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miércoles, 7 de febrero de 2018

Derecho a ofender

CRISTINA FANJUL
06/02/2018

Hay una tendencia en el mundo según la cual ya no se puede ofender. El sentido del humor se ha convertido en un arma dialéctica complicada y somos muchos los que vemos con asombro que incluso el Código Penal se inmiscuye en escenas que no hace mucho quedaban en el terreno de la simple indignación personal. Puede que sea la manía de legislar todo, la certeza de que esta sociedad (la occidental) camina de manera decidida hacia la pubertad, la que nos lleva a mostrar horror ante situaciones que antes ni siquiera considerábamos. Dice Art Spiegelman, el autor de Maus, que todo el mundo tiene derecho a ser idiota. Ponía como ejemplo el concurso que convoca Irán y que premia los mejores cómics que niegan el holocausto. «Yo participo todos los años», aseguraba. Negar el derecho a ofender, amenazar con la cárcel a quien lo practique es ir contra el arte, contra la cultura, contra la esencia misma de la humanidad, contra la dialéctica, contra la evolución. Creemos que hemos llegado a un punto en el que la historia no puede seguir avanzando y, sin embargo, somos nosotros los que retrocedemos cada vez que alguien acude a un tribunal para defenderse de la carcajada. La ironía, incluso el mal gusto, no tiene por qué importunarnos a no ser que sepamos que el otro tiene razón. El bacilo del puritanismo se expande como la peste. No hace diferencias. Hay mojigatos de todo pelaje y color porque esta nueva corriente de pensamiento es transversal y se contagia por igual. Así que hemos llegado a un punto en el que cualquier cosa nos importuna, cualquier comentario nos agrede, todo nos hiere y, en lugar de tratar de castigar con la indiferencia o incrementar el valor de la elocuencia, decidimos prohibir, castigar, instaurar una venganza punitiva que solo lleva a empobrecer el debate, a desterrar la sofisticación cultural, a instaurar el miedo a hablar. Nos aventuramos a un mundo que ha eliminado del debate determinadas corrientes de pensamiento que declara poco estéticas o, directamente, inmorales. Es la dictadura perfecta. Cada uno lleva una stasi dentro de sí. Se acabó la ilustración.

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