Midas de la comunicación y el pelotazo. El mercado está aniquilando el
arte, convirtiendose en aceptador de lo que vende, esto es: el escándalo. Todos
los autores que escriben con un afán artístico siguen siendo ninguneados o
situados en el índice de los tachados. Hoy hay una censura subliminal,
puesto que nunca fue tan férreo el encorsetamiento económico, que controla
todas las palancas actuando certera y contundente. vigilan la parva los grandes
capataces de la ingeniería propagandística, una especie de tribunal del Santo
Oficio que sienta las pautas de lo que hay que leer y lo que no hay que leer.
Ha sido inventada una nueva profesión: la del agente
literario, y un nuevo calificativo: “políticamente correcto”. El que no está
con el Mercado se sitúa extramuros. Jerusalen sigue maltratando a sus profetas
y colocando la túnica de los locos a los genios.¡ Ah, Jerusalén!
Con todo y eso, la luz se despabila debajo del
celemín. Son entes autónomos los grandes libros. Gozan de vida propia. Siempre
hará falta un pensador para u pueblo: alguien que se niegue a comulgar con
ruedas de molino. He aquí la causa primera por la cual el verdadero arte es
indestructible.
También ha de ser el novelista de raza un mago
en quien la potencia verbal y la capacidad de seducción para atrapar la
atención imaginativa en las redes de la trama nunca se restañe. Si un libro se
tira de las manos, habrá fracasado su autor. Los Vivos muertos -
y casi lo que menos gusta es el título- sin embargo, se lee de un tirón.
Por si esto fuera poco, Zamacois agrega a sus
encantos la grandeza de un lenguaje que atrapa y hace maravillar de las
posibilidades inagotables tanto filosófico/semánticas como estéticas o castizas
que tiene la lengua de Cervantes. El buen decir es un regalo que reservan los
dioses a unos pocos, que no lo derrochan y saben dosificarlo. Hablar con
propiedad idiomática -algo costoso y difícil- tiene algo de neuma divino, que
alumbra la expresión exacta, labra de cincel. Por ese cabo hay que proclamar
que al exhumar esta obra olvidada de un oscuro autor del noventa y ocho hemos
rescatado un libro inolvidable, escrito desde la melancolía y de la compasión
hacia nuestros semejantes. No es un melodrama. Podía haberlo sido, dada la
escabrosidad del tema y la facilidad con que los autores de su tiempo - Pedro
Mata y Felipe Trigo junto con el autor que nos ocupa serían las plumas más
significadas de esta generación poblada por enanos y por gigantes pero que
constituyen ejemplos representativos de la pléyade que emborronaba cuartillas
por allá por los albores del presente siglo- se daban a la truculencia
del lacrimoso folletón por entregas, si al otro lado del papel y de los
rastrillos no hubiera estado un genio como el de Eduardo Zamacois para
adentrarnos en esa selva impenetrable, abismo de la desesperación y
escuela de picardías como es una cárcel española. En ella se vive
despiadadamente para la venganza. La cárcel nunca regenera. Martín, este gigantesco
personaje por él creado, fue una rara excepción. Entre barrotes encuentra su
propia vida y un género intransferible de purificación.
Auténtico Prometeo encadenado, un hijo de la
sociedad hispana fin de siglo, con sus miserias y sus grandezas, Zamacois
en paralelo con Cervantes y su “ Caballero de la Triste Figura” hace a la
vez reír y llorar. Las similitudes son desconcertantes. Sendos héroes van
por la vida luchando contra los molinos de viento de la injusticia de los
desalmados, defendiendo inocentes y poniendo una pica en Flandes en favor del
que ha caído. Empeño inabarcable porque la naturaleza humana es así de
caprichosa. La única utopía es que no hay utopía. El absoluto no se transfunde
con el relativo, aunque siempre quepa aspirar hacia mediante el esfuerzo, la
comprensión, el amor a la libertad y a la dignidad del hombre. Erradicar el
sufrimiento y la injusticia de este planeta resulta imposible. No hay
vías de comunicación entre los de arriba y los de abajo. Sin embargo, este
mundo avanza gracias a los utópicos y a los que se embarcan, por más que
naufraguen en empeños quijotescos, en la aventura de escribir por caminos no
trillados. Ambos, personajes - el hidalgo de la Mancha y el triste labrantín
charro- fracasan. Son dos perdedores empedernidos. No les arredran ni los
golpes, ni los escarnios, ni las celadas ni los malandrines ni las algaradas de
la gallofa y el hampa. El uno campea por los villorrios manchegos. El otro se
erige en valedor trasnochado de sus propios compañeros de infortunio por esos
penales y esas “ quintas galerías de Dios “ pero a los dos anima el mismo genio
libertador de los idealistas que sueñan con una justificación redentora para
todo el genero humano. En uno y otro caso, por la misma causa, en todas las
partes son recibidos a palos. Mirados con suspicacia por los poderes
fácticos o manteados por sus congéneres, se acreditan como candidatos al
patíbulo o al manicomio.
Por lo general, y, aunque esto sea lo de menos, los
redentores acaban siendo crucificados. Mal oficio. Gracias a estos sublimes
visionarios, que siguen las huellas mesiánicas, el mundo es un lugar más
habitable y la historia sigue su curso inalterable entre lágrimas y sonrisas.
Los hombres suelen cambiar poco. Los avances de la ciencia y los adelantos
mecánicos no los reforman de forma significativa sus conductas. En todo caso,
las consecuciones técnicas del Progreso incrementarán la sofisticada
capacidad, que parece una segunda piel en el ser humano, de infligir daño
a los demás. Se volverá más letal la sociedad bajo la apariencia de los magnos
postulados y de la filantropía que confunde y avasalla la mente del hombre de
hoy.
Siempre habrá pirómanos, violadores, ladrones,
adúlteros, sádicos, afectos al uranismo, ese mundo equívoco de valores inversos
poblado por servidores del dios oscuro y del vicio secreto (hay que recordar
aquí que la inversión calamita conserva la gravedad de pecado reservado y no es
una virtud como pretenden algunos “ vendernosla “ en este verano “encloquecido
“ y enloquecido por tanta maripava mostrenca y
locuaz, en plan niña tonta, tan española por lo demás con un puñal secreto bajo
la liga del 98, sino una merma o desviación de la naturaleza, digna de
compasión más que de vituperio pero no habrá aquí que condecorar con ramos de
laurel y del aurum coronatum de los vencedores, a estos casos
esquinados por la naturaleza, por el mero hecho de serlo , a sabiendas de que
siempre estarán con nosotros. En suma, no hay razón para volver la oración por
pasiva ni hacer un mundo de la superabundancia actual de seguidores del pecado
impronunciable casa gloriosa ¡ Pobrecillos! Ellos representan un renglón
torcido de Dios, una anomalía que se dio siempre y se seguirá dando mientras el
sol alumbre. Hermafroditas siempre les hubo, como hubo mentirosos, calumniadores,
dipsómanos y nazis a lo Arzalluz - Quevedo lo llamaría “ loco repúblico “ -
esgrimidores de pancartas nacionalistas que permiten matar en nombre de una
idea, una lengua o de un pasado. Siempre estarán cerca los opresores del pobre,
las putas, las adulteras y los maniáticos. Desde lo alto del monte del perdón,
Cristo convoca al arrepentimiento, la esperanza, la remisión. Toda literatura
ha de ser partícipe de un mínimo de soteriología en grado de denuncia del mal o
de un afán de mejora por más que este anhelo sea tan sólo utópico
delirio. Porque la humanidad no cambia.
Cristo, paciente y manso, los perdona y los aguarda
en la escarpada colina del Monte de las Bienaventuranzas porque por ellos
vertió su sangre. Sin embargo, siempre quedará enarbolada su pancarta a favor
de los oprimidos. Hay muchos que han vivido al socaire de su inmensa figura y
viven de las rentas de las enseñanzas de Jesús. Se han hecho compromisarios
acomodadizos, sancionadores de la impostura bajo cuerda e hierofantes de una religión
sin alma. Todo su porte supone una afrenta al Dios vivo contraria a
su testimonio.
Estos locos incorregibles “ a lo divino “ no
pertenecen a la mesnadería de los consensos ni de los tragalas. Sueñan,
inconformistas, con un mañana mejor al erigirse en excepción confirman esa
regla. Tiran para delante. Y, de paso, nos reconcilian con la realidad
tan áspera y falta de entrañas que se abre ante nuestros ojos. Nos
recuerdan que, para que esto siga funcionando, hacen falta menos máquinas de
guerra y más piedad y misericordia. La democracia ha de perfeccionarse no de
cara a la galería del rally, del número y la masa, sino
profundizar en los valores personales, únicos e intransferibles del individuo.
Según Berdiaeff, eternos. Algún día tendrá que acabarse tanta demagogia. La
democracia ha de desembocar en una mística del libre albedrío.
III
El carácter intachable y justiciero o tal vez el
ventalle de un enloquecedor día de marzo dieron con los huesos del reo en un
calabozo de la penitenciaría de San Miguel de los Reyes(Valencia). Zamacois nos
hace la composición de lugar. El recinto fue antes de cárcel un monasterio cisterciense.
Después sería alcazaba y subsiguientemente plaza fuerte de una de las grandes
órdenes militares, la de Calatrava, que, a diferencia de las otras reglas del
Temple que tienen por patrono a San Juan Bautista dependía directamente de San
Miguel arcángel. Tras la disolución de las ordenes militares en 1325, pasa el
edificio a depender directamente de la corona de Aragón y allí mora durante
algún tiempo y está enterrada la segunda mujer de Fernando el Católico,
Doña Germana de Foix. Quien casó en segundas nupcias con el duque de Calabria,
propietario que fue a su vez de una de las bibliotecas mejor abastadas del orbe
cristiano, la cual pasaría con el correr del tiempo a manos de Antonio Pérez,
secretario de Felipe II, un perjuro y hombre siniestro, padre de la “ leyenda
negra “. Libros. Rezos. Himnos. Palacios. Rejas. Detrás de sus muros, la
historia tiene secuestrado el vivir secreto de muchos encarcelados.
Nos fiamos tanto de nuestros semejantes que no
construíamos ninguna ventana sin verja o sin celosía para mirar sin ser mirado.
La grandeza española se fragua sobre tres pilares: convento, cuartel y
presidio. Germana de Foix tuvo fama de mesalina en su juventud. Luego profesó
afición al lesbianismo y a los placeres de la buena mesa. Llamaban en Arévalo a
esta francesa “ pingues et bona pota”, esto es: La bien comida y bien bebida y
sólo su regusto por las artes cisorias y por empinar el codo
acabaron con la fortuna del Contador Mayor de los Reyes Católicos, Don Juan
Vázquez de Cuéllar, que buscaba privanza en su corte y nunca la
consiguió.
Por todas estas cosas San Miguel de los Reyes era un
lugar maldito y con duende que a la fuerza tuvo que acabar, después de la
desamortización de los monasterios en penal. Allí remataron sus días grandes
jaques de la causa carlista y tuvo al “Pernales”, famoso bandolero y salteador
de caminos por la sierra de Alcaraz entre sus huéspedes. San Miguel de los
Reyes, el sitio maldito donde recala el protagonista al cabo de una azarosa
cuerda de presos por esos andurriales perdidos de la España incógnita entre dos
números de la Benemérita de a caballo. Este tipo de conducciones de penado era
un triste espectáculo en España durante el siglo XIX. Lo retrata perfectamente
el pintor romántico López Mezquita. He ahí una escena de dolor humano. Entre
dos mangas verdes con cara de frío, los vuelos del cuello de
la guerrera levantados, el “chopo” al hombro, avanza un grupo de presos en fila
india. Los dos números de la Benemérita no expresan crueldad, sino
indiferencia o compasión. Una mujer, de aspecto gitano, con un niño en brazos,
se acerca al que parece ser su hombre al que llevan preso, cubierto con una
enorme bufanda y una chapela, uno de los agentes del orden , con delicadeza y
casi compasión , trata de disuadirla de que no rompa el cordón celular de la
rueda carcelaria. Delante de él avanza otro individuo con bigote, muerto de
frío y hambriento, tocado de un hongo y mirando cabizbajo para el pavimento de
la calle mojada, las vueltas del cuello del abrigo subidos. A su lado se
perfila una anciana. El hombre del hongo y los bigotes sucede a otro conscripto
cuya cara no nos la revela el maestro López Mezquita. Sólo se ve el hato del
pobre penado con sus humildes y precarias pertenencias. Todo cuanto tenía en el
mundo, que era bastante poco. Abre paso otro guardia civil que es tan sólo una
silueta desenfocada. A prudencial distancia un matrimonio de burgueses, entre
curiosos y afligidos, mira para los forzados. La composición, en el que es un
elemento de fuerza el diseño de los zapatos de cada personaje hollando el barro
de la calle, casi charolado, se desborda en melancolía y patetismo. El artista
consigue captar el silencio de los pasos de este cortejo lúgubre, verdadera
estantigua de Viernes Santo, que atraviesa por la Puerta del Sol un día de
febrero.
El viejo cenobio del Cister constituye un
patético punto de destino donde recala una de esas cuerdas de presos que
durante siglos cruzaron la Piel de Toro. Iban a cumplir con la justicia entre
las risas burlonas, la seca piedad, o la curiosidad morbosa de los moradores de
aquellos pueblos donde posaba la columna de forzados. Su presencia movía a
veces a compasión. En este país no hay espectáculo más apetecido que las
procesiones de penitentes. Otras, eran acanteados, escupidos e injuriados. El
paso de la comitiva con sus cabezas rapadas a lo motilón, el tabardo marrón,
esposados o maneados al brete por los pies, siempre era un acontecimiento entre
estas gentes de cultura pasionaria, amiga de nazarenos y de cristos
ensangrentados. La columna se movía cansina desde la estación de ferrocarril
hasta el recinto celular en viaje a ninguna parte. Muchos de los
encadenados no llegaban a su punto de destino. San Miguel de los Reyes
viene a ser algo así como el Alcatraz ibérico, nuestra enorme casa de los
Muertos a lo Dostoievski.
A Martín Santoyo en Carrascal de Horcajo le
llamaban el “ aceñero “ porque su familia regentaba unos molinos en la ribera
del Tormes. Era un joven abierto de espaldas, cordial y serio; famoso no sólo a
causa de su extraordinaria musculatura y fuerza física sino también por su
piedad mariana. Era el primero en el juego de pelota, a echar una mano a un
carretero en dificultades. A la hora de cargar un costal de doscientos kilos a
la espalda nadie le ponía un pie delante. A misa los domingos tampoco faltaba
pero no era ningún “ beato “; su pasión por la Virgen conservaba esa
impronta viril del hombre de fe que no ha experimentado desengaños y no ha
pisado todavía el nido donde puso los huevos la serpiente. Este fervor era
comparable, mutatis mutandis, al amor que profesaba a Águeda, su novia, la moza
más guapa de la aldea. Había quien por eso le tenía envidia y uno de ellos era
precisamente su primo de la misma edad, Cayetano Arionda, que se había ajustado
con la familia del eventual homicida como gañán el año de autos.
Un día con viento enfurecido de marzo salió con éste
a la arada. Los bueyes de yunta se hacían los ronceros,
negandose a labrar, como si los pobres cornúpetas, barruntándolo,
se espantasen del mal que rondaba. El aire de marzo - según creencia por
algunos pagos castellano leoneses - trae consigo malas ideas. Es el ventalle
del diablo. Los surcos salían torcidos indómitos al trazado de la besana.
Tiraba el auriga de los gavilanes, pero el barzón y la mancera no querían
responder . Era aquel furibundo ventalle. Los diabólicos aires del marzo que
soplaban con su fuelle maldito sobre la desolada arada, sembraban el barbecho
de pasión. Hay vientos de cólera que casi hacen enloquecer.
El boyero nada conseguía a fuerza de palos y
de tanto tirar del ramal. Los cabestros se habían quedado quietos, como
inmovilizados. Cayetano era un sujeto mal encarado y cruel. Descargó su saña y
su impotencia contra los pobres animales. Cuando la aguijada y la tralla no fueron
suficientes para meter en vereda a la yugada, rompió a blasfemar. Los
improperios contra lo más sagrado daban la sensación que confirmaban en
autoridad y respeto al deslenguado arriero. El “plaustrum” de la gamella
quedó fijo. Era el carro de heno de las vanidades humanas. El destino se
enroscaba para la pobre víctima y su verdugo (Martín no quiso cometer nunca
aquel asesinato horrendo) de forma aciaga e inexorable. Una interrogante. ¿
Verdaderamente existe el albedrío?, ¿ es el ser humano señor de sus actos
o mero resultado de una serie de combinaciones químicas que enajenan su
voluntad de forma inapelable?
Señor, líbranos de mal.
Martín miraba para su compañero primero con gesto de
desaprobación; luego casi aterrorizado le rogó que dejase de insultar a la
Virgen de la Peña, santa de su devoción y objeto de sus amores. Su rostro
lívido se había vuelto yeso.
- Hombre de Dios, tampoco es como para ponerse
así. Calca el estribo y sosiega un poco. Vale ya. Por favor. Vale ya.
En esto el viento de marzo gañía con toda la
violencia espectral de la que es capaz.
Lejos de reparar en las consideraciones de su primo
carnal, el yuntero parecía como poseso. Blandió amenazante la aguzadera contra
Martín e intensificó el tempo de sus porfías. Ya no se conformaba con Dios y
con los santos sino que profería maldiciones intransferibles acerca del
sexo de la virgen María, a la que calificaba de ramera.
Ya Cristo puso en guardia contra el pecado del
escándalo. No reprobó el acto sexual, aunque se mantuvo célibe para siempre,
porque la impureza de la coyunda carnal es aparatosamente cierta. Sin
embargo, no ahorra anatemas contra sus efectos colaterales.”Ay de aquel por
quien vienense el escándalo. Más le valdría que le atasen una rueda de molino
al cuello y lo lanzasen al mar “. Porque el espíritu de fornicación conduce al
crimen y al llanto. Sus consecuencias a veces son imprevisibles. Todas esos
tristes episodios de asesinatos a causa de la violencia doméstica - el ofidio
feminista ha inoculado su dosis de veneno en la voluntad de las casadas
insuflandoles al oído: rebélate contra tu hombre y serás como diosa - tienen
que ver con el espíritu de fornicación que se ha adueñado del país provocando
auténticas tormentas de arena en las relaciones conyugales que concluyen en
hecatombes. Las cárceles están llenas de las consecuencias del aforismo “ la
maté porque era mía “ o “ quiero realizarme porque yo soy dueña de mi cuerpo,
he de vivir mi vida, obrar a mi antojo “. El macho siempre controla su
territorio en todas las especies animales. Hará falta que pasen muchos siglos
para que se borre el estigma de creer que la honra de una persona se encuentra
en las partes menos nobles.
- La culpa la tienes tú, cabrón. Y yo me cago
en la puta Virgen María y en tus rezos.
Martín el Molinero era un mozo tranquilo.
Nunca hasta entonces había estado en una pelea. Era paciente y difícil de
enojar, pero aquel día con viento solano algo se alborotó en su cerebro hasta
perder la sonrisa imperturbable. Sufrió un ataque de enajenación transitoria,
según expondría luego en el juicio el informe pericial forense. Oídos los
horribles juramentos del yuntero que se venía hacia él como una
fiera amenazandole con el palo y esgrimiendo una navaja, saltó como un resorte.
Los hombres buenos suelen perderse de la manera más estúpida. Un segundo de
irreflexión puede cambiar el rumbo de toda una vida. Era mucho más fuerte que
su oponente. De un puñetazo, Cayetano rodó por tierra. Le quitó la faca y con
su misma arma le dejó sitio. Más de veinte puñaladas. Asestada la
primera, no hubieron hecho falta ninguna más pero hubo ensañamiento con la
victima, lo que siempre a efectos penales resta eximente y agrega agravantes.
Le arrancó la lengua por blasfemo. La hizo cachos en mutilación horripilante.
Se la comió.
Lo que allí aconteció en aquel barbecho
fue algo más que un asesinato. Fue una auténtica carnicería o crimen ritual,
pues, no contento con finar a su agresor, le cortó la lengua, se sentó en la
linde y empezó a comérsela cacho a cacho. Parecía un caníbal.
El viento del sur seguía mientras tanto proclamando
su feroz desolación sobre la adrada. Toda España se estremeció ante el
crimen.
Basada la novela sobre un suceso real,
que conmovió a la sociedad castellana al doblar el pasado siglo y que
acaparó el interés de la crónica roja , los autos del proceso fueron celebrados
en olor de multitud en la audiencia de Valladolid. Alienistas, psiquiatras y
reporteros no salían de su asombro ante aquel caso de antropofagia parcial. Se
sacaron cantares. El drama tenía todos los ingredientes para la elaboración de
un truculento, complicado y lleno de primitivismo drama rural, en el que
el tremendismo, la ignorancia el fervor religioso rayano en el fanatismo
jugarían sus bazas. Al reo se le tomaron las medidas antropométricas,
llegandose a la conclusión de que su fisonomía - cejijunto, poca frente, ojos
hundidos y orejas exentas, formando asas (orejas voladoras) como adosadas a un
pabellón craneal de muy exiguas medidas - daban el fenotipo de un sujeto
destinado a matar.
El fiscal pidió que se le diera garrote vil, pero
una buena defensa pericial del forense consiguió demostrar que Martín Santoyo
no estaba en sus cabales. Se le diagnosticó falta de discreción. En aras de una
supuesta enajenación mental, el abogado defensor consiguió a todo trance
y en contra de las protestas del público que abarrotaba la sala que la pena
capital le fuese conmutada por la de cadena perpetua. El acusado porfiaba en
que no estaba loco en medio de abucheos y protestas de los asistentes a la
vista oral que se agolpaban para pedir su cabeza, y lo hubiesen linchado de no
haber estado custodiado por la Guardia Civil.
“Su fe en la Purísima Virgen de la
Concepción -observa Zamacois en la página 47 del libro -a la que
sacrificó su libertad, le prestaba ayuda“.
Se apunta aquí hacia la posibilidad de un milagro,
porque la Deípara no acostumbra a mandar de vacío a todo aquel que con fervor
la invoca por muy difícil que sea el trance. Vino a salvar, no a condenar a los
pecadores. Había utilizado el hierro por salir en defensa de su honor y la
Señora acude en su socorro, un socorro que le brinda al mutilador de su
pariente no sólo cuando se sienta en el banquillo sino también a lo largo de
los treinta años en los que purgó condena en la siniestra penitenciaría
valenciana ¿ Fue el diablo que cabalgaba metido dentro de aquel mal aire? ¿
Fueron los propios genes patógenos del pobre acusado lo que le impulsaron a
Martín a matar y a merendarse la lengua de su víctima? De todas suertes, aquel
día en aquella huebra lejana, la bondad y la nobleza de un alma quedaron
confundidas, se conculcó el derecho y triunfan los instintos indómitos. Había ganado
la batalla la Serpiente y el señor del Mundo se retiró victorioso a sus
cuarteles de invierno.
Todos seguimos gimiendo bajo el peso de la culpa.
IV
Fue un preso ejemplar Martín El Aceñero. Su
pundonor y su sentido de la justicia no vacilaron cuando tuvo que salir en
defensa del desvalido poniendo en juego su fortaleza física y sus contundentes
puños. Era un hombre que no sabía mentir. sombra y figura...
Al día siguiente de emitirse el veredicto, la
sentencia fue firme y el reo, convicto y confeso de los hechos imputados y
demostrados (muerte dolosa de un semejante en riña, con intención dolosa,
sin agravantes y con el eximente de enajenación mental pasajera) empezó a
cumplir condena en el referido presidio del antiguo Reino de Valencia, al que
quiso volver para morir. Satisfecha su deuda con la sociedad, fue liberado,
pero el mundo que había dejado atrás casi ocho lustros antes le resultaba
inhóspito y desconocido. Era ya un viejo que no servía para nada. Optó por
volverse a la cárcel, su lugar de refugio. Es el desenlace a esta gigantesca
crónica de desamor que se transfunde en caridad y redención cósmica, piedad para
todo el género humano. Su gran fracaso, el olvido de su novia Águeda a la que
busca por todos los prostíbulos de la Villa y Corte, recién cumplido del penal,
para comprobar que ya era tarde: su amada había fallecido poco antes,
seguramente de sífilis. La caída de Águeda empezó cuando entró a servir en casa
de una persona de viso. Fue violada por el señorito.
Zamacois nos muestra a su personaje paseando
por el patio con las manos a la espalda, la camisa de retor, y una sonrisa
taciturna a flor de labios. Martín se atuvo a todos sus principios. Su
presencia en aquel lugar infame resultó ser como la de la campanilla que brota
sobre el muladar. Gano su independencia y prestigio enfrentandose a los grupos
rivales, y a las mafias regionales que mandaban dentro de la clausura. Los
internos nuevos tenían que pagar el portazgo de una cruel novatada, cuando no
algo mucho peor, como era el concúbito y la algolagnia sádico masoquista y
sistemática de los más jóvenes y efébicos. Se nos hace ver que una de las
más duras cargas de la condena solía ser la ausencia de hembra. El
instinto genésico, para paliar tales ansias, derivaba hacia los desahogos
homosexuales. La mariconería oprobiosa era moneda corriente. Con la fuerza de
sus puños, Menoyo dio más de alguna lección a los que se propasaban.
En las cárceles huele de una forma inconfundible. Es
un olor parecido aunque diferente al de los hospitales. Es un aura, un fuego
fatuo como el de los cementerios, apesgado de sensaciones y de influjos
magnéticos. Los cautivos transmitieron su congoja a las paredes del encierro y
en los poros de la piedra se albergó su cuita. Al principio, cala los huesos.
Luego ya no lo percibes. Pero aploma este ambiento denso. Es como una segunda
piel. Al pasar bajo el dintel, se tiene una sensación caliginosa que
advierte que se está tramontando el umbral de un mundo diferente. Es el plus
ultra, la linea de demarcación entre la vida y la muerte, la libertad y los
cerrojos. La noción del tiempo y de la distancia se pierden, o se avivan, según
y conforme cada caso. Dentro de sus muros, hay cuerpos y almas en pena.
Tuvieron la mala suerte de cometer un delito o ser llevados ante los tribunales
por testigos falsos. Mas no por eso dejaron de ser hombres. Con sus virtudes y
sus defectos. Con las miserias y grandezas. Este libro es no sólo una buena
novela sino un tratado de psicología antropológica. La galería de personajes
que desfila por sus páginas es un enorme retrato de la sociedad de su tiempo.
En este abismo de horror, de crueldad y de injusticia donde yacen varadas las
vidas ensabanadas de forzados se dibuja la silueta de personajes como
Constantino Sánchez, alias “Tafallés”, o “ El Rasilla”, Iñigo Bustamante,
Casiano Ortiz, el “ Migas Gordas “, “ Cien Gramos” y otros.
El relato de una fuerza sin igual y de un
interés creciente cobra alientos de verdadera epopeya. Por su grandeza de miras
y la precisión con que retrata a sus personajes algunas de sus páginas
recuerdan lo mejor de Tolstoi, Dostoievski o Solzhenitsyn. Es una zambullida en
el gulag hispano. El mundo no es más que un campo de
concentración, un valle de lágrimas. Esta línea motriz es el gran eje de marcha
sobre el que circula no ya meramente los grandes libros profanos, sino la misma
piedad. Es un pensamiento místico. Estamos aquí de paso y, como subraya
el Kempis, “comprende, hijo, que la perfecta seguridad y la
paz completa no son posibles en este mundo”. Hay que meter el hacha a la
raíz del árbol. Esta vía del desistimiento o desencanto de las cosas que nos
rodean constituye una piedra angular de la ascésis. En la parte, mediante
la expiación de la culpa, somos capaces de alcanzar las bodas del alma con el
esposo. El Quijote fue escrito en la cárcel, y Quevedo perfiló sus grandes
sonetos estando preso en San Marcos de León. Autores como Tolstoi, Pasternak o
Tomás Salvador, en su Cabo de Vara, esgrimen ese mensaje.
Una buena novela ha de tener como una
vibración especial; es la moción reveladora, descubrimiento o tránsito
hacia un mundo virgen. Tiene algo de epifanía. Es también como el
martillo pilón de un brazo mágico que da mazadas sobre el yunque y saltan
a cada instante chispas deslumbrantes. Gira y se derrama el agua de la noria y
la vida a través de los arcaduces, a medida que gira el inmenso rodezno de la
noria del tiempo. Se sube o se baja pero la rueda de la fortuna nunca para. Se
produce un encantamiento de ida y vuelta entre el escritor y el lector. La
gracia de todo relato subyace en ese entusiasmo o endiosamiento, verdadera
substancia de vida. Estamos inmersos en la enorme fragua de Vulcano. De la
tobera incandescente saltan brasas que llenan de fumarolas maravillosas las
lóbregas tinieblas de este mundo que no es más que un inmenso penal, pero esta
luz que salta de los libros nos permite soñar y tener esperanza.
No todo está perdido. Las novelas excelsas, al
reflejar un poco el eco de las consoladoras palabras del Evangelio, se mueven
por ámbitos de lo divino. De aquí que quieran sustituir ahora el testamento
nuevo por el anti evangelio, el amor por el odio, la esperanza por la
desesperación. Por eso estorba tanto Rusia. Y en definitiva, se esfuerzan por
poner en órbita la anti literatura. El imperio de las nuevas comunicaciones
electrónicas subliminalmente propende además de a borrar la memoria,
a descuajar la misma cepa de la cruz. Quieren arrebatarnos
cualquier precio ese resquicio de esperanza. Por fortuna en el majuelo de Jesús
(recordemos la parábola de la vid y los sarmientos) los tallos están bien
amugronados. Cada primavera florecen y en el otoño vienen las vendimias. Brota
el mosto de vida eucarística de los lagares sempiternos. Esa es la verdadera
iglesia viva, que nada tiene que ver con la jerárquica. La integrada por los
pobres y cuanta sufren por la verdad y la justicia:
Multiplicati sunt qui tribulant me. Multi insurgunt
adversus me. Paraverunt sagittas suas in pharetra , ut sagittarent rectos
corde. Deficit in dolore vita mea, et anni mei in gemitibus. fuerunt mihi
lacrymae panes die ac nocte
Asimismo, la fuerza narrativa se sustenta sobre esa
capacidad del sobresalto, la pulsión concéntrica, el humor, la anagnórisis que
sirve de cemento para reconocer por medio de una simple palabra o un gesto
típico a cada uno de los personajes. A partir de ahí el éxito está servido. La
capacidad admirativa se transforma muchas veces en éxtasis. Todo eso lo tiene y
más Zamacois en la que fue su obra cumbre: “ Los Vivos Muertos “. Desciende al
infierno de nuestros demonios familiares y a los diablos, mediante su poder
taumatúrgico y premonitorio, los transforma en ángeles. El fuego sagrado es lo
que caracteriza a un escritor de casta. Cuando lo enciende el mundo se
transforma y sobreviene la catarsis. Todo lo envuelve la llama de la
purificación iluminativa. Cada página deja el listón cada vez más alto; es
un citius, fortius, altius. Muy pocos lo logran. Por
desgracia el oro acendrado se oculta arrumbado por el empuje de costales de
calderilla. Los mediocres se empeñan en ocupar el sitio de los genios y de los
santos en el Parnaso. Ya no reinan los gigantes. Mandan los enanos.
V
Conmueven las historias que sirven de cañamazo o de
relatos paralelos al eje central. Todos arrastran cadenas de forma gratuita,
por uno de esos caprichos del destino que ponen tantas existencias del revés.
En la cárcel también hay castas, reglas del juego, y escaques, como en el
ajedrez, donde cada cabecilla alza el hito que demarca el propio territorio.
Traspasarlo supondría una lucha fiera, porque también en las penitenciarías se
establece el predominio del más fuerte. Hay verdugos y víctimas. Algunos
capitostes se muestran como señores de horca y cuchillo feudales que
ejercen a cambio del vasallaje el derecho de protección, e incluso el de
pernada.
Deja de un aire, por su patetismo y la tristeza con
el montanero Cosme Pacheco, un guarda jurado de Pereña, una localidad
salmantina, el relato de las circunstancias con que fue obligado a delinquir.
Cosme Pacheco era un hombre cabal, de una sola pieza. Se ajustó como vigilante
de la dehesa de un ricachón, al que juró lealtad hasta la muerte. En
cierta ocasión tuvo que enfrentarse a unos furtivos que habían entrado a
cazar a la finca. Los intrusos lo atacaron y el servidor de la vigilancia rural
tuvo que echarse la tercerola a la cara. Cosme utilizó su arma reglamentaria en
legítima defensa y en resguardo de los intereses de su amo. Había sido un
percance, pero no le remordía la conciencia. Creía haber cumplido con su deber.
Fue detenido acusado de homicidio. No obstante, en la vista oral, el hombre que
lo ajustó como guarda jurado le dio la espalda. Ante los magistrados se achantó
y dijo no conocer a aquel hombre. No haberle dado nunca aquellas instrucciones
tan rígidas que derivaron en tragedia. Le cayeron treinta años, pero el
lugareño de Pereña sólo vivía ya para la venganza. Esta se había convertido en
una idea fija. Cuando lo soltasen, regresaría a su pueblo y -ahora me
las pagarás, tít for tat- le metería un torrente de plomo a aquel
cacique que le había ajustado para después dejarlo en mal lugar. No había sido
un hombre de palabra.
La venganza es la musa de los forzados. Sólo el
instinto de revancha les hace a algunos confinados resistir. Aprietan los
dientes y claman para su capote: “ Un día me las pagarás todas juntas “. El
otro anhelo, siempre vivo, entre los pupilos de una penitenciaría, anhelo que
se convierte en obligación, el de escapar. Por las galerías y por los patios se
perfila la figura entusiasmada del infatigable especialista en desbandadas. Hay
que decir que los recursos y triquiñuelas de la sapiencia humana son
incontables. Se socavan túneles y atarjeas utilizando los métodos más
inverisímiles (en la cárcel quedan muchas horas para pensar), como punzones,
almocafres, o incluso tenedores afilados, y hay reclusos que se valen de la
estratagema de orinar contra los barrotes del ventano para conseguir así una
lenta pero eficaz oxidación de las rejas.
Pasan como sombras, como nubes y como naves en la
oscuridad dentro de los espacios cerrados. En una cárcel se condensa el símbolo
y la figura de la existencia humana. Ese anonimato de horda
indiferenciada que aploma con su peso la tierra y en el subir y bajar de los
peldaños de la escalera de caracol del recinto carcelario, cuyo husillo
enseña horadada la piedra, marca la impronta de sus abarcas sobre la
grada, que va adquiriendo con el paso de los siglos una forma convexa por el
desgaste, pero nada más. No deja firma ni nombre, salvo en contados casos, la
humanidad ascendente y descendente por la escala de la torre. Se pierde la
cuenta. Es un bataneo lento e implacable que abre la bocamina en el suelo.
Luego cesa el batallar inane. Hay que decir con el poeta, que veía llegar al
puerto de Ostia a los barcos del imperio romano, en la mejor comparación que se
ha hecho de la vida humana con una cárcel, que es en verdad un navío con rumbo
seguro hacia la muerte en su derrota por los mares del espacio y del
tiempo: Sicut naves, sicut nubes. Velut umbra.
Dentro, se percibe el aliento de carne viva y hacinada.
Es médula, carne y sangre. Un presidio impregna de su olor característico a
todos cuantos se acerquen a él. El hedor corrompe. La gallofa forma parte del
entramado de la desdicha. Así, Orencio Pérez, el falso violador, cansado de que
lo llamasen marica (había nacido con una mal formación de los genitales en un
pueblo de Cuenca) acabó en San Miguel de los Reyes por salvaguardar su hombría.
El tremendismo de su caso pone los pelos de punta.
- Madre ¿ por qué se ríe de mí la gente?
- Hijo, tú no hagas caso, y a lo tuyo.
A veces hay consejos, incluso los de una madre que
se dicen sólo para espantar las moscas y salir del paso.
A Orencio Pérez le horadaba el alma su minusvalía.
Era en verdad un inocente. Una tarde, cuando tenía nueve años y fue a melones con
los de su cuadrilla, le dio ganas de mear al que más galleaba de la
banda, y todo el séquito hubo de hacer lo mismo. Cada cual, como el que
desenfunda una pistola, hubo de sacar lo suyo para medir y compararlo con el de
al lado. Está visto que era costumbre en España antes de la invasión del conde
Lequio con sus supuestos atributos descomunales, que han dejado lelo al
Mariñas.
El pobre Orencio, carente de protésis, sólo
sabía que aquello servía para evacuar la vejiga. A él apenas si le había nacido
un colgajo. Era un trozo de piel indiferente y casi neutra, ni vulva ni pene,
ni galgo ni perdiguero, algo epiceno, ni vida, ni muerte, por una de esas
crueldades casuales de Madre naturaleza, que a la que le toca le toca.
Miraría al cielo el infeliz en sus horas de angustia, suplicando
favor, y éste le seguiría negado en medio de la más espantosa
indiferencia. Al profeta Moisés recién parido lo echaron al río Nilo en un
canastillo, el buey Apis mugiría con regocijo avisando a la faraona de un
negocio urgente y cuando bajara a bañarse encontraría allí al expósito
más famoso en los anales, un mimado de los astros. Orencio Ortiz no tuvo esa
misma ventura. En lugar del Cairo, lo llevaron a nacer en un pueblo de la
serranía conquense donde el personal es bastante despiadado con los lisiados de
mal de Pott, con los perros vagabundos y mucho más con quienes vinieron al
mundo sin un certificado acreditativo de virilidad. Si Dios no existiera,
habría que inventarlo, porque, de otra forma no cabe explicación a tanta
desproporción y desequilibrio. Si son garantías los avisos del Galileo de que
el reino futuro pertenece a los crucificados, y de que los que sufren serán
consolados, tiene que haber otra vida mejor que contrapese el dolor y la
ignominia del presente.
Entre tanto se acerque esa hora tan esperada de los
que confían en el Maestro de Justicia, hay que constreñirse a los datos
circunscritos al triunfo del mal y de la muerte, a la carcajada o a los
cantazos que se estrellan contra los poco avisados, los que van con la verdad
del Evangelio por delante. Sufren sobre sus espaldas los revolcones, las risas
forzadas - esa mueca burlona de funcionarias listísimas, experimentadas
en cibernética avanzada, triunfadoras en todas las oposiciones a jefaturas de
negociado y que son un pozo de insatisfacción y de reconcomio, como sólo puede
serlo una española con carrera universitaria, pero descarriada en el amor, y
desquiciada en su trasto con los demás, pero de ese cupo no hemos hablado
aún- y los palos. Es verdad. El catolicismo ha sido un fracaso, una traición al
cristianismo. Hora es ya de quitarse la máscara.
A este pobre tarado Orencio Ortiz le mandó al
calvario un sanedrín aldeano. Los hospitales y los manicomios guardan en sus
archivos incontables secuencias de pasiones anónimas como la suya. Tuvo
que escuchar las morbosas carcajadas en su entorno, que lo marcaron para toda
la vida, un latigazo en pleno rostro para su ánima ultrajada e hiperestésica.
Quiso resarcirse de aquella humillación vengándose de la naturaleza. En esos
burgos podridos de la España profunda e irredenta las vidas ajenas son como
libros abiertos.
- El Orencio no tiene bálano. Es invertido.
El día de la patrona, por la Virgen de agosto
después de una tienta de bravos, había corrido mucho vino por los gañotes. Ya
se sabe que después de Baco, viene la lujuria de la orgía y acto seguido, la
sangre. Brillan las navajas. Se rasgan las faldas, se manchan algunas enaguas y
corre junto al rumor del arroyo el llanto de las vírgenes regando con sus lágrimas
un momento de debilidad o de coerción externa. El acto sexual en sí mismo es
desasosiego turbio y traumático.
Sucedió una desgracia. Una mujer casada, volviendo
de un lugar que llamaban la Cruz del Redondillo fue asaltada y forzada por
varios mozos y apareció su cadáver al pie de unas zarzas. El crimen causó
conmoción por la avilantez y alevosía de los ultrajantes, pero el paroxismo
llegó , cuando se dio a conocer le nombre del implicado en el ataque a la
romera . Orencio Pérez aquel mismo día se presentó en el cuartelillo de la
Guardia Civil.
- He sido yo.
Las cosas se salieron de madre. El personal dejó de
reir y hacer chistes. El Orencio no era corito, sino un tío mejor armado que un
carbinero.
Perdió la libertad el joven, pero su fama le fue restituida
a costa de un martirio a la sombra. El fiscal pidió para él garrote vil, pero
hubo ciertos alegatos que no pudieron ser demostrados ante el tribunal y ,en
definitiva, firmaron los jueces cadena perpetua. Excusése decir de
la clase de jurisperitos que entendieron del caso, de su falta de perspicacia,
de sus irrisorios criterios científicos sobre toda ponderación. No fueron
dignos ni de proceder a un examen urológico del acusado. Se decía que aquello
fue una ensabanada de los caciques que mandaban en el pueblo y que el que había
tomado la iniciativa en la violación y asesinato de la señora era un pez gordo.
Fue archivado el caso. Se echó tierra al asunto.
Él creía que iba a lavar su nombre y lo manchó
porque la cárcel corrompe. Es el lugar más parecido al infierno, y
el que sale no entra. La justicia es un ente de razón. No se da entre los
hombres. Lo absoluto corrompe.
A pocas horas de su ingreso, Orencio Pérez fue
objeto de abusos deshonestos por uno de los cinco cabos de varas de servicio en
aquella ocasión. La vergüenza y el espanto han de ser la antorcha que guíe al
lector acompañandolo en este descenso a los infiernos que lleva a cabo
Zamacois. Quiere convertir a su héroe en un caballero andante, un Billy
Bud, incorruptible a lo Hermann Melville, pero las rejas de la quinta
galería, por decirlo en el lenguaje de los que se jactan ahora de haber pasado
quince días en Carabanchel durante los años oscuros, como un sello de confianza
y aval de garantía que les abra las puertas de todo en los años claros. Aquí
siempre se está tratando de justificar el personal y de avalar ejecuciones de
hidalguía. Debe de ser porque el pasado inquisitorial pesa bastante sobre
nosotros ¿ Será porque ni la sangre ni la conciencia la tenemos bastante limpia?
Menoyo defendió a puñetazos la “virtud” del débil
Orencio Pérez, pero se estrelló contra los molinos de viento de la sinrazón.
Debe de ser que el mal fecunda todas las reglas de comportamiento humano. El
que va no vuelve. El que consintió ir a prisión por desmentir a los detractores
de su hidalguía acabó en puto. Aquí se dan la mano lo patético y los
sublime. Orencio bajó a un infierno fuliginoso no de azufre, ni de reptiles
emponzoñados, sino de bujarrones detestables, más que por una perversión de la
enigmática naturaleza sino por vicio. El bien es anabólico, porque
se diluye y transforma en energía a todo cuanto toca - debe der por osmosis del
amor-. El mal, catabólico. Cuanto toca lo transforma en podredumbre. Su
simbiosis acarrea la muerte. No se adhiere ni se integra con aquello que
convive. No se transfunde. Si el poder corrompe, la cárcel, el hacinamiento
confinado corrompen más todavía Después, forzosamente, ha de encenderse el
blandón de la fe. Hay que elevar los ojos a lo alto, impetrar el favor de los
cielos ante la pobre carne despojada. Tiene que haber un Cristo que redima y
recompense, por tanto, atropello y castigue en la otra vida tanta infamia.
Orencio Pérez se avillanó. Lo trataban como un perro. O peor.
- Baja, Cristo Bendito, a entender de nuestras
causas. Resarcenos de la felonía. Confunde a los hipócritas. Desenmascara a los
impostores que se callan.
- ¿Qué dice a todo esto la Iglesia?
- No dice nada. Silencio administrativo.
En San miguel de los Reyes oficiaba de capellán don Froilán,
un cura metido en carnes, que impostaba la voz en los sermones. Andaba
espetado. Y estaba dominado por esa altanería y soberbia de los que creen tener
la razón e instrumentan esa razón no como llama que alumbre sino a beneficio de
inventario. La sotana los convertía en personajes. Es una investidura para
tapar al pobre diablo que llevan dentro. Los meneos de su manteo, el vozarrón
autoritario del capellán de prisiones, más que un reclamo a los arcanos
carismáticos de la Redención, disuadían. No se puede predicar el
Evangelio desde el plural mayestático pero sin convencimiento, o sintiendose
como una oráculo y una fuerza viva. En ese atropello, en la invasión de un
espacio que no le compite, como es el territorio de lo divino, cohonestando lo
que es temporal por lo que pertenece al ámbito de la soberbia, la ambición, el
despotismo, radica uno de los pecados de la jerarquía a través de todos los
tiempos. Se arroga competencias de la divinidad.
- No puede haber vicedioses, ni vicecristo. Hacerse
pasar por el plenipotenciario de sus intereses, amén de fatua presunción y de
una arrogancia imperdonable, entraña una blasfemia satánica - pensaba para su
coleto Dimas Arije.
Y, como lo pensaba en alta voz, así lo proclamaba.
- Con estas cosas hay que tener mucho cuidado. Por
expresar sus convicciones ingenuas muchos han acabado en el poste. Estas
cuestiones conducen al saladero. Te pudrirás en un calabozo de la Inquisición,
Arije.
- Esas son cárceles del alma. ¿ No?
- Cualquier día te fusilan.
- Pues que lo hagan. Tengo la conciencia tranquila.
No puede ser de Dios un establecimiento que ha velado por la pureza de la fe- o
de sus intereses - a través de una institución tan demoníaca como el Santo
Oficio.
- Mira que te llamarán hereje.
- Pues bendito sea Dios.
Padecemos empacho de una vida perenne de “statu
quo”. El español en su terruño no se siente a gusto si no le dan una barrera
para ver los toros. Todo vale con tal que no le tiren al ruedo, porque así
puede resarcir su, tan traída y tan llevada, cólera de español en cuclillas,
que todo lo entiende, todo lo juzga, mientras a él no lo comprometan demasiado.
Luego, como es algo masoquista, le gusta ser arreado, con tal que este
servilismo nada ataña ni merme a sus devengos. Aquí la Santa Nómina es la única
patrona digna de crédito. No pertenece a las oscuras nebulosas de la leyenda
áurea. No es un santo mitológico que se hayan inventados los hagiógrafos,
digáse lo que se diga y se mire por donde se mire. Poco importa que la
denominen Nuestra Señora de las Inmensas Caricias, San Sobre o Santa Congrua,
que va alhajada con una manto de billetes verdes, codiciado peplo de su carroza
que sacamos en precesión todos los días treinta o treinta y uno, veintinueve,
si es bisiesto, de los años del Señor. La gente llena el depósito de gasolina
hasta los topes, acude a rastrillos y mercadillos, se va de putas o de mancebos
(ahora lo hacen las cuarentonas y cincuentonas de buen ver, hartas de cariños
impotentes y de hijos y de hijas de plantón, que ya no se van de casa, porque no
hay trabajo. España va bien. Contento me tienes, pero el capitalismo y la ola
de materialismo que nos invade, representa un salto regresivo en la conquista
de las metas sociales, de los derechos adquiridos), aunque, por si acaso le
pone perejil a San Pancracio o velas a Santa Rita.
Dáme pan y llámame perro. Esta tendencia
innata explica el caudillismo. He aquí un pueblo de capillas y de toreros, que
inventa héroes y luego los destroza, o los olvida, llaménse éstos
Francisco o Felipe. La eterna disputa entre aragoneses y andaluces no para
nunca. Somos individualistas furibundos, incondicionales del cantón,
pintorescos malabaristas de la política de campanario, que por perjudicar al
vecino o al hermano, nos avenimos con el turco, como buenos descendientes de
Ulfilas y de don Opas. Se somete con facilidad al caudillo, o al marqués, pero
este acatamiento o vasallaje no es nada desinteresado ¿ Qué serían los
pueblos sin sus fuerzas vivas: el cura, el boticario, la maestra, el médico?
Esta idea evidencia un reflejo condicionado de la inferioridad que se acata y
se somete, o se siente deslumbrado por sus caciques, por su señorito, por el
señor marqués, aunque por detrás lo envidie y lo critique, y, llegado el caso,
en un cambio de tornas, lo asesinaría. Pero de momento, al muy ladino le
encanta adularlo.
El español, amen de tornadizo, y superficial
en sus convicciones políticas o religiosas, es algo lamerón. Tiene un
esquema mental retorcido que dimana de su cristianismo mal asimilado a través
del papismo que degenera en papanatismo. Sin esta predisposición a la banalidad
de un pueblo que le gusta tener su torero o su cupletista particular no se
explica el éxito de la prensa rosa donde se desfoga ese temple criticón, o se
da pábulo a la envidia y murmuración, a la cólera del “ español sentado
“. Las revistas color revelan un ansia subliminal insaciable de héroes de quita
y pon. Antes eran el cura, el maestro y el boticario. Ahora son el conde Lequio
o la Campos. Aquí se envidia al que está en la pomada, pero se le necesita, aun
para mitigar las propias carencias y la sed de ser un “ hijo de algo”. El
masoquismo nacional tiene que echar mano del que triunfa, aunque ese triunfo
resulte un imponderable, quier de la sinrazón, quier de la casualidad. Tenemos
el alma colectiva un poco enferma. Todos los días hay que cebar al monstruo - o
masturbarlo - con la avidez de protagonismo, cada día de peor tono y de gustos
más plebeyos. Se nos hace la boca agua hablando de Londres y de la familia real
inglesa. Cuando el huracán “ Mich” azota Centro América, nos volcamos en
generosa prodigalidad. Pero no nos hablamos con el vecino de enfrente. Somos
solidarios, quijotes. Ahí queda eso, pero nuestra alma colectiva va de tumbo en
tumbo. Antes, eramos en la elección de nuestros héroes más selectivos y
aristócratas. Actualmente la chabacanería se ha vuelto la niña bonita.
Y por eso a veces los curas dan la sensación de ser
los hierofantes de un credo que se ha perdido, o de una religión sin
alma. La dureza de corazón del P.Froilán encontraba una exégesis no ya
tanto en la glotona aplestia o en la convexidad de su abdomen, como en su
castidad fingida. No era más que un funcionario. Otro cabo de vara.
VI
La venganza es la musa de los forzados; ella les
lleva a esas universidades del rencor que son los presidios, pero no todo está
perdido. El mal no dura eternamente. Se suceden los patios encalmados por
el patio. Las conversaciones, de celda a celda, utilizando el lenguaje
telefónico de los golpes en la pared o las fórmulas heliográficas desde las
ventanas. Los presos se distribuyen por paisanajes y aquerencias. El
regionalismo y las diversidades de zona en las variopintas Españas pronto sale
a relucir por obra y gracia de los enfrentamientos de campanario. Allí está, a
través de sus hijos encarcelados, la Andalucía ocurrente y decidora, dueña de
la hipérbole y de la desbordada imaginación midiendo sus fuerzas con la
Castilla grave, unilateral y austera. O las vascongadas adustas y enigmáticas,
en su orgullo secular, en apasionado coloquio sobre las grandezas de su terruño
con los valencianos cachazudos y burlones o el murciano calado de imaginación,
o el gallego, siempre autónomo o condescendiente, o el catalán emprendedor. La
escena en que Araújo, un gitano sevillano, hace como que chalanea para vender
un asno a un imaginario comprador es página maestra.
Todos los presos tienen la obligación de abrir una
caleta en el muro y escaparse. La figura del “ caballista” que cobra el barato
de la cárcel, ejerce el poder subterráneo o se convierte en jaque, es
indefectible. Pero esa aspiración raramente se consuma y la carne se vuelve
ascética, amancebada voluptuosamente con el dolor y con el escarnio, asfixiada
por un ambiente frío, delator y hostil. Aprieta el hacinamiento, la sicalipsis
del deseo, o el anhelo de zafarse de la vigilante opresión. Todos andan
tramando una argucia, un socaliño, para salir adelante. La celda deja muchas
horas para pensar. Dentro del “ casto” o cesto - así se llama a los calabozos
de amarrados en blanca- hay mucho tiempo por delante.- pare pensar en la
“pestañí” o “ gumia” en el “ peñascaró”, el aguardiente que es el único bálsamo
del angustiado, en la madre que se dejó en el pueblo, o en la novia que
quedaron atrás. Desgraciadamente, para siempre. Vae victis. Las mujeres no
tienen bandera. El juego terrible del amor no admite sino vencedores. Los muros
del presidio lacran de olvido. Enseguida les ponen cuernos. Águeda, el amor
eterno y puro del aceñero, terminará sus días en un prostíbulo. La infidelidad
y el desarraigo de cualquier afecto hermoso son otro eslabón a la cadena, un
candado de propina que aísla al condenado de la otra parte del mundo. Pero sin
esa defección no hubiese habido cante jondo, ni guitarras, ni bureo. El
flamenco más puro, todo ese folklore, que fue fuente de divisas y contraseñas
de identificación turística o cultural de todo un pueblo, tiene como alma mater
ese peñasco misterioso, que en un cerro de Ceuta mira para Algeciras y la Bahía
de Cádiz. Toda la poesía y el arte nacional encuentran un surtidor incomparable
en las cadenas. Es nuestra fibra más colorista. Somos hijos de la chusma.
Parece que nuestro destino, aherrojados la mayor parte de las veces por nosotros
mismos, descansa sobre el punto de apoyo del baño o del saladero, que es como
nombraban los antiguos a la cárcel. En ella se escribió el Quijote Y en un
calabozo de san Marcos de León, donde amarraron en blanca a Quevedo, fueron
compuestos los mejores sonetos. Toda nuestra historia es un intenso ir y venir
de cosarios, galeotes, cómitres, rondas y cuerdas de presos. Por la religión.
Por la política. Por el amor o simplemente por un régimen de cantón.
Nada en el mundo mejor que una carcelera, esa copla que
ahoga el aire con su pena encerrada al son de las palmas, como un martinete
detrás de los barrotes, como un manantial virgen que suelta el agua bravía de
la quejumbre, para penetrar en esa ingratitud que siente el convicto sobre sus
huesos lejos de la hembra, que lo traicionó. Losas de olvido pusiste tú en el
altar de mis sueños.
Carcelero, carcelero(bis)
Abre puertas y rastrillos
Que no quiero ahogarla(bis)
Con la trenza de su pelo.
Ay, ay, ay.
Y esta otra dirigida a la Madre de Dios, y que
demuestra cómo de alguna manera el patrocinio de Ésta va más allá de lo que
pueda abarcar la humana razón, porque el cariño y predilección de la augusta
señora se centra sobre los que sufren.
Señora de las miserias,
Madre de los presidiarios,
yo te buscaba por el patio.
Era
una tarde de mayo
Cantando.
Y
te encuentro en la noche oscura.
Eres el lucero que alumbra
tras las rejas de mi ventana
Mare de la hermosura,
Consuelo del desterrado.
Por fuerte que sea el amor, más fuertes sentimientos
son el baldón y el infortunio. La vida se desliza ajena e impertérrita ante
nuestras convicciones y sentimientos. El hombre nació para ser derrotado por el
desamor, por la muerte. El recluso se siente como esos bagazos o borras que
vierte el agua sucia por la atarjea ¿ Tiene que haber un lugar por donde
escalar los postigos y encontrar los ambages o la aleya que libere el cuerpo
encadenado? El alma es libre. Nadie podrá aherrojar a la imaginación. Deberá de
existir un procedimiento de resarcirse de tanta afrenta. Salir de aquello.
Existe un mínimo de solidaridad en el
presidio, que facilite un poco de asueto. La vida del penal también conoce las
pausas y las treguas, pasadas las tormentas, cuando el ambiente enrarecido hace
estallar el motín o las peleas entre los internos. Entonces, éstos aparcan sus
rencillas y se ponen a jugar a la brisca tranquilamente. Como los naipes
están prohibidos, ponen en un lugar determinado de la crujía a una canario
previamente amaestrado. Su canto les avisa a los tahures de la proximidad de
moros en la costa. Si es de una manera el trino embelesado, hay vía libre. Si
es de otra, agua. ¡A recoger que viene el guardia! La habilidad humana es
inagotable a la hora de su inventiva. Los pájaros brujos son los animales de
compañía de los internos, pero también hubo quienes consiguieron amaestrar a un
gato, al que previamente habían desgarrado y descolmillado como instrumento de
placer sexual. Enseñaban al desdentado felino, con mucha paciencia y esmero,
las técnicas de masturbación bucal mediante succión. Los gatos tienen el gañote
profundo y la lengua, libidinosa, la utilizan en su aseo personal, pero el
micho debía de ser iniciado desde muy pequeño. Había un preso que conocía
las costumbres de la raza. Permanecía atento cuando a las hembras les veía la
época de celo, que suele ser muy intenso a lo largo de los cuatro primeros
meses del año, y, cuando una paría, violando la camada, se apoderaba de sus
hijos, les rebanaba los columelares de recién nacidos. Incontinenti, poníalos
en venta. Dos perras gordas por cada gazapillo. Era una mercancía muy
solicitada en los patios. He ahí la razón o una de las razones por las cuales
se codicia a estos mamíferos como animales domésticos en algunos estamentos de
la raza humana, particularmente entre las solteronas incorregibles y las
funcionarias expertas en ordenadores y que se proclaman amigas de Safo y del
amor lésbico. Ya sabemos ahora porque al maestro Umbral le priva con locura
micifuz. El domador, si las camadas eran buenas, por el mes de enero, cuyas
lunas, tan fuertes y con unos rayos lumínicos que suelen ser como imán de
apareamiento - es un tiempo en que se preparan esos conciertos de maullidos por
tejados y corralizas y se escucha por doquier la berra de la lujuria - podía
sacarse un buen sobresueldo.
Parece que se escucha el estruendo fisiológico de
los zambullos. El golpeo de los inodoros y letrinas. Los presos que van camino
de la enfermería con los brazos péndulos, o camino de la célula de castigo
donde les aguarda un tiempo de confinamiento en incomunicado que empavorece
incluso al más fuerte psicológicamente. Al otro lado de los rastrillos
encalabrina el fulgor especial de la plata. A través de la mirilla de os
atisbaderos se escucha el rumor de la calle. El presidio es como un reloj roto,
pero Cronos, por una gracia especial a sus prometeos encadenados, consigue que
cada uno de ellos lleve la cuenta exacta del día, la hora y hasta el segundo y
todos los años que faltan para la redención. Esta esperanza de salir algún día
les infunde fuerzas para arrastrar cadenas. La noción del tiempo que queda para
cumplir.
Los celos y la defensa del honor también están en la
lista de uno de los motivos más frecuentes de encadenamiento. ¡Pobre humanidad,
que basa el epicentro del honor y de la fama en sus partes menos nobles, los
genitales de un hombre y una mujer! ¿Fue siempre así? ¿ Cuando nos
libraremos del todo de ese demonio verde, que tortura en silencio, consume y
destruye, esa obsesión por la virginidad y la pureza que en sí no son bíblicos,
sino una excrecencia dormida en el alma humana, que instiga a matar? Cristo
mandó perdonar a la mujer pública y a la adúltera a punto de ser dilapidada,
pero nadie le ha hecho caso. Un momento de debilidad es saldado con la
muerte.
VII
La triste historia de Iñigo Bustamante se suelda con
las arriba mencionadas.
- Vigile Vd. A su mujer porque este chico no es
suyo.
- Eso es imposible, doctor.
Iñigo Bustamante era un carpintero que vivía en
Santander con su esposa y sus nueve hijos. Se sentía un hombre feliz. Al nacer
el décimo, ciego de nacimiento, lo llevó a un médico. El diagnóstico dio
sífilis. Iñigo se preguntó cómo podía ser aquello, si él jamás había padecido
tal enfermedad ni había andado con nadie, pero el dictamen facultativo no
dejaba lugar a dudas. La enfermedad había sido transmitida por el amante de su
mujer. Los vigiló durante algún tiempo y un día, habiéndolos sorprendido en
plena coyunda, los dejó en el sitio. Iñigo, primero desde Santoña, más tarde,
desde san Miguel, para lavar su culpa, lo que ganaba trabajando de
carpintero en los talleres del penal, se lo enviaba al ciego de nacimiento,
fruto de aquella relación adulterina, que a él le costó la
libertad. Aunque no fuese suyo, llevaba sus apellidos.
Era al que más amaba.
La jerga de los presos es un vocabulario
aparte. Es una germanía con terminología propia. Se escuchan a lo largo
del relato voces características como la de los condenados a muerte o las
alusiones a la llegada del verdugo. Cuando veían mucho ir y venir al páter por
las galerías o correr por el patio, malo. Mucha estola y mucho crucifijo
avisaban de olor a muerto (muló). Alguna ejecución se tramaba. Se
escuchaban incluso los martillazos con que el ebanista enclavaba el próximo
ataúd.
- Si deseo la libertad es para perderla- declaraba
sin más contemplaciones uno que había matado a su mujer por culpa de su cuñada.
Era un manchego que se entretiene en contar aquello
que más le obsesiona. Su vida parece haberse detenido en aquel día exacto en
que estando mi “ Társila de meses mayores, la felicidad huyó de nosotros”... “
Mi cuñada la mal metía y aconsejaba en contra mía y ella se dejó convencer
“. Brilló una navaja y una pobre mujer cayó de espaldas sobre el fregadero
de la cocina, una escena harto común. Pasa tantas veces. Machaconamente el
triste acontecimiento se repite en las páginas de sucesos y los espacios
dedicados a la crónica negra, cada vez en aumento, de las cadenas televisivas.
En las cárceles se vive primero para la venganza. O
para la huida. La soledad hace que ambos deseos no encuentren compuerta ni sean
rebasados jamás por una orilla. La estrechez del aprisco despierta la potencia
imaginativa y las capacidades de inventiva. Después de alguna ejecución o una
revuelta, la charca carcelaria agita un poco sus ondas. Después las aguas
regresan a su cauce. El tiempo cura las heridas. Se lleva los recuerdos, aunque
casi nunca los remordimientos que se agrandan hasta alcanzar formas desproporcionadas
y gigantescas. El remordimiento, otro personaje al cual no
hay que perder de vista. El dolor de corazón y la atrición diz que son el molde
en el cual se compactan los buenos cristianos. No así al tener una perpetua por
delante. Esa agua lustral del alma se volvía hiel y vinagre en el
escocido recuerdo del alpargatero Inocencio Tornés. Había violado a su hija de
trece años. La vio una vez desnuda sobre la cama y el espectáculo agitó el
incestuoso deseo ¿ De cuántos desvaríos y sufrimientos no será madre la temible
lujuria?
-¡ Si no la hubiese visto!¡ Si no la hubiese visto!
- repetía sin cesar.
El bochornoso recuerdo le agitaba día y noche.
Acabaría sacándose los ojos. Lo hizo para no verla jamás, ni sentir la comezón
del apetito vitando. Se vació las cuencas, igual que Cayo Mincio Scevola. Lo
hizo para no verla más, pero continuaba viendo a la pequeña con los ojos de la
imaginación que también arrastra cadenas. No expió la totalidad de su condena.
Se ahorcó con una manta hecha jirones que amarró al barrote del ventano - esa
pupila alternativa que retrata una porción de cielo y por donde se escucha el
rumor de la tierra girando alrededor de su eje en circunvoluciones fijas, que
llega con el canto de la avecilla que canta al albor, como en el “Romance del
Prisionero”-.¿ Seguiría siendo perseguido al otro lado del río de la eternidad
por el espectro de aquella menor, la niña violada, su propia hija?
De ese pormenor no entienden los novelistas, pero
cabe suponer que sí. Existe una desproporción entre el delito y el castigo ¿
Cómo es que de un acto finito e insignificante como puede ser el cometido por
un hombre rastrero, pecador y mortal, se haya de seguir un fallo judicial
emitido por el divino tribunal que obliga a expiar condena infinita? Ese
desvarío, un devaneo de un cuarto de hora, concita las fuerzas cósmicas y ha
traído siempre de cabeza a los teólogos. Hay una asimetría poco lógica entre el
sujeto y el predicado de la oración. Entre la ofensa inferida y el recudimiento
expiado. Sólo queda la confianza en un Dios justo, misericordioso, y con otra
forma de actuar diferente a la de los hombres. Que perdona y perdonará
eternamente a los borrachos y a los asesinos.
VIII
Menoyo escribía cartas a Águeda ungidas de
resignación y de afecto. Su ex novia era la única que se preocupaba algo de él.
Sus hermanos se desentendieron. No quisieron saber. Esta relación epistolar fue
espaciándose con el correr de los años. Luego cesó por completo. Los internos
acaban muriendo, como los místicos, a los ojos del mundo. Se opera con su
existencia una “ execración de la memoria”. Su nombre es borrado, por decirlo
así, del libro de la vida. Los parientes del molinero lo habían dado por
muerto.
El presidio es un lugar donde las horas se coagulan.
El hilo del tiempo, que muestran los cuadrantes del reloj de sol, se tuercen,
se niegan a avanzar en línea recta y todo queda apesgado en ese
embotamiento celular que todo lo aplana. Es otra dimensión. Cronos
trabaja de otra manera.
Sin embargo, los años enseñan a saber esperar
y uno vuelve la cara a los hombres para contemplar el rostro del Señor. Martín
Menoyo pronto se encontró practicando una vida de piedad y de ascetismo.
Habituado al desdén de la carne, entró en la morada interior, experimentó las
alquitaradas sensaciones del yo místico que ponen al que las tiene en contacto
con lo inefable. La Omnipotencia Suplicante, la Madre del Aviso, cuya honra
inmaculada él defendió hasta el delirio, y hasta la torpeza de derramar sangre
por su causa, la Deípara benedicta, recompensó al pobre reo con las glorias a
la que va sujeta toda experiencia mística. Su corazón y su alma se elevaban a
ras del suelo. De repente se encontró con que hubo vencido toda concupiscencia.
Quería emular ya los santos, ya los mártires. Entró en ese túnel maravilloso
donde queda aparcado todo apetito y se escucha sólo una voz que incita a la
subida al monte santo.
- Davai. Davai. Citius, fortius, altius.
Es Dios, es Dios, el que pronuncia este aviso y pone
las almas de los hombres en incandescencia. Su espíritu rutila como la
concha de una aerolito. Estaba llegando, al cabo de trepar por la senda purgativa
e iluminativa. La criatura en completo abandono se echa en el regazo de su
criador. Es la cumbre, la última morada, la verja que abre el cancel del mundo
futuro, el clavo del abanico, la piedra de toque y la razón de la existencia
cristiana, el punto de mira al que apuntan los gritos de los cabos de vara
terrenales: “ davai, davai”, mientras chasca la tralla de la incomprensión y
las tribulaciones sobre los lomos del afligido. En verdad, los justos poseerán
la tierra. La vida pertenecerá, por herencia natural, a los crucificados. Es un
sentimiento que pone al que lo experimenta a las puertas de lo inefable. Cristo
Jesús estaba al otro lado de los rastrillos. Hace sentir más vivamente su
presencia en las celdas de los condenados a muerte, porque así lo prometió en
el Sermón de las Bienaventuranzas. Ejerce su presencia viva, invencible.
Son los suyos. Fuera de los muros de la cárcel quedan los fariseos, el mundo
con sus afanes, con sus prejuicios, sus convencionalismos levíticos, las
mitras, las tiaras, los códices y pandectas a las que se atienen los
tribunales. ¡Es muy corta esa vara y muy ruin para medir tantísimo! Ya se
sabe: summa lex, summa injuria. Ontológicamente
es un estado de cosas en las que manda la ley del más poderoso, del señor del
mundo, del príncipe de las tinieblas, al que denominaban los padres
griegos Cosmócrator (amo del mundo; el demonio, que sienta
jurisprudencia de tejas abajo). Sin embargo, en lugares de dolor como puedan
ser cárceles, hospitales, manicomios, Dios vuelve a asumir su papel de
protección y se transforma en Pantocrátor (el que
manda en todos los mundos visibles e invisibles, lo descubierto y lo por
descubrir). Es Cristo, es Dios que clama: “ Estuve preso y me vinisteis a ver y
consolar “. Y con este clamor desata los vínculos del pecado, derrota a la
muerte a los prejuicios de clase o de casta, a los criterios mundanales. Es una
victoria, tras largo combate, del Pantocrátor sobre el Cosmócrator. Ante
su poderío la infernal hueste humilla la cerviz. El diablo es puesto en fuga.
Muy pocos los comprenderán y lo aceptarán. Pero es
así. El Maestro de Justicia, al nacer en Belén, vino a proclamar la gran
“ yihad” contra la injusticia. Se rebeló contra lo
establecido. Metió en cintura a los fariseos con su hipocresía y su montanismo
(sólo se salvan los puros y unos cuantos elegidos) y sus patentes exclusivistas
de la interpretación de la palabra. Dejó en ridículo a los pontífices con su
sabiduría, sus taras y sus tiaras. Esta rebelión le hace estar siempre vivo al
lado de los que sufren, aquellos a los que los criterios humanos consideran
perdedores, hasta la terminación de los siglos. Su actitud exalta a la humanidad
doliente y encenagada por el pecado, proclamando su compromiso libre, pero
lleno de amor, con el que sufre. Sobre este misterio la clave del arco del
inmenso y sublime cristianismo. Algo en sí contradictorio y absurdo. Para
muchos, piedra de escándalo. Ya San Bernardo de Claraval, dominado por el
espíritu profético hace una amonestación ejemplar al Papa Eugenio III, a la
sazón imperante, en su libro De la consideración, y con suma
libertad de espíritu le dice que por su innata constitución es igual a la de
todos los hombres: “ Papa sois, mas, polvo vilísimo”. Este
réspice, tan cristiano y tan lleno de amor a la Iglesia, porque el Doctor
Melifluo fue el primero en darse cuenta de los peligros que puede acarrear a
éste el prurito de macrocefalia, el culto a la personalidad que se suele dar en
las dictaduras, porque el medio no ha de guardar prelación con el fin, sino
estar sujeto a él en perfecta simetría subsiguiente, podría venir a cuento en
la hora en que las cristiandades aguantan el peso de un Papa muy político en su
silla gestatoria. La macrocefalia vaticana puede anular el verdadero rostro del
Cristo vivo. Su vicario no tiene derecho a convertirse en lacayo de los
intereses en el mundo de los Estados Unidos y en definitiva del clan sionista.
Pero es un tema que no nos incumbe. Wojtyla tendrá que rendir cuentas a
Dios cuando exhale su último suspiro. Con ser el ayudante de campo de
Cristo en la tierra, un adjetivo de contenidos ambiguos, en boca del Salvador
cuando legó a Pedro como albacea de su Iglesia, pero que se ha utilizado como
pretexto para el fanatismo y el anatema, y dio pie a exclusividades que rompían
el principal mandamiento del amor, debe de quedar muy claro que no
es Cristo, sino un hombre como los demás, polvo vilísimo, aunque sus asesores
de imagen pretendan presentarnoslo casi como inmortal, una especie de deidad
cibernética. Como el heraldo del tercer milenio ¿Vivirá para el año
Dos Mil?
IX
Atemperada su alma por el sufrimiento, este hombre
íntegro, loco de la Madre de Dios, como empezaron a llamarle
en san Miguel, deviene insensible a la triste realidad por la que deambula. Un
escalofrío divino lo transforma de arriba abajo, y no es oscuridad el terreno
que pisan sus pies encadenados sino la luz de la visitación. Se opera,
entonces, una catarsis que le permite a Martín respirar el aura de la santa
indiferencia. Tener que no tener, vivir que morir, penar que gozar ya lo mismo
da. Alcanza la adiaforia del contemplativo, un estado de
gracia que permite a un tiempo la abulia y el entusiasmo y permanecer ajeno a
los cuidados terrenales y sumirse en el profundo torrente de lo divino. Es como
una borrachera espiritual en la que el organismo deja de tener hambre o sed en
su carne anestesiada.
Formalmente, es un interno como los demás, que sale
a la huerta a respirar el aire, de conformidad con el reglamento doméstico,
sujeto a un horario (por aquellos días, el régimen de prisiones se acercaba
bastante a la disciplina castrense y los actos eran regulados por un cornetín
de órdenes), que manduca el pre en el antiguo refectorio de los cistercienses
habilitado casi sin reformas para comedor general y vela sus sueños en el catre
de la crujía corrida. Vierte sus excrementos en la letrina o en los zambullos.
Ríe las bromas de Araujo. Escribe cartas a la novia lejana, una correspondencia
llena de gallardía y buenos sentimientos, pero que se espacia con el correr de los
meses y de los años. Águeda - luego lo sabría - entraría a servir en casa de un
rico, que la dejó encinta. Seducida y abandonada la futura del presidiario
acabó en el arroyo, pero este dato, que le infunde alientos para llevar
adelante la codena, no lo descubre hasta el final del libro. Es lo primero que
hace de que sale absuelto: prosternarse ante el altar de la Virgen de su pueblo
y buscar a su novia.
Cordial con todo el mundo, pero sabiendo mantener
las distancias, este feroz ibero - su rostro tenía esa dureza que dan a las
facciones las ideas fijas y la unilateralidad de pensamiento - participa en la
calicata de los trabajos de evasión, pero desde un primer momento
manifiesta a los interesados que él, aun colaborando en la fuga, no participará
en la misma y empieza a cavar el terreno con un almocafre, que había sido
pirateado al jardinero por uno de los presos. Pero no suele participar en las
juergas. Se mantiene mudo y distante, a sabiendas de que la familiaridad
excesiva suele ser la puerta por la cual gatean las discordias y
enfrentamientos personales. Tampoco delata ni difama. En boca cerrada no entran
moscas.
Llegada la ocasión se erige en defensor del débil
ante las intemperancias del prepotente. Lo mismo que hizo Jesús. Una noche,
cuando un grupo de desalmados se divertía a costa de una de las “mariconas” del
penal, lo tenían acorralado en semicírculo, frustró el linchamiento de Casiano
Ortiz al que rescató de las fauces de Capricho, la perra loba
que habían azuzado una cuadrilla de presos.
- Venga con él, Capricho.
El aceñero se lanzó sobre la jauría. Consigue
dominar a la perra y mantener a raya a patadas y puñetazos a los que habían
preparado aquella juerga cruel. Por dicha pelea es amarrado en blanca y
confinado tres meses en la mazmorra de castigo, pero queda señor del
campo. El que decían meapilas y beato, porque se le había aparecido la
Virgen sabe demostrar su hombría y consigue hacer llegar su mensaje
haciendo profesión de fe en el único lenguaje que entiende la gallofa: la
fuerza de los puños y los alardes de la astucia. Nadie volvió a ponerle la mano
encima al desgraciado grimoso. El aceñero no acostumbraba a meterse en las
frecuentes peleas, pero, si entraba al envite, siempre ganaba. Fue así
como fue barriendo uno a uno a los distintos jaques o cabecillas de las
diferentes bandas mafiosas.
Durante su larga estancia en la celda de castigo
consigue entablar un diálogo por señas con su vecino, Sabas Platero. Hablan de
lo divino y lo humano y hasta llegan a entenderse por medio de aldabonazos en
el hostigo o simples golpes por el barrote de la ventana. Sabas era un fuguista incorregible.
Había intentado la evasión treinta y tres veces, todas fallidas, porque tomar
la puerta de los carros en un penal español y mucho más en aquellos tiempos de
primeros de siglo, era cosa ardua. El alcaide nuevo, un funcionario de
prisiones que llegó con ganas de introducir algunas reformas humanitarias (puso
campos de fútbol, gimnasio, enfermería y talleres), con su aire tan despistado
sabía más de lo que daba a entender.
Este tranco del relato nos muestra a un Zamacois
maestro en el arte de narrar; el autor consigue con infrecuente pericia
meter a su personaje dentro del lector, revelando el temple místico del
Aceñero. También los asesinos pueden llegar a santos. Flota en la atmósfera la
grandeza y el pathos de Dimas, el buen ladrón. Hoy estarás conmigo en el
Paraíso. El estilo, siempre magnifico y sin decaer, se mantiene en la cumbre
literaria. La reclusión viene a ser como una huida del mundo y el encuentro
consigo mismo en la Tebaida penitencial. La Biblia dice que el hombre es un
beduino, un peregrino que va de paso, cruzando las arenas de un dilatado
desierto. Los oasis representan un alto en la extensa travesía y permiten
una mirada a lo alto. Dios ha solido hablar al hombre en los solitarios yermos
o desde las escarpaduras de los picos inaccesibles. También por los corredores
fríos del penal se escucha su voz. A veces es un susurro. Otras, como un
rugido. Un recluso tiene la suerte de encontrar abiertas las antenas casi
siempre. La reflexión y la calma de sus horas muertas lo tornan receptivo a
ciertas comunicaciones insólitas de la gracia. Eso que el Talmud denomina
“emunáa”. Lejos del tráfago mundano donde la gritería y la disipación
entregan el alma a cosas inanes, y a solas consigo el emparedado se
encuentra a sí mismo.. La corrección puede resultar una universidad donde se
enseñan las malas artes del odio, pero también muchos encuentran el camino de
la justificación. Oran. Martín se volvió un cartujo sin votos. Llevó el
alba de los profesos de dicha orden sobre los hombros. Nunca perdió la
inocencia. Puede decirse que el fango de la cárcel ni lo salpicó.
“ El penal dormía lleno de carne triste.
Su aletargamiento era un aletargamiento de osario, anegado de tinieblas. Todo
allí se pudría despacio. Arriba, las estrellas eran como pupilas abiertas sobre
el silencio funerario de los patios, donde la vida seguía latiendo
irreductible, los ojos vueltos a la libertad “.
Transcurrían los días, lentos, anodinos. Una ola que
va y otra que desaparece, pero todas son idénticas. Bañan las playas del
océano de la cadena perpetua. En las penitenciarías no hay reloj. El reloj lo
llevan los propios forzados en sus cerebros. Este reloj parece haber sido
fabricado de una mecánica inexorable. Sus manecillas acarician siempre la hora
exacta, pero, transgredidos sus muros, la horología es otra. Los cuadrantes de
este reloj del penal se precipitan sobre el umbral de un silencio sin confines,
análogo con el concepto de la eternidad.
De tarde en tarde, llegaba hasta alguna de las
galerías el bataneo lejano y pertinaz de los excavadores del butrón que
brindaría pasaje a la vida libre. La obra se preparaba durante las horas que
transcurren antes de los recuentos, previo el toque de oración, justo bajo un
tapial recostado sobre los adarves del muro de circunvalación, y cabe el gran
ciprés. Su espesura brindaba alguna custodia contra el ojo implacable de los
centinelas, pero al pie de la bocamina camuflada había siempre dos “ fuguistas”
a la mira oteando el panorama como leones. Aparecido algún peligro en
lontananza, sonaban los timbres de alerta:
- Agua. Agua. Que viene Saborido.
Saborido era uno de los cabos de vara. Andaba
siempre como medio despistado por todas las dependencias, repasaba una y otra
vez las plantas, se presentaba en las crujías de improviso, con su roten de
palo santo. Hacía como que no se enteraba pero se percataba de todo. Como había
sido sargento de Milicias durante la segunda república, estaba acostumbrado a
lidiar con la tropa. Era un tipo cari hondo, de andares rápidos y algo
espetado, una señal psicológica de sentirse a gusto dentro del uniforme. No
como otros que caminaban estevados, los brazos péndulos, y hundida la barbilla,
fijos los ojos en el suelo, señas evidentes de inadaptación al medio o de falta
de entereza. Con los andares y y modo de moverse se puede catalogar un
comportamiento.
La tierra removida era arrojada a las conducciones
de la atarjea o sumida por el lavabo. No había que dejar “ cuerpo del delito “
ni atraer las sospechas de los centinelas. El túnel lo habían perforado a la
sombra del gran ciprés, justo detrás de los gallineros. Durante los paseos,
cada cooperante debía de meterse un puñado por entre la camisa. El uniforme de
los internos suele venir sin botones y sin bolsillos. Día a día, paseo va y
paseo viene - la gatera tardó en estar lista más de un lustro de trabajos mineros
ininterrumpidos - se consiguió dar cima a la obra. Es así como laboran las
hormigas para quienes no cuenta el tiempo. Sólo el número es lo que priva. De
forma análoga fueron erigidas las pirámides egipcias y las catedrales
medievales.
Era horadado el suelo con un almocafre requisado y
los terrones porteados en el interior de calcetines o de pañuelos anudados. En
la zapa se utilizaron leznas, destornilladores y cuchillos de cocina. A cinco
años corridos de iniciada la mina, paralelo a los desagües se había perforado
una oquedad de cincuenta metros de largo por uno de diámetro.
Por el mes de mayo, don Froilán pedía voluntarios
para construir una gruta con piedra en honor de la Virgen María. El mes de
María solía tener visos de rumbo en el penal. Aunque, perdida la fe en Dios y
en la justicia de los hombres, muchos no se perdían las flores, que les
recordaba alegres tiempos de la infancia, emociones maternales, y sensaciones
primeras de la naturaleza en plena eclosión. Estaba ya la primavera valenciana
luciendo sus mejores galas y fastos. Allí nos encontramos a Carrión, un
bandolero palentino, asesino confeso, que se había cargado a tres hombres en
una riña, porque era un auténtico Sansón de extraordinarias fuerzas, cantando
como un niño el “ Venid y vamos todos “. Algo tiene la Virgen para que, con tan
sólo mencionar su nombre, muchos caigan de hinojos, o afloren las lagrimas en
las mejillas de hombres rudos y curtidos. No es un mito. No es algo que los
católicos españoles tengamos únicamente en nuestra cabeza. A este desventurado
país, verdadero jardín de María, le salva su devoción a la Inmaculada.
Al oficio del mes de María no faltaba nunca Martín.
Hacía las veces de acólito, tarea compartida con Casiano Ortiz. Ambos lucían en
la ceremonia un sobrepelliz almidonado con vuelos y mangas ridículas, que les
quedaba pesqueras. Delante de roquete, en la procesión del día treinta y uno,
con la cruz alzada marchaba Orencio Pérez moviendo el incensario. A Iñigo
Bustamante le gustaba encargarse de las tareas de sacristán. Todos los años
construía un monumento que daba la hora. El montañés era un manitas. También
tenía un arte especial para colocar en buena disposición los claveles
reventones, los ramilletes de azucenas, caltas de una blancura especial, nardos
y rosas, muchas rosas. Todo el recinto se llenaba de la fragancia del azahar.
No era lo mismo decirlo que verlo. El monaguillo Casiano, como no tenía manos,
juntaba los muñones y ofrendaba así a la Señora, que comprende los dolores y
los pecados de los hombres, el recitado de su oración especial. Cerca del
altar, revestido de acólito, parece que volvía a él a los pies de la Virgen, la
dignidad perdida. Se transformaba en otro hombre.
X
Otro mes que encuentra una significación particular
dentro de los muros de un presidio es noviembre. El recuerdo de los
muertos agitaba muchas conciencias y se ofrecían sufragios, no sólo por los
parientes fallecidos, sino también por las víctimas de los encarcelados. Muchos
tenían pesadilla. Decían haber visto en sueños a la esposa que arrebataron la
vida por celos, o el dueño de la finca al que asesinaron para entrar a robar.
El ciclo de difuntos era un tiempo de melancolía. La inquietud y el desasosiego
roía por dentro y en el resquemor algunos llegaban al borde de la
desesperación, pero eran los menos. Por lo general, un asesino contempla a los
muertos de mano airada hasta con ternura. Los rostros y la voz de sus víctimas
bajarán con ellos al sepulcro. Se convierten en un amigo que llama desde el más
allá. A ratos, a gritos. A ratos, estas voces lejanas se transforman en
susurros para las conciencias poco en paz. Sin embargo, la nostalgia estaba ya
casi desvanecida por navidades, cuando con motivo de la nochebuena se
preparaban rifas, bailes y Baco vuelve por sus fueros. El alcohol se convierte
en amigo y confidente. Muchos bebían para olvidar. La bebida es una modalidad
de lento suicidio. Aunque prohibido, el licor solía entrar camuflado por los
registros del rastrillo. Las cogorzas que se cogían por estas fechas eran
olímpicas lo mismo que los enfrentamientos personales. Esta alegría
postiza no era del todo injustificada. Durante la Pascua del Natalicio o en
Semana Santa por lo común solía caer algún indulto. Las amnistías, aunque
raras, no faltaban en determinadas ocasiones: jubileos, años santos, la boda
del Rey, etc. Todo pasa. El bien y el mal. El ser humano es un
animal de costumbres. La verdad absoluta es que no hay verdad absoluta, que, de
tejas abajo, todo se relativiza. Tendemos a la verdad y a la belleza, pero
pronto nos encontramos atrapados en la tela de araña que nosotros mismos nos
hemos fabricado por el pecado original, y hemos de convivir con la fealdad, el
marido alcohólico, la mujer ruin, el vecino de al lado al que no soporto y esta
ciudad enigmática, fría, alegremente falsa, que siempre tuvo una población
flotante de porteras y de lacayos, con la que tengo que verme las caras todos
los días. Han echado el pestillo a Caramanchel, pero Madrid sigue siendo más
cárcel que nunca. Una jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo. Émula de
la podredumbre de Nueva York, la cual, aunque ni el arquitecto Moneo ni el
psiquiatra Rojas Marcos estén de acuerdo conmigo, sigue siendo el “ gulag” del
mundo, un campo de concentración de mucho lujo en cuyo espejo degradante se
miran las demás aspirantes a Babilonia del planeta. La “gran manzana” es una
megapolis de gran cabida para paletos. El papanatismo sigue siendo su gran
coartada. Cualquier día de estos el Empire State puede venirse abajo y la gran
torre de la Pan Am estallar. Cuando llegue ese fracaso, todo el tinglado de la
antigua farsa puede estallarse. Pero, mientras tanto :
- Davai. Davai.
XI
Transcurrido el invierno, casi con la primera flor
de almendro, las espalderas de los geranios aparecían en todo su esplendor.
Eran formateados los alcorques emparrillados de verjas epicíclicas, se
hacía la poda de cerezos y un mundo, como aletargado y dormido, durante el
periodo hiemal, salía de su sopor. A finales de abril era la época de los
traslados. Iban y venían nuevas conducciones. Estas se llevaban a cabo sin
previo aviso. La población convicta formaba abajo en el saladero(patio),
donde les esperaban algunos números de la Guardia Rural, de aspecto entre
adusto y resignado, encargados de organizar los convoyes. Aparecía el director
impecablemente vestido en uniforme de gala color gris plomo (chaqueta de dos
filas de botones plateados, con solapa de vueltas de seda, hombreras doradas
con cordones trenzados, gorra de plato con el vuelo forrado también de seda, la
visera con barboquejo mostrando, en el frontis, bordado en oro el emblema del
Cuerpo de Prisiones, una espada en posición vertical con punta hacia abajo
orlada con hojas de palma y de roble, todo un homenaje a la Justicia ejecutiva)
los bolsos de la guerrera de fuelle, con bocamangas y hombreras dobles, zapatos
de charol y guantes de piel color de avellana, y leía la lista de los que
habían de evacuar. No se especificaban a donde Lo sabrían en su llegada, o bien
de por el camino. Se les llamaba por su nombre y apellidos:
- Longinos Murrias Castropol.
- Aquí.
- Con todo.
- Sí, señor.
- Y a la puerta principal.
El alcaide solía agradecerles por su
presencia, les exhortaba a la conformidad y se despedía con un lacónico:
- Que haya suerte.
Los rostros de los encartados algunos mostraban
desagrado o despreocupación. Otros, curiosidad. La mayor parte, la más augusta
indiferencia. Santoña era temido por su humedad. Chinchilla, por sus inviernos
infernales y sus veranos tórridos y el penal de Santa María traía a la
imaginación de los pobres presos nociones de muerte, porque allí serían muchos
confiados a la mano del verdugo. El penal de Santa María sonaba a garrote vil.
A Cuéllar iban los enfermos de pecho y los locos acababan en Chinchón o en Alcalá
de Henares. Temible era el Hacho, pero un sitio oreado, el más sano de todos,
con vistas al Revillón de la antigua fortaleza. Otros nombres que causaban
angustia eran los de San Agustín y san Antón. Antes de cárceles fueron
conventos. El de Mahón se pronunciaba con voz velada y
empavorecida. Pero eran prisiones militares donde la triste tropa iba a dar con
sus huesos. Los más veteranos, con larga experiencia en el trullo, al haberlos
recorrido todos, se tomaban la licencia de dejar caer consejos y admoniciones a
los que estaban a punto de partir. Eran las suyas avisadas advertencias del
escarmiento.
- En Santa María, tengo yo un hermanito. Dale
recuerdos.
- Vale.
- Ojo, en Chinchilla con un rijoso mal encarado.
Tiene mala sangre. Estuvo con la partida del “ Pernales”. No tengas ninguna
familiaridad con ese gachó.
El funcionario iba repartiendo una bolsa con
bocadillos y refrescos a los itininerantes. Previamente, los citaba por sus
nombres.
- Alfonso Castrillón.
- Presente.
- Generoso Mañas.
- A la orden.
El celador decía entonces que debía ir a recoger sus
pertenencias. Todo lo que puede poseer un encadenado en este mundo cabe en un
petate.
- Con todo.
En ese “ con todo” ( el petate o el morral
peregrino) se cifraba toda la fortuna personal de aquellos que yacen en
prisión.
Se suponía que cada corrigendo debería cargar con
sus escasas pertenencias: viejas maletas de cartón anudadas con atillos,
maquinas de afeitar, algún libro o devocionario, los retratos de los seres
queridos, pero había algunos que tenían la manía acaparadora, definida por los
psiquiatras como el inicio de la demencia senil y otros trastornos del alma, y
metían en la escarcela cuerdas, clavos, espejos rotos, una par de mudas. Así y
todo, lo acaparado, aunque había entre los incluidos en el convoy un hombre ya
provecto que arramblaba con un colchón de borra, que había conocido los
camastros de todos los centros de internamiento de la península (San Agustín de
Sevilla, el penal de Santa María y el Hacho ceutí donde su propietario pernoctó
casi dos lustros en trabajos por forzados) y salía con todo en todas las
conducciones que hubo padecido.
- Hombre, Aquilino, ¿ por qué viajas con el colchón
a cuestas? Con esa traza pareces San Cristobalón.
Y Aquilino, otro gallego, que había sido cuatrero y
contrabandista de Lugo, contestaba con mucha circunspección y en un inglés de
Oxford, a los apostrofes entrometidos:
- Mind your own business, will you?. If I sit on
prison, that´s not matter of your concern, mate, do you hear me? After all, we travel in the same boat. ( Algo así como: no te metas donde no te
llaman o, no tires cantos contra el tejado de tu vecino, si el tuyo es de
cristal).
- ¿Qué nos ha dicho?
- Pues que te vayas con viento fresco a la farola.
Aquilino Carballeda Heaney tenía todo el aplomo y la
facha de un lord británico. Hablaba seis idiomas y era lo que se dice un señor.
Sangre irlandesa corría por sus venas. Pero tuvo un percance con un
compinche en una fiesta salvaje que llaman “ A rapa das bestas”. Corrió el orujo
y el ribeiro. Su víctima le debía unos dineros y no había saldado la deuda. Los
potros ya habían sido enchiquerados en sus correspondientes tenadas. La
ceremonia había quedado vistosa y hasta emocionante hasta que a los chalanes
les dio por beber más de lo que corresponde. El sembrador de toda cizaña, como
ya va dicho en esta relación de galeotos, suele acurrucarse entre los cristales
de una botella de licor. Por eso lo llaman el Diablo Rojo. Encarnada es la
sangre lo mismo que el mosto.
Aquilino era uno de los équites que con una
pericia atávica, porque se trata de un encuadramiento de la yeguada que se
hacía ya en tiempo de los celtas, en este trajín por demás violento y
peligroso, más casi que una doma, se tiró para delante. Que sí, que no.
Que tú, que yo. Que me dijiste. Que me prometiste. A que no tienes
redaños. Eu carallo. E tou maix, ome do demo. Echa. Tira. Para. Alto
ahí. Toma. Daca. El agujero del que saliste estaba podrido. Por eso tienes tan
malas entrañas. La zalagarda, que comenzó con las palabras melosas de
saudade y acentos a orillas del Sil y del Eo, cambió al tono aguerrido del
hablar cerca del Tajo y del Ebro. Las voces suben de tono y hay un crescendo de
los timbres. El pecho se abomba. La mirada se encampana. Se transforman en
gritos para dar paso al alarido y al golpe seco como cuando un toro embiste
contra el burladero. El tema podía ser zanjado con unos cuantos sopapos, pero
aquí no. Aquí hay que echar mano de la escopeta o la navaja. Luego la
malquerencia durará para siempre. Irá a parar al archivo imborrable del odio
secular. La enemiga no conoce remisión entre las familias enfrentadas.
Estas historias se saben como empieza, pero
cómo termina es asunto mucho más aleatorio de determinar. Dan principio las
hostilidades por una palabra descomedida o por una inconveniencia
pronunciada sin demasiada mala fe. Por una mirada que roza el insulto. Siguen
con la mención de la madre e injurias a los ancestros. A mí esos no me los
retruquen para nada. La majeza, el orgullo hace el resto. El encuentro amistoso
acaba en tragedia. Se produce al cabo el consabido homicidio en una
fiesta. Las carcajadas y apuestas se vuelven lágrimas. De estas reuniones
trágicas lleva la culpa en parte Baco. Un mal beber. Un mal rollo. Pero hay que
remontarse más lejos en estas indagaciones de los motivos de un homicidio
rural. Es un atavismo telúrico. Esa mala sombra de Caín que rige nuestras
vidas. No importa quién mande, cualquier que sea el régimen político,
dictadura, democracia, anarquía o autonomía, este país está enfermo.
Los males se ahíncan en las profundidades de
un subconsciente semi religioso, cuasi místico, que vuelve a los españoles unos
inadaptados para la convivencia. Mucha de la culpa la tienen la hipocresía y el
jesuitismo. No somos un pueblo orgulloso y envidioso, como se ha dicho.
Participamos de la soberbia que acarreó la ira divina, según lo relata el
Génesis, en forma de doblez moral. No fue la lujuria ni la gula lo que expulsó
a Adán y Eva del Paraíso fue la soberbia. Seremos como dioses. ¿ Tú, qué te has
creído? ¡Estás tú bueno! ¡A mí con esas! ¡No sabe con quién está usted
hablando, oiga, pero vamos! Esta ojeriza secular, y casi endemoniada, se
compatibiliza con la adulación lamerona más detestable, con el vivan las
cadenas. Arriba mi dueño. ¿ Dónde está vuestra ética? Nosotros no tenemos
ética. Somo chaqueteros. Vamos a las procesiones y a las novenas y
despellejamos al prójimo. Hay que pagar el tributo de las cien doncellas. A rey
muerto, rey puesto. El lema es la hipocresía, esas dos caras, que responden a
una insatisfacción interior, un no saber aceptarnos a nosotros mismos, lo que
expulsará a los españoles de este Edén, país privilegiado por la mano de Dios
que es la maravillosa tierra en la que han nacido. No se la merecen.
Luego, los guardias civiles organizaban la recua.
Aquellos pobres presidiarios el pañuelo a la cabeza, y el hatillo con sus
escasas pertenencias al hombre, flanqueados por los agentes del orden, se
ponían en marcha. Era un viaje a lo desconocido. Tras la rueda de
identificación, la cuerda de presos. Con frecuencia, se registraban escenas
conmovedoras, porque dicen que del roce, aunque sea el de una cárcel,
nace el cariño. Para allá marchaban compañeros de infortunio a los cuales ya no
se volvería nunca a ver. Un cabo de la Benemérita volvía a hacer recuento y,
cuando ya estaba el cupo completo, las puertas del penal se abrían para dejar
paso a la fila de los conducidos. Por los caminos de España aquellas figuras
tétricas de forzados se convertían en una procesión de espectros. Estantigua de
cadáveres ambulantes en viaje a ninguna parte. Muchos cambiaban de penal
para mejorar poco de fortuna. En el nuevo destino les aguardaba el collarín de
hierro del esbirro o la guadaña de la muerte natural.
El cabo de la Benemérita saludaba militarmente al
alcaide.
- A las ordenes de Usía. Pido la venia para proceder
al viaje.
- Orden concedida - farfullaba el alcaide, en tono
formulario y de trámite.
- En pie. Con todo. Guarden la línea. De frente.
Queda prohibido detenerse o mirar para los lados. Si alguien no puede seguir
que me lo diga- concluía el comandante de la conducción.
Un enfermero acostumbraba con un botiquín de
primeros auxilios a formar parte del convoy, pero en la mayor parte de los
penitenciados tales socorros no servían d sino para firmar el acta de
defunción. No pocos de la cuerda fallecían a causa del vómito, las fiebres, la
insolación los relentes y el barro de los malos caminos.
Todos estos ritos formaban parte de una
liturgia especial. Los traslados con frecuencia resultaban dramáticos. Con la
libertad casi a un paso, a alguno le daba la tentación de saltar, y moría
acribillado por los disparos de sus custodios, o perecía durante el viaje
víctima de las fiebres, del cansancio, el frío, o las enfermedades. Un traslado
tenía connotaciones de fiesta fúnebre dentro de la mentalidad y el régimen de
los penitenciados, porque marchar es morir un poco aunque siempre revistiera
carácter de gran novedad, como novedosos eran los domingos y fiestas de
guardar.
XII
El presidio en peso solía asistir por el verano a
las misas cantadas en la explanada o en el recinto de la iglesia, donde se
estaba calentito, durante el invierno. A algunos les encalabrinaban los cantos.
A otros el aroma del incienso o los gestos de las rúbricas de solemnidad. Antes
de la ceremonia se procedía al rutinario recuento. Los presos se encaminaban de
tres en fondo en estricta formación castrense.
- Firmessss. Derivación derechaaaa. Arrrr.
Entraban en la iglesia cantando el himno de
Nuestra Señora de la Merced, patrona de los cautivos. Si no os volvéis como
niños, no entrareis en el reino. Estar preso significa en algunos casos
regresar al estado de semi inconsciencia y expectación de la infancia. El
capellán de prisiones no era lo que se dice un dechado de mansedumbre. Por esa
boca de clérigo vomitaba azufre y excomuniones. Le privaba hablar del fuego
eterno, la cárcel de donde se sale nunca jamás. En sus homilías daba rienda a su
frustración demoníaca y a la capacidad para la invectiva. Gritaba como un
poseído. Mas lejos de ablandar los corazones de su parroquia “ pecadora “,
estos no se sentían ni conminados ni amedrantados por las fumarolas de la
puerta del infierno, ni de las torturas del purgatorio. Adormecidos por el
calorcillo de la estufa y el vaho humano. Otros se miraban unos a otros con
ojos burlones como diciendo: “¡ conque esas tenemos! Este cura debe de haberse
desayunado un tigre!”.¡ Y para siempre jamás, hermanos! En el gigantesco reloj
de arena de la cárcel de la eternidad cabe toda la arena de las playas
del universo. Cuando ésta haya pasado por le cedazo, se da vuelta a la tolva y
otra vez a empezar! Las parábolas que se gastaba Don Foilán en sus homilías no
les cabían a muchos internos en la cabeza.
Su mensaje evangélico no podía llegar a la
audiencia ataviado de esas crueldades. Sin embargo, flotaba sobre la iglesia un
aire de misterio. Cristo estaba allí y se dejaba entender mucho mejor a través
de los cantos del coro. Los presos escuchaban al páter como quien oye llover.
Una mañana un irlandés, faceto y muy chulo él, soltó a bocajarro:
- I am only here for the beer,
mister (yo estoy aquí por la cerveza tan sólo reverendo)
Menos mal que, como hablaba en inglés no se le
entendía lo que decía, pero un celador, el que había sido sargento de milicias
vino hacia el osado y lo echó a patadas del templo.
- Oye, Patrick, como sigas diciendo gansadas e
inconveniencias mientras rezamos, te voy a echar cinco meses en prevención. En
la casa e Dios hay que estar callados como en misa ¿ Es que no eres católico,
pedazo de tuero?
- Sí, don Camilo, pero no de esta cofradía.
Patrick, un tipo celta, pecoso, con el pelo rojizo,
y ojos muy azules y burlones, escuchó los rapapolvos como quien oye llover. Ya
va siendo hora de que los curas dejen de mirarse el ombligo y piensen un poco
más en su grey. Se explican con la prepotencia insolente de funcionarios.
Pontifican y anatematizan. Hablan mucho y luego hacen cuanto les viene en gana.
Sinceramente, no creen en lo que predican. Algo vale que la fe de los que
sufren trasciende las prerrogativas y privilegios de unos cuantos cretinos
absurdos y encaramados en su prebenda. Sin embargo, la capilla era un lugar
agradable. No resulta extraño que el irlandés echase de menos la “ guinness” y
los pubs de su verde Erín. Se trataba de uno de los sitios del edificio
claustral ajenos al mal fario o que no estaban gafados. Allí no solían ocurrir
peleas. Uno estaba seguro y, además, se estaba tan ricamente y calentito
oliendo a incienso o escuchando cantar a un grupo de vascos, miembros del coro.
Uno había estudiado solfeo con el tenor Gayarre. Se llamaba Lecumberri y era
político. Encuadrado en las filas del carlismo, había estado con la facción.
Porque pertenecía a ese cupo de gente noble que nunca cambia de ideas. Odiaba a
los constitucionales y peseteros y “guiris”. Era un chapelgorri de
cuerpo entero, que defendía, la Tradición y el Rey Absoluto. En su
castellano balbuciente cuando le imputaban su terquedad: “Hombre, Lecumberri,
mira qué hacerte mala sangre por un Borbón”, él contestaba tajante:
- La que yo decía, pues, ¡ Viva Carlos séptimo, rey
y señor! Quier que no ame fueros, de Euskalerría no podrá ser.
Su voz era un ijujjú, una aguerrida contraseña
telúrica plena de concordancias vizcaínas. Un redoble de tambor. Carlistas,
cantonales, rojos y fachas perdidos, alevosos etarras, idealistas, españoles
trasnochados, gente buena y noble, lo mejor de las Españas ¿ por qué será que
siempre acabareis en el trullo?
- Eso es una burrada. Aquí lo único que cuenta es
ser libres, Lecumberri.
- Libertad del mal no deseo yo. Quiero libertad para
el bien. Para ser todos buenos y felices - contestaba tajante.
Pertenecía al último de una saga. Pero en las
cárceles hispanas nunca han faltado presos de conciencia. Primero, los judíos y
herejes. Luego, los carlistas. Después, los anarquistas de la “ Mano Negra “.
Para acabar en los etarras y los grapo. Esto no tiene arreglo.
No hablaba más que vascuence. Lo
encerraron por haber dado muerte al gobernador de ideas isabelinas de una
provincia del Norte. Tenía la pinta de bruto, pero cuando se ponía a cantar se
transformaba en ángel órfico. Tan popular llegó a ser que entre los reclusos se
decía:
- Vamos a escuchar a Lecumberri, el gran maestro de
capilla.
En lugar de decir: “ vamos a misa y a ver cómo se
explicotea don Froilán, qué gargajos infernales nos lanza, qué amenazas esgrime
contra nosotros”.
Su intuición les persuadía en su
convencimiento, de forma innata, y acaso por uno de esos soplos inefables que
responden a la acción del Espíritu Santo, que Cristo no puede tener el rostro
con que lo pintan los jesuitas. Lecumberri, aquel gañán vasco navarro, era un
heraldo del mensaje. Dios es músico. El convertirá el Cielo en un perpetuo
sonido del arpa, una interminable polifonía, un inmenso orfeón. En cambio, el
infierno es la privación de todo lo que es armónico. Los diablos no pueden
cantar. Después de la rebelión de Luzbel, Miguel les quitó de la mano las
cítaras. Los que antes tenían la voz del querubín y del serafín quedaron
reducidos a pululantes hoci poci de guitarras
estridentes, juglares indomésticos. Dejaron de tener oído y les crecieron
las orejas como a Mike Jagger, ese morritos berreador. Satanás, que lo sabía,
no por demonio sino por viejo, se metió en el concilio de padres de la Iglesia
e hizo firmar a los obispos la abolición del canto gregoriano, la supresión de
los motetes. Item más, inducidos por el Malo suprimieron la oración a San Miguel
y el último Evangelio de Juan, la página más excelsa salida de la pluma y la
inspiración humanas.
- ¡ Que bien canta ese Lecumberri! Tiene una voz
maravillosa de tenor! Podrá ser más burro que un arado, y su madre lo parió
trabucaire, pero sus filados me emocionan. Me entra morriña y echo de
menos de mi siringa - decía Galo Viqueira, un orensano de ojos soñadores.
Su caso era muy frecuente y vulgar en los
tendidos del albero enrejado de San Miguel. Mató a la mujer porque la encontró
con otro. Galo Viqueira era afilador. Mala suerte. No cesaba de repetir
en los días de su cadena:
- ¡Si no lo hubiese sabido! ¡ Si las cosas hubieran
ocurrido sin que yo me enterase...!
Pero la cosa ya no tenía remedio.
Esta apelación a la santa ignorancia, porque el
saber nos vuelve infelices, era la misma, cambiando el entendimiento por el
órgano de la vista, angustia que aquejaba al hombre que violó a su propia hija.
Si no la hubiese visto... Si no la hubiese visto. Lamentaciones a posteriori
que no van a ninguna parte. El orensano, que echaba de menos su siringa -
tocando aquel humilde instrumento había recorrido la mayor parte de las
ciudades de España - también terminó de mala manera. Se saltó la tapa de los
sesos con un punzón. Quería marcharse a las regiones maravillosas evocadas por
el canto de Lecumberri. Trató de encaramarse a las nubes asido a las notas de
un Kirie de la misa de Angeles. Vivir lejos de la belleza era una idea que el
gallego se sentía incapaz de soportar. Y todo por una mala mujer. A cuantos de
los inquilinos de aquel penal les ocurría la misma tragedia. Lecumberri había
sido un tenor de fama y Galo un afilador de los buenos. Les sacaba punta a los
cuchillos botos y movía con suma pericia dándole la aceleración requerida con
el pedal a su rueda de amolar, mientras su arpa de David mantenía en atención y
contraseña a las barriadas. La melodía de su siringa sacaba a las mujeres de
los balcones.
- Afilador, ¿ adonde vas?
- Eu - murmuraba el humilde menestral quedamente - O
mundo es grande. Ainda mais carallu. Rico non me fago. Por minha nai
XIII
El conato de fuga fue desbaratado in medias res. El
alcaide, que sabía más de lo que aparentaba.
- El capellán no predica. Predica y escupe. Sus
alaridos se clavan en las bóvedas de luneto. No se puede amenazar de esa manera
a la pobre gente. Si después de pasarnos media vida a la sombra, nos cae otra
perpetua en la eternidad, no sería justo. Ese sacerdote, que dice hablar en
nombre de Dios, tiene que mentir como un bellaco.
- Y por toda la barba. Es un hierofante. Un
impostor.
- Pero Lecumberri canta como un ángel.
Ese tchapelagorri tiene ese don, aunque sea un fanático de la
monarquía absoluta, deteste la Constitución y llame peseteros y guiris
isabelinos a los que no comulguen con la Santa Tradición. La cosa tiene tres
pares de perendengues. Que haya muerto tanta gente en este país por quimeras.
Por un Borbón. Por un pontífice que se sienta tan ricamente entre sedas,
quirotecas de filadiz, purpuras y obras de arte. Bien les ha ido un
negocio que empezó en un muladar donde nació un niño pobre, hijo de vagabundos,
para que una serie de creencia hayan generado tanto fasto y riqueza. ¡ Viva la
Constitución! - exclamaba Sabas Platero, recalcitrante en sus ideas
republicanas y progresistas.
- Precisamente, por eso mismo. Y al revés te
lo digo para lo entiendas. Algo tiene que tener un sistema cuando el edificio,
a pesar de tanto escándalo, se sostenga a lo largo del tiempo. Es que los
fundamentos, firmes, resisten. Los colocó una mano divina. No se deben a
la arbitrariedad humana. La Madre de Dios es también la Madre de la Iglesia y
vela por ella - replicaba Menoyo con sagacidad y discreción.
Sus palabras ahora ya estaban exentas del fanatismo
de sus años mozos. Creía en la Virgen María, baluarte de su fe, pero para el
conscripto número 743 del penal de San Miguel de los Reyes la noción de la
Señora había dejado de tener esas connotaciones de diosa pagana, atalajada de
joyas con que la representan en efigie, más por exceso de cariño que a causa de
una avisa intención, algunos creyentes, y la pasean en carroza sus
cofrades en las fiestas patronales. No era una nueva Mita sino una sencilla
hebrea elegida para la misión de convertirse en la omnipotencia suplicante y de
acueducto que afuera el agua de las gracias y de las oraciones, un puente entre
el cielo y la tierra.
Ahora el Aceñero no sería capaz de matar ni de
cortarle la lengua al agnóstico Platero por profesar creencias diferentes, como
había hecho con su primo. María , madre de Un Condenado a Muerte, sentía una
especial predilección por los presos. Era una mujer real que sufrió mucho en su
paso por la tierra. Era la doncella del canto supremo del Magníficat. ¡ Ella
supo tanto de cárceles, cóleras, ingratitudes, destierros!
A Martín Santoyo su vida encadenada lo había
transformado. Había dejado de ser fanático.
- A mí me ha dicho una tía monja - dijo uno que
había nacido en la provincia de Segovia - que nosotros tendremos prelación en
el reparto.
- Que quiere decir eso de prelación.
- Pues ni más ni menos que lo que oyes. Que los
últimos serán los primeros.
Ciertamente, que se criticaba al padre Froilán, un
cura de misa y olla, hombre de pocas luces y de posaderas vastas. Aunque no era
malo, se arrogaba unos derechos que no le correspondían. La fuerza motriz de la
Iglesia no tiene su epicentro en los palacios vaticanos. Tiene que ver bastante
poco con el dogma de los prelados. Encuentra su punto de apoyo en el dolor y el
amor de los que sufren. La Iglesia es eterna porque la portan a cuestas los
crucificados de todas las latitudes y todos los tiempos. Sin embargo, a los
pobres, a los que no nos ensartan en los cuatro ases de los cuatro palos de la
baraja, porque nunca cuentan con nosotros para nada, aunque todos nos lo han
quitado, hasta la esperanza, pero jamás la fe en Nuestro Señor, nos toca
achantar la muy. Todos nuestros movimientos se gobiernan por
el sonido del cornetín de órdenes que distribuye los horarios del día: fajina,
retreta, diana. Poned la tele. Es la hora del telediario. Hay que ahuecar el
ala. Tomar el autobús. Viajar hasta la oficina y encontrarse con los otros
presidiarios de la vida civil. Hay que bailarle el agua al jefe. De él depende
nuestro empleo. Que se nos rebaje la condena y luego volver a casa cansados. La
radio repite siempre las mismas consignas letárgicas. Se acabó el amor. Podemos
entrar y salir, pero vivimos amarrados en blanca. En la cárcel huele mal. Los
cagaderos están demasiado cerca. En el metro le canta el ala a esa jarifa tan
despampanante. Detrás, sin dejarla a sol ni a sombra, un hombrecillo
insignificante parece que se recrea arrimando su pierna a las nalgas de la moza
con olor de sobacos. Empieza el toqueteo del transporte. También huele que
apesta en los vagones de la Línea Uno. Van los trenes atestados. Bajo las luces
de neón que sacan un brillo frío al pavimento de los andenes los trenes
asemejan a expediciones celulares. Presumen de libertad, pero ellos
también mueren encadenados. El final de su cadena será el umbral de un nicho en
la Almudena o una urna con sus cenizas que aventarán en honor de Tanatos. No
llevan el traje presidiario, pardo con vivos amarillos, pero tienen los pies
sujetos al brete de un reglamento inexorable. La libertad no es más que un
saldo. Nunca podrán alejarse demasiado de la cárcel que llevan dentro, del
hospital inmundo de sus células que se gastan, o del manicomio que necesitan
para dar rienda suelta a sus desvaríos. Habitamos todos en un espejismo. En
realidad no somos más que una caravana de beduinos que cruza el desierto, una
conducción de presos mínimos. Grita el capataz con voz rajada:
- Con todo.
Y tenemos que liar los petates. En pie. Con todo. La
muerte y la vida al hombro, hay que ponerse en marcha. Afuera el relente de la
noche aguarda. Se transforma en un viento de pesadilla, que se lleva los
tricornios de la pareja, pero las cadenas a las que al nacer se nos liga nadie
las arrastra por nosotros. La naturaleza enigmática y ensimismada en su trajín
perenne muestra una cruel indiferencia hacia nuestros estados de ánimo. El
viento de la desilusión hace chocar su cabezota contra los hierros arrancando
las notas de un canto funeral. Es demasiado consistente la argolla. No se funde
el hierro tan fácilmente. No se ganó Zamora en una hora. Por eso, la llaman la
“ bien cercada “. En ese instante de abandono, cuando avanzamos los brazos
péndulos por caminos desconocidos marchando hacia un objetivo donde nadie nos
aguarda, no cabe otro asidero que el de la fe.
- Davai. Davaite. Davai.
Los jefes de escuadra de las brigadas de sección
gritan como posesos.
XIV
In medias res los cabos de vara desarticularon la
fuga.
El alcaide, que no se chupaba el dedo, estaba
en autos de lo que se tramaba. Alguien había ido con el chivatazo. La cárcel es
un lugar inhóspito por tres razones: la hedentina, la incomodidad de la vida
hacinada, y los soplones. El mal olor y los trabajos de la alimentación y el
vestido precario, la vida a toque de campana y que otros decidan por ti se
convierten en rutina. A lo que no se acostumbra uno es al ambiente de delación
y de sospecha. Es una sentencia suplementaria que te endosan sobre los
cerrojos. Muchos de los internos cometían faltas para que les metiesen en
celdas de aislamiento para no tenerselas que ver todos los días con el hampa
carcelaria. Santoyo, aunque no se adhirió a la causa de los caballistas,
participó en todos los trabajos de desescombro sigiloso y acarreo del balasto
en esteras, serones y todo lo que encontraron a mano. Incluso diseñó el esquema
de huida, sin participar en ella. Cuando un sábado de madrugada poco antes de
las Fallas de San José empezaron a colarse hombres por la gatera, ya estaban los
cabos de vara aguardando a la otra orilla de la cueva. Daban acolada a los
prófugos con sus trallas. Con las primeras claras del día, la luz primero gris
y luego rosada, ya estaban apostados centinelas en el sitio preciso. Llovían
bastonazos por todas partes. En los brazos, en las piernas, en el rostro, en la
cabeza. De la cárcel no se deserta. Ella puede cansarse de ti. Tú nunca de
ella. Entre la chusma cundió la consternación; enseguida, el espanto. Los
volantes iban de un lado a otro del patio, repartiendo leña sin miramiento de
donde daban. Los cabos de vara cruzaban por entre los presos con sus perros
atraillados, unos mastines con carlanca que con sus fauces disuadían de
cualquier intento de revancha, mientras gritaban:
- Quieto todo el mundo. ¿ Cuándo escarmentareis de
una vez, morralla? De San Miguel nadie se escapa si no es con los pies para
adelante y en una caja.
El comandante seleccionó de día seleccionó a
un grupo al azar (al que le toca, le toca) y ordenó a los listeros que
procedieran a un recuento. No faltaba nadie. Al cabo de un rato, apareció el
alcaide que a su vez ordenó mantener a la gente formada en el patio. Todos, en
posición de firmes. Así los tuvo tres horas. La medida punitiva se prolongó
hasta oscurecido. Los ayudantes, los listeros, los capataces, cuando al señor
director le dio por levantar el castigo, condujeron a cada una de las brigadas
- cada brigada estaba integrada por un total de cien reclusos - hasta sus
pabellones. Era un triste espectáculo. Como la vuelta de un rebaño al aprisco.
Una punta de aquel ganado humano fue conducida, atados los pies y las manos de
una cadena, hacia las ergástulas.
Entre ellos iba Martín Santoyo, el gesto
altivo, la mirada serena y mansa. Recordaba en parte por su hieratismo el
rostro de Cristo atado a la columna. Su serenidad contrastaba con la de otros
cabecillas desesperados por el fracaso de su tentativa. Habían sido más de
cinco años de trabajos para horadar una galería. A su lado Sabas Platero
lloraba y gritaba como un niño al final de una paliza. Los cabos habían corrido
la baqueta a modo sobre las espaldas y posaderas de los supuestos conductores
del complot de fuga. Los habían zurrado a su gusto con un inusitado sadismo. Ay
de los vencidos. La ley de la cárcel también rechaza a los perdedores.
- Esta noche no se cena. Buenas noches - dijo el
alcaide.
Pero, antes hizo señas a un ayudante para que
instruyese a los rancheros de que volcasen los gabetones con el pre humeante
sobre los morrillos del patio. Un voceador llamó a unos cuantos para que,
armados de escobas, cubos y bayetas, y retirasen el rancho. Se trataba de una
humillación más. Sólo cuando los restos de comida fueron barridos en
condiciones, pudieron irse todos a dormir. Pagaban justos por pecadores.
Se enrareció harto el ambiente al cabo de aquellas
medidas de represalia
Menoyo, por vez enésima, fue metido a la prevención.
Le cayeron seis meses en blanca. Al resto de los cabecillas, cuatro.
- Tú planeaste el golpe, pero tú no te fugas ¿ Por
qué?
- Va contra mis principios.
- El encubridor del delito tiene tanta culpa como el
delincuente.
- Sea.
El aislamiento en el pabellón de castigo puso en pie
de guerra a todas las galerías. Sabas Platero organizó un plante de solidaridad
con el Aceñero. Se produjo un motín que arrojó un balance de treinta muertos.
Tuvo que intervenir el Ejército. Varias baterías del regimiento artillero de
Paterna acudieron a sofocar la rebelión. Se desencadenó una crisis entre los
mandos y fue sustituido el director.
Con el alcaide nuevo entraron en el penal nuevas
ideas liberales. Los presos tuvieron piscinas, campos de futbol, canchas de
baloncesto, un frontón y hasta se tiró una hoja en la cual algunos de los
internos hicieron sus primeros pinitos literarios. Entre los ripios y la
morralla en aquella revista aparecían poesías de depurada calidad.
La figura de Martín Menoyo, como héroe epónimo de
San Miguel de los Reyes, y héroe ejemplar, bastión contra la injusticia y más
valiente que el Cid, se fue difuminando. El eje de marcha del elán
narrativo no es un individuo concreto sino la comunidad de forzados. En los
cuarteles (de preventivos, homicidas, delincuentes contra la propiedad,
políticos, y sádicos sexuales, que conforme a la categoría en que se englobara
su crimen así eran distribuidos por las distintos sectores del presidio) y
galerías pronto se le fue olvidando.
Otro suceso que vino a conmover la frágil
tranquilidad de San Miguel - un presidio es como un mar, que ahora está con las
aguas en calma y al momento siguiente sopla la galerna - fue la orden que
dieron de arriba de talar un ciprés centenario, so pretexto de que la
corpulencia y la frondosidad de aquel árbol habían servido de añagaza para
ocultar a los guardianes los trabajos de excavación del túnel de escapada. Era
un hermoso ejemplar de conífera. Medía casi setenta metros y su tronco no podía
ser bardado por cinco hombres. Debió de haber sido plantado por uno de los
primeros cistercienses que habitaron el cenobio de San Miguel de los Reyes.
Había escuchado durante siglos las plegarias de los frailes. Sus hojas
apuntaban hacia arriba en son de éxtasis. Después de la desamortización de
aquel judío y masón que llamaron Mendizabal dio cobijo a una de las cárceles de
régimen más severo en la peninsular. Aquel ciprés litúrgico sabía de todo el dolor
de los angustiados. Contra su cima cimbreante con el viento de Levante se
quebraron los alaridos, las blasfemias, y las preguntas sin respuesta lanzadas
desde detrás de las verjas:
- ¿ Por qué, Señor? ¿ Por qué?
Había sido el emblema tutelar de aquel lugar
maldito. Sabía muchas cosas, pero se alzaba mudo e inescrutable en su silencio.
En cierto modo velaba por los que se fueron al más allá y también por los vivos
muertos, de aquel lugar de ignominia que antes había sido sagrado. Su derribo,
arbitrariedad de la tiranía, fue considerado por los internos como un verdadero
sacrilegio. Y, como consideraban tan medida arbitraria una ofensa personal,
organizaron un plante. Porque un ciprés acompañaba en la condena. No lo
derribó el hacha de un Nerón con ínfulas reformistas. Lo había tumbado el
viento del mal. Ese que sopla sobre los muros de la patria brutal, enfurecido.
Cuando corre por la llanura, tiene la fuerza de un huracán. Dos angustiados se
abrieron las venas con una lima cuando corrió la noticia de que iban a talar al
gran ciprés.
XV
Si lo acaecido a Orencio Pérez resulta
espeluznante, el caso de Casiano Ortiz se transforma en pavoroso. Por la
ferocidad de la que fue víctima. Y de la propia madre que le dio el ser. El
autor se muestra despiadado en esta zambullida que realiza a los infiernos de
un penal cualquiera y cuenta patéticas historias a barrisco, para dar
testimonio del desviacionismo de la conducta humana. Esta patética novela es un
repaso a la patología clínica más sórdida. Es una saga de ilusiones rotas,
vidas chascadas, a causa de traiciones, adulterios, robos ¿ El criminal nace o
se hace? ¿ ¿Hay en el alma humana una tara psíquica oculta, desencadenante de
las furias que llevan a un ciudadano cualquier a perpetrar asesinato? En el
fondo de la charca en la cual nunca se hace pie queda un piélago de barro.
Infunde espanto por la regularidad axiomática de las atrocidades. La
inclinación a matar es la resultante de un porcentaje. Cada mil, tantos. La
cárcel, prueba fehaciente de esa constante imparable, es la nave, la nube y la
sombra de la aberración potestativa, el alud que no podrán contener los pedagogos,
ni los reformadores filántropos. Manda la estadística inexorable. La barbarie
se encastilla en el alcor inexpugnable. La teología, la moral, el
constitucionalismo y la filosofía de los Derechos humanos pusieron cerco al
castillo. El asedio dura ya muchos siglos y la plaza no se rinde. El maquinismo
y los nuevos inventos han mejorado y facilitado hasta cierto punto las
condiciones de vida, pero axiológicamente no han representado un salto
cualitativo. Antes bien, un retroceso. Paz y piedad son un concepto vacío que
pulen el discurso, pero que tan sólo sirven para decorar las tablas de los
diccionarios.
Sin embargo, la raza humana se aclimata a todo.
Incluso a lo irremediable de sus desdichas, porque en ella el instinto de
superación se ha constituido en fuerza operativa.
A Casiano le amputó su madre sendas manos con un
destral. Ocurrió el suceso en uno de esos días breves que caen alrededor de
santa Lucía. Las tinieblas del solsticio de invierno pueblan el ambiente, pero
una luz interior, como de regocijo, luz esperanzada del Adviento, baña de
esperanza y de apresuramiento las almas. Pero este es un tiempo neutro,
peligroso, porque acendra el poder de los diablos. El “ cosmocrator “ (señor
del mundo) regresa a la tierra a favor de la oscuridad impenetrable. Son largas
las noches. Júpiter se aleja con su benevolencia y Saturno ocupa el puesto. Por
esa razón se celebraban en Roma las saturnales. Para alejar al dios oscuro, el
de las ideas lóbregas, y el de la crueldad sin ton ni son.
Habían desaparecido unos pelucones, que estaban
guardados en un calcetín bajo la cómoda. Madre echó en falta aquella calderilla
e hizo las correspondientes averiguaciones. El niño, que entonces carecía de la
noción del dinero, los había tomado de su escondrijo para darselos a un pobre.
Inocente, creía que las monedas aliviarían el hambre, la sed y el desvalimiento
de aquel afligido. Pero iban sólo a ser la semilla del mal, que sembraría su
existencia encadenada de dolores, oprobios, infamia.
- ¿ Fuiste tú, Casiano?
La criatura hizo un gesto con el hombro llegándose a
su madre de costadillo, y rompió a llorar y murmuró un débil:
- Sí. ¡ Yo qué sabía, mamá!
- Yo no quiero en mi casa un hijo ladrón. Antes
muerto. Daca acá.
Destazaba en aquel instante aquella Euménide la
pierna de un cordero lechal para la cena de Nochebuena. La mujer, fuera de sí,
cogió a su hijo y le hizo colocar las manecitas sobre la toza y con las mismas,
zas. Dejó manco al hijo de sus entrañas. Ya no le quería. Casi lo había
aborrecido en la misma cuna. Casiano era gordito, un niño reconcentrado y
pensativo. Le llamaba “ raro” y le acostumbraba a castigar con violencia,
metiendole en el cuarto de las ratas o golpeandole muy severamente tundas
inmisericordes con un roten largo de las que se utilizaban en las casas de
labor para beldar, castigos desproporcionados al delito cometido, pero esa
conducta materna suele ser una especie de losa de desamor que pesa sobre el
ámbito de muchas existencias maltratadas. El romancero ya aborda el tema
espeluznante en aquella composición de la “ Mujer del Comerciante de paños y
sedas “. Debió de ser un hecho real ocurrido en una aldea próxima a Burgos. El
marido parte a lejanas tierras. La mujer se amanceba con el alférez de una leva
que va de paso camino de Flandes. Un niño párvulo parece ser que molesta a
estos amores. La despiadada mujer acaba descuartizandolo y metiendolo en una
artesa. Cuando el marido regresa del viaje, el niño le cuenta todo a su padre
de aquella relación. El padre disimula lo oído y la madre perpetra aquel
increíble asesinato. Luego se lo sirve haciendo pasar aquel guiso por cabrito,
pero el marido repara en la ausencia de su pequeño y se da cuenta de que
está comiendo a su propio hijo. Los cielos claman justicia contra aquel
atropello, fruto, como tantas veces, de la lujuria y del adulterio. Murmura con
olímpico desdén una frase:
- Lo que salió de mis entrañas no es lícito que a
ellas vuelva.
Saturno devora a sus hijos. El mito saturnino,
añagaza de dolor y de destrucción irreparable, convivirá por siempre en la
naturaleza humana. El marido traicionado, remata el cantar, se vengó de la
infame “ arrastrándola por los cabellos de la cola de una yegua”.
Nadie sabe cómo pudo desembocar en la cárcel un
pobre manco como Ortiz que nada malo sería capaz de hacer, al haberle
sido desmochadas por un hacha que empuñaba su propia madre sus extremidades
superiores. Zamacois nada dice al respecto pero su pluma se detiene compasiva
en la descripción de la penuria de aquellos dos seres desgraciados, que sólo
parecían haber nacido para cumplir una misión de agravios y de destierros en su
terrenal existencia: materia del deseo invertido, carne de prostíbulo entre
rejas. Los alienistas describen este mal como la fiebre carcelaria. La
ausencia de hembra hace desviar el instinto libidinoso. El sexo es implacable.
Esta tendencia a la inversión pecaminosa - hay que recordar que la sodomía
sigue siendo un pecado reservado, que únicamente puede perdonar el obispo -
solía darse con harta frecuencia en espacios cerrados donde solían convivir
personas de un único género ( seminarios, cuarteles, cárceles, conventos). Los
vis a vis modernos han servido para mitigar esa plaga de bujarronería
irredenta. Haber nacido sarasa es una desgracia como otra cualquier, una carencia
de la imperfecta naturaleza resabiada por el pecado originario. No un alarde.
Algunos se empeñan en presentarnos como un triunfo o una presea de grandeza
moral. La historia de las penitenciarías ofrece siempre el espectáculo del
pecado nefando a escondidas. Dos cuerpos que agitan debajo de la manta
cuartelera. El bujarrón con su ligado. Los cabos de vara tenían que hacer la
vista gorda, porque barro somos, pero no dejan de inspirar compasión o asco,
según se mire, estas amistades particulares y dantescas relaciones de incubos y
de súcubos. Un cuco de imaginaria se veía en la obligación de mirar para otra
parte.
Otros, sin ese mecanismo de defensa, se derrumban.
Pero ¡ qué complicada es la psicología humana! ¡ Un pozo sin fondo no puede
esconder tantos entresijos o recovecos como es este barro animado y
sorprendente en el que nos han fraguado! Si bien se dijo antaño ser Rusia la
cárcel de los pueblos, España que presenta una mentalidad y una literatura, tan
rica y parecida a la rusa - son sin duda de las mayores de Occidente- tampoco
le anda a la zaga. Nuestra vida ha sido y sigue siendo un inmenso penal. Nos
empeñamos en fabricar para nosotros mismos nuestras propias jaulas. Unas veces
son cárceles del alma. Otras, nos encanta eso de vigilar y de ser cabo de vara
del que tenemos al lado. Al que incordia lo enviamos a galera, lo tachamos
físicamente o lo condenamos a una muerte civil para que purgue su desfachatez
por pensar por cuenta propia amarrado en blanca, sujeto a la argolla y al brete
que nosotros queramos. Es una forma mucho más sibilina de dar garrote vil.
Recorre la piel de toro el fantasma de los galeotos, aquellos seres vestidos de
colorado que hacían funcionar las naves del Rey con su sangre, sus sudores, sus
lágrimas. No eran más que chusma, pero desde entonces no puede zafarse el país
de la sombra de tan lastimero fantasma del bogavante amarrado al duro banco de
la vida española, bajo la tralla amenazante del espalder, o el rebenque del
cómitre. Nuestro destino es ser chusma, carne de galeras. Por ellas
anduvo Lazarillo. Tanto bogó que su destino amenazaba en
convertir al pobre pícaro en bogavante. Se volvió azul como el atún.
- Lázaro, sal fuera.
Cerraron la “ burda” a cal y canto.
Pero no se produjo el prodigio. Cerraron la burda o
puerta del penal a cal y canto. No se permite jugar con las cosas de comer.
Anteo regenta sus esclavos como le viene en gana. Chafa las gateras. Los
barrios cristianos los trocará en ghetos o en prostíbulos. Yo hago lo que me
viene en gana. Para eso soy el supremo. Haré un fuego con vuestros cantorales y
vuestras biblias. Me llaman el profeta del auto de fe. La raza y los genes me
inclinan hacia la inquisición y la perquisición. Ay de vosotros incautos, que
os voy a encontrar desprevenidos. Os haré mascar el polvo de la derrota.
Exclamareis el guay de los vencidos.
Hemos estado esperando tanto tiempo a esa
metamorfosis que nos transforma en ángeles y somos tan sólo desesperados
náufragos, amigos de los delfines, menestrales de la gallofa. Nadie nos protege.
Dios le ampare. Una mujer nos echó a los caminos. Pero otra nos protege. Yo he
sentido su virginal aliento sobre mis pasos descaminados por las aceras sin
rumbo, bajo las luces de neón, en el frío de las madrugadas de diciembre,
cuando la ciudad duerme. Un gato pisa un bote y se produce un estallido. Parece
el estampido del cañón del Hacho que saluda al día o saluda el cierre de la
noche. Es un ronco rugir metálico de león lúgubre.
- Madre, ¿ dónde estabas? Nunca viniste a mi lado.
Yo lloraba. Era un niño y tú siempre estabas lejos. Al regresar del colegio,
encontraba la puerta cerrada, aquella puerta de madera pino, pintada de verde,
con un Corazón de Jesús metálico por encima de la aldaba, bendiciendo desde el
atisbadero, y te aguardada sentado en el borde del escalón. Pasada la
hora de la merienda (aquel medio chusco con una tableta de chocolate), se
acercaba la noche. El machacante del brigada Tinaquero se alejaba camino
del polvorín con las sobras del rancho para los cerdos. Pasaba el carromato de
los traperos. Yo le veía acercarse y pasar sin detenerse. Luego unos obreros en
bicicleta y el alférez de la remonta, el padre de mi amigo Alfonso, cabalgando
sobre un potro ruano que domaba.
- Niño, ¿ qué haces ahí solo?
- Es que no ha venido mi mamá en todavía.
Mi padre estaba de semana o se había de
maniobras con su batería. Tal vez anduviera por campamento.
Y el domador de la remonta, el alférez del Fijo, el
padre de mi amigo Alfonso, me recomendaba que pasara a su casa. Pero a mí me
daba miedo aquel hombre, tan alto, con la voz rajada y una cara ovalada,
enorme. A veces llegaba ebrio del cuartel y se liaba a golpes con la mujer, con
los hijos, y soltaba sapos y culebras del ejército por su enorme bocaza que
apestaba a alcohol. Fuera de eso, tal vez fuese tan solo un buen hombre.
Su esposa, doña Carmen, era una señora muy alhajada y jacarandosa. Morenaza que
parecía de la raza calé. Venía todos los días la peinadora a hacerle la
manicura y la permanente. Ella tan ricamente en casa y su pobre marido domando
potros, herrandolos en el ecúleo, organizando él torneos hípicos y ella
llevando sin que se enterara su marido vida aparte. Entonces, no lo comprendía
pero de mayor entendí el por qué los maridos de estas señoras tan
despampanantes se dan a la bebida. Y es que lo que no puede ser no puede ser.
Cuando cruzaba la calle doña Carmen, paraba la circulación. Los obreros desde
los andamios la decían de todo. A ella debía de halagarle incluso las burradas
en forma de piropo. Papá solía decir:
- ¡ Pobre Alférez! Los lleva bien puestos.
- El ¿ qué? - Preguntábamos mi hermano y yo.
- Esas cosas no tienen por qué saberlo los niños.
Pero sus cabalgadas por la pista de instrucción me
parecían impresionantes.
- Ya sabes, Arije. Si tarda en regresar, vente con
nosotros. Puedes hacer los deberes en compañía de Fonso y de Taíto.
- Sí, señor. Eso haré.
Nunca aceptaba la invitación. Me daba coraje.
Entonces, empezaba yo a sentir la diferencia sobre mis huesos. Yo no era un
niño como los demás. No tendría derecho a llevar una vida normal. A pedir las
mismas cosas.
- ¿No tienes la llave?
- No me la dejaría.
La vida iba a ser más dura de lo que yo me
imaginaba. Detrás de los pretiles del puente romano, la torre gualda de la
catedral alzaba su lomo imponente. El sol declinante arrancaba unos destellos
maravillosos a la linterna del chapitel. Sonaba el tañido de vísperas en la
campana gorda. Un día yo oficiaría aquellos cantos. Sería sacerdote. Llegaría a
canónigo. A lo mejor a obispo. Eso Dios diría. Por el momento, me sentía un
niño desdichado. El cansancio me podía y así permanecía acurrucado, la
cabaza apoyada sobre los sardineles de la verja del jardín donde crecían los
rosales que plantó papá, justo delante de la acacia a la que a mí me gustaba
agarrarme y oscilar. De tanto meneo, la madre acacia se dobló pero sin
quebrarse. Crecería torcida. Un poco como mi vida y ahí está. Cuando regreso al
barrio del Puente Romano, allí donde estaba nuestra colonia, aquellas casas
militares, con jardín delantero y unos rodales de setos, ahí sigue. Derribaron
las casitas baratas porque por lo visto habían sido levantadas en unos terrenos
pertenecientes al Ayuntamiento. Fue una excusa porque la voladura de aquellos
queridos muros constituía una de tantas manifestaciones del “ execrativo
memorial” a la que nos tienen acostumbrados los convulsos tiempos que vivimos.
También se cargaron aquella imagen de Santa Barbara. Todo lo talaron y
arrasaron menos la acacia, que ahí sigue algo inclinada. Como yo, pero resiste.
Más de una noche me quede dormido contra las
tapias, arrullado por el murmullo de los grillos. La luna, más maternal que tú,
madre que me despreciabas, y hasta creo que me odiaste, porque sentí aquel
barrunto de desdicha, barrunto de calabozos, turbios instintos del asesino que
mata por sentirse rechazado y preterido, que no me querías, que me aborreciste
en el nido, como a un gorrión que se descasta de la camada y aparece al día
siguiente aterido, todavía en cañones, al pie del árbol, que debió de ser su
cobijo, me cubría con sus rayos. Nacía para ser un hijo de la noche. Pero los
rayos de la luna cubrió mis rostro de los besos que me faltaban. Mi madre del
cielo tiene por divisa un creciente de luna a los pies y un techo de estrellas.
- Quitáte de ahí ser inútil, canijo.
Como soy algo convexo de espaldas, me llamaban el “
Chepas”. Ese mote me lo puso mi propia madre. Aquello me dolió tanto que me
marcó para toda la vida. Ahora comprendo, madre. Tú me azuzaste los perros. Tú
me echaste a los caminos. Algo vale que siempre Dios protege y remedia a
cuantos los hombres descalifican. Mi infancia fue luego espantosa, casi increíble.
Tú querías que fuese carne de cárcel, pero la Madre que tiene en su rozagante
peplo una estrella que luce en las tinieblas, y aparta a los hombres del
conjuro de la adversidad, evitó esos derroteros. Por eso creo en Ella. Y cada
vez con más solicitud.
- ¿ Cómo es posible, madre santa, que se pueda
insultar de esa manera a la carne que se formó en tus entrañas?
Y tu odio hacia mí llegó al paroxismo. Me
arrebataste a la mujer que amaba. Dijiste a Esaú, que era tu favorito.
- No conviene que Fredo se case con ella. Vale más
que él. No sería justo.
Aquella fue una escena desgarradora, semejante a
¡ Qué infeliz me hiciste. Pero te he perdonado. No
te guardo ningún rencor, aunque fuiste insidiosa, rastrera, despiadada.
Encontré otra Madre mejor. Sus caricias celestiales llenaron el hueco de aquel
espantoso desamor. Ella me aconsejaba. Me consolaba. Me infundía fuerzas, algo
que tú jamás fuiste digna de hacer. Tu aborrecimiento me aplanaba. Era como un
angustia, un nudo en la garganta que aun llevo dentro y que no se diluye.
Porque, desde que nací, tú me odiabas. Con ese odio implacable, casi africano,
e inexplicable de una madre hacia su propio vástago, me estabas preparando un
lugar al sol en el presidio, el banco de la galera, un hueco en el saladero y la
gusanera. Todavía no me explico, ni acabaré entendiendo, hasta el final de mis
horas, esa enemiga visceral y casi telúrica. ¿ Qué te había podido hacer yo?
Sin embargo, no te guardo ningún rencor. Es un trauma que arrastro, pero no te
guardo rencor. Tú me echaste a los caminos. Sin embargo, Ella pagó por mis
rescates. Llevo su estampa siempre conmigo. Por eso me dicen loco y hacen mofa
de mí.
- Ese es un hijo de puta. Un hijo de la Virgen
María. Él dice que se le aparece.
Tan desgarradores insultos me han hecho un hermano
de angustia de Martín Santoyo. Pero la tromba de apostrofes no ha parado desde
entonces:
- A ti la leche que te dieron era de víbora. Por eso
has sido tan malo.
Arrastro cadenas. He conocido la maldición del
infierno, pero estoy seguro de que ella pagará todas las fianzas, hará todo lo
posible por mi rescate.
- ¡ Si te murieras! - me dijiste un día.
¿ Por qué me dijiste aquello?
- No te quieren, no te quieren.
Únicamente, las palabras dulces de Mercia botan en
mi cerebro. Fue el único ser en el mundo que me amaba. Tú hiciste los posible
por destruir aquella felicidad encauzando las intrigas para poner en brazos de
mi hermano a la mujer que amaba. He perdonado, madre, pero esa herida no
cicatriza jamás. Es una auténtica amputación. Me troceaste el alma. Querías
desmedularme los tuétanos. Yo, Winifredo Arije, hago esta confesión voluntaria,
porque Martín Santoyo, ese personaje creado por la imaginación de un genio es
una prolongación de mi yo real. Me querías muerto y entre rejas. Ella me ha
resucitado y me liberó de madre infernal. Tú fuiste mi verdugo. Tú me pusiste
las dos manos en la toza y me las tronzaste agitando el hacha sobre la toza.
Estaba mal que yo lo diga, pero las cosas como son: no digo más que la verdad.
Si hay algo después de la muerte, si hay un Dios que vele por nosotros, tendrá
que haber justicia.
Para Arije aquella burda(puerta) verde que
encontraba cerrada al regresar de la escuela se convirtió en símbolo y presagio
de su infortunio. La puerta de aquel seminario en la que le metieron preso doce
años también era verde. Y verde la del calabazo lóbrego aquel de Oviedo adónde
le llevaron preso una noche de septiembre del 74 por haber dicho las cuatro
verdades a una novia que tuvo y que le dejó plantado la víspera de la boda.
Vino un comisario de policía y lo detuvo. Le mostró la chapa y la pistola. Eran
su sino: las puertas pintadas de verde. Inescrutables, misteriosas
infranqueables, como una prolongación de su ineptitud. Ella, sin embargo, lo
sacó de presidio. Aquella noche pasó su Getsemaní, su noche más triste.
- Acompañeme, por favor.
La literatura cautiva es algo ¡ tan nuestro!
Por doquier se escucha en nuestros libros el lamento del prisionero. Uno de los
primeros libros que se publican hacia 1501 lleva por título Cárcel de
Amor, de Diego de San Pedro ¿ Habrá una palabra más rotunda y más
española que la palabra calabozo? Por eso, nos ocurre lo mismo que a
aquel pobre conde metido en prisiones por una malquerencia.
Este tema no es otro que el del romance del Romance
del Prisionero que yo escuché tararear - sus estrofas son impresionantes-
a los niños cuando en las tardes de mayo jugaban al corro o cantaban en rueda.
Luego se convierte en motivo central de otras grandes creaciones literarias
donde retumba el fragor de los cerrojos o de los pies que arrastran cadenas,
como los Baños de Argel, o la familia del Pascual
Duarte o esa inmensa novela de Tomás Salvador que lleva por título Cuerda
de Presos, por sólo citar a una pocas.
Nuestros oídos parecen acostumbrados al eco
mórbido de esa resaca penitente sobre los bordillos procesionales al son de las
cadenas, al batir de los rastrillos o a los golpes del rebenque y a las quejas
de aquellos enterrados en vida y que no son otra cosa que Vivos muertos,
parodiando el título de la obra de Zamacois. “ Madrid es una ciudad de más de
un millón de cadáveres “, decía Dámaso Alonso. La España oficial parece siempre
empeñada en dar muerte civil o condenar al silencio de las tumbas, ahogando sus
voces y sus pensamientos, a la otra España que es la España real. El triunfo
del consumo con su aparente régimen de tolerancia(en realidad, una autocracia
feroz) que exalta el hedonismo visionario y a golpes de puño americano regenta
las cámaras, las prensas, dentro de los parámetros del nuevo ministerio de
Agitación y Propaganda, y que ha puesto de rodillas a la Iglesia, en pactos y
componendas de tramoyas oscuras y consensos diabólicos, empeora las cosas.
Espiritualmente, vivimos un clima irrespirable de violencia soterrada. La
Iglesia católica, elemento galvanizador de la vida nuestra y en defensa
de cuyos intereses fuera vertida tanta sangre española, no existe. Se ha
convertido en una reliquia folclórica, vaciada de contenido real. No quedarán
asideros. Únicamente, el dinero que impone su férula. Manda el más
fuerte. Los españoles nos acabaremos despedazando unos a otros. Con la
particularidad de que en esta ocasión ya no hay bandos en los que enrolarse, ni
unos ideales que defender. Sólo, intereses. Suena la hora del “ todos contra
todos”.
Existe entre nosotros un cierto furor
liberticida, herencia de Caín. Cuando asoma la oreja hay que echarse a temblar.
Los mejores libros castellanos fueron escritos en la cárcel como el Quijote o
en las galeras en las cuales bogan Lázaro de Tormes cuya
obsesión era convertirse en atún y el locuaz Estebanillo, aquel
gallego que con voz melosa dijo las verdades más tremendas contra la
corrupción, la ignorancia y la arbitrariedad que nos son endémicas, y se pasó
siete años bogando la mar océano, cargando en España para descargar en
Flandes.
Desde el fondo de un insalubre
sótano a orillas del Órbigo se alza la voz inconfundible, el treno valiente de
Francisco de Quevedo denunciando al déspota que grita desde los muros de San
Marcos de León, otro antiguo monasterio trocado en ergástula del penar contra
el déspota de turno los versos famosos:
No
he de callar por más que con el dedo
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo
¿ No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre ha de sentirse lo que se dice?
¿ Nunca decir lo que se siente?
Tales versos, inspirados a su vez en otros de
Tácito, que parecen una apódosis a aquellos otros de “ católica y cruel
majestad “, son un reproche contra la intolerancia endémica, una especie de
alergia espiritual, que vuelve tan difícil y quisquillosa la vida comunitaria
entre españoles, y que a veces es proclamada entre nosotros so color de
libertad de suerte que los “ególatras del trágala demócrata” resultan
aquí tan peligrosos como los absolutistas. Ambos partidos gozan del mismo
prurito totalitario, pues salieron de una misma vulva y los parió el mismo
coño. Por desgracia. El maniqueísmo integrista está pared por medio del
libertario. Parecemos condenados a vivir bajo el espectro de Tadeo
Calomarde. Existe, ciertamente, un humor liberticida en el “ país de la
real gana ”, “ a mí me toca Vd. los testículos “ y no sabe con
quien está hablando “. En recapitulación, aquí sobran cabos de
vara. Resulta familiar el sonido de la chaveta al cerrar sobre el brete con que
uncen al forzado. En las noches de insomnio escuchamos los gritos del cómitre:
“ cia, cia “ que es un equivalente al “ davai... davai (adelante) que
se repite en el “ gulag “. Tolstoi y Dostoievski por eso resultan tan
familiares. España lo mismo que Rusia tiene mucho de cárcel de los pueblos.
Pero no se os ocurra buscar la salvación en los Estados Unidos. Aquella
sociedad es un inmenso campo de concentración. La zahúrda final, cerco
inviolable, un Alcatraz perenne donde no cabe la posibilidad de escapar. Al
nacer, a todo español lo debieran enseñar a cantar las estrofas dulces y a la
vez llenas de congoja del romance del prisionero. Definen a un pueblo.
Que por mayo, era por mayo,
Cuando hace más calor.
Yo, triste y cuitado, yago en aquesta prisión.
No sé ni cuando es de día.
Ni cuando las noches son.
Si no fuera por la avecilla
Que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero.
Dele dios mal galardón
Y lo peor - Faulkner y Hemingway no existen,
son dos invenciones de valor muy discutible - es que no tendrán a un Cervantes
o a un Gogol para que les cuente a los pobres e ignorantes yanquis la historia
de sus presidios. Sólo les quedan los reportajes de mal gusto de la CNN para
asistir a cualquiera de sus ajusticiamientos en alguna de sus penitenciarías,
crudo espectáculo de la nueva ética multimediática. De aquellos lodos,
estos barros, y de tanta chabacanería y ordinariez tanta dicharacha “ maripava
“ apareciendo a la hora de la merienda en bochornosa tenida televisiva que
pontifican y trivializan lo más sagrado de la vida humana. Las gentes han
perdido el pudor. No les importa convertirse en un espectáculo pero ¿ acaso no
es éste un nuevo procedimiento de purificación? De la mano de las maripavas, en
apariencia, sansirolés, pero por dentro recomidas de un odio y de una franqueza
brutal, émulas de Mariana Pineda, poco escrupulosas o tontas simplemente,
llegan los angeles exterminadores de Polanco y que imparten cada tarde un
mensaje escatológico de destrucción y de descomposición a la sociedad española.
Se dicen locutoras/ periodistas pero hacen las veces de pitonisas que nos
acercan a un tiempo terrible: el de la llegada del ángel exterminador. La serpiente
antigua habla por sus bocas. Esas bocas tienen un colmillo retorcido [estas
sotas televisivas tienen pese a su candidez muy poco de inocentes] que inocula
el veneno feminista en las conciencias. La americanización absoluta de España
nos llevará a su destrucción. Lo que no consiguieron los bombardeos ni las
trincheras de tres años de guerra civil (que perdieron los enemigos de la idea
patria) son sopas y pan pringado para los debeladores de toda esperanza. Unos
insulsos programas de tv. Contando todos los chismes y “ chismes” - es el
nombre del presentador de uno de estos programas en que toda la médula consiste
en ir cortando trajes y meterse en vidas y honras ajenas - han bastado para
minar su hasta ahora berroqueña moral. España se descatoliza en tanto en cuenta
se americaniza. Se ha vuelto un país cursi bañado en la doble moral y el doble
rasero de los “Pilgrim Fathers”.
Nunca tendrán el consuelo de una gran literatura. La
castellana, la que se escribió al frisar el nuevo siglo y antes, incluso, es un
tremendo canto diaconal de múltiples y maravillosos registros que queda ahí
como legado a las generaciones venideras. Por eso tienen “ prisa” esos heraldos
del furor anti castellano por desespañolizarnos. Es la inversión de valores. La
cruz al revés del revuelo que viene. Mala cosa es cuando los maricas han tomado
la madrileña calle de Pelayo o hay comisarios de policías que se convierten en
“ chamanes “ de la carnaza feminista. Todo está vuelto del revés. Los “ maderos
“ ocupan la plaza de los periodistas y éstos a su vez se meten a polizontes. He
ahí la logística de los ulteriores planteamientos de la involución en ciernes.
Y cada año que pasa, se siento que esto va a peor.
Hiela casi el alma pensar en el futuro. Antiguamente
se estudiaba el pasado para entender lo que ha de venir. Ahora eso es
imposible, porque todo se ha vuelto imprevisible y, además, existe un
tenaz y obcecado movimiento de borrado de memoria de cara al año 2000. No
tendremos un poeta para contar la amargura de los encerramientos a la vuelta de
la esquina. La posterioridad adquiere de día en día un cuño cada vez más
totalitarios como ya adelantaron las previsiones de los utopistas ingleses,
Huxley y Orwell. ¿ Quién nos quitará de encima los cerrojos?
IV
Alrededor, la vista no atisba más que
inspectores del fisco, comisarios, mamporreros y soplones. No tendremos ya como
alfaqueque al heroico fraile mercedario que ocupe el puesto de nuestro
cautiverio como ocurrió con Cervantes en Argel, aquel Juan Gil
arevalense, sin cuya abnegación no hubiese sido posible la escritura del
Quijote. Tampoco tendremos el consuelo de los libros. La centuria que se
aproxima será ágrafa y maleante. No podremos conjurar nuestro destino del
burdel, el regimiento, la zanja, el penal o el patíbulo. Hay hoy muchos
adelantos y no pocos inventos pero la pasión humana sigue lo mismo: gobernada
por el instinto.
Lo que hace grande a la literatura castellana
y a la rusa - la francesa, la inglesa y la alemana, mucho menos - es su
sugerente poder de denuncia y contestación, un poco como si nuestro reino no
fuese de este mundo. Esta estética idealista tan propia del Quijote parece
mirarse en el cristal de las aguas límpidas del lago de Tiberíades por las que
anduvo Cristo sin hundirse. Hay una tensión taumatúrgica por mejorar la
condición humana desde dentro. No desde afuera, porque para lo de afuera ya
tenemos la frase de Unamuno famosa que inventen ellos haciendo
valer la calidad única e intransferible de cada individuo como acreedor de la
sangre del Cordero, esto es: del hombre redimido.
Sólo la palabra con su carga
enriquecedora nos reconcilia con la existencia por más que esa realidad se
halle trufada de encarcelamientos infames, oprobios sin cuento. Nuestra
literatura es un desfile incesante de corchetes y alguacilillos, de
temibles inquisidores lanzando excomuniones y de ese catolicismo retórico y a
veces cruel que se inventaron los jesuitas y que poco o nada tiene nada que ver
con el genuino cristianismo. Por salvar la idea hemos destruido al hombre. Todo
lo contrario de lo que predicaba el Nazareno.
Uno asiste a las patéticas ruedas de
identificación a las conducciones carcelarias o escucha el llanto de los
condenados al amanecer. Está vuestro nombre temblando en un
papel... El drama del Gólgota se repite en cada ejecución en cada
comparecencia ante el pelotón de fusilamiento. Hemos manducado la bazofia o el
pre (rancho) carcelario, hemos compartido el aburrimiento, el espíritu de venganza,
la desazón sexual que representa la ausencia de la mujer, lo duro que resulta
la convivencia en estos recintos a pesar de que lo que se diga por ahí “ cárcel
y camino hacen amigos “, pero también “ a la cárcel ni a por lumbre “. Aún las
autoridades de Instituciones Penitenciarias no habían permitido la vis a vis.
Dios alberga designios diferentes.
Escribe al derecho con renglones torcidos, como decía Teresa. Los guijarros
rechazados por los arquitectos, de acuerdo con los planteamientos mundanos, por
su mano son transformados en piedra basal. Por esto mismo, el Salvador, en
contra de esa misma creencia de las cosas vistas a partir de la carne y
abundando en su mensaje soteriológico, diseña un proyecto de justificación
universal que cubre a todos los nacidos de mujer a partir del hombre caído. La
Gloria será no para unos cuantos elegidos sino para todos cuantos crean en Él.
Habló de que “ los últimos serán los
primeros “. Tiene palabras de perdón y dirige sus bendiciones hacia los
hambrientos, los desnudos, los enfermos, los que arrastran cadenas, sienten
angustia y piedad por sí mismos. Su mensaje será principalmente comprendido por
los perdedores, por “ los que han hambre y sed de justicia “. Un lugar
privilegiado de su corazón lo ocupan aquellos que pertenecen al cupo marginal o
son catalogados como el desecho de la Humanidad doliente.
Está en su papel mesiánico al hacer
pasar su rodillo igualitario que allana las cabezas, exaltando al humilde y
deponiendo de su lugar preeminente al poderoso. Esto es lo verdaderamente
judío. La esencia sustantiva del pacto de Yahwé con el pueblo que eligió para
llevar adelante sus planes de salvación al crear al mundo. El proyecto no puede
ser más impenetrable, pero queda así consignado en la Revelación: “ Entonces el
Rey dirá a los que estén a su derecha: Venid benditos de mi padre a tomar
posesión del reino celestial que os tengo preparado desde el principio del
mundo. Porque yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de
beber; era peregrino y me hospedasteis. Estando desnudo, me cubristeis, enfermo
me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme y a
consolarme” ( Mat. XXV, 34- 36).
De antemano sabía el Mesías que el mal le tomaría
siempre la delantera. Imposible, convertir la tierra en un Paraíso, aunque su
doctrina lo que pretende es hacer de este planeta un lugar más habitable. Dos
milenios de cristianismo demuestran que en parte lo ha conseguido. Porque cala
más hondo y va más allá de las interpretaciones y exégesis a conveniencia que
de la misma han tratado de hacer sus discípulos, a los que continúa llamando
Jesús “ hombres de poca fe “, porque lo miran todo bajo el rasero de la
materia, cuidan de su honra y tratan de ganar los primeros puestos en el
banquete. De lo que se trata aquí es de guardar cada uno su propio
gavilla de centeno, velar por su mojón. “Yo voy a lo mío “. Hemos dejado
de ser hermanos. La verdadera fraternidad encontró frágil y etérea sustituta en
una solidaridad cursi. Nuestro prójimo ya no es el vecino, al que ni se saluda,
se le hace la puñeta o se le impropera en las juntas de la comunidad. Ha tomado
el relevo ese bosnio que aparece huyendo del Ejército serbio en su carreta
tirada por un caballo famélico con todas sus pertenencias a cuestas, o el niño
senegalés con el abdomen abultado por el hambre. Aquí nos rebanamos el cuello y
enviamos dinero a los damnificados por los contiendas e injusticias sociales
provocadas directa o indirectamente por el gran sobrestante o capataz que abre
una cuenta corriente de socorro. La caridad se ejerce en plan de “ soap opera”.
Es una resultante de la explotación cínica del horror del “ quien sabe
donde”. Esto de las “oenegés”, que han aflorado como hongos, se organizan
como un negocio redituable.
Su imperio no pertenece al “ aquí y
ahora “. No es de este mundo, pero en él tendrán cabida los pecadores y todos
aquellos que, al creer en su palabra, reconocen su propio abatimiento. No se
trata de ganar sino de perder y ahí estriba el predicado más sublime de su
grandeza soteriológica para plantar ante los poderes infernales cuyos criterios
mandan en este mundo. La tierra seguirá siendo un punto de encuentro de los
hambrientos y desnudos, de los prisioneros y de los sin techo. Es algo
irremediable, inherente a la condición humana. El legado de salvación formulado
por el Hijo del hombre se circunscribe a lo que está dentro. No se refiere a lo
de afuera. Cristo no fue otra cosa, desde el punto de vista de las miras
humanas, que un perdedor. Precisamente su gran triunfo está en su derrota. Ello
convierte su mensaje mirífico en algo no ya meramente coyuntural sino eterno.
En dicha visión profética cristológica
no se oculta que los presidios, los hospitales, los manicomios y casas de
lenocinio o los hospicios estarán atestados hasta el final de los siglos.
“ No penséis que yo he venido a destruir la ley de los profetas: no he
vendo a destruirla sino a darle su cumplimiento “ ( Mat. V.
17). La carga revolucionaria de su misión obvia un enfrentamiento el enfrentamiento
con el poder temporal, al que desprecia y considera algo así como un mal
necesario - dad al cesar lo que es del cesar- y va dirigida
prelativamente a los arrogantes y encaramados en las ínfulas y el efod, que
ostentan la hegemonía religiosa. Aun no se lo han perdonado.
Pero, al sentenciar que ha de volverse
la otra mejilla y al que te pide la túnica, dále el manto( Mat. V.
40), cambia la historia de por dentro. No es un testamento de grandeza
temporal el que lega a sus escogidos sino la gracia y la esperanza para poder
sobrellevar las cargas y sufrimientos de este destierro. Por todas las partes
esparce la luz del perdón y del consuelo y antes de resucitar al tercer día
baja a los infiernos. Para redimir a los que estaban dentro. Cristo es el
supremo y glorioso amparo de todos los cautivos, el gran alfaqueque. Al
juntarse con gente impura - publicanos, putas y pecadores - reta a los
hipócritas y lanza un grito en favor del decoro y de la dignidad de toda la
vida humana de cualquier clase, color, sexo condición, en cualquier estadio que
esté. A causa de todo eso, no faltan todavía quienes le siguen creyendo un “
borracho “ y un “ maricón “. De “loco” lo tachan a cada hora. ¡ Ah, las
cogorzas benditas de la eucaristía, ah la sublime demencia del divino amor, que
todo lo perdona, incluso el pecado nefando!,( “Porque a los pobres siempre
los tendréis con vosotros”; Juan. XII. 8).
Se distinguen dos planos estancos: el de
Dios y el de los hombres. Rara vez convergen. Es vana observancia pretender entreverarlos.
Tanto la Teología de la Liberación como la del Holocausto son manifestaciones
de la urdimbre temporal, contingente, no sustantiva, de la vida de la Iglesia,
que proclaman algunos de sus muchos errores en el pasado y no pertenecen a la
economía de la salvación ni al depósito de la fe. Se trata de materia opinable
pero aquí hay muchos que pretenden hacernoslo pasar por dogma.
No prevalecerán los poderes del infierno
contra ella. Sin embargo, la labor de zapa de los enemigos de Cristo no ceja.
La cuestión recuerda algunas de las espinosas cuestiones que le planteaban ante
las turbas los sacerdotes de Israel sobre si es lícito hacer caridad en sábado
o si el vínculo matrimonial seguirá vigente en la vida eterna. Pretenden
darnos gato por liebre al poner de sopetón y sin las comprobaciones oportunas
tantos muertos sobre la mesa. Exaltando el holocausto, que pudo ser o no haber
sido -tendrían que ser juzgados los verdaderos responsables de aquella
catástrofe; el mundo está pidiendo a gritos otro Nuremberg para depurar
responsabilidades de una vez por toas -, pero que se debe a la torpeza de los
hombres con sus ambiciones, intrigas, temperamento belicoso y afán dominador,
no se hace otra cosa que manipular el mensaje de la Redención.
Sin más ni menos, esa creencia reivindicativa del “
Schoah “ sitúa a la Cruz en penumbra. Auschwitz nunca podrá igualar en altura
al Gólgota. Porque el Calvario es el arca de la fe y los campos de
concentración, un macabro exponente de las miserias de la condición humana en
este azacaneado y violento siglo XX que expira entre angustias, temores y
deseos de vindicta. La ley del Talión fue abolida y estos monolitos de
recordación instigan al rencor o, en cualquier caso sirven de señuelo a los que
están manipulando la historia para entregarse a su tarea de censores de los
hechos objetivos pero inoportunos. En esto consiste la estrategia de “ borrar
la memoria “.
Jesús, no obstante haberla emprendido a
latigazos contra los escribas y fariseos que profanaban la casa del Padre, era
un pacifista convencido. No utilizó la violencia ex profeso. Nunca quiso ser un
pistolero.
El más judío entre los judíos de esta forma
sutil y sublime de abanderado de la no-violencia desafía a los poderes del
infierno enarbolando el pendón del amor y del perdón - sus detractores diz que
forzando las leyes de la naturaleza basados sobre los principios del más fuerte
y la hegemonía de la selección natural- inexorables. Que el pez grande se coma
al chico es un axioma biológico. Cristo predica la “ divina indiferencia “ y
tranquilizando a los que se preocupan por el futuro: “ ni un pelo de
vuestra cabeza se tirará sin el consentimiento de vuestro Padre Celestial. Invita
a sus coevos a practicar la mansedumbre que es extraña a los planteamientos de
cara a la supervivencia y a no preocuparse por el “ qué comiereis y qué
beberéis “ ya que la Providencia vela por nosotros. Recomienda
lanzarse a la palestra a pecho descubierto.” Contemplad los
lirios del campo cómo crecen y florecen. Ellos no labran ni tampoco hilan. Sin
embargo, yo os digo que ni Salomón, en medio de su gloria, se vistió con todo
primor como uno de estos lirios” ( Mat. VI. 29). El amor a la
naturaleza y la confianza en la Providencia que transmiten estos consejos
recapitulan una vez más la visión revolucionariamente esperanzada del Maestro
al tiempo que evidencian un poder que nadie ha tenido al filar de las
centurias. Ni reyes, ni emperadores, ni pontífices, ni caudillos. En suma, he
aquí una prueba - ese apasionado fervor que ha suscitado Jesús en las
multitudes - de que sus palabras no pasarán.
Su lucha no fue contra el imperio romano sino
contra la soberbia y la doblez humana encarnada en el sanedrín. Para los
levitas la mera presencia de este conductor de masas reviste un peligro. Contra
ellos van dirigidas las palabras más duras de todo el Evangelio, pronunciadas
casi sin reservas. Los descalifica por “ sepulcros blanqueados” y por “
raza de víboras “, desleales y traidores a su sagrada misión y cometido:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que pagáis diezmo hasta de la hierbabuena y del eneldo y del
comino, y habéis abandonado las cosas más esenciales de la ley: la justicia, la
misericordia y la buena fe! Estas deberíais observar sin omitir aquéllas.
¡ Oh, guías ciegos, que coláis cuanto bebéis, por si hay un mosquito, y os
tragáis un camello! ¡ Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
limpiáis por defuera la copa y el plato, y, por dentro, en el corazón, estáis
llenos de rapacidad y de inmundicia! “ ( Mat. XXIII. 23 -25)
Este versículo deja pocas dudas de cuál es su
plan soteriológico, contenido en el Magníficat, que
es una glosa a la carga mesiánica esbozada por los profetas del Viejo
Testamento. Jesús no hace otra cosa que dar cabo a esas felicitaciones.
Advertencias de parejo tenor lanza contra los ricos.
En su corazón redentor tienen un puesto perenne los pobres de Israel con todos
los que sufren o son sojuzgados a manos de los poderosos. Cristo está de parte
de los perdedores: los encarcelados, los relegados y marginales, los tullidos y
leprosos. Se alza contra todo aquello que es obra de la maldición del pecado.
V
Desgraciadamente, el antisemitismo
perenne y del que se ha servido el diablo para hacer tanta bulla, dando la
vuelta a estas duras palabras contra la clase dominante en Jerusalén al tiempo
de la primera venida, las ha presentado como cebo y carnaza para hacer
prevalecer ese espíritu inmundo que hace responsable al pueblo elegido de la
muerte del Justo. Una burda patraña. Sobre esa especie injuriosa y falsa se
fundamenta toda esta inmensa teoría sobre el Holocausto.
Con ella no sólo se desacredita a la Iglesia
y paga sus pecados históricos, los privilegios jerárquicos, por los que los
responsables en su día habrán de entonar su “ de Profundis “, sino que supone
una auténtica involución al socavarse sus cimientos. Se trata de una manera
indirecta y sibilina de decir que el cristianismo ha sido un fracaso a todas las
bandas, mientras las otras dos religiones del tronco de Abrahán supusieron un
triunfo clamoroso. La tesis del holocausto vuelve a abrir al Turco las
puertas de la ciudadela europea. Por lo que se ve, el credo de Nicea se bate en
retirada puesto que carece de las ventajas de sus otros dos contendientes. No
le cabe el recurso de la guerra santa o “yihad“ y abomina del ojo por ojo
y diente por diente.
Se trata de un sofisma a nuestro juicio
porque detrás de este marasmo de confusión se esconde el dedo de Dios. Roma
tendrá que huir a Canosa, pero el final de Roma no supondrá el fin del
cristianismo. La ruta de salida al marasmo en la paulatina desobstrucción
jerárquica eclesial. Los tiempos que vienen pide más poder para los diáconos,
que secularizar no tiene por qué ser el equivalente de desacralizar. La Cruz
sólo podrá vivir cumpliendo el Mandato Nuevo y volviendo la otra mejilla; de
tales postulados hicimos hemos caso omiso hasta el presente. La solución,
puestos en ello, puede que estar en el fomento del mozarabismo, una riqueza
litúrgica y doctrinal que mantiene intacto y en la reserva. Se mantiene en las
iglesias de oriente; en occidente sólo cuenta el dogmatismo. Hemos sido
culpables de categorizar como divino lo que es terrenal, humano y contentible.
Armarse de paciencia y de comprensión y
estar preparados para una nueva oleada de sangre, porque se acerca un tiempo
nuevo en el cual la cruz será exaltada entre los ríos afluentes del martirio
que tal vez supongan un nuevo Jordán es el consejo a dar en estos azacaneados y
confusos tiempos imperantes, en los cuales, a pesar de todo, reina la
esperanza. La bestia sigue conduciendo el agua a su molino y uno de los
procedimientos más sibilinos para consumar sus planes secretos de acabar con la
religión de Cristo, una religión que a veces ha sido defendida espada en mano y
de ahí sus resultados. A Cristo se le defiende mediante la oración y a través
de los libros.
Holocausto nos revierte a situaciones
del pensamiento bíblico, pero, en recapitulación de lo señalado, Dios que ama a
su pueblo, no puede estar haciendo otra cosa que escribir al derecho con
renglones patituertos. No se puede execrar a los judíos, en abstracto - cuando
algún bilioso habla así en general para echarles la culpa de todos cuanto nos
sucede está incurriendo en la tentación ofrecida en bandeja por la serpiente
antigua, aparte de hacer ostensión de su incapacidad imaginativa - porque es
una blasfemia contra el pueblo que ha actuado en imperio y con conciencia
histórica, sabiéndose llamado a un destino mesiánico o soteriológico para el
común de las naciones. Los judíos en abstracto constituyen una entelequia. Cabe
hablar sólo de judíos determinados. Unos serán buenos y otros malos.
Semejante creencia no hace sino dar
pábulo a ese antisemitismo feroz y traicionero, causante de tantos
desmanes y dificultades. Con él vuelve el aura siniestra de la inquisición.
Verdaderamente, lo ha debido de inventar el diablo.
En el mismo pecado incurren los que se
han adueñado de la imagen del Salvador convirtiendola en un ídolo a su imagen y
semejanza. Aspiran a extender su reino y no han hecho otra cosa que desamarrar
sus ambiciones, sus instintos de revancha, el afán de poder y dominación
inherente a la condición humana. Fue el error aparente de las Cruzadas. En ese
garlito cayeron las guerras religiosas desbordadas sobre el corazón de Europa
siglos atrás y los desafueros de las contiendas carlistas y los pintorescos
entre los partidarios del Pretendiente (carlistas, jaimistas y alfonsinos).
España está pagando los excesos de aquellas aspiraciones decimonónicas a clavar
en plenas Provincias Vascongadas un “islote vaticanista“ con ríos de agua
bendita romana corriendo por las calles de Pamplona y de Bilbao y los cipayos
de Arzallus haciendo de acólitos en la gran misa negra oficiadas por los
hierofantes de la Eta.
A diferencia del Islam o del Judaísmo,
la religión de Jesús no propugna una forma de vivir en lo exterior - Cristo
aborrecía a los fariseos con sus abluciones y su estricto cumplimiento de la
letra pequeña de la ley - pasa por alto la norma estricta y concentra sus miras
en aquello que dignifica al hombre y a la mujer. Es algo que fluye de
adentro. Su código es, pues, intimista, aplicable y valedero para los pecadores
redimidos por el pecado de toda laya, sin distinción de matices ni fisonomías.
Toda la hojarasca jerárquica es,
asimismo, adjetiva, que estorba en lugar de facilitar el acceso a ese
gran nirvana a que invita el Evangelio a los hombres de todos los tiempos. De
ella tendrán que despojarse los altos cargos si quieren sobrevivir. La política
y la cruz trazan trayectorias paralelas, nunca convergentes.
Corre un peligro latente: que, so
pretexto de una convivencia o cohabitación más o menos ficticia, se haga
dejación de las tareas de guía y faro espiritual a los creyentes. De ahí a la
reconversión de la Barca de Pedro en una ONG o en una multinacional de las
cosas del más allá - bodas, entierros y bautizos - hay un paso. El imperio
hitleriano, que salió derrotado del Holocausto, es una obsesión del capitalismo
selvático que conduce los designios de la humanidad (habría que hablar del
sanedrín de Washington) que imita sus planteamientos y procederes. Es una
fuerza que arrasa ¿ Habrán comprado al Vaticano bajo el pontificado de Wojtyla?
Es la pregunta que muchos nos hacemos en esta instancia cuando vemos que por
doquier se cambia de página. Los americanos, socavando los cimientos de la vieja
cultura, en su perenne inquietud por borrar el pasado. Su fijación con el tema
del Schoah no tiene otro objeto que llevar adelante los planes de la subversión
mundial, fomentando una sociedad controlada bajo el yugo materialista.
Por esto verdaderas obras de arte,
auténticas joyas bibliográficas se venden en este segundo noventa y ocho por
veinte duros y hasta por cinco en el ratigo de libros de la Cuesta de Moyano ¿
Qué esta pasando?, nos preguntamos. Ya no lee la juventud. No le interesa el
pasado. En plena revolución desde arriba se está fomentando una sociedad
ágrafa. Pero en estos tenderetes, arrimaderos de la cultura, en revoltijo,
aparece de tarde en tarde la perla de algún que otro novelista olvidado. Este
es el caso de la gran novela de Zamacois que tan poderosamente suscitara la
atención y estamos comentando. Dios ha castigado nuestra soberbia. Se han
venido abajo nuestros ideales. Ya nadie habla en conceptos sino en dólares,
pero el mundo sigue. Rusia ha capitulado y su autoinculpación ha permitido -
autentico milagro de la virgen María - que en adelante no sean factibles
ulteriores holocaustos como el de Hiroshima y Nagasaki. El gobierno del mundo
está en una solas manos. Con todo, el miedo a la bomba está atenuado.
Traemos a colación estas impugnaciones
no como divagaciones a la exposición de la idea que nos ocupa: la literatura
cristiana, desde las epístolas de San Pablo, debe muchas de sus aportaciones y
logros al haber sido escrita en cautiverio. La sociedad de un mundo feliz a lo Huxley
y Orwell no quiere oír hablar ni por pienso de cadenas, porque está siendo
esclavizada por un tipo determinado de supuestos consumistas, multimediáticos,
etc. Y en ese albur de idea que se proyecta a partir del nuevo Testamento
entran los modos de escribir de estos dos pueblos, el español y el ruso,
acrisolados en el sufrimiento y en la esperanza de la cruz. Dichas estas cosas,
se puede comprender mejor la tesis que plantea Zamacois en su novela de “Los
Vivos muertos“ como lucha del hombre por su libertad siguiendo los pasos del
bendito Galileo, que todo lo perdona y comprende y que se sitúa por encima de
los convencionalismos, aberraciones y privilegios de grupo.
La fe nació en las catacumbas. Un ángel
quebró los grilletes con su luz de Pedro, aherrojado en Jerusalén a causa de un
pleito entre gentiles y judaizantes. Pablo caminó por las calles de Roma
durante dos años, maneado con un brete a los tobillos y las manos
uncidas por las esposas a las de un guardia de seguridad. El Bautista, al que la
Biblia define como el más santo entre los hijos de mujer, languideció en una
mazmorra de Herodes Antipa hasta ser decapitado como colofón sanguinario a una
orgía. En realidad este mundo no es sino una cárcel en expectación de la vida
buena, esto es de la “ parusía “. Aquellos pueblos que no creen en el evangelio
inventaron por eso una literatura mitológica o de evasión. Los errores
históricos en los que haya podido incurrir el catolicismo, seco, jerarquizante
y con sobrepelliz almidonado, y todos los deliquios del oscurantismo
retórico del pasado siglo(parece ser que hemos sido esclavos de la confusión y
el Maligno ha enredado a sus anchas) no desvirtúan ni desdoran su magnífica
carga de redención atañedera al hombre de todas las edades. Hemos tomado el rábano
por las hojas. Hénos aquí, dicen, perfectamente instalados en la cultura
de la queja. No se quiere participar de lo que no se conoce. El rodillo
“socialista “ dio cabo a todo aquello en lo que creíamos, pero ellos nos siguen
tomando por faltos y por acusicas. Han nombrado a sus propios novelistas y
autores a dedo. Lo llevas claro para publicar si no eres hijo de Julián Marías
o relatas la cara amable, muy en plan Vizcaíno Casas del franquismo
sociológico. Gala arrasa en la feria del libro, Umbral cuenta y no acaba sus
experiencias con el “Viagra “, ese especifico contra el síndrome de Enrique IV
que ha empezado a arrasar entre el macho ibérico en este verano del 98. El “
rojo” Raro Tecglén, que ya no es de Lenin sino Planco, un espadachín exhibicionista
del odio inveterado, desde sus columnas incendiarias, del órgano del Partido de
la Oportunidad sigue vertiendo soflamas envenenadas al grito de “ no pasarán “
y de “ a por ellos “. Sus arengas incendiarias son una “ cremá”. Ese señor no
se ha enterado de que aquí hubo una guerra civil. Después de franco él no
hubiera sido capaz lo que escribe. La memoria del antiguo dictador - ya
entonces nos indigestaron de García Lorca y nos aburrimos a morir con
Machado - los justifica. La estirpe de los inquisidores gusta de quemar en
efigie a sus relajados históricos. Luego, cuando alguien les retruca, se quejan
de la cultura de la queja. España va bien, pero con ellos podía haber ido al
desastre.
¿Quién piensa en literatura? Como han
ganado los americanos...
VI
El soniquete del barrenillo midriático
sigue sonando. Cada día ración doblada de lo mismo. Yunque y pedernal golpean
unísonos en un compás de uno y otro. La tarasca va avanzando, pero hay noticias
que le llenan a uno de alivio y esponjan el corazón.
Me han hecho archivero precisamente en
los ardores del farragoso verano. Un archivero en el tiempo que corre de los
hombres tachados, cuando se incentiva tan profusamente los borrados de memoria
(sólo lo que el burro quiera igual que en la pídola y a su discreción del cómo,
donde y cuando, y en qué condiciones) es un cero a la izquierda. No tan cero.
Detrás de tal jugada he llegado a colegir yo que están unas manos llenas de
Misericordia. Tuve una madre mala en la tierra, pero la Madre del cielo, que es
reina poderosa, ha entendido de mis desvelos por conservar la memoria, por
llegar a eso que llamaba elocuentemente Castelar la “razón universal“, que es
la democracia - y a ella vamos aunque muy a trancas y a barrancas - pero a la
razón universal no se llega desde las siete colinas de Roma sino desde las
cúpulas de Bizancio.
Dios hará todos lo que resta. Se nos
caerán las costras de los ojos. Por lo demás, contra esa ceguera mental
condensa aquello contra lo cual he venido luchando. He aquí que me han hecho
archivero en un tiempo en el cual Jano se dispone a echar el cierre y todos el
tráfico rodado va en derechura a las cocheras ¿ Está vendido todo el pescado?
El supremo Hacedor no facilita respuestas. Quiere que nosotros vayamos al
encuentro de esas contestaciones, conforme a nuestro leal saber y entender,
entregados a una búsqueda personal responsable dentro de los cuadros de una
iniciativa íntima en la cual no valen intermediarios.
Por eso me han hecho archivero. Regreso
en triunfo a la oficina de los palimpsestos mientras mis labios murmuran
agradecidos el salmo de acción de gracias: “ pondré a tus enemigos bajo el
escabel de tus pies “. La vida es irónica. Dejo a otros llevar a cabo con
ahínco el legrado de memoria. Borra. Borra. Quieren perpetrar el sacrílego auto
de fe que nos deje vacías las estanterías. Aquí los cuerpos que valen son los
de las “ top” y no esos cuerpos hechos de papel, de cantos dorados y tejuelas
sin cuya compañía no era capaz de retratarse Quevedo. ¡Que viva el sexo sin
amor, y muera el seso y el discernimiento! Todo sean cuerpos, pero no los
cuerpos de los libros, sino los de esas tías de alto copete, putas de lujo y
que viva el que lo trujo. Esos volúmenes le ayudaban a “ vivir en conversación
con los difuntos y a escuchar con los ojos a los muertos”. Los cuerpos de las
Nueve Musas y los ángeles mofletudos haciendo sonar el adufe de la inspiración,
el despejo, la ocurrencia, no van para nada con estos tiempos desangelados
donde se imponen los cuerpos mareantes de las modelos de alto bordo. La libido
anda por los suelos y muchos tienen que tomar reconstituyentes genitales. Los
antiguos curaban la sífilis con salversan. Hoy todos lo
arreglan con viagra, pero el alma no lo curan.
Tengo los ojos húmedos en este momento ¿ A
qué ton cargarse el imperio de la fantasía y dejarse llevar por el de los
sentidos? Nuestra Gran Dama ha venido a hacerse un raspado de matriz. Los
designios me llaman a pelear ardidamente contra los contubernios del borrado de
memoria. Sé de mi soledad y de la flaqueza de mis fuerzas, aunque la gracia
faltará. Estoy solo en esa soledad que bien conoce todo escritor y que crea
ansias mortales. A veces se convierte en vórtice de impotencia.
El combate va a ser muy duro, pero
desde el lugar donde estoy sentado atisbo las cumbres guadarrameñas y pienso en
que Zamacois, al instituir el “cuento semanal“ en 1907 daría salida a una
pléyade de narradores que con el paso de los días adquirirían tablas y
contarían historias con soltura y con despejo. El poder imaginativo, la
capacidad de seducción que tiene el contador de historias falta en cualquier
otro medio expresivo. Pero esto se va. Me aferro al ordenador como un naufrago
a la estacha que le lanzan desde el buque salvador. Mi tumba son los libros y
en ellos estará en igual medida la posibilidad de resurrección. Lázaro, sal
fuera.
La literatura española hasta estos
autores se encuentra deslucida por las malas hierbas y lampazos de la retórica.
El mismo quijote es un buen libro de caballerías pero una novela mal construida
y mirandonos en el espejo equivocado se ha ido generando no pocos vicios en
abono de nuestra vagancia mental y de los muchos convencionalismos. Nuestra
espiritualidad y nuestra mística adolecen del mismo defecto: retórica
artificiosa que en lo que atañe a las sendas del espíritu no nos ha llevado
tampoco por demasiado buen camino. Hasta Balzac y Sthendal nadie construye.
Después de los franceses, serían los maestros rusos los que llevarían a la
novela universal al registro de las perfecciones y tantos unos como otros se
inspiran en el relato de novela picaresca, o las invenciones de la caballería
con su trazo mareante de auténticos cuentos del nunca acabar.
VII
Hoy he sido feliz. Las noticias que
llegaban de San Petesburgo me han libertado de mis obsesiones. Soñaba que estaba
asistiendo a los funerales del último zar. He sido arrebatado en espíritu y
portado hasta allí cual el ánima del sastre. Y no queráis saber más. El ángel
que me llevaba era un serafín. Estaba facultado de seis pares de alas. Su
cuerpo era radiante y su luz es la llama del espíritu que vive. Su alma era
musical, porque con el batir de sus alas se desplegaban las sinfonías por todo
el fuego, y su pecho era de cristal bruñido. Más puro nunca habitará este valle
de lágrimas.
En la sacristía de la catedral de San
Isaac el día 17 de julio de 1988 la cuadrilla de sacristanes estaba muy
atareada sacando las vestiduras litúrgicas de armarios y cajones. El recinto
olía a naftalina. Todo estaba encendido y preparado: las candelas de los
iconos, en particular, el de San Nicolás Taumaturgo, su barba en abanico, la
melena de cabellos grises cayendo sobre el humeral, la tiara bruñida de oros,
los ojos dulces y clementes y la expresión hierática y antigua que tienen los
santos míticos. Debía el antiguo obispo de Mira estar muy alegre, ya que un
pupilo onomástico que había llegado a zar y murió mártir de la Ortodoxia hacía
ochenta años había recibido la palma del martirio. La justicia del Dios de
Abraham y de Jacob, el de los patriarcas y de los apóstoles vuelve al cabo del
tiempo. A los que ha señalado con su dedo misterioso en los designios
imponderables que derraman el torrente de gracia sobre los vasos de elecciones
no los olvida. A través del tiempo, atando y desatando. Alejandose y
acercándose, desapareciendo o haciendose presente se consuman sus planes.
El heredero del emperador Constantino,
el “basileus“, monarca sagrado, legatario del depósito de la fe simbolizada por
la cruz en lo alto que vio la Legión Tebana cuando combatían a los barbaros en
Panonia y antes de trabar batalla se santiguaron negándose a rendir culto a los
ídolos, el centurión Mauricio y sus dos edecanes Euterio y Cándido
contestaron la orden del emperador Maximiano de rendir culto a los ídolos, y el
propio Cesar en Puente Milvio, había derramado su sangre por todo aquel
conjunto de valores que representaba. Lo mandó ejecutar un comisario algo
neurótico y azacaneado, que se llamaba Yurovski, que había pasado varios días
esperando un telegrama desde Moscú.
- ¿Qué hacemos con este pez gordo,
camarada, símbolo de nuestros males, amo y déspota de la vasta Rusia?
Como en la muerte de Cristo, aquel
judío no fue responsable de la inmolación del Justo. En cierto sentido y
como cosa personal, ejecutaba los designios de la divinidad, pero en aquella
hora aciaga no actuaba en representación de la grey elegida, sino que se
situaba como mero ejecutor de un diseño que pertenece al arcano de los planes
secretos de Dios para con la humana condición. El último de los Romanov había
sido sacado del redil de los corderos para inmolarse y servir de ofrenda,
expiando de esa forma la culpa colectiva. Un pueblo en bloque -ese es el gran
sofisma, la añagaza diabólica- jamás podría ser calificado de deicida. No
obstante, y como explicitaremos a seguido, hay vetas oscuras en la conducta del
Israel de la tribu de Dan, que pueden transformar a todo el conjunto en “
pueblo aborrecido, escupido de la boca del Señor” En todo
grupo humano, los hay mejores y peores. La maldad y la bondad nunca pueden ser
categóricas. Yurovski, el antiguo aprendiz de fotógrafo y ex enfermero, un
hombre sin entrañas, y después de Judas uno de los especímenes de la raza
humana más inhumanos y protervos que salió de vulva de mujer a la expectativa
de órdenes decisivas, ejerció funciones de Pilatos en aquella hora triste y
crucial. No le imputéis la muerte del justo, aunque de los labios de sus
comilitones partió el grito estridente que ya sonó otra vez en el Lithostros:
“caiga su sangre sobre nosotros, y nuestros hijos”, pero Jesús volvió a la
carga y repitió la frase de misericordia y de perdón:
- Padre, perdónales porque no saben lo
que hacen.
El mensaje de perdón resonaba
nuevamente al cabo de siglos, de crímenes, depravaciones de la carne desolada
en la melopea monódica entonada por los oficiantes - seis popes y seis
diáconos- y así el símbolo áureo en el número quedaba repetido. Doce grandes
ventanales tiene la “ Petropavloski sobor” emplazada en el recinto de la
fortaleza del mismo nombre y doce curas eran los que oficiaban el funeral. El
mundo del pecado sigue así participando en el ágape de la esperanza. No nos
queda más remedio que indultar y perdonar, a favor de las enseñanzas del
evangelio, e imitar en su mansedumbre al Cordero que cargó con el peso de la
culpa a sus espaldas. La voz de los sacerdotes, tremolando magnifica, resonaba
cerca de las cimbrias de las bóvedas. Tenía el ceremonial todo el empaque
y solemnidad de una coronación.
Las casullas de los oficiantes
recamadas de oro y de pedrería emitían irisaciones de madreperla. Una
esmeralda, engastada en el báculo del obispo de san Petesburgo que
asistía a las honras fúnebres desde su trono de honor bajo un baldaquino de
damasco, brillaba de una forma característicamente simbólica acercando el mundo
militante al de la iglesia triunfante y coronada. Rutilaba igual que un sol
azul, diminuto.
Estaban las naves de la basílica, una de las
siete catedrales con las que cuenta la antigua sede imperial(Ismailovo, San
Nicolás, Nuestra señora de Kazán, la de San Isaac macedonio y la de la
Transfiguración) atestada de creyentes. Su cúpula mide ciento veinte metros de
alta y enseña una veleta de oro macizo, la cual durante el cerco de Leningrado
tuvo que ser tapado con una funda porque el bastión encandilaba a los apuntadores
de la artillería germana. En estilo alejandrino esta joya del barroco
ruso del Domenico Trenzzini, ocupa una eminencia. Desde su aguzado campanario
se puede dominar una panorámica de la corte de los zares. En días soleados, la
vista alcanza las planicies de Finlandia. Por su trazado dieciochesco, recuerda
a San Pablo de Londres de Christopher Wren y al Vaticano. Pedro el Grande mandó
colocar en lo alto del chapitel una flecha apuntando hacia Europa. Fue un gesto
admonitorio, porque aquel gran zar creía que, cuando Roma y Londres, otrora
bastiones de la cristiandad, cayeran en manos de los enemigos de la Cruz,
todavía quedaría la Ortodoxia. Una fuerza diferente, telúrica, alienta dentro
de sus muros construidos en granito rosado finés. Es una energía que traspasa y
conmueve.
En el mausoleo de los Romanov por fin
iban a descansar si no sus huesos al menos la memoria del zar de los ojos
soñadores, callados introspectivos. Tenía una mirada líquida. Como de
aguamarina. La singular apostura de este varón de deseos era una belleza
profética. Supo desde un primer momento cuál sería su destino. Dormiría por fin
al lado de Pedro el Grande, de Catalina , y junto a la sepultura de su padre,
Alejandro III, también asesinado por una anarquista.
El incienso que flotaba sobre las
cabezas del gentío premiaba a los que asistían al espectáculo, tan
impresionante, con la visión por un pequeño agujero y por unos instantes del
canto incesante de la eternidad. La antífona del Querubín se daba la mano con
la oración de los difuntos que en la Iglesia bizantina carecen de ese
aire tétrico y de desgarro ahogado plañidero que los occidentales solemos dar.
El rostro de Nicolás II es el que más se parece al que conocemos por el Santo
Síndone. Transpiraba serenidad y majestad y una hermosura augusta teñida de
timidez y de melancolía.
¿Era Cristo un griego? Esa es una pregunta
que me hago últimamente. Desde los Urales parece sentirse su presencia y desde
los montes que circuyen al Ararat resuena el grito del arca Perdida, cuyos ecos
se escuchan por el orbe entero. La cámara de resonancia es las cúpulas del
Cuerno de Oro, los bulbos sagrados que muestran al mundo las cruces en
Constantinopla, patinados de la luz misteriosa de los iconos. “ Ex oriente,
lux”: de allá llega el grito, como una taladro de misericordia, de
comprensión y de bondad. ¿ Habrá empezado el siglo futuro a partir de las
exequias, diferidas durante tanto tiempo, del último zar, cuyos hermosos ojos
tan humanos y comprensivos coronan las divinas techumbres?
Desde los últimos cuadros que quedan
poco antes de su cruento martirio miran sus ojos de un azul esmeralda. Parecen
decir comprensivos y sumisos acatando la divina voluntad: “Rusia, yo te
perdono”.
He ahí una bella familia acribillada a
balazos una madrugada en los sótanos del caserón de una vivienda de campo, la
casa de Ipatiev, el rico mercader, que vivía en el antiguo monasterio del mismo
nombre desamortizado por el soviet. Se da la coincidencia trágica que en el
claustrillo de Ipatiev los boyardos elegirían emperador a Miguel Romanov, el
primero de la dinastía; allí vendría a morir de una manera innoble y a traición
sin juicio previo el último de todos ellos. Se completó la saga y se cerró un
círculo. Un periodo que abarca de 1613 a 1917. Diez monarcas absolutistas
ciñeron sobre sus sienes la corona de todas las rusias. ¿Cuales fueron
las claves de esta muerte por fusilamiento? ¿qué queda detrás de aquel
magnicidio de la hermosa familia: Olga, María, Tatiana, Anastasia, las
princesas? Alejandra, la zarina? Los esbirros no perdonaron ni al zarevich,
hemofílico, con las piernas llagadas, que compareció ante la boca de los
fusiles llorando; estaba sentado sobre las piernas de su progenitor. Tampoco
hicieron gracia del médico de cabecera de la familia imperial, el Dr. Brotkin y
el aya Demisova. Rusia, yo te perdono ¿Se perfila algún remanente de futuro
para la humanidad gobernada ahora mismo por los herederos de aquel esbirro por
nombre Yurovski y en Babilonia el nuevo Nabucodonosor- todo el mundo repite
hasta la nausea sus amores expeditivos con una becaria, historia escandalosa,
propia del mas gusto, y de la zafia vulgaridad con que conculcan todos
principio moral y toda norma de Justicia el Ogro Universal de Quitaipón:
Daniel, profeta del Altísimo, ¿donde estás? Ven a leerle la cartilla a éste,
que ya hay síntomas de escritura en la pared, pues su reino será dividido y él
pesado en la balanza y no dará la talla, aunque dé otras, que la más
importante, no, para su condenación y desgracia- y entregada a los dislates de
la Cena de Baltasar?
El pelotón de fusilamiento lo mandaba
el propio Yurovski. Pero a última hora tuvo que sustituir a los rusos del
piquete por mercenarios húngaros a los que se obligó a ejecutar la orden
firmada por Lenin a culatazos y doblada la ración de aguardiente. Los
rusos se negaban a disparar contra el emperador. Estaba considerado como un
dios.
Yeltsin dijo”: Todos somos culpables”.
Saldaba de esa forma una vieja cuenta pendiente con los anales no obstante
haber quedado impune aquel crimen para siempre.
Los acontecimientos me han trasladado “ ad unguem” y
a lomos de la perspectiva otorgada por los sueños del mucho leer- a espaldas
queda toda una larga vida de contemplación estética de lo ruso. Fui elevado
cogido por los cabellos de las manos del ángel que transportó al profeta
Habacuc a Babilonia para llevar al profeta Daniel, preso en la cueva de los
leones, aquel potaje eucarístico, o como el diacono Felipe en Azeto. De la
misma manera he sido yo transportado yo hasta Petrogrado en las alas del divino
Miguel de la literatura en este caliginoso y extraño verano del 98. Huía de las
soflamas de mis enemigos, del tedio y el encono o la injusticia o el instinto
de revancha de un mundo que rueda hacia el abismo.
VIII
Aterricé en las riveras del Neva una
soleada mañana de julio, cuando las campanas de todas las iglesias de la vieja
ciudad imperial repicaban a misa. El sol radiante daba esplendor a los
chapiteles en bulbo donde campea la cruz del Redentor coronando el “ mound “
esférico que significa que Cristo es rey del globo terráqueo. A pasos veloces y
escoltados por mi poderoso valedor a lo largo de los bulevares y prospecta que
confluyen en la gran plaza penetré en la enorme catedral de san Isaac. La misa
había hecho que comenzar.
- Bendito sea el Señor Dios nuestro.
Ahora y siempre.
El precentor(recitador) invocaba a la
Santa Trinidad y el coro entonó las letanías de la misericordia, que son más
solemnes y hasta resulta electrizante en las misas de difuntos. Acto seguido,
se cantó el “ Otse Nash”(padrenuestro). Mi ángel velador a
todo esto iba y venía del trascoro a la bóveda y de la pérgola del iconostasio
hasta las capillas auxiliares casi a la velocidad de la luz, su cuerpo radiante
brillaba como un crisólito y tenía todo él la agilidad y hermosura de la
exhalación. Su sola visión causaba confianza y a la vez pavor.
Era el mismo personaje que librara a Daniel del pozo
de los leones, burlando las acechanzas de los enemigos del profeta y
liberandole de las cárceles de Nabucodonosor. El hizo volver a cantar a las
gentes.
- Bendito sea el Señor ahora y
siempre - repitió el diácono iniciando el responso con una santiguada.
- Por los siglos de los siglos.
Amen. -, atronó el coro.
Las cúpulas de la catedral de San
Isaac resonaron como si quisieran venirse abajo. En vez de un responso, aquello
parecía un canto triunfal. El ángel que transportó al profeta Habacuc desde los
cabellos hasta el pozo, y el que libró a Ananías, Azarías y Misael del fuego me
había llevado a un lugar del mundo donde yo sería capaz de mirar el cielo a
través de una rendija. Portaba en la diestra una espada de fuego y en la
siniestra la copa ritual del vino nuevo. Era la sangre derramada del cordero,
la sangre de los mártires, la del último de los Romanov. En ellas latía el alma
imperecedera de todos los acogidos al sermón del monte. Era la sangre de las
víctimas de la intolerancia, el fracaso y el desamor, la infamia. Comparecieron
ante mí - fue una visión terrible y a la vez beatífica - los rostros de
prostitutas, de borrachos. Gabriel les había franqueado las puertas del
Paraíso.
Allí estaba Martín Menoyo con sus
ojos de calma y de sufrimiento ostentaba los bretes de su infortunio. Las
cadenas que arrastró en vida en el penal de los Reyes y la blanca a la cual fue
amarrado se habían convertido en enseñas de triunfo. Eran de oro rojizo. La
cárcel, pensé, puede ser purgatorio, pero algunos lo convierten en Monte
Carmelo. Peldaño a peldaño, se alcanza la unión mística con el Esposo.
¡Han sido tantos los presos, los
hospitalizados, los que pasaron su existencia en manicomios y casas del dolor!
Todos ellos estaban ahora a la derecha del Padre!
Yo vi a Juan de la Cruz con un ceñidor de
guirnaldas y el alba de lino impoluto, sacerdote de Jesucristo y a las tres
Teresas. Estaban con muchísimos otros. Tantos que me parecieron innumerables.
Se habían dado cita allí en la mañana de julio. Podían ser miles de millones y
todos cabían en la inmensa “ sobor”. El ángel de la dicha les abrió los
postigos y el cielo y la tierra en aquel punto y sazón quedaron comunicados a
lo largo de una larga escala de Jacob, cuyos peldaños no eran sino cabos de
estrellas. Paz a los hombres de buena voluntad... No tengáis miedo.
El coro había vuelto por sus fueros. La masa
de voces acometió un responso maravilloso. Dirías sentirse el batir de las alas
del serafín. Toda la melodía se desarrollaba en eslavónico litúrgico alguna de
cuyas estrofas llegué a entender perfectamente. Eran gritos de misericordia y
de perdón. Ayes ante el dolor y la fugacidad de la existencia humana. Da la paz
a tu siervo, Salvador. Coronalos de la palma del triunfo, por tu amor al
hombre... Conduce a nuestro llorado zar y a su familia al paraíso, donde el
alma de los justos y de los santos padres resplandece como luminarias,
perdonáles sus pecados.
En aquel momento toda la congregación
en peso, los miles y miles de creyentes, visibles e invisibles, que poblaban
las naves de la “ sobor” y las aleyas de la fortaleza de Pedro y Pablo, hincó
la rodilla en tierra. Es la única ocasión en que se arrodillan los ortodoxos.
Por lo común, los oficios, a los que diariamente asistía el zar con fervor en los
postremeros días de su existencia, porque acaso notara que el espíritu le
ayudaba a sobrellevar los trabajos con presencia de animo. El mártir,
apoyándose en el don de la gracia, suele arrostrar la prueba con una fortaleza
interior que suele espantar a los propios verdugos. Éstos en la hora final
suelen mostrar más miedo que las propias víctimas.
Los doce oficiantes, símbolo de
los doce apóstoles, se persignaron varias veces al tiempo que doblaban el torso
hasta la cintura. Sólo quedó erguido ante la cruz el deán igual que un huso.
Engastada en su tiara pontifical con toda la plenitud y la inocencia de su
sacerdocio, también su majestad, una esmeralda emitía fulgores. Su luminosidad
parecía potente y lejana lo mismo que la de una estrella.
El salmista repartió velas entre
los fieles. El templo iluminada por millares de cirios y las lámparas que
colgaban de las pechinas, los arcos formeros y el triforio aparecía cual
ascua incandescente, formando una especie de lago de luz sin espacio y sin
tiempo. Infundía todo eso la
percepción de lo infinito. Pero los rayos que más brillaban eran los que salían
de adentro. Cada rostro era un espíritu puro. El alma humana es esencialmente
musical. Sinfónica. Así lo quiso el Consolador. A través de la armonía llegamos
al conocimiento del Padre. El diablo odia la música. En el infierno no se
canta, al no existir armonía. Sólo estridencia. Por ende con toda la razón se
ha temido que el destierro de los coros a capella y la proscripción del
gregoriano y del latín, que han dado paso a lenguas vernáculas y a instrumentos
populacheros y estridentes como la guitarra tabernaria, de acuerdo con las
nuevas rúbricas liturgias del segundo concilio Vaticano, han significado un
triunfo del maligno. Por suerte Bizancio siguen sin reconocer tales
estipulaciones cultuales con arreglo a los cánones de su tradición.
La ceremonia, los cantos, las reverencias y el
dúo de las letanías con sus melismas y contrapuntos acotados de réplica y
de queja, para impetrar el favor divino, que hacen pensar en el batir de
la marea indómita sobre los rompientes de una playa infinita, no parecían de
este mundo. Yo estaba protegido por las alas del serafín contemplando el rostro
de Dios. No era el anciano que retrata Daniel sino una fuerza que adopta todas
las formas, olores y sabores de su creación. El legado de los Cielos salvó a
los Tres Jóvenes de Babilonia soplando con sus fauces y creando una corriente
de aire fresco en medio del fuego abrasador. Verdaderamente, Cristo es inmenso.
Se acercó a mí el querubín y me dijo:
- No sufras más varón de deseos.
Tus plegarias han encontrado oídos adeptos en Quien me envía. No tengas miedo.
Una paz infinita se apoderó de mi
persona. Con todo el brío de mis pulmones deshechos exclamé:
- Mira, Señor, mi cuerpo
lacerado por la enfermedad y mis pies hinchados por la podagra y la uremia.
Tengo el paso torpe y vacilante. Mis enemigos se ríen de mí. Apiádate de mis
pecados. Acaba con las angustias que me afligen.
Volví a sentir la
palpitación del ala del ser celestial que guiaba mis pasos. Era como el sonido
de una inmensa bandada de palomas. Mi cabeza parecía que iba a estallar. Jesús,
hijo de David, apiádate del que te sirve y te confiesa ante los hombres. Se
posaron sobre mi cabeza unos ojos cuajados de mansedumbre. Como aquella vez, en
la catedral de Avila, cuando alcé la mirada al techo y vi a Cristo agonizante
reclinar su mirada sobre la mía... Vengan a mí los tristes y lacerados. Todos
aquellos que sufren persecución por la justicia.
Ya no habrá catedrales vacías
solo frecuentadas por curiosos miracielos y por turistas japoneses ávidos de
copiarlo todo. El efecto “sobornosti” es una experiencia única e intraducible.
Ya no habría más abandono. Me llegó el convencimiento y la persuasión aquella
mañana radiante del 98 que en adelante sería así, mientras asistía en espíritu
a los funerales del Zar. Se anunciaba un tiempo de visitación, aunque yo
siguiera repitiendo con Agustín la plegaria del abandono del justo que acepta
su dolor y abatimiento para expiación de la culpa: Hic ure, hic seca, hic non
parcas, ut in aetérnum parcas (quema aquí, corta lo que sea necesario, y no me
perdones en esta vida para que en la eternidad me perdones).
- Cristo libertador, rompe nuestras cadenas. Seas
nuestro alfaqueque. Ven a reinar sobre Occidente en majestad. Rescátanos de las
garras de los modernos Nabucodonosor. Ellos, para espanto y risa de las gentes,
no son más que estatuas de barro. El ángel de la venganza les convertirá de
nuevo en bueyes, en mulas o en serpiente, en justo premio a su bestialidad ¿ No
dicen que el hombre viene del mono? Pues aquí a los poderosos del orbe andando
a cuatro patas. Su zoantropía- pues es la querencia de su habitud - hará que se
transformen en los ánimales que tienen por dioses: imitarán las ancas de la
yegua, rebuznarán como el asno, silbarán cual la serpiente, saltarán como el
gamo, pacerán como el ternero, graznarán como el cuervo. Libranos de los
espantosos legados de la ignominia y de los que blasfemos contra tu santo
nombre quieren que todos volvamos a ser alimañas del campo. Destruye su reino
que es de cartón piedra. Mira, señor, que no somos más que polvo, pero polvo
enamorado y redimido de las cadenas del pecado que es la muerte. Pues Tú
dijiste: quien crea en Mí será participe del reino futuro y le alumbrará la luz
que nunca se extingue.
IX
La voz de los seis diáconos coreó mis
pensamientos. Atronó bajo las excelsas bóvedas de la catedral de San Isaac la
secuencia del “ Dies Irae “. El preste alzó las manos para bendecir. El coro
entonó “Paz eterna al alma del justo”. Se extinguieron los cirios, que elevaron
en el aire azulado por el incienso hilos de humo gris. De los pabilos al
apagarse brotó una insólita fragancia. Me dio la sensación de aquella fragancia
súbita y sacra provenía no del humo de las velas al extinguirse sino de los
propios restos humanos en el relicario de los féretros. Dentro de la urna no
quedaban vestigios, porque los cadáveres habían sido incinerados con gasolina,
ácido sulfúrico y cal viva en la famosa fosa común de “ Los Cuatro Hermanos”,
aquella afanosa noche de pesadilla del verano siberiano del año diecisiete. Así
y todo, podía decirse que olía. Era ese aroma de santidad del que habla la
Biblia.
La exhumación de los despojos humanos
de la familia Romanov había suscitado una enorme polémica. Algunos arguyeron
que no eran los de Nicolás II, pero arqueólogos ingleses cotejando el ADN de
los fallecidos con el del Duque de Edimburgo habían establecido que pertenecían
verdaderamente al grupo genético de los Romanov.
Un pelotón de gastadores del Regimiento
Preodbrayenski (Transfiguración), o de la guardia regia, que milagrosamente no
había sido disuelto durante los años que duró la Unión Soviética, estaba
cubriendo carrera y dando escolta de honor junto al catafalco. La divinidad
actúa de manera misteriosa. Sus enemigos delante acabarán humillando la cerviz.
“Lavaron sus estolas en la sangre del
Cordero”, se oyó cantar al salmista. Una encorvada anciana de ojos azules y
rostro complaciente me sonrió. Pese a la edad, su cuerpo baldado conservaba un
aspecto de juventud. Podía haber sido tiempo atrás una de aquellas heroínas de
las novelas a cuya lectura me había entregado durante los años de juventud,
cuando empecé a frecuentar las librerías de lance y descubrí en toda su
grandeza atesorada en la gran literatura rusa. Pudiera ser Olga, la del
Jardín de los Cerezos o la patrona de Crimen y Castigo. Los que hemos soñado, amado,
odiado o rezado a través de la literatura sentimos un complejo de deformación
profesional, que nos hace ver el mundo a través de un mundo diferente. Pero la
novela rusa siempre ha tenido para mí un contexto profético. Avanzó las pautas
fundamentales de mi existencia antes de empezarla a vivir. Que tendría un gran
amor desgraciado. Que me casaría luego con una rufiana. Que todos me
traicionarían, pero que al fin encontraría a Cristo, el Jesús encarcelado de
los que tienen una visión espiritual del mundo particularísima. Hasta creo que
fueron los autores rusos los que me han dicho cómo iba a ser mi funeral en
medio del abandono de todos.
Voy contra corriente en este afán. El
mundo de hoy (q.v.) mira para otra parte cuando se le habla de entornos
profundos o de calados proféticos. El contenido de gran parte de los autores
eslavos se mueve en la dirección del oráculo evangélico y muchos de sus libros
son una glosa del Nuevo Testamento estampada desde los bajos fondos y
desentendiéndose de florituras jerárquicas. Por suerte, los popes han sido
gente del pueblo. A Rusia, galardonada por Dios con las dádivas de muchos y de
santos monjes, le ahorró el suplicio y la tiranía espiritual de los jesuitas o
el escándalo de la gran sopa de letras que han sido en la Iglesia Latinas las
innumerables órdenes monásticas y la pléyade de cofradías y de capillas.
Cada fraile un escapulario y cada
escapulario, una camándula. Por eso han sabido retener mejor que nosotros la
esencia del Cristo vivo. Y, para colmo, la sede de Pedro ha sido usurpada por
un infame polaco, que selló pacto con Mefistófeles. Los polacos en varias
ocasiones arrasaron a sangre y fuego Moscú, debelaron sus monasterios, violaron
a las doscientas monjas de Novodievichi. Pertenecen a una raza infernal, como
los irlandeses, aunque se digan católicos, del anticristo. Rusia se fraguó en
la lucha contra el mongol y contra el polaco. Está escrito que de ella ha de
nacer quien traiga paz a las naciones.
“Tsar bascriesse (el zar ha resucitado
para vivir eternamente). Las notas del canto de resurrección se me clavaban en
el alma. Avanzaban sobre las bóvedas a ritmo certero y solemne. Brotaban como
de un pozo de gracia y de misericordia. El timbal de los tenores y contraltos
alternaba con el murmullo potente de los bajones.
Era el grito más augusto y solemne que
jamás podrá ser escuchado en la Tierra. Un verdadero pregón de bienaventuranza
al que nada es comparable. Todo lo domeña. Algunos se santiguaban. Otros se
restregaban los ojos porque tampoco podían aguantar la visión.
¿Dónde había visto yo a aquella dama? ¿
En algún relato de Pushkin?
Leyó el sacerdote la oración postrera.
Acto seguido, el cortejo de clérigos detrás de la cruz alzada y de los ciriales
se dirigió en procesión hasta la capilla lateral donde iba a erigirse el
emplazamiento definitivo de la tumba con los restos, un lugar humilde sin
monumento enrejado. Allí una simple lápida de mármol negro advertiría al
visitante que allí había sido inhumado el ultimo zar bajo un icono de la
Dormición y una gran cruz de roble iluminada por la luz de un pebetero
permanentemente encendido. Llegados al sitio, un diácono, cogiendo de un acetre
una paletada de tierra rusa, la fue desparramando sobre el ataúd en forma de
cruz, mientras pronunciaba las severas palabras que encierran toda la clave
severa y fatal del misterio del breve paso del hombre mortal por esta
vida: La tierra, y cuanto de ella salió, y en ella vive, pertenece al
Creador. De ella saliste, Nikolai; de ella, salisteis Olga, Tatiana, María,
Anastasia, Elena. Alexei, y a ella habéis vuelto ya”.
El “ precentor”, al cerrar el libro de rituales o “
cinerarium”, hizo un ruido sordo, bronco y terrible, todavía más trágico que el
emitido por las paletadas de tierra sobre el catafalco. Era el signo de que las
exequias habían llegado a su fin. La vieja dama a mi lado se prosternó sobre
las frías baldosas de la catedral de Petrogrado haciendo alarde de una agilidad
semi angélica, hundió su frente en la tierra y la besó.
- Se acabó - escuché gritar a alguien
Pero otra voz misteriosa desde el otro
lado del templo apostrofó en tono contundente:
- No. El zar vive y vivirá, como el
justo, eternamente.
Una multitud empezó a desfilar ante la grada
del cenotafio. Pronto, éste aparecía cargado de ramos de flores. Las
guirnaldas, las azucenas, los gladiolos, las rosas, las siemprevivas, los
crisantemos formaban un segundo túmulo hasta cubrir por entero toda la altura
de la capilla, llegando hasta la ventana geminada por cuyas vidrieras penetraba
un sol de resurrección. Su luz refundía los colores de las flores allí
depositadas. El relicario estaba llamado a convertirse en lugar santo, en
centro de peregrinación.
A la salida del templo la multitud abucheó al
presidente que desaparecieron en sus lujosas limusinas de color negro a toda
carrera enfilando la avenida Nevski. Yeltsin, que había derramado lagrimas de
cocodrilos en un breve discursillo durante la ceremonia, diciendo aquello de “
todos somos culpables “, había sido juez y parte de aquel hecho. Siendo
gobernador de la lejana provincia de Yekateringrad, sector de Zverdlosk en los
Urales, ordenó exhumar los restos de los fusilados y embarduñar los huesos de
cal viva para conseguir así que no quedase ni rastro. Otro legrado de memoria.
Sin embargo, podrá oponerse a la acción del Espíritu santo. La gran pascua
aguarda a todos aquellos que dieron su vida por la verdad y la belleza del
Evangelio y los enemigos de la Cruz, que siempre fueron sagaces y disertos en
las cosas mundanas y en recursos leguleyos, nunca lo podrán comprender. Son
bastante lerdos.
- Tsar baskriese s Xristoi ( el zar
resucitará con Jesús).
La antena de resurrección volvió a
soplar inconfundible y magnífica.
Desde la otra parte del coro matizaban:
- Poistini baskriese (verdaderamente
resucitará).
Era el grito más impresionante y solemne - el
grito de resurrección - que podrá escucharse en toda la liturgia cristiana. Un
terremoto que hará retemblar toda la tierra para escarnio de los impíos. Es el
pregón de la bienandanza que se acerca. Nada podrá compararsele. Entre la
multitudinaria congregación de feligreses que había asistido al acto y avanzaba
a cada una de las cuatro salidas, las cuatro puertas que en la catedral de San
Isaac miran para los cuatro vientos, unos se santiguaban con unción, como
hicieron el zar y los suyos delante de la boca de los fusiles cuando fueron
sacados del lecho para ser fusilados.
La Cruz había ganado la partida y
aquella mañana el mundo podría gritar con el apóstol: “¿Muerte dónde está tu
victoria?¿Muerte dónde está tu aguijón? Otros sonreían con la misma unción que
el ángel de oro encaramado en la veleta. Los más lloraban de gozo, conscientes
de haber sido testigos de un hecho insólito, irrepetible: la exoneración del
inocente. Dios había por fin acabado de justificar al varón de deseos. Todo
allí había tenido un sello profético.
X
El tiempo había aclarado. En el parque
de Máximo Gorki unos niños con el pelo color de avena desplegaban sus birlochas
y lanzaban al viento la cometa bajo la mirada cercana vigilante de madres y
niñeras. Gruesas matronas de rostro complaciente saboreaban uno de esos
deliciosos helados que son exquisitos en toda Rusia y concretamente en esta ciudad.
Era una placentera mañana de verano en que todo parecía en calma. La salida de
misa es una hora de ilusión y de sosiego en todas partes. Las gentes se
muestran contagiadas de esa paz eucarística y eulógica[~uλoγεiα = bien
hablar) del que participa de algo divino
La flecha del chapitel donde hace
equilibrios el querube que porta la cruz tiene siete metros de alzada. Cuenta
la leyenda que un rayo derribó la estructura en mil ochocientos treinta.
Hubo de ser reemplazada, pero a ver quien era el majo... Un pizarrero
especialista en el sollado de techumbres y la artesanía rusa cuenta con buenos
especialistas en el trabajo de cubiertas, porque con el frío que hace por el
invierno allí las casas no pueden tener goteras) se brindó voluntario trepando
hasta lo más alto del pináculo. Para recompensar el arrojo del valiente y
temerario menestral, Piotr Teluchkin, por un ukase especial, otorgó al
ciudadano un fuerte suma de rublo, así como el “ cubilete de oro”, esto es: el
privilegio de poder beber en todas las tabernas del imperio de balde. Se hizo
borrachín el antiguo equilibrista y su inmoderada afición al vodka hizo que
acabaran prematuramente sus días. Petesburgo es el sueño de la razón
enciclopédica reconvertido; la combinación de dos mundos. La teología se
amalgama con la ciencia en pomposas fachadas de estuco, avenidas de una
tracería perfecta, que parecen tiradas con plomada y cartabón. Aquí resplandece
el misticismo ruso conjugado con el esfuerzo liberador del hombre que piensa en
el progreso. El Hermitage y las atarazanas de la Escuela Naval viven a la
sombra de las cúpulas en bulbo rematadas por la cruz constantiniana. Esta
ciudad encarna la apoteosis del cosmopolitismo cristiano. Vibra en una cuerda
particular de la que carecen otras metrópolis donde se palpa un aire de mayor
gentilidad. Petesburgo se alzó a favor de la voluntad de un déspota ilustrado -
Pedro el grande - que trató de hacer un tipo de capital distinta, una nueva
ciudad de Dios en que se conjugara la fe con la razón.
El ángel me llevó a mostrar la ciudad.
En la Plaza del palacio (dvortsovota plotshad) contemplamos la columna rostral
de Alejandro que da entrada a la exedra del Palacio de Invierno. En ese enclave
fue asesinado el zar - pervive en todos los Romanov una especie de maldición
que aboca a la mayor parte de los miembros de la dinastía a un destino trágico
- por el hermano mayor de Lenin, al que luego ahorcaron, allí mismo dio
principio la revolución del diecisiete. En la cima del obelisco, de granito
rojo de Finlandia, la figura de una ángel alza la cruz, mientras sus pies
descabezan a una serpiente. El monolito, de treinta metros de alto y con
epígrafes en relieve, posee un aspecto impresionante.
- Esta ciudad nos pertenece - comentó
mi excelso acompañante, quien me traía de aca para allá agarrado del brazo. Su
mano infundía en todo mi cuerpo un calor saludable.
“Al zar Alejandro I, la patria rusa en prenda de
gratitud” reza la leyenda que da motivo a las secuencias en relieve de la
columna rostral. Sobre dicho emperador corrieron creencias de un mítico
sebastianismo. Aquel zar no ha muerto. Vive escondido en alguna parte del
inmenso territorio y viaja de incógnito bajo el nombre de Piotr Kazmitch. Al
final de los tiempos vendrá con Jesucristo a rescatar a su pueblo de las garras
de la serpiente. Al igual que la mayor parte de los Romanov, a los que persigue
un destino trágico, Alejandro I fue un adalid representativo de la lucha contra
el dragón.
Frontero al Palacio de Invierno ya
admiramos la amplia exedra del Gran Estado Mayor (Glavni Schtabe) cuyos
pretiles dan a la Perspectiva Nevski, auténtica arteria de la ciudad imperial,
toda ella bordeada por los dos ramales del Neva. Hay que cruzar el río y sus
canales de continuo. Por eso Petesburgo con un número famoso de puentes, casi
setecientos. La silueta del Almirantazgo también resulta impresionante.
El motivo, casi obsesivo, y que
sella el destino del pueblo ruso, del duelo a muerte que ha de sostener la
nación contra los poderes infernales, vuelve a repetirse en la estatua de
Pedro el Grande. Desde su caballo de bronce mira el rey pensativo para las
aguas del Golfo de Finlandia, la testa coronada de hojas de laurel, y las patas
traseras de su montura acoceando un áspid.
Siguiendo el hilo de las claves mágicas
y de la semántica esotérica, hay que ponderar en el iconostasio de jaspe de la
“Kazanski sobor” la presencia de treinta y tres estatuas de santos,
representando cada una los años que, de acuerdo con una tradición apócrifa,
pasó Jesús en este mundo. En el de la fortaleza de Pedro y Pablo este número se
amplía a diez más, cifra correlativa a la de arqueros (steltzi) o centinelas
que vigilaban día y noche las entradas apostados en los matacanes de las
murallas coronadas de almenas con puntas de diamante.
- Todo es aquí rojo y azul. Hasta las
piedras y los colores transpiran unción sagrada - exclamé embelesado, pero mi
divino tutor apenas profería palabra.
Como el grumete vigía que descubre
nuevos mundos y hace caer de los ojos de los hombres las costras que le
mantienen ciego a las cosas sagradas y a la vida de la gracia - eso mismo le
había hecho a Tobías - me conducía por un dédalo de calles y de plazas,
bulevares rimbombantes, bibliotecas, museos, y jardines, y todos aquellos
elegantes edificios cabe el agua de las mejanas y de los canales que hacen a la
vieja ciudad hanseática. Era, sobre todo, incontable la copia extrema de
iglesias. De alguna manera, a través de aquel cicerone, legado del Ser Supremo,
yo me estaba iniciando en los misterios de una vida nueva.
Por fin el ángel habló de esta manera:
- Cristo Salvador reinará. Su memoria
no podrá ser borrada hasta el final.
Y, como para dar crédito a su firme
sentencia, sucedió que ibamos dejando a nuestro paso un reguero de aromas y de fulgores.
Era como la cauda de un cometa. Aquellos portentos ya no me inspiraban recelo.
Porque la primera vez que vi a este ser celestial, que me cogió por los
cabellos igual que al profeta Habacuc, sentí pánico y me desmayé de terror.
Todavía, sin embargo, sus ojos me seguían pareciendo enigmáticos y sus palabras
oscuras. ¡ Ah, aquellos ojos, sobrecargados de fuerza y de expresividad, un
pozo de saberes, punto de encuentro de toda la ciencia gnóstica!
- ¿ Quién eres?- inquirí.
- Soy Miguel, el defensor de los pobres
y de los perseguidos. No tiembles. Siguéme. Yo te portaré entre mis alas a los
palacios. Te enseñaré cosas recónditas. Vas a aprender un cántico nuevo, el que
cantamos en el cielo continuamente los nueve ordenes angélicos. Dios me envía a
ti para que goces de las notas de su música. Gloria a Él.
- Por los siglos de los siglos.
- Amén. Los hombres viven de espaldas a su
verdad y a su belleza. Adoran al becerro de Betel y pronto serán castigados.
Pero escucha esos coros.
Efectivamente por toda la ciudad resonaban cantos de
majestad. La música sagrada es el medio más rápido para acercarse al rostro de
Dios.
Obedeciendo el mandato del arcángel, mis pasos,
antes vacilantes e inseguros, se hicieron más firmes. El divino heraldo me
hacía pisar fuerte. Había desaparecido de mi rostro ese halo de temor y de
confusión nerviosa de los que van por el mundo a la agachadiza, porque volví a
pensar que mi confianza estaba depositada en el Señor. Hasta creo que por un
milagro se irguió mi espalda y desapareció la chepa que tanto me aflige y es la
culpa de que yo vaya por la vida sin aplomo y sin confianza.
Miguel había bajado a hacer desaparecer mis
zozobras. Sus gestos y ademanes eran mis propios gestos y ademanes, y por
primera vez en mi existencia supe lo que es andar derecho y sin miedo a nada.
El brazo esforzado del Señor era quien me infundía valor.
Una brisa procedente del estuario acariciaba los
cabellos de su melena rojiza. Tenía un rostro alegre y casto, de facciones
armoniosas, en el cual lo más destacable -ya digo- eran sus ojos
omniscientes y penetrantes.
Nuevas cúpulas doradas se abrían sobre el horizonte.
Más iglesias, catedrales y monasterios. Las grandes ciudades rusas imitan a
Kiev, madre de la ortodoxia y todas ellas aparecen rodeadas de un cíngulo de
campanarios y de muros sagrados. Es lo que se conoce “ El Anillo de Oro “.
Estas bóvedas presentan un aspecto inconfundible entre abigarrado, íntimo y
grandioso, en el que se presenta en toda su grandeza el sentido verdadero del
cristianismo.
Aquellas torres que se alzaban ante la
mirada eran los cimborrios de la catedral de Kazán. Yo ya los había columbrado
de antemano. Había asistido a las vísperas cantadas por algún diácono de gestos
como absortos y fugitivos y me había prosternado ante el altar de la Madre de
Dios y de todos los hombres acompañando en sus plegarias a los héroes y
heroínas de las múltiples novelas de ambiente peterburgués que había leído.
Kazán es un paso honroso y un punto de referencia semi mesiánico en la literatura
rusa.
Durante siglos fue centro de
peregrinaciones marianas. Desde el rumbo los cuatro vientos fieles cristianos
venían a honrar a la Madre del Verbo, representada no de una forma
antropomórfica sino ideográfica. Era el rostro abstracto de todas las madres
que se ven en los reflejos de esa hebrea simbólica que inclina hacia un lado la
testa mostrando en brazos el fruto de sus entrañas, el velo y el manto
incrustado de estrellas. Sólo es una mujer que todo lo comprende, todo los
sufre y de todos se apiada.
Por los batientes de la Puerta
del Paraíso se escuchaban las sublimes estrofas del “Akathistos”, el himno más
antiguo a la Deípara, que ya se cantaba en Efeso en el siglo Quinto. Es todo él
una glosa del “Magníficat”. Lo ejecutaba con voz perlada y emocionante un
chantre con la barba nevada en forma de hacha y una larga melena recogida atrás
en un lazo. Aquella voz de barítono que salía desde lo más profundo de la
tierra y del “ sancta sanctórum”de un templo ortodoxo, conjuraba los poderes
infernales que nos rodea, y recogía todas las súplicas, todos los ayes
impetrando la intercesión marial. Nuestra Señora toda tocada de un manto de
terciopelo en el cual hacían aguas los reflejos de una estrella extendía su
mano, que curaba las llagas, aliviaba los sufrimientos, dando socorro al
prófugo y albergue al desamparado.
La estrella filante de ocho estrellas
en el ápice de la toca de la Virgen Madre brillaba sobre el mar de perfidias
humanas (cárceles, persecuciones, calumnias, imposturas, homicidios, estupros)
regenerando la oscuridad de la noche lóbrega. La sublime doncella y su nombre
bendito estarán yugados al dolor humano, oh Virgen nuestra del Perpetuo
Socorro, ayúdanos. Mis afanes, mis luchas, mis idealismos e incluso mis
desolaciones pertenecían a aquel templo. Me parecía que la catedral de Kazán
representaba el cenit y el nadir de mi existencia.
Un reverbero del sol matinal, rutilando sobre
las cúpulas doradas y yendo a arrumbarse sobre los frisos de los pórticos para
ir después a besar las campanas, puso una senda de fulgores en nuestro camino.
Hacíamos una ruta de purificación emblemática.
Me tiré al suelo cuan largo era, y en
esta postura de cúbito prono lloré de alegría ante las gradas del altar de la
Kazanskaya. Adoré al Dios de Israel. Mi ángel tutelar, que parecía tener prisa
en mostrarme más glorias aquella mañana inolvidable, vino a sacarme de mis
embelesos. Había mucho que recorrer todavía, más que admirar y era aun más lo
que había que sentir, en esta peregrinación singular. La antigua capital es un
entramado complejo de contradicciones. Junto al palacio del Santo Sínodo y la
escuela naval, estaban también los museos de la ciencia, la casa donde vivió el
Dr. Pavlov. Estaban los cirujanos y los médicos de la Isla de los Apotecarios.
Petesburgo es la meca de las ciencias empíricas y también de la trigonometría y
de la matemática. No es sólo el Hermitage y el Palacio
de Invierno sino que también su espíritu está `presente en los sublevados del
crucero “ Aurora”, los ensayos en la Aptekarski Ostrov del físico Roentgen con
los rayos X, donde se encuentra la “ Strelka”, cuna radial y aprisco de
geómetras. Pedro el Grande se rodeó de una corte de músicos, poetas,
legisladores, químicos y físicos. Odiaba la superstición. En la mejana de los
Boticarios así denominada porque entre sus marjales se recolectaban hierbas
curativas por el verano nunca oscurece. Sobre su superficie se desparrama el
sol de medianoche, un fenómeno físico que inspiró a Dostoievski sus “ Noches
Blancas “. Sobre la boca del delta eleva su perfil siniestro el bastión
Trubestkoï, donde aún se escucha cuando la mar está en clama el fragor de las
cadenas de los forzados y el grito fantasmal de las almas en pena. Este
baluarte, siguiendo las pautas de las comparaciones de Londres y de Ciudad de
Vaticano, a las que quiere imitar la ciudad imperial, trae a la memoria los
muros impenetrables del Castillo de Sant Angelo o el cono fatídico de la Torre
de Londres.
- Davai... Davai.
XII
La catedral de Kazán es un edificio de
frontón griego, con un estilóbato o peristilo de columnas dóricas, que recuerda
al Panteón parisino, a San Pedro y San Pablo de Roma y al Saint Paúl´s
londinense. Coronando el tímpano el Ojo Supremo de Dios Padre irradiando los
rayos de vida concéntricos se hace triángulo escaleno. Esta mimesis de las
otras grandes capitales de la cristiandad refleja las obsesiones de Pedro el
Grande con la europeización del pueblo ruso y el deseo de convertir a sus
súbditos en reserva espiritual de Occidente. Se trata ni más ni menos del mito
de la Tercera Roma, una preocupación constante del misticismo ruso del siglo
pasado, que alienta en las páginas de Tolstoi y de Soloviov. Cuando Roma caiga
en los brazos de la prevaricación y de la apostasía, Moscú quedará como
depósito y baluarte de la prístina fe de Nicea.
Se cree que los tiempos finales será la era
de Acuario, el tiempo de la Mujer que aplastará la cabeza del dragón y por ende
la importancia del Santuario de Kazán como centro del que irradia el culto
marial. La Deípara salvará a la Iglesia, pondrá avenencias al cisma y asumirá
su papel de corredentora con mayor fuerza. Los caminos del Señor son del todo
misteriosos ¿ Quién iba a decir que una simple talla de madera policroma
que apareció en un lugar del Caúcaso en mil quinientos setenta y nueve al cabo
de una batalla de las huestes zaristas contra los tártaros y que resultó ser
una copia de la imagen de María de Nazaret pintada por San Lucas en los tiempos
apostólicos pudiera ser el epicentro de tanto arcano simbólico?
Sin embargo, lo es. Se ve claramente
este papel medianero de la Madre de Dios entre el cielo y la tierra, cuando el
icono cientos de veces robado o enterrado volvió a parecer, o en la fuerte
resistencia que opuso Leningrado al cerco de la Wehrmacht. Novecientos
días de asedio y la plaza no cayó en manos alemanas. Algunos lo atribuyen a la
intercesión de la Señora.
Ochentas años de revolución que
convirtieron el santuario en Museo del Ateísmo y en el noventa y cuatro ha
vuelto a abrir las puertas al fervor popular. Para confusión y sonroso de los
antropólogos y de los que se empeñan en predicar la religión del tiempo nuevo:
que el hombre proviene del mono, Kazán vuelve a tocar las campanas, en el
interior del templo vuelve a oler a incienso. Se percibe el brillo de las
casullas recamadas de los popes. Se oye el himno de exaltación del “
Akathistos”. La Unión Soviética se ha derrumbado, huyeron despavoridos y sin
conseguir pasar los hitlerianos. El pueblo ruso, que es un especialista en la
guerra de resistencia, se defiende ahora numantinamente contra el zarpazo
filisteo de los corredores de Bolsa y de todo ese conjunto de valores que se
engloban bajo el título genérico del Mercado. Han ganado sin duda los norteamericanos
pero las torres de Kazán - cinco bóvedas doradas- son el faro señero de
advertencia a las fuerzas que propugnan una sociedad sin Cristo, y sin ley. Los
cambistas y mercaderes acabarán viendo desmantelados sus tenderetes.
Petesburgo, la otrora Leningrado, y
antes Petrograd, es un baluarte inexpugnable, que lanza el aviso a los
navegantes desnortados o demasiado pretenciosos que navegan con la protervia y
la blasfemia de Babel a flor de labios.
Cuando llegamos el ángel y yo, los
oficios estaban en todo su apogeo. Sonaba un “ Te Deum”. Veinticuatro popes, el
doble de los que celebraron las exequias por el zar. La melopea estallaba
triunfal y monódica sobre los arbotantes y vitrales. Habla el Señor y al hombre
no le queda otro remedio que enmudecer. Tendrá que acatar aunque no le
guste sus designios inexorables. La recitación del cántico más excelso del
Nuevo Testamento. Se escuchó en todas las iglesias de Rusia el día que las
huestes napoleónicas sucumbieron en Borodino. Stalin, el “ descreído”. Mandó
recitarlo al patriarca Sergio el día de la victoria sobre los hitlerianos;
volvía a sonar ahora, cuando el zar, exonerado de sus crímenes, encontraba
descanso definitivo a sus despojos en el mausoleo de los Romanov, en medio del
clamor y la exaltación popular.
La composición poética
había nacido en una laura de Yugoslavia hacía más de catorce siglos:
Te Deum laudamus * te Dominum confitemur.
Te eternum Patrem* omnis terra veneratur.
Tibi omnes angeli* tibi coeli et universae potestates.
Tibi chewrubim et seraphin* incessabili proclamant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus*Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt coeli et terrae* maiestatis gloriae tuae.
Te gloriossus apostolorum chorus* te prophetarum
laudalibilis numerus.
Te martyrum candidatus* laudat exercitus.
Te per orbem terrarum*sancta confitetur Ecclesia,
Patrem inmensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum filium; Sanctum quoque Paraclytum Spiritum.
Tu Rex gloriae, Christe.
Tu Patris* sempiternas es filias.
Tu ad liberandum suscepturus hominem*non horruisti Virginis uterum.
Tu ,devicto mortis aculeo,*aperuisti credentibus regna coelorum.
Tu ad exteram Dei sedes*in gloria Patris.
Iudex crederis*esse venturus.
Te, ergo quaessumus, tuis famulis subveni*quos pretiosa sanguuine redimisti.
Aeterna fac cum sanctis tuis* in gloria numerari.
Salvum fac populum tuum, Domine*et benedic haereditati tuae.
Et
rege eos*et extolle illos usque in aeternum.
Per
singulos dies*benedicemus te.
Et
laudamus nomen tuum in saeculum*et in saeculum saeculi.
Dignare,Domine Die isto,* sine peccato nos custodire.
Miserere nostri, Domine* miserere nostri.
Fiat misericordia tua, domine, super nos*
quemadmodum speravimus in te.
In te,Domine, speravi*non confundar in
aeternum.
Y Dios seguía en verdad bendiciendo a
su heredad, salvando a su pueblo y poniendo las cosas en su sitio. En su
calidad trinitaria de tres veces santo, una procesión indeterminada de
identidades cada una de ellas en una labor soteriológica oculta a los impíos, a
los necios, y a los que de dejan llevar por ese espíritu burlón y meticón,
huella indeleble de la acción satánica en nuestra era. En esta composición,
auténtico eje de marcha de la liturgia bizantina, se encuentran las claves del
amor redentor de Dios por sus criaturas.
El ángel se colocó delante mía, junto en el umbral
de una de las cuatro puertas de la catedral de Kazán, la llamada del Paraíso,
decorada con viñetas historiadas en relieve; eran escenas alusivas a la Pasión
y Resurrección del Salvador, así como a importantes hechos de armas en los
anales patrios, a lo largo de las múltiples contiendas con sus dos grandes
enemigos: el turco y los polacos.
Los tártaros solían venir a incendiar Moscú. No
faltaban a la cita. Pero más que al Tamerlán de Crimea, los rusos temían a los
papistas. En sus arremetidas, solían ser mucho más intolerantes y sanguinarios.
He aquí que ahora un polaco, desmitificando y reduciendola a la categoría de
bulo la creencia de que al sucesor de San Pedro lo elige el Espíritu Santo (él
saldría gracias a los buenos oficios de incalificables organizaciones
internacionales en las que hay metidos muchos enemigos de la Iglesia), detenta la
Sede apostólica. Dominguillo de los intereses vicarios de los conventículos
masones y gran amigo de la sinagoga, odia todo lo ruso como buen polaco. Por su
aquiescencia y su mutismo ante la injusticia, el mundo es hoy mucho menos
cristiano. No se puede servir a dos señores. Es imposible cohabitar con la
Bestia. Los monseñores de Markinkus lo han conseguido. Una vela a Dios y otra a
Satanás. Vivimos en tiempos de los consensos y de los grandes pactos.
Intrigó para que cayera el muro de Berlín y
una de sus consecuciones fue el rescripto que prohibía el uso del rito greco
ortodoxo en el Vaticano. Dios se lo demande.
¿No veis lo mucho que tarda en morirse? Corren
rumores de que añudó pacto con el diablo; Gracias a esa sanción surgió ave
Fénix de sus cenizas. Verdad es que ha hecho mucho daño este Nerón del
pontificado.
El ángel me taladró con su mirada
porque con su don de introspección de conciencia sabía lo que estaba pensando
en ese instante. Lleno de pavor caí rostro a tierra. Cecidi in faciem
meam. Caí de hinojos como el profeta Daniel. Me recordó que la
protección de Iglesia y sinagoga corrían a su cargo. Velaba por la seguridad
del verdadero Israel, el que no tiene nada que ver con el poder encaramado sino
con los humildes. Ellos eran los auténticos elegidos por más que los grandes de
la tierra sigan sin entenderlo. Mandó, haciendome un gesto de calma con el dedo
índice, pasar adelante:
- Davai. Davai.
Las espiras de la iglesia de San Pantaleón y
los encalados de azul purísimo de la catedral de la Trinidad eran columnas del
humo del incienso petrificadas por las plegarias de los siglos. El porte
elegante de líneas verticales de la santa Chesma no parecían de este mundo. En
sus trazos esbeltos como queriendo sostener el peso ágil de la fe sobre sus arbotantes
góticos que hacen pensar -otra vez - en la catedral de Milán son el anhelo de
eternidad conculcado en el alma rusa. La Chesma que fue lugar de recreo de
Catalina la Grande tiene un cementerio circundante, que da sepultura a los
caídos durante el asedio de Leningrado.
Llama sobre todo la atención al visitante el bonito
colorido de las fachadas. Cada una es de color distinto. El azul y el blanco.
El amarillo y el malva. Los ocres y los oros. La ciudad se nos muestra recién
pintada como una novia casta que brinda al peregrino su vara de azahar. Los
colores de la bandera de Rusia, blanco y azul, son los del manto de la Virgen.
Regresaron triunfales a la enseña nacional.
XIII
Por eso, la fecha del 17 de julio en este
verano del 98 de tantas pruebas y desgracias fue una jornada de exaltación
incomparable. La caridad se tomaba el desquite de tanta infamia, perversiones y
risas diabólicas. El “ maestrillo” insolente y bribón ensancha su pupilaje
entre las urracas de la Administración, las que se quejan de haber perdido a la
amiga del alma y hostigan al justo con palabras soeces. Reina la terrible
insolencia y el desmadre. Guardad silencio, porque, si alguna vez se os ocurre
abrir la boca, sólo recibiereis replicas de malos modos... No procede. Hay que
cargar la base. Tú aquí no perteneces. Este no es tu lugar... La bollera
mitómana, experta en ordenadores, cargaba la base y me miraba con aires
autosuficientes que yo calcificaría de odio sexista. Como era algo tortillera,
me cobró odio cerval desde que llegué. España tiene mal de madre. El gran
problema del país consiste en hallarse en manos de estas daifas. Cambian los
gobiernos, dan la vuelta los sistemas. Ellas querrán siempre mandar, ora como
superioras, ora como jefas.
La comisaria dijo que yo no valía para
bibliotecario. Como el que no quiera la cosa, me acaban de hacer archivero
precisamente cuando cunde el pánico en la Bolsa. Borrando la memoria, resulta
que te has quedado con las ganas de ser escritor. Se venden al peso y por menos
de cuarenta duros arramplas con las obras de Santo Tomás en el tenderete del
amigo Alfonso Riudavets, uno de los personajes más tiernos (también puede ser
pijotero y cascarrabias) e inteligentes que viven y beben en este Madrid
aburrido, monocorde, algo encanallado y sin saber adonde dirigirse en este
centenario del noventa y ocho, base de nuestras angustias y de nuestra
tristeza. Podía ser más adorable el librero Riudavets si dios no lo hubiese
hecho tan visceralmente chaquetero.
De no ser por el librero de
lance, entre cuyos clientes más acreditados me cuento, lo más probable es que a
estas horas me hubiera tirado por el viaducto. En su puesto me he surtido de
todos los libros de literatura rusa que gloso. Moyano se ha convertido, pues,
en varadero de mis ilusiones, pero también una razón para ir tirando, para
continuar en la brega. A veces, ciertamente, sigue tentandome la idea de un
vuelo sin retorno y sin paracaídas por el viaducto, pero han colocado allí los
barrenderos del Excmo. Ayuntamiento guarda miedos suasorios contra el suicidio.
Quitarme de en medio es un sueño que acaricio, pero me faltan arrestos. Mucho
más cómodo matarse lentamente aferrados a la botella. Su cuello largo es
sugerentemente erótico. Es la única amiga en estos instantes que no me ha
traicionado.
Ha dado la vuelta al aire y lo que
antes era resulta que ya no es, pero las bazas se han jugado a favor de la
destrucción de una cultura. Convendría que la intelectualidad asumiese su papel
de defensa de los valores y no se dedique a realizar juegos malabares ni a
contar batallas desde las columnas de papel, donde hozan los de siempre. Hay
desbandada en el horizonte. Hoy, 26 de agosto de 1998 ha vuelto a caer la
Bolsa.
¿Se estarán cumpliendo mis
aprehensiones hace unos años cuando yo escribí aquella novela La
hora occidua del coronel Gomezov, que ninguna editorial se atrevió a
dar a la estampa, y en la cual se advertía respecto de la caída del comunismo,
que arrastraría en su onda expansiva al capitalismo? Estoy hecho un mar de
dudas, pero mi obsesión (no esté poseído ni endemoniado por la idea que se
perfila en algunos libros de Dostoievski, por más que más de uno me lo haya
dicho) sigue adelante.
En Roma se han unido al carro de los
vencedores. Bien que lo lamentarán. El afán de sustituir la teología del
holocausto por la de la crucifixión puede situarnos en los antípodas de un
cristianismo hecho a la medida de los deseos de un Eliseo de amañadores de la
historia que tienen miedo a contarla según y como en verdad sucedió.
Confiemos en que a pesar de estas
fragilidades humanas el espíritu Santo continúe haciendo su labor, pero mucho
nos tememos que otro papa tendrá que desandar el camino andado por Wojtyla al
que bien puede haberle guiado en su labor pastoral intereses humanos y
prejuicios antirrusos. Él ha sido uno de los principales de la fobia antieslava
que vivimos por estos pagos. Dios le perdone. Ha confundido el espíritu de
Israel con ese sionismo anticristiano, cargado de soberbia y revanchista. La
teología del Holocausto ha puesto contra las cuerdas a la teología de la
Resurrección.
El ángel volvió a asentir con la
cabeza. Me dijo que estaba en la razón. Estaba contento por más que era
consciente de que la hora del sacrificio se acercaba. No puedes hacerle frente
a una fauces tan afiladas que muestran en la enorme maula tras hileras dientes
como el oso monstruoso del sueño de Daniel sin que te marches sin un rasguño.
La verdad muda de piel cada veinticinco años. Hay que buscar acomodo al rumbo
de los tiempos. Los que se duermen quedarán engullidos por la corriente. Tienes
que saber adaptarte. No existen verdades absolutas ni puntos de referencia
fijo.
Me había perdido en el torbellino, pero
el Acérrimo que me daba escolta y, prendido por los cabellos - de esa guisa
somos más fuertes- en circunvalaciones matemáticas alrededor de los castillos a
los que se iba por caminos enarenados, plazas fuertes que escondía a título de
feudo propio el tupido bosque, arcanos de la historia rusa defendidos con
murallas prolongadas en cuyo vértice, semejante al almete que utilizaban los
almogávares, estaba siempre la almena lisa y limpia, la punta del diamante,
creo que comprendía la desazón y la añoranza de mi ánimo en aquel viaje por los
aires.
El mes de julio es un mayo florido,
estallante de verdor y de promesas, en la ciudad hanseática. Tú no perteneces a
un lugar; simplemente pasas por encima. Observas desde arriba la magnificencia
de sus cúpulas. Te quedas de una pieza cuando todo lo dominas: los parterres de
los setos que enmarcan el palacio de Catalina la Grande (allí amarraron los
alemanes sin poder pasar adelante; les cortaron el paso los organillos de
Stalin, mi padre, que fue combatiente por estos parajes me hablaba de las
caltas y de los nenúfares de los estanques y de la majestad e imperio de una
reina que cada semana cambiaba de amante), levitas sobre las antenas
parabólicas y observa todo lo que pasa adentro y afuera.
La visión había puesto patas arriba.
Una hermosa rubia los senos al aire tomaba el sol sobre la azotea del
Hermitage. Era una náyade. Se había tomado de un cuadro de bacantes de un
lienzo de Rubens y se oreaba en pelota picada en lo más alto. Quería vivir su
propia vida. Se había rebelado rompiendo con los convencionalismos, contra el
maestro que la plasmó sobre el lienzo. Ahora era una ninfa real. Dos
sátiros retozaban cerca. La función iba a comenzar. Es sólo un ratito y ya
verás como te place, prenda. Lo que se dice siempre. La maquinaria del ardor
genésico se pone en movimiento a base de los convencionalismos. El sexo es una
trampa. Alguien había dejado por allí una corona de pámpanos. Un eunuco se
había quedado dormido con la gasa de tul del vestido de la princesa en la mano.
Un poco más allá un oficial de la
guardia consumaba otro rapto parecido y abandonaba a su amada que, despechada
por su amante, optó por arrojarse a la glauca superficie del Neva. Sus aguas
misteriosas ejercen una profunda fascinación sobre todos los ahogados. ¿ Gozas vida?
La pareja había acabado por construir el castillo de naipes. Pronto se
derrumbó. Penélope unas cuadras más adelante tejía su pleita. Para entretener
los ocios de la espera de la llegada del esposo sobre el bastidor entonaba
viejas canciones con una hermosa voz.
- No te distraigas, amigo mío. El amor
humano es el resbaladero de todas las tristezas. No sufras ni te desazones ante
estos espeluznantes espectáculos. Aspirarás a cosas más altas. - volvió a
observar el hombre de luz.
- ¿ Qué fue de mi amor, di? - inquirí
ávido -. Me has traído a un lugar demasiado hermoso, una ciudad de registros
perfectos, pero ni fu ni fa. La devanadera mágica me ha puesto delante de los
más impresionantes decorados, pero no me dicen nada. Yo en verdad a quien
quiero es a ella. Y ella no está en Petesburgo. Vive en Londres mi amada.
Ante mi requisitoria el hombre de luz
hizo un mohín de desdén. Era el mismo gesto solemne con que miró para Adán y
para Eva el día que tuvo que cumplir la poco grata misión de tener que expulsarlos
del Edén.
- Entierrate en la literatura. Baja a
los abismos de la palabra.
- Todo me duele. ¿ Así que no cabe
ninguna esperanza?
- Pasó tu hora. Desaprovechaste lo que
se dio. Mal hiciste.
- ¡ Qué estúpido fui!
Me sentía un encadenado. Mi vida era lo
más parecido a Martín Menoyo, un personaje fruto de la imaginación de un
artista he aquí que había pasado a convertirse en mi “ alter ego “. Todo en mí
revertía hacia esa prisión que es la moldura que contornea el sentido de una existencia,
el bocel y el prisma de un sino.
- Ahora es el tiempo de rechinar los
dientes.
Los encuadres perfectos, el diseño
ortogonal de los jardines románticos de Petesburgo eran un toque de advertencia
de que los arquitectos del mundo muestran una pequeña debilidad por plasmar la
línea recta. El supremo demiurgo, en cambio, prefiere lo curvo. La vida misma
evoluciona en crecientes. Se le pierde el hilo a la creación. En los rayos de
sol se observa la congruencia absoluta de la geometría, pero el fulgor que
irradia la luna parece que se dobla al bajar sobre la tierra. La linea se corta
y muda el rumbo para querer dar a entender que en la naturaleza la escuadra no
es más que un ente de razón, y que la realidad es un combinado de ángulos y
círculos. Aprendida está la lección cuando en noches claras miramos par las dos
osas trazadas sobre el empíreo con compás y cartabón. Sólo es cierta en parte
la ley inexorable de la gravedad. Porque en el espacio los rodeos y
circunloquios se admiten. Nada tiene, pues, que ser tajante. Se trazan
polígonos, pero estos trazados no son más que puro convencionalismo. Como si
dijésemos, una manera de hablar.
XIV
Yiuesé Nome Guan debía de estar contento. La
cosa va que chuta. Llamas a la becaria. Oye tú, judía, a joder se ha dicho. Es
la historia poco edificante, como la de los tristes sucesos de Archidona, la
del presidente Nome Guán, al que en los anales llamarán el presidente Follador.
“Follador, for presidente, oh yea. Gar it?”.
Los campos de ajenjo, las aguas amargas. Un fornicario en el solio. Rubio
Agadón. “Apollonoi” zanahoria. Yiuesé Nome Guán, que, para como, diz tiene
sangre española. Llamad al Exterminador. Mientras la meritoria cae de hinojos ante
mis piernas, yo aprieto el botón. Como sirvió en submarinos, cuando se le alza
el cipote, parece un periscopio. Según testigos presenciales e informes
confidenciales, un poco ladeado, eso sí, como si fuese bizco y sin una
proyección en línea recta sino levemente sesgada a la izquierda. Es que también
Su Merced es zocato. ¡Qué gusto más rico!. Hostigamiento erótico y los pájaros
cantando en las ramas afuera en el jardín contiguo al Salón de recepciones.
Serás receptiva, becaria, vamos a hacer todas las porquerías que nos den la
gana. Así, tú y yo juntitos revolcandonos en el sofá. Puerco, más que puerco. ¿
Quieres que te baje los pantalones, Yiuesé? Es sólo una mamada, lo que decimos
los ingleses “ a whack”, pero acabaron sacudiendole el polvo a
las alfombras. Tú las bragas no hace falta que te las quites. Esto es un aquí
te pillo aquí te mato. Bueno mejor sí. Quiero ver qué tal crica tienes y cuál
es la verija que Dios te ha dado. A mí siempre me han gustado las llenitas. Me
privan las jayanas de culo bajo. El pompis respingón que quieres que te diga;
no me da más por las negras.
Ínterin, Nancy estaba en las propias
nubes. El sexo es poder. Y sexo y poder hacen un mixto inextricable. ¿Cómo la
tenía Yiuesé Nome Guán? Un poco desviada, pero resultona. Se dejaba hacer y la
becaria saltatriz quitandose el sujetador y las bragas tomó la iniciativa y
sobre las rodillas del héroe total empezó a cabalgar. Lamentable espectáculo.
Aquí no hay más ley que la de la entrepierna. Esta es la moral de la
democracia, he aquí los nuevos aires trasatlánticos. Sopla un simún y los
maridos calderonianos la emprenden a golpe con las parientas. La Campos que
dice que folla todo le da la gana (se tira, pues es ya gallina vieja, por los
jovencitos) cuenta y no para de estadísticas de violencia doméstica. Las
funestas consecuencias de tanta maripava locuaz y abierta de piernas para lo
que ellas quieren, porque, para otras, son más estrechas que una almeja, se
dejan apreciar. La sociedad española huele a sangre y huele a mierda. La cosa
está que arde y en el feudo del Gran Filipo hablan nuevamente de las dos
Españas. De otro modo, no podía ser, Gran Filipo. Pero ya sabes lo que se dijo:
del judío la maula. Y vais a perder. Una pena que haya reaccionado tarde la
Iglesia. Los obispos estuvieron lentos de reflejos. Ved a que sendas no lleva y
a qué desgalgaderos la Teología del Holocausto. Ha puesto un abismo e odio en
nuestras vidas.
Siempre pasa igual: la ramera escarramada que
viene con sus contoneos e insinuaciones ondulantes de odalisca, la noche de
vino y rosas. Más zurronas, mucho tablao flamenco, y más cubatas. Y se acaba
solicitando la cabeza del Bautista. Que me lo traigan. Ahora mismo hay que dar
orden de bombardear. La golfa tuvo la culpa de todas las guerras del golfo. A
mí nadie me rechista, soy el mandamás. Desplieguen la flota. Bombardero
invisibles a sobrevolar Bagdad. Arrojénse botes de leche en polvo y canastas de
napalm. Lo que tú quieras, Yiuesé. Vivimos en un mundo de solidaridad. Hitler,
un invento que nos hemos sacado de la manga, no era más que el heraldo de lo
que estaba por llegar. Yiuesé tenía un rancho los fines de semana en las
Montañas Rocosas y una furcia que se la meneaba cuando él quisiera en la Sala
Oval. La gran prensa se entregaba a discusiones bizantinas - esas que son tan
del gusto de Sandullo Calcamonías, filósofo los más días de guardar y padre
espiritual y físico de los novelistas de la modernidad, y sobre las cuales
enhebra “ El País” editoriales de alto coturno, que los redacta en estilo plúmbeo
y tributario de la santimonia yanqui (esa doble ética) y factual otro que fue
paniaguado y mediopensionista y vendedor de naranjas valencianas - acerca del
hecho. ¿Quién abusó de quién? ¿ Hubo o no hubo penetración? La palabra clave
que envuelve en dudas de niebla a los peritos del jurado de acusación es “
sexual intercourse”. Un atestado de cinco mil folios ahí los tenéis. Jamás un
mal polvo fue objeto de tanta literatura. Mórbidos. Una felación, para más
señas, no viola artículos cualesquiera de la Carta Magna
que-el-pueblo-se-dio-a-sí-mismo-al-pie-de-un-manzano y refrendó con un
plebiscito. No se consumó la coyunda de forma integral. Dejad que las niñas se
acerquen a mí. Quiero trotar en su compañía. Fornicar alivia tensiones. Nieves,
cariño, ese micrófono toda la tarde ante tus labios, no es un alcachofal al
uso, sino un instrumento de tortura y de placer. Os coloca en el ecúleo, pero
al propio tiempo, ay, es un lecho de rosas. Para una larga felación vespertina
de tres horas. Póntelo, pónselo. Hay que prevenir la enfermedad. A las
maripavas post meridianas, (subisteis encaramadas al arrimo del tupé de
Hermida) hablar por la radio o comparecer ante las cámaras reviste una
trascendencia fálica. Pues muy bien, a joder se ha dicho, capricho. Pero no todo
el monte es orégano. No hay jaujas eróticas sino infiernos del deseo Esto hacen
los rabadanes. Los pastores ídem de lienzo, con la venia de Sandullo
Calcamonías. Esos son los registros. Imitad en todo los patronos de la
modernidad. Nuestro gran dios es Noma Guán. Periscopios arriba. Que vengan
todas las becarias al salón oval. Yo soy el presidente Follador, el Gran Yiuesé
Nome Guan. A joder se ha dicho y hay que joderse. Hacer el amor es bueno para
el corazón. ¿ Dónde está el Hermida? Le ha llegado la hora. Tiempo. Cabrón, ya
vas a dejar de mover la cadenita y en el infierno vas a moderar todos los
espacios que se te antoje, prenda. Los retrasnmitiremos en vivo. Palabra.
Esto parece una novela por entregas. El pecador
quiere hacer penitencia y se asesora con los rabinos, por tanto, no ha lugar el
delito de alta traición. Ha pecado, sí, pero su pecado no es mortal sino un
pecadillo. Nos encontramos ante un caso de parvedad de materia. ¿ Revocación de
la autoridad presidencial, “impeachement?” No ha lugar. Dejemos cargar la base
de datos. Que las becarias vengan a arrodillarse ante mí anhelantes. Al
mandatario no se le puede procesar criminalmente. Pelillos a la mar. Pero
ha mentido. El muy cerdo ha mentido. ¿Y qué?. Era tan sólo una mentira piadosa.
Si yació con ella y hubo acoplamiento de cópula carnal ¿ por qué nos viene
diciendo que sólo la metió mano? Muy bien, míster. Que le aproveche y a la
próxima ocasión cumpla aquello de si no puedes ser casto, guarda cautela.
Buenos días. Esto sólo le importa a esa caterva de periodistas judíos que
mosconean por los garitos y aleas del poder y parece que sólo han nacido no
para escribir una novela, sino para ser carne objetiva de las temibles ruedas
de prensa. “ Press conference”. He ahí el ejemplo de un vocablo con todas las
características de palabra fea y malsonante. Que Yiuesé haga todas las
bellaquerías detrás de la puerta con cuantas becarias se le pongan a tiro de
bragueta. Sandullo Aporías matizaba desde las columnas de la “ Revista de
Occidente” con ese hipérbaton cargante y un si es no es laica - lo que se dice
un plomo - de los sesudos epígonos de la Institución Libre de Enseñanza. Ahora
decretamos, porque así nos place y esto es el resultado de nuestra real gana
que en la guerra civil española sólo hubiera un fusilado: el romancero gitano.
Aquí lo que hay que hacer es un legrado de memoria para que se vayan ustedes
enterando. De un muerto a otro va un abismo. No es lo mismo García Lorca que
los que cayeron en la zanja de Paracuellos del Jarama. Si Yiuesé no puso a su
jodida judía mirando para el Potomac en puridad no cabe hablar de dimisión
global. Eso sí. Saquemos las cajas de munición. Vengan libros y trallas
de hazañas bélicas. Vamos a hacer del planeta un cuento de dibujos animados.
Inversión de valores: que Caperucita se lo monte con el lobo feroz. La ochenta
y dos aerotransportada, en alerta, y todos los bes cincuenta y dos en el aire.
Carguen las baterías de misiles. Orden de inmersión a los submarinos nucleares.
Dejad que las niñas se acerquen a él lambisqueando un caramelo. Inocentes
juegos de cama. Va a caer el rublo. Tú mandas, presidente. Tú eres el mejor. El
mundo se arrastra ante tus plantas. Miras con el mismo imperio que Iván el
Terrible, pero sin “ mound” y sin la cruz que todo lo redime y justifica. Tu
manto de armiño n es más que una nube tóxica. Tu cetro, una obscena rampa de
lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales. Ah, que tu guardas en el
pecho la llave de esa cureña maldita. La orden de disparo nos ha convertido a
todos en esperpentos. Hablas de paz (ya lo vaticinó Isaías) pero te sitúas en
la trastienda de todo aquello que signifique violencia, incluso la doméstica,
porque tu mal ejemplo cunde y andan las mujeres que arden, y te haces rico
aventando las brasas de rencillas particulares, fomentas el nacionalismo. Por
donde tu vas, allá nace una flor negra. Estás llenando el mundo de desolación y
de miseria. Eres el imperio del mal ya anunciado. Nos traes a todos en ascuas,
les diste como un juguete fálico ese micrófono de las tardes insulsas con que
nos aturden las maripavas y cuando te refieres a la democracia, que no es más
que el culo de una tía en las portadas de una penthouse, a la solidaridad y al
progreso, desperdigas la simiente de la revancha, porque sólo creen en la
teología del holocausto, chochos monstruosos que fecundarán en espigas de
emulación, y hay que analizar tus discursos y ponerlos del revés, porque no nos
hablas en parábolas ni en el sí, sí, o no, no, sino en la ambivalencia del “
doublé walk”. Rusia se ha convertido en una de vuestras obsesiones manifiestas
porque fue vuestro tubo de ensayo, una alquitara magnífica y grande para
expedientar el proyecto del gran diseño, fracasado el comunismo, se os avinagró
y la cruz vuelve, por eso estáis que os llevan los demonios, o que os lleváis a
vosotros mismos en volandas, muy bien Yiuesé. Copula. Copula. Mónica, que me la
chupes, he dicho que me la chupes, lo quiero en la Sala Oval con moros en la
costa y todos, una felación pecado nunca será sino una inocente forma de
expansionarse en el “ horse playing”. No cobramos el servicio, presidente.
Gratis et amore. Lo hacemos porque nos gusta.
Pero han empezado a sonar todos los timbres de
alarma. Mofa de toda conducta moral. Sólo un fusilado: el romancero gitano.
Bien canta Marta después de harta. En la recepción, parecía que se lo comía con
los ojos. “ Oh, yea. Bill. Oh Billibull, great”. La Nancy los lleva bien
puestos. Se los ha colocado morrocotudos, pero ella, como es présbita, ve de
lejos poco; de cercas algo mejor. Que no se entera, vaya. Hay que ver: ese
Yuesé Nome Guán tiene toda la pinta de un chalán. Su aire es totalmente de
macarra. Pero he aquí que es el que empuña las riendas. Quien vale, vale. El
que manda, manda. Si esto hace el rabadán ¿ qué no harán los pastores?, metete
bien en la mollera ese refrán y vete preparando a escuchar la lira de Horacio.
El vate latino decía: “ Prevaricant reges, plectuntur Achivi”. ¿ Por qué los
pobres tendrán que pagar el pato de los vicios y fornicios de esta gentuza? O lo
que es lo mismo: “ corruptio optimi, pessima”. Pero aquí todo andamos un poco
corrompidos, que esto de la putrefacción viene de largo. El mundo es un asco.
Viva la Democracia. Arriba la norma que el pueblo se dio a sí mismo. Vayamos
todos juntos y yo el primero por la senda de la constitución. Como borregos.
Oh, yea.
Nancy, te compaño el sentimiento, y a ver si te
fijas, hija. Que no te enteras, pero ese viene a ser siempre el sino de los
pobres cornudos. Hay violencia, mentira, emulación. Nadie se fía de nadie. Que
Fallador se compre un masturbado electrónico. Tanto da. ¿A qué razón tanto
sexo? La posesión del espíritu de fornicación viene a ser un heraldo del fin
del mundo. Retozos en la sala ortogonal, filaterías meridianas de las maripavas
post meridianas. El honor del ser humano nunca puede estar situado en las
partes pudendas, allí donde es patente su bestialidad y las reglas del
instinto.
Y Yuesé estaba a punto de aterrizar en Moscú. Venía
a pedirles pechas a sus vasallos. Balbino Lomonosov, al que llaman el Cuervo
Blanco ya estaba pedo cuando vino a estrecharle la mano del omnipotente en
plena recepción. A Cuervo Blanco le faltaba un dedo. Se le había congelado
durante una borrachera. Hubo un mar de reverencias en agosto.
En tales consideraciones sobre nefandas y veniales
prolegómenos de la casuística estábamos, y sus muchas pullas e indirectas
(ayudadme, zancas, que en esta vida todo son trampas) y considerandos poco
potables acerca del malhadado “zippergate” porque Yuesé en cuestiones
referentes a la bragueta es un poco como Billy el Niño, esto es:
“triggerhappy”(que se le ponen a punto unas bragas y él no se lo piensa dos
veces) cuando he aquí que vemos venir a una arpista de túnica blanca, muy larga
y con los cabellos de oro encendido con reflejos rojizos que la llegan hasta
los pies y prácticamente va barriendo la calle al amor de su peplo, un peplo
que era de lo más parecido a la “ barba” que arrastraba majestuoso y temerarios
por los pasadizos abovedados del Kremlin Iván el Terrible. Una música celestial
se alza al aire de las cuerdas de la citara de la mujer, a quien acompaña un
violinista vagabundo con ojos muy grandes, tristes y expresivos, el pelo
levantisco y ensortijado en crenchas.
Eran el compositor Musorgsky y Asia, su amor fatal.
Ella le llevó por los derrumbaderos de la desesperación y del alcohol a los
campos sin confines de la sinfonía, pálpito de la serena belleza, donde la
eternidad se renueva, renace y estalla.
Nadie, pues siempre se dijo que debajo de pobre capa
puede ocultarse buen bebedor, hubiese sospechado que en aquel desharrapado
pudiera morar el alma de un genio.
En uno de los bolsillos de su gabán junto a una
botella de vodka despunta lo que tiene todas las trazas de una partitura
musical. Se sujeta los vuelos de su capote que le viene grande y
desproporcionado con un atillo. Estaba borracho a una hora tan temprana. Una
cuadrilla de gamberros hacía corro a la pareja de desgraciados músicos.
Blasfemias y salivajos caen en mordaz salva. Asia, ¿ cómo es posible, Asia? Si
tanta belleza cupiera en el mundo!
Vi reflejarse en los ojos grandes como
alejados y conmovidos por un lejano estertor de Modesto Petrovich Mussorgsky el
hálito de los escogidos, una gracia indefinible. Él pertenece al “
montoncejo”, esto es: los cinco grandes de la composición musical rusa ( Cui,
Borodin, Rimsky Korsakov,Balakiev). Murió alcoholizado el 16 de marzo de 1881
en el hospital de marinos pobres de la isla Nikolaevski. Pero estaba allí
tocando eternamente, arrancando sollozo a su violín, cerca de los arcos de la
Estación del Báltico.
Me llamó la atención la hermosura de sus grandes y
distraídos de un azul purísimo de los que se descolgaba una especie de
resplandor. En cuanto a su amada tenía todo el encanto y la magia de un hada.
Ínterin, un grupo de rabinos marchaba hacia la
logia con torvas miradas de conspiración. El que parecía decano se unió al coro
de increpadores mozalbetes:
- Jé, mirad en lo que se entretiene el oficial de la
guardia... Serenando a su pelandusca. Aún no es medio día y ya está mas
borracho que un zapatero... Dile a tu Cristo que a ver si hace un milagro,
envía un ángel del cielo, te da a beber su sangre y se te pasa la resaca.
- De nada le valieron sus esperanzas, ni sus
rezos a la Virgen para acabar como acabara. En el regato. Le tuvieron que coger
medio helado después de una nevasca - saltó el otro de los hebreos circulantes
con un deje más diabólico todavía.
Pero el gran Mussorgsky y su arpista
seguían arrancando acordes maravillosos a los instrumentos de cuerda, ajena a
los dicterios pecaminosos del Sanedrín ambulante.
- Oid los coros.
Y de repente empezó a sonar por los cielos
peterburgueses el “ Belichjañie” o “ Gran Zar Celestial que diste la paz al
mundo”.
- Bah, paparruchas cursis de cristianos y de
popes borrachos.
La madre que los parió ¡ qué
malos eran los de aquella cuadrilla! Un odio satánico, atávico, como una
segunda naturaleza se pintaba en sus rostros.
El más rezagado espetó contra el pobre músico y su
novia angelical el mayor de los insultos:
- ¡Goy!
En esto, los mancebetes, como amansados por
aquel torrente que saltaba de las cuerdas, habían despuesto su actitud
insolente y escuchaban embelesados. Únicamente, los sanedritas se emperraban en
sus abyectas abjuraciones y reniegos de todo lo más sacro. Padre, perdonalos,
que nunca supieron lo que hacen. Gran emperador de los cielos, que diste la paz
al mundo como pudiste llegar a nacer entre esa gentuza.
Sonaban los coros. Millones de bocas de
angeles llevaban el compás. Los hebreos seguían con sus mofas, con sus
carcajadas.
- Rusos, ya veréis cómo cae el rublo. Vais a
ver lo que hagamos de vuestras rusas. Hemos
ganado. Venimos a pegar fuego a vuestras iglesias. Pueblo cristiano, pueblo de
esclavos. Ahora sí que no os valdrán maulas. Nosotros matamos al zar. Violamos
a las grandes duquesas, el trabajo con la emperatriz ya estaba hecho. De ese
menester se encargó vuestro maldito Rasputín.
Estalló una carcajada malévola, pero los
coros de Mussorgsky seguían sonando impertérritos. Esto les sacaba de quicio
pues no lo podía soportar su soberbia.
Uno de ellos, el que parecía más
pérfido y recalcitrante en su actitud, y el que tenía el perfil más ganchudo y
los ojos de búho, se agachó para tomar una piedra y arrojarsela al violinista
borracho, pero el ángel envió uno de sus rayos que fueron una certera llave
para evitar que el desalmado pudiese consumar su inicuo propósito de apedrear a
un santo bizantino. La mirada de Mussorgsky era translúcida y serena como la de
un icono. Ya lo dijo el apóstol Pablo. Hay un cáliz del señor y otro del
diablo. A través de las notas de un violín suelen escanciarse las gotas del
vaso del perdón y de la infinita misericordia. Los signos del pentagrama
representan la fusión del ser humano en el punto más alto de su destino
trascendente. Se produce un combate entre las sólidas sombras del caos y los
rayos vivificadores de la creación. El sol gana la guerra a la noche. Vida en
progresión, alejénse las tinieblas. La música representa una vigencia perenne:
el eterno triunfo de la claridad de Dios sobre el mal que ronda. Cui, Borodín,
Vivaldi, Tchaikovski, Sibelius. Suena alborozada o melancólica esa claridad de
los arpegios infinitos y se vierte el remedio que cura todos los dolores,
la cordial epítima, el socrocio que nos reconcilia con nuestro desgraciado sino
mortal. Estamos metidos los pies hasta las orejas en el charco; aun podemos
mirar a las estrellas, de allí viene el eco de la melodía que no cesa.
Pero el diablo odia la armonía. En el averno no hay canto sino estridencia. Por
eso, tentados por el perverso antiguo, muchos párrocos y monjas engañadas se
han comprado una guitarra eléctrica. Bajo las bóvedas de las basílicas cruje la
estridencia del heavy metal, los vociferantes y gesticulantes hocuspoci del
rock, los morros abotargados de silicona de Mike Jaeger, que cantan a lo
obsceno, lo degradado, juglares de lo que es torcido, dicen que han ganado la
partida, echaron a los ángeles de las iglesias, que se han convertido en espacios
vacíos, hangares derelictos, ya no baten bajo las cúpulas los espíritus del
amor y del entusiasmo sus apéndices recordatorios de la armonía y concordia que
ha de presidir las relaciones con el mundo y con los otros. El Santo Sínodo es
una congregación geriátrica, los carcamales vaticanos barren las alfombras de
los garitos del poder y se mueven con tino cauto y silencioso del áspid.
¿Cristo donde te has metido? Silencio de Dios, las estrellas han dejado de
moverse, no estaría mal meterse una raya, bajate al moro o mejor entra en el
corte inglés y te compras una botellas de vino, la envuelves en una bolsa de
plástico con el epígrafe asendereado de la firma, esos triángulos en verde y te
la zurras sentado en un banco de piedra frente al convento de las Descalzas
Reales, escuchas el tañer de la campana monjil llamando a vísperas, la vida es
eso, verano, sol y vino, una señora que pasa, una pareja que se amartela, las
palomas de la jungla urbana. Tan resabiadas y con tanta sabiduría de calle como
los propios habitantes de la selva de hormigón, que defecan sobre la estatua
pensativa y broncínea del canónigo que abrió el primer montepío en Madrid, no
hay que sufrir demasiado, aguanta el dolor de las cartucheras, ésta va a ser
una que te cagas, ya no controlas tus esfínteres, es más poderoso el vino, es
una pena haber llegado a degenerado, pero a ti te ha gustado empinar el codo,
eres de la cofradía de Sta. Bibiana, soplen y marchan, vida dionisiaca,
ungüento etílico para aplacar el dolor y haciendote el loco y el borracho,
verdad sea dicha no te ha ido del todo mal. La Virgen está de tu lado, pone su
manto para que no te la pegues cuando empiezas a darle y no sabes dónde estás
ni qué hiciste en una tarde noche y puede conducir tu teleiga hasta casa. Es un
alamud divino que atranca las puertas de tu alma para que le maligno no pase,
ella era judía, bendita judía, como tú, y vio su hijo crucificado por la
veleidad de un sanedrín, poco más o menos como tú, pero no quemes los libres
santos, no tires al horno crematorio tus filacterias, allá ellos y sus
holocaustos. Madre de misericordia, cuanto me duele, y tu te pones al volante
cuando regreso bebido, claro que a veces no puedo controlar los esfínteres y mi
suegra se pone que para qué, pero tú regresas en mi socorro, el alamud, el velo
que permite la huida, el pavés que desvía la contundencia del golpe inicuo, el
paraguas que te pone a cobro de la palabra injurioso. Grande eres Cristo,
detecto tu presencia, salva a mis hermanos, descorre la venda que vela sus ojos
ante lo evidente, yo me uno a tu dolor, haz que vuelvan a cantar los angeles y
que su fon resuene por la ortofonía de las catedrales atestales, como estas que
acabo de ver en esta ciudad mágica, haz callar a ese batería melenudo.
XV
El rabino se guardó el guijarro en el
bolso de su gabán, pero escupió contra el bordillo, el salivajo se conoce que
rebotó, maldición, y regresó al blasfemo como un boomerang, le puso perdido la
camisa. Por las retículas del imbornal sacó la cabeza una rana algo filosófica
que se lió de repente a hablar y a contar cosas que daba gusto oírla. Hijos de
la perdición, no toquen al santo, dijo con voz augusta de sibila, un poco
parecido a ese mago de tele el que lee la mano a los famosos. Vas a
encontrar trabajo, te van a llamar de un “ pograma”, de salud bien, pero tiene
que cuidar las piernas. El niño da guerra por las noches, pero bien puede
berrear, hemos cobrado diecinueve millones por la exclusiva de la boda, habéis
comprado un coche nuevo, un todoterreno, para que quepa el perambulator y la
cunita. Era cosa digna de oír el apostrofo de la ranita habladora ahora que las
televisiones, un rostro nuevo cada otoño para decir las mismas chorradas,
devanaban la tela de Penélope con sus polianteas y brocárdicos axiomas sobre
los índices en bolsa, el nuevo marido de la duquesa, la boda del torero, los
turnos del funcionariados, las comisiones de servicio en Bosnia, los abdómenes
abultados de los niños en África, la expresión de la hambruna. Si callaron los
púlpitos, o dieron carpetazo a sus evangeliarios los papas, y se han quedado
mudas las sibilas casandras, alguien tendrá, digo yo, que recuperar la voz
señera del profetismo. Hablarán las ranas. Bien oiréis lo que dicen en anuncio
de la cólera de Dios. Yo soy el que soy. Estoy bastante irritado. Mandaré el
castigo.
- Hijos de la perdición, sepulcros blanqueados. Ay
de vosotros, escribas y fariseos que reclamáis el diezmo hasta de la
hierbabuena y el eneldo, y habéis abandonado las cosas más fundamentales de la
ley, ay de vosotros, hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el
pretexto de hacer largas oraciones: por ello recibiréis una sentencia más
rigurosa.
La maldición de Cristo formulada con palabras
recias e inexorables no había sido revocada. El calificativo de raza de víboras
significa lo que significa. No cambiéis ni una tilde, al ser texto inamovible,
ora en hebreo ora en ruso, no os será levantada la excomunión que crepita sobre
vuestras testas duras como la piedra, os rasgasteis las vestiduras y clamasteis
enfurecidos”: caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos, pues
caerá, no tengáis pena. La culpa será un estigma indeleble sobre los sacerdotes
y los escribas y todos aquellos que a lo largo del tiempo mostraron un amor
descomedido hacia la letra muerta, exigís y nada dais a cambio, en la frente
portáis escrita la sentencia.
Por el enrejado de la alcantarilla hizo
acto de presencia una enorme rata calva de color gris, abrió sus fauces y
devoró a la pobre rana, pero en la boca misma del león el anuro seguía
profiriendo el conjunto de verdades inexorables. La vida del cuerpo me podréis
quitar, pero no así el alma, que pertenece a Dios. ¿Dónde se encuentra
verdaderamente el alma de un roedor? Tu me devoras, tú me trituras ahora con
tus dientes, eres más poderoso, pero no podrás acabar conmigo, proclamaba la
rana contestatariamente evangélica. No habré de callar por más que trucides,
verdugo, ya podrás. El Super Filipo salió de la alcantarilla y mostró sus
monstruosos tres órdenes de dientes, pero nada le valieron, porque, al igual
que el gigante que vio Daniel en su visión, era un gigante con los pies de
barro. Todos los tiranos, por más que se jacten de demócratas, acaban en
chirona. Al freír será el reír. Ninguna fuerza cósmica será capaz de sofocar la
voz del canto de los Tres Jóvenes en el Horno de Babilonia.
El grupo de sinagogos - a la legua se notaba
que eran del tribu de Dan, la innombrable oír que de ellos nacerá el
antecristo,- que caminaban embutidos en sus gabardinas de fieltro y en sus
calientes pellizas de piel de castor contemplaban la aterradora escena sin
pestañear. Al grito de “ vienen, vienen, presidente “, todos echaron a correr
que parecía que los diablos los portaban en volanta como al ánima del sastre.
Quien más corría era precisamente el que parecía más jactancioso, el que tenía
pintas de matasiete, a ése no le llegaba la camisa al cuerpo. Ya dijo el
clásico que de dinero y santidad la mitad de la mitad y lo mismo ha de decirse
en punto a valentías, los más bravucones ante el peligro son los que con mayor
facilidad reculan y se rajan. Nadie los perseguía pero por la hedentina que
iban alzando tras sí en el desenfreno de la huida habría de ser inferido que
aquellos gallos de pelea se habían cagado de miedo. Porque aquello de que una
humilde rana perseguida rompiese a largar profecías y a corear la retahíla del
Pretorio se salía como poco de lo corriente. Ellos pidieron a voces el
holocausto del Justo y ahora querían escurrir el bulto. Trataban de lavar la
mancha de aquel crimen inventándose múltiples holocaustos. Los crótalos
proféticos de la ciudad imperial romperían todas a parlar en ensordecedora
algarabía. A los inmundos roedores de la mala hueste, los que perdieron en el
magno golpe de revirada y nuevo aliño de fuerzas que nació del ochenta y nueve,
no les agradaba el canto de las ranas evangélicas y subieron cloaca arriba para
ajustarles las cuentas.
El Magno, grande entre los grandes, vivía en
su solio sin mancilla alumbrado por la candela que no se extingue, el manto de
armiño que jamás será pasto de polilla. Cuando se apaguen sol y luna y ya
ninguna estrella alumbre, la luz de su rostro no cesará de emitir reflejos.
Al ser arrebatado por el ángel en espíritu,
me había sucedido que escuche el sonido magnifico de los timbales y clarineros
y ante mis ojos se agolpó una multitud de rostros, algunos conocidos y otros
desconocidos. Los que nacieron antes y los que nacieron después. Los que
vendrían y los que nunca podrían ser logrados pero que estaban presentes en el
corazón del señor:
Post haec vidi turbam magnam,quam dinumerare nemo
poterat ex ómnibus gentibus, et tribubus, et populis, et linguis: stantes ante
thronum, et in conspectu Agni, amicti stolis albis, et palmae in manibus eorum
.
(Apoc. VII. 9) “
Después de estas cosas vi a una gran multitud incalculable de gentes de todas
las tribus y pueblos, de todas las lenguas: estaban de pie delante del trono, a
la vista del Cordero, revestidos de blancas estolas y portando en sus manos
ramos de palma.
El espíritu me había transportado al
gran sueño. Me dio a leer las grandes palabras, a escuchar la melodía que no
cesa. Me inundé del sentir de Dios en medio de fumarolas de incienso
- ¿Quiénes sois?, pregunté a uno de los extraños
personajes que desfilaban por la calzada ante mis atónitos ojos, vestidos de
harapos, pero con los bolsos cargados de lingotes de oro fino.
- Somos los hijos de Dan. Los partidarios de la Gran
Sinagoga.
- ¿ Adónde os encamináis?
- Ha nacido un niño. Los herméticos le han puesto un
nombre: The Baba of the two thousand birthdays. Nosotros le
llevamos presente.
El rostro de mi interlocutor era más negro que la
pez, su alma torva más que la de Herodes, pero, a una indicación de otro que se
parecía a Barrabás, guardó silencio. No es lícito parlamentar con los cerdos.
Salieron llamas de los ojos del basilisco, pero el ángel que estaba de mi parte
me puso a cobro de aquella mirada con lanzallamas.
- No me gusta ese croar incesante - agrego quedo el
de los ojos fulgurantes -. Así es como se derrumban nuestros proyectos. Nunca
podremos con ese nazareno. Cuando ya creemos que lo hemos metido en vereda de
pronto resurge. ¿Quién será capaz de aniquilar su memoria? Esa voz de la charca
me recuerda a los trenos de cuando entonces.
Quedé maravillado de sus razonamientos y me dije a
mí mismo: yo también quisieran acudir a adorar al Niño de los Dos mil Días, si
es verdad que ha venido, si es cierto que existe. Las ranas no mueren por la
boca como el pez sino por las ancas. Ésta debía de ser una excepción. Se
mostraba más irónica y locuaz que el diacono en la parrilla.
- Huyamos -, atajó rotundo el que parecía el amo,
que iba encobertado en un caftán con vueltas de marta cebellina. Por los bajos,
empero, alumbraba el arambel de sus andrajos. Se conoce que, habiendo vivido
entre la mugre, no era más que un sepulcro blanqueado. El gorro cónico
enseñaba algunos desgarros, pero era de rico brocado. Yo con vosotros quiero ir
a adorar al Baby of the Thousand Days. Me encanta escuchar llover, pero el
lúgubre croar de esa rana hiere mis orejas. ¿ A qué escribes? Ya nadie lee. No
quieras tundir las olas con el mensaje dentro de la botella. En este mundo
todos somos naufrago.
- Dejad a los energúmenos que hilvanen sucintos
epicedios al zar tenebrario.
- Sí, huyamos; pies para qué os quiero. No hay cosa
más deplorable que cuando esos rusos empiezan con sus letanías y sus coros que
entonan la melodía de sus glorias nacionales. La patria no es más que una
engañifa sujeta a lucubraciones etílicas. Conduce al delírium tremens. Las
retahílas de ese Pushkin me fastidian. Oye, nosotros somos apátridas. Somos
ciudadanos del mundo. Ve a contarselo a los americanos. Cuando ven la bandera,
las estrella y las barras sufren como un espasmo. Es una religión que
aniquilará a todas las religiones. Un sentir místico.
Se largaban los hijos de Dan a toda priesa moviendo
sus posadeñas babélicas. Eran la espiga del centeno que se agita y sus tocadas
con el solideo sobre el occipucio asemejaban campos de alforfón. El ángel
reluciente ya empuña la foz. Pronto será tiempo de siega. Movían los arreos y
sus capisayos talares. Un grupo de cardenales vaticanistas, mira por donde, se
hicieron los encontradizos con aquella cuadrilla de desharrapados [siendo los
amos del mundo, su aspecto de usureros no podía ser más deplorable] y pegaron
hebra. Otro contubernio. Rutilaban las túnicas de sus eminencias
reverendísimas, y hacían agua sobre el aire embalsamado de la mañana de verano.
Los principotes de la legación cari erguidos,
ampulosos, venían muy conscientes de desempeñar su papel. Nunca han creído en
lo que predican. Esa es su baza secreta, la fórmula para enriquecerse y salir a
flote en medios de los supremos maelstroms del devenir humano. Eran tretas del
dogo del engaño. Arda la tierra por los cinco continentes. No queremos jefes,
que nadie nos hable de naciones, ni de lindes, ni de fronteras. Todos los
pueblos, esclavos bajo nuestra égida. Triunfaban sólo porque carecían de escrúpulos.
Por no tener conciencia.
XVI
Rutilaban los cráneos de sus eminencias.
Todos eran calvos y habré aquí de citar sus nombres: Bea, Cushings, Suenens,
Leger, Lienart, Köenig, Podestá. Todos habían desempeñado un papel estelar en
las ponencias de esa gran hecatombe, o golpe de estado contra sí mismo, en que
los jerarcas llevaron a efecto a efecto una especie de autoinmolación en aras
de la supervivencia de la Institución que se llamó Vaticano II. Si no les
puedes ganar, únete al coro. Se puso en práctica el adagio maquiavélico. Otro
cardenal, al principio vacilante, pero que luego acataría el principio, terminó
siendo víctima del veneno. Pontificó treinta y tres días. No son judíos ni representan
la santidad de Israel. Son hijos de Can, la tribu que no nombraron nuestros
padres por miedo a contaminarse los labios con la sola mención.
Venían con escoltas o fámulos un grupo
de jesuitas al que se unía otro de seglares de la Obra. Como hacía bastante
calor, escondido en un cartapacio de cuero uno de los administrativos llevaba
una botella de coñac y otra de kvas para aplacar la sed de los purpurados al
tiempo que con un abanico espantaba a los mosquitos que circunvolaban molestos
alrededor de su encarnado petaso de camino. Sólo les faltaba la mula hacanea
para responder al clisé típico del arzobispo medieval que recorre sus
parroquias en visita pastoral o liminar.
Acemileros del oro, anchos de hombros y
cargados de cintas, se les veía inquietos y excitados. Está claro que algo
tramaban con tanto ir y venir. Las orlas y pectorales testimoniaban que eran
gente rica. Su aspecto sibilino y engañoso, avalado por una sonrisa
mefistofélica, las suaves maneras curiales, les daba aspectos de capo de la
mafia, pero no se trataba más que de abunas abisinios, gente maleada. Ellos se
unieron a los descendientes de Ahasvero para no perder su condición maldita y
errante, que profesa una ética de situación y una moral sometida a la férula de
sus iniciativas particulares. Dios sólo podía formar parte de un complot
crematístico. Por las columnatas y pedestales que diseñara Bruneleschi se
pasea la sombra magnífica e imponente de Markinckus Mercancías, dueño de la
bolsa de Judas, el tapado de las logias. La verdad no es algo fijo sino una
veleta que marca el rumbo con arreglo a la dirección de los cuatro vientos y
según convenga a la andamiada de los tinglados de la economía y de la política.
Se habían unido al coro de los rabinos en desbandada y no hacía otra cosa que
proclamar su victoria. El ángel exterminador no era un personaje concreto sino
todo un conglomerado de intereses, actitudes, películas. Estoy solo contra
ellos, enfermo, cubierto de oprobios, blanco de los escarnios.
El divino Miguel se movía a lo ancho y a lo
largo, a lo profundo y a lo alto yendo y viniendo con la “ estatera”. Estaba
claro que en el sistema de pesas y medidas del más allá poco tenían que
ver con el que ellos determinan de tejas para abajo para ir a su modo y
perpetrar todo género de fechorías. Cuando él los pese en la balanza se
hundirán a causa del gravamen de sus culpas en la divina romana. Poco les
importaba a los monseñores tal contingencia a juzgar por el vuelo ufano de sus
manteos y de sus capas. Divino Miguel sea mi baluarte contra los impíos el filo
de tu espada. Se unían a los del bando del maldito Ahasvero, aquel judío que
desaprovechó la gran ocasión de su vida, cuando pudo ocultar a Cristo camino
del Calvario en su casa. Se negó y el ángel condenó a él y a los suyos a
marchar errante por el mundo, picados del bicho que les corroe por dentro.
Nunca podrán tener paz. Por eso son gente inquieta.
Los cardenales - hecho bien bochornoso - a
juzgar por la flexibilidad de sus inclinaciones y reverencias tenían una espalda
dócil y la mente harto olvidadiza. El contubernio tuvo un final terrible y
descorazonador: la claudicación de la cruz ante la sinagoga. La risa
estremecedora de Anas se oía por todos los rincones. Hemos ganado. Mirad cómo
se rinden. Hasta nos besaran el culo si les dejásemos. Hay que mirar en
dirección del sol que más calienta. En este mundo todo es relativo ¡ Pobres de
aquéllos que sean incapaces de cambiar de chaqueta! La verdad ha sido la
primera víctima de esta guerra. Ha dejado cual carnero despavorido sus cuernos
enroscados entre las zarzas.
Las columnas del templo lloraban de
rabia. Sobre la acrotera allí donde estaba el pedestal con su correspondiente
estatua de la fe pusieron el ídolo de la justa razón democrática y prosternados
los antiguos meapilas, los torturadores de conciencia, a esta nueva diosa con
los pechos al aire la adoraban. Iban tras las tetas ubérrimas de Nefertiti. Hay
que decir que se trataba de un gachí imponente por lo bien formada, los
apetitoso de sus curvas, la redondez de sus caderas y aquel torso que remataba
en una crica o cofre de Venus que era de por sí una tentación. Imponente
matrona de la solidaridad, bella vestal de la razón democrática, mala hembra
con visos de honesta doncella, ven a nosotros. No nos importa que tu llegada al
mundo haya sido anunciada por los padres del desierto como un disfraz o añagaza
de la serpiente antigua. Hay que adular. Hagamos mal. Humillemos al justo.
Borremos la memoria. La iglesia ha dejado de ser la gran barca de la confianza
para pasar a ser una gabarra que navega a la deriva por la superficie de la ría
con su cargamento de chatarra. El oro se convertirá en calderilla. De remate,
la lancha se irá a pique. Era el dinero de la “ corbona “, los saldos de sus
compraventas, de las liquidaciones y devengos, de los corretajes. Espabilaros
jodidos bobos. Eran los capitales remanentes de la esclavitud, los réditos del
narcotráfico, los intereses de la puesta en el mercado de los vasos sagrados y
del arca de la alianza, transacciones con la sangre y el dolor de los pueblos.
Viva el agio. Honremos a Shylock, el mercader de monedas y entronicemos a
Ashevero, la prez de todo judío errante. Cualquier moneda forera, incluso
la que engorda nuestras cuentas bancarias después del narcotráfico, la trata de
blancas, los puticlubs, la catasta de las pasarelas, es de curso legal, aunque
su gráfila sea un triangulo. “ Dominus mihi adjutor, et ego discipiam inimicos
meos”. Ya tengo en la mano el agnusdéi con el globo crucífero. Nuestras cecas
no paran de trabajar, recuerda hermano especulador, que nosotros inventamos la
letra de cambio. Nuestra diosa goza de una enorme verija en la cual todas
vuestras vergas caben, incluso la de ese Yuesé Nome Guán ¿ Verdad que tiene
cara de marrano jaro, algo híspido, con pintas de galán de Huélete, pero
destroza su imagen cuando lo vieras correr. Torrente de divisas y la
Cleverinsk, esa puta polaca, que succiona y no para ¿ Con qué esas tenemos? ¿
Montando numéricos en la sala ortogonal? Quiero que el mundo deje de tener conciencia.
Hemos hecho transgresión del código de valores. Todo se ha vuelto a pedir de la
boca de nuestra conveniencia. Todo es de ahora en adelante adiáforo; esto es,
nada es ni bueno ni malo per se, sino según y como, en tanto en cuanto.
Indiferencia total a los valores. Ya no hay mujer del cesar. A los poderosos se
les condona la deuda de los grandes pecadillos, pero ay de aquel que salga a la
calle a defender la honra de su mujer con una navaja. Le caerán años a la
sombra. Tengo que darte dos noticias: una buena y otra mala. Mientes, bellaco,
heraldo del presidente Fallador. Ya no hay noticias buenas. Todas son
malas. Cleverinsk, Cleverinsk, do me . Whar yia sé ? No seas
cerdo Nome Guán. Dos noticias, una buena y otra mala. No me las des. Ya me las
sé de corrido. En vísperas de la llegada del gran heraldo, Fallador imperante,
el mundo toleraba todo menos la santidad. Cleverinsk era la saltatriz
pecaminosa que permitió el asesinato del Pluscuamprofeta y el Nome Guán un gran
hijo de la gran sota, concebido a escote. Su madre se desparramó en la hierba y
se dejó hacer por todo un pelotón de marines de Fort Braga sin demasiadas cosas
que hacer en aquella noche de iguanas. Cleverinsk, Cleverinsk, do me. Tu
nombre, Nome Guán está escrito en el agua con letras negras. Es el “ anosmia”
de los tres números y de las tres letras. Bajará del cielo quien tenga que
bajar y te ajustará las cuentas. Tu risa se trocará en llanto y tu pueblo va a
sufrir. Y en el averno podrás gritar hasta que te empapices: “ Cleverinsk,
Cleverinsk, do me “. En tu grito fornicario de placer te sumergirás. El dogal
de la muerte te tensará el gañote.
Sacristanes con los cepillos rebosantes de
los ochavos de las colectas eran sorprendidos los lunes de mañanita camino de
los bancos y montepíos. Caiga sobre nuestras cabezas la fecunda lluvia dorada y
millonaria. Cruzaban el puente con sus andares suaves en dirección del
Transtevere. Iban a hacer el asiento de los dineros en las cajas de
ahorro y telonios de la Vía Venetto, el paso seguro y la sonrisa blandengue
pero el corazón afianzado en el oro. Todo ha de valer, si suben los números de
nuestras cuentas corrientes ¡ qué terrible fiasco! ¿ Hay o no hay vida después
de la muerte?
Era el oro del altar el precio de la
sangre, estaba contaminado con la sangre y el sudor de los pobres. Poco
importaba. Los millones no tienen padre ni filiación y son la resultante de
montañas de calderilla amontonadas. Asco es lo que siento, Señor, al escribir
la crónica de todas estas iniquidades.
Aguanta, que ya queda menos. Esto dijo
el señor. Ínterin, continuaba el ir y venir de curillas jóvenes, unos con
sotana, otros de sobrepelliz y otros como si fueran a la ópera o a un baile de
disfraces con sus elegantes attachés de piel de cocodrilo bajo el brazo. Cleverinsk,
Cleverinsk, do me. Merecías ser violada por un gorila. Vais a tener un mundo
horrible, si se permite que la única ley vigente sea la del instinto. Un mono
no peca, ni trasgrede el decálogo, el hombre, que es deiforme, creado a la
imagen y semejanza de dios, sí. Los políticos, los vendedores de pornografía ,
mucho hablar de la dignidad humana, pero nos tratan como si fueramos cerdos de
su peara. Al “ pontelo, ponselo “ de aquella doña Matilde de inféliz memoria ,
ha sucedido el “ si te lías, úsalo” de Ruiz Gallardón, quenos ha salido también
gallardo, como buen hijo de un trepa y de un masón, asalariado de don Ramón
serrano Suñer, el cuñadísimo.
Pecador, pues ¿ qué querías ?
No se os vaya de la cabeza este
consejo. Tenerlo muy presente y poner en practica el adagio jesuítico: un ojo
en el cielo y otro en el suelo. Es preciso manejar para los tiempos que corren
con tanta habilidad el hisopo lustral de agua bendita como la colanilla que
abre los batientes de las cajas fuertes. Evangelio y Carlos Marx, y no le
hagáis ascos a las prédicas de los economistas de la escuela de Chicago. Ese es
ahora el símbolo de nuestra fe. Instalados en la prevaricación, ya lo mismo
daba, elaborando sobre Isaías hablaban de paz pero en la paz no creían. La
guerra cunde por doquier.
Uno de los cardenales - mirabile dictu- se prosternó
ante el rabino. Besó la punta de sus sandalias. El homenajeado no sabía que
hacer ante tales muestras de sumisión cardenalicia. Sus labios en cambio
esbozaron un amago de sardónica sonrisa. Estamos llegando al final de la
historia, Kundera avisaba. Hemos ganado, se acabó el
partido. Traedme la trituradora de papel y
las maquinas de reciclamiento. Divino Miguel, dejáme tu romana.
- Alcese su eminencia
reverendísima que va a pillar un catarro. Estas ranas rusas me causan espanto.
- Señores, con vuesas mercedes vayamos,
y en paz.
Los carillones melodiosos de las torres
de los palacios y de las iglesias emitían sonidos de esperanza, ecos de esa
mansedumbre del cristianismo, al aire embalsamado de la antigua corte. El
divino Miguel, como un ingeniero de las almas, hacía los comprobantes
corrientes en un sistema de pesas y medidas infalibles. A Dios nunca se le
engaña. Señor, aparta de mí este cáliz. Ortiga, la mujer que me diste por esposa,
es una hembra mala. Vive obsesionada por las consignas feministas. Dáme fuerza.
Pero en lo alto de las cornisas otros espíritus puros llevaban y traían los
pozales de la maldición. Cuando uno se derramase sobre el mundo, habría peste.
Si el otro rebosaba, habría guerra. De repente, todos los males del mundo se
ciernen sobre mi cabeza. El más formidable, al que más temo, es al de la vida
encadenada ¿ Habré de seguir la senda que condujo a presidio al pobre Martín
Menoyo? Señor, revisteme de la loriga de tu paciencia. No quiero participar de
los banquetes impuros de Ortiga, que han hecho de mí un varón inmundo y un
marido desdichado. No permitas que engruese yo la abultada lista de los cabezas
de familia, que, hartos de escarnios y de infames atentados a la autoridad
paterna, cometen la torpeza del uxoricidio. Por ahí Satanás me tienta y por ese
cabo saldrá derrotado. ¡ A príncipe de la noche, somete al veredicto del
adarve de las almas, nuestro valedor Miguel! No permitas que me haga daño
ninguno; confieso que de ahora en lo sucesivo andaré vigilante.
El anuncio que enviaban al éter las
campanas de Petesburgo era el mensaje de resurrección, el que nunca se acaba,
pero ni que decir tiene que resultaba destemplada estridencia en los oídos de
aquel extraño sanedrín ambulante. Los dignatarios de la delegación de
purpurados permanecían impasible, pues se habían oscurecido sus ánimas. El
corazón de pedernal era poco receptivo a la llamada del amor. Estaba claro que
habían vendido su alma por un plato de lentejas y que habían dejado de creer en
la eternidad. Habían apostatado del sacerdocio eterno. Los ojos los tenían
lacrados por la soberbia y la inteligencia entumecida por enconos y `prejuicios
seculares. Nunca sabrían comprender.
- Nosotros no nos contaminamos de esos
sonidos. ¡Muera el zar !
- Abajo los tronos y los altares. Hacha a los
iconos. “ Iscra” y cabeza de llamas a los santuarios. Me cago en las barbas de
Constantino.
Traían un odio con polvos y telarañas de
siglos sobre sus tiznados rostros. Su ira encendía a las masas, pero una pobre
“ babucha” hizo la mejor apología del cristianismo que se podía hacer en tales
casos.
- ¡Concho, como vienen éstos! No conformes
con lo que pasó en el 17 ahora vuelven a las andadas.
Era una pobre vieja enlutada de esas
innumerables ancianas que pueblan las ciudades rusas, un bastón y un serillo en
la mano, las espaldas convexas, la resignación en el rostro de vieja mujer
arrugada. Su observación en aquellos instantes era para dejar sin habla a la mayor
parte de los hermeneutas y de los teólogos.
Empieza el ayuno. Guarda abstinencia de
toda carne. Huye de Ortiga, la mujer impura. Reza a Dios para que se convierta,
perdónala, pero bien sabe Dios que ya la queda poco. No puedo hablar. Se me
echan sobre mí como lobos. Todo lo que he realizado en la vida no ha sido más
que un desastre. Quiere la vindicta. El ángel exterminador (enconos,
discordias, infelicidad y lágrimas) se ha hecho presente en mi hogar. Veo
ascender a tropel de gusanos por la pata de la cama. Han ocupado mi lecho
nupcial.
La encorvada “ babiushka”, para confusión de
la inicua procesión de judíos admonitorios, exhortatorios, implorantes, y que
reconvenían con mirar tan solo, se persignó. Uno se llevó mano a la pistola.
Era el que debía de ser el comisario. Fue un amago de sierpe antigua. El mundo
se repite. Volvían a pasar la película como si se tratase de una trillada cinta
de Spielberg. Habían colocado en adobo la mentira y vuelta a resucitarlo. Eran
obsesos, mono temáticos, aunque contundentes.
El capitoste, el que llevaba colocada una
birreta coronando su pabellón craneal dolicocéfalo era el espectro del
comisario del zar. Abraham Litvoski había resucitado. Hasta en eso revelan los
miembros de la tribu de dan su carencia de imaginación. En todas las
circunstancias de cambio sacan a la palestra a los mismos tipos.
La mano sacrílega de aquel judío fue la que empuñó
el revólver e hizo el disparo contra Nicolás II.
- Nicolás Alexandrivich Romanov.
- ¿ Qué?
- Te declaro culpable de crímenes contra la
humanidad. Has sido condenado a muerte. De nuevo aquel indefinido
remoquete de “ crímenes de lesa humanidad “. Se había escuchado primeramente al
redoble de los tambores anunciantes de las ejecuciones de la guillotina. Sólo
se juzgan aquellos atropellos que interesan. Son silenciadas en evidencia
aquellas que tienen que ver con los desafueros y motines de la chusma. El
sanedrín, caricatura de la injusticia a lo largo de la Historia, se limita a
cumplir con su papel fiscalizador. ¿ Crímenes de lesa humanidad? En esa palabra
caben los cristeros asesinados en México; los pieles rojas exterminados por el
hombre blanco; las bombas que borraron del mapa Hiroshima y Naghasaki, y de
otros muchos holocaustos de los que los rectores del gran contubernio global no
gustan de hablar.
El emperador no perdió la calma. Miró
para aquel gusano. No podía creer a sus ojos. El momento había llegado.
- Esto - clamó el sicario.
En los sotanos de la casa de Ipatiev,
el rico mercader judío, y antiguo monasterio de San Sergio sonaron tres
disparos. El zar y el zarevich, que habían recibido a la muerte de frente y
sentados se desplomaron hacia delante. Los cuerpos del último de la
dinastía Romanov y su heredero agonizaron abrazados. A causa de la hemofilia,
el pequeño Alexis durante los días de su último cautiverio era porteado en
brazos por su progenitor. El zar era todavía un hombre fuerte. Es singular que
como particular quehacer para entretener el aburrimiento de la vida carcelaria
picaba leña. Incluso llegó a ser un buen “ aizkolari”. Por las tardes asistía
al oficio de vísperas y escuchaba misa y recibía la comunión, contraviniendo la
costumbre en la iglesia ortodoxa no es costumbre comulgar con la frecuencia que
entre los católicos. Se hizo muy piadoso y murió perdonando a sus enemigos. El
gran prisionero ofrendó su vida en holocausto por su patria.
El extremo de fusilar a un pobre
niño desvalido no movió a misericordia a los esbirros. Hombres de la clase de
Litvoski no suele tener entrañas. Pertenecen a la estirpe de los que no
perdonan, porque el odio forma en ellos una especie de segunda naturaleza.
A la zarina y a las grandes duquesas les cupo una
suerte más trágica y vergonzosa a cargo de aquellos chacales. ¿ Les podremos
perdonar? No. Jamás habrá absolución para la blasfemia contra el Espíritu.
En el gran legrado de memoria que vive estos
días nuestro planeta, cuando la inconciencia, el descaro y el cinismo - se da
una importancia a cuestionales banales y, sin embargo, se condonan los crímenes
de lesa patria - se ha tratado de borrar aquel apellido y aquel nombre: Abraham
Litvoski.
Nosotros, en cambio, lo seguimos
teniendo bien presente. Sabemos que aquel hijo de Judas se ahorcó y a Imre Nagy
el húngaro, uno de los participantes en la atrocidad, sería más tarde fusilado
por los rusos. Violaron a la zarina y a las grandes duquesas. Eso un ruso nunca
lo podrá olvidar.
- ¿ Cómo es posible?
- Verdad fue -.
Al ángel del señor se le velaban los ojos de
tristeza, porque al brazo de Dios porque le había sido asignada la tarea de
defender por los siglos de los siglos a iglesia y sinagoga. Pero Luzbel
interfería en tal misión arrojando puñados de arena a los ojos de los
creyentes. El combate sería acérrimo y sin cuartel.
- Yo seré el valedor del verdadero Israel-
declaró enérgico -. Sin embargo, las treinta monedas de Judas suscitarán la
codicia de los enfeudados por la bestia, dejando regueros de sangre por el
camino, abriendo los boquetes de odio de las grandes guerras. ¡Ay de ti, Jerusalén!
Su mirada y su voz eran proféticas, al
escandir cerca de mi oído aquellas palabras. Colegí que maldecía a los que
asesinaron a Cristo. El fusilamiento del zar no sería otra cosa que el epílogo
de aquel otro gran sacrilegio escrito con tinta bermeja en el libro de la
infamia.
A continuación me mostró san Miguel un
inmenso manuscrito enrollado sobre un soporte de cobre.
- ¿ Qué es eso?
- El Libro de la Vida. Muy pocos son los que
están escritos en él. Es corta la lista de los justos. ¡Bienaventurados los
pobres de espíritu porque ellos serán llamados a la Cena!-
Y volvió a clamar “ ay de ti Jerusalén “. El eco de
su grito resonaba por toda la cornisa celeste.
Había en su rostro una luz conminadora.
Sus cabellos parecían haberse erizado. Eran de oro y flamígeros igual que
espadas. Nada se olvida. Dios no puede dar carpetazo. El espíritu de
fornicación que en el umbral del tercer milenio parece haberse adueñado del
planeta nos está alejando a todos de la infinita misericordia. En la perversión
del instinto sexual que todo lo domina puede subyacer una de las razones del
silencio divino. Comamos, bebamos y hagamos el amor. El alma de los hombres se
revuelca en el vicio. Dios se aleja. “ Follo todo lo que me da la gana “ ha
declarado hoy en una entrevista a una compa la gran menstrúa monstruo
televisivo, la estrella de las mañanas. Es una de las pervertidas heroínas de
mi primera novela - mejor que novela es una “sotie”, una “morality” o farsa del
milenio. A esta mesalina, pluriempleada de las ondas hertzianas, reina de las
mañanas, es el “ tour de force”, el espejo en el que se miran todas las
españolas entre los cuarenta y los sesenta. Han llegado tarde al sexo y lo
reivindican con furia. Mi país, por estas y otras razones, es una nación
enferma, casi putrefacta, donde se ha perdido el interés por vivir. No tardará
en llegar el castigo. Allí será el crujir de dientes. La víbora ibérica aun no
corre peligro de extinción, pero ya la queda poco.
“ Aquí lo que importa es pasarlo bien “. Fue la
respuesta de la funcionaria tortillera, a la cual debo estar en paro. Se
persigue a Cristo. Se le difama, pero sin perder los vicios inquisitoriales del
pasado. La fornicación ha enrarecido el ambiente, creando la disensión en las
familias, la decadencia de los valores del espíritu y ha traído la moda del
lenguaje soez. Nos miramos en los modelos de la pasarela Cibeles, que van
marcando el paso por la alfombra con gesto provocativo de panteras. Así y
todo, sus cuerpos han dejado de ser deseable. Todo el país se asoma a este
mercado de ganado (culos, tetas, bodies y perendengues) de la catasta. Los
ingleses, más razonables, desprecian a tales pibas que llaman “
catwalkers”. Entre figurín con cuerpo de alquiler para la alta costura y la
prostitución de lujo no puede haber más que un paso. Abres el canal de
cualquier TV. Lo que sale por esa boqueta en el doblaje de las series
violentas, vulgares, desmarridas y sin el menor gusto es un chorro de
palabrotas a granel: hijo puta, mierda, joder, mamón, cabronazo. Acto seguido
tiran los personajes de pipa y empiezan a sonar los tiros. El bueno es tan mal
hablado y tan macarra como el malo. Pero siempre gana, no porque sea mejor,
sino porque suele ser más audaz e incluso violento que su contrincante. Se ha
pasado de esta forma la linea de demarcación ética.
La muerte del zar y el rapto de sus
hijas por mercenarios beodos abrió la puerta triunfal a estos mangantes de
Hollywood. El espíritu jacobino buscó en América sus cuarteles de invierno y
desde allí opera como una cuña contra el cristianismo. Es lástima que en el
Vaticano jugando a dos barajas no se hayan percatado de la jugada que prepara
el sionismo contra la vieja fe. Hollywood es su gran invento, el caballo de
Troya. Los hechos trágicos de la noche de verano de 1917 en una remota ciudad
siberiana abrieron la puerta a las dos guerras mundiales, la liberación de la
mujer, el terrorismo psicológico instaurado en las mismas pautas de la convivencia
democrática. En el revolver de Litvoski sonó el primer cohete del Ángel
Exterminador.
Sentí pavor y asco al ver venir por la avenida de
Maschenkaja a aquel maldito asesino. Avanzaba con paso autoritario y firme. Su
gesto era divertido como si fuese por ahí pregonando lo que suelen decir todos
los judíos: “ hemos ganado “. Harto de carne dicen que el diablo se metió a
fraile. Y en América tenía el diablo su “ hinterland”, la guarida del lobo, “
die Wolveschanze”, el parapeto. Por eso, venía Yiuesé Nome Guán en plan tan
voceras. Porque bajaremos a justarlos las cuenta. Hemos ganado. Tatachín.
Tatachachán, y los comisarios y sabuesos de la policía social franquista se
hicieron periodistas. Son los escoltas de la Campos, la estrella de las mañanas
españolas, esa de caderas de asas de botijo, a lo que más le gusta es fornicar
con jovencitos. Soy erotómana ¿ qué pasa? Y mueve el dengue la Campos y sus
caderas de asa de botijo. El comisario en cuestión es un soriano que hace a
pelo y a pluma. Desde las cámaras rodeado de porteros y de ciudadanos de la
tercera edad amenaza. Os voy a meter a todos en vereda. Vais a saber lo que
vale un peine. Blandea los puños y llama a su edecán particular, la amiga de la
pipa para que le esclarezca el crimen. La vida cotidiana española es una
secuencia truculenta de navajadas, aburridas comparecencias de políticos ante
las cámaras en los que se multiplica el gesto de aquel carituerto que condenó a
muerte a Jesucristo. Anás y Litvoski han encontrado bastantes adeptos.
Todo empezó aquella noche de demonios empapada en
vodka en los bajos de la casa de Ipatiev.
Fue un crimen limpio. Silenciaron estratégicamente
el estruendo de la bulla de la soldadesca que gozaron del cuerpo de las mujeres
acolchando las paredes, pero al zar y al zarevich no los amordazaron. Vieron
llegar a la muerte de frente. Los edredones de espumillón insonorizaron la
estancia. Aparcada a la salida había una camioneta estaba una camioneta con
teleras de lona y con los motores al ralentí. No había luna. El cielo
encopetado amenazaba lluvia. Estaba la noche cual boca de lobo, como si la
luna, las estrellas y luceros no quisieran participar de la horrísona escena
del sotabanco conventual donde se llevó a e efecto la inmolación, el
sacrilegio. Asimismo, y según cuentan los evangelistas y los historiadores, el
sol del Calvario se negó por espacio de media hora o algo más el fulgor de sus
rayos. Fue terrible el frío que padeció el mundo durante aquella hora de
tinieblas. “Vellum templi scissum est, et omnis terra tremuit. Tremuit.
Latro de cruce clamabat dicens: memento mei , dominé, memento mei, dum veneris
in regnum tuum “. Aquellas palabras cantadas en una catedral en mi
adolescencia han hecho de mi existencia un perpetuo recordatorio de aquel
viernes santo. No lo sabré nunca olvidar. Es más fuerte que yo.
Los mismos cataclismos naturales sucedieron a raíz
de los hechos de la tahona de Ipatiev. Dios quiso de esa manera mostrarse.
Mandaba el aviso. Algunos montes en los Urales y en el Caúcaso se derrumbaron.
En varias partes se registraron temblores de tierra y el velo del templo
también se rasgó, porque todas las campanas de la Santa Rusia empezaron a tocar
a clamor coincidiendo con el momento en el cual los Romanov eran pasados por
las armas. Nadie las voleaba. Más de repente, como indignadas por lo horrendo
del crimen, accionaron sus badajos. Tocaban solas. Muchos creyentes las
escucharon tañer en la lúgubre duermevela. Fueron el llanto indoloro y sonoro
de la estepa.
-Mascha, ¿ cómo es que tocan a muerto en plena
noche, si es así que todavía no la palmó el sastre, que yo sepa? En nuestra
alquería de Tchernikiovo no suelen tocar a clamor de esa manera y a hora tan
intempestiva las campanas de nuestra iglesia del Salvador. ¿ Serán ladrones?
Aquí somos cuatro gatos. Todos nos conocemos. Además, acabo de venir de la
taberna y allí el sacristán estaba de juerga. Había bebido más de la cuenta.
Estaba más borracho que de costumbre. ¿ Habrá estallado la revolución? Nadie
puede fiarse de esos malditos judíos comunistas. He sentido agitarse en el
establo a nuestra yegua “ Lumia” y, al sonar las doce, hora asaz temprana, ya
estaban cantando todos los gallos. Por el amor de Cristo, Mascha, asomate al
tendejón, no hayan vuelto otra vez los amigos de lo ajeno. Andan las cosas muy
revueltas en nuestra amada Rusia.
El ebanista Anisim se había despertado sobresaltado
aquella noche de julio. Creíase víctima de una pesadilla en lo mejor del sueño.
Empujó con el codo en la barriga a su mujer, María, que estaba en el primer
sueño.
La obediente esposa hizo lo que su marido le pedía y
bajó hasta el estragal desde la alcoba que estaba situado en la primera planta
de la isba. Los mastines ladraban con ladrido extraño, como cuando olfatean la
muta. Sin que soplase el viento un aliño de abedules y de alerces plantados
junto a la casa meneaban sus quimas como agitados por fortísimo airón.
Oscilaban con fuerza y cabeceaban igual que naves en derrota. Un naufragio se
acerca; quizá estas sean las señales del fin del mundo, pensaba la pobre masovera
de la aldea de Tchernikiovo. Aún había rescoldos bajo la campana del llar, pero
el fuego se había extinguido. Aún dentro de las mismas brasas se escondían
presagios tristes y ominosos. Hubo una importante cosecha de setas ese verano.
En Rusia tal abundancia de micosis se interpreta como un mal augurio.
Al abrir los postigos, la noche que horas antes se
había mostrado cetrina y encapotada, mostraba un paisaje de una intensa
claridad. Un sol de media noche hacía distinguir perfectamente el perfil de los
collados, de los árboles e incluso de los tejados de las casas.
-“Chudá... Chudó ( milagro, milagro)- gritó la
mujer del ebanista al ver tan extraño fenómeno.
Los cielos se abrían y entre las alturas y la tierra
se proyectó algo semejante a una infinita escalera, que cubría el horizonte.
Cada uno de los peldaños era una estrella. En cada escalón cubría carrera un
ángel guerrero. Iban tocados con casco de acero, espada de fuego y el atelaje y
las cartucheras eran de oro. Por esa escalera subían y bajaban las almas. Estos
seres celestiales eran del color de la brasa de los rescoldos del último fuego
de la chimenea. Sus vestidos eran níveos y los cabellos blancos como las
cenizas del fuego de la purificación. Las hiladas de estos bienaventurados
exploraban tumultuosamente las cimas nunca pisadas por el ser humano, los
campos nunca descubiertos. De los cuerpos se desprendía como un aroma de
incienso. Por millones debiera de contestarse el número de todos estos
espíritus puros. El camino se proyectaba hacia arriba en una vertical ingente,
al final de la cual el Padre eterno, sedente en un trono de soles, con
Jesucristo a su diestra. María, la Virgen pura, madre de todos los hombres con
gesto benevolente y magnífico, ocupaba los lugares de la izquierda al frente de
una multitud de apóstoles, mártires, confesores. Era un ejercito abigarrado y
selecto.
La cruz campeaba por doquier. El Gólgota se había
transformado en montaña preciosísima. Debajo quedaba el abismo y el lugar de
las maldades. Allí iban a parar todos los precitos. El tártaro era como una
guarida de azufre. Los diablos se encargaban de cardar la lana y atestados en
espuertas los lanzaban por el terraplén. Esta es la casa donde no se come ni se
bebe, el país adonde irás y no volverás. Sin remisión posible. En estas
carretadas del lumpen de la depravación y la maldad llegué a ver a no pocos
personajes de la vida pública española al doblar el milenio. A la Campos la
desgarraba un súcubo superdotado. Ella al principio creía que era uno de sus
programas donde iba a gozar de las caricias de algún “boy” y en esto hacía
dengues, visajes y carantoñas, propias de esa hembra de buenas caderas y
mejores partes, definida como un auténtico animal televisivo, pero no era
placer lo que le daba el diablo encargado de martirizarla sino un tormento peor
que el potro y los garfios. Ella pedía a voces que la sacasen de allí.
El infierno estaba lleno de actrices, actores,
papas, presidentes, y gente guapa. Si bien te fijas, sería el punto de
encuentro de los triunfadores. Los perdedores - a fortiori - tendrían que
ir al cielo derechos. Únicamente así podría hacer Dios justicia.
El matrimonio formado por Anisim y su mujer María
vieron el tránsito al cielo del zar Nicolás, dos almas incardinadas en el
registro de una lejana provincia en el corazón de la Rusia profunda. La estola
de lino purísimo de los mártires ceñía sus pechos. Era el signo que se otorga a
los que derraman la sangre por el Cordero. Aquella noche de julio fue también
una noche de prodigios.
XVII
Se excusa hablar de que la extraña visión que
les fue otorgada a los dos granjeros ruso fue obviada por los telediarios de
aquel tiempo. No hubo registros de tal noticia, ni la hubiere habido aunque
hubiese estado allí presente Wélter Cronkite y la batahola de sus secuaces
“hombres áncora y hombres pulpo de la actualidad”. El relato de la historia ha
de tener sus propias impasses. La hueste periodística sale de sí misma. Esos
bustos parlantes a quienes pagan miles de millones por un contrato suelen ser
lacayos de sus vaivodas ocultas. Con la clonación macrobiótica, que ha
sucedido, los rostros que hablan a una hora señalada para dar el parte se
parecen unos a otros. Igual que un huevo de gallina. Hemos tocado techo. He
aquí el invento conseguido: que la emulación se dispare, ha llegado la hora de
la gran mimesis. Se copian no sólo los gestos, las corbatas, el ademán, el
tonillo de voz y las muletillas. También se fabrican los hombres en serie. Las
almas se han hecho clónicos. Es la diversidad de lo mismo. “Prime time “ para
servir al mismo amo.
Nunca contarás, Buruaga, verbigracia, que el avión
que acaba de caer en Melilla en el monte de las Tres Forcas el último fin de
semana de septiembre de este aciago año de 1998 fue abatido por un misil
alauita. Se han llevado la caja negra a Washington y no nos la devuelven. Ha
relinchado el caballo. Está entrando el moro en España. Dinero judío sufraga
los costes de la razzia. Treinta monedas. Nuevos campos de Haceldama. Los
impostores arropan a los asesinos. Detrás de esa capa se esconde un puñal
traidor. España, tus esbirros de siempre te rematarán por la espalda Vuestro
amo norteamericano os hace gestos de silencio. La televisión es un invento
diseñado para ceporros o para parados con resaca que hacen “zapping” en las
noches de insomnio y se sienten abrumados por el torrente de vulgaridad y de
evasión que nos circuye. ¿ Y para eso tanto dinero? ¿ Para qué sirven los
burros parlantes? ¿ Para andarse mirandose al ombligo? O contar lo que pasa de
a hecho? Nunca caerá tal breva.
Desperté de bruces en España, la patata caliente.
Madrid me pareció una ciudad insulsa, deshabitada de sí misma y repleta de
fantasmas y de fantasmagorías. No sabría cómo expresarlo, pero el término de
aquella visión fue una especie de trauma. Les ocurre a todos aquellos amantes
que, al cabo de los años, no reconocen a la mujer que ama. O bien porque ha
dejado de ser dueña de sus pensamientos o porque se sienten defraudados ante la
diferencia de lo soñado y lo conseguido.
El ángel me había puesto de bruces en el pretil de
la gloria. Mussorgsky, aquel vagabundo que hacía sonar el violín, mientras su
amada Ania interpretaba canciones al arpa. Me sentí atraído por el halo mágico
de los clavicordios, de las voces solemnes y maravillosas, del batir de las
alas de los serafines. Indudablemente el alma del hombre es algo musical,
porque la música es la cifra y el compendio del ansias que sentimos todos de
eternidad. Con ellos oí los coros ortodoxos que resuenan en el cielo
eternamente. Ser arrebatado en espíritu no deja de ser una dádiva divina, pero
ha sucedido con frecuencia a lo largo de mi existencia. Una providencia
especial me toma por los cabellos y me transporta por los aires como a Habacuc.
Ha sido - lo ratifico - la experiencia de este verano amargo. Mi amor por
la verdad, el país real que es Rusia - América no resulta más que un
conglomerado virtual, la patria sintética en la que recalan todos los merluzos
- ha salido fortalecido de esta experiencia. Ver el rostro del ángel sin caer
fulminado por el rayo de la muerte fue otro agasajo de la gracia, que quizás no
mereciera yo, pero que acaso mitigue mis múltiples sufrimientos y me haga mirar
esperanzado hacia lo alto. Del cielo viene lo grande y lo bueno y el poder
contra Satanás y la hueste que hoy domina y controla los más encumbrados
resortes.
Entre los que cantaban cerca del trono estaba Juan
con un cálamo de oro. La caña volaba veloz sobre el pergamino, del cual brotaba
la sangre.
- Juan, predilecto de Cristo, tú eres
palabra viva.
- Aguantad y sufrir a los malos. Les
queda poco tiempo.
El sagrado evangelista se dirigió hacia mí en
hebreo y yo le entendí el coloquio. Había escuchado la voz y la palabra por
excelencia. Me ungió y me honró sacerdote con su mirada, que me hizo fuerte en
la vez.
- ¿ Qué significa esa sangre que brota de la
piel misma del becerro?
El becerro era un toro adolescente, como un choto
del color de la miel, y estaba vivo. La punta de su pluma hería, por decirlo
así, el cuero sagrado, y brotaba sangre cual fuente que alumbra. Por la
apertura de cada letra manaba una fuente de vida que la muerte rasgaba con
violencia. Juan dijo:
- Sé fuerte y tendrás constancia y
fortaleza.
Ambas virtudes adornan a los mártires. Adiviné
rápidamente el sentido del mensaje que el santo evangelista quería
transmitirme. Iba a derramar la sangre por el cordero, porque estaba escrito en
los altos frisos del empíreo mi nombre en la lista. No me asustó la idea ni me
dio pavor; antes bien, noté dentro de mí una alegría infinita, porque las
elevadas puertas sólo se conquistan con violencia. Un pecador como yo, un borracho
y un deprimido, únicamente por la puerta del martirio tendría acceso al
codiciado galardón de la vida eterna.
- Jesús, hijo de María, tén piedad de
mí.
El ángel me entregó al punto la palma de los
triunfadores. De siempre he sentido una innata querencia hacia las palmeras.
Todas las que planté, después de recoger las semillas de las grandes palmeras
que flanquearan nuestra casa de Asturias y que fueron derribadas por el antojo
de un vecino diabólico arraigaron en mi jardín. Oh Jesús, que hasta de esa
forma, por medio de signos augurales, has hablado a este pobre pecador durante
toda la vida. Me quejé de mi suerte. Resulta que maldecía de mi fortuna
cuando he aquí que reservabas tú la palmera para mis sacrílegas manos, cuantas
veces te tuve entre ellas indignamente y te manduqué sin miramientos o indigno,
y he aquí que tú perdonas.
Pero mis conmociones y sorpresas no acabaron ahí. En
aquella visita que giré a la ciudad de Dios fue testigo y partícipe del
llamamiento al reino del músico vagabundo y su amada la prostituta. Porque el
Hijo les habló a ambos desde el alto trono con un tono dulce y lisonjero y le
dijo que gozarían para siempre de la música, en el lugar a ellos dedignada
desde toda la eternidad. ¿ Veré yo también a mi Ania, la dulce Suzanne - la luz
de su cuerpo en aquel despertar de Hull bañe para siempre mis ojos, Señor?. Ya
la verás muy pronto, porque el amor no se extingue jamás.
En esto la cuadrilla de judíos mandó parar a
un”fiacre” (coche de punto)que pasaba en aquel instante por la Mashinskaya
ulitsa. Se metieron todos - con los vaticanos - en el fondo del pescante.
Y - milagro - todos cogieron, pero discutían con el “ vienka”, el cual hablaba
con ese lambdacismo tan característica de los fineses, en patente contraste con
los sonidos roncos, guturales y algo silbantes de la lengua hebrea. Discutían
de dineros. No faltaría más tratandose de judíos. Los rabinos regateaban el
precio de la carrera.
- Tres rublos hasta la estación de
Finlandia ¿Hace?
- El viaje no se lo haré por menos de
diez. Con un suplemento de peso excedentario de ochenta y tres copecas.
- Andále. El otro día pagamos rublo y
medio por el mismo trayecto.
- No discutamos por eso. Hoy es un gran
día para los cristianos ortodoxos. Nuestro paciente zar Nicolás ha sido
inscrito en el registro de los bienaventurados. Estoy por eso tan contento que
hasta para vosotros, hermanos, lo haría de balde.
-Vale ya de sentimentalismos. Todos los
que aquí van no creemos. Dejate de historias y llevamos a donde te hemos
mandado.
El vania que estaba ya algo bebido a esas
horas de la mañana por un momento pareció indeciso entre empuñar la tralla o
dejar a sus clientes en tierra. Su ingratitud era execrable. Pero recordó que
es deber de todo cristiano no responder a las injurias y en un acto de heroísmo
hizo renuncia a la cólera. Ni que decir tiene que con aquella clase de gentuza
sólo se podía lidiar a golpe de “ knut”. El palo y la violencia es el único
idioma que entiendan los violentos y problemáticos judíos, pero lo dejó estar.
- Suban Sus Excelencias.
- Menos pamplinas. Como no conduzcas
con cuidado, te vamos a denunciar.
- Arre. Vamos allá.
El cochero aguijó a la reata con tanta viveza que la
“teleiga” (carromato) arrancó a una velocidad insólita. Uno de los caballos se
desbocó y todo el carruaje fue a parar al Neva. No lo hubieran contado, de no
estar los bulevares a aquella hora atestados de gente. La proximidad del parque
de bomberos, que acudieron al socorro, remató su fortuna. Ninguno de los
hebreos ni los de su corte sufrió merma de su vida ni de sus pertenencias.
Tampoco pereció el cochero, buen nadador, pero maldecía de su suerte. La
destrucción de su taxi significaba que perdería el empleo y se quedaría en la
calle.
- ¿Y ahora qué va a ser de mi mujer y
de mis hijos?
- Nada. Te está bien empleado por borracho.
Mereces ser escupido.
-Mal día amaneció para mí, señores rabinos.
Van usías vestidos de negro. Los cuervos no dan buena suerte.
- Jodete, goy (cerdo). Así revientes
con tu marrana.
- No insulte, señor, a mi Asia. Que
será gorda, pero es una mujer decente.
Sin embargo, el contumaz hebreo no paraba mientes ni
hacía distingo. Cuando tienen la sartén por el mango, se crecen los abanderados
de la ley del talión se crecen. Pueden llegar a ser déspotas y crueles:
- Nosotros haremos vestidos de brocado para
que adornen los cuerpos de las putas en los prostíbulos con las sotanas, las
capas pluviales y las casullas de vuestros popes. Las estolas de vuestros
diáconos nos servirán de calzoncillos.
- Un poco fuerte, ¿ no? ¿ Qué pretendes? ¿
Besar mi látigo? - replicó el taxista siniestrado. Toda paciencia tiene un
límite. La suya se estaba agotando. Todos estaban algo excitados, pero
quienes más alzaban el gallo eran los rabinos. El pobre cochero cristiano, a
quienes los muy sinvergüenzas no fueron dignos de abonar la congrua tarifa, el
canon a pagar, porque aquí está resucitando el moro Almanzor y se habla ya sin
tapujos de que os españoles tendremos que volver a pagar el tributo de las cien
doncellas, se movía a la defensiva. ¿Quién ha vuelto a meter el moro en España?
Ay de aquellos que han pecado contra el pasado! Su crimen nunca ser perdona. Es
equiparable a los que blasfeman del Espíritu Santo. Las voces llamaron la
atención de los mozalbetes errabundos que se llegaron al grupo de hebreos y los
dispersaron a golpes. Ahora corrían que perdían el culo y no pararían hasta
alcanzar Jerusalén.
Indirectamente, el Defensor y Baluarte de toda
inocencia fue el que envió a los jóvenes camorristas en ayuda del pobre cochero
siniestrado. Mientras tanto, sonaban en todo Petesburgo los coros religiosos de
Mussorgsky. Los judíos huían despavoridos. No siendo suficientes todos los “
migs” y “ phantons” de Aeroflot vinieron las brujas y les prestaron las
escobas para que llegasen cuanto antes a Jerusalén, donde aterrizaron en unos
pocos minutos. En un pesebre ha nacido el Niño de los Mil Días. Acudid a
adorarle, pueblos del planeta. Su llegada será el orto del imperio de la
justicia. Ya piafan los alazanes. Lanzan fumarolas de fuego por los ollares.
Las piernas robustas y recias de los jinetes negros abrazan ya los ijares de
los briosos corceles. Sólo hará falta una orden de espuela y se pondrán en
marcha los escuadrones de la milicia celeste. Caerán sobre el horizonte
plateado como un torrente.
XVIII
En ansias de la verdad ardía mi ser
entero, arrebatado en espíritu hacia la ciudad de mis sueños - miro a
Petesburgo como miro a Jerusalén, y esta mirada no es más que el deseo de
quebrantar las cadenas que me atan a la carne, y siento que el alma no es más
que un vuelo - por el gran psicagogo (el que lleva las almas
sacándolas del profundo lago), el heraldo del Señor en toda la tierra de
Israel, no podía creer a mis pupilas, pero todo esto me sirvió de consuelo. Era
bálsamo a mis aflicciones el invencible caballero andante, el adalid de los
pobres, alférez de la hueste blanca. Su presencia me reaseguró en el
convencimiento de que el verdadero israelita es aquél que en todo momento
dirige sus suspiros hacia el cielo. Pertenece a la heredad del reino y su
albacea será la tierra prometida: una luz que sale de adentro y no se
circunscribe a ningún punto concreto, sino que es un gozar de la intimidad del
Verbo. La torre excelsa del Prepósito de las Milicias Angélicas se alza señera
en el monte Gárgano contra la impostura, el demonio de la apostasía y de la
fornicación.
No lo duden los descendientes de Moisés. Adonay
envió su mensajero cuando, Moisés, recién fallecido, los judíos prevaricaban
disputándose los despojos del profeta para adorar las reliquias, haciendo de
esta forma renuncio a su fe. De nuncio celeste hablaría el profeta Daniel,
puesto que fue merced a las intercesiones arcangélicas que el pueblo elegido se
libró del dominio babilonio. Habacuc fue arrebatado en espíritu por el edecán
de la milicia eterna y traído de los cabellos hasta la espelunca donde vegetaba
el profeta rodeado de leones hambrientos. Los enemigos de la profecía y los que
se oponen a la venida del Reino que estos cuentos de la Biblia son historias de
psicópatas. Luego Juan, al que yo había visto en el antedía revestido de la
alba veste sobre los cielos de la capital de los zares, lo transforma en eje
dominante de su Libro del Apocalipsis.
Nuestro Hermes celeste será el valladar donde se
estrellen los golpes del enemigo. Él nos sacará de atascos. Conjurará cualquier
contratiempo. Asilo de los pobres y valedor de los que padecen persecución por
la verdad y por la justicia, los conducirá al paraíso al cabo de haber pesado
sus actos, sus palabras, sus pensamientos. “ Vidi turbam multam quam
dinumerare nemo poterat “. He ahí el mensaje central de la
criptografía cristiana: el anónimo y la cantidad, la libertad y el canto. Todos
a la sombra de su espada flamígera adorarán a la Majestad. Su himno de
alabanza no tendrá final.
El código de valores que representa el
arcángel Miguel se opone al sueño sionista. No propone la dominación del mundo
por la espada y el imperio de la fuerza bruta que avasalla sino que es la
conquista del amor y del bien encarnados en la persona de Cristo que derogó la
ley del Talión. Triunfará al fin la palabra. Miguel tijereteará y hará retales
de la lengua de los impíos ( Martín Menoyo purgó condena por un signo y un
gesto de aviso a los hijos de las tinieblas que se burlan del rayo
radiante que traspasará los confines) y sus cuartos troceados y blasfemos serán
colocados en una peña del desierto para afrecho de buitres y chacales. Ese es
el destino que aguarda al áspid y a la sibila. Yo os mandaré arrancar la
lengua. Divino Miguel, que siglo tras siglo deshaces las conjuras satánicas
contra la Iglesia, debelador implacable de los poderes del mal. Ahonda tu lanza
en las fauces del dragón.
Ven en esta hora , portaestandarte celestial,
“ summus nuntius”, caballero andante de los que sueñan y de los que aman
todavía, psicagogo, aplasta bajo la sandalia a la Víbora de Iberia, que confrica
a todos los relapsos en su protervia, los que oprimen el corazón.
-No tenemos a otro dios que al vientre.
Nuestra morada es el vicio. Hozamos la podredumbre, manchamos el agua y nuestro
único líquido elemento es la suciedad - proclaman con jactancia-. Vamos a dar
la vuelta a la cruz y verán cómo de ese mito escatológico no queda nada. Hay
que pasarlo bien. Lo que importa es follar. Acabemos con esa pléyade de
maniáticos sexuales y de impotentes que es el catolicismo. Pon punto y final a
tales parlamentos.
Se acercó a nosotros un cuerpo radiante, como
un crisólito. Traía en la mano la espada desenvainada y, en la otra, las pesas
de la gran balanza del juicio final. Todo será medido y escudriñado. Nada será
pasado por alto en el día de la ira, pero sobre todo las víboras de Iberia
serán descabezadas. Allí es donde esta especie de ofidios posee unas
características biológicas más interesantes. La lengua de estos reptiles es más
larga y viperina que en otras regiones.
Bien. Se acabaron los parlamentos. El crótalo quedó
a merced del destral. Estáis liberados. Una caravana de espectros sale de las
cavernas. Abandona los recintos de las ciudades, que no son más que prisiones
ahumadas. El hongo tósigo se disipó. Sus tiradas y aviesas amenazas han quedado
en nada. Dáles caña, Santi, dáles caña. Con un buen rumbo se puede llegar a
cualquier parte. Pero, con estos en el poder no hay refugio ni abrigo
seguro. Han minado las playas. Qué cosas, mi comandante. Qué cosas. Basta ya de
maripavas. La voz de esas arpías se apaga. Santiago estaba en los cielos de
Brunete y de Clavijo, a lomos de su caballo blanco. Sus corcovas eran tal que
el avión de combate que se apodera de los cielos abiertos, evoluciona sobre sí
mismo, realiza rizos en vuelo, se deja caer sobre el ala, se yergue y se tumba,
y, cuando parece que va a estrellarse sobre los tejados de la ciudad que
contempla la batalla desde abajo, se empina de forma sorprendente.
Arriba. Arriba. Davai. Davai. Fulano de tal y tal, con todo. En marcha. La Orden
de la Caballería andante no sabe lo que es un paso atrás.
- Miguel, trae la báscula que el dedo de los
pretextos y de las excusas no podrá amañar donde duelan prendas. Lucifer dejará
de hacer chanchullos. No habrá componendas que valgan. El fiel de la romana será
inexorable. Apuntará hacia arriba en busca de la vertical justiciera. A cada
cual según sus actos. Se acabaron los trucos. Tu espada flamígera, la que
traspasa los cuerpos sin derramar sangre, sembrará la tierra de clarividencias,
con lo que la hueste infernal quedará al descubierto. Ha llegado la hora del
bieldo. La sentencia será inapelable. El grano será separado de la paja.
Pondrás en fuga a la hueste maligna. Serán sumergidos en el profundo lago todos
aquellos que sembraron de cizaña los surcos.
- Son muchedumbre, mi capitán.
- No importa. ¡ Perderán!
De un salto se encaramó a la grupa de una
impresionante yegua torda. Nos cruzamos la mirada. Aquellos ojos despedían el
calor de un aerolito. No es Ceuta y Melilla lo que queremos. Que nos devuelvan
Granada. La roca de Calpe se yergue soberbia y desdeñosa. He ahí un farallón de
ignominia contra el orgullo herido de la patria. En tardes de caliginoso
bochorno resuena por entre sus clavijeros y fisuras, horma y espanto de la
oquedad del peñón, polvorín de muerte y de amenazas, la risa furibunda de
Israel, que no reconoce sujeción ni reglas fijas y unas veces forma liga con la
media luna y otras con Lutero. Su sombra se cierne siniestra sobre la piel de
toro. Acaba de pasar el cuervo de San Antón. Los “bififtytús” sobrevuelan el
territorio las panzas cargadas de muerte. Miguel, defiéndenos en la
lucha. No tengáis miedo. En un bar del barrio de Maravillas convidé a vino a
dos moros terribles. Me pidieron dinero y se lo di. Tú, Miguel, no sólo pesas
las almas, sino que velas por ella. Me duelen los calcaños a causa de la
podagra. Obeso, desganado, barzoneo por un Madrid que se ha vuelto agresivo y
extraño en vísperas de lo que puede resultar una gran matanza. En el vértigo de
su endiosamiento, Luzbel alzó el pendón de rebelión (las feministas copian las
tácticas de la serpiente mamaria, porque su voz y sus maneras son algo muy
viejo dentro de los contextos de la iniquidad) contra Dios. He ahí el desafío
de la criatura contra su creador. Se miraron en el espejo de Narciso y el
cristal les devolvió una imagen complaciente de sus gracias naturales. Fueron
los precursores del hedonismo y ese culto a la juventud y al cuerpo en el que
se basa la gran prensa de bulevar. Y tú te alzaste contra la perniciosa facción
y de ahí recibes el nombre victorioso de Quiencomodiós que tendrá en los labios
por los siglos de los siglos la Caballería Andante.
Sin caballeros andantes no se puede dar
un paso. Esta vida sería un asco. Pero ellos están situados en la cultura del
engaño. Aporrean nuestros meninges con sus proclamas. Hay que pasarlo bien.
Dios no existe. Sólo existe la ley del más fuerte. Sin embargo “Quis
sicut Deus”. Estamos hartos de repetir los ramplones argumentos. El
“agitpro” forma parte de nuestras vidas. Nadie se atreve a ponerseles en medio
del camino. Hay miedo, mucho miedo, y ya quedan pocos audaces dispuestos a
recoger el guante. No comemos otra cosa que el veneno del áspid.
Habremos de sucumbir víctimas del arsénico informativo y la nuez vómica. Jamás
en la historia del hombre se dijeron tantas mentiras, tan constantes y tan
gordas. Se llena su boca de blasfemia y no se arrepienten. Luzbel reina
en las ondas.
El psicagogo seguía atento a las
reflexiones que le formulaba. Yo le pedía que diera un puñetazo en la mesa para
restaurar la palabra de verdad y le confié mis planes secretos de crear
editoriales, emisoras de radio y estaciones de televisión donde se sirviera a
la verdad y a la justicia en lugar de a los magnos intereses de la Banca Morgan.
-Siendo el heraldo de la verdad y el nuncio supremo
de los mensajes del Padre a los hombres, el plenipotenciario invisible que
observa cuanto acaece entre nosotros para despachar los partes facultativos a
lo alto ¿ por qué estás callado ante la injusticia?
-En el Reino del que vengo no hacemos alardes. Nadie
necesita justificaciones leguleyas, porque todo es vivo y transparente, varón
de poca fe- prorrumpió casi con un estallido de cólera.
-Perdóname, Señor. Perdón.
-No eres malo, pero estás todo el día lamentandote.
-Me ocurre como a muchos españoles. Vivimos en la
cultura de la queja. Lo reconozco. Este ha sido un río revuelto, donde no
conviene mostrar excesivos desafectos al tetrarca. La mejor táctica viene dada
por esconder la cabeza bajo el ala y a cobrar.
-Go and do something, then. Stop moaning- habló en inglés moviendo a sendos lados su cabeza.
A cada inclinación de su testa, como la aguja
magnética del radar, oscilaban desplazandose por los cuadrantes del cielo
rebaños de estrellas.
Los coros celestiales se escuchaban en
la distancia. Mussorgsky atacaba todavía con mayor inspiración la romanza del “
Zar Boris”. Ambas armonías, la que resonaba en el empíreo y la que se esparcía
magnífica al lado de los canales del Neva, se refundían de forma magnífica y
solemne. De esa forma los cielos se juntaban con la tierra y lo invisible y lo
invisible se refundía en un estrecho abrazo. Diríase que aquella música nacía
del rodar de las esferas. Las notas del decacordio del querubín y del serafín
iban mostrando el camino del éxtasis. El arcángel, al pronunciar aquella frase
en la lengua en la cual yo amén, me pareció más hermoso y acaso más implacable
que nunca.
-No tengas en cuenta mi vileza, Signífero.
San Miguel me sonrió. El caballo blanco que cabalgaba,
piafaba nervioso, como anheloso de campos y de verstas, ávido de leguas y
leguas.
-Vamos, sube. Te llevaré a la grupa.
- Muy alto honor me haces, capitán, del que no me
siento digno - contesté.
-He dicho que montes. Vamos. Pega un brinco.
-Peso bastantes kilos, Majestad. No estoy
ágil.
- Yo te ayudaré.
Pasó por mi memoria el recuerdo de aquellos veranos.
El polvo de la trilla. Los senderos de arena roja camino de la huebra que
llamaban la Pedriza, donde estaban los majuelos. Escuché al abuelo cantar. Iba
cabalgando en el macho rodeno. Se protegía del sol con un pañuelo de hierbas,
que protegía el pescuezo a manera de orejeras. Entonaba el presagio jocoso. La
vida era maravillosa. Ven sube. Arrea. ¡Que el Agustín te dé el pie. De la
huerta del boticario venía un perfume de manzanas y de grosellas. El sudor
animal del cuerpo de mi abuelo y de la caballería destilaba un olor acre, pero
nada desagradable al olfato. Todo olía entonces: La soga, las gavillas de
espiga, el pan en el arca. Era la primera vez que montaba en un mulo. No se me
ha olvidado aquella tarde de siega. El abuelo ya no trabajaba, aunque su
asesoramiento de labrador curtido se derramaba con sabiduría entre los
agosteros y la cuadrilla de gallegos, aunque a estos no había que andarles con
muchas recomendaciones. Sabían bien el oficio y eran bastante taciturnos. Había
uno de entre ellos por nombre Lois, quién para hacer valedero el adagio de que
la excepción confirma la regla, hablaba por los codos. Le habían puesto el mote
de “Parlapuñados”. Tenéis que manejar la hoz a derechas. El prefacio jocoso
sonaba bien en la era. España dejó de cantar cuando llegaron los televisores.
Parlapuñados siempre iba adelante en la hilada. Hablaba y trabajaba más que
nadie al propio tiempo. Yo tuve un abuelo que se llamaba Miguel al que quise
mucho. Fue un poco como mi segundo padre. Murió de cáncer de próstata. Él me
contó la historia de la parición del Divino Arcángel en el monte Gárgano.
Y apareció envuelto en una nube. Era el excelso
Miguel. El supremo caballero andante. Habrás de rezarle cuando
alguien te moleste o avasalle y te sacará de cualquier
peligro. Al encaramarme al mulo, me trompiqué y caí de bruces
por el otro costado.
-Abuelito. Abuelito, ayudáme.
Fue el primo Agustín, que era un vaina y que
quiso que me estrenara haciendome blanco de una de sus gracias. El mulo, aunque
manso, se espantó y por poco me cocea. San Miguel estuvo al arrimo. Agustín se
cascaba unas risas tremendas al verme en el suelo.
-¿ Qué pasa? ¿ Qué pasa? Pero, hombre, yo de tu
tiempo montaba de un periquete. Parece mentira. Eres algo torpe.
-Eu carallu. O neno- oí que decía Parlapuñados en su
jerigonza de orillas del Sil.
Todos los de la cuadrilla que meneaban el
bálago arqueados sobre el surco detuvieron el trabajo unos momentos. Los
rostros de aquellos operarios morenos y renegridos por el sol bajo el sombrero
de paja quien los contemplara en la calorina del véspero de primeros de julio
suscribiría que eran ciertos los versos de Rosalía. Los quince segadores
forasteros al unísono empezaron a reírse de mí. Y lo malo no era - así yo lo
creía por entonces- que no se reían en romance. Sus carcajadas tenían la
cadencia y la tonalidad melosa del astur-galaico. Por aquellos pagos, la risa y
la gente eran un punto más feroz. Aquella mofa la tengo clavado entre los
tuétanos. Vida dura e implacable la de aquellos años tremendos. Corrí a
refugiarme en el rodal de zarzales que separaba las eras del ejido, mientras mi
primo, que tenía algo de envidia, no paraba de decir:
-Sopazas. Sopazas, mira que caerte del mulo.¡Oy!.
¿Sería verdad que yo era torpe ? No vales para nada,
hijo. No sé lo que va a ser de ti en la vida. El divino Miguel vino en mi
auxilio. Siempre has estado al quite. Pero, mira lo que escupen por el
colmillo los filósofos debeladores de nueva floración, los gran mistagogos del
laberinto español, donde unos tocan la flauta, otros bailan el rigodón y los
más escuchan con ojos ovejunos, porque la mayoría silenciosa vive en espera de
que pase todo y que volvamos a poder ir tirandillo: los que rezan están tocados
del bicho de la paranoia. La plegaria es un inquietante remanente del pasado.
El cristianismo es una religión de locos. Todos los años aparecen por Jerusalén
tres o cuatro centenares de tipos que se creen Jesucristo. Conclusión: habrá
que encerrarlos. El gran enemigo de la religión ahora resulta que va a ser el
psicoanálisis. El cristianismo es para ellos una idiocia sobrante.
Las monsergas sobre la caridad están de más.
-Eres superferolítico en tu actitud vital. Cada
mañana te das unas cuantas carreras terrestres por Retiro Park. Controlas tu
cuerpo. Lees literatura “ knowhow” y “ sacherbucher” para hacerte dueño de tu
propio destino. No eres un paranoico, sino un triunfador.
-Todos los que rezáis el rosario y os encomendáis a
santos de existencia dudosa, sois unos perdedores, dementes. Vuestro problema
es la locura: un desfase entre el yo real y el yo anhelado.
-¿ Me quieres decir que la religión cristiana es una
resultante de esquizofrenia y de paranoia a gran escala?
- Sí.
Pues, asunto concluido. Hemos terminado.
Lo dicen y se quedan tan panchos. Cristo era un
paranoico irrecuperable. Sus teorías han sucumbido bajo el martillo implacable.
Ño terrible en esa tesitura no son los horribles postulados de la masonería al
uso sino que el legado del Averno cuyas posaderas han manchado la sede
apostólica no lanza excomunión alguna contra los zelotes criados a los pechos
de la Revolución Francesa y de la idea del triunfo final de la sinagoga sino
que les bendice hisopo en ristre. Esa es la tragedia de muchos católicos que asistimos
con perplejidad a este cumulo de imposturas que llueven sobre nuestras cabezas
en el verano profundo de 1998, a las puertas del tercer milenio. De la
impostura del gran jerarca proviene tanta desazón. La fe se descompone. Los
templos son guarida de murciélagos. En sus ventanas anida la paloma torcaz.
Cristo era un paranoico irrecuperable. Dijo llamarse el Hijo de Dios. El
argumento de incriminación saturó la causa del tribunal canguro que alzaron los
judíos ante el pretorio. Ha blasfemado. Se cree un enviado. Un hijo de Dios. Es
un paranoico. Fuera. Al manicomio. Colocarle la túnica de loco. Así echaron al
rey de la Gloria a las Tinieblas Exteriores. Cada año llegan a Jerusalén
peregrinos extraños. Los sucesores del Sanedrín los internan en instituciones
psiquiátricas. El veredicto es inapelable: “ Se cree la reencarnación de
Jesucristo. Es un paranoico peligroso”. La torre del presidio vuelve a alzarse
ominosa a sus espaldas y la consigna, al tiempo que llueven sobre las testas
desenliadas de los discípulos de Emaús los escupitajos y escarnios del
presidio, hay que acabar con Él. Nada quede de su memoria. Borremos sus
memoria. Apartadlos al “ gulag “ o - más refinados y sibilinos- hacen reclinar
sus cuerpos troceados por el estigma de la insania en un confidente.
Freud es su gran confidente, porque se erigió en padre putativo de Hitler. Nos
gusta mentir por toda la barba y la añagaza se encuentra tan sutilmente
planteada que os va a resultar difícil atar cabos. Hemos soltado por toda la
tierra, igual que perdices chorreadas, grandes bandadas de alibis.
¿Cristo, un orate?¡ Qué duro resulta vivir en el
seno de tanta impiedad! A los que le amamos nuestro único horizonte será
la cárcel, el manicomio, el hospital. A pesar de todo, será imposible que renunciemos
a ti, abogado de los locos arrebatados. Ciertamente, el Evangelio es una
locura. Tú respaldas al humilde y nos rescatarás de la mano inicua de los
perseguidores. Este es el pensamiento - la idea del pobre exaltado a la
dignidad de la Gran Cena y del humilde ensalzado, en una implacable invasión de
valores del mundo contra los valores de Dios - sustenta todo el Nuevo y el
antiguo Testamento. Freud no era más que un farsante, un reprimido de coña, que
da la vuelta al legado del Cenáculo .
Nadie podrá redargüir la Palabra sin caer en
perjurio. Aunque - a la vista está - menudean los osados. Arriba, envuelto en
una nube de paciencia y de misericordia inagotable, el Padre calla. Mira con
ceño a la impiedad pero se muestra tardo a la cólera. Quizá esta parsimonia de
monje que muestra Dios en las alturas frente a los inicuos, blasfemos y
perjuros, y todos los que , pagados de sí mismos, siguen los dictados de la
concupiscencia de la carne regoldando en deleites, se revuelcan en su propia
horrura y bascosidad. Son cosa sucia donde la superfluidad pulula, como debajo
del nicho del Elidio, cuya sepultura yace por encima de la de mi padre, allá en
el cementerio de San Miguel, el que está en el somo, habilitado justo en aquel
templo prerrománico.
El día de sus exequias, aquella ventosa tarde del
primero de junio, se desató la venganza sobre nuestros pobres huesos.
Entoné un responso y cuando iba por la segunda
estrofa del “ Liberame”, se acerca el Donato, el que está casado con Honorina,
la hermana de mi madre, y me llamó la atención, por indicaciones del propio
párroco.
- Aquí no se canta. Esto es sagrado.
- ¿Quién lo ha dicho?
- El cura y el señor alcalde.
Interrumpí la súplica y en mi vida me sentí más
desairado.
- Bien que responseas. Como se nota que fuiste
sacerdote. No se te olvida lo del cantamisa - apostrofó cachazudo el
Agustín.
Se me revolvió la bilis en el estómago y estuve por
contestarle con morros porque me acordaba, cuando de chicos ibamos a por la
botija de agua y él me insultaba y de qué forma. Se metían conmigo. Me hacían
llorar.
- Esta es el antiguo templo de San Miguel donde
están enterrados nuestros muertos. Los ojos de esa torre os miran desde una
altura de trece siglos. Es como si nos mirase una estrella perdida en las
galaxias a mil trescientos años luz. Y tú me vienes con esas. ¿Sabes qué te
digo que yo canto lo que me sale de las narices? Así de claro.
El año del noventa y dos fue un tiempo de venganza.
Los judíos regresaron a España a pedir cuentas. El templo miguelino estaba en
alto. Yo elegiría un verbo latino para describir aquella majestad de la piedra
de sillería remírense: “ supersedebat”. Los cuencas vacías de aquel campanario,
uno de los más antiguos de España, son una talaya de la eternidad. La noche de
Animas, aún desprovistas de campanas ( éstas fueron desmelenadas para hacer
cureñas de cañón y balas durante la guerra de la Independencia) algunos las
escucharon tañer a clamor.
Pero si terrible fue el noventa y dos, cuando la
patria se pobló de acreedores de la patria que no hacían sino entonar la
monserga reivindicativa de “ os acordáis de cuando entonces” y ahora “ vais a
saber lo que es bueno “, mucho peor a efectos de la disolución de este proyecto
de futuro que se llamaba España está resultando el fatídico guarismo del noventa
y ocho. Ruede la bola.
El Donato, el que estaba casado con mi tía Honorina,
se puso como una fiera al escucharme cantar en latín. No sé lo que les pasa a
la gente de mi tierra. Inoculado el veneno de la sierpe ibérica en los
corazones han rebrotado los viejos odios. Es un furor africano, fratricida. Una
lucha en la cual no hay cuartel. “ Quitate tú para ponerme yo “. Se nos
viene abajo la pella y esto no hay quien lo pare. La democracia ha parido
monstruos que nos devorarán. El polvo de los caminos era blanco. Los alamos de
la pobeda oscilaban su fronda con tristeza y los ailantos del borde de los
majuelos no querían dar sombra, pero el escaramujo y las roderas de zarzales
seguían expeliendo un odor acre e intenso. Cástulo, uno de los hijos del Elidio,
que es fraile de San Juan de Dios, volvió a recriminarme en son de venganza por
haber cantado en latín. Era un curita nuevo de esos que ha sacado la horma del
concilio, de los que hablan de solidaridad, compartir, pero que andan tan
pagados de sí mismos, pues en su corazón cuajó la soberbia. Haced lo que os
pete. Por mí que se vendimie.
El día que dimos tierra a mi difunto padre, el
alacrán de viejas contiendas y de pecados que yo no había cometido me picó en
los tuétanos. Aquel pueblo mío que yo amaba dejó de ser mi pueblo y la patria
había desaparecido para siempre entre las mezquindades y las reivindicaciones
ruines. Todos habían mudado la camisa y se habían hecho socialistas. Seguían la
pauta del hermano de San Juan de Dios, el hijo del Elidio que paz haya,
enterrado entre la horrura hedionda, “ subter me scateat”. ¿Resucitará algún
día con Lázaro? Lo hemos perdido todo, Señor, por seguirte. Hemos
procurado la santificación de tu nombre y aquí nos tienes: lamiéndonos nuestras
llagas.
El mundo ha descaminado -lo dice el apóstol - por la
senda de Balaam, hijo de Bosor, el cual codició el premio de la maldad. Su asno
fue quien le echó en cara la sordidez de su mal designio. Fue la propia burra
del profeta la que puso de manifiesto la necedad del profeta. En tales cosas
estamos. Discursean mucho sobre la justicia y se hacen pasar por heraldos de la
libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción. He aquí que el
perro vuelve a engullir sus propios vómitos y la marrana recién lavada quiere
revolcarse en el fango. Son palabras bíblicas.
Al fraile de San Juan de Dios, que era algo
comunista, haciendose pasar por hombre de la grey de Israel, estuve a punto de
mandarle con cajas destempladas la tarde que dimos tierra a mi difunto padre,
pero escuché una voz que hablaba para mi coleto:
- Dejalo estar.
Era la voz del excelso y caritativo guía de los
ejércitos celestiales.
Bajamos por la senda del calvario, donde se erguían
las cruces de piedra, cubiertas de cardenillo y en la bodega del Corentino mojamos
el duelo.
- De hoy en un año.
- Que en el cielo lo veamos.
- ¡Y que allí nos aguarde bastantes años!
- El muerto al hoyo y el que queda para contarlo que
pague una ronda de chatos.
- ¡Asco de vida!
- Pero aquí nadie quiere morirse.
Nunca he trasegado el fruto de la vid y de las manos
del hombre con tanto empeño. Algo de mí se quedaba para siempre debajo del
cadáver del Elidio, un rojo mira tú por donde, y mi difunto padre de los
nacionales. Las familias se van a tomar viento a la farola, se deshacen las
casas. Ya no queda cariño entre los hermanos. Campea la envidia, la emulación y
el recelo por todas partes.
Excomulgué para mi capote al hijo del Elidio, por la
faena que me hizo estando mi difunto progenitor de cuerpo presente. Pero
son los predicados fatídicos de la nueva iglesia. El polaco ha entregado la
Iglesia de Jesús a los judíos. Yo me moriré con ese reconcomio. Nadie me hará
caer del burro. Por cuya causa sufrimos persecución de los malvados los que
amamos la justicia. Algo vale que me consolé con la lectura de la Epístola de
Pedro a los Partos. Y en el ventorro de Magullo, a la que veníamos, invité a
merendar a toda la familia huevos fritos y torreznos. El mesonero, como estaba
en plena temporada taurina, tenía prisas por acercarse a Madrid a ver la
corrida de la feria de San Isidro. Uno de junio. Hay que ver. No somos nadie.
Unos a la huesa y otros a los toros. La sombra negra de la desesperación pasó
por delante de mi anima. Mi madre con rabia y casi con furor tiraba - y en su
rostro nunca llegué a ver tanto furor - la gorra de plato de mi difunto padre,
el capote y las estrellas. No era rabia, sino una especie de rebelión casi
blasfema, queme daba miedo. Asco y miedo era la sensación que me embargaron en
la torre de San Miguel.
- Que no es San Miguel. Que esta ermita se llamaba
San Gregorio - el fraile de San Juan de Dios no perdía ocasión de humillarme.
- Pues lo que tú digas, chiquita. Para mí este
templo es el templo de Miguel y yo me encuentro circunscrito a su presencia.
¡Él nos valga en esta hora terrible!
Y yo vi que el alma de mi pobre padre había dado la
marca ideal que pasaporta al paraíso. Sobrepujaron sus virtudes a sus faltas.
Bajo las alas del arcángel entró en la morada eterna. Tuvo una prerrogativa el
viejo teniente de Caballería. En la hora de su muerte le envidiaban y seguían
sin perdonarle los rojos. Dios, sí. Nada de particular tuvo aquella movida. La
gente de mi pueblo ha sido socarrona, falsa, hipócrita. Mala gente.
Eché una ojeada a mi pueblo antes de partir para no
volver más. En lo alto del somo se erguía nuestro antiguo “ mixailón”, remedo y
acaso temporario del que se construyó en Constantinopla. Miguel y la virgen
María serán el baluarte de la Iglesia en estos momentos de inquietud. Padre
mío, a la sombra de la torre del inexpugnable miguelete, aguarda la
resurrección. Al celestial jeliz no se le escapaba una.
XIX
Singular cosa era en este paso honroso que yo
hubiera sido testigo, de golpe, de tantas visiones, pero el espíritu, que me
arrebatara, tuvo a bien llevarme y traerme por el mundo, de tal manera que
pudiese recabar yo, no con mis propias fuerzas, sino merced del impulso del
brazo omnipotente del que me portaba, los que se conoce en Mística como “ la
triple aureola” o victoria sobre las potestades infernales enemigas del alma (
mundo, demonio y carne). Me proyectaba por los caminos de la luz infinita que
surcaba quebrantando las reglas físicas, trascendiendo cualquier
convencionalismo de espacio y tiempo. Para mí aquella mañana no se había
inventado el reloj ni el cuentakilómetros; los capítulos de los libros de
historia los tramontaba sin romper ni manchar a la velocidad del rayo, sin
regolfos ni pasos en falso. Se me había concedido por la virtud del legado que
me amparaba deambular por lo visible y lo invisible. Contra lo habitual, no
estaba borracho. La fuente de la inspiración fluía impertérrita. Desde las
cornisas del porvenir daba un salto atrás hacia las cumbres de mi niñez. Estaba
siendo testigo de cargo de grandes cosas, algunas de las cuales revelaré aquí.
De otras haré reserva. El amparo y guía del supremo jeliz que pesa la
seda fue la experiencia más dichosa que he podido experimentar a lo largo de
mis días. Aferraba entre sus dedos la devanadera de los siglos pasados y los
futuros. ¡ Yo, pobre de mí, me sentía gusano!
- Divino Miguel, nada se te escapa.
- Eso tenlo por seguro
- Tú me has librado de ir a presidio. Espantaste a
los que me quisieron dar caza. Desviabas la saeta que iba justo en dirección de
mi pecho.
- ¿ Acaso no estoy aquí para prestar ayuda al
inocente? Siempre. Es parte de mi trabajo.
- ¡ Ah, aquella santa mujer! ¡Aquel serafín!. No me
la merecía.
El ángel guardó silencio, pero de buena gana le
hubiese pedido que me llevase a esta ella ¿ Por donde andará? ¿ Será feliz?
Toda mi existencia pivotaba alrededor de aquellas
ruinas de la iglesia alto medieval en la colina porque habría de reposar mi
cuerpo, que eso lo tengo casi por seguro, aunque mi alma acampaba muy lejos, al
otro lado del mar. He ido buscando la estrella del norte. Eran las ruinas
arcangélicas mi punto de partida. Algo vivificante. En la cumbre del antiguo
castro celtíbero, donde acampó una legión romana y después hubo un monasterio,
moraban mis lémures, manes y penates. Los lienzos de pared, la sencilla
verticalidad de la argamasa y los contrafuertes hacían pensar en el San Miguel
de Lillo de mi Oviedo del alma. La llama de la fe nunca se apaga. Por un
proceso de metempsicosis el Destino me había hecho nacer allí en aquel pueblo,
lleno de bodegas y de tinajas, mezcla de razas. Alfonso VII el Emperador
repobló el páramo con moros manumitidos después de la toma de Jaén. Se
fundieron las estirpes, pero nosotros no pertenecíamos a los gavilleros. No eramos
del cupo de advenedizos, sino a los que profesaban el culto a Miguel y cantaban
la misa según el rito griego. A la legua se nota que esta es tierra de vientos
y de intemperies. Por el norte, los cistercienses y por el sur la “razzia”
islámica dieron a estos tesos un equilibrio para la convivencia difícil. Cuando
cruzo Pajares, empero, me siento como en mi casa. ¿ Qué secreta coincidencia,
qué fatalidad determina que las piedras de una iglesia semi derrumbada nos
hagan pensar en una vida anterior que tuvimos en otra época? Los iconostasios y
la pila bautismal del arte asturiano son mi punto de referencia.
- Esta iglesia es visigótica - dije en una
conferencia que di en mi pueblo (me mandaron decir el pregón de las fiestas).
Al mi pueblo lo dicen Harijas. No sé por qué. No me
hicieron caso. Murmuraban por detrás. “ Ya está el nieto de Sardón con sus
monsergas... Cantó misa y colgó los hábitos. Conoció a una francesa
cuando fue a París y se salió. Era muy listo pero salió corredor. A los
renegados les persigue la siniestra sombra de Judas. O se ahorcan. O se dan a
la bebida. Más vale que no hablase tanto. Y mira que lo hace divinamente.
Una cosa es predicar y otra...”
Les alegraba que fuese un mendigo fracasado. La
gente de Harijas, por su talente envidioso, no es de muy buena condición.
Siempre andan a la lumbre que más calienta y al sogato de la solana.
- Puede ser, pero no es un templo miguelino. Estaba
dedicada a San Gregorio - dijo el fraile de San Juan de Dios.
- A San Miguel - afirmé tajante.
Me tacharon de majadero. Llevaba, sin embargo,
razón.
Un par de arpilleras que quedaban en la torre
testimoniaban el carácter estratégico de la fortificación. Siempre me ha
gustado pararme largas horas y contemplar el campanario desde lo hondo del soto
por ver si acertaba a devolver a la vida a los que pasaron por el lugar y poder
así revivir las escenas que se desarrollaron en los contornos.
Al lugar lo llaman “ Torreón de Mayores”. Es a
todas las claras una iglesia visigótica, como yo descubrí, aunque los de
mi pueblo no hicieron caso. De traza cuadrada y curvilínea por dentro.
- Sí, de acuerdo. Esas ruinas tienen mucho valor,
pero en dinero contante y sonante ¿ qué nos van a dar? Aquí lo que se necesita
es candela.
- Eres una analfabeto.
- Yo lo que me han dicho. Que vale mucho. Pero no
nos han dado ni una perra.
Por aquí la gente, amén de desconfiada y de
rastrera, es bastante bruta. Poco queda de aquella raza de gigantes. Hemos
degenerado biológicamente.
Trepaba por la cuesta, anegado en mis pensamientos.
La furia se volvía bilis en mi cerebro. No había nada que hacer. Se mueren las
piedras. Se derrumban los arcos. Los pueblos ruedan por la pendiente viniéndose
abajo. Esta gente ya dio de sí todo lo que tenía que dar. Sólo no queda un poco
de harto mala leche. No hacía más que pensar en tales melancolías. Se me
iba el santo al cielo y nunca coronaba la cima. Había reunión de demonios en la
cúspide y parlamento de gitanos, que se han atrincherado en las escuelas
y a ver quien es majo que los echa. Como han canonizado a García Lorca, los
calés han dejado de robar gallinas. Se hicieron los amos.
- Ahora mandamos nosotros. ¿ Os acordáis de cuando
entonces?
- ¡Qué hacer!.
- Pues os las vamos a dar todas por un carrillo.
- ¡Ah! ¿Sí?
- Ea.
- Se han cambiado las tornas.
Némesis se llama tal figura. Hasta las fiestas
patronales habían cambiado de santo tutelar. Ya no era a San Gregorio al que
honramos sino a la propia Adstrea. Que la casta e
implacable Ramnucia nos proteja. Han tomado el barrio de
abajo. Ay, amigo, se hicieron fuertes. Medio pueblo ha emigrado. Las casas
están vacías. Crecen las malas hierbas en los umbrales de las moradas. El
pueblo se muere. Sin embargo, por los veranos esto se llena de gente que viene
de Getafe y de Móstoles. Regresan a la querencia del impresionante cementerio
del somo. Hay un retorno paulatino tras la desbandada general de los sesenta.
Ley de vida.
La diosa nueva con mucha mano izquierda, en cuyo
corazón convergen nuestras plegarias y nuestras miradas se ha vuelto razón
suprema en esta España endemoniada del noventa y ocho. Némesis es la
novia de cronos y terminará devorando a sus hijos. Ahí lo tenéis zampándose el
fruto de sus pardos costillares en los esperpentos de Goya. Las gentes no
parecen sino vivir ya más que o, para la venganza, o para el estúpido jolgorio
de los veteranos de la tercera edad que tratan por todos los medios de
resarcirte por lo que no tuvieron. A la vejez viruelas. Malas deben
de andar las cosas cuando esos carcamales, en lugar de estar a lo que están y
hacerse cargo de que ya no son muchacho, quieren echarse novia.
- Me siento, Señor, extraño entre los míos.
Desprecian el idioma. Agachan las orejas. No se defienden. Ha cambiado el
centro gravitatorio del poder. No tienen un pelo de tontos. Lo intuyen. Las
normas de la moralidad arcaica han prescrito. Pero éste ha dejado ya de ser mi
país.
- Es provisional. Pronto volverá a dar vuelta la
tortilla y otra vez a empezar.
Caminaba jadeante cuesta arriba. Me parece que nunca
acabaré la ascensión al monte sagrado. Me causaba cierta zozobra y como
aprehensión ver las inscripciones de las lápidas y las cruces en forma de rosa
de los vientos formando círculos geométricos y escaleras me hacían pensar que
me encontraba en lo más hondo del laberinto. Aquellas piedras, aquellas cruces,
escondían para mí su sentido iniciático. Lo críptico tiene entronques con una
divinidad telúrica. La muerte es la condición inexorable de las cosas, pero la
rosa de los vientos quedó impresa en la piedra y en la cerámica “ silligata”.
Sus aspas deshojan la flor de la fortuna. En lo que me afecta, este viaje por
los caminos que no conocen la erosión ni la acción violenta del viento. El
lugar estaba - así, al menos, me lo pareció a mí siempre - en perfecta comunión
con el universo. Repleto de la luz lejana y misteriosa de las estrellas que
comunican sus influjos subrepticios generación tras generación a los
antepasados y a los hombres venideros. Al traer a colación estas razones o
sinrazones, siento, la verdad, un poco de vértigo.
Lo llamaban el Castro de los Difuntos, pero también
podía ser el monte de la vida, un remedo por aquellos tesos de la cima del
Gárgano, donde tú, Miguel hiciste acto de aparición para dar paz y consuelo a
las víctimas de la culpa de Adán. Su diseño era como el de un túmulo, porque
presentaba un aspecto de dolmen nodal. Un sitio de intersección por el cual
transitaban a sus anchas todas las coordenadas de mi existencia. Sobre el
vértice lleno de una energía misteriosa cada vez que peregrino a este lugar
vuelvo nuevo. Todo mi ser parece sometido a las corrientes de un río atávico.
Volvía nuevo. Aquella torre deshabitada - los grajos y las palomas
torcaces anidaban en los clavijeros, mientras era curioso ver cómo planeaban
sobre la veleta enmohecida los días claros familias de buitres leonados -
representaba para mí el mito del eterno retorno. Vuelvo al polvo donde salí.
Allí están los huesos que me engendraron.
XX
Si Winifredo Sardón hubiese sentido en la niñez los
arrullos del calor materno, a lo mejor no hubiese sido un perdedor. Pero
la razón de su inseguridad y de sus torturas tenían que ver con aquella
infancia plagada de desdichas y abandonos. Hay seres humanos a los que se
escucha gemir en el vientre de la madre. Serán profetas, adivinos, videntes.
Los hay a los que se persigue, vapulea y menoscaba dentro del útero. Andando el
tiempo se convertirán en resentidos, tarados. Algunos llegarán a ser asesinos.
Muchas veces a lo largo de su vida, había tenido la sensación de haber venido a
través de un orificio poco adecuado a esta perra vida. Ethelburga, quizás
representase las virtudes de la raza: hacendosa, limpia, casta, y muy lista,
pero dominante, tirana para con su marido, católica de devociones externas, muy
pagada del trato con los curas, pero una mujer sin entrañas. La perfecta loba
capitolina que no sabe lo que es querer.
A lo largo de su existencia había llegado a ese
convencimiento: la razón de sus fracasos y taras fue el haber sido aborrecido
en el nido. No lo podía razonar. Era una intuición atroz, la más palmaria
verdad de su existencia, un trauma con el cual no se puede hacer literatura,
porque era de una naturaleza tan desbordante y tan aplastante que remover
semejante herida le causaba un dolor tremendo. ¿ Puede una madre odiar a su
hijo? Por mal que les pese a los pazguatos, en España esta monstruosa anomalía
suele darse con frecuencia. Duele decirlo, pero es así.
Tenía el presentimiento de que los hados no le
preparaban nada agradable. Lo había adivinado desde niño y, cuando uno nace
perdedor - ya se sabe - parece que lo barrunta. Al subir por la ladera del
campo santo, flanqueada por las cruces de piedras, corría delante de él la
estantigua de sus remordimientos y fracasos.
- Todo lo que tocas se vuelve hiel. You
bring the bad luck.
- He destrozado demasiadas vidas a mi alrededor,
pero no es culpa mía sino del gusano que llevo dentro. Soy una manzana con
bicho. Ese bicho no me deja vivir ni sosegar. Me obliga a comer o a fumar
constantemente o a tener algo entre los dedos. Quizá se deba todo a mi
inseguridad, pero yo te pido perdón. ¡ Ah, Armentia, dulce himno de mi vida
atormentada!, ahora ¿ por dónde andarás?
El silencio dominaba la ladera. La procesión de los
fantasmas de su pasado avanzaba penosamente cuesta arriba, como si temiera
coronar la cima del somo, coronado por el campanario de la tierra que miraba
para el vacío con los ojos huecos. Podía ser un monje petrificado o un obispo
que se sentaba en su gremial elevado sobre los sepulcros, al amor de la roca
viva que celaba los despojos de gente conocida, a la que se había acercado y
contemplado - algunos le habían gastado bromas pesado o medido los lomos con la
tralla, cuando trillando se dormía y la yunta se salía de la parva o el ganado
comía el pienso, algo que le sacaba al abuelo de las casillas, y mira que el
abuelo Toribio era un hombre sereno y terne para perder la compostura - o
exactamente besado el día de la primera comunión, y ya sólo servían para abonar
los cardos y las malvas. En esta vida no está dicha la última palabra. Tiene
que haber un más allá. De lo contrario, el Manantial de la Luz cometería una
injusticia.
Los paredones conservaban una pátina leonada, pero
el aire era tan puro que hasta la cal del enfoscado de la piedra, tarea
realizada hacía diez siglos, conservaba el trazado de cal blanca sobre las
cuadrículas de la sillería. Aquella torre, fuerza telúrica de su naturaleza,
seguía ejerciendo sobre su imaginación influjos extraños. Sus angulares le
habían marcado de por vida. El aire era tan puro que había contribuido a
conservar con sus auras la virginidad de aquella arquitectura, donde aguzando
un poco el oído, podía escucharse el canto mozárabe de los monjes caballeros
que habitaron el teso hacía muchísimos años. Los peldaños de la escalera de
caracol por donde se trepaba a tocar las campanas presentaban una huella
alabeada por el centro. Las zancas en el estribo era indicio solemne del paso
de las generaciones. La curvatura aquella de la piedra gastada y bruñida
podría, si se abriesen de repente las fauces del rapsoda invisible, repetir
historias infinitas de cristianos que por allí subieron y bajaron. Calculados
los pasos y sumados los ascensos y descensos de tanto sacristán premioso y de
casiller fugitivo seríamos capaces de izar, haciendo trabajar a la imaginación,
una escala que llegase hasta el cielo. Aquella era la algorfa del espíritu, un
granero de recuerdos bajo el sol de Harija. Y un dato a destacar: la estatura
de los españoles ha ido aumentando con el tiempo. En la edad media los hombres
eran canijos. El vano que abre el tiro de la escalera es tan enjuto de
proporciones que hoy uno de talla normal ha de entrar de lado y agachando
bastante la testa. El dintel lo pulieron los muchos coscorrones de azacanadas
carreras. Habían voleado frecuentes las campanas tocando vísperas y a la hora
del ángelus pero el bronce sabía la historia de Harija al dedillo con sus
alegrías y sufrimientos. Tocaron a guerra. A clamor. A fuego. Proclamaron
victorias.
El cristianismo, con todo -pensaba Sardón-, hubiera
atemperado el genio belicoso de los de Harija, pero no fue capaz de redimirlos.
No entendía, por ejemplo, la ferocidad de sus paisanos. Eran almas frías como
el hielo. O bien, reaccionaban a la contraria y se mostraban tercos y
apasionados, casi siempre por cuestiones de dinero. La ardiente lava del volcán
se derramaba por la ladera. Esta avalancha nadie lo podría detener a excepción
del musculoso brazo del arcángel imbatible, con el cual sí que puede decirse
que no valen maulas.
Parece ser que Dios tiene la vista larga. Echa otras
cuentas. Aquí hay algunos que marchan divinamente, mientras otros sufren lo
indecible por culpa de los poderosos. Los ricos cada vez más ricos y los pobres
cada vez más pobres. Esa es la fija. Pero que no echen al vuelo los badajos con
tanta alacridad, porque al freír será el rey y a todo cerdo les llega su
sanmartín. Unos, gélidos como tempano y a otros no les cabe el corazón en el
cuerpo de tanto fuego. A los ricos todo lo que cae bajo su pulpejo se
transforma en diamantes. Sus dedos malabares todo lo convierten en fama,
mientras tú, alma de cántaro, engordas a ojos vistas. Estás cada vez más fuera
de cacho y ni para delante ni para atrás. Venga paseos camino del frigorífico,
y duro darle al fumeque y al trigémino. Con tanto pipar su cuerpo va a
transformarse en humo.
- Eso quisiera yo.
- ¿Cuánto pesas?
- He dejado de ir a controlarme. Para mí la báscula
como si no existiera.
- Pues no te lamentes, que no haces más que
protestar como un modorro. Vives instalado en la cultura de la queja, como
diría cualquier editorialista de dos al cuarto del diario “ El País”.
- Yo me quejo y luego me hago el Tancredo. Tiro la
piedra y escondo la mano y no me va del todo mal, las cosas como son.
- Si no hubiese democracia, y se hubiese proclamado
el régimen de libertades ¿ dónde estarías tú? Nunca te viste en otra más gorda
y luego no haces más que darle al cuerno de las lamentaciones.
- No te quito la razón.
- Porque la llevo.
Sardón se quedó en silencio. Había escuchado el
oráculo de la sabiduría. Aturdía en lontananza un clamor campanas. Tocaban a
muerto por los caídos del noventa y ocho, era el día de difuntos de la
España. Al cadáver de la patria lo llevaban enterrar, los despojos habían sido
amontonados sobre unas andas pobres pero con gualdrapas. Un guardia ruso no
dejaba de proferir muy algarero él su grito preferido:
- Davai. Davai.
Acto seguido, desgolletaba una botella de aguardaste
y bailaba el “ trepak” hasta caerse rendido sobre las tumbas.
- Cosaco, Tarás. Nunca te olvides de tu látigo.
- Ni de mi pipa. Para mí mi cachimba es algo más
importante que la mujer. Una me abandona y la mando al diablo. A por otra, pero
una pipa es algo más. Es el arca que contiene los sueños y los pensamientos. El
querer también se vuelve vedija de humo, buen símbolo de la vida y del amor. Mi
cachimba y yo somos inseparables.
- Razón llevas, capitán, que con tanta valentía
conducías tus escuadrones por la estepa. Te echaron mano los polacos a orillas
del Dnieper. Ya estabas a bordo de la barca y a poner agua de por medio entre
tú y tus perseguidores cuando te diste cuenta de que te había dejado olvidada
tu cachimba y regresaste a por ella. En ese instante, bravo atamán, los polacos
te echaron mano.
- Un buen cosaco sólo tiene tres amores: su yegua,
la estepa y la petaca para echar un cigarro. La mujer queda en segundo lugar.
Es un divertimiento como el “vodka”.
Pero aquel Aquiles de la estepa, que amaba a
la religión del Galileo y la Ortodoxia, tanto como aborrecía al infiel tártaro
y al hereje jesuita había quedado vencido. Los polacos lo echaron mano - mala
suerte - porque tenía ganas de fumar y se volvió en busca de su pipa. Lo ataron
a un árbol y lo crucificaron. Murió profiriendo alabanzas a la Trinidad.
Curiosa historia. Con Tarás feneció el último caballero andante de Europa. Las
guerras han dejado de ser proféticas sin escuadrones y sin relinchos. Pero en
este húsar, producto del genio rotundo de Gógol, llevaba dentro del alma una
fuerte carga profética. El vaticinio ahora se está realizando. El hebreo al que
él salvó la vida cuando los zaparogos de Sieh orquestaron una de las habituales
orgías de polvo y de sangre, que se convirtió en “pogrom”, y que montó un
tenderete debajo de un carro, hoy manda en el mundo. Éste era Yako, un hombre
que desconoce el agradecimiento y la piedad. Se ha hecho dueño del orbe porque
no cree en los valores cristianos de su antiguo valedor (amor a la bondad y a
la belleza, la tolerancia, el perdón y la reconciliación) y por el contrario
proclama la filosofía de la venganza, el interés, y su fe en la guerra no como
palenque del honor donde un grupo de caballeros litigan sus diferencias con el
sable y con la espada sino con las bocas de fuego de inventos mucho más
poderosos y terribles que la de aquel cañón francés de la cual, tú, maestro
Gogo, hablas en tu novela, imbuida de clarividencia futura, de majestad profética
y de grandeza épica, porque tú fuiste en verdad el Homero de la estepa. Hoy
esos instrumentos de matar hacen mucho más daño. Cual sombra siniestra en torno
a tu pluma revoloteaba son sus alas negras que agitaban clamores de luto y de
llanto, parece que llegaste a ver el fantasma siniestro de los campos de ajenjo
apocalíptico (Chernobil) en el campo del honor, sino como inmensa maniobra de
apetencias económicas en juego y dispositivo de control demográfico y
poblacional.
Por último, el polaco maligno, que le arrebató su
fortuna y sus hijos, a uno por el amor de una princesa de Liublin que hadó mal
al muchacho y el otro ajusticiado por profesar la fe ortodoxa en la plaza
pública de Varsovia ante los ojos camuflados del pobre Tarás que había llegado
hasta allí camuflado en una carreta de ladrillos, protegido por los amigos de
Yako, a los cuales hubo de pagar toda sus fortuna a cambio de la ayuda hebrea
para consumar dicho deseo de ver morir al hijo amado, hoy imparte cátedra desde
la silla gestatoria en la corte de San Dámaso. Se a consumado así la
conspiración universal contra la cual cabalgó con todo su brío el valeroso
caudillo atamán.
- Ahora ya puedes fumar todo cuanto gustes.
Sin embargo, pronto escucharán tus enemigos el
galopar intrépido de tu caballo. Sonará de nuevo el cornetín de llamada a los “
kurenes “ esteparios y tú regresarás. Tremolando sobre los crines de tu yegua
el pendón de san Jorge, la espada de San Miguel.
Taras, tú no podrás faltar a tu cita.
XX
Yo vengo de la lección extensiva, robada al sueño y
en los lugares más insólitos de los rusos. De la lectura, que es un horno
candente de sueños donde crepitan las llamas del amor a la verdad
incombustible. Amo el canto de las letanías. Señor ten piedad. Cristo,
muestranos tu misericordia. Divino Espíritu que arrasa y transforma el mundo,
derrama sobre nuestras cabezas la flama de la sabiduría eterna. Gloria a
Ti, Trinidad excelsa. Soy un ruso tras terrado, un esclavo de la palabra
escrita, amante de las letras eslavas. Pronto empecé a leer y releer a los
maestros rusos. En las pensiones del Madrid algo canalla. En los románticos
lucernarios y sotabancos de South Kensington, donde tuve contacto con la
belleza y con los fantasmas. Uno de mis hermanos al que tuve de huésped con el
Mole, aquel hippy al que recogí en mi casa y los dos, el hermano y al que
recogí bajo mi techo, me robaron una novia neozelandesa, antes de despedirse
una mañana fría de marzo, me regaló los dos tomos de los “ Hermanos Karamazov”.
Cría cuervos. Algunas veces los escuché a los dos moverse y espiarme
detrás de la puerta, mientras hacía el amor con alguno de mis casuales
encuentros femeninos. El punto de recalada de mis devaneos era un bailongo sito
en Picadilly; lo rotulaban el “ Empire”, porque, en verdad, era un hermoso
lugar con cornucopias victorianas, forjas y sillones de rep, paredes de raso, y
un proscenio en el que solía tocar una orquesta del mejor “ brass” inglés, y
sirvió de punta de lanza de lanza de un imperio de juventud. Fue abrevadero de
mi sed de conquista. Cuando Modesto me regaló aquella novela de
Dostoievski publicada por Penguin, se me pasó el enfado que tenía contra él y
contra su amigo el hippie, aunque desde entonces he procurado restringir mi
generosidad hospitalaria para con desconocidos que acaban echandote de casa.
Allí está uno de los pasajes cumbres de la
literatura mundial (el discurso del monje Zossima). Luego se largaron, pero de
estos extremos creo que tendré ocasión más adelante, si Dios me da alientos y
no se han secado mis pulmones de tanto pipar y añorar. No soy capaz de escribir
sin el canuto de la cachimba, amiga del alma y único consuelo para un escritor
cerril, entre los labios.
Recuerdo, asimismo, que poco antes de cumplir los
veinte años me había leído traducidas por la Editorial Prometeo la mayor parte
de los escritos de Gorki, Chejov, Andreiev, Nicolás Garín. En estos encuentros
literarios, al viajar en el metro o sentado en algún banco del parque o de la
calle de García Mocato o en prestamos de la biblioteca pública de Cuatro
Caminos hubo un lanzamiento hacia los ámbitos de la ensoñación. Aquellos
escritores, fallecidos ya, de pronto en el ir y venir de las paginas y de los
vagones y trasbordos, resucitaban. Se convertían en guardianes de mis
esperanzas. Algún día yo sería capaz de escribir con la maestría y pericia con
que ellos lo hacían pero lo que yo no sabía entonces era que aquel género de
vocación inasible en nuestra época, con lo que ha llovido desde entonces, era
un pasaporte para vivir sepultado en vida. Entre libros.
Recuerdo mi figura, hética, por aquel
entonces, deambulando por las calles madrileñas, con un paquete de celtas
cortos en el bolsillo o fumando desasosegadamente, obsesionado por ahorrar y por
adelgazar. El real que costaba el tranvía lo guardaba hasta reunir las
cincuenta pesetas que costaban a la sazón un tomo de la Austral en la colección
de bolsillo. El chivo y las estrellas consteladas, como puntos de luciérnagas,
me hacía pensar para mi capote: “ Algún día, yo seré escritor”; y me reclinaba
sobre la barandilla de hierro que tenía el escaparate de la famosa librería,
para apoyarse, cual si se tratara de la cubierta de un transatlántico. La luna
del escaparate brindaba infinidad de descubiertas espirituales, y me adentraba
en el mundo maravilloso de sueños que no se han podido concretar nunca. “ Yo
firmaré mis obras. Ganaré el Nadal o el Planeta. Seré famoso”.
Iluso de mí e ignorante. No sabía que esto de
la literatura es como una lotería y que los dioses de la nombradía son
aceptadores y muy caprichosos. Únicamente, unos cuantos elegidos coronan la
cúspide. No obstante, tengo que confesar que para mí los libros, en particular,
los de los maestros que consigno, brindaron para mí una segunda vida. Fueron un
encuentro conmigo mismo. Con mi propio devenir y la misma historia de mis pasos
y de ambulaciones por ciudades como Madrid, Londres, París, Nueva York, que he
recorrido como un soñador maldito, sin entrar en el juego. Las musas me mantenían
a raya. Sin embargo, aquellas lecturas constituyeron el fuego sagrado en los
que alentó toda una existencia tan chocante y contradictoria como la vida.
Luego de ordenarme presbítero, porque me había enamorado perdidamente de
Armentia, la mujer que yo había soñado a través de mi intrigante comercio
espiritual con los escritores rusos - ella fue como una ondina en algún cuento
de Turgeneff, el ideal remoto e inaccesible - una noche de eucaristía literaria
que a duras penas seré capaz de escribir se presentó como en una película lo
que habría de ser mi pasado: la muerte de cáncer de Armentia, mi triunfo
literario como corresponsal en Londres, donde llegaría a ser un periodista que
despuntaba y prometía, y, por último, el despeñadero de un casorio malavenido.
“ Los hombres sensibles y geniales, desgraciados en el amor, suelen unir
sus destinos con alguna mujercilla a la que encuentran debajo de una escalera.
Este choque marca para siempre su vida”.
Si Armentia representó para mí el cenit, porque el
amor es omnipotente y salva todas las barreras, Nettle marcó el punto de
inflexión de aquella felicidad “ too good to be true”, el nadir, las voces, las
infidelidades, las mentiras, la sigilación, los despropósitos, los enconos, las
mentiras y las humillaciones que no cesan. Si aquella bendita inglesa, que
murió en la flor de la edad, significó el cielo, la española ha deparado un
infierno de torturas infinitas, podagras, desavenencias. No sé ni como estoy
vivo para contarlo a estas horas. Debe de ser que Nuestra Señora, a la que he
venerado tanto y sentido una devoción especial, desde niño, se interpuso ante
la fiera tendiendo su manto de salvación. Hubo unos años en que estuve a punto
de cometer una locura y convertirme en el nombre de cualquier vulgar asesino
que sale en las crónicas negras de los medios comunicativos a diario, contada
de forma parcial y torpe con voz de acusica por la vocecilla o el plumilla de
punto de esos ídolos de cartón piedra, meticones sabelotodo, chamanes,
hermeneutas de lo evidente, “ great big teasers “, truchimanes y espoliques del
vicio, ulteriores hierofantes y oráculos de la vulgaridad que nos ahoga,
heraldos del fango (parece que se recochinean en el dolor ajeno; al no haber
ley, la prensa y las estaciones de emisión electrónica que se proponen un
bombardeo concienzudo de boñigas espirituales, ramplones, con algo de
sacamantecas, han erizado las puntas de diamante de sus almenas babilónicas de
malandanza, desesperación, pujos coprófagos, y malditos traidores por mucho que
se les llene su empalagosa boca de invocaciones a las libertades y a la
Constitución.
! Dios cuánto anhelan revolcarse en la basura,
pues han encontrado en tales percances un negocio, medran a costa de la
infamia, la locura sexual, pero no hacen sino seguir las pautas trazadas con
arreglo al diorama siniestro de don Segismundo Freud, para quien la vida
no es más que un sueño de delirios sexuales, o don Carlos Marx, onírico
personaje, y una inmensa testa vacía pseudo filosofo que sigue vendiendo
a los ilotas de la tierra instinto de venganza, mucho odio y más aire, o doña
Simona de Beauvoir, escritora “ bollera” que no oculta en sus libros su
inclinación por los pecados reservados contra natura y enhiesta el pendón de
las reivindicaciones del sexo hembra, las feministas trasnochadas, más o menos
epicenas, que no merecen el digno calificativo de ser mujeres, porque,
serlo implicaría una grandeza de alma, y ellos todo lo tienen estrecho y
pequeño, excepto la vagina de enormes tragaderas. Son la pesadilla de Lisistrata
en nuestra desventurada época, porque por ellas puede venir el percance.
Se pasan la vida haciendo cábalas y micrófono en ristre se convierten en
inquisidoras de la felicidad ajena. Hay demasiado dolor en el mundo y mucha
basura, pero ellas continúan empeñandose en untar a sus audiencias de mierda.
La Virgen me ampara de estas hienas corrupias y nos
da alientos para vivir en un mundo sin amor y que no cree en el dolor, crisol
de las almas, escoplo que moldea al hombre, lo forja haciendolo recapacitar sobre
su propio destino a la luz de la insignificancia efímera de su naturaleza
contingente. La Virgen es la castidad, la sencillez, la belleza del alma
sin complicaciones narcisistas de la anatomía cultual humana. Propone un nuevo
camino de amor y de paz para estos tiempos vacíos de malandanza final. Pronto
la Lisistrata atormentada la veremos envuelta en los anillos de la serpiente,
de la hidra que mató al Laoconte.
XXI
Cuando Cristo hizo patente a sus discípulos su
preocupación por los profetas falsarios, estaba poniendo el dedo en la llaga
sobre los malos que aguardaban a la humanidad tras la venida de Carlos Marx,
cuya figura sigue perfilandose mesiánica abanderando las huestes de la anti
cruz. Caído el muro de Berlín, naufragado el soviet ismo, el materialismo
dialéctico ha mostrado la ferocidad de su verdadero rostro. Marx no era más que
un señuelo, la voz de su amo. Ahora se ha descubierto que no era más que un abanderado
de la gran banca, un agente encubierto del supercapitalismo. Sus modos y
maneras de perfiles destructivos perviven al otro lado del charco desde donde
llegan hasta Europa. Era la comparsa que necesitaban los sionistas para
jalearse. Se da la situación inaudita de que aquellos a los que perseguían y de
puertas afuera profesaban odio eterno eran los que le pagaban.
Ha quedado bien patente que la liquidación por
derribo de la Urss no ha sido más que una maniobra pactada. En la treta se
perciben convenios urdidos entre bambalinas por el Super Cofrade. Todos
creíamos que después de Gorbachov Rusia regresaba al redil de la antigua fe
ortodoxa. Eso es lo que anhelábamos aquellos que creímos en esa fuerza
mesiánica que irradian los patriarcados de Kiev y de Moscú, pero hubiera sido
demasiado para la Bestia Sin Rostro. Equivaldría a enterrar a Marx y en Wall
Street no están por la labor del sepelio de la sardina. Descubiertas las
cartas, han comprobado que la Unión soviética, la poderosa superpotencia
nuclear etc. no tenía otra misión que hacer de cimbel para que hiciese músculo
el otro gran coloso. Dios bendiga a América. Moscú [nunca se olvide el origen
de la Revolución de octubre y quiénes fueron sus padrinos] no era más que
un tigre de papel. Ni Marx ni Freud, los dos grandes heraldos sobre
los que gravita el nuevo orden mundial, han muerto en la hoguera. Sus mandatos
y teorías filosóficas, que se oponen en todo al legado evangélico, siguen
frescos. Las llamas del auto de fe en que han quemado a Marx los
norteamericanos no eran más que una farsa.
Por el juego de oposición de contrarios, capitalismo
y socialismo representan dos piezas en el engranaje del inmenso rodezno
de la modernidad. Pero habrá que guardarse de los falsos profetas, que predican
la llegada de un reino mesiánico. Ese tiempo nuevo en el que ellos insisten,
plagado de sofismas y de lugares comunes, es el mejor caldo de cultivo para
meter en adobo su mentira satánica. Para que la injusticia, el desconsuelo, la
angustia, el encono y los odios se instauren en nuestras vidas. No es el Mesías
el que llega. Esta es la hora de los vampiros.
Con clarividencia profética el polígrafo ruso
Nicolás Berdiaeff hace sonar su voz de alarma. Nadie ha desenmascarada las
argucias del Nuevo Orden como este escritor. Su pensamiento diáfano descubre
las añagazas y peligros que afligen a las sociedades en puertas del siglo
XXI. “ En los últimos días - dice- las gentes se verán inmersas en un
torbellino de angustias y de violencias. Será llegado un tiempo de agitación
interior y de lucha acérrima. Conflicto sórdido y despiadado sin tregua ni
cuartel. Esto dejará desgarradas las almas en jirones”. Capitalismo
y Comunismo no son más que la pescadilla que se muerde la cola. Comparten un
mismo todo. Utilizan la misma dialéctica de la guerra de clases. Hemos ido a
dar desde el materialismo dialéctico al materialismo consumista. El
concepto altruista de la lucha de clases ha sido sustituido por una violencia
subliminal, dentro y fuera del hombre, bien administrada.
Al dúo, agotada la utopía marxista, se ha unido un
tercer elemento: el Feminismo, que exhorta a la guerra de clases. El lema
mutatis mutandis sigue respondiendo al mismo imperativo del odio: parias del
mundo uníos, mujeres de la tierra estrechad los vínculos y haced campaña contra
el varón dominante. Es posible que la condición femenina fuera objeto de un so
juzgamiento sistemático en pasadas culturas, pero ninguna filosofía hizo tanto
por defenderla como el cristianismo.
Si a ello se agrega el control de los medios de
producción por el de los medios de comunidad tendremos la receta para la utopía
perfecta: una sociedad dominada y teledirigida. A sus ordenes, Gran Capataz e
la Urna y el Voto, de lo que usía piense, de lo que diga y de lo que nos mande.
Dice Berdiaeff:
“La lucha de los guerreros, a pesar de ser cruel,
era franca y honrada, mientras que la que emprende la sociedad capitalista es
una lucha secreta, disimulada, escurridiza [la de la Bolsa, la Banca, la de los
partidos parlamentarios, la de la Prensa]. En esta sociedad todo tiende a
adquirir un carácter complejo, de un simbolismo en clave, en el que se pugna al
albur del poder fantasmagórico del dinero. Los bancos dirigen el mundo de una
manera invisible”
Por si esto fuera poco, tenemos ante el palenque los
conflictos étnicos enmascarados bajos las tensiones de las antiguas guerras de
religión. El de los nacionalismos retrógrados, como el catalán o los vascos, y
que no son sino una manifestación poderosa de las teorías raciales de Gobineau,
de la exaltación de la tribu en guerras locales. En un mundo tan nivelado,
donde el papel higiénico es el mismo en todas las partes surgen las voces de
aquel ultra nacionalista que piensa que su ADN desde el punto de vista racial
está más aventajado que el de aquél al que llama su opresor y su oponente. Tan
raquítica mentalidad de la superioridad de una raza determinada que es como
para abrir otra vez los manuales de aquel judío alemán que se llamaba
Rosenberg, padre del nazismo alemán, convive con la televisión a escala
planetaria, el teléfono móvil y las comunicaciones por satélite. Mamón y Moloch
son dos hermanos mielgos. Se han puesto a jugar a las cartas.
Mancomunados, hacen el buz, juntos, se pusieron a trillar la parva. Las dos
frentes de la cara de Saturno se estudian mutuamente. Cualquier síntoma de
debilidad puede costaros la piel. El personal tiene tanto miedo como poquísima
vergüenza. Cristo nos enseñó el autocontrol de los héroes. A no tener miedo a
los que son capaces de arrebatarnos la vida del cuerpo, pero que carecen de
jurisdicción sobre la del alma.
Por desgracia, nadie parece hacerle caso. Se vive
furiosamente el momento en un inmanentismo casi trágico que está sacando de
quicio las cosas.
Para consuelo de aquellos que desdeñan el lenguaje
de la carne hay que tener muy en cuenta que el dios con dos caras sempiternas
es muy dado a la mudanza. Con él nunca se sabe. Tan pronto se está arriba, como
abajo. El tipo de conflictos restringidos o regionales al que nos tiene
acostumbrados cada ocho o diez semanas constituye la válvula de escape de un
sistema que guarda ciertas características de los chupasangres, a la vez que da
pie a toda una parafernalia tecnológica que sirve de cimbel a sus ansias de
violencia, a la agresividad injerta en ese sistema de valores que llamamos
democráticos. Un sistema que no cree en sí mismo a la fuerza tiene que ser un
campo de Agramante en constante preparación para la guerra. Hay que producir y
ensayar nuevos inventos. Estirar hasta el máximo la capacidad de exterminio.
Berdiaeff demuestra por su parte que esta capacidad
auto innovadora junto con la potencialidad del desarrollo científico nunca
entró en los cálculos del padre del materialismo dialéctico. Sin embargo, tiene
en cuenta el filosofo ruso que Marx aceptó en su genial explicación el axioma
mesiánico de que todo cambio implica violencia y toda violencia supone a la vez
un cambio. A la par, tampoco tuvo en cuenta la presencia de Dios en la
historia, ni el aspecto soteriológico de la persona de Cristo, que es y está
ahora siempre. El misticismo ruso vio en Él la fuente de todo progreso. No es
ya meramente una fuente de gracias espirituales, sino también de bienes
materiales, una dinámica de perfección, el gozne sobre el que gira la historia
misma. Yerran, pues, todos aquellos que piensan que a partir del bien, de la
bondad, los altos sentimientos y la belleza se puede componer buena
literatura. El “ Germinal “” de ola cuenta con innumerables adeptos entre
las sectas feministas más iracundas, pero hay muchos que ignoran el lado
esotérico de Zola, un hombre que contó mejor nadie el primer milagro que se
produjo en Lourdes.
Mal que les pese a muchos, la palanca que pone en
marcha el arcaduz de la noria de los siglos es el pensamiento. No es el rasero
igualitario ni la razón utópica [a través de la maldad nunca podremos acceder
al bien] sino en el logro de las promesas evangélicas, o “ xαiρωσ”. Cristo es
el alfa y la omega. El principio y fin de todas las cosas. A este devenir
histórico en virtud del cual la hora presente se transfunde en tiempo futura,
el punto de encuentro del presente con la eternidad, lo llama el alemán Tillich
“ kairos”, aplicando a este predicado la teoría que conocen los padres de la
Iglesia Griega con el nombre de “ schiliasmos” (un tiempo nuevo de redención y
de misericordia que se alza a nuestro alcance). Por desgracia, los comunistas
no creen en más que en la materia. Un punto en el que concuerdan con el
capitalismo. Materialismo dialéctico y materialismo consumista o capitalismo
salvaje forman yugo perfecto para uncir a la humanidad entera y crear una
generación de esclavos. Sin embargo, los planteamientos de la Revelación se
mueven en perfiles antípodas. Cristo trazó las lineas cruciales o cimientos del
mundo futuro sobre el plano de la eternidad, de su rango o dignidad, deiforme.
Mucho cuesta admitir este planteamiento, ante la ingente masificación de las
costumbres, el poder y la fuerza del número, o la anulación tecnológica, el
tedio, la vulgaridad y a esa cura de caballo de hedonismo al que se ve sometido
el hombre del siglo XXI. Se ha hecho muy difícil ser cristiano. Sin
embargo, por la naturaleza de la gracia y por el bautismo, el ser humano se
encuentra llamado a muy altos destinos.
En la otra vertiente, se ve que el determinismo, la
lucha de clases, o la masificación de la vida social obra a los efectos de una
cáscara de huevo vacía. Marx se equivocó, acaso de mala fe, pero, porque
propaló una mentira, aparentemente atractiva aunque cargada de un odio
satánico, el mundo tendrá que pagar la culpa de sus excesos mentales durante
bastante tiempo. Relativizó al hombre. Marx dijo que no hay verdades absolutas.
La única verdad absoluta es que no hay absolutos en esta vida. Era la voz de su
amo. Pretextando favorecer a los pobres, a quien en verdad servía este judío
alemán era a la causa del supercapitalismo. Lanzó las masas a la calle y del
enfrentamiento de nazismo y comunismo el sistema que saldría fortalecido sería
precisamente el que él intentaba socavar. Solamente una mente diabólica podría
desempeñarse y evolucionar con tanta perfidia. Pese a la sesuda seriedad
alemana “ Das Kapital” con su sintaxis invertebrada y enojosa tiene algo de
libro humorístico. Su autor, consciente de que estaba tomando el pelo no sólo a
los lectores sino a media humanidad, produjo un libro indigesto. Hoy su teoría
ha arraigado muy particularmente en el mundo de la comunicación y entre las
feministas. La lucha de clases reducida a la mínima expresión se ha convertido
en guerra de sexos. Se han conflagrado los hogares. Los hijos se rebelan contra
los padres y las esposas maltratan groseramente a los maridos. El lenguaje del
amor y del perdón, como recomendaba Marx para llegar a la utopía, se ha
convertido en odio, competitividad, garra, ley y supervivencia del más fuerte.
Si el protegido de los Rothschild se proponía conseguir que esto ardiese, se ha
salido con la suya. Paradójicamente el mejor barbecho a sus teorías no ha sido
ni Inglaterra ni Rusia, donde mayor calado tiene sus proyecciones endemoniadas
es en Estado Unidos, que de una manera macabra, y de rebote, está tocando con
la punta de los dedos esa sociedad igualitaria de lucha de clases,
perfectamente controlada por un estado que se ha hecho con el control, dejando
pálidas las previsiones de Huxley y de Orwell. En el país más capitalista del
mundo se encuentra el temible Animal Farm[1] entrevisto
por los utopistas. ¡ Simplemente, cómico! Una broma pesada es la que nos
ha gastado este apóstol de las barbas fluviales.
Debajo del magno tinglado, como cuando Einstein
sacaba la lengua, haciendo burla a las leyes gravitatorias diciendo que el
mundo es curvo, resuena la carcajadas hueca de Israel. El mundo se tomaría
demasiado en serie las propuestas del pensionista de la gran Banca. El había
cumplido la consigna que le dieron sus jefes a rajatabla. Querían que inventase
una vacuna contra el escorbuto y el hambre. Los plutócratas, tratando de
pasar por altruistas, querían repartir algunas migajas, para, de esa forma,
prevalecer, adquiriendo visos de respetabilidad. Es la filosofía en que se
fundamenta todo ese gran tinglado de las OenOenegés, el que van de comparsas,
desde el Vaticano hasta la última enfermera de Mostoles que hace las maletas
para el Congo, y se expone a que la violen, a adquirir el tifus exantemático y
la malaria, pasando por Mendiduce, que de cooperante ha pasado a ser escritor
de relumbre galardonado con el Planeta. Su piedra de toque es la mala
conciencia y la relreflexiónbre la existencia de la injusticia en el mundo,
generada por los gnomos de Zurich o los fakires de Wall Street.
Lo que se saca de la manga es un híbrido sistema
filosófico a la larga servirá para ensanchar la clientela de los fabricantes de
navajas, los consorcios amentisticos y los que siempre se han lucrado con el
negocio sustentado por la agresividad humana. Parias de la tierra, uníos.
Alzaos para combatir. marx se inventa una retórica y está retórica parece
calcada de las constituciones ignacianas, porque el insigne, al igual que el
padre de los jesuitas en que el fin justicia los medios para alcanzar la
utopía. Mas, ¿ cómo es posible - reflexiona Berdiaeff- que de las tinieblas se
alcance la luz? Se salta la valla de los principios de la Física, que atribuye
a todo principio una causa. ¿ la fraternidad universal, la equidad y armonía
habrán de nacer de la envidia, el odio, el enfrentamiento, la venganza? Como
todo judío, Marx es pesimista, misántropo y enemigo de la condición humana,
pero parece ser que con este silogismo cornuto el terco filosofo alemán recabó
ganancias. Vino a escarbar en la antigua creencia de que la violencia es la
partera. Es un dicho que está en el Talmud, pero pasando por alto la existencia
de una Trinidad bondadoso y vivificante. Hay un apotegma inglés
indefectible: How two wrongs can make a right ?[2]
Calca, asimismo, en sus teorías los postulados de
los que hizo lema la norma jesuitina en su especulación sobre las dos banderas
o los dos señores a los que se aplica la solución salomónica del todo
en tanto en cuanto, preconizando de paso la depauperación progresiva del
proletariado, (“ Verelendungstheorie”). Pero bajo la máscara de gran
revolucionario se esconde un demagogo. Marx era un tapado, que, servil a las
consignas propaladas por sus amos, no hace sino prevenir la ciudadela y dotarla
de defensas convincentes para el cerco que se aproximaba. Se lanzó a defender
el “ statu quo 2 por la vía contraria. En resumidas cuentas, protege a
solapadamente a la que aparentemente intenta impugnar,
¿ En que cabeza cabe que, a partir de un estado de
necesidad pueda alcanzarse un estado de libertad? Axiológicamente, esa norma
contraviene los procedimientos racionales. El relativismo marxista obliga a
anteponer los intereses de clase, aunque ésta sea clase trabajadora, a los
intereses del individuo. Este es un rasgo del que participa la psicológica católica
y en parte el funesto sentido de las relaciones del hombre con Dios que impuso
la Contrarreforma, la cual en muchos casos bebe mas en las fuentes de la Cabala
y en el pensamiento judío que en el Evangelio.
¿ Trabaja sobre el principio de ña unión de
contrarios? ¿ Es hacedero descubrir ña libertad a partir del estado de
necesidad? Axiológicamente esa norma contraviene los métodos de la razón, pero
toda la tramoya ideológica del prócer libertario está montada sobre un
silogismo cornuto. Su relativismo le obliga a antecoger o triar los
intereses de clase, aunque sean los de la clase trabajadora, a los del
individuo. Justo lo contrario de lo que predicó Cristo y de la doctrina que
profesa un cierto catolicismo para el cual lo más importante es preservar la
armadura, la cercha del arco ojival, que funcione el papado y los privilegios
de casta. Buscan la masa global. Este es un rasgo muy característica de la fría
espiritualidad jesuitina, responsable de tanta fraseología vacua, succedánea de
una santidad difusa y como emasculada.
Hemos escuchado la frase muchas veces: Extra
ecclesiam nulla salus... Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo... etc.[3] es
invocado como máximas exclusivas de una verdad y de una primacía en propiedad
para salvaguardar las miras particulares de un grupo eclesiástico, que forma
parte de la Iglesia, pero que no es toda la Iglesia. Berdiaeff, por ende, entra
a saco contra el cesaropapismo, pero sin apartarse ni un ápice de las
convicciones propiciadas por su fe ortodoxa. Es un defensor del carisma del
espíritu y un profeta del triunfo de la cruz. Para él la Iglesia, depositaria
del acervo común, de la herencia indivisa de la Tradición y de la norma
apostólica, que nunca estuvo sometida al escrutinio de la Inquisición, ni se
vio implicada en las habituales guerras de religión medievales, encara la
legitimidad y la continuidad.
No vayamos a creer a Berdiaeff un retrogrado. Piensa
como un ruso ortodoxo. Sus clarividencias son mesiánicas. Se mueve a caballo
entre la tradición del misticismo ruso, para el que una mejora de la condición
humana sólo puede llegar a partir de una renovación espiritual, intimista,
libre, autentica, nunca basada en las mentiras o las medias verdades oficiales
u oficialistas. El progreso tecnología y los inventos han estar en función del
hombre, y no al revés. Si éstos sirven para acrecentar el entendimiento y hacer
la vida más tolerable entre los hombres, ¡ en buena hora! De lo contrario, sólo
servirán para un momento programado de la esclavitud. Serán un factor alienante
de la condición humana:
La transmutación del trabajo en mercancía, la
transformación del hombre en objeto; el egoísmo de la competencia implacable
debe ser ajeno a la conciencia cristiana.
Es lo mismo que opinaba Tarás Buba, el cid
ucraniano, que se lanzó a los caminos de la estepa rusa a ganar el pan en lucha
contra el tártaro y el polaco. El piadoso y sencillo, a la par de valiente,
atamán tendría que presenciar la horrible escena del ajusticiamiento de uno de
sus hijos en la plaza pública de Varsovia en un auto de fe a cargo del cerril
gutman de Varsovia, muy católico, muy apostólico y muy romano, pero
terriblemente nte sectario y fanático. Gogol pone el dedo en la llaga cuando
descubre que las diferencias entre la Ortodoxia griega y el catolicismo romano
son insalvables. No se puede luchar contra la soberbia y los perjuicios de los
que se cree en posesión de la verdad, y mira al resto de los mortales por
encima del hombro. Es como acocear el aguijón.
Las lágrimas de Tarás ante el cadáver de su
primogénito ajusticiado fueron vertidas no sólo por un mártir de la ortodoxia,
sino también quiso que su llanto sirviera de bálsamo a las heridas causadas en
el Cuerpo Místico por los enconos, las mezquindades, los perjuicios humanos,
con esa mala costumbre a hacer bandera de lo más sagrado para salir en defensa
de intereses espúreos.
Nos topamos aquí otra vez con la idea del mal, que es
una constante en los pensadores eslavos: ¿ por qué se encarama a lo alto
de los pináculos de la fortuna y brilla con luz propia en los faros del gran
mundo, mientras los limpios de corazón, pero emotivos, pueblan las cárceles y
los pabellones de la muerte?, ¿ por qué la virtud parece condenada a estar en
capilla?
A criterio suyo, los hombres se dividen en dos
categorías: la de aquellos que son capaces de crear, y la de los gregarios. Una
mayoría aplastante ahoga dentro de sí toda su capacidad creadora para no vivir
más que hacia adefuera. Son los hombres sarcinos , según san Pablo, los que se
administran de acuerdo con los principios de la prudencia de la carne. Estas
ingentes conglomeraciones de seres humanos v han dado lugar a un tipo de ser
amorfo, lleno de convencionalismos. La burguesía no cree sino en aquello que
tiene delante de los ojos, o lo que le resulta palpable. Y esta grey
burguesa suele vivir aplastada bajo el yugo de la mediocridad. Berdieaeff
insiste en que la religión no es el opio del pueblo, sino el único camino para
satisfacer sus anhelos de libertad y de trascendencia.
Por desgracias, concluye, también la religión ha
caído en manos de los leguleyos. Es víctima de los intereses de partido y vive
sujeta a los impostores que, so capa de predicar a Cristo, han vuelto a
clavarlo en una cruz.
Llega por ese camino a dar la razón a Lutero que
veía en el papado una anticristo. Al molde de la prevaricación suprema. No
obstante, si sus condenas y descalificaciones a los usurpadores del mensaje evangélico
parecen a veces algo duras, su esperanza, sin embargo, en el futuro de la
Iglesia - entendida no como jerarquía roana - no puede ser más esperanzado. El
Cristo ortodoxo es un Cristo obrero, que vive del trabajo y del sudor de sus
manos: el hijo del carpintero, el impugnador de todo fariseísmo. Es el Señor de
los pobres. Se mezcla con la gente. Nada de montanismo. Sus elegidos provienen
de los grados ínfimos de la escala. Cristo no ha de pertenecer nunca a una
“elite”. Es el redentor cósmico. Lo que sucede es que muchos han tratado de
apropiarselo en todo este tiempo. La Iglesia verdadera pertenece a los santos,
a los que dan testimonios, baluarte invisible de la fe, torres de reparación.
Es la legión inmensa de los elegidos innominados.
Está claro que su reino no era de este mundo. Por
eso fue tan sañudamente perseguido por las fuerzas seculares, porque mostró una
divina resistencia a moldarse a sus deseos. Huyó al desierto cuando le fueron
prometidas congruas, cargos, que trataban de acreditarla de la fama de los
grandes profetas de Israel. Renunció a los honores e increpó al diablo, cuando
éste le pidió que se arrojase de lo alto del pináculo del templo. La grandeza
de Cristo es interior y, en su mayor parte vida oculta. En esta vena oculta han
sabido recalar todos los místicos. Pero también hay rebelión contra los poderes
fácticos, renuncia, desdén a la vana gloria. Humildad de Dios.
No quedará completamente realizado el mundo futuro
en este erial. Cristo expresó sus reticencias ante aquellos que querían
investirlo de una realeza material. Se muestra escéptico, consciente de lo
difícil tarea de los apóstoles, a los que previene de las dificultades, de
tener que remar siempre contra corriente, contra el Príncipe del mundo. Reta a
Satanás a un combate sin fin hasta los últimos tiempos. Pero el tenor de tal
lucha es del todo esotérico. No quiso prosternarse ante él, ni besarle las
posaderas, como han hecho algunos de los que se dicen sus vicarios - Wojtyla
cuando arrecia todavía la tormenta del asunto Lewinski no ha dudado después de
darse un baño de multitudes en ese país misterioso y maldito que es Mexico,
donde se ha derramado mucho más sangre de cristianos que en las nueve
persecuciones de los emperadores romanos, para así aplacar su ego de “ papa sol
“ de todos los pontificados, de ir a estrechar la mano del fornicario Clinton[4]. Al acercarse
la consumación de los siglos - nos lo advierte el Salvador- la fe se entibiará,
vendrán falsos profetas a apacentar la grey; como consecuencia de estas
artimañas, se enfriará la caridad entre los hombres. Habrá que volver a
preguntarse si no será 3esto lo que está pasando.
Parece que los demonios de la confusión histórica
han hecho acto de presencia. El que se dice su legado se ha unido a la hueste
de quienes le persiguen. La contemporización de la Iglesia con las fuerzas
operativas del anticristo, radicadas en la Sinagoga, que se ha operado durante
este pontificado, pone a la Iglesia en un clima parecido y enrarecido, de dos
obediencias como el acontecido con Clemente V, responsable del Cisma de
Occidente, con el traslado de la corte pontificia a Aviñón en 1307, y que
estuvo enteramente sumiso a los caprichos de Felipe el Hermoso, uno de
cuyas primeros actos de gobierno fue suprimir a los templarios y quemar a su
maestree, Jackes de Molay, en la cárcel del Temple[5].
Ahora ¿ no habrá hecho dejación de sus poderes, en
su capacidad de pastor del rebaño para adoptar una bandera de conveniencia y
cómoda para los intereses del amo del mundo, pero no conforme a las
estipulaciones del Maestro de Justicia? ¿ Yendose a Mexico no estará intentando
este senil prelado quemar las naves como cortés? A la Iglesia jerárquica le
queda poco porvenir, por más que esos asesores de imagen que rodean a Wojtyla,
en su mayor parte españoles y del Opus, Navarro Valls y A. Gómez Fuentes. ¿Están
maquillandolo a la perfección para copar las primeras planas de los periódicos
y captar unos espacios halagüeños en la hora punta televisiva? Un vicario de
Jesús no tiene por que está sometido a esa manipulación informativa que no
tiene fin.
Venía de la llamada iglesia del silencio y ninguno
de los sucesores de San Pedro ha tenido la habilidad de meter tanta bulla como
este polaco. Compite en la pugna por el “ prime time” con los escándalos de la
Lewinski y Clinton, los bombardeos de Bagdad, los rebuznos de Arzalluz, etc. ¿
Es esta la verdadera tarea de un pontífice echado de manos a boca en los brazos
de la publicidad y de los asesores de imagen? El ciclón de Cracovia todo lo
arrasa, pero es un viento que pasa pronto, una lluvia que no cala. Un golpe de
efecto publicitario.
Razón llevaba Tarás Bulba al hablar mal de los
polacos. La devanadera de la historia se perfila impenetrable en sus
circunvoluciones y raptos. Sin embargo, en el fiel de la balanza del cielo la
aguja se empina hacia arriba. Las sentencias de Berdiaeff ofrecen lucidez
profética, descubriendo el autentico rostro que está detrás de la máscara. Marx
y Engels se constituyeron en los peones de brega de una dominación del mundo
programada desde Londres, desde Francfort, y, posteriormente, desde Wall st., Y
al albur, últimamente se ha unido el Vaticano. En el crepúsculo del siglo XX ha
habido dos años clave: 1989, con la capitulación de la URSS, servida en
bandeja, como un rey chico cualquiera, por M. Gorbachov ante George Bush y
1992, un año mucho más terrible, porque la Iglesia de Cristo, presionada por el
clan judío, cedió a la presión. Todavía recuerdo a aquel grupo de zionistas
desplegando en la plaza de San Pedro la bandera con la estrella davídica y
proclamando la victoria de Israel o a aquel grupo de exaltados activistas anti
castristas cubanos que, estando Juan Pablo II en Covalonga, le increparon con
insultos acusandole de haber sido miembro de la KGB. Queda aun por esclarecer
el atentado sufrido por Alí Agca. Personalidad misteriosa. ¿ Iba realmente a
matar al papa? ¿ Disparó con balas de fogueo? ¿ Fue un aviso de que la próxima
vez se actuaría más de firme? En cualquier caso, hay que contar el escandalo de
las finanzas de San Pedro y un cambio de rumbo, una perdida de la clásica
imparcialidad de la Sede Apostólica a partir de esa fecha.
Esta postura de doblez ante el chan taje del
poderoso está en contrasta con la dignidad del primado ortodoxo de
Constantinopla o la del patriarcado de Moscú. En la silla de San Andrés y en la
de Cirilo y Metodio el servicio a Cristo se interpreta de otra manera menos
servil. Un papa muy político puede acabar convirtiendose en un lacayo de los
intereses creados. Gogol ya lo advirtió en esa deliciosa novela, cargada de
ternura y sufrimiento que fue “ Tarás Bulba “, que murió mártir del fanatismo
polaco y de los monederos falsos de la casa de Leví que lo exprimieron el jugo.
El viejo Tarás vivió para la estepa. Amaba el aire y los horizontes sin confín.
Murió al querer ir a rescatar la pipa que se le había olvidado. Un buen cosaco
siempre fuma. Vive para la sentnia y para la defensa de sus semejantes. No es
nada egoísta. Fuma y bebe pero, con sus defectos y pecados, siempre estará
dispuesto a morir por el Cristo ortodoxo, por la salvaguardia de una
civilización, hoy tan en entredicho. Sobre Europa se baten los tártaros. Mandan
mucho los polacos y por si fuera poco los judíos son amos de la bolsa. Me he
acercado con estremecimiento acongojado a las deliciosas paginas de este
libreto. Alta y sublime literatura como la de la “ Iliada”.
MI SACERDOCIO
Aquella puerta verde de nuestra casa en Valdevilla
se abriría para no cerrarse nunca más. Cayeron los cañizos de la techumbre del
sobrado. Los gitanos arramplaron con las cañerías y la cocina de hierro de la
cocina a cuyo amor de lumbre pasamos las veladas del invierno. Venían los hijos
de Froilán el maestro y de Micaela, su mujer, que era algo pariente de mi madre
a merendar. Mi madre hacía tortillas de patatas y soplillos. Se extendían los
vuelos de la mesa grande y allí había un hueco para todos. En aquellos años
primeros de mi vida yo creía que el mundo era recto, depositario del bien y de
la belleza. Por el puente de Valdevilla no había pasado aun el carro de la
muerte y del dolor. A mí me fascinaban mis primos los hijos de Froilán. Uno de
ellos me hablaba en aquellas interminables de holgorio de la vida sacerdotal,
pues era seminarista y me convenció de la idea de hacerme sacerdote. Por
aquellas fechas jugábamos a decir misa cantada. Desde entonces no he sido capaz
nunca de desprenderme de la fascinación del latín. Pero también me fascinaba
aquel aparato de radio que había en un rincón de la cocina vestido con unos
faldones y aparejado de forma muy coquetona. Con los encajes y cortinillas
asemejaba a un tabernáculo misterioso. Era el sagrario de las ondas hercianas.
La voz iba y venía como por arte de magia, como consecuencia de una mezcolanza
de imanes, tubos catódicos, condensadores y lámparas una fascinación
fundamental. Desde el rincón de la cocina yo era capaz, mediante un giro de la
rueda del dial, de moverme hacia los anchurosos mundos de lo irreal.
Escuchábamos Radio España Independiente, las charlas
del P. Venancio Marcos por Radio Nacional y el carrusel deportivo. El aparato
de radio era casi lo único que echaba yo de menos de la vida seglar durante mis
años de seminario. Solamente el rector y los superiores tenían un aparato, que
se encendía exclusivamente los domingos para escuchar a través de Radio
Vaticano el Ángelus del Papa. El invento de Marconi me parecía algo mágico.
Mientras yo bregaba con Platón y Cicerón durante los cinco años de
Humanidades, y con la Historia de la Iglesia y con Aristóteles durante los tres
de filosofía y me transformé en un ser diferente después de estudiar a Sto.
Tomás - el mundo ya dejó de ser el mismo después de entrar en contacto con el
Doctor Angélico - a lo largo de teologado, aquella radio seguía funcionando.
Cuando seas cura, te den una parroquia, no te será lícito dormir con una mujer,
pero podrás siempre tener una radio. Las hay a barrisco en las casas curato. No
podrás conocer las caricias de la hembra, ni oler su carne, ni acariciar su
piel. El diablo me tentaba con el pensamiento de que la vida no es vida sin el
conocimiento carnal. No es bueno que el hombre esté solo. El día que ingresé
vino a casa un maletero con gorra de plato. Manejaba una carretilla muy larga
en la cual cupieron el baúl, las mantas, el colchón y todas las humildes
pertenencias. ¿Te vas? Sí. Me voy para no volver más al mundo. Quiero ser cura.
Me ha entrado la vocación. Eso es imposible. ¿ Cómo imposible? Algún día lo
sabrás. Ahora eres muy pequeño, tienes tan solo once años. El mismo maletero,
un poco más viejo y cansado sobre la esteva de la carretilla, fue el que hizo
la conducción de mis libros y de todo mi ajuar hacia la estación de los coches
de líneas. Habían pasado doce años justos del día de la fecha y yo era un
misacantano. Seguía sintiendo ese fervor por la radio. Me fascinaban las misas
cantadas que retransmitían desde lugares lejanos, el boato de la liturgia
magna, los cánticos en latín, las rutilantes casullas empedradas de oro, todo
ese depósito de la fe engalanada que refleja la vida en el paraíso concebida
como una perenne eucaristía. Dios me hablaba desde los micrófonos. La voz del
serafín sonaba a través de los himnos. Para mí el misterio inefable de la
retransmisión sin hilos era un testimonio evidente de que Dios se encontraba en
el cosmos. Me acababan de ordenar sacerdote según la orden de Melquisedec. Yo
estaba lleno de proyectos y de entusiasmos de apostolado. Acababa de cumplir
veintitrés años.
- Bueno, señor cura
PUSHKIN, MESÍAS RUSO
O EL CARISMA DE LA PALABRA
por ANTONIO PARRA
Está claro que la historia de nuestra evolución
espiritual pertenece a las páginas de los libros leídos o adquiridos, guía de
nuestro acervo anímico, círculo mágico en el que nos resolvemos o revolvemos,
y, acaso, línea que nunca podremos cruzar sin desventaja, o sin hacer traición
a nuestro espíritu. He hurgado en los fondos de mi bien abastada y anárquica
biblioteca, donde los clásicos rusos ocupan un sitio de prelación. Había un
lomo, ya lacio y amarillento, con empellones y desconchados en la cubierta, que
al punto me ha traído a la mente imágenes de un fondo retrospectivo y sin
cálculos. ¡ Densos y ajados afanes de juventud! He sentido, de repente, como un
latigazo y la pregunta retrospectiva de Horacio: ubi sunt? ¿qué fue de todo aquello? ¿ dónde está lo que amábamos
entonces? Esta inquietante interrogante horaciana es ya, de por sí, un surtidor
de fuerza literaria, motivo de inspiración a lo largo de la historia de
la literatura mundial. Quizá, se escriba para conjurar ese enigma de la
existencia humana, abocada a un final inexorable, el de la muerte.
Al verlo los ojos, el alma se me ha hundido en
una sima de añoranzas. Hay libros, por aquello que decía San Juan de “ in principio erat verbum “, que
fijan el cipo del arranque vital, o comienzo de nosotros mismos. Un
título: La dama de los tres naipes y otros cuentos, por Alejandro
Pushkin, en traducción de Félix Díez Mateo, Buenos Aires, 1952. Y una fecha escrita en tinta
azul, ya muy buida, porque la tinta es sangre del alma, que también ha
envejecido, igual que el propietario, acusando las devastaciones del paso de
los años, pero que trae imágenes y rostros borrosos a la memoria. Debajo una
fecha: primero de junio de 1963. Seguramente, fue adquirido en alguna de las
casetas de la feria del libro que se celebran en Madrid cada primavera.
Desde las paginas desfondadas de esta novelita,
sucinta, concisa, llena de una prosa misteriosa que ilumina, muy pujada y
repujada, como todo lo de Pushkin, pero el lector nunca es consciente del
esfuerzo del autor, según suele ocurrir cuando estamos en presencia de un
genio, mi propio pasado me estaba haciendo guiños. Hay en la literatura un
propósito angélico que es trasegado por el ala mucilaginosa del olvido.
Retumban las carcajadas del serafín negro en la tumba de los sueños. Lo inane
acaba por imponerse a lo bello. La cosa no tiene vuelta de hoja. Este
cuento, sacado del natural, donde Pushkin, en el origen genial del escribir
moderno, afronta, con pluma vívida y velocísisima impresión del elán
vital de cuanto le rodea, refleja lo inane de la vida de un tahúr. Pero detrás
de todo esto, se esconde la idea de un destino (sudba) inexorable e
invencible, que es aquí una mujer: la dama de picas. Es la historia
mefistofélica, del pacto con el diablo, a la que sucumbe la vanidad o la
impericia de la humana naturaleza.
El mensaje claro, pero lleno de piedad, que proyecta
Pushkin aquí, podría cifrarse en que todo es vanidad, parodiando al mataoites
mataiotés del Crisóstomo: el amor, la belleza, la salud
física, el relumbre y el decoro han de tenerse por espejismo. Siempre acabamos
doblando la raspa. El bien y el mal se acaban.
Yo no había cumplido aun diecinueve años.
Seguramente, se trata de una de las primeras adquisiciones de mi biblioteca,
porque el sueño de mi vida lo configuraba ser escritor. Sabía que mi proyecto
existencial se encontraba unido a los libros, fuente de felicidad, supremo y
dogal de mis castigos, como así ha sido. El autor ruso hizo las veces de
maestro de ceremonias, y en sus páginas, leídas apresuradamente, en largas
vigilias de café y tabaco y sueños de grandezas ineludible[”algún día podré yo
escribir algo como esto, seré publicado y reconocido”] me hizo la acolada. Con
él velé mis primeras armas. Recibiría el grial del ideal caballeresco
literario, me abrió el iconostasio de un concepto estético en el cual fui
ahondando y adentrandome con los años. Toda la literatura rusa me ha hecho
vibrar. La Dama de picas era el primer guiño seductor de la femme fatale.
Después
de Pushkin, vendría Gorki, cuyos relatos me harían llorar, y que devoraba
mientras viajaba en el metro. O Chejov, Dostoievski. Andreiev, Ivan
Bunin. Era consciente de que me enfrentaba a un reto difícil. En la
Biblioteca Publica de Cuatro caminos me engolfé en la lectura de mis amados
maestros rusos. Allí trabé contacto con la literatura en sumo grado. Este
primer contacto me llenó de prejuicios hacia otros autores o hacia la novela de
otras literaturas, porque pienso, y sigo pensando, que sólo la rusa ha tocado
techo desde el punto de vista novelístico. Dostoievski, el gran buceador del
alma humana, que acomete sus empresas de imaginación como si fueran paseos
psíquicos en el laberinto del corazón del hombre, es el no va más. De esta
manera, creía yo haber dado mi primer paso en la gran promenade. ¡Iluso
de mí!. Desconocía que el mundo estaba abocado a una tremenda movida, con la
inversión e involución de los conceptos estéticos. El canon de belleza iba a
ser defenestrado a manos de otros intereses más espurios que concurren al hecho
literario. El mercadeo estaba a punto de hacer acto de presencia. Las
etéreas e inasibles musas dependían no tanto de un acto de inspiración sino del
determinismo de las cajas fuertes.
Los americanos han creado el éxito de ventas.
Inundaron las pantallas de cine y de televisión de basura e implantan en el
mundo un sistema político que no tolera la contestación, habida cuenta de su
totalitarismo político. En ese mundo de violencia primaria el único héroe sería
Buffalo Bill. Un cuatrero nunca podría entender la inteligencia, la
sensibilidad, el humor, por ejemplo, de Eugenio Oneguin. Antes de emprender mi
andadura, me di cuenta de que mis visiones teológicas y estéticas me situaban
al margen de este mundo de pistoleros de la lechigada de Jefferson y
Washington, en lo marginal.
Al sentarme frente a un tapete verde en el que
habían naufragado al poker las mejores fortunas, sabía de antemano que me lo
jugaba todo a una carta. Enfrente de mí se encontraba un ser de rostro sombrío,
hocico cabruno y ojos de buey, y una cabeza poderosa como el cimacio de un
capitel granítico, peana de las cumbres y de los derrumbes. Era el jefe
supremo de toda la timba, el baranda del mundo. Ponerse a escribir
una novela o a componer un poema entraña este enfrentamiento con las fuerzas oscuras.
Uno intuye que va a perder la partida, pero se arriesga. Toda literatura, por
humilde que sea e inane a los ojos del lector, pero nunca del autor, es un
conjuro contras las fuerzas oscuras. El que escribe asume el papel de
demiurgo. Lo envida.
Para semejante tarea hay que tenerlo bien puestos.
Uno sabe de antemano que se compromete a una lucha sórdida y feroz; en muchos
casos, sin espectadores. No estoy de acuerdo con la creencia de que la vocación
literaria tenga que ver con el deseo del renombre, sino que responde a un
anhelo íntimo e irrefrenable de compromiso consigo mismo.
Sin embargo, el lance es fútil. Todo termina siendo
un encuentro de whist ante un rival que es un coloso y que, además, juega con
las cartas marcadas. Uno querría saber el secreto de esa combinación que nos
hiciera invencibles. Esa combinación mágica que se guarda bajo la manga
para ganar cualquier albur la condesa, personaje gigantesco y espectral de este
denso y breve cuento del genio ruso, en que se resume el teatro del mundo, y se
hace un diagnóstico inmejorable de la vida humana, no es otra cosa que el tres,
el siete y el as de corazones.
El relato plantea del dilema eterno de amor y juego.
La cruda realidad siempre acaba por desbancar a los buenos propósitos. No entiende
de afectos, ni se anda con muchos miramientos en sus actuaciones la madre
naturaleza, cuyas pautas de conducta actúan de una forma impávida y sin que el
hombre vencido sea capaz de contenerlas ni acelerarlas. Entran luego en
liza el azar. Eso que llamamos fortuna no es más que un capricho de los
factores al albur.
Las mujeres de las que me enamoraba yo por entonces
tenían que ver con las heroínas soñadas en estas novelas. Al respecto,
recuerdo un despecho amoroso que me acaeció en Oviedo el año 74. Mis velaciones
matrimoniales fueron canceladas la víspera de mi boda. No pudo haber fortuna
más desastrosa en aquel embate. Sota, caballo y rey. As tres y siete de
corazones. Flotaba en la neblinosa madrugada de un domingo otoño el perfil
misterioso de la Sota de Picas. La ciudad se desperezaba de su letargo,
dispuesta a empezar un nuevo día, cuando yo regresaba vencido. Tuve la
desgracia de emborracharme y de haber acabado en la comisaría. Pero esa
peripecia la narré en mi novela, crasamente relacionada con esta novelita de
Pushkin, Señora Blanca. Todas las obras geniales se caracterizan por esa
fatalidad inapelable y profeta. Los grandes poetas no son más que heraldos de
ese demiurgo al que tira el guante aquel que comete la imperdonable audacia de
escribir, para conjurar sus propios fantasmas y los de los demás, o echar un
exorcismo frente a las fuerzas oscuras.
Había sido derrocado por la condesa inescrutable. Vi
flotando sobre la mañana, cruzada por las nubes raseras que descendían del
monte Naranco la sonrisa aterradora de Gioconda de la Dama de Corazones. Lo que
había leído mucho antes había cobrado carta de naturaleza en mi
pobre existencia.
Recuerdo que en una cafetería elegante de la
vieja Vetusta, ciudad clariniana y una de las más literarias de España estaba
yo aguardando a mi adorada, cuando esta llegó y vino a decirme que de lo dicho
nada. Tenía entre las manos “Historia de una anguila “ de Chejov, en el que
premonitoriamente se narraba un caso parecido al que me conmovió hasta los
cimientos: una historia de desamor.
Casi no pude creerlo. ¿ Pero cómo es posible Masha -
la protagonista de la novela se llamaba como mi desdeñosa dama -¿ Cómo es
posible? Abandoné el establecimiento de estampida, dejando atrás el libro en el
cual había dejado metidos unos poemas y una de las pocas fotografías que
conservaba de mi infancia. Esta pérdida de dos objetos entrañables, aquel libro
de Chejov y la fotografía en la cual aparecía yo, niño rubito vestido de
marinero, al lado de mi madre y de mi padre, en traje de gala, junto al coronel
del Regimiento, en el que servía mi artillero progenitor, la soleada mañana en
que se nos concedió una vivienda de protección oficial en la barriada de
Valdevilla, la sentí más que las calabazas de aquella ingrata. La suerte se
empeñaba en cerrarme el paso. Pero todo estaba escrito con antelación en los
libros de mis rusos preferidos, a la vez amados, y a la vez malditos: Chejov.
Pushkin, Gorki, Dostoievski.
Aquella mañana había visto dibujada sobre el vaso de
la última tónica con ginebra esbozarse el rictus burlón de la dama de
picas, clavándose como un cuchillo en mi memoria. Luego escuché el
golpeo sórdido del destral del leñador que asesinaba al último árbol del Jardín de los cerezos. Regresé a Londres a la mañana siguiente en el primer avión, el alma
llena de congojas, y la mente embotada bajo los efectos de la resaca. Un
escritor sabe que es muy poquita cosa: un dipsómano de la palabra, o un jugador
al que el destino no perdona nunca sus osadías. Con las cartas que barajaba -
la más señalada, la de formular preguntas que no son de su competencia y sí de
la divinidad, ese misterio cósmico que nos envuelve- reconocía haberme puesto a
jugar un tute a la baja. Tenía todas las bazas perdidas. Pensaba
que los grandes libros trazan la ruta de nuestros caminos, porque están
empedrados de mensajes crípticos sobre porvenir que aguarda a cada cual,
y vienen envueltos en un halo de piedad y de ternura infinita. Se trata de una
pugna sin cuartel contra el destino. Hay un poder premonitorio en toda gran
poesía.
La ironía que despliega Pushkin en esta zdacha, o
novela corta, apunta a desenmascarar ese rostro insensato, cruel y antojadizo
con el que nos encontramos al nacer. Saturno, la deidad infanticida, devora a
los vástagos de sus entrañas.
La Dama de las Tres Picas es un “thriller” en
el que se conjugan el amor, el odio, la madre que rechaza a su propio hijo,
cruel veleidad, que contemplamos a ojos vistas desde el absurdo de la
desdicha. Relata en esta obra del género negro la vida tal cual es, lejos del
mesianismo, la aureola que caracteriza a la mayor parte de los escritores
rusos. Así y todo, este cuento está rodeado de misterio. Si Pushkin no tuviera
ese estilo inconfundible, podríamos creer estar ante una obra firmada por Edgar
Alan Poe.
En la literatura rusa, toda ella cargada de
mesianismo, esta particularidad es mayor que en otras. Estudiando a los grandes
maestros como Dostoievski, Gogol, Andreiev, Bunin, y demás, se puede casi
determinar de forma matemática el hado de los pueblos, porque han sabido calar
en el alma humana a la luz de un cierto designio divino. En buena parte, el
Cristianismo encuentra en ellos sus profetas mayores, de la misma manera que el
Antiguo Testamento recala en Jeremías, Ezequiel, Amós, Isaías o Daniel. Sin embargo,
Pushkin, dando de lado a esta veta mesiánica, tiende a la universalidad por
encima de credos o de convencionalismos religiosos. Los escritores geniales
muestran esa inclinación a la clarividencia, como si recogiesen, por designio
divino, el testigo de la profecía.
Nunca tendremos que perder de vista esta
configuración del profetismo ruso. A través de algunos de muchos de sus autores
(en ninguna otra literatura se registra una pléyade tan vasta y varia como la
que presenta el panorama de la escritura rusa a lo largo del siglo XIX), Dios
está mostrando a la humanidad sus planes sobre el mundo. Hay quien menoscaba
este misticismo alegando que el alma rusa es triste. Esto resulta, amen
de una injuria, un lugar común que pocos de los que la califican a la ligera
serán capaces de demostrar axiológicamente. Pushkin, por ejemplo, es todo
ironía y delicadeza. Y el humor compasivo para con las debilidades de la
fragilidad humana elevado a la enésima potencia.
Volvamos a la Dama de Picas. He
aquí a una octogenaria condesa, que en sus días de emigrante París rompió los
corazones de grandes personajes, como Richelieu, jugando a la brisca. Es una
consumada jugadora, y posee una combinación avasalladora para ganar al jeu de la reine. Es la dama
de corazones que irrumpe con la fuerza de una diosa mitológica. Pushkin en unas
pocas líneas nos cuenta la historia misteriosa de esta antigua beldad, que
envida y sale victoriosa. Era el socorro de tahures desesperados como
Chaplitski, quien hizo caso a la condesa y en una sola noche desbancó los
trescientos mil rublos de una puesta.
Vestía a la moda de setenta años atrás, pero, como
quien tuvo retuvo, según va el dicho, era todavía coqueta. En escena, y tras el
bastidor aparece un joven oficial de la guardia. Está ocultando sus cartas el
autor para que el lector en el transcurso de la novela vaya recomponiendo el
rompecabezas de la trama. Al final salta la sorpresa. El cañamazo argumentativo
nos presenta también a Lisaveta Ivanova, institutriz de la condesa. Hay trazos
de descripción homérica, rápidos, certeros. Lisaveta era una criatura
atormentada, porque amargo es el pan ajeno y enojoso el camino, cuando hay que
subir y bajar escaleras extrañas. Tenía que aguantar a un ama despótica, que
era terca y caprichosa, y se rodeaba de una corte de aduladores que engordaba y
encanecía a su lado. Tenía que servir el té con arreglo a las normas de la
etiqueta, ser para ella señorita de compañía. Para colmo, la condesa, una casa
venida a menos, no le pagaban nunca sus honorarios. En Rusia ocurría en la era
zarista lo que ahora con los funcionarios de la administración estatal. Pasan
meses y meses sin que estos reciban un sueldo.
La Dama de Picas, orgullosa, fascinante, faceta y
acostumbrada a los fulgores del gran mundo, aparece con el papel de madrastra.
A Lisavetha le toca desempeñar el de Cenicienta. Espera la llegada de un
príncipe azul, de su libertador. Es Germán, un joven teniente de húsares, y
luego se descubre, hijo secreto de la Dama de Picas. De ella ha heredado su
afición a las cartas y la fatuidad gloriosa. Seducido por el tapete verde
y por la belleza de la azafata de la condesa. Estamos a las puertas de un
romance en el que un hechizo que va a desarrollarse en un ambiente entre
aristócrata y diabólico. El mozo había sido arrastrado hacia la casa por una
fuerza desconocida. Es el tirón de la sangre, pero en este amor filial hay algo
más: una especie de hechizo, y hasta un pacto mefistofélico. Le entrega un
billete a Cenicienta. Ella lo guarda.. Era una declaración de amor. “ Era tierna, afectuosa y tomada directamente de una novela alemana,
pero Lisabeta no sabía alemán y quedó muy satisfecha con ella”
La pluma de Pushkin es como un mazo en la diestra.
Mefistófeles hace acto de presencia tras el biombo del dormitorio de la condesa
por medio de Germán, el oficial de la guardia. Está claro que el protagonista
es el diablo con su tremenda fuerza que avasalla el libre albedrío y el afán
humano. Esta idea va a repetirse a lo largo de la literatura desde Lamertoff
hasta Bulgakov y sobre todo en Hermanos Karamazov. Los
hombres no somos más que fantoches en la mano del destino, se mire como se
mire, te pongas como te pongas.
Germán seduce a la infeliz institutriz. La pobre
doncella tenía la cabeza a pájaros. Es víctima de su propia fantasía. Había
leído demasiadas novelas alemanas. Cae entre las garras del don juan
pequeño burgués. Éste a su vez, comido por la avaricia, está claro que se había
propuesto por objetivo no los favores de Lisabeta. Lo que quería era conocer la
combinación mágica de la condesa X, de quien desconocía que era su propia
madre, mentor y verdugo a la vez, porque, al revelarle un secreto del
juego de cartas, va a introducirlo en los caminos de la perdición. Concibe una
treta con su novia para acceder a los aposentos privados de la aristócrata. Se
presenta allí una noche después de un baile y le pide la combinación mágica. La
pobre vieja, al verse delante del joven, padece un sincope mortal.
Parece ser que hubo un malentendido. El audaz húsar
sólo había pretendido asustarla. Pero tiene remordimientos. Sin embargo, una
noche de verano, una de esas típicas noches hiperbóreas peterburguesas, cuando
el sol nunca se pone, y que volveremos a encontrar en “Crimen y Castigo”,
está triste y desvelado; ve aparecer una sombra detrás de la ventana. Creía que
era su asistente que llegaba de la taberna, siempre como una cuba, pero fue a
mirar y vio que éste dormía ya la borrachera en el diván del zaguán contiguo.
No, no era Nikita. Era un fantasma.
El espectro de la dama blanca era real y le
comunicó su secreto: el as, y el siete y el tres eran la contraseña mágica. Con
esa clave podría siempre ganar cualquier partida. Sin embargo, le pide que se
case con Lisabeta y que abandone sus costumbres de tahúr y la vida de crápula.
Estamos de nuevo ante el famoso pacto del Dr. Fausto:” yo te doy riqueza,
belleza, dinero, poder, y a cambio, tú me entregas el alma”. Es un asunto
recurrente en todas las literaturas.
Sólo podría el joven hacer uso de esta
combinación recomendada una vez. Puesto que le puede la codicia, no
Germán obedece al espectro y se convierte en una victima de su madre, la
Sombra, la Dama de Picas. La idea de aquellas tres cartas del abracadabra pasa
a ser en él una idea fija. El húsar, obsesionado por el juego, y por estas tres
cartas de triunfo, enloquece.
Dos cuerpos no pueden ocupar el mismo sitio a
la vez, nos advierte Pushkin, remedando las palabras de Cristo acerca de los
dos señores. Hay que poner todos los huevos en un mismo cesto. No se
puede servir al bien y al mal.
Su inadvertencia o su desobediencia al espectro,
tras una peripecia por los mejores casinos de la Ciudad Imperial, le llevan a
la bancarrota y termina en un nosocomio. En su delirio infernal, Germán
no dejaba de repetir el nombre de las tres cartas: el as, el siete y el tres, y
con este nombre a flor de labios murió, pobre y olvidado de todos. Por lo
que respeta a Lisabeta a la que había dejado encinta de una hija pudo casarse
con el mayordomo de la condesa, y Polinskiy, que hubiera sido el pretendiente
ideal pero al que rechazó por Germán - el amor es ciego- se casó con una
princesa y llegó a capitán de húsares. De la timba a la tumba. Siempre rendimos
viaje de la misma forma. Acabamos todos en ese metro cuadrado del osario. Al
nacer participamos todos de un destino común. ¿ Qué fue de ti, Lisaveta? ¿ Cómo
es posible, cómo es posible, Masha? La belleza se nos escapa. No resulta
factible responder a tantos interrogantes. Sin embargo, la vida es tan
bella...
Pushkin, genio de mi destino, nos ha introducido a
todos en el laberinto.
En el Negro de Pedro el Grande, obra
inconclusa, y acaso de autobiográfica urdimbre, aborda de una forma
tajante el racismo, la volubilidad amorosa de las mujeres y la difícil
aceptación por los boyardos de un árabe (es posible que Pushkin fuese un
abisinio de origen copto) favorito del monarca; estamos ante una historia de
amor, lealtad y de celos. Ibrahim, un tártaro, es enviado a París por el
emperador. Allí conoce la vida de los salones y traba contacto con una condesa
de la que se enamora. Fruto de estas relaciones es un rorro. Para que el
escándalo no se propague y el marido de la dama no se entere urden los amigos
del plenipotenciario ruso una estratagema. En el momento del alumbramiento, el
niño que es negro es sustituido por otro de blanca tez. Apremiado por el zar,
Ibrahim ha de regresar a Petrogrado. El propio Pedro el Grande sale a recibirle
en su regreso de París y lo hace hospedar con él y su familia en Zarco Seló. Y,
no contento con eso, Pedro lo nombra su favorito.
Ibrahim pasaba los días con monotonía , pero la
actividad dio como resultado que no se aburriera. Cada día se unía más al
soberano y comprendía mejor su grandeza de alma. El seguir los pensamientos de
un gran hombre es ciencia especialísma. Ibrahim vio a a Pedro en el senado,
tratando con Buturlini y Dolgorgki, juzgando las grandes cuestiones
legislativas; en el colegio del almirantazgo , fijando la grandeza marina de
Rusia; lo vio con Taphon, Gabriel Budnski y Kopievich, y en las horas de reposo
examinando traducciones de autores extranjeros, o visitando fábricas . Rusia
representaba para Ibrahim un taller inmenso..
Con ello alude al carácter emprendedor y gigantesco
del gran atlante de la historia rusa, Pedro I, y sitúa al protagonista en su
verdadera perspectiva del ambiente de época, como privado del arquitecto de la
Nueva Rusia. Pushkin nos retrata a un emperador magnánimo, tolerante,
entusiasta con las cosas que llegan de Francia, pero consciente de su papel de
impulsor de la gran resurrección de su patria, que está, empero, rodeado de una
corte de boyardos, que intrigan entre sí. Debió de vivir el autor
intensamente la vida de los salones, puesto que mucho y bien conoce el carácter
femenino. En su afición a las modas, en su trivialidad mundana.
Con mirada de aguila parece intuir la debacle de lo
que se llama en occidente la “prensa rosa”, basada en el cotilleo y los
convencionalismos y los últimos romances cortesanos. Es pesimista acerca de la
mujer, siempre tan cambiante en cosas relacionadas con el afecto, y de una gran
capacidad para el disimulo. Pero esta misoginia no le impide decir que estas
cabecitas locas sean la sal y la pimienta de la vida. Sólo por amor merece
vivirse.
La acción se nos queda in medias res, cuando el moro
Ibrahim, un personaje que nos hace pensar en Otelo, regresa a Petesburgo y a
propuesta del propio zar pide la mano de la hija de un boyardo, en el cual
encuentra reticencias.¿Qué pasó de la condesa X? Al principio, llegan de París
cartas apasionadas, pero el gran incendio de pasión en esta relación adulterina
poco a poco se va enfriando, hasta no quedar ni siquiera rescoldos. La condesa
, y esto lo sabe a través de su amigo, Korsakov, encontró a otro.
Aborda, asimismo, con esa clarividencia del genio
para intuir problemas universales de monto, como es el de la paternidad
biológica. ¿Qué hacer si nuestra mujer da a luz un hijo negro ? Parece ser que
debió de haber sufrido esta tragedia el propio Pushkin, muerto en un
duelo por salir en defensa de su honra, una honra y un honor que, para
desgracia nuestra, emplazamos los hombres de la cintura para bajo, en las
partes menos nobles de nuestro cuerpo, a los treinta y ocho, sobre sus propias
carnes. Siendo él de raza bereber, estuvo relacionado con dos mujeres. Una le
dio una hija de color trigueña y la segunda - esta sí - parió ocho mestizos o
cuarterones, que llevaban la firma genética del padre. En el primero de
los casos, las dudas, conducentes a la irrisión, son flagrantemente
espantosas. Pero así es la condición humana.
No podemos cotejar este dato del todo, porque la
vida sentimental del autor fue siempre turbulenta, pero lo que sí se puede
garantizar que esa mezcla de razas y de colores en el tálamo nupcial fue el
problema de uno de sus abuelos. Hoy se habla de “melting pots”, de “limpieza
étnica” y del “juntos pero no revueltos”. La raza blanca, predominante en las
diferentes culturas que conocemos, ¿ está llamada a desaparecer?
Como procedente de origen africano al gran escritor
ruso no se le podía ir de las manos esta interrogante. Hay que decir que su
visión acerca de este contencioso de tanto momento no se parece al de ningún
autor eslavo. El enciclopédico ilustrado ya estaba dando las pautas del
acontecer en las relaciones inter étnicas. Es una pena que no le diera tiempo a
terminar esta novela, tan trabajada y pulida no solamente desde el punto de
vista literario, sino también histórico. Se documentó en un antepasado suyo, un
esclavo egipcio que manumitido por el zar fue enviado a Paris. Allí participa
en la guerra de Independencia de España al lado del invasor francés. Vive en
París una gran aventura con una dama noble. El marido nunca llegó a enterarse
de esa relación que dio su correspondiente fruto, pero la pericia de ayas y de
amas de cría hizo que se permutara al hijo del negro con otro de color huerito,
y aquí paz y después gloria. Regresa a Petrogrado, pero su nombramiento como
privado del monarca parece ser que despierta envidias y recelos entre los
boyardos. Ahí concluye la novela.
Si las novelas de Dostoievski son como
peregrinaciones al mundo del subconsciente, y de la misma manera que Gogol
fabrica esperpentos, o de la pluma de Gorky surgen salmos sin parar, y Chejov
compone sonatas, las obras de Pushkin asemejan oberturas, que conducen a la
gran sinfonía total. Su prosa y su poesía rezuman una magia iniciática, algo
inasible, que es música, pero también especulación profética. Su palabra se
cumple y es por esto por lo que sus escritos no han perdido lozanía y se
muestran vivos y palpitantes. Están de plena actualidad al cabo de dos siglos.
Esta preeminencia, en virtud de la cual los poetas gozan en cierto modo de la
sabiduría divina, avizorando el porvenir y los arcanos de la historia y de la
psicología humana, es algo que las musas reservan a unos pocos elegidos.
Él mismo debió de pertenecer a alguna sociedad
secreta. Esta filiación masónica sale a la palestra en otra extraña composición
corta, El Ataudero, una especie de danza de la muerte dieciochesca,
o sottie medieval, al estilo de François Villon, o de los
laberintos de fortuna de Juan de Mena, en el que el humor de un fabricante de
catafalcos, un oficio en el que no suele haber paro, triunfa sobre el macabro
espectáculo de los muertos resucitados. Este cuento sigue la linea fantástica
de la novela gótica. Adrián Pjorov es invitado a la fiesta por su vecino, un
zapatero alemán, por nombre Schultz. Al pobre fabricante de cajas le falla sólo
una cosa: su falta de sentido del humor, pero los muertos parece ser que gozan
de excelente salud y tienen buena memoria. Así el primer usuario de uno
de esos pijamas de madera que él fabricaba, un sargento de artillero al que
vendió un féretro de pino haciendolo pasar por uno de roble, acude a echarle en
cara su ingratitud.” Recuerdame: soy tu primer cliente. Me enterraste en 1799
en una caja de pino y me hiciste pagar una de roble. ¿Por qué lo hiciste,
Adrián Pojorov, bribón? Eres un bellaco”. Todos los muertos que se daban cita
en aquel corro secundaron las palabras del sargento, recriminaron
terminantemente al ebanista de la última manda su mala acción He
aquí que éste perdió su presencia de animo ante la demanda del sargento
Kirikuñin, su primer cliente, al que recordaba al cabo de tantos años. El
fabricante de ataúdes se siente confundido y humillado, para, al despertar,
darse cuenta de que todo no había sido más que una pesadilla que aquejaba al
buen artesano de últimas voluntades. Un sudor frío bañaba sus sienes.
Sucede con frecuencia: a veces la realidad supera a
la fantasía. Los muertos que nunca se quejan pueden rebelarse ante la avaricia,
la cólera y la crueldad de los vivos. Saldrán de sus sepulcros para zarandear
por la solapa a los asesinos y gritarles:
- ¿Por qué lo hiciste, hermano? Ningún mal te inferí
y tu viniste a derramar mi sangre inútilmente.
Es la eterna queja del justo Abel ante Caín, el
homicida.
Ojalá, voto a bríos, que ete desvarío onírico
que aqueja al personaje de Pushkin la tengan hoy en mente los gerifaltes
otanianos que están dando tanto trabajo a los enterradores de Belgrado, Kosovo
y Metopia, para que sus crímenes de lesa humanidad pesen sobre sus
conciencias. ¡ Así revienten los tiranos!
De ordinario, Pushkin escribe con un guiño pícaro en
los ojos para el lector, que refleja su gusto por la vida al tiempo que trata
de presentar una visión irónica del mundo. Al igual que Cervantes, al que imita
en su tolerancia y en su compasión, su objetivo no es la carcajada, sino la
sonrisa. Para reír a mandíbula batiente, hemos de acudir a Quevedo o a
Gogol. Entrambos ofrecen un inquietante paralelismo, que merecería el
interés de los especialistas en literatura comparada.
Sin embargo, reiteradas veces remonta el vuelo,
alzándose hacia las cimas proféticas del Aguila de Patmos. Los grandes
escritores no solamente saben definir el carácter de una raza o de un pueblo,
sino que también atisban su porvenir. Modulan estereotipos universales. Sus
hormas valen no solamente para un solo país sino para la humanidad entera.
En tal sentido, no deja de ser reconfortante a la
vez que misterioso releerlo en estos tiempos de guerra, cuando, con un
empecinamiento y tesón de pesadilla, los aviones otanianos martirizan
Yugoslavia. Hay que volver a inventar palabras en el diccionario, porque la
escena de la capital Serbia bajo las bombas recuerda el rostro
crucificado de Coventry. El coventrizar de 1941 se parangonan
con el “belgradizar” de esta ultima primavera del milenio, colofón de un siglo
cruel. ¿Se dieron cuenta ustedes que el fin de este siglo consta en sus siglas
de un 666 al revés? Hay funesto en el guarismo. Han llegado los apóstoles de la
cruz invertida. ¿Será esta la hora de las tinieblas que nos anticipó Jesucristo
en el Huerto de los Olivos?
El cuatrero Clinton asesorado por esa nueva
Semiramis de la venganza, que se llama Magdalena Albright, y el manso y
tornadizo Solana, con la asistencia de ese acólito con cara malvada, presente
en las comparecencias y ruedas de prensa, ya tan rodadas de Bruselas, que se
llama Jaime Shea, y al que yo llamo el chusquero de Dagengham, pues su acento
no puede ocultar que debió de nacer en Romford o en alguna ciudad dormitorio al
Este de Londres, nos asedian y entristecen con sus eufemismos y patrañas
sobre bombardeo filántropo, guerra humanitaria, escudos humanos, paz
armada, fuego amigo, solidaridad encarcelada, refugiados, que, como no son
personas sino cifras para un suma y sigue macabro o pretextos para cebar una
causa descabellada, y todo ese doble lenguaje anfibológico, lleno de
trampas y de añagazas, que, en boca de los aliados revalida los principios de
Goebbels, ministro de propaganda hitleriano, de que una mentira repetida mil
veces se convierte en dogma de fe, y que la maldad puede llegar a ser bondad
axiomática. Me abruma esa continua y descarada distorsión de los hechos
objetivos, y el cínico doble lenguaje de los esbirros de Yugoslavia.
A los que han violado el derecho de gentes, y
bombardean Prístina, la suerte de los kosovares, por la que dicen haberse
alzado en armas, les importa un ardite. Es a hundir Europa y a convertirla de
nuevo en campo de Agramante, mediante el enfrentamiento de Rusia y Alemania, a
lo que juegan. Su coartada es la idea de vengar a unos pocos turcos cuyos
fueros dicen haber sido conculcados por Belgrado. Pero el objetivo más allá: la
destrucción de Europa. Para ello han recurrido a la alquitara de las luchas
étnicas, los nacionalismos, la creación de un estado de tensión general que
degrade la convivencia entre las regiones. Hay mucho de alambique sociológico
de recetas preparadas de antemano por el Pentágono. Dentro de esa envoltura
triunfal se esconden muchos caramelos envenenados.
Los que exterminaron a todos los sioux y a los
apaches de América del Norte se alza ahora en campeones del mestizaje cultural
a través de un vocablo tan malsonante como apocalíptico: la limpieza étnica.
Que suena a detergente ,a camara de gas y a morgue. No pueden sosegar. Tienen
que estar todos los días poniendonos cadáveres sobre la mesa. La muerta está
servida, mi general Clark.
¿Nunca sabrán entender que Pushkin era un criollo y
fruto serondo de la cultura del mestizaje o fusión de razas, que ha sido
la característica del cristianismo ? Rusia y España, dos naciones acostumbradas
a vivir en la frontera, situadas frente al islam y frente al turco, y que
forjaron su destino mirando hacia la cordillera del Atlas o hacia el Caúcaso,
saben muy bien que esta es una cuestión delicada en la cual ciertos errores o
condescendencias se suelen pagar con alto costo de sangre. Sin embargo, los
hijos de Buffalo Bill se empeñan en balcanizar el Viejo Mundo.
Un antiguo refrán español enseña que conviene la armonía y que “hay que
vivir juntos pero no revueltos” y los españoles sabemos por excepción que el
musulmán no se integra y que trata de imponer su religión y sus costumbres
adonde quiera que va. Acaso de lo que se trata es no ya meramente de conseguir
que Europa sustituya los minaretes de las mezquitas por las espiras de las
catedrales góticas sino de tornar la cruz del revés.
Estamos a las puertas del siglo XXI en los preludios
de nuevas y terribles guerras religiosas.
¡Oh, Jimmy Shea, deja de atormentarme con tus frases
que son pedruscos, y tu retorica encendida, de una contundencia tabernaria ¡Oh,
William Clinton, macarra de Kansas City, en vez de hacer una guerra lo que en
realidad te convendría es una visita al urólogo! ¡Oh Magdalena, la del
culo en pompa, la nariz ganchuda, la pierna garrida y toda la saña del sanedrín
en la mirada, aunque digas haber venido al mundo en Checoeslovaquia, ya se te
pasó la edad de lucir escotes y pasearte por el Pentágono en minifalda, porque
nunca dejarás de ser una paleta de Praga, Mesalina insatisfecha, cruel,
ninfómana. No alces tu mano cainita contra la cara del pueblo serbio, que es
también pueblo de Dios, y que es también Israel, ¿oíste? Echate a temblar ante
el brazo del Todopoderoso. Te quedan pocos meses. Un cáncer te roe la matriz.
Dos pólipos enormes te están royendo las entrañas. Arriba se está preparando
para ti, ramera malvada, la hora de la venganza. Has de hacer penitencia.
A Solana ni lo miento, porque es el hombre
gris, el perrillo de aguas que ladra bajo las patas del dogo, manso, traidor,
tornadizo, una peligrosa insignificancia, cumbre de la ambición, y sobrino de
aquel eminente don de Oxford al que llamaban “tonto en siete idiomas”, pues su
tío abuelo, don Salvador de Madariaga, era la vera efigie de don Opas, un
verdadero judas a la hispana.
Ninguno de estos personajes de la trinca
infame, que golpea con nubes de fósforo y trilita, y suelta de las panzas de
los B52 cargas radiactivas sobre guarderías, manicomios, escuelas, hospitales e
incluso cárceles, o destruye los hermosos puentes sobre el Danubio, debe de
haber leído una novela tan impresionante, por el lenguaje, o las matizaciones
psicológicas sobre todo en lo que se refiere al corazón de la mujer ( y en él
late el corazón de los pueblos, aunque se diga que las damas no tengan bandera)
como Eugenio Oneguin. Los matones no leen. Sacuden, matan,
bombardean, pero creo que cometen un error de bulto al menoscabar a Rusia y a todo
lo ruso.
Tal vez estén hipotecando su propio futuro con tanta
jactancia, pero les convendría enfrascarse en la lectura de este gran escritor
que sólo vivió desde 1799 hasta 1837 y murió en un absurdo lance de honor.
Nacido tal día como hoy, un 26 de mayo, de hace dos siglos[6] pero que, pese a lo corto de sus
días ,vivió muy intensamente y su pluma y su mirada entendieron el mundo y
supieron calar hondo en los misterios de la condición humana.
Con no ser un escritor político, ni patriotero, es
la esencia del patriotismo, aunque para entenderle del todo quizás tenga que
ser ruso y habitar esa maravillosa lengua por él inventada y recreada, porque
fijó con la calidad de su estilo lo que hoy se considera ruso moderno. Bajo sus
auspicios llega a alcanzar una perfección homérica. Tampoco conviene dar de
lado al poder premonitorio de su escritura. La escritura pushkiniana está
trascendida de esa clarividencia, que debería llamar la atención de los
que pierden la piel del oso antes de cobrarla.
Mejor que nadie Nicolás Pushkin supo penetrar en el
enigma del alma eslava. Rusia es como una “matrioska”. Debajo de una figura se
esconde otra, y otra, y otra. Es el misterio de la Dama de Picas. Nunca se
llega al fondo. En Roslavlev, un cuento ambientado en las guerra
napoleónicas narra la historia de una jovencita afrancesada de Petesburgo
admiradora de todo lo europeo, que lleva una vida disipada de modas, saraos,
bailes y salones, amoríos. Sin embargo, cuando las tropas del general Bonaparte
entran en la capital, se apresta a la defensa contra el invasor gabacho -un
caso muy parecido al de Agustina de Aragón- y se enamora de oficial caído en
Borodino. Son los propios moscovitas los que prefieren la muerte en holocausto
antes que rendirse ante el sitiador extranjero y son ellos mismos los que pegan
fuego a su querida capital. La historia de Polina, que así se llama la heroína,
concluye con una advertencia profética sobre la capacidad de sacrificio del
pueblo moscovita, aparentemente indolente y derrotado, pero que, de repente,
espoleado por alguna causa exógena, se crece como enardecido y transformado por
la llama de un fuego sagrado:
“Es posible -dijo ella-que Sinecure tenga razón,
y que el incendio de Moscú sea obra de nuestras manos. En tal caso, yo me
enorgulleceré siempre de llamarme rusa.¡Todo el mundo quedará atónito ante la
magnitud del sacrificio! ¡Jamás Europa se atreverá ya a luchar con un pueblo
que se desgarra con sus propias manos e incendia su ciudad!”
El párrafo tiene una vigencia perentoria en el día
de hoy. Si volvemos la oración por pasiva, Moscú puede ser perfectamente mañana
lo que hoy es Belgrado. Las enseñanzas de esta pieza narrativa del vate
debieran de disuadir a los Napoleones y Hitler de turno a cualquier
despropósito o aventura militarista. Que se aten los machos, que se lo piensen
dos veces. Rusia posee un alma fuerte y robusta, y Rusia es Pushkin, un inmenso
Volga cuya navegación no encuentra confín. Se sabe depositaria del destino de
la humanidad, porque siempre fue guiada por un afán mesiánico y redentorista.
Sabe que la violencia y la fanfarronería no es más que un síntoma de debilidad
(los americanos se han dedicado a hacer la guerra y molerle las costillas al
prójimo porque son un pueblo sin apenas historia y con demasiados complejos y
tratan de disfrazar en matonería su flaqueza). Suelen actuar con nocturnidad y
alevosía, llevando la guerra siempre lejos de sus fronteras, para que no les
salpique la sangre de sus propias víctimas. Es la enseñanza que se saque del
análisis de su cobarde y maquiavélica conducta en las dos conflagraciones
mundiales del siglo que acaba. En esta de Yugoslavia parecen haber
cometido un error de bulto al precipitarse.
No convendría tampoco exasperar a Rusia, porque el
tigre en letargo puede despertarse y sus garras son poderosas y su casta
tan valiente que no vacilará en desgarrar su propia piel antes que entregarse.
El arte de la novela rusa, de la cual Pushkin es el
puntal señero, parece en desacuerdo con aquella teoría de que la literatura ha
de encauzar sus pasos por un trazado previsto, convencional y escéptico,
distanciado de su objetivo. Ha de ser la literatura mansa y subsidiaria del
poder, ora mediante el panegírico a los valores del sistema o mediante la
evasión, y, en último término, pesimista sobre la condición humana y su
futuro.
En los rusos, por el contrario, palpita un aliento
espiritual, profético, algo relacionado con el carisma divino y el Evangelio.
De ahí que autores como Pushkin, de escasa raigambre o convicción religiosa en
apariencia, resulten antenas señeras del pensamiento cristiano,
optimista, regocijado y lleno de alientos. No se propone en sus libros ser
mesiánico, y, sin embargo, nunca deja de serlo. Propone al mundo un programa de
salvación mediante la palabra.
Antonio Parra Galindo
23 de mayo de 1999
Escrito en Madrid, en homenaje al gran autor, con
motivo de cumplirse su bicentenario.
27 de mayo de 1999
Sr Doña Asia Safina, periodista y escritora, Radio
LA VOZ DE RUSIA, Moscú.
Muy estimada Asia:
Con motivo de celebrarse hoy dos siglos del orto del
gran Pushkin, me he atrevido a componer este ensayo, en el que abordo la figura
desde un ángulo personal. Es un capitulo de un libro sobre autores rusos, en el
que estoy enfrascado, y que espero pronto poder terminar.
No se si habréis recibido una carta que envié el 24
de marzo. De cualquier forma, esta guerra en Yugoslavia está siendo una pesadilla
para mí al igual que para muchos de nuestros compatriotas, que amamos la paz y
la tranquilidad. Rezo para que concluya pronto.
Su Santidad el patriarca Alexei ha definido esta
campaña como el deseo de unos pocos de “imponer su voluntad a muchos”. Esa
afirmación muy cierta es.
Convertir Belgrado en polígono de tiro y
alegar que se está defendiendo la vuelta a casa de los kosovares me parece,
amén de un atropello de la verdad y de la justicia, conculcando las normas de
convivencia internacional y el derecho de gentes, un acto monstruoso. Pido a
Cristo bendito que se acabe el sufrimiento de la mártir y admirada Yugoslavia.
Según expongo en mi humilde artículo sobre Pushkin,
sentí un estremecimiento interior cuando en una de sus obras analiza el
carácter heroico de los moscovitas, quienes , para derrotar al Corso, no
vacilaron en pegar fuego a su ciudad. De esta actitud numantina participa el
pueblo serbio. ¡Que Dios les proteja!
Son mis hermanos ortodoxos los que sufren el acoso
de la belicosidad y la tiranía arbitraria e hipócrita. Ellos no son los
agresores sino los agredidos.
Por lo demás, yo estoy mejor de salud, gracias a
Nuestra Señora, a la que he honrado todo este mes de mayo con el rezo del
rosario y el canto del “Akathistos”. Me impresionó mucho lo que me cuentas de
que un icono santo ahí llora lágrimas de mirra. Quizás nos encontremos en los
pródromos de la segunda Venida del Señor, pero de cierto no sabemos nada,
aunque estoy seguro de que los impíos serán castigados. También me conmovieron
unas imágenes que pasó nuestra televisión de un soldadito ruso caído en Kosovo.
Mostraron sus pertenencias personales y eran una imagen de la Virgen María y
otra de Cristo en que se leía “Cpasitely”. Quiera Nuestro Señor que la
sangre de este mártir sirva de abono de victoria de los que pelean contra la
injusticia y maldad.
Escucho vuestros programas todas las noches.
Quisiera felicitar a María Ivanova por su cumpleaños que cae el primero de
junio. Os deseo, paz, salud y alegría en medio de los tiempos tan poco
pacíficos, ensangrentados por la prepotencia, la amenaza y la desdicha, que nos
cercan. Y os envío un abrazo . Queden todos con Dios. Y confío que mi
colaboración, que os remito, sea de vuestro agrado. Gracias , hermana Asia, ya
sabes que oro con fe y esperanza por Rusia y por la salvación del mundo. Ojalá
que el duro corazón de los gerifaltes se ablande a la vista de tanto
sufrimiento. La injusticia de los que avasallan no podrá triunfar.
Vuestro afectísimo
Antonio Parra Galindo
7 de julio de 1999,
Dia de San Fermín
Asia Safina,
Redactora y coordinadora del programa MOSAICO,
Radio LA VOZ DE RUSIA
Moscú
Querida Asia Safina:
Muchísimas gracias por haber insertado algunos
párrafos de mi pobre homenaje al Gran Pushkin. Con sumo gozo escuché tu voz,
porque los viernes, ya desde hace unos cuantos años, siempre me habéis tenido
entre vuestros entusiastas escuchas. Este maravilloso invento que es la onda
corta, en la que el sonido es llevado por las alas del serafín, es algo que
Dios nos da para mantener comunicados a los seres humanos, sin diferencia de
razas, ni de color, de latitud o de idioma.
Os felicito a todos porque habéis hecho una gran
labor al servicio de la verdad y de la justicia durante esa pesadilla que ha
durado 72 días del ataque contra Yugoslavia. La multitud de cartas que han
inundado vuestra redacción demuestra que la mayor parte de la humanidad no está
por la labor de la guerra. Los que amamos la paz mucho nos hemos honrado con
vuestras audiciones. Una vez más, gracias Rusia, puesto que gracias a ella se
ha evitado estas semanas de atrás el estallido de una guerra nuclear.
Jeltsin, por el que este pobre pecador elevó sus
oraciones y pidió a Nuestro Señor que nos le conservara ya hace más de un
lustro( mis plegarias fueron atendidas y que Dios le guarde muchos años), se ha
portado como lo que es: un gigante político. Y lo mismo digo del admirable
canciller vuestro de Exteriores, Ivanov, que es un sabio y al que he admirado
desde que era embajador en Madrid. Ha demostrado su gran talla de estadista,
pues no ha actuado como un simple ministro de Exteriores que defiende los
intereses de su país , sino en nombre del globo terráqueo. Incluso la jugada de
meter a un contingente de paracaidistas rusos en Pristina antes que llegasen
los aliados ha sido un golpe de efecto maestro, que avala genialidad y
sabiduría casi divina. El bendito Arcángel Miguel inspiró esa movida, porque,
de lo contrario, humanamente es imposible. A veces Dios confunde a los
soberbios y exalta a los humildes. Los petulantes británicos se quedaron con un
palmo de narices.
Rusia ha sabido estar a la altura de lo que es: una
gran potencia de la paz.
Quizás estemos aun muy lejos de alcanzarla en los
Balkanes, quizás, mediante las insidias y las presiones, consigan derrocar a
Milosevic y poner allí a un “quisling” serbio.
Sin embargo, ello no es óbice para que yo siga
pensando que tanto Solana como Clinton y sus comparsas han cometido una torpeza
incalificable al violar el Derecho de Gentes.
El mundo, después de esto, tendrá que abrir los
ojos. Las masas, intoxicadas por la feroz propaganda, tendrán que aprender a
pensar por sí mismas.
Estos días cantaba yo muchas noches ante el icono de
San Nicolás y el del Santo Rostro, que gentilmente recibí de vuestra generosidad
el himno del Magnificat que brotó de los labios de la BOGORODITSA y
que reza así:
Magnificat anima me Domino. Et exultavit cor meum in
Deo Salutari meo. Quia respexit humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex hoc
beatem me dicent omnes generaciones. Quia fecit mihi marabilia qui potens est
et sanctum nomen ejus.
Misericordia ejus a progenie in progeniem timentibus
eum. Fecit potentiam ex brachio suo et dispersit superbos mente cordis
sui. Deposuit potentes de sede et exaltavit humiles. Esurientes implevit bonis
et divites dimissit inanes. Suscepit Israel puerum suum recordatus
misericardiae ejus. Sicut locutus est ad patres nostros, Abraham et
semina ejus in saecula.
1234567889. Perdonen mi
traducci_n al ruso.
Blagoslovie duscha maia Gospodii y moi tsertse
radiltsa na Bogy moi spasitlei. Potamusta On rasmatribal skromnosty rabia
sibiá. Bot cichas chto vcia pokolenia vznalsaia minia Bogodoritsa. Pottamys ta
delal na miñié zamechalnia dela. Costradanie yevó y va vieki vekov. On kriopki
i c ryko yevo delal cily i obratil po pobegy moguchie. On razryschal
visokomerniee i ponialsia scromniee. On pital golodix i otpravialtsa
kormivnniiee. Izrael poluchil sbin sebia potamuchto on vminial sostradanie
Bogy. Kak on obeschal naschami otschamy, Abraam i bcie pokolenia yevó.
Amin. ( He
intentado traducirlo al ruso, excusen las concordancias vizcaínas)
El versículo que dice “depuse a los poderosos de su
trono y exalté a los humildes” se ha cumplido por estos días.
¡Qué grande y que bueno es Dios, Asia Safina! Nunca
falta a su palabra. Por mucho que nos empeñemos los hombres en desbaratar
su obra, nunca irán las cosas más allá de lo que Él quiera. Nunca puede ser el
cuervo más negro que sus alas. Sirva esto de aviso para los impíos que alientan
la construcción de una nueva Torre de Babel. ¿No es esto a lo que aspira el
Nuevo Orden otaniano ?
Hágase su voluntad.
En este canto de la Santísima Virgen está condensado
todo la esencia mística de Israel de la que comulgo y me siento participe,
pues hay dos clases de elegidos, los que ven a Dios y los que luchan
contra Él. Humildemente, yo quisiera estar en el primer cupo de judíos, de los
que glorifican a Cristo. La humanidad no puede caminar de espaldas al Calvario
ni al Sinaí. Nunca renegaré tampoco de mi raza. Y es precisamente por eso, por
lo que a los ojos del vulgo soy un perdedor. Porque siempre denunciaré la
injusticia, porque me gusta la paz y el perdón de los santos de Israel. detesto
el odio y la revancha tanto como me veo en obligar de denunciar la iniquidad.
Creo que a la luz de esto comprenderás la cólera de mi anterior carta. Soy
incapaz de transigir con la prevaricación, y es que estas semanas de atrás vi
surgir la torvo rostro de la Bestia. Ahora ha vuelto a hundirlo, pero,
descuida, que volverá a levantarlo, el Ángel de Tinieblas odia a los Hijos de
la Luz.
En fin, entrañable señora, me huelgo mucho con poder
escribiros. He seguido los últimos mosaicos y su descripción de las lejanas
tierras del extremo oriente. Cuanto me gustaría poder visitar algún día en el
monasterio de Valaam. Tengo algunas grabaciones religiosas de aquella
comunidad, porque los monjes tienen un rito distinto y una forma de plegaria
especial, muy sentida y solemne.
Fue para mi una sorpresa conocer de tus orígenes
tártaros. Debe de ser por esto, por lo que eres tan entrañable, tan
cordial, y tan eximia amazona. Los calmucos es la raza que mejor monta a
caballo. Eso lo llevas tú en el torrente de la sangre. Habrás probado la leche
de yegua y sabrás hacer el” kfir”, secreto de la salud y de longevidad de
aquellos pueblos que están a la otra orilla del Volga. También mis
felicitaciones por tener un nietito de seis años. Nos vamos haciendo viejos,
Asia. Pero , que importa, el corazón sigue siendo joven.
Beso tus manos y deseo que haya paz en el mundo y
mucha salud y amor para todos. Es lo que os desea este oyente español.
Que el verano sea mejor que la primavera a causa de la funesta guerra que nos
ha sacado a todos un poco de quicio.
Vció Xaroshevo os desea Antonio Parra, entusiasta de
la Voz de Rusia
[1] “Animal
Farm “ ( La granja de los cerdos ) famosa novela antimarxista del britanico ,
George Orwell.
[2] No
es posible que dos pecados hagan de padre y madre de la virtud
[3]Fuera
de la Iglesia no hay salvación. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Con este lenguaje parabólico y místico de
Jesús algunos tratan de defender la prelación del dogma católico, anulando y
descalificando a todos aquellos que no piensen igual o tengan una versión y una
visión de Cristo diferente. aquí se palpa la frialdad de Roma, que utiliza un
lenguaje muy poco evangélico. Al fin y al cabo la tiara papal con la triple
corona estaba inspirada en el albogalero ( albus, blanco y galerus, bonete), un gorro sacerdotal con que oficiaban los sumos
pontifices etruscos.
[4] Se
calcula que durante la revolución de los “ cristeros “ perecieron en Mexico más
de un millón y medio de cristianos.
[5] Jacques de Molay, al morir, formuló una maldición
contra la dinastía de los Borbones. Su palabra profética llegó a cumplirse
sobre la cabeza de Luis XVI que rodó por la guillotina montada en la bastilla,
lo que antes era la sede del Temple
[6] El
26 de mayo del calendario gregoriano corresponde al 6 de junio del juliano, en
que los rusos conmemoran el natalicio del genial poeta.
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