ALCAMONÍAS Y SOLLASTRES
Para los españoles de antaño que conocieron las desmesuras del comer y beber como cosa de herejes de alemanes, holandeses y británicos la glotonería era un pecado capital.
En Castilla se hacía virtud de la sobriedad. Comía la familia del mismo plato una cucharada y un paso atrás. El oficio de cocineros, guisanderos, rancheros y sollastres, pinches era un menester vil pero necesario practicado por la clase social en lo más rastrero de la pirámide.
Para Cervantes y Quevedo todos los posaderos y taberneros eran moriscos, nuestra picaresca estaba nutrida de buenos ejemplos de estos personajes que se empleaban como marmitones de casa rica y luego sisaban al poderoso, cosa que se echa de ver leyendo al Estebanillo González que era gallego, en el Guzmán de Alfarache y en el Lazarillo.
¡Qué contraste! Hoy los botilleros de ayer han subido enteros y son preeminentes en los programas de la tele (Masterchef, Aguiñano, los programas de la tarde) se han convertido en los predicadores de la gran cocina reñidos con la virtud de la templanza.
Como soy castellano viejo de los que en mi infancia merendaba pan y cebolla y a la cena mi abuela me cascaba un huevo, sigo sin entender a esta sociedad pantagruélica de nuevos ricos.
Hemos dejado de ser aquellos hidalgos que espolvoreaban migajas de pan por la barba y se paseaban por Toledo en demostración de que habían comido, para convertirnos en sibaritas de Lúculo, fartones, llambiones, lameruzos y lechuzos, derrotando por restaurantes de cinco estrellas.
El gran menú convirtió la hostelería nuestra primera divisa el eje de nuestra economía. Edificamos no sobre roca firme sino túmulo de arena. Vino la pandemia y con ella la ruina está llamando a nuestra puerta. No hay mal que por bien no venga.
Claro que de la panza sale la danza y los bulderos con eso de que las bulas papales permitieron a los españoles dispensa del ayuno en cuaresma se convirtieron en predicadores de vereda que hacían montón predicando la Santa Bula en las iglesias.
Lázaro de Tormes sirvió a un clérigo vivales de tales características. Cuando era chaval a mí me llamaban el gordo de la pandilla y mucho padecí a costa del bullying de aquellos desalmados seminaristas. Ello me dejó marca pero no era glotón, ni sibarita sino víctima de mi fisiología.
Tiempo adelante descubrí que padecía bulimia una enfermedad que me obligaba a ingerir por causa de los nervios y las insatisfacciones personales.
Lo peor del escribir que es una labor creativa me despierta el apetito. El humo de la cachimba sirvió de paliativa a estas ansias vagas provenidas del esmero y del titubeo de la escritura que es tarea nada fácil, cuesta mucho.
Por eso me apasionan los programas del doctor Knor ese medico iraní que hace bypass y trata de curar a enfermos norteamericanos que pesan más de 300 kilogramos.
Esa voracidad o hambre canina no me parece vicio sino enfermedad psicológica que poco tiene que ver con la gula que se ha desatado entre nosotros. Todo hay que decirlo, de grandes cenas están las sepulturas llenas.
Volvamos a los principios y revierta la moderación a nuestras héticas barrigas. Comer para vivir no vivir para comer como es el caso. He aquí pues una de las causas de nuestra decadencia.
15 VI 2021
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