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lunes, 14 de junio de 2021

DEL OFICIO DE ESCRIBIR Y DEL AMOR FALLIDO

 MARÍA SOTOHONDO

El rasgueo del calamo incesante aguja de sastres que sastres vienen al infierno vamos pone contrapunto a la voz de los coros. Entremedias se levanta la voz del escritor. Escribir es encontrar una voz tu propia voz y romper las orzas. Te encientras como en un empalme de caminos y sin saber hacia adonde tirar. Una frecuencia te dice oir ahí y la inmediata que por el otro lado. Ye per aquí. No por ahí. Tienes que descartarte. Has de escoger. Escribir es elegir para hallar para crear para ser tú y para ser el otro. Escribir en definitiva es como una metemspsicosis. Todo en ti trnsmigra los cuerpos y las almas y las cigüeñas esparcen su vuelo camino de Pecharromán y tú te das golpes de pecho y te preguntas por qué lo hice y te das cuenta cuando todo pasó cuando ya nada ni nadie ha remedio.

Las voces formulan conceptos contradictorios. No son voces sagradas como la terna de los diáconos que eleva su narración de la pasión por todo el valle.

-Respondiit Jesús: quem quaeritis?

-A quien buscáis

-A Jesús nazareno.

Entonces el maestro hizo una declaración postulado de verdad que retumba a lo largo de la historia lo que ocurre es que al lado de la voz de Dios se percibe también el tono diabólico y se produce la algarabía, la gran confusión.

-Poco a poco irás encontrando tu propio registro.

-Gnosce te ipsum.

-Moriré y no sabré quien soy ¿Dónde está el norte o el sur? ¿Dónde mi mano derecho e izquierda?

El subir hacia la ciudad encaramada todo torres almenadas y portalones con su guardapolvo y su alfiz sus escudos nobiliarios en la fachada cerrazón y tristeza de España me daba ese grado de euforia. Noté que yo mismo era un espíritu de contradicción. Semilla de dios y semilla del diablo y sigo sin encontrar el tono aunque sepa hacer la voz de Jesús con la octava baja. Iba a esperar mi propia sombra mientras subía por la calle de San Juan y columbraba los campaniles del convento de Sancti spiritu y mientras me parecían fantasmas que me hablaban los árboles del Pinarillo que era verdad lo que me contaba mi madre un día de estreno domingo ramos:

-Los arboles de Segovia se están muriendo de risa. De ver a los segovianos con corbata y sin camisa.

Así iba yo por la vida: con corbata y sin camisa. Quería empezar la casa por el tejado olvidándome de los cimientos y así la cosa no arrancaba, claro está. Quedaba en el trasfondo un rumor lejano como de azadón y huebra. Los frailes del Parral cantaban maitines y al poco se le unieron los coros de los siete conventos de la ciudad. Domine labie mea aperies et os meum nuntiavit laudem tuam.

-Abre, señor, mis labios.

Poco a poco a medida que se consume el proceso de catarsis te irás encontrando a ti mismo. Te verás desnudo. Conocerás secretos que desconocidos de tu personalidad y entrarás en territorios vírgenes de tu propia alma.

-Yo no sabía que tú estabas escondida Maria de Sotohondo en ese recinto del amor que me pasó inadvertido. Tú me amabas. Eras la dulcinea de mi castillo interior.

Alguien me está llamando por mi nombre en esta noche:

-Antonio… Antonio… Antonio. Soy yo

María me impulsaba desde la otra orilla a enfrascarme en este ejercicio de guija profiláctica cuando he renunciado a tantas cosas y escucho la voz de los coros. La llamada que convoca proviene desde lo hondo de las montañas desde el lecho de un río de un nemoroso valle asturiano. Puede ser el río Nalón. Veo tus ojos encendidos cuya luz no ha conseguido apagar la muerte y aquel rostro de óvalo perfecto y veo aquel grano fatídico que yo quise estallar furúnculo de pesadilla la manzana del bien y del mal. No esta noche no. Me reservo. ¿Me respetarás? El grano desapareció a la mañana siguiente cuando nos vimos por última vez pero fue el heraldo del tumor que minó tu existencia con tan sólo 33 años. Tú me llamas desde ese valle hondo y me dices: escribe, relata, arrepiéntete y exorciza, echa fuera al diablo que te cohabita, por todo aquel  mal que me hiciste.

-Has hecho daño a mucha gente ¿sabes?

-Ya

y yo me siento abrumado, letraherido, hombriangosto, avergonzado lleno de postulas. Me cubre como una manta cósmica todo el pus de aquel divieso. Confiteor Deo. Sí confiteor. Yo confieso a Dios. Surge el canto del gallo. Los diáconos terminaron el canto del Passio y sigue la procesión. La verdad es que camino a tientas por el vado el equilibrio incierto pegando trompicones. Me domina el deseo de vivir y de olvidar pero tengo que hilar los puntos de todos esos acontecimientos que nunca comprendí cómo fueron mis siete años de seminario y el anhelo ya veterano de regresar al punto de partida. Quería recuperar el tiempo perdido. Consiguientemente me sentía determinado por el prurito de que el obispo impusiese las cabezas sobre nuestras manos. Seria una manera de hacer justicia y resarcirnos del resentimiento de la conciencia de rebotado que todos teníamos.

Algo crujía bajo nuestros pies. Era la hojarasca de otoño. No habían venido los barrenderos de la hora undécima y por eso nuestras calles estaban cubiertas de un manto de hojarasca y de las telarañas de los deseos fallidos algo que era mucho peor. María me hablaba desde el más allá:

-Explora tu abismo. Antonio. Antonio. Antonio.

Era una voz dulce melodiosidad con esa melosidad del acento asturiano. Pero yo no sabía que era el yo. Ni todos esos galimatías filosóficos. Ortega y Gasset siempre me pareció un mixtificador de la vida española, Unamuno un muermo con muy mal oído para la prosa y el ritmo. Un cretino con apariencia de filosofo. Después siempre emergen subconscientes. Barbotea la olla del alma latente. ¿Pobre enfermo? Lo objetivo no me interesa. Tampoco la acción ni el plot. La novela ha muerto y vuelven los trípticos góticos con su majestad episcopal como ese san segundo que recuerda a las sergas de Esplandian capaz de admirarse según se entra a mano izquierda en la catedral de Ávila. Los hombres de acción son unos perfectos gilipollas. Lo que importan es la acción interior. El devenir del subconsciente. La vida carece de argumentando. Es un ir y venir pelando la cebolla sin orden ni concierto. La naturaleza aunque se rige por unas leyes inexorables carece de lógica. Se teje y se desteje se madeja y se desmadeja en ovillos caprichosos la pleita de Penelope. Por mucho que os esforcéis jamás encontrareis el hilo de Ariadna.

¡Que más da! Derrúmbese el escritor sobre el divan del subconsciente que son sus cuartillas –el destino tiembla de un papel y puede caer la suerte de un lado o del otro- y formule por enésima vez su propósito de dejar de fumar y encienda una pipa. Es la mejor manera de dar corte de manga al diablo. Escribir es echar humo y abandonarse al albedrío de la pluma.

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