LÚCULO NUEVO SIBARITISMO
Andan los espías vaticanos mordiendo nuestros calcaños
mientras la sociedad se entrega a los sibaritismos refinados de la nueva cocina
y a mí lo que me gusta es el pote pues no soy un afrancesado como Larra al que
en tiempos de Franco se agarraban los periodistas clavo ardiendo y
wishfulthinking. Larra era un mediocre escribía mal con pluma envenenada y
acabó como acabó como acabó el pistoletazo de la calle Santa Clara. Estamos un
poco tristes con lo de la bomba en Londres y los del telediario se ponen
trágicos mejor leer hundirse en las páginas del Satiricón para narrar los cien
platos que se metieron entre pecho aquellos romanos de triclinio y vomitorio
que se dejaban tocar la lira por los embasicetas pues la mariconería en Roma
era signo de refinamiento. El plato preferido era el jabalí que se condimentaba
de mil maneras POR los guisanderos de corte. El indefectible aper o jabalí de aquellas comilonas que
duraban dos días con sus noches. Comer hasta reventar y la del pobre antes
reventar que sobre. Cigüeñas, golondrinas, tencas de rana, testículos de
rinoceronte. La matriz de la cerda virgen era manjar refinado como afrodisiaco
todo regado con vino de Salerno. Los romanos tenían la fea costumbre heredada
de los griegos de aguar el vino y algunos comensales necesitaban un cántaro
para mitigar los ardores del garum salado, un plato de pescado típico parecido
al bacalao y al curadillo. La ideología de aquellas altas clases sociales que banqueteaban
entre efebos y meretrices con grandes cenas que derivaban en bacanal bien se
expresa en el Satiricón:
Ay pobres de nosotros tristes mortales que nada somos y en polvo acabaremos.
Vivamos, pues, en tanto
que Aqueronte se demore
Para llevarnos al Orco
Este sentido de la existencia parece trasladarse al día de
hoy. La aspiración a la trascendencia choca con lo intranscendente de nuestro
vivir aunque no nos vendría mal un poco de paganismo para curar el ego violento
de la intolerancia fanática de cuantos se creen en posesión de la verdad.
Nada está escrito, hermanos. Nadie tiene la última palabra.
Releer al epicúreo Petronio no vendría mal en medio de tanto desmelene, por más que “de quid
nimis”; todo con moderación. A Larra ha tiempo que lo desterré de mis
libros de cabecera. Lo tengo por ñoño y desfasado mal que le pese a algún que
otro autor áulico y bastante abúlico.
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