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jueves, 27 de enero de 2022

 

ADIAFORÍA JESUÍTICA. A SAN IGNACIO DE LOYOLA ME ENCOMIENDO


Antonio Parra


Adioforía (indiferencia ante lo que importa y deja de importar recuerda que todo pasa y sólo Dios es inmutable). La palabra utilizada por los místicos orientales como vía de purificación, que cuadra mi estado de ánimo es esa. Una indiferencia ante lo que suceda. Me da igual subir que bajar a sabiendas de que todo es aleatorio. Días de San Juan días largos y noches cortas. Sigo con mis hégiras espirituales hacia Toledo. Porque el que no se arriesga no pasa la mar. Tampoco el Tajo el río que he visto yo nacer aguas molineras de la Alcarria (Cela el hombre con su macuto y España al hombro metido en la escarcela, ay qué ver, pueden mucho más las palabras que los filos de la espada, y morir en Lisboa como un encopetado y amplio hidalgo henchido de petulancia y de saudade lusitana. No somos nadie pero Toledo sigue ahí lazando su aguja señera en lo alto del cotarro y allí estaba la casa desolada de lo que fue Colegio imperial puertas cerradas a cal y canto. Mi tirocinio que fue. La última vez que estuve en una de esas profundas crisis espirituales, la del 72 fue morrocotuda, había llegado yo de Inglaterra mi vida y mi matrimonio desarbolados como una naufrago de la Invencible; con un padre guía de aquel convento hice mi confesión vaciando el saco pero aquello no me serviría mucho en su admonición auricular pues las tinieblas de la noche oscura siguieron por bastante tiempo. Aguardaba un largo tiempo de sequía mística de dudas y vacilaciones sobre el ser y sobre el estar. ¿Qué coño hacemos aquí? ¿Quién nos trujo? A todas estas interrogantes vitales que dan respuesta sin pestañear los textos algo amorfos y desangelados de los Ejercicios – El de Loyola nunca se sintió escritor- no sabía qué responder yo. La existencia se me hacía muy cuesta arriba. “El hombre ha nacido para servir y dar gloria a Dios”. Cierto. Eso queda muy bonito sobre el papel pero áteme esa mosca por el rabo. Pura utopía. De adolescente creía yo en esa máxima pero a medida que la cotidianidad me cutió el rostro y las costillas con su látigo, crédulo de mí, pobre de mí, he ido perdiendo fuelle.

De todas suertes cerraron y vencieron aquella casa y los libros pignorados de su gran biblioteca los he visto yo por algún tenderete de Moyano. De estas suertes, así pasa la gloria del mundo y también la compañía no atraviesa tampoco por un momento boyante. Sin embargo, el legado que nos dejara san Ignacio es eterno. Estoy seguro de que la Compañía volverá por donde solía.

Lo mismo que el seminario de Segovia con su iglesia herreriana un lujo de la visión tapiada a cal y canto convertido en un geriátrico de sacerdotes jubilados. Nos quedamos sin curas. Se está cumpliendo una corazonada que tuve yo por aquellos días. Ignacio de Loyola no tuvo en su fe nunca problemas de bragueta pero el celibato causa sine qua puede acabar con este invento. Fue este monumento segoviano una de las primeras casas de la Compañía y al igual que la de Arévalo hoy en ruinas o el Máximo comillense con el que no saben que hacer y del que ya les he hablado.

Mustio collado. Mis ruinas de la Itálica. Pero estos bardales aun ejercen sobre mi ánimo una corriente de energía a gran voltaje. “Siempre serás un jesuita”. Escucho esta frase del padre maestro entre zozobras y toda mi vida fue un conato de encararme con la realidad. Busqué subterfugios. Pero ahí estaba siempre san Ignacio con su rictus enigmático. En el cuadro que se conserva tiene una sonrisa de Gioconda que ha encandilado a sus blasfemos detractores. A otros, los que hemos crecido al socaire de sus máximas y guías, nos parece la sonrisa de un loco de Cristo que en vida se sintió fracasado pero que murió lleno de esperanza de la victoria final. Las claves del reino. Los poderes terrenales que un buen jesuita por su contemptus mundi o desprecio del mundo que es como un sexto voto. Pero que sabe aprovechar en virtud de la norma del “en tanto en cuanto”.

El secreto de esta idiosincrasia espiritual es que exige a sus postulantes obediencia de cadáver mientras permite hacer a cada uno lo que le dé la gana por el bien de la Iglesia et ad maiorem Dei gloriam. Cierto que fue un vasco algo cerrado de mollera pero se sintió español por los cuatro costados. La Compañía fue un puntal sobre el que descansa el poderío y la magnificencia del Siglo de Oro. Los jesuitas campeones de la fe romana causa de nuestro triunfo y de nuestro espíritu quijotesco y acaso de nuestra decadencia. España es un despilfarro y la S.I lo mismo digo. Todo un lujo, un derroche espiritual españoleando por el mundo y siempre en las primeras avanzadas de la Iglesia.

Ese es el secreto de un planteamiento disciplinario diferente. El nombre del Rey tatuado en nuestra carne de igual manera que los centuriones romanos grababan en su piel a sangre y fuego el nombre del emperador. Aquellos períodos de mi vida en que abjuré de este recordatorio fueron los más tenebrosos. Tú siempre serás un jesuita, Parrita. Con todo lo que eso implica: desentendimiento de las cosas del siglo, cierta altivez intelectual que te hace mirar pues tú eres un lancero bengalí un húsar uno de la elite contra la clerigalla ramplona. Ese afán de conocer y de aprender. Ese estar en el mundo y jugar a la no presencia pues no se olvide que la profesión hace del jesuita un monje. Ese desorden dentro de un orden. Se suprimió el coro y los padres descubrieron que el mundo es un ara viviente. El gozo de la oración mental. Misas en tu torre de marfil.

Nuestra piedra fundacional fue el combate contra los enemigos de Cristo. En su viaje a Palestina fracasó en su intento de tornar a la religión a los judíos y los franciscanos lo echaron a patadas. El espíritu de Francisco paz y bien con sus Florecillas espirituales y blandura italiana poco tienen que ver con el abroquelado y realista mensaje de los Ejercicios. Iñaqui todo un vasco pero un españolazo. Fundó una hueste que sigue peleando por el mundo y ganando batallas – estas victorias no se ven pero ahí están- y ya sabía que el mayor enemigo de la Iglesia eran los judíos. En Jerusalén donde lo desterraron y tomaron por demente tuvo esa visión. Cristo se le apareció en Compostela y en Manresa tuvo aquella visión que transformó el mundo. Con respecto al islam cabe remitirnos a aquella anécdota con el moro a las puertas del Pilar. El alauita se burló de la virginidad de la Virgen María y el de Azpeitia se puso a jurar si no en hebreo que no sabía sí en vascuence que era su lengua cunera. Te vas a tragar lo que has dicho, bocazas. Pero el santo era taciturno como buen éusquero no dijo nada y allá adelante le vinieron pujos de corregir la osadía temeraria. Se echó mano al cinto pero se dio cuenta de que ya no llevaba espada ni puñal ni cinto sólo una cuerda de pobre vergonzante para sujetar los pantalones debajo la sotana.

Sus armas de lansquenete – todela broquel espeuelas y adarga- había ofrendado a la Virgen en la gruta de Montserrat la noche en que recibió el toque de varas de la conversión. De todas formas, muy quijotesco, el gesto preso de ira, volvió grupas. A ese maldito moro le corto yo la cabeza. Pero este había desaparecido en un empalme de los caminos. Para donde tire mi mula, dijo. Y los hados le llevaron por el camino opuesto al del mahometano esto es hacia la santidad. Había muerto el hombre viejo, aquel que se había batido dos veces una en Olmedo y otra en Arévalo en un torneo por un quítame allá esas pajas. Por la ofensa a una señora que él consideraba su dama y había nacido el nuevo. El de los pies desnudos, la vestimenta de saco y el cordel vergonzante a la cintura con un atadijo de andarríos a la espalda, peregrino de Xto. Toma tu cruz y sígueme. No respondas a la ofensa con otra provocación. Mitte gladium in vaginam (envaina tu espada; el que a hierro mata a hierro muere. Y mira los pajarillos del campo no acaparan en la troje. El Padre Celeste cuida dellos). Desde entonces, evangelio puro y duro. Ignacio se va a convertir en lo que los místicos rusos llaman un “yurodivi”, un majara perdido del estigma de la cruz y de la lanzada en el costado.

Nada de iras ni violencias ni respetos humanos. Estamos todos en manos del Señor. Al pie de la cruz. Él proveerá. Cuando me olvidé de mi patrono me hice más carnal y sarcino, menos reflexivo, dejé las prácticas religiosas y dejé de rezar el anima Christi tras la comunión esto es dejé de comulgar del todo. Nada de suspensio mentis ni de pensum. Mi rebeldía contra el mundo se volvió estéril cuando precisamente es esa rebeldía profética ignaciana la que hoy nos vivifica. También los jesuitas parecen haber perdido el rumbo e inclinado sus estandartes pero esto no es más que un espejismo. La orden del Prepósito o Papa Negro por decirlo de algún modo regresará al palenque; son los húsares del obispo de Roma. Omnia mutantur; Christus imanet (todo cambia, Cristo permanece). Desde esa premisa se entiende perfectamente la mentalidad jesuítica de indiferencia espiritual y de adiaforia mística. Es el suspensio mentis. Cada vez que la he practicado me he sentido mejor incluso hasta físicamente, alejados de golpe y porrazo los escrúpulos, y ha sido el remedio ignaciano un bálsamo a la desesperación que de vez en cuanto me acomete. El Iñaqui- le denominamos así cariñosamente los enamorados de este vasco indomable que hablaba el italiano con acento español adobándolo de concordancias vizcaínas- ya se lo empezó a susurrar a la oreja a su compañero de cuarto, Javier de Navarra, en el colegio Montagu de Paris:

-De qué te sirve, amigo, ganar el mundo si al fin pierdes tu alma.

Y su tozudez hizo mella porque ganó para la causa a aquel petulante navarrico que aspiraba a una cátedra en La Sorbona en busca del imperio por el dominio de sí mismo, la negación de los instintos, la doma de tu voluntad, hacia Dios. Su paisano le miraba con sus ojillos achispados alegres del vinillo que mandaba tomar con moderación en los conventos de la orden. Debió de ser un vasco muy simpático tan candoroso como jovial. Rivadeneira en el colegio de Roma iba detrás dél haciendo momos e imitando la cojera del santo. Quien desde lo del arcabuzazo de Pamplona tuvo que caminar con la pata chula a rastras. Él que era tan presumido y mirado para eso de la apostura cuando le mostraron la herida y después de dos operaciones que fueron un martirio chino se llevó las manos a la cabeza no por la herida en sí sino porque ya no podría bailar zorzicos ni lucir botas de caña alta él al que tanto le gustaban los saraos las fiestas paganas y las grandes cenas que diera en su palacio de Arévalo la esposa del Rey Fernando ¿Fue esta reina francesa verdaderamente su amante? ¿Es cierto que le diera calabazas a este caballero andante de Azpeita al capitán bajo las banderas del Duque de Nájera y más tarde de las de Cristo?

Gutierre de Montalvo era precisamente arevalense y por aquellos días había dado a la estampa el Amadis de Gaula. Sin esta obra quijotesca no se entiende tampoco la espiritualidad ignaciana tan española, tan vasca. La decepción amorosa debió de dolerle más que el tiro en el peroné. ¿Y de qué aprovecha al hombre ganar el mundo si al fin pierde su alma? El quid de la cuestión. Iñaqui fue un fracasado de la vida. Un amante despechado y un soldado derrotado. Luego fue vagabundo, peregrino, un loco de cristo. Cuando entró en Paris los gamines vinieron detrás de él haciéndole burla. Iba en harapos y en Alcalá lo tomaron por un veterano de los tercios que andaba un poco sonado. La inquisición al acecho tuvo que tomar el olivo. Le encierran en Alcalá y le acantean en Salamanca. Marcha a Paris donde no se le dispensa buen recibimiento. Y en Jerusalén ya lo meos dicho lo echan a patadas. Demasiado radical. Era un perdedor pero a veces Dios labra la fábrica de sus edificios con las piedras rechazadas. Fundó un cuerpo de elite una iglesia dentro de la iglesia para impugnar a los Protestantes. Lutero, un hijo de la Bestia, un monje demasiado pagado de sí mismo rebeldía satánica. Detrás de sus 99 –que pudieron ser 999 los mismos puntos que tiene un vademécum para el asalto al poder económico y espiritual y de cuyo nombre no quiero acordarme pues es el numero un infame de la bestia o 666 al revés) tesis clavadas a la puerta de la catedral de Wittemberg estaban los dineros judíos. Posteriormente las logias iban a tener a la Compañía de Jesús en su punto de mira. ¡Dios como nos odian! ¡Cuánto nos han calumniado! Sin embargo los pabellones de la cruz prosiguen ondeando al viento. Corazón Santo tú reinarás. Compañía a formar y apóstol de la iglesia préstanos tu favor. En fin todo aquello que cantábamos por aquellos inviernos. Fue el instituto que encarnó los principios de catolicidad y de universalidad que conforman el ser del imperio español. Curiosamente los primeros valedores que tuvo el santo en el comienzo de su anábasis espiritual fueron catalanes: el lectoral de la catedral de Barcelona Antonio Pujol y dos buenas mujeres Isabel de Roser e Inés Pascual a las que escribe desde Tierra Santa algunas cartas.

En aquel viaje, curiosa anécdota Ignacio de Loyola para visitar el Monte de los Olivos soborna a los guardianes turcos con una bolsa de dinero. El fin justifica los medios máxima maquiavélica puesta en juego por el fundador de la Sociedad de Jesús. Por la causa de Cristo y la gloria de la Iglesia un buen jesuita sería capaz de pactar con el mismo diantre. Son gente de espiritualidad práctica, muy positiva y que siempre busca el rendimiento. Así consiguieron ser los mejores educadores que tuvo Europa durante dos siglos. El control de las elites sí señor pero también el trabajo con los niños pobres de Calcuta del P. Ferrer para mí un paradigma del espíritu ignaciano moderno. Pero a diferencia del Opus Dei los jesuitas huyen de regencias y poder. Un artículo de las Constituciones prohíbe a sus miembros ser obispos y gozar de prelaturas personales.

Y en el Monte de la Ascensión estuvo varias días estudiando la roca donde dice la tradición que Cristo subió a la Gloria para ver si quedaron huellas o improntas en la piedra señalada. No encontró nada. Son embargo quería servir cerca del Santo sepulcro y los franciscanos y los griegos lo echaron a patadas. Generalmente las peregrinaciones a Jerusalén resultan problemáticas. Los romeros ven los abusos y disputas entre las diferentes religiones cristianas y se vuelven compungidos. En el caso de Ignacio sólo sirvió para aumentar la fe. Pero regresó a España más pobre que nunca y allí mediante la recomendación de un hermano suyo sacerdote obtuvo la recomendación para ir a estudiar humanidades en Alcalá recién fundada por Cisneros. Allí entra en contacto con grupos de alumbrados y le toman por un iluminado. San Ignacio fue un perdedor. Bajito, cojo, poquita cosa. Su acento vizcaíno suscitaba mofas. Fue un verdadero milagro el que llegara a convertirse en uno de los grandes fundadores de la SRI. Sus primeras constituciones datan de aquella misa que se celebró en Paris unos cuantos clérigos españoles junto a un portugués y un italiano el dia de la Asunción de 1534. Por eso porque representa el cumplimiento de la palabra del grano de mostaza, de lo grande en lo pequeño y por otras cosas personales que obvio san Ignacio de Loyola es santo de mi devoción. Al fin hicimos las paces. Ad majorem Dei gloriam.

30/06/2006

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