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sábado, 7 de enero de 2023

 



Javier Castro Villacañas se ha ido, el cáncer se nos lo ha llevado al puesto que tiene allí. Hoy  su recuerdo arroja sobre mí las melancolías de su ausencia y el ejemplo de su valor, de su cordura y de su entereza, que no se disolvieron en el pozo de sufrimiento en el que el cáncer arroja a sus víctimas. En el trance final Javier les decía a sus médicos: “Sé que me muero. Sé que hay Otra Vida. He sido muy feliz en esta. Tranquilos”. Así se despidió Javier porque sabía que “si morir es menester se muere con un buen nombre, que más vale dejar de ser que dejar de ser un hombre”. En ningún momento su voz anunció lágrimas.

Conocí a Javier en la prehistoria de aquellos años en los que hacíamos la Revolución Pendiente a todas horas, todos los días, con más entusiasmo que fortuna, con más voluntad que acierto y con más fe que posibilismo, evidentemente. Ya entonces Javier era una rara avis entre los irremediables falangistas. Pues eso éramos, eso somos: irremediables. Tan rara avis era que fue al primero, y al único, al que vi cantar a mi vera el Cara al Sol con la mano sobre el corazón para pasmo y escándalo de los puristas, de los guardianes de las esencias que, paradojas de la Condición Humana, hoy están casi todos ellos en el PSOE, en el PP o en VOX, incluso en Podemos y en C,s, que de todo hay a la hora de buscar acomodo.

Aproveché su voz de actor de doblaje, su cultura y su talento para llevármelo a la entrañable Radio Intercontinental. En aquel locutorio en el que éramos una suerte de soviet azul, de Radio Pirenaica falangista, hicimos durante los años hegemónicos del felipismo, una tertulia (Punto de Vista) profética, en cuanto a estilo y contenido, en la que se decían cosas que hoy son moneda de curso legal en algunos Medios de Comunicación, pero que entonces, los mismos que hoy las sostienen haciéndolas suyas, nos condenaban públicamente al Tártaro del Fascismo. Otra paradoja de la Condición Humana. Especialmente del Homo Hispanicus.

Muchos años después nos reencontramos en los micrófonos de Decisión Radio y con el “Decíamos ayer” de Fray Luis de León nos saludamos, él a mí con la mano en el corazón y yo a él con el brazo en alto porque, tanto él como yo, somos irreductibles. Después, nos reíamos como sólo son capaces de hacerlo los hombres que nada esperan, los hombres que solo tienen razón. Nos reíamos de nosotros mismos porque Javier era lo que Nietzsche afirmaba: “La inteligencia del hombre se mide por las dosis de humor que es capaz de utilizar” . Por eso ha muerto como lo ha hecho: inteligente y sereno, bondadoso y valiente, sabiendo que marchaba a la Otra Vida, al puesto que tiene allí para cantarnos a los irreductibles el Cara al Sol con la mano en el corazón. Javier Castro Villacañas, ¡Presente!

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