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domingo, 13 de junio de 2021

PALACIO VALDÉS Y LA PESCA EN CUDILLERO UN HOMENAJE A QUIEN CONSIDERO MI PADRE LITERARIO

PALACIO VALDÉS DESTAZÓ EL ALMA DE CUDILLERO EN UNA NOVELA: “JOSÉ”

 

 

“Si venís algún día a la provincia de Asturias — así arranca su novela Armando Palacio Valdés su libro José— no os vayáis sin pasaros por Rodillero. Es el pueblo más singular y extraño del principado, ya que no el más hermoso… confieso que no es gentil pero es sublime”. El gran novelista de Laviana echa aquí toda la carne en el asador para describir el paisaje de desfiladero, las casas colgantes, el acento cantarín y el bable inextricable con que “falaban” los pixuetos, casi una gacería con la cual habían de entenderse a voces los pescadores cuando iban a la mar gritando de lancha a lancha.

He vuelto sobre las páginas del maestro recordando casi entre lágrimas cuando en Nueva York le leía “José” a mi mujer y ambos nos llenábamos de la añoranza de Asturias. Era una saudade de olor a manzanas, de sebe y pomaradas de caleyas con sabor a mar y a monte.

El libro es un retrato sociológico de la Asturias fin de siglo.

La antigua villa marinera, el abra de Artedo las casas blasonadas donde vivieron los hidalgos y una de ellas pudo ser la del navegante y descubridor de la Florida Pedro Menéndez de Avilés.

Nos pasea el novelista con su gran poder descriptivo por la rula, la lonja y hace correr su pluma por la escollera, nos habla de la simpatía de sus habitantes, la belleza de sus mujeres y del profundo espíritu religioso.

La mar pide atrevidos pero hace buenos creyentes. “Los cudillerenses — observa don Armando— son profundamente religiosos. El peligro constante en que viven les mueve a poner el pensamiento y la esperanza en Dios… no se pasan muchos años sin que Rodillero pague su tributo al Océano; en el invierno de 1852 perecieron 80 hombres que representaban la tercera parte de la población.”

Y se le va la mano al narrador cuando habla de las pixuetas que son altas, esbeltas, de carnes macizas que miran con la serenidad de las diosas griegas. Caminan con majestad como las romanas; hablan velozmente y con acento musical (¡ay esa musicalidad del bable que nada tienen que ver con la aspereza con que lo entonan algunos bablistas de pie forzado!); hablan poco y sonríen menos y eso siempre mostrando un desdén olímpico hacia su interlocutor. No creo que en España pueda presentarse un ramillete de mujeres tan exquisito”.

Esta lidia con la mar les vuelve generosos y tiernos. No abundan entre los marinos los avaros, los intrigantes y tramposos, como entre los campesinos”.

La observación viene a ser muy sagaz porque en el concejo uno de los mayores de Asturias hay “caizos” de la braña o callealteros y ribereños. Entre unos y otros en las romerías siempre estallaba alguna gresca.

YO CREO QUE ÉL es el mayor novelista que ha dado Asturias. Empuña la pluma con la seguridad y firmeza con la que José el protagonista de esta novela marinera afierra el carel.

 Frecuenta la jerga y el habla de sus personajes, dale caña, amura vela, conoce la maniobra de conducir la embarcación orzando a barlovento. Esa propiedad del lenguaje, algo tan difícil de esgrimir ¡oh fortaleza del palabrero¡ es desconocida para las plumas galanas de la novelística actual.

Hay viento de bolina a estribor, ciñámonos entonces a la banda. Otro golpe de codaste y la novela se va a pique pero no. Palacio Valdés amura portentosamente el aparejo y no hay cuidado de que se pierda en el fragor de la intriga.

Para ganar viento hay que atezar la escota.

Es muy divertida la descripción de la pesca del bonito sin soltar driza. Se escucha el golpe de martillo de los calafates de la ribera. Fue buena la pesca y hay cigarros puros habanos y vino de Rueda Y por fin, ciando, amuran a tierra.

José se va a casar con la hija de la maestra dentro de quince días.

En la arribada tras una venturosa pesca todos son sonrisas. Esperaban las mujeres, los viejos se sentaban sobre el carel de alguna lancha varada. O sobre el guijo de la marina que esperaba ser carenada, los niños correteaban al albur y las pescaderas más hábiles destripaban el bonito en menos que canta un gallo.

—¿A cómo?

—A real y medio.

—Estáis locos. Yo no puedo pagar el quiñón, señora Isabel, si no baja la tasa.

Ésta era la mujer de un maragato que esperaba en el malecón con el carro preparado con hielo para transportar el pescado allende los puertos. Pero la mayor parte del bonito iba destinado a las conserveras.

 

RELACIONES ENTRE PIXUETOS Y VASCONGADOS II

 

Escritor Muy avezado su potencia narrativa se despliega no sólo en el aspecto corografico (paisaje) sino en el psicológico (el paisanaje)

A través de su aspecto exterior atisba lo interior como es el caso del maestro don Claudio que alterna sus tareas de maestro de primeras letras con las de humilde dependiente de una aparcería (esas tiendas de Cudillero donde se vendía de todo desde un mandil hasta una fesoria) Don Claudio en la tienda era un santo varón apacible pero en la escuela repartía estopa cantidad pues era partidario del axioma latino de que la letra con sangre entra. Su carácter apocadillo chocaba con el de su mujer la “señá” Isabel, mujer de gobierno que era la que mandaba en casa. En el colmado había rebotica y tertulia por las tardes. Uno de los asiduos, el juez de Rodillero, un capitán de infantería retirado “taciturno, caviloso, muy susceptible y con un solo defecto; era testarudo”. Otro contertuliano era el hidalgo de la casona solariega de la ribera don Fernando de Meirás. La casa y su propietario estaban en la ruina. Mandaba en su pobreza el anciano caballero. Pasaba frío y hambre. Los inviernos en la costa asturiana son suaves pero húmedos. En un capítulo de la novela hay un pasaje estremecedor: don Fernando descuelga el blasón familiar de la antojana de su derruido palacio, embarca en su lancha y a una milla mar adentro arroja el escudo a la mar con una frase propia de un grande de España: “Lo hemos perdido todo menos el honor y esta piedra fue la divisa de la alcurnia de nuestra casa”. José ama a Elisa la hija de la tendera. Conciertan los esponsales pero la boda no podrá efectuarse hasta que acabe la costera del bonito. Los barcos faenaban de junio a septiembre. En busca de los excelentes caladeros de la zona solían venir pescaderos vascongados que se entendían con los naturales sin ningún desabrimiento. Es más: muchos de ellos solían casarse con las mozas del concejo. Apellidos como Iturripe, Arriola, Garay, Aranguren son muy frecuentes en esta parte del centro astur. “Los vizcaínos —observa el escritor— son más sobrios que los asturianos; rara vez se embriagan, por lo cual los locales les embroman y se ríen de su moderación”. Y vasco era el padre de José al que nunca llegó a conocer. Su madre, Teresa, lo tuvo poco después de quedar viuda de Ramón de la Puente y no lo crió. El futuro pescador fue amamantado por un ama seca de Brañilín. Fue un niño maltratado, tuvo una penosa infancia. Los que hemos padecido las angustias de una madre tiránica sabemos lo mucho que se sufre y las secuelas que quedan en el alma de ese desamor, José contra viento y marea aguantó los vejámenes de la madre seducida y abandonada que quería vengarse en él del despecho sufrido en la relación amorosa con el forastero. Se amoldó el mozo a las circunstancias y pronto sería un lobo de mar dispuesto a pechar contra viento y marea con las galernas  de la vida.

A los doce años se embarcó de grumete. Anduvo algún tiempo a la altura  pero añorando la mar de su pueblo y los riscos de Santa Ana,— el asomadero o atalaya montesina para ver venir la flota, balcón de muchas galernas Santa Anina de Montarés enjugó muchas lagrimas allí subían descalzos muchos marinos que salvaron de naufragio el 26 de julio el día de su fiesta— regresó al cabotaje y en obra de dos años tuvo barco propio.

En un pueblo marinero poseer una lancha era un signo de prestigio social. El protagonista José representa a la virtud que se enfrenta a los contratiempos del destino, al desamor de su madre y a la incomprensión de sus dos hermanastras. Pero tiene a Elisa y esa moza lo era todo para él en la vida. Elisa y su barca. Don Armando habla del calor asfixiante en el bocho de Rodillero en julio y agosto. No sopla la brisa en el barranco y el aire puede cortarse con una navaja.

Elisa trepa al monte de Santa Ana (la ermita de san Esteban tan blanca y bien dibujada) desde donde se ve la llegada de los mareantes boniteros. En uno de ellos iba su prometido.

A todo esto el mal se hace presente en otro personaje bien descrito Rufo el hijo del sacristán. Le habían dicho que preguntase al Cristo de la Bajada — su capilla un cristo románico con faldellín y gesto exangüe sigue siendo venerado a día de hoy— si Elisa quería casarse con él y el pobre Rufo se pasaba horas enteras de rodillas con los brazos en cruz delante de la imagen esperando una respuesta. La madre de la protagonista, muñidora de maldades, traza una estratagema diabólica contra José. Pueblo chico infierno grande. Desaparece la paz idílica con su bonanza, el cielo, se encapota y asoman sobre el horizonte los negros nubarrones de pasiones y malos quereres. A mediados de septiembre cuando sacan a la Virgen de los Dolores en procesión un temporal partió algunas lanchas amarradas a puerto, entre ellas la de José, y se culpó a los vizcaínos, que por no pagar pensión dormían en el barco, de aquel estropicio. Irrumpen con ello las fuerzas oscuras. La buena armonía trocase en desavenencia. Es el “pathos”, el nudo gordiano de toda buena novela.

El protagonista se enfrenta al odio de su madre y de sus dos hermanastras que no quieren que se case con Elisa. La “vaga de mar” (mal tiempo) irrumpe con las mareas de San Agustín. Sopla el nordeste que en Asturias es tan pernicioso como el terral en otras regiones.

La señá Isabel en comandita con el sacristán habían sido los causantes del desamarre de la lancha de José pero se culpa a los vascos.

Sin su pequeña embarcación José no podrá salir a pescar ni casarse con su amada a falta de un medio de vida. Un día marcha a Gijón (Sarrió) a comprar raba (carnaza de cebo) y sobreviene un temporal. La barca de Tomás zozobra, pero las otras lanchas orzan a bolina,  navegando a trinquete de proa para evitar que el viento las desarbolara, consiguen salvarse. Todo el pueblo observa la maniobra desde lo alto del monte de Santana. Las naves se refugiaron en la Concha de Peñascosa (Artedo) consiguiendo enfilar  puerto por la bocana de San Pedro.

El “plot” argumental entra en los derroteros melodramáticos de un drama rural muy popular a principios del pasado. Siglo del folletín por entregas sin caer en el tremendismo o la cursilería.

En Palacio Valdés los especialistas del arte literario encuentran reminiscencias homéricas.

Juan de Cabaña Quinta el de la “Aldea Perdida” nos recuerda a Aquiles, hay en Elisa o en “Maximina” rasgos de Elena de Troya y “José” nos hace pensar en Héctor enfrentándose a las borrascas del destino.

También goza de su parte costumbrista el libro cuando dice que en Cudillero las pendencias entre mujeres, dado el carácter vivo de estas hembras, eran frecuentísimas. Pongámoslo cual digan dueñas. Se enzarzan —yo lo he vivido— de balcón a balcón en peleas verbales poniéndose a caldo unas a otras. En estas riñas de comadres nunca estuvo ausente el sentido del humor. El rifirrafe, como lo describe el autor con toda su sorna, logra perfiles épicos.

 

 

DON ARMANDO PALACIO VALDÉS NO ERA UN CARCA     ( CAPÍTULO III)

sino un hombre liberal de carácter bondadoso que vivió siempre esbozando una sonrisa de humor  ovetense compadeciéndose de la idiotez, la superstición, el fanatismo y las extravagancias de la vida política en la España que le tocó en suerte. Fue un as en el campo de la literatura que pudo vivir de sus libros e incluso ganar dinero. Se compró una casa de veraneo en las Landas francesas y estuvo considerado como el escritor que mejor vendía a principios del pasado siglo. Por haber estado relacionado con Melquíades Álvarez líder del partido reformista asturiano fue detenido en noviembre de 1936, no consta que acabara sus días entre los fusilados de Paracuellos del Jarama. Se cree oficialmente que murió de pena o de hambre en una crujía del hospital de Auxilio Rojo. Acaso tuviera esa premonición la muerte por hambre pero con honor que es la que le sobreviene a don Fernando de Mera el personaje más cabal y mejor labrado de su “José”. Quien tiró al mar el escudo de armas de la casona familiar pues no quería que se convirtiese en habitáculo de una  vulgar fabrica de harina. Al igual que muchos españoles tuvo que besar el látigo y bendecir la mano que te estrangula. Tuvo que vender su palacio a don Anacleto por unas pocas de cochinas pesetas.

Allá se fue a morar con los besugos el lambrequín heráldico de la casa más noble de Cudillero con sus siete cuarteles en el punto de honor la banda de plata, la barra siniestra de los bastardo (los Miera se habían cruzado con las castas más poderosas de Castilla y algunos miembros de la familia llevan en sus venas sangre azul aunque bastardilla) los dragones pasantes el, carbol terrazazo con un cuervo en la cimera, un pájaro piante, un perro ladrante, y un roble en flor entre azures y sinoples. El paso de los siglos había destruido algunas partes del emblema nobiliario.

El linaje de los Angulo, de los Carrasco, los Velasco, los Miranda y los Biedama había acusado en sus roeles de piedra cincelada los estragos de la intemperie. Bien lo sabrás que no quiero morir deshonrado. Boga a tierra, zambombo, le dice airado a José que le prestó el esquife para realizar esta operación de tirar por la borda la reliquia del pasado de sus mayores. En su generosidad entrega una bolsa llena de patacones al marinero para que se compre un barco nuevo y así pueda contraer matrimonio con Elisa. José se niega a aceptar la dádiva del hidalgo que está pasando las de Caín y vive en la miseria. Otro rasgo del carácter asturiano: la generosidad y nobleza. Al final, sin embargo, el bien vence al mar. Teresa se reconcilia con Elisa y van a pedir a la sacristana que hacía las veces de bruja (era cigüa pura) que retire el conjuro contra la casa y la paz y la armonía regresen a la villa. Durante los filandones las noches de invierno en la tienda de la maestra se leen novelones rosa muy del gusto  y el interés de las buenas vecinas que siguen los apasionados lances de amor igual que ahora cunde entre el elemento femenino la pasión por las series televisivas. Poco más o menos el siglo XXI presenta aspectos muy similares al de anteriores centurias, En España todo se cambia para que todo siga invariable.

 

 

 

DOMINIO DE LA JERGA MARINERA EN LA GRAN NOVELA “JOSÉ” y IV

 

 

Las barcas de los pescadores de Cudillero, dice Armando Palacio Valdés que utiliza como pocos escritores las expresiones del habla marinera, portan cinco velas: el Palo Mayor, la Cebadera, Trinquete, Borriquete y la Unción. Esta última se iza sola únicamente cuando la nave está a punto de irse a pique.

Acabo de leer el libro de José en vísperas de la fiesta de Santa Ana de Montarés, cuando los pixuetos que son de condición poco ahorrativa y generosa, para honrar a la abuela de Cristo a quien veneran en lo alto de un monte tiran casa or la ventana.

Al cual subían las familias de los pescadores para verlos faenar, o en caso de temporal rogar a la Virgen que les protegiera en su singlar. Dios nos libre de todo mal y de cualquier naufragio.

A tal respecto es impresionante la pericia y maestría literaria con la cual describe una galerna a fines del pasado último siglo cuando gracias a la experiencia del navegante José no se hundió más que una lancha. En el temporal de 1852 que todavía se recuerda murió una tercera parte de la población de Cudillero. En la de 1960 hubo veinte víctimas.

La lectura de este libro en el cual se exaltan o se vituperan las cualidades de esta villa a la cual amo tanto y tanto me dio — un designio misterioso del destino me atrajo a ella — me ha llenado de nostalgia.

La novela es una edición modesta de la editorial Victoriano Suarez de 1942 que estaba en los altillos de mi biblioteca desde hace algunos lustros pero no ha perdido actualidad ni viveza en lo que narra. Cudillero o Rodillero como quiso titularlo el autor es igual que lo describe don Armando en su amor y temor a la mar que todo lo quita y todo lo da, en sus gaviotas que con sus graznidos perforan el silencio de la tarde. Ya no hay tantas lanchas es verdad. Los jóvenes no quieren ir a la mar. Encauzan la vida por otros caminos pero portan en sus genes esa nobleza cordialidad e ironía de sus mayores. En la Amuravela los pixuetos cuando baja san Pedro a la ribera acompañado de todos los santos, y seguirá saliendo mientras mane agua de vida en la Fuente el Canto, saben reírse de sí mismos, del compadreo político y hacen chanza de los acontecimientos y sucedidos del año. En la presente edición se puso serio y recordó con voz de luto al joven maestro local asesinado en Oviedo una noche de folixia.

José salvó a la tripulación de su bote porque supo izar a tiempo los borriquetes. La lancha de Toribio, sin embargo, fue engullida por una ola gigantesca porque no supo arriar en banda escotas y drizas. Hay pocos libros en la literatura española y acaso en la universal donde se cuente con tanta propiedad la vivencia de una galerna en alta mar. El humilde cudillerense, patrón de barco, es el heredero de los grandes españoles navegantes que hicieron la carrera de Indias. Acaso don Pedro Menéndez de Avilés el que descubrió la Florida uno de los estados más prósperos USA fuera un antecesor suyo y su escudo campea sobre el portalón de una casa que levanta su arco de medio punto junto al muro casi a la vera del agua.

José da a la juventud de hoy una lección moral: no hay que amilanarse ante las dificultades y aguardar bonanza después de la borrasca. Es cierto lo que se apunta en el libro: la pesca siempre es envidiosa y competitiva. “Aquí uno se queda tuerto, con tal de que el vecino ciegue”.

Los pixuetos son derrochadores. Por San Pedro echan la casa por la ventana y compraban muebles nuevos. Su imprevisión como en el cuento de la cigarra y la hormiga les abocaba a un futuro incierto. Cuando las mareas no eran óptimas (bonito, sardina, merluza, besugo) se morían de hambre y se veía a mujeres que salían a pedir por las aldeas del concejo. Los naufragios ceñían a la villa de lutos y escasez. Mujeres que quedaban viudas y niños sin padre. José se enfrenta a su destino y vence a las fuerzas oscuras. La mar embravecida de sus primeras singladuras se torna bella, sobrevive a la borrasca, desbarata la oposición de Teresa y de la seño Isabel, la maestra madre de su novia así como la cigüa de la sacristana que le echó la mala ventura y acaba casándose con Elisa: el amor de su vida.

 

 

FIN DE LOS CUATRO ARTICULOS

  

 

 

 

 

 

 















 

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