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miércoles, 2 de noviembre de 2022

 

65 AÑOS DEL INGRESO EN EL SEMINARIO DE LA PROMOCIÓN DE 1955.

 

 

Parece que fue ayer cuando un grupo de muchachos asustados pero entusiastas recorrían las calles de Segovia con los colchones y baúles en carretillas tirados en tracción de sangre por maleteros ad hoc por maleteros que sudaban la gota gorda. Muchos era la primera vez que pisaban la gran ciudad proviniendo de  pueblos de la provincia y de la diócesis que entonces era mayor que en la actualidad. Penetramos por el postigo del Consuelo o subimos zarceando por la cuesta de san Juan o por la calle Real. Con mirada atónita y recién apeados de los coches de linea (Galo Álvarez, la Sepúlveda o Gutiérrez los de Aranda) iban los que venían a hacerse curas y a estudiar las declinaciones del musa-musae, la aritmética, la gramática, la retórica, y en todo caso la Teología y la Filosofía. Llevamos en las entrañas metido a todo Aristóteles y nos aprendimos de pe a pa las súmulas de santo Tomás. Claro que alguna vez topamos con algún que otro silogismo cornudo. Fue una formación arcaica pero, sólida, con mucho fundamento la recibida, de acuerdo con las sapiencias medievales del Trivium y el Quadrivium y el bel canto. 

Veníamos a acogernos bajo la sombra de la sombra de la Aceitera en aquel vetusto y bien cuadrado caserón que había sido casa de la Compañía y preparatorio del tirocinio jesuítico en Alcalá. Lo mandó construir Felipe II, en honor de su esposa y que aparece en un cuadro que está sin terminar al lado de la Epístola en la iglesia del Mayor los ojos abiertos como platos. Porque nos tocaba vivir algo de la edad media. Y el mundo cambió bastante desde entonces.

Íbamos a pasar la niñez la adolescencia y parte de la juventud a la sombra de la Aceitera la torre más alta de la ciudad, parte inconfundible del perfil amurallado de Segovia, que retaba a duelo a la inmensa cúpula de la catedral y vigilaba la sierra. Con su admirable esbeltez del gótico tardío. Han pasado 65 años y parece que fue ayer.

Con este motivo el próximo día 11 de septiembre, viernes, a las doce de la mañana en el Santuario de la Fuencisla los que aun quedamos en pie de aquella promoción y alentamos la misma ilusión que entonces encanecidos pero con el corazón joven todavía puesto que repetimos una y mil veces aquel salmo del introito de la antigua misa tridentina “ad deum qui laetificat juventutem meam” nos daremos cita en el amado santuario.

Están invitados cuantos segovianos deseen acompañarnos en nuestro júbilo. Para entonar un solemne Tedeum y una salve a la Virgen de la Fuencisla dándole gracias a Dios por esta vida que nos ha dado y conservado y por esa gracia de haber formado parte de aquellos seminarios atestados que fueron la gloria de la iglesia.

La vida de seminario nos marcó a todos para bien y para mal. Tanto a los que fueron curas como los que no llegaron al altar. Fue un carisma y acaso un signo que llevaremos de por vida marcado en nuestras frentes.

Vaya pues nuestro agradecimiento a la iglesia y la rígida formación que nos dieron aquellos operarios diocesanos que luego nos sirvió en gran medida para bandearnos en la lucha por la vida y orientarnos en los avatares de nuestra existencia.

Nuestra promoción – los pipiolos del 55 – de los 85 que éramos en el curso— 30 cantaron misa lo que es un buen porcentaje. Fue la última promoción antes de las muevas reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II. Ungidos fueron veintitantos de los nuestros por aquel gran obispo de Segovia un verdadero santo don Daniel Llorente de Federico.

Después de nosotros vino el diluvio, empezó la desbandada.  Los seminarios se despoblaron a tenor con el espiritu de los nuevos tiempos y de las condiciones de la sociedad. Las masas agrícolas se desplazaron a la gran ciudad. Otro tipo de sociedad. Otros alcances en el tránsito de la cultura rural casi milenaria que añoran tantos, pero cuando entonces la vida era más incómoda, a la cultura urbana con sus inconvenientes y ventajas. El desarrollo económico. La motorización, la tecnología, el aggiornamiento la puesta al día en tantas cosas terminaron un cambio de rumbo en el mundo, en la Iglesia y en España.

Muchos de los nuestros, gracias a la formación recibida en aquellos claustros, alcanzaron puestos eminentes en el campo de la abogacía la medicina o la política, el periodismo, el mundo empresarial, la milicia.

Por todo eso y muchos más le damos gracias, Señor. Te Deum laudamus. Han transcurrido LXV años y parece que fue ayer cuando nos presentamos en la plaza de los Espejos con nuestros baúles, el pobre ajuar, nuestros colchones nuestras carretillas, nuestra ilusión y nuestro pasmo. Parecíamos pajarillos recién caídos del nido. Y han pasado 65 años. Toda una vida.

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