Sin cuquillos
24 ABR 2020 / 03:00 H.
EL BESTIARIO
H A sido un 23 de abril sin libros en la Plaza Mayor. Un día raro. La Plaza Mayor, que se hizo para que el mercado salmantino estuviese a la altura de los monumentos de la ciudad, ha abrazado los libros como si hubiera sido pensada para ello. El Día del Libro se celebró por primera vez el 7 de octubre de 1926, unos días antes se le concedió al dictador Primo de Ribera el honoris causa de la Universidad de Salamanca para que esta recuperase dinero y edificios. Aquel Día del Libro tuvo lugar en el Paraninfo entre pesados discursos solemnes y nacionalistas, con lleno, pero con escaso eco popular, a diferencia del de nuestros días, cuando los libreros se emplazan en los soportales y el vecindario serpentea entre ellos, algo intolerable hoy con la pauta de la distancia social. Ya sabe, que corra el aire, o sea, el virus. A pesar de lo cual, la red estuvo ayer de lo más literaria que se pueda imaginar y hasta recibí libros con wasaps, mientras me recreaba en “La Batalla de los Arapiles”, de Benito Pérez Galdós, ambientada en la provincia y sobre todo en aquella Salamanca que los franceses fortificaban para frenar a Wellington. El propio Galdós confesaría en Salamanca en una de sus visitas, que fue Ventura Ruiz Aguilera el que le dio detalles de la ciudad, de sus calles, de sus monumentos...con lo que confeccionaría un Episodio glorioso. Y emocionante. Ruiz, salmantino, médico y periodista fue autor de la colección de poemas “Ecos Nacionales”, y director del Museo Arqueológico Nacional. La popular “Calleja” lleva su nombre y hay una placa en su recuerdo, que nadie ve, en la Plaza de San Boal. Los años dorados de la “Calleja” fueron extraordinarios con El Candil, el Roma, Villarrosa y Zaguán como parte de la mejor flota hostelera salmantina. Luego estuvo ahí la Mesta, pero mucho antes el café Cuatro Estaciones, luego Castilla y después Términus. En fin, una calle con mucha historia de barra y velador
Es el año de Galdós, pero la pandemia le está haciendo luz de gas. Ni libros en la Plaza Mayor, ni capas en Santiago de la Puebla, donde sus tradicionales cuquillos se hicieron y comieron en obligado confinamiento este San Jorge con la maestría de siempre en su fritura. El cocodrilo de su iglesia no sale de su asombro al ver la nula concurrencia que le visita. ¿Se habrán pasado los parroquianos con la lejía? se preguntará quizás. Lo que me recuerda que tengo pendiente de lectura “El secreto de la lejía”, de Luisa Castro, ambientada en el Madrid ochentero. Castro es hoy directora del Instituto Cervantes en Nápoles y posee un palmarés tremendo. En fin, seguramente el San Jorge de la espadaña de San Juan de Sahagún se haga similares preguntas cuando termine con el dragón, que no acaba de rematarlo. Y ahí sigue el San Jorge de Olmedo de Camaces, esperando que le saquen en procesión.
El virus nos dejará este fin de semana sin tartas en Doñinos, aunque sí habrá agua en los charcos, como reclama el refranero por San Marcos y proclamaría Baltasar Cipérez, personaje galdosiano salmantino. Agua para bendecir los campos, que es lo que toca, aunque antes se hacía con sangre de toro, como había un Toro de San Marcos, enmaromado, en Salamanca, que prohibió Fernando VI en 1753 para evitar males mayores. En fin, nos estamos perdiendo tantas citas que dudo que este año nos dé para recuperarlas.
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