DON JUAN DE AUSTRIA
¿De la cortesía catalana qué se hizo? He aquí un país encabronado por el esperpento
mediático de un malos pelos, que quiere ser nombrado presidente no por un
propio sino por video conferencia chúpate esa mientras los tertulieros rebañan
comentarios cual si fueran huesos. Es el cuento de nunca acabar y ahí está mi
amigo el pireso un BAUDILIO Jauregui aplaudiendo con sus democráticas orejas sacando petróleo. Al plato vendrás, arbejo.
Cataluña era el archivo de la cortesía lo dijo Cervantes. Y ahora quieren
hacerla una grande y libre pero republicana. Fue la base naval de la flota. Fue
en aquel entonces cuando todas las pubilas de la Ciudad Condal se enamoraron de don Juan de Austria al ser
nombrado capitán general y largó velas mirando para el Tibidabo la escuadra de
Lepanto. Que ya no suelta amarras. Todo español siempre sintióse fascinado para
este supremo bastardo de la historia patria que llegó a configurarse como
paladín de la cristiandad. ¡Que bien supo don Juan danzar la chacona!
En mis años felices e Alcalá — me cupo como a Quevedo y Cervantes trotar
sus calles al albedrío estudiantil— correr aventuras y travesuras márgenes del
Henares por las riberas del idioma. Don Juan, Alejandro Farnesio el principe
Carlos el que saltó por un balcón para un encuentro amoroso cayó desde un
quinto piso y por poco se esguardamilla dicen los cronistas que el príncipe de
Asturias salió de aquella gracias a la intercesión de un bendito franciscano,
fray Diego de Alcalá, cuyos huesos colocaron en el lecho del moribundo y
espabilara se sentaron— y terminar mis días laborales en aquella ciudad del saber
y del amor.
Don Juan (fuit homo missus a Deo)
de Austria es el vértice de nuestra españolía pero en ese sorprendente cofre se
guardan las contradicciones de Antonio Pérez, Escobedo, las infamias y
traiciones del converso aragonés que huye a Francia con los papeles casi lo
mismo que acaba de hacer Pichimón.
Amberes es una guarida de felones. Ali Queronte nos aguarda a los españoles
España mi natura Italia mi ventura y Flandes mi sepultura. En Namur dio don
Juan de Austria el último suspiro. Bélgica adonde nunca iré es para mí un lugar
maldito desde donde ahora nos rigen los burócratas. Viva el Brexit. Bárbara
Blomberg era una alemana blanca y rubia de voz musical. Hubo una noche de vino
y rosas corrió la cerveza. A los nueve meses de aquella deliciosa noche vino al
mundo en Ratisbona un hermoso vástago que se convertiría en el bastardo más
glorioso de las crónicas castellanas.
Luis Quijada su mayordomo comunica la noticia al Emperador. Carlos V de Alemania
I de España muy endeudado con los Fucar asigna a la alemana de voz musical una
pensión de 200 florines. Y no vuelve a verla en la vida. Juan de Austria sólo
vio a su madre una vez tras un breve encuentro en su vida treinta años más
tarde. Adoptado por unos campesinos de Leganés por donde tiró varetas y corrió
los campos (lean el Jeromín del padre Coloma) consideraba a Ana Medina, su ama
seca que lo amantó hasta la edad de cuatro años y a doña Magdalena Ulloa con la
que se crió en Valladolid sus verdaderas madres. El hijo de la alemana de la
hermosa voz se rebeló contra el destino. Desdeñó los placeres mundanales y fue
a la caza y procura de su ideal imperial. Sangre de los Ausburgo se convierte
en un hijo paradigmático de la raza española. Una pregunta sigue en el aire. ¿La
reina Isabel de Valois llegó a enamorarse de su cuñado? ¿Fueron los celos la
razón del trato frío con que despacha a Flandes al hermano bastardo? La historia
guarda silencio. Entretanto, pavanas, justas y devaneos, toros y cañas. La
corta vida del Paladín de la Cristiandad fue un romance de juventud. Para ganar el lauro
de lo inmortal la historia se empeña en decirnos que es preciso morir joven:
Cristo, Buda, Byron, Napoleón, José Antonio, Durruti. Los tercios viejos— el
regimiento Milán, Lombardía, Saboya y Lorena— combaten a orillas del Escalda.
Los lansquenetes suizos arrasan Bruselas. El monarca absoluto ha de sofocar
otra rebelión en casa. A causa de su propio hijo el príncipe de Asturias que le
salió rebelde hablo del principe Carlos naturalmente. Don Juan de Austria es proclamado almirante de
la flota mediterránea. Don Carlos enloquece, gime hecho una furia, maldice y
abofetea a la servidumbre, toca el culo a las meninas, insulta en publico al
marido de la Eboli. Ha de ser encerrado cuando planea un golpe de estado
para derrocar a Felipe II. Puigdemont y sus catalanes aventados y faltos de
seny parecen querer seguir los pasos del hijo díscolo del monarca en cuyos
dominios no se ponía el sol. El rechazo de esta conjura quizás le costase la
vida al Príncipe Constante. Es un propósito
descabellado pero el imperio español siempre estuvo sometido a una amenaza
interior y exterior. El heredero quería matar al rey. El rey era Felipe II. El
hecho tan crudo es algo más que un drama de Schiller. Die schone Tage in Aranjuez sind zu Ende. Por desgracia la historia
no es una novela romántica. Los hechos del crepitar de la conducta humana son
tozudos. El alma de Juan de Austria flotaba en el paroxismo de dos lealtades la
del rey y el afecto que sentía por su sobrino. Su corazón tenía en vilo. Parece
ser que el rey nunca perdonó del todo a su hermano fornecino aquel afecto hacia
el príncipe muerto en una mazmorra en extrañas circunstancias.
Cayó sobre su persona el fatídico designio de los mejores españoles “Dios
que buen vasallo si oviese buen señor”. Lepanto la ocasión más alta que vieron
los siglos va a ser el comienzo de la guerra moderna. La batalla naval plena de
abstracciones geométricas. Una consola cibernética en vez del imán en el puente
de mando. Sin embargo, en la estampa romántica del Aguilucho”[1] se
conjugan el romanticismo del Amadís de Gaula con el afán aventurero de los
argonautas de la guerra de las galaxias. El héroe tiembla ante la duda antes
del combate. Enciende una lamparilla y se arrodilla ante la imagen del Cristo
de las Batallas mientras abajo la chusma boga a las órdenes del proel, el grito
de los furrieles, y el músculo firme de los galeotes. Gritan los
contramaestres. Braman órdenes los furrieles. En los sollados dormita la
marinería y templa gaitas la infantería de marina antes de que suenen los pífanos
del abordaje. El capitán general de la escuadra es un gran soldado. Toda la
tropa le sabe y las consecuencias de este idilio y compenetración del marinero
raso y anónimo con su almirante conducen
al triunfo en Lepanto. Suena la gran hora europea. Católica. Universal.
Nunca volverá a repetirse esta ocasión en siglos. Las jarcias movidas por el viento de poniente emiten
sonidos de música en lo alto de la cofa la entena del buque hunde su morro en
el aire de un mar profundo. En la proa se alza vigilante la silueta rubia del
almirante que en medio del silencio parece tener un coloquio místico con las
estrellas. Don Luis de Requesens, detrás del serviola de proa, escruta el rumbo
y hace preguntas a sus comandantes de la nave capitana: Álvaro de Bazan, Juan
de Cardona, Luis de Andrada. Un grumete da la voz de alerta:
—
Barcos
ingleses a babor.
Suena un clarín y la tropa surge de
los sollados prestos al abordaje pero os bucaneros de la Reina en vista de su inferioridad numérica cambian el
rumbo. Se alejan. La escuadra española sigue dueña de los océanos Spain rules the waves. Lepanto marca el
cenit de este predominio. A partir de trafalgar vendría el punto de inflexión.
Regresa a Cataluña en olor de multitudes. Madrid le recibe ovante y allí el Rey
le encarga otra comisión. LA Alpujarra se ha sublevado. Don Juan de Austria va de capitán
general. El héroe de Lepanto llega a Granada en abril de 1569. Su simpatía y
afabilidad de trato le granean la sumisión de sus soldados. Felipe II dudoso
entre las brumas de Hamlet se muestra cicatero con su hermanastro y no le da el titulo de infante. Y
otra vez los moros y a pelear esta vez con uno que se acreditaba de
descendiente del profeta: Aben Humeya cabecilla de la revuelta. De la bravura
de aquel general y maestre de campo en la toma de Galera a bayoneta calada
hablará la historia por boca de la pluma de diego Hurtado de Mendoza en
“Crónica de las guerras de Granada” y aquella frase cincelaria cuando el
ejercito desprevenido sufre el ataque de seis mil mahometanos que llegan tropas
de refresco desde el Estrecho “¿Qué es esto españoles? ¿De qué huís si aquí
está vuestro capitán don Juan de Austria?”. En aquella escaramuza muere su ayo
don Luis quijada. FUIT HOMO MISSUS A DEO La fama del príncipe corre toda Europa.
España es por desgracia un saco de envidiosos. Pronto ese pecado capital que
pintan de verde y que hizo tan difícil la convivencia entre españoles va a
tocarle de lleno. El rey su hermano cae victima de tan fatídico morbo y va a
ser su comportamiento para con él tan cicatero que acredita a Felipe II del
infame sobrenombre con el que pasó a la historia: “el demonio meridiano”. Su
católica y cruel majestad enterró a cuatro mujeres y rehusó convertir a su
hermanastro en Infante. Frío como un témpano
manda al bastardo a que le saque las castañas del fuego en Flandes. Cumple don Juan su misión dificilísima, aun a
sabiendas de que iba a la muerte, de capitán general de los Tercios viejos pero
en la toma de Namur cae enfermo dicen que los espías de Guillermo el Taciturno
en colusión con los de la Reina virgen Isabel I con la cual no quiso casarse
alegando su condición de machorra. Fue en lo único en que desobedeció a su
hermano pero los Harbsburgo querrán dominar el mundo mediante casamientos
intempestivos. O felix austria nube –
lo envenenaron derramando arsénico sobre la jarra de cerveza en que bebía el
general. Murió pobre y casi olvidado en un palomar. Sion duda es su biografía
una de las vidas mas hermosas de la historia de España. Esta noche siento
nostalgia de aquellos héroes. Me embarga el patriotismo
lunes, 15 de enero de 2018
[1] Aguilucho
así llamaban al hijo de Carlos V y de Bárbara Blomberg sus camaradas de la
cuadrilla en Leganés