CINCO SIGLOS DEL DIOSCÓRIDES
La farmacopea y la botánica tienen en el
Segoviense a uno de sus epígonos. Esta obra de un sabio griego fue publicada
por primera en parís en 1516. Dos años más tarde en 1518 y casi al mismo tiempo
que la biblia políglota se imprime versión latina en Alcalá bajo la dirección
de Nebrija que estaba encargado de la cátedra de botánica junto con la de
retórica bajo el título de lexicón de medicamentos, pero el primero que lleva a
cabo una versión castellana del celebre tratado fue Andrés Laguna trasladándolo
del griego y abordando materias ya contempladas por Galeno, Plinio, Lineo y
Aristóteles. Y otras hierbas. Todas las hierbas. Salpicón de electuarios,
fórmulas mágicas, venenos y contravenenos, polvos mágicos como el cuerno de
rinoceronte que todavía buscan y cazan en partes del África para afianzar la
genética. El axioma es que a todo mal físico sigue un remedio en el reino
vegetal, mineral o animal. En el herbolario existe la propiedad de un antídoto.
La ciencia estriba en conocer su cualidad operativa y aplicarla al enfermo.
Se trata principio rudimentario de la
medicina cuando todavía no era inventada la física ni la química y mucho menos
los rayos X.
Escrito en un castellano claro y elegante
con mucha chispa y ese interés que atrapa, el cual recuerda por su elocuencia
al Lazarillo al Viaje Turco o al Crotalón, nada farragoso y castizo que se lee
con interés a cinco siglos de haber salido a la luz el Dioscorides, consta de
un prologo o epístola nuncupatoria que maravilló a los toscos prácticos en
medicina de aquel entonces y que aporta observaciones interesantes como por
ejemplo cuando dice que el veneno de las víboras solo mata por inoculación pero
es inocuo por vía oral… un gato que come almendras amargas revienta al poco, y
lo mismo le ocurre a raposo… la cicuta mata al hombre pero hace revivir al
estornino y otras muchas cosas peculiares que pueden resultar algo gracioso o
sonar a superchería al hombre moderno pero
reveladoras de la gran pasión de este hombre por las plantas oficinales,
sus experimentos, cocciones, alambiques y recetas.
El Dioscórides de Laguna se publicó en
Amberes en la imprenta de Juan Latio en septiembre de 1555, utilizando como
pauta de referencia los postulados complutenses de Antonio de Nebrija y otros
galenos famosos de su tiempo en su mayor parte de origen hebreo. Papas reyes y
emperadores cuando enferman piden ser atendidos por facultativos judíos. Laguna,
aunque de origen converso se sentía profundamente católico. Ende más, a causa
de sus convicciones cristianas tuvo un enfrentamiento con su maestro, el
portugués Amato, un físico que impartía lecciones de Anatomía en Salamanca.
Maestre Amato desde le púlpito hizo una defensa apasionada de
No
puede decirse del Dioscorides en sus tratamientos, diagnósticos quirúrgicos bestiales
(a su autor le disgustaba la cirugía y prefería ser tenido por médico de
cabecera) —cuando los cirujanos cortaban piernas y brazos a lo vivo— posean más
vigencia que la curiosidad y la rareza, pero las apuntaciones tomadas del
natural de su autor resultan interesantes. Y son base de aportación a
¿Quién dijo que nunca hubo ciencia española?
El fuerte de Laguna es la farmacopea.
Toda su vida se la pasó, estando ya en Paris ya en Londres en Metz o en Flandes
o los alrededores de las ciudades por él visitadas cosechando plantas
curativas. Conocía las propiedades de cada una. De chico iba a por moras a
Tejadilla, que es un barbecho a las afueras de Segovia, lo cuenta en
Su obra la empezó en Roma en 1554 y la
completó en Amberes al año siguiente dedicándosela al príncipe de Asturias, Felipe
II, fecha de su publicación, nos dice su biógrafo Teofilo Hernando
Los flagelos de aquella sociedad al final
de la edad media y a las puertas del Renacimiento eran el hambre, la guerra y
la peste bubónica que empezaba por una hinchazón en la ingle, fiebres altas y
al hoyo a los pocos días.
Luego vendría la sífilis que Laguna no
considera mal francés sino una importación ultramarina. “La portaban unas
mujeres de acarreo, indias, que trajo en su barco Colón”.
Prescribe como tratamiento antiluético el
palo santo, la quinina y el mercurio y los baños de vapor. Al hospital de Antón
Martín regentado por los frailes de san Juan de Dios lo llamaban el hospital de
la sabana blanca.
Se arrollaba el cuerpo de los pacientes en
un lienzo recalentado con vapor y se les hacía sudar. Las lues no remitían con
facilidad porque “¡la buba es muy tenaz y refractaria!" Así lo expresa en
un verso Cristóbal de Castillejo ex cisterciense y soldado del emperador al que
le pegó las purgaciones su novia vienesa:
“Mira que estoy encerrado
En una estufa metido
De amores arrepentido
De los tuyos confiado”
El autor de
Como afrodisíacos Laguna recomienda el
bedelio, la hierbabuena, los mejillones, los huevos, la hiel de diversos
animales, del gallo, en todo caso; el
cuerno de rinoceronte que despierta la virtud genital y es bueno para los
holgazanes y desganados en punto al sexo. La eselaria o diente de león con
sus propiedades oclusivas serviría para componer virginidades perdidas (esta
oración la tachó la censura) en tiempo de Laguna la ciencia y la religión no
podían evadirse del fantasma de la fantasía y de la superstición. Muchos
autores del siglo de Oro se burlan de los galenos “compadres de la sepultura
abierta” les refiere Quevedo y Góngora: “buena orina buen color y cuatro higas
al doctor”. La ruda es compañera de viaje de hechiceras y alcahuetas. Pero
Laguna que también fue sacerdote y filosofo de lo que se ufana es de haber
llegado en la vida a ser un buen médico de
orina y pulso.
Su libro causó impacto y se registran
muchas ediciones en toda Europa; era el libro de cabecera de los galenos y los
boticarios.
Felipe II debió de ser un gran lector del
Dioscorides porque fue un rey ecológico que lleno España de parques naturales
(Escorial Valsaín Aranjuez, el Pardo) también conocía las hierbas oficinales el
ínclito Rey Prudente.
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