MATEO ALEMÁN EL GUZMÁN
DE ALFARACHE
Tres “santas”
aparte de la “parienta” tuvieron bien amarrados a los españoles: la Santa Inquisición la Santa Hermandad y la Santa Cruzada. De la primera
mejor no hablar porque del Rey y de la inquisición chitón; de la Segunda “los mangas
verdes” que tuvieron a raya el bandolerismo anarquista que con frecuencia nos
aflige decía Mateo Alemán que era un cuerpo integrado por facinerosos. De los
mangas verdes tomaron la antorcha los hijos del Duque de Ahumada de los cuales
nadie en la España
moderna puede hablar mal y de la Santa
Cruzada es un equivalente a la SRI. Es el poder de la Iglesia “con la Iglesia hemos topado,
Sancho”. Somos el emblema de la catolicidad los que llevamos la cruz a otros mundos
pero una cosa es la fe y otra cosa es la política. Cristo redime pero las
curias con frecuencia atan. Es lícito al escritor católico formular ciertos
reparos al aparato eclesial sin merma de sus creencias cristianas. No se crean
que vayan a ir al cielo los que se bañan en pilas de agua bendita. Tampoco
estarán entre los justos los que mucho dicen Señor, Señor. Mando en plaza y
aquí no hay más que hablar. El Guzmán de Alfarache a nuestro juicio no es tan
lineal como sus antecesoras en el género de la briba y el vagabundaje. El autor
peca de la verbosidad característica del decir andaluz que es ingenioso en el
idioma hablado pero que en su traslado a la literatura pierde fuerza. Al autor
al faltarle la unidad porque escribió el libro no de recorrido sino a muchos
ratos perdidos (su novela contempla no pocas digresiones que la adornan pero
distraen al lector, pues son verdaderas novelas cortas insertas en las que
destaca el gran aparato paremiológico. Alemán debía conocer de a hecho todos
los refranes. Hay en el texto menos citas mitológicas que en el Lazarillo o en Cristóbal
de Villalón pero refleja las penalidades y agobios del trajín picaresco, el
hambre y los andrajos. Fue para no quebrantar la regla (el Arcipreste de Hita, Cervantes,
Quevedo, Espinel, Jerónimo de Alcalá) un español con poca fortuna que conocería
los malos tragos del infortunio la deshonra o la cárcel. Es un moralista y un filósofo
que pinta la vida valiéndose de la grandeza y de las prefundidas herramientas
del idioma castellano. Es también un asceta socarrón conformado con su
infortunio en sus andanzas por España, aceptando lo que el destino le depara: su
estadía en Sevilla, en Madrid, en Salamanca o en Italia. A la par de todo ello
dentro del género de la renacentista se abstiene de atacar gratuitamente a la Iglesia y a las costumbres
del clero, estamos ante el escritor más católico del arte de la briba. En todas
la aventura el personaje mejor tratado por Alemán y el que mejor trata al
guzmanillo es un monseñor de Roma príncipe de la Iglesia.
Nació don Mateo en
Sevilla el 28 de septiembre de 1547 hijo de un cirujano de la Cárcel Real, cristiano nuevo.
Se graduó en filosofía en Salamanca y luego Medicina carrera que dejó sin
acabar en Alcalá y fue allí a la vera del Henares por cuyas aguas cenagosas
discurría el venero genial de la lengua castellana donde aprendió su elocuencia
y se graduó en el arte de bien decir. En 1580 quiso pasar a Indias pero su
solicitud fue rechazada. Publica el Guzmán de Alfarache en 1598 en Madrid. Tres
años más tarde aparece una segunda edición de su libro firmada por un tal Juan
Martí valenciano. Tuvo buena acogida en sus cinco tomos pero la literatura no
le sacó de pobre y prácticamente se fue de este mundo en la miseria y el olvido
de la emigración.
Una biografía,
no obstante, de San Antonio de Padua le vuelve el escritor más popular en
Lisboa y allá que fue el sevillano. Se le pierde el rastro y no sale de sus
apuros; lo ganado con la pluma lo pignora en el juego, las mujeres y el vino.
Hacia 1609 sus biógrafos lo constatan en Sevilla donde se embarca para México. La
nao en la que viajaba fue asaltada por piratas ingleses que lo despluman a él y
su familia y tiran por la borda sus escritos. Había escrito la tercera parte
del Guzmán de Alfarache. Demasiadas desdichas que se plasman en el alma del artista
y están reflejadas en sus escritos cuajados de longanimidad, paciencia y humor
negro dentro de un estilo donoso a veces enrevesado y fluctuante que no puede
escapar a la sombra del pesimismo. Alemán predigistador de la palabra riza el
rizo. Es un malabarista de la frase rotunda. Con frecuencia parece que se le
enciende la sangre. Al igual que Lazarillo el Guzmanillo es hijo de la piedra o
de padre desconocido porque sus respectivas madres practicaban el oficio más
viejo del mundo. Un picaflor de las artes liberales va saltando de oficio en
oficio sirviendo a muchos amos. “En
Madrid fue la primera vez que vi a la necesidad su cara de hereje” pero la
contraria fortuna hace a los hombres avisados y prudentes. Ojo Pablo que asan
carne. Abre el ojo, estate atento, mira dónde pones pie. No dejes que te muelan la parva, Antoñito.
Guzmán era un
adolescente cuando se escapó de la casa de sus padres putativos para correr el
mundo; pasaba noches a la luna de Valencia o en algún pajar y se alimentaba del
pan y tocino que llevaba un fraile caritativo, pasado la Venta de Cardeña en
Despeñaperros, en el morral que se compadecía dél. Sirve a un cocinero celoso de
la plaza de Santo Domingo (no dejaba ni salir a misa a su mujer porque no le
vieran los hombres), comete pequeños hurtos y es despedido después de una
aventura nocturna en la cual se escuchan maullidos de gatos y sale la mujer del
amo desnuda la cual al parecer quiere seducirlo cuando la encuentra en la
escalera. Creyendo que se trataba del alma de un difunto la mujer se caga de
miedo, hay acontecimientos después “yo era aunque mozo hombre y ella la Venus desnuda”. La flojedad
del vientre a causa del miedo es un recurso al que acude el escritor en otra
notable ocasión cuando una noche en Genova estando en su posada se le acercan a
la cama unas carátulas y él creyendo que eran fantasmas excreta las sábanas
pero no eran fantasmas sino bujarrones de carne y hueso. Al guzmanillo lo
mantearon y no conformes con eso lo sodomizaron salvajemente aunque parece ser
que ya había perdido la virginidad con la cocinera. Nadie puede decir de esta
agua no beberé ni conocer la experiencia de montar en globo.
Como todos
robaban y sisaban yo aprendí a hacer lo mismo. “Andando entre lobos aprendí a
dar aullidos que la vida es breve, el arte larga, la experiencia engañosa y el
juicio difícil”, la frase está impregnada de senequismo y el guzmanico no para
de dar consejos sobre la vanidad de las cosas humanas, la falacia del amor
humano y la estupidez de la honra de sus compatriotas que se jactaban provenir
de la pata del Cid y tataranietos de don Pelayo cuando el abuelo a lo mejor
tenía colgada coroza del techo de la bóveda de la catedral de Toledo. Esta
mirada critica al orgullo racial que proyectan los conversos en sus libros no
es frecuente en ninguna de las literaturas europeas salvo en las obras de estos
cristianos nuevos quienes por ventura se muestran los más patriotas pechando
contra la hispanofobia allende nuestras fronteras. El antiespañolismo
equivaldría, mutatis mutandis, al antisemitismo hoy. Llamaban en Flandes, en
Italia y en Francia a los españoles “marranos”.
Los héroes son
antihéroes que no pueden asegurar quien fue su verdadero padre. Carcajada que
surge de las profundidades del alma isrealita. Don Mateo se burla de forma
despiadada de las ejecutorias de hidalguía y de esa alcurnia que en tanto
aprecio se tenía. La necesidad le llevó al vicio. La cava de don Rodrigo es una
cueva de ladrones. Pero a unos les ahorcan al primer hurto y otros mueren de
viejos, dichosos y respetables. Quizás, viéndolas venir, el guzmanillo por el
ojo de la cerradura del tiempo futuro vio, profeta, sentarse en el banquillo a
Roldán ese aragonés infame ministro del gobierno Felipe González, que cinco
siglos más tarde huiría con la caja de los huérfanos de la GC al extranjero; la cultura
del pelotazo de los Conde, de los Griñán, los Chávez, o las mohatras del
sindicalista asturiano Villa, los
gatuperios del Bono en el viejo reino de Toledo, o el caso Gurtel; los
maletines viajando a Suiza o a Andorra de los Pujol y otros prebostes
independentistas. Nuestra divisa en el ejercicio de la función pública tiene
mucho que ver con la bribática picaresca. Las yeguas andaluzas no han menester
garañón quedan preñadas por el céfiro un viento acostumbrado a meter la mano en
el cajón. Parlen otros del gobierno del mundo y sus monarquías, yo busco
guarida en mi castillo interior. Dejemos que nos machaquen las meninges todos
los días con el berbiquí de la comunicación: pleitos, debates, contiendas. Son costales
de malicia. Adonde dieran estos “no
quedará ni raso ni velloso” igual que ahora. Porque en Malagón en cada casa
un ladrón y en al del alcalde su hijo mayor. La España de la transición es
un calco desmañado, una opera bufa de la España imperial. Claro que aquella poseía mucho
más tronío y éramos una nación respetable por cuanto que ahora parecemos un
atajo de apátridas. Así que andando entre lobos hemos aprendido a ulular largo
y tendido. Los alacranes no muerden con la boca, hieren con la cola. Temed al
adulador y lisonjero.
Alemán se vuelve
gnómico y sentencioso, quiere que el lector escarmiente en cabeza ajena e
imbuido de moralina trata de mostrar las consecuencias de la inmoralidad para
su gobierno en tanto él guarda estos primores del idioma castellano en el
garniel de su repertorio léxico. Guzmán de Alfarache será insigne por la
riqueza del palabrero, un gozo de los sentidos, para los amantes de la palabra
en propiedad, la frase ingeniosa y la mejor aliñada sentencia. Esgrime sin
pretensiones los interiores maravillosos de nuestra lengua. En puro contraste
con el desinterés, la chabacanería y la pobreza idiomática en que crecen
nuestras generaciones en el siglo XXI. Hay que sufrir con paciencia las
injurias y aguantar los despechos de la voltaria diosa Fortuna.
Sale de Madrid,
después de “lo del cocinero y su señora” por la cuesta de la Vega y la bolsa bien repleta
de dineros entra solemne en el viejo reino de Toledo, deambula por Zocodover,
no hay calle que no pasee, ni triduo en el cual no aparezca, y, muy galán y peripuesto,
asiste a las misas de la iglesia mayor. Allí va a ser victima de del timo una
moza de partido que se hacía pasar por grande de España. En realidad se trataba
de una graciosa puta cordobesa que en connivencia con su rufián rapaba la
bolsas de los incautos, dando el pego de ser una respetable dama desposada con
un viejo que la gruñe. Así las cosas concierta una cita de noche en su casa con
el recién llegado a la Ciudad Imperial
que dice provenir de Toral la estirpe más linajuda de los godos. La treta está
bien urdida. A la media noche acabada la cena pican a la puerta. Ay que viene
mi marido. Escóndete en esa tinaja, etc. El tema está tomado del Decamerón. Son
las burlas del amor airado. El pobre Guzmán fue a por lana y vuelve trasquilado
y reconoce su error. “rieronse mucho
dello y más de mi poco entendimiento por fiar de moza de venta”. Regresa el
espectro de Maritornes. Aventuras amorosas que acaban en burlas. El que lejos
va a casar o va engañado o va a engañar.
Entonces el
sollastre de cocina se vuelve pícaro redomado y del mal el menos pero se
mantiene sereno y con la cabeza alerta. Detesta la embriaguez: “en el beber fui templado pues me parecía ver
a mis compañeros borrachos que privándose del sentido y razón de hombres
andaban enfermos, roncos, enfadosos de aliento y trato, los ojos encarnizados,
dando traspiés y reverencias, haciendo danzas con cascabeles en la cabeza,
echando contrapasos atrás y adelante siendo fiesta de muchachos risa del pueblo
y escarnio de todos”.
Si entra en
Toledo por la puerta de Bisagra sale por la del Cambrón. Toda la vida huyendo
de sí mismo, de sus amores sin provecho que acepta siempre el personaje con una
sonrisa. Se hace pasar por provenir de la casa de los grandes linajes leoneses,
los guzmanes. ¿Quién es ese caballero? Don Juan de Guzmán que viene de Toral de
los Guzmanes. Con estas prendas sienta plaza de soldado en Almagro y se une a
una bandera que partía para Italia. Por el camino hasta alcanzar el puerto de
Cartagena a la espera de la galera, no menguaron sus desventuras y no pudo
encomiar como Cervantes la vida libre de Roma sirviendo al Rey. No eran los
costales tales, ni oro todo lo que reluce. Si Erasmo, Villalón, Delicado Baeza,
Boscán y Garcilaso se hacen lenguas de las venturas de la Toscana a la cual dedican
sonetos, Alemán es tan cauto como Quevedo, que declara que por allá detestan a
los españoles. Maquiavelo pensaba que había que matarlos a todos y el papa
Alejandro VI —sostenella y no enmendalla— como buen baturro decía de los
tercios “donde sientan las posaderas estos cabrones no volverá a crecer la
hierba”. Por cierto no nos odiaban por ser españoles sino por ser un ejército
invasor. Y cuantas cabezas tantos pareceres. Los españoles de Bolonia eran unos
capigorristas mal encarados y perniciosos. Cuelgan por todas partes sambenitos
a nuestra espalda. A Francisco de Quevedo por poco lo matan los conspiradores
de Venecia. La mafia siciliana estaba haciendo acto de aparición. En Genova
detestable ciudad para el protagonista donde va a tener que soportar los
insultos y los golpes de los que le llaman marrano o perro judío español le van
a dar por el culo unos bellacos. El autor del Alfarache huele el poste y revela
las cartas. Pero Italia bien lo reconoce es otro mundo. Allí se le acabó la
bolsa y el capitán de la compañía que cuando gastaba y convidaba ponía al
personaje en un altar, agotado el fardel de los dineros y sin blanca lo miraba
con gesto de beber vinagre. Deja de ser don Juan de Guzmán para regresar a su
cargo de cocinero. Tardaron tres meses en venir las galeras y en este tiempo
guzmanillo gastó más de lo conveniente. Él mismo se arrepiente de su vana
prodigalidad por gastar su peculio en mesones y farras. Pero tendría que comer
pan de trastrigo; comerse la hogaza entera. En fin, que la vida es breve, el
arte largo, la experiencia engañosa y el juicio inseguro porque cuantas cabezas
tantos pareceres unos decían que sí y otros que no. Lo mantearon en Genova y
otras cosas que no se pueden decir por nefandas pero que el autor con una
sutilidad andaluza cuadra en los siguientes términos; “cerré la puerta no por lo que me pudieran hurtar sino por lo que, por
muchacho, pudiera suceder. Sus sospechas eran cabales porque a medianoche
volaron murciélagos disfrazados de fantasmas. A renglón seguido explica la
causa de por qué aborrecen a los españoles en toda Europa porque, aparte de
blasonarnos de provenir de la pata del Cid somos judíos (marranos) heterodoxos.
De más de eso somos demasiado orgullosos e intransigentes, lomienhiestos, dice:
que eres español y por nuestra soberbia
somos aborrecidos y malquistos. Esta razón la esgrime Vicente Espinel y se
repite en el Estebanillo y en toda la novela picaresca. Somos altaneros,
envidiosos y malos unos con los otros. Muy católicos pero de cristianismo poco.
Roma es la mejor
ciudad del mundo para la limosna. Guzmán se dedica a la mendicidad y dicta un código ético para triunfar como
pordiosero (pedir con voz afligida, simular heridas y muñones, ponerse a la
puerta de la iglesia lo más cerca posible de la pila de agua bendita, aprenderse
oraciones y recitarlas, nunca ejercer el oficio por bodegones y tabernas, echar
los ochavos a un sombrero, pedir con niño y que las mendigas den el pecho a un
niño en la vía publica que es treta certera para inspirar lastima aunque al
rorro previamente lo adormezcan con hierbas o no esté mamando leche sino vino, quedarse quedo de un pie como grulla, etc.)
Si no fuera tan
premioso como compendioso es el Lazarillo, el Guzmán en algunos de sus
capítulos sería el texto mejor logrado de la novela picaresca, la de mayor
trabazón y la más ecuánime y supero al Quijote. Unos crían la fama y otros
cardan la lana en este país. Las filias idólatras hacia la persona de Cervantes,
a mi juicio, sirvieron de comodín a los perezosos y aduladores bibliófobos.
Estadísticas recientes refieren que más de un ochenta por ciento de los hispanos
no leen un libro en todo el año y frecuentemente durante su vida. Pero hablando
del Quijote se les hace la boca agua. Esto veda muchos el acceso a autores tan eminentes
como Mateo Alemán y otros muchos de la gran galaxia, verdaderas constelaciones
que empiedran el firmamento del genio español cuya luz brilla mortecina pero
que por desgracia muchos desconocen, siendo para nosotros la luz que nos
alumbra. Son la luminaria no sobre el candelero sino sobre el celemín.
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