ARIAS MONTANO
16 de abril de 2004
ARIAS MONTANO, EL PLACER DE CONOCER LA VERDAD QUE HACE AL HOMBRE LIBRE Y LE LLEVA A DIOS. UNA GLOSA CRÍTICA AL ESTUDIO DE LA OBRA DEL MAESTRO FREXENENSE A CARGO DE JUAN JOSÉ JORGE LÓPEZ
por Antonio Parra Galindo
Ya los griegos entre los seres humanos distinguían tres categorías: la de los apegados a la tierra con poca discreción, más relacionados con las bestias que con los seres racionales; la de los comunes o vulgares que pasan por la vida sin pena ni gloria y parecen que han venido aquí sólo para hacer bulto; y la de los áticos, capaces de la contemplación y el discurso filosófico. San Pablo a los mundanos les llamaba sarcinos o carnales a aquellos entregados a los fueros del vientre, el vino, las venustidades, las riñas y contumelias, la vanidad de las vanidades, etc., para distinguirlos de aquellos que conducen sus días al albur del espíritu y de lo trascendente, según los cánones de ese vivir hacia adentro que recomendaría, siglos más tarde, san Agustín a sus hijos.
Este es desde luego un concepto griego para los que la mujer todavía no era siquiera considerada como un ser humano, como tampoco los esclavos o ilotas, los metecos o desterrados. Se podía disponer de sus vidas impunemente. Y es que la filosofía platónica de la cual se nutre en buena parte el cristianismo hacía un amillaramiento escalonado muy riguroso entre lo apolíneo y lo dionisíaco para determinar las muchas jerarquías hasta alcanzar la condición de manumitido o liberto. Los que viven según el alma no han de barajarse en el mismo grupo que los ancianos que discutían en el ágora. La vida se escalona en una ascésis Un camino de perfección sustentado por el dominio de las pasiones. Gnosce te ipsum. Conocete a ti mismo. La πiσtiσ (fe) y la γnoσiσ(conocimiento) como entrada al portal de la sabiduría.
Unos buscan la salvación y otros la condena. Unos serán préditos y reos del fuego eterno y los otros bienaventurados. El evangelio insiste en este punto de despego de las cosas terrenales y de búsqueda de la perfección, algo que nunca podrán comprender los que se rigen por los códigos del bajo vientre y buscan una vida de placeres, orgías, odios, estulticias y enajenaciones mentales de todo género.
He aquí un toque de atención para los que nos azacaneamos por sobrevivir en estos agitados días del 2004. Aunque pecadores e inmersos en la batahola de un mundo en crisis y plagado de contradicciones y de convulsiones y de hiper actividad auto complaciente o auto destructiva, aspiramos a una felicidad según el espíritu, a esa sofrosine de los estoicos que se convierte en vida de gracia en el evangelio, por eso mismo hemos disfrutado el manjar suculento, esta ambrosía espiritual, que supone la obra de Juan José Jorge López que llegado a nuestras manos con los reclamos del tolle et lege y nos hizo pasar -¡bendito Agustín que nos iluminas con la llama perenne de tu divino cálamo!- unas horas de antesala o anticipo de ese paraíso prometido a los que mueren en la Fe, y que no consistirá en el goce de las huríes, como piensan los sarracenos, sino la contemplación y el canto, y la lectura, tal vez. Yo no me imagino un cielo sin libros. Arias Montano era también un hombre de libros. Sabía tanto y de todo- de lógica, ontología, medicina, y hasta de ciencias ocultas y de folklore - que sus amigos le creían en la plenitud de los siete dones del Espíritu Santo. Cuando regresaba a su aldea de sus numerosos viajes al extranjero una mula tenía que llevarle a casa los fardos con los tomos adquiridos. Del concilio de Trento se presentó en Frejenal de la Sierra con un carro cargado de libros y de ornamentos que guardó en la ermita de la Peña de los Ángeles. Por eso Felipe II, su contemporáneo en todos los sentidos, nacieron y murieron el mismo año, 1527 y 1598, le nombró su bibliotecario. Y a los dos debemos tal vez hoy esa maravilla que es la biblioteca escurialense.
Los libros llevan a Dios, al pensamiento infinito. Conocer es amar. Y los buenos libros, como éste, no solamente arrastran al conocimiento y la verdad sino que también golpean el corazón con aldabonazos inefables que nos recuerdan la música arcangélica.
Se llama este tratado, un libro mayor y yo diría que definitivo para acercarse al pensamiento y a la obra del maestro frexenense, confesor, capellán, consiliario y legado de Felipe II en misiones difíciles en los Países Bajos y en Portugal, políglota, sacerdote santiaguista, ordenado de mayores en 1559 pero el que cayó algún sambenito acusado de pertenecer a cierta fratría sospechosa, El pensamiento filosófico de Benito Arias Montano: una reflexión sobre su Opus Magnum. Suculento bocado sólo apto para paladares exquisitos, y también un vademécum magistral que nos guíe por el camino de la esperanza y de luz en medio de la oscuridad de la travesía del desierto. El cristiano en nuestros días está necesitado como nunca del maná o frumentum, ese prandium eucarístico que nunca podrá encontrar en los programas basura de la televisión, sino en la quietud y el silencio de un paisaje con un buen libro como éste en el regazo.
Los poderes ocultos, esos que dominan por la amenaza y el miedo, el atracón de terror, el montón de cadáveres en cada telediario, es lógico que mantengan en prevención este tipo de escritos que no son carnaza para la plebe ignorante y enajenada, sujeta a manipulaciones constantes.
Si hay algo que distinguió a la Iglesia Católica es su exhortación perenne a la excelencia. A una vida mejor, no contaminada por vicios y bajezas. Pocas instituciones han producido tanta belleza moral e incluso física como ella. Para demostrarlo hay está la estética misteriosa de tantas catedrales góticas, los cuadros del Greco, las tallas de las Vírgenes Negras, los cantorales catedralicios celosos archiveros de las melodías registradas en sus neumas.
Pero esta riqueza muchos no la comprenden e incluso torticeramente tergiversan el sentido de la historia. Los libros que atacan a la institución eclesial alcanzan relieve. Sin embargo, las que la defienden o exaltan sus valores como Chateaubriand en su “El Genio del Cristianismo” están descabalgados o pasan desapercibidos.
Parece que conviene que el candelabro permanezca debajo del celemín para que no se perciba su luz. Este silencio con que se acoge la calidad y el mérito en pro de la bazofia, el duerno de los sarcinos de los que hozan por las páginas de la prensa de bulevar o de las insulsas revistas de la entrepierna o en esa literatura de bestseller de autores proclamados a dedo por los Kingmakers de las casas editoriales transnacionales es una astuta manera de censura subliminal que nos hace añorar los tiempos cuando en España hasta las verduleras sabían de teología y se discutía de omni re scibili. La multitud sigue pidiendo pan y circo. Es la única taxonomía por la que se rige la nueva cultura de masas. Todo lo que atañe a la panza, el dinero, los goles y líos de alcoba de Beckham impera. El caso es mandar balones fuera para evitar el sambenito de ser tachado de políticamente incorrecto. Porque entonces no vas al quemadero - los autos de fe de hoy día son más sofisticados y sin tanta bulla- pero puedes quedar en las galeras del ostracismo, meteco en tu propio país, extranjero en tu misma patria, tachado de la lista de los vivos y empadronado en la de los expedientados y aspirantes a una muerte civil que presupone hoy verdadera muerte en vida.
Entonces, en el siglo XVI, cuando muchos, por su ascendiente judío, se sabían algunos pasajes bíblicos de coro, razonar sobre cosas divinas, como le pasó a Arias Montano y al propio primado de España, el cardenal Bartolomé Carranza, podía ser más peligroso que ahora, desde luego, pero Dios estaba más vivo.
Los émulos de Nietzsche parecían empeñados en anunciar la muerte de Dios. Dio la impresión de que lo habían conseguido hasta que apareció Bin Laden a lomos de su caballo ruano, nuevo Almánzor blandiendo la cimitarra, alquicel y turbante al viento del desierto, al grito de Alá akber. Este grito hizo saltar de sus sitios a los ateos convencidos. ¿Vuelven las guerras de religión?
El libro de Juan José Jorge López nos devuelve a los ámbitos perdidos, a ese Señor de la esperanza, de amor y de sed de conocimiento que descubrió el obispo de Tagaste. El Dios verdadero y trinitario. Padre compasivo y lleno de perdón que no propugna la venganza. Hijo encarnado que murió en una cruz y resucitando venció a la muerte pagando los rescates de la redención por una humanidad rehén del pecado. Espíritu divino que recorre las páginas de la historia. Un triangulo. La perfección del círculo. A ese Dios lo lleva todo hombre metido en el corazón sea creyente o no. Intus est. Habla directamente al corazón. A Él se accede mediante la gracia, los sacramentos, el canto de los salmos, la oración, el estudio.
La orden agustiniana, la primera del monacato occidental, nos enseñó las grandezas del retiro fecundo en pensamiento y reflexiones e hizo suyas las grandezas del Beatus ille, que Cela sentenció con su atávica socarronería: “aquí el que aguanta gana” y fr. Luis lo plasma en una oda cincelaria después de haber sobrevivido al naufragio de la persecución y los malos quereres, con un “decíamos ayer” para dar tabla rasa a los tiempos de encarcelamiento:
Aquí la envidia y la mentira
Me tuvieron encerrado
Dichoso el dulce estado
Del sabio que se retira
De aqueste mundo engañoso
Y en el campo deleitoso
Con pobre mesa y casa
A solas con Dios se acompasa
Y vive ni envidiado ni envidioso
La idea puede venir de Horacio pero esta oda resume todo el gran pensamiento agustiniano. Debe de ser algo que imprime carácter, puesto que el autor, que ciñó el cordón de cuero y se puso la cogulla negra y la esclavina de estos monjes, no puede ocultar sus orígenes. Aunque sea en la actualidad un servidor del bien común y como destacado mando en las fuerzas de seguridad haya dirigido, en su capacidad de comisario, la sección encargada de la lucha antiterrorista- el Arcángel Miguel, valedor de iglesia y sinagoga los tenga del lado de su brazo fuerte-, en el siglo continúa bajo la influencia de la manera de ser de los claustrales, adicto a esa recia personalidad, rigor e ideas bien claras, que tuvo esta orden, quizá una de las más antiguas de la Iglesia.
Sirva como ejemplo el P. Ángel Vega que compuso la España sagrada. También fr. Luis de León y el propio Lutero ciñeron sobre sus lomos el cíngulo, símbolo de castidad y entrega a Nuestro Señor Jesucristo, aunque éste fuera demasiado alemán y orgulloso para pertenecer al cupo de humildes y sabios hermanos que ha dado la OSA.
El propio Azaña escribió el Jardín de los frailes en los que rememora sus tiempos escolares en el colegio del Escorial. Cuando las turbas marxistas llevaron a cabo una saca en aquel centro, el prefecto que tuvo el presidente de la república se libró de ser fusilado con los demás. El antiguo alumno, aunque no demasiado piadoso pero sí humanitario, consiguió un salvoconducto para que el agustino pudiera viajar a Francia.
El libro, musculoso y un verdadero “tour de force” en lo que se refiere a la investigación y cotejo de fuentes o labor de campo -hubo de compulsar los fondos de las bibliotecas españolas y una de Bélgica donde está depositada la mayor parte de la obra de este escritor extremeño, del que todo el mundo ha oído hablar pero del que se conoce poco, al estar escritos sus libros, según era precepto en esta época - Ginés de Sepúlveda, Erasmo, Vives y tantos otros siguieron tal costumbre-, en latín.
Parece escrito de un tirón, sin tropiezos ni iteraciones, con exactitud, pese a lo abstruso de las materias abordadas. Todas son claridades con hábil soltura de estilo, sin una falta, sin un gazapo en el discurso por los saberes antiguos.
Es un trabajo para quitarse el sombrero. El pergeño y la redacción - es el tributo que ha de pagar la aparente facilidad- debe de haberle costado a Juan José no pocos pervigilios y sacrificios de su tiempo libre pero su tributo a Arias Montano no parece escrito a ratos perdidos, sino que da la impresión de que todo fluye y se desenvuelve con esa trabazón, esa gufa argumentativa y coherencia procesal o sindéresis que sólo se aprende en la escolástica.
Arias Montano, experto filólogo y hebraísta eximio, hizo una nueva versión de la vulgata bajo la supervisión de su maestro alcalaíno, Cipriano de la Huerga, que suscitó envidias y rencores. Es lo de siempre. Otro dómine, León de Castro, rival suyo, sintiéndose despechado al haberle sido encomendado por el Rey Felipe II a Montano en vez de a él, la faena de acometer esta nueva versión de la Escritura, que no se llevaba a cabo desde Cisneros, lo acusó de judaizante.
No está claro si pudo pertenecer a los incipientes grupos de alumbrados, como el de Llerena, cerca de su lugar de nacimiento, o a los conventículos protestantes que agrupados en torno al Regidor de Toro, el veronense Luis de Seso, entregado al brazo secular en un notorio auto de fe en la plaza mayor de 1559, hicieron acto de presencia en diferentes ciudades españolas: Sevilla, Valladolid, Medina, y por los que se alzó proceso contra el mismo arzobispo y primado de Toledo, pues la inquisición no respetaba ni a rey ni a roque, fr. Bartolomé Carranza.
Al igual que éste, Montano pasó algunos años en Flandes y fue ponente del concilio de Trento. El Santo Oficio también tuvo bajo sospechas a otros padres de aquel concilio, los dominicos Domingo Soto y Melchor Cano. El proceso a Carranza en el cual no se nombra para nada a Montano pudo ser la causa de su caída, perdido el valimiento del monarca y la capellanía y el beneficio de confesor regio, y de su retirada a su escondrijo en la sierra de Aracena, concretamente en la Peña de Alojar donde pasó cuatro años retirado del mundo, muriendo en la cartuja de Sevilla el 6 de julio de 1598 meses antes que el señor al que tan cumplidamente había servido y que tan mal le pagó. Sus obras fueron inscritas en el Índice en 1612 y, aunque luego rehabilitadas, permanecieron en la oscuridad durante siglos. La tragedia de este gran hombre, como la de tantos de su tiempo, fue la de pasar de martillo de herejes en Trento a sospechas de sambenitado.
Jorge López señala que Montano era un extremeño bondoso, humilde y conciliador, pese a su gran ciencia y pese al hecho de haber estado su vida dominada por el deseo de saber.
A la cupiditas aedificandi de los romanos, que se pasaron haciendo obras públicas y edificios hechos para dudar hasta la eternidad, respondieron los humanistas del Renacimiento con la cupiditas sapiendi. Nada de lo humano les era ajeno. El saber era único y su enseñanza se distribuía repartido en centones. La música tenía relación con la matemática y con la cirugía y la medicina o la mecánica. No había especialización.
Montano era un humanista que intenta en sus escritos explicar se a sí mismo y cuanto le rodea desde una postura teocéntrica. Cree en la palabra y el poder del nomenclátor. ¿Qué fue primero la cosa o el nombre? Pues san Isidoro en sus Etimologías nos dice que el Señor puso los nombres antes de hacer las cosas. El título vino antes que el libro y el artículo. Pero esta idea no es suya. Es de Platón. El que sabe domina. La información es poder. In principio erat Verbum. Aunque tampoco hay que dejar de lado otra realidad. El que a veces la ciencia allega dolor y que para ser feliz no conviene saber mucho. Es la noción oscurantista del Kempis y de algunos reformistas medievales escandalizados por las discusiones bizantinas en la Sorbona.
Pero de lo que antecede se deduce que Dios antes de la creación dio los nombres y después se puso manos a la obra.
Contra esta idea, arriba y abajo del álveo de la historia, estuvieron batallando los enemigos de la Cruz. Su argumento más divulgando es decir que el cristianismo no es más que una armazón retórica. Este criterio inspira seguramente el empobrecimiento del lenguaje urbano de nuestros días, la anfibología del doble lenguaje en virtud del cual las palabras se vacían de contenido y significan a veces lo contrario de lo que antes expresaban.
Sin embargo, el pensamiento agustiniano es todo él una glorificación del Logos. Occidente no hubiera llegado a nada sin la retórica. Es el verbo el que precede al concepto. De ahí esa gran cultura, ese amor a la libertad que estriba en el Evangelio, contrario al pensamiento único, en aborrecimiento del fanatismo. No proviene el catolicismo, a diferencia del islam, de un solo libro y una sola escuela, un solo rito “porque muchas son las moradas en la casa de mi Padre”. Se muestra más ecléctico en sus procedencias y saberes.
De manera que Cristo se convierte en la síntesis, el ápice, el alfa y la omega, el antes y el después del mundo anterior a su venida y el futuro. Pero siempre será combatido por los anticristos vaciados en el molde del pensamiento único. Cuando empuñó el látigo contra los cambistas del Templo y llamó raza de víboras a los fariseos se rebeló contra los sacerdotes del sanedrín que se creían depositarios de la verdad y abogaban por la estricta sumisión a la ley unilateral. Con su sublevación el Gran Eleuterio, como le llaman los padres griegos, o libertador, puso boca abajo el mundo de la sinagoga. Se alzó en armas contra el “Establishment” del Consejo de ancianos. Y esa actitud no se la perdonarán nunca.
Corolario de esto mismo es la creencia sostenida por algunos milenaristas del quiliasmos postrimero - y Agustín que asistió a la caída de Roma bajo los cascos del caballo de Alarico era uno de ellos- de que el anticristo ha de tener sangre musulmana. Admitidos tales supuestos, estaríamos ahora mismo en los pródromos de esa parusía o segunda venida. Esto, claro está, no supone más que una conjetura. Todo lo que sube baja, y todo lo que empieza se termina. El universo que tuvo un principio ha de tener un fin. ¿Cuando ? Esa es la pregunta.
Los capítulos dedicados a la Cosmogonía es una de las partes más interesantes de este tratado sobre el Frexenense. Arias Montano - nos explica el autor - sostiene la idea de la creación ex nihilo que se fundamenta sobre el criterio estrictamente bíblico del espíritu soplando sobre el barro. Dios hizo el mundo de la nada. Empezó por el firmamento.
La nada era el caos y en ese caos cubrían los espacios una especie de magma viscoso. Es el maim o protoplasma que al entrar en contacto con el eloim (ánima, soplo, hálito) dio paso a la vida. Esta noción la tomaron los judíos del hilomorfismo de la materia y la forma, el alma y el cuerpo, el ying y el yang de los chinos. El martillo y el yunque. La papeleta y la urna. El hombre y la mujer. El alma y el cuerpo. El espíritu y el cuerpo, etc. Hilomorfismo puro.
La ortodoxia católica había condenado en varios concilios el emanantismo, una herejía aparecida en el s. V y que hizo suya Mahoma, con su “Alá es grande”, frase que traduce las palabras de Platón el cual creía que todo cuanto había en el mundo emanaba de un ente supremo. Lo que estaba abajo era reflejo de lo que estaba arriba. Lo pequeño se corresponde con lo grande. Lo blanco con lo negro. Lo alto con lo profundo.
Aún no había surgido Darwin ni Teilhard de Chardín, refractario a creerse lo de la generación espontánea bíblica. Todo efecto ha de tener una causa, para rebatir esta noción con que comienza la cosmología judeocristiana, atentando Dios contra las leyes físicas.¿Podrá Dios ir contra sí mismo?
El Génesis preconiza esta idea de la creación de la nada, del soplo divino sobre el barro. Fue un arranque que transforma la potencia o materia (maim) en acto (eloy) espíritu divino. Todo de golpe, sin dilaciones ni intermediarios en un pispas. El frexnense no anticipa la tesis de la evolución pero sí la de Laplace y la del Big Bang de los físicos de Palo Alto. Nos habla del ichi o fiat de la Encarnación. Un “hágase” que sonó rotundo destapando el odre de los vientos, poniendo en movimiento las esferas, haciendo manar las fuentes y el agua fluyendo por el cauce de los ríos. Todo lo hizo bien. En todas las cosas puso su sello. Convirtió el caos en cosmos. Todo lo ordenó. Con la potencia de su brazo dio un empujón a la noria y los cangilones empezaron a rotar.
La obra no ha terminado porque el universo es un concepto en expansión. Desde entonces seguimos inmersos en el torbellino de este “fiat” porque el proceso no se ha cerrado. La biblia no es oscurantista, según sentencia Arias Montano; se compadece con el criterio de la evolución.
De ahí ese amor que profesan los cabalistas por la Escritura. En sus páginas creen advertir el rastro del pasado, el aviso del presente, el barrunto de lo porvenir. Sus enseñanzas - y esta es una intuición sorprendente para un hombre que vivía en la segunda mitad del siglo XVI- no están en colisión sino en colusión con la ciencia, proyectándose en todo el conjunto el lenguaje críptico en el que se expresan los escritores bíblicos bajo la inspiración del Espíritu Santo.
El afán de conocer es figura del pacto que hizo Jehová con el pueblo elegido al entregar a Moisés el Covenant. No se trata de un caso cerrado sino de un proyecto otorgado en esbozo y que el paso de los siglos irá culminando con arreglo a los designios de la Providencia omnisciente.
Lo primero que creó Dios fueron las luminarias. “Hágase la luz y la luz fue hecha”. Después de las estrellas, los planetas. Montano, según nos explica con su convincente hermenéutica Juan José Jorge, no suprimió las artes adivinatorias, porque pensaba que el porvenir del hombre estaba escrito en las estrellas. Tampoco rebate la magia natural, que hay que diferenciarla de la negra o diabólica, obra del hechicero maligno.
Esta magia natural se enseñó en las aulas universitarias, en los claustros catedralicios y en los conventos y tirocinios jesuíticos hasta el s. XVIII. Hace unos años llegó a mis manos un texto anepigráfico- estaba arrancada la cubierta-, que bajo el título en páginas interiores de Magia natural y filosofía oculta trataba de estos supuestos, y bien pudiera haberse debido a la pluma de Arias. Lo que parece obra de trasgos al principio, luego, descubiertas las causas, encuentra explicación lógica.
La Magia fue mentora de la alquimia y formaba parte de las disciplinas anejas al Trivium y al Quadrivium, los siete saberes principales, los que ponen a la mente humana en el camino recto antes de llegar a la piedra filosofal, o de encontrar el quinto elemento o quintaesencia. Los otros son: agua, fuego, aire, tierra.
Como se comprobara, esta cosmogonía del Génesis se diferencia bastante de la teoría del origen del mundo que dan las religiones sincretistas. Griegos y romanos no se tomaban muy en serio a los dioses del Olimpo presididos por Zeus Tonante. Su teodicea es ridícula. Téngase en cuenta que el étimo “θeos”, que en lengua griega no vine en mayúscula, es la palabra que utilizamos los españoles para indicar este concepto a través del puente del latín: zeus, theos, dios.
El Dios semítico, celoso, vengativo, interventor en los asuntos mundanos para salvar a un pueblo en perjuicio de otros - la Biblia resulta a veces un cuento de las Mil y una Noches y otras, una película de buenos y malos, una crónica de crueldades y de perversiones- fulminando ab alto a los filisteos o parando el sol para que Josué pueda ganar la batalla, es otra cosa. No causa risa sino pavor.
Es El que es, Jehová. No se atrevían los judíos a llamarle por su nombre; por eso utilizaban circunloquios para designarle: Gharon (el alto), Golán (eterno), Tholedah (sin tiempo). Fue ese Dios grande en el Sinaí que llega a entrever Castelar en su magnífica elocuencia. Es ese Alá sanguinario de los moros empuñando la cimitarra con llamadas a la oración cinco veces al día, la peregrinación a la Meca, la anúteba o guerra santa. Es un Dios que nunca se emborracha como Jupiter ni tiene deslices con las otras diosas y que nada tiene que ver con el Cristo amoroso y lleno de perdón que nos bendice desde la mandorla del Pantocrátor.
En su nombre no se puede matar porque predica algo muy difícil de cumplir a no ser con fuerzas sobrehumanas: perdonar los agravios, no utilizar la espada. Porque el que a hierro mata a hierro muere. En cierto modo el mandato evangélico tronza las normas establecidas por la naturaleza. Y volvemos a esponjarnos en la duda antigua ¿Puede Dios contradecirse?
Los musulmanes, proselitistas e invasores, consideran que la religión ha de ser impuesta a sangre y fuego. Los judíos, por su parte, nunca tuvieron misioneros. La religión para ellos es una ejecutoria de hidalguía, que se transmite desde el claustro materno. Apenas tienen conversos. Se consideran acreedores del vaso de la elección. No son violentos, creen en la guerra justa y defensiva. Se muestran en la batalla por la construcción del Eretz Israel más inteligentes y menos bestias que sus rivales sarracenos. Sin embargo, su religión no manda la misericordia sino la estricta aplicación del ojo por ojo que les obliga a arrasar la casa y sembrar el campo de sal -venganza bíblica- de todo aquel que se atrevió a alzar la mano contra Israel en cualquier acto terrorista. Consideran la vida sagrada y así todo judío después del Bar Mitzav se convierte en hallahah, es es: en santo.
Para Arias Montano no hay contraposición entre razón y fe, al tiempo que, escriturario avisado, se atiene a las fuentes rigurosamente hebraicas de la la revelación y las interpreta en su parénesis al pie de la letra, porque, ya lo hemos señalado, ésta es la versión cabalista que ve en la palabra de Adonai la fuente de todo conocimiento. El cristianismo, por su parte, bebe no solamente en el hontanar de la letra sagrada sino también en el de la tradición, incorporando a la liturgia y al calendario eclesial viejos ritos paganos cristianizados o adscribiendo al catálogo de los santos héroes míticos de dudosa existencia como san Cristóbal, san Jorge, san Nicolás y que en buena medida parecen apócrifos pero que excitan al fervor popular. No puede haber religión sin un cierto entusiasmo y el entusiasmo es sinónimo de endiosamiento en griego (εv θεoς). En la Encarnación Jesús se hermanó con nosotros, cargó a cuestas con nuestros pecados, nuestras dudas, sin romper del todo los lazos que ataban al hombre con su pasado.
El caso de Pablo arrasando los ídolos y apagando las velas votivas en el altar de Afrodita en Efeso - el Apóstol de los gentiles era un judío zelotes y muy exaltado - es una excepción. Los primeros evangelizadores al anunciar la buena nueva fueron tolerantes y bastante permisivos con el legado pagano. Cabe recordar, asimismo, que todo el NT excepto Mateo está escrito en griego, la lengua en la que predicó Jesucristo, que era, según alguna paleografía moderna, un judío helenizante, aparte del arameo. La herencia clásica pesaba mucho entre los primeros cristianos. De hecho, todas las conmociones religiosas, las disputas inter sinodales y los cismas tienen por marco este ámbito de los que propugnaban una estricta observancia del bagaje semita y el gentil dentro de los bautizados. Así, las herejías de monotelitas, monofisitas, donatistas, pelagianos, arrianos, nestorianos, iconoclastas y demás. En los primeros ciclos a san Pablo lo tenemos enfrentado con san Pedro. El problema, el de siempre: los judíos.
Siempre surge una voz clamando por la vuelta a la antigua observancia. Y esa voz es la de los textos sagrados. Sin embargo, cada vez que se levantaba esa voz había que temer revueltas, guerras y sediciones. Así es la condición humana. El hombre hecho del barro se escuda en la divinidad para dar rienda suelta a sus egoísmos fanáticos.
Para contemplar la historia con una cierta perspectiva, no queda otro remedio que olvidarse de las bajezas de la rastrera y difícil convivencia política y subir más alto. El universo es puro e incontaminado porque lo alumbra la llama de ese horno o pebetero perpetuo que es el sol. Arias Montano describe al mundo como una esfera. En geometría la esfera simboliza lo perfecto. En ella caben las hierbas, las piedras, las aguas, las quintaesencias del quinto elemento. Al espacio lo llama makom y al tiempo gholam.
Dios todo lo hizo bien. Los ciclos estacionales marcan a compás el giro el de las esferas en armonía, pero Montano, aunque escuchaba esa música serena de Salinas a la que canta fr. Luis en una oda, no había abandonado, con la gente de su época la idea del geocentrismo antropológico del Renacimiento. Para ellos la tierra y el hombre eran la medida de todas las cosas. A la sazón no había aun levantado cabeza Galileo con su tesis heliocéntrica.
Las observaciones que hace el autor sobre el pensamiento montanista en lo tocante a la creación del hombre y de la mujer advierten de la inviolabilidad del matrimonio santificada por el matrimonio cristiano, y cita al efecto la Carta ad Efesios en la cual san Pablo manda a los desposados quererse como partes de un mismo cuerpo que alienta bajo un único espíritu, pero también dice: Esposa os doy y no sierva”. Pocas religiones han hecho tanto por la manumisión y la igualdad de derechos, contra todo lo propalado por las feministas, como la Iglesia. Prescribe la tolerancia, la compasión, el respeto mutuo. Nunca la guerra de sexos ni la violencia de género. Es curioso; muerto y finiquitado el marxismo con su filosofía de la lucha de clases aquí seguimos enfrentados con la lucha de género, que está destruyendo la célula nuclear de la sociedad española, la familia, por un lado, y, por otro, rebajando a la mujer a su antigua condición de objeto de deseo. El hedonismo imperante nos las hace desfilar todos los días por la catasta. Y por ese camino llegamos a un aberrante culto al cuerpo y a la fortaleza física que junto con la emancipación de la mujer y la libertad sexual nos pueden llevar muy lejos. Pero ese no es nuestro asunto.
Volviendo a Montano, éste nos dice que el hombre y la mujer son complementarios, partes de un mismo todo. La mujer para el hombre no ha de ser un factor perturbador, ni viceversa. El hombre es el espíritu y la mujer la materia. Ésta por tanto está más pegada a la tierra. Dos seres en armonía, el orden dentro del caos de la naturaleza.
Sigue el autor haciendo un repaso a todas las disciplinas del saber abordadas por Montano. Es muy interesante lo que nos dice de la Medicina de la cual tenía grandes conocimientos el sacerdote gracias a la amistad que tuvo en su juventud con Francisco de Arce al que conoció en Salamanca. Así que dio una singular importancia a los tratados de Medicina y de Farmacia en la catalogación que hizo de los libros para la Biblioteca del Escorial, cuando el rey Felipe II le encomendó la tarea de documentar arhivísticamente todos los fondos de una de las librerías más importantes de la cristiandad y que ha pasado hasta nosotros.
Montano era un hombre total y también contradictorio. Aspirante a la vida solitaria y al horaciano “Beatus ille”, estuvo enfrascado en tareas diplomáticas y políticas de su tiempo como fueron el Concilio de Trento, la pacificación de los Países Bajos y de Portugal. No se concibe cómo pudo escribir tanto, casi más que el Tostado y con tanta penetración sobre los temas más diversos; el hombre, Dios, la naturaleza caída, el pecado, la muerte, el fin del mundo, la ortografía. Más de cien volúmenes. Creo que su semblanza literaria ha quedado bien plasmada en este libro de Juan José Jorge. Nos le presenta como un antiguo Argos de la sabiduría.
Lo hemos leído con fruición e interés, verdadero prandium espiritual en nuestros días. Pero hay un aspecto insinuado en toda la obra y que no ha podido ser abordado, lógicamente, y por menudo, como podrían ser las relaciones de Baruj Arias Montano con Bartolomé Carranza. Los dos fueron asesores y capellanes de Felipe II. Los dos viajaron con él a los Países Bajos y a Inglaterra, entrando en contacto con el mundo bíblico judeoprotestante, que irradiaba de Amberes y de Amsterdam. Fue en Flandes donde publicó el primado Carranza su Catecismo que habría de traerle tantos quebraderos de cabeza y la Biblia regio de Pontino incoada por Arias se publicó en Bruselas donde yace gran parte de su obra inédita. Esa traducción pondría en su entorno el formidable aparato logístico de la Inquisición. ¿Era fruto de malquerencia o una nueva y peligrosa interpretación del cristianismo? Arias Montano como Carranza mira con cierto desdén el culto externo y aboga por una interiorización de las relaciones con Dios. En esa órbita giran santa Teresa, san Juan de la Cruz, san Juan de Avila, pero también Miguel de Molinos y todos los alumbrados. Felipe II, al que denuestan con tanto ahínco, al defender la ortodoxia libró a España e Italia de las conmociones de una guerra civil por causas religiosas. Tuvo que cortar por lo sano y se le motejó de cruel. ¿Pero no fue más cruel Calvino quemando a Miguel Servet porque contradecía sus convicciones bíblicas acerca del flujo sanguíneo? Si resulta que el culto a las reliquias y las cruces no eran más que dos palos cruzados - por ahí empezó todo- nos hubiéramos quedado, llevados por el viejo furor iconoclasta de hugonotes y luteranos, sin las estatuas de Miguel Ángel y sin todo el arte cristiano del Renacimiento que es muy rico y copioso, y las iglesias vacías sin retablos, y oliendo, como muchas ahora, a gatizo. Me parece a mí que esa veta externa del catolicismo, aunque provenga del paganismo, es importante. La abolición de la rica liturgia romana, la supresión del latin como lengua universal de la iglesia - que a algún cura con mala uva he escuchado yo decir que bien hecho porque era la lengua de los que mataron a Cristo, cuando esto no es verdad, en la crucifixión se habló griego y arameo-, el abandono de las antiguas posturas, el auto de fe y la quema de los viejos libros, manuales, cartularios, libros de horas, catecismos que han quedado postergados en favor del retorno a la Biblia a palo seco, son cosas que asustan y preocupan a los que verdaderamente hemos amado a la Iglesia. Nos duele que ésta se haya convertido en una ONG,. Que padezca macrocefalia con una gran cabeza - un papa en capa magna y en silla de ruedas que parece haber pactado con los poderes del siglo pues parece ser que le gusta ser un héroe mediático con merma de las obligaciones de su magisterio- y un cuerpo raquítico con una feligresía abúlica y rutinaria y un clero que en sus prédicas se van por las ramas y no explican el Evangelio con arreglo a las necesidades y preocupaciones del hombre de hoy. No denuncian. No protestan. Hacen simplemente encajes de bolillos. Si la cabeza ha pactado - me parece que en parte las tesis de Lutero con respecto al papado no iban descaminadas- con los poderes fácticos y están al servicio del imperio otra cosa no podían hacer los miembros. De aquellos polvos estos lodos. Si esto hacen los rabadanes qué no harán las ovejas. Quizás a esta iglesia, dominada y sometida a los poderes de la sinagoga, a qué no decirlo, la salven sólo los diáconos. Es eterna, de eso no me cabe la menor duda. Quizás estemos a las puertas de una impasse. Esto tiene que dar un vuelco. Si no, se acaba.
El libro de Juan José Jorge nos ha retrotraído al gran tiempo que tuvo el catolicismo, su hora mejor y al hilo del mismo hemos aportado estas sugerencias que son, claro está, impresiones personales y preocupaciones de la hora actual cuando hay tantas instancias que abogan en favor de la sustitución de la Crucifixión, obra de la redención y sacrificio del Mesías, de forma total, por el Holocausto o muerte de unos pocos. Puede que ahí estribe la razón de nuestros males. El mundo actual se enfrenta a un problema de conciencia entre los que niegan y los que confiesan a Jesucristo, entre ovejas y cabritos, bienaventurados y préditos. La amenaza del islam y la pressura gentium- pues no otra cosa son las emigraciones en masa que padecemos- vuelve a tener todos los visos de castigo divino y un recordatorio a Europa para que regrese a vivir al pie de la cruz, un consejo difícil en estos tiempos de comodidad y de egoísmo, uno añora los días en que los obispos, caballeros prevenidos en frontera, iban a la cruzada, como don Rodrigo Ximenez de Rada, el de las Navas.
Pocos cristianos parecen dispuestos ya a dar testimonio de su fe derramando su sangre por el Salvador. Vino el separador y sembró nuestros campos de sal. Conocía bien nuestras costumbres y parece haber ganado la partida. Lo importante hoy es el bienestar. Montano murió el mismo año que Felipe II en 1598, cuatro siglos antes del desastre, y diez después del naufragio de la Invencible. Había nacido en 1527. Era de la misma quinta que el Rey Prudente. Sosegáos.
España, despierta.
Antonio Parra Galindo
18 de abril de 2004
21 de marzo de 2004
URNAS Y CADÁVERES. TRIUNFA EL GRAN JIFERO. GUAY DE MI ESPAÑA
Estábamos todos tan tranquilos aunque la campaña electoral seguía por el rumbo habitual de los estacazos. La bomba nos cogió desprevenidos, helada nuestra sangre, un once de marzo, mes inicuo cuando los almendros florecían. Fuimos a las urnas el día de las idus y acabamos bailando sobre los despojos de 202 cadáveres. Ha sido la hecatombe. Triunfó la extorsión y la mentira, porque en España nunca se ha mentido tanto como por estas fechas. Vivimos bajo la férula de los envenenadores mediáticos. El gran jifero se ha lucido en la embestida. Pingaban cadáveres y restos humanos sobre los postes de la catenaria y las explosiones abrieron boquetes en la carcasa dejando abiertas las heridas. Los muertos yacían entre cascotes y los costillares desnudos y las ruedas del vagón sobre las vías. Otros permanecían sentados en sus asientos, la cabeza echada, como un poco traspuestos en la siesta de la eternidad, el maletín de mano sobre el regazo y el teléfono móvil sonando en los bolsillos de la chaqueta. Una llamada que jamás sería atendida.
La prensa voraz y morbosa lo que quiere es espectáculo. Muchos reporteros de acá para allá parecían matarifes en plena exultación mondonguera, mientras Jeremías convocaba a sus plañideras al otro lado de la banda. Los periódicos al día siguiente hoy sí que verdaderamente parecían una casquería. Somos muy burros o muy malos - pensaba para mis escuchas- y Dios castiga sin piedras ni palos. Los ateos se hacían la pregunta de por dónde andaba Dios ese día. Por los viejos plantíos y huertas de la antigua Atocha a lo mejor es que no le tocaba servicio.
Ha sido una mañana de Herodes esta del 11 de marzo que ha dejado una lista de 202 madrileños trucidados, la mayor parte emigrantes de doce países del mundo; el resto, estudiantes, funcionarios, profesores, algún fontanero.
Iban los deudos a recoger las pertenencias de los fallecidos y entre los despojos los móviles seguían sonando. Un rinring macabro. Nadie se ponía al teléfono al otro lado de la valla de la eternidad.
A consecuencia de la masacre los cuerpos quedaron hechos albúmina. Había trozos de carne y muestras de dentadura sobre los cables del tendido eléctrico. El viento pulsando estridencias sobre el embobinado de las jarrillas cantaba epinicios y hacía sonar las notas del “Dies Irae”.
¿Quién ha sido? ¿La ETA? ¿Los moros? Nunca se sabrá, mas todo huele a conspiración. Las lebrelas ventean la presa y todos a po ella. ¡Pobre España vendida y vencida! Muchos monteros la garza combaten. Por altos oteros los perros la llaten. Me acordé esta mañana sencillamente de unos versos.
Tres trenes de cercanías saltaron por los aires. La onda expansiva derribó a un gobierno. Madrid volvió a ser ese día trágico y esperpéntico en la hora de los Jeremías, y de las lagrimas cocodrilas. Se impulsó el nuevo lenguaje del “double talk” o de la viuda rica. Vamos a tener fúnebres lamentos y plañideras para muchos días porque aquí todo se vende. Hasta la muerte. los políticos chupan cámaras, formulan condenas y dándose golpes de pechos farisaicas dicen que hay que derrotar a la violencia venga de donde venga. ¡ Cuántas monsergas hemos escuchado a lo largo de estos años de democracia y de terror! Los malhechores nunca son habidos. Los detiene la poli. Entran por la una puerta del juzgado y salen por la otra. Los fariseos de la justicia, los coribantes del poder y de los micrófonos, los tribunos de la prensa, se rasgan las vestiduras.
-Ha blasfemado
-Oiga, ¿Yo qué he dicho?
-Llamar moro a un marroquí ¿le parece poco? Eres un racista y xenófobo. Ya te ajustaremos las cuentas.
Al gran hermano y a los patrocinadores del nuevo lenguaje global no les gusta llamar a las cosas por su nombre.
Los cuervos volvieron a planear graznando lúgubres - y el que avisa no es traidor- sobre los desmontes de Moncloa.
Oído al parche, españoles. Dicen los grandilocuentes y los de la prensa del coturno que no sabe contar ni escribir si no es plagiando el título de un libro o de alguna película cretinizada por algún norteamericano que “estos tres días cambiaron al mundo”. Aquí los mensajes clónicos se prodigan.
Sin embargo, se estaba viendo venir. Quien mal anda mal acaba. Son cada vez más activas las fuerzas de descomposición de un estado bajo la bota de sus enemigos a los que les hace el juego. Moros en la costa. Sayones de Eta. Luego vendría el “zapatazo”. No se guardó luto y fuimos a comicios de cabeza como aquel que dice para elegir a Zapatero entre muchas manifestaciones y condenas a la violencia “venga de donde viniere”. No se respetó la sacralizada inviolabilidad del sabath o día de reflexión de los nuevos nomencladores que abren y cierran el Talmud del NYT todos los días. Blasphemavit. Reus est mortis. Vuelven a escucharse por toda Europa las palabras y vejámenes de la crucifixión. Los de la SER aullaban la vieja consigna de “a por ellos”, “vamos a quemar sus sedes”. ¡Qué bochornoso espectáculo es el que propician por acá los comicios. Lean el “Cuarto poder” de Palacio Valdés, nenes. Y allí viene todo cuanto sucede. Un pueblo tranquilo, idílico, puede convertirse en un lugar de paz, un infierno, cuando la ciudadanía se disponga a votar.
Se han dicho muchas majaderías. El caso es meter ruido. El papaz se hizo amigo del ulema. Ya somos hermanos. Emergen los aljamiados y los conversos a Mahoma. A Gala le `pagan los saudíes. Hasta le han regalado una pluma que él ha reconvertido en cimitarra para volver a degollar cristianos y escenificar de nuevo el martirio de su paisano, Eulogio de Córdoba. Las masas, convertidas al Alcorán, pronto pondrán en su casa la quibla y la alfombra litúrgica para rezar a la Meca. Aquí conviene hacerse composición de lugar, apercibirse a combatir, o huir a los montes
Hemos dejado de ser libres. Mandan las masas. El capitalismo del circulo de Chicago, más puro y duro, el más torcaz, eleva altares a Marx. Se cumplen las profecías de Trotsky de la revolución permanente con esto del globalismo. ¿Quién están detrás de alcaida? Los judíos. ¿Quién concibió y parió Hamás? El Mossad. Ellos nos han metido en este tremedal. A su anúteba particular quieren que respondamos con una cruzada contra el yihad. Lo que no es óbice para que las mafias hebreas que controlan los movimientos de población por todo el planeta estén trayendo gentes de todas las etnias para acá. Madrid a las nueve de la mañana de un día cualquiera en el metro se convierte en un babel linguístico. Hay de todo menos españoles. Para más cachondeo nos pasan por la cara lo de la civilización judeo cristiana.
-Oiga, amigo. Yo de judío no quiero tener nada.
Ellos que han clamado por la pureza étnica, lo del “vas electionis” y de la preeminencia de Israel sobre los otros pueblos a los que el Jehová del Sinaí está en su derecho de tratarlos como bestias - ¿no fue él su creador? ¿no somos hijos todos del mismo dios?- nos venden la burra del mestizaje, el cruce de culturas, la convivencia de los tres credos. Bosnia y Sarajevo y Toledo en el corazón. Europa de nuevo en manos del turco. El objetivo es la cristiandad, pero en Roma no se han dado cuenta.
Las carcajadas del Sanedrín resuenan bajo las bóvedas de las catedrales. Las iglesias se han convertido en sinagogas o en museos y los verdaderos templos cristianos como los de Kosovo los prenden fuego. Cuando Sharon dice que ha estallado la tercera guerra mundial, el tono de su voz y de su acento guardan ramalazos de apocalipsis. Es el doble lenguaje de los posmodernos. ¡Qué ironía! Una nación terrorista y que nació del terrorismo - tenemos memoria suficiente como para recordar al movimiento Irgún y la voladura del Hotel David de Jerusalén en 1946 - acaudilla las mesnadas de la guerra contra el terror. Sólo el Zionismo es culpable. Rueda la lava del odio por las laderas del monte santo. Serán capaces de pegar fuego a este planeta con tal de hacer resplandecer su idea contraria a la del Evangelio. El Mesías que ellos siguen aguardando sigue siendo un sujeto lleno de cólera y de venganza, tremebundo, que apartará las ovejas de los carneros.
Y aquí la gente, que sigue sin enterarse. Se ufana el personal de ser muy de derechas. Polanco, las fuerzas oscuras, el gran capital, los bancos norteamericanos, los “mass media” se abaten como sombras negras sobre este pobre país cuya pertenencia se disputan y trocean a cachitos precisamente en el quinto centenario de la muerte de su fundadora la Reina Isabel la Católica. El pueblo tan ignorante como siempre tragándose las salacidades al por mayor y por menudo de la Campos con sus polvetes y sus chisguetes. Las ricashembras ya no creen en la familia. Tampoco procrean. Parir que paran las extranjeras.
El papa judío se resiste a canonizarla. Cataluña y Vascongadas piden la independencia. Andalucía paga pechas a Mohamed. Los moros han entrado en tromba y canturrean la saloma del Corán en las callejas de Lavapiés. Con una mano desean la paz y en la otra ocultan la cimitarra. ¡Ay Dios! Guay de mi España.
Ríen, mientras tanto, una carcajada diabólica sonando sobre las torres de las iglesias, en la sinagoga. Pronto, renovando sacrilegio sobre el caldero de la iglesia de san Facundo sobornarán a un sacristán y echarán una hostia al aceite hirviendo. Aguardan nuevos días de sufrimiento y de iniquidad. Helicópteros israelíes abaten a un caíd en silla de ruedas a la salida de los rezos del alba en la mezquita. Ley del Talión mientras aquí sólo se condena y se perdona al asesino. Los terroristas en las cárceles españolas viven en hoteles de seis estrellas. El doble lenguaje manda en nuestras vidas. Los judíos han exportado a Europa su propia guerra de la reconquista. Judíos, moros y cristianos andarán de nuevo - y contradigo a Gallardón que es un muslímico encubierto en la hora de todos- a la greña. Don Américo Castro no es más que un impostor y don Camilo José Cela será buen literato pero mal pensador.
Dicen que ha sido el islam pero a mí mi abuelo, que estuvo mucho tiempo en África, me dijo que detrás de un moro siempre está un judío con sus dineros y sus maulas.
El sanedrín nunca dirá la verdad y son ahora ellos los que manejan el cotarro de las grandes armas de propaganda. Sharon ha dicho que el terrorismo es la tercera guerra mundial. Pero no sabemos donde se agazapan nuestros enemigos. Es más; están los lobos a cargo del aprisco. Un estado terrorista como es el de Israel que nació del gran atentado de la voladura del Hotel David de Jerusalén quiere enseñar al mundo a combatirlo. Ellos quieren ser el remedio siendo la enfermedad. La paz significa guerra y en las manifestaciones del día después los energúmenos salen a vociferar por las plazas sus condenas contra la violencia. Por un lado, la tercera guerra mundial. Por el otro, la revolución.
Pero ya digo. Marzo es un mes de llantos y de sibilas, de cirios encendidos en las aceras y de lacitos negros luciendo en los crespones con la palabra “nunca más”. Los que estaban en la “demo” eran los que habían puesto la bomba y luego se encargaron de conducir a las masas a base de mucho agit prop. Nos van a volver locos. Están en misa y repicando. Es un decir porque estos señores abominan del cristianismo. Están aquí para sustituir sus símbolos. No había cruces sobre las tumbas de los trucidados. Sólo el lóbulo negro- de la misma forma que el lacito rojo luce en las solapas y salta a la calle en los día de la lucha contra el Sida. O el rosa por la fiesta del arco iris, orgullo gay- ha sustituido a la cruz. Ese torzal nos atenaza entre sus cabos. Lacitos rojos, lacitos verdes, lacitos rosas. Todo este lenguaje pertenece a una nueva semiótica. Pueden ser incluso el dogal en que ahorquen a la verdad. Mucho chillan los marranos entre el cuchillo del matarife. Matanza de Atocha. Manos blancas, basta ya y nunca mais. Por el hilo al ovillo de la consigna. Planchas masónicas.
Siempre recordaré este despertar convulso con esos conductores de los programas matinales de la radio española que son el brazo armado de la desinformación y la voz de un amo al que no se le ve, los cantamañanas de turno. Las voces estremecidas hablaban de una bomba en Atocha. Antonio Jimenez era el periodista en urgencias de la Radio Nacional. Gritaba desaforadamente como un energumeno. Es que esto de la noche de las transistores es sinónima aquí de la de los cuchillos largos. José María García hizo su buen servicio el 23F y le pagaron despachándole con una patada en el culo. Esta radio nuestra ay lleva la esvástica de Goebbels en el corazón aunque reconvertida a estrella de David. Es una palanca de poder y de control mental.
Era una mañana tibia de marzo cuando Madrid, el Madrid mestizo y poliglota de las nuevas brigadas internacionales y de ulteriores marchas verdes, habitado por gentes extrañas que han llegado nadie sabe cómo ni por qué motivo, ni quien les ha traído o les pagó el viaje y qué han venido a hacer, lo de ganarse la vida es lo que dice Gabilondo, se despertaba con un hálito de muerte en el rostro de la primavera.
Una de las naves de Ifemac, sede de las exposiciones, abría cobijo a los despojos haciendo de carnerario o morgue de emergencia. Las urgencias de los hospitales no daban abasto y las multitudes hacían cola para donar sangre. Se repetía macabramente, y con ese afán que tenemos los españoles por imitar-¡la que se nos viene encima!- todo lo malo que hay en el mundo anglosajón, ya somos europeos, OTAN de entrada no, y de repetir aquí las consignas polivalentes del poder global como corifeos que graznan con la urraca, las escenas de las torres abatidas. Nueva York y Madrid se han hermanado en el dolor. El 11S y el 11M son dos fechas paralelas en el ultraje y en la sinrazón. Ya somos más demócratas. Más homologados. Menos cristianos. Más moros. Se ha convertido la profecía de Azaña de que España ha dejado de ser católica. Nos la tenían guardada. Y todo este desasosiego que se alza sobre el país como una mano negra no es más que el cumplimiento de la palabra empeñada. Eran mucho más vengativos de lo que me imaginaba.
España, expía tus culpas. La mimesis y la imitación simia de las maldades con que miden nuestras costillas y nuestros traseros democráticas la estupidez de los políticos torpes y de los reporteros papanatas, que ya no escriben, aullan, han vuelto a este país por el forro del esperpento. Nos van pronto a colgar en el campo como a los espantapájaros. España engañada y entregada al invasor.
Incienso para los instalados. ¡Viva la entelequia y traguénos la tierra en el lamedal de los discursos cantilenas del telediario que se repite más que la cebolla! Esto es el suma y sigue del gatuperio. La amenaza y la entelequia entran al trapo del engaño. El gran cofrade nos torea.
A cámara lenta, concejera y sañudamente, los de la tele no hacen otra cosa que pasar la película del derrumbe de los rascacielos. Se les hace la boca agua con las grandes palabras que no significan nada porque el dolor ya no es palabra de luto y aquí hasta están haciendo de lucro del mismo duelo. Como esos que pusieron tenderetes para receptar dineros por los damnificados. Y arriba del tendero aparecía un cartel que decía: “Para las víctimas”.
La marquesina de la estación del sur pudo ser destruida como las Torres Gemelas. Somos categóricos y vehementes los españoles. Nos empeñamos en levantar una nueva zona cero. Hay que hacer un monumento a los bomberos en esta querida plaza de Atocha antiguo Zocodover madrileño, azoguejo de la picaresca moruna, arrimadero de perailes y de zampabollos.
Y con las bombas ha habido un cambio de gobierno. Zapatero es todo un demócrata que se ha puesto a bailar el sirtaqui sobre las cenizas aun calientes de las sepulturas humeantes. Debajo yacen 202 cuerpos trucidados. Papá, no vengas en tren. Herodes se había montado en Alcalá de Henares, se apeó en el Pozo del Tío Raimundo. Había dejado olvidado una mochila debajo de los asientos del vagón cinco minutos antes de que el convoy saltara hecho trizas.
Zapatero habla un nuevo lenguaje, el del nuevo orden que varió el mundo y se refiere constantemente a la ciudadanía, a los hombres y a las mujeres en democracia. Hemos ganado. Las urnas sangrientas han dado un golpe de estado. España de nuevo patas arriba. Ahora, todos, cabos primera. Vuelven los rojos. Los misacantanos del poder se estrenan en conferencias de prensa. Se acabaron los malos modos, los insultos y descalificaciones de la canallesca campaña electoral. Las idus de marzo, como se ve, concluyeron en ríos de sangre. Unas elecciones en este país de enconamientos y de rijosidades siempre tienen algo de pesadilla.
Hemos ganado. Así ya se puede pero la vida sigue, qué se le va a hacer. Y el moro de la alcatifa, “thumbs up” ya no va de descubierta, asiente y da la venia. A Felipe como a la Ordoñez la han puesto casa los marroquíes. Son las pejigueras de un nuevo orden. España se acabó. El papa judío entona un kadish en la sinagoga vaticana y en la catedral de Madrid hay extraños responsos funerales. En la pérgola del ábside de la Almudena el gran crucifijo del altar mayor aparecía bajo el halda de un gigantesco compás masónico en forma de crespón negro. Hemos ganado. Es un nuevo orden. Las radios, brazos del poder secular propagandístico, lo repiten hasta la saciedad. El mogataz desenrolla con una mano la alfombra para que los del PSOE pisen moqueta otra vez mientras con la otra desenfunda la espada. Nos van a apuñalar por la espalda. Felipe ha querido hacer de un nuevo don Opas ante la corte del Mohamed traidor.
Los micrófonos no sueltan una verdad. La mentira tiene trono en la Cibeles y se pasea muy ufana por la calle de Alcalá. Era lo que pretendían. ¡Viva Lavapiés cosmopolita! Que vuelva por donde solía. Echaron a los castizos y se ha convertido en zoco y aljama. No ha habido noches de cuchillos largos pero el alauita se queja de las miradas del cristiano. Los etarras se confabularon con el moro y Goebbels y la Pirenaica se pusieron las botas. Heraldos del mañana portaban a Gallardón exultante en alcatifa voladora. Ibarreche, desde el norte, fue el primero en sumarse a las condenas institucionales. Ya advertía y condenaba a los violentos. Era la vera efigie de la ciuda rica que con un ojo llora y otro repica.
-Venga, todos a la manifestación.
Las churras con las merinas, los moros con los cristianos. Ya no suenan responsos. El violonchelo de Pau Casals presta nueva voz laica a las sibilas. Decían los gudaris:
-Hemos ganado.
Los de la barretina catalana alzaban puños crispados payeses exhibiendo amenazantes la bandera que quitaron a Aragón y se disponían a una nueva venganza catalana.
Perdía España. Ya somos un poquito más demócratas y más globales. Me despertaron las radios con sus anhelantes comunicados. Una reportera en el lugar de los hechos hablaba con voz entrecortada. Gritos y olor a pólvora en la mañana de la hecatombe. Aquí por condenar que no quede y por meter bulla - el que chilla capador y la calle es mía- no nos vamos a pegar. Un minero de Tineo les vendió la pólvora, los clavos y los brulotes pero aquí todo es como muy confuso. Esto es un “cover up”. Nos cuentan batallitas. Nos mean en la cabeza y hemos de decir que está lloviendo. Nos dan gato por liebre en las noticias de esta radio española confusa y desgañitada. La tapa de los sesos de un viajero quedó incrustada en el cable de la catenaria. ¡Cómo gozaron del morbo los que por la noche nos venden carne adobada en seso y mondongos de la gran putana! Cien mil ilegales, con aquello de que estuvieron en el tren o eran parientes de uno que iba, pidieron los papeles y mostraron orgullosos y amenazantes sus tarjetas de identidad.
Pasménse. Poníanse las botas los intoxicadores. Toda la calle era suya. Los que pusieron la bomba se sumaron a la manifestación al grito del Islam, religión de paz, en lucha contra la violencia cristiana. Me llené de pavor y lloré de rabia por los tiempos en que los obispos iban a la cruzada. Aquella tarde me hubiera gustado ser, por ejemplo, el arzobispo don Rodrigo Ximenez de Rada. Yo vi con mis propios ojos cómo unos desalmados cerca del Parque del Oeste, con las cenizas aún calientes de dos centenares de cadáveres, quemaban el gran símbolo que hizo grande a esta nación: la cruz del Gólgota.
-Hic jacet Hispania- cantaron a una las Euménides.
Gabilondo, caldo de cultivo de nuestro moderno aburrimiento, desde la SER (antiguos micrófonos de la Unión Radio roja, la del “no pasarán”) hacía proclamas en tono sansculote, más de lo misma, olé tu cencellada, que recordaban las algaradas de gorro frigio de la toma de la Bastilla. En Soto de Luiña pusieron de patitas en la calle a don Arturo, el último párroco católico, el que se cruzaba la estola como Dios manda. Después de él todos rabinos, que se dejarán caer el efod en forma de tabla.
- Papeles para todos.
Los que aprendimos historia de España en los libros del P. Mariana pasamos tristes jornadas consternados por los oficios y pamemas del primer munícipe, el nieto del Tebib El Arrumi que abrió el camino a nuestros enemigos mostrando puerta franca al moro en España, ese Gallardón tornadizo, nuevo héroe de la alternancia. Él nos llevará con sus alcaldadas a llorar por los muertos en Guadalete.
Primero, los doscientos muertos y mil heridos de los raíles. Después, la asonada. Aquí se tiene mono de los días turbulentos del “Prestige” y aquí sólo hay un culpable: el gobierno. Los lacitos negros quedaban muy monos luciendo en las pecheras y en las solapas. Hipocresías por un tubo. El similor nos llovió del cielo a esgalla. Querían hacernos pasar por oro lo que tan sólo es oropel. Por fuera, lutos y por dentro repiques, el corazón insensible acostumbrado a las salvajadas que echan por televisión a cada hora. Había cirios votivos en las aceras y en los soportales y muestras por todas partes de condolencias macabras. Las heridas cerrarán en falso. Vengan las plañideras que acá no lloramos por nada.
Madrid era una pavesa de alquitrán ardiendo en el agua del Manzanares. El aprendiz de río quería ser mar de lágrimas. Zapatones al poder entre grandes reverencias y genuflexiones de miramamolines y amenazas de la hidra separatista vasca. Los gudaris se emborracharon ese día por las tascas del Barrio Húmedo mientras los comandos de apoyo limpiaban las pistolas. En la cárcel de Soto del Real los presos vascos celebraron con champán al toque de fajina de aquella tarde macabra.
Es la hora de los verdugos y de las plañideras. Sopló el lebeche de la ira sobre nuestras vidas exhaustas y estábamos hartos de adorar a los dioses falsos de la manifestación y de tanto ir y venir con filfas, enredos y micrófonos. Nuestra nosología cristiana no tiene dos dedos de frente y es incapaz de saber qué pasa pues nos hacen nadar esta tropa en el río de la mentira mientras Herodes cosmopolita nos arrebata de los dedos el cuerno de la abundancia. La ignorancia es madrina del rencor y de las malas artes. Los obispos ya no van a la cruzada. Para colmo de mis desdichas patrias, se adhieren a la manifestación. ¿Y ahora qué?
23 de marzo de 2004
8 de marzo de 2004
JACINTO MIQUELARENA (el fugitivo) EN EL OTRO MUNDO. Y EL DRAMA DE LOS ASILADOS EN EL MADRID ROJO
Por Antonio Parra.
Luis de Gálvez, un literato acabado, recorría los figones, tupis y antros del antiguo Madrid con un paquete bajo el brazo. Llegaba y abría el paquete envuelto en una hoja del “Heraldo” tipo sábana y allí aparecía una caja de zapatos. Dentro se hallaba el cadáver de un recién nacido. Era su hijo al que quería enterrar y no tenía el suficiente peculio para correr con los gastos del sepelio. De tan esperpéntica escena fueron testigos presenciales algunos periodistas y gente que vivieron de la pluma a primeros de siglo y creo que debió de servir de motivo de inspiración a Valle Inclán para uno de sus esperpentos o comedias bárbaras donde traza el mal vivir de los desarrapados de “Luces de Bohemia”. Eran los tiempos en los que el genio estaba reñido con el jabón y las ideas crecían entre la caspa y muchos libros de versos veían la luz cubiertos de mugre.
En la primera década del siglo Pérez de Ayala, recién llegado de Londres, causaba la admiración en Fornos porque se lavaba y gastaba trajes de corte de Savile Row con bombín y todo. Era una excepción. La literatura que, según Clarín, no daba para comer, únicamente para merendar en ciertas ocasiones, criaba cáncanos. Un escritor puro como el propio Valle lo pasaba bastante mal. Había día que para combatir el hambre y la debilidad los pasaba echado en su camastro. Así escribía. El caso de Azorín era parecido al de Pérez de Ayala. Se podía costear nada menos que un paraguas rojo a sus colaboraciones en varios periódicos a la vez. Además, era funcionario.
El caso de Gálbez era un caso perdido pero bastante frecuente por lo demás. La pobreza le llenó de ira y un día me las pagarás. Ese pensamiento le hizo incendiario cuando dio la vuelta la tortilla y vinieron los suyos.
-Iskra1, Iskra - gritarían en ruso. Era la consigna de Lenin
Mucha desesperación y mucho niño muerto. El caso pasaría al venero del idioma popular. El padre iba pasando el sombrero por las mesas y tuvo algún que otro receptador o encubridor de aquel vagabundo- pobrecillo- sin suerte que se decía poeta. Como todos los borrachos, el tal Gálbez tendría una memoria de elefante para recordar en sus desdichas las dádivas del que le daba y las negativas de quién se las negara. Los que le rechazaron con un dios le ampare, hermano, luego al estallar el Movimiento lo pasarían mal porque el poetastro que recorría Madrid vestido de pistolero a lo Pancho Villa era uno de los cabecillas del grupo de García Atadell, la temible “Brigada del amanecer” Debía de ser todo un espectáculo por lo macabro. Los clientes de los bares tenían que pasar por la obscenidad de la escena de un padre que pide para inhumar los restos mortales de su infante y que luego el dinero de la colecta se lo vuelve a gastar en vino. Fementidas tabernas en la que los fracasados de la escritura acuden a sumergir en etílico sus despechos. El odio, ojo avizor, siempre repunta por alguna parte. He visto a lo largo del ejercicio de las letras - y más ahora que las prensas se hicieron más globales y se ha estrechado el cerco y vamos caminando hacia el pensamiento único- muchos de estos desdichados. A veces, con más frecuencia de lo que se supone, nos dan gato por liebre, y el oropel conserva preeminencias sobre el oro aquilatado. Los genios acaban empinando el codo y se retiran marginados e incomprendidos de la sociedad. ¿Pero no dicen los judíos que Cristo no era más que un borracho?
Si algo bueno tuvo el franquismo fue mejorar de categoría a los que vivieron de la pluma. A principio de siglo no se conocía ni de lejos la situación de esos periodistas que, como hoy, cobran millonadas. La cosa empezó a cambiar para mejor a partir de la guerra civil. Del plomo de las imprenta al plomo de las barricadas. Cada uno en su chibalete montaría su propia sección de ametralladoras.
Gálbez puede que no fuera de este último caso. Lo que sí es cierto es que sus despechos los ahogaría en sangre cuando el cráter hispano empezó a vomitar lava de venganzas cuando estalló la gorda. No perdonaría nunca ser tan pobre como para no dar sepultura a su niño pero perdonó a los que con él fueron conmiserativos. Por ejemplo, a Ricardo Zamora, el portero de la selección nacional que en una ocasión le dio veinte duros, lo sacó de la Modelo cuando iba a ser fusilado.
Verdaderamente da que pensar que una profesión tan noble y angelical como es la de juntar palabras y hacer versos pueda encontrar una derivada tan horrible como el asesinato, partiendo del supuesto de que la literatura proyecta siempre un horizonte de salvación y de reflexión y que no tiene nada que ver con la vida del hampa, aunque alguno de los que la profesan caigan en la bohemia. Pero cuando la literatura pura se mezcla con la política y con el periodismo puede suceder que degenere.
Entonces las ideas se transforman en plomo y la letra con sangre entra. Muchos sicarios de las barricadas madrileñas habían sido “plumillas” y gacetilleros en la cerca de veintena de periódicos que veían la luz den la Villa y Corte a primeros de siglo. Derivaron en panfletistas y abrazaron la lucha del pasquín. El pistolero mexicano de las Brigadas de García Atadell figuraba en el cupo. No toleraron vivir en el vilipendio de las ideas y se echaron al monte de la práctica y los hechos consumados. Del campo especulativo pasaron a la acción directa.
Esta historia vergonzante del colega Gálbez se la oí contar a uno de los protegidos de Ansón en el ABC, un tal Prada, para desdoro y escarmiento de literatos, para demostrar un poco qué clase de tribu somos y en qué vamos a parar los literatos y periodistas que pisamos las tabernas de esta gran ciudad para desahogarnos de las frustraciones a la que nos ha llevado el desgobierno y el nuevo orden propiciado por los nuevos magnates de la profesión y de la edición (Ansón, Polanco, los Cebrianes, los israelitas del grupo “Correo”, todos ellos gente tan intratable como implacable). Prada obvia la segunda parte acaso porque no comulgando con las prácticas necrófilas del primer Gálbez pensara que el segundo, un comisario infame, pertenecía a los suyos, pues a ese grado de perversión sibilina han llegado en lo que se refiere a la interpretación de la historia que nos manipulan cada día, tanto como ellos odian a los fachas y se abrazan, los primeros, al árbol de la constitución, la senda por la cual hemos de ir todos, que el pueblo español se dio a sí mismo, etc.
Pero la escena la cuenta en su libro en el que refleja su experiencia de asilado a la embajada británica en el Madrid chequista El otro mundo Jacinto Miquelarena. Ricardo Zamora pudo alcanzar la verja de la legación diplomática y contó lo que le había pasado y al valimiento que tuvo después de una saca del literato al que conocieron por los barrios bajos de la ciudad cubierto de mugre.
Hacinados, durmiendo en el suelo y sin más alimento que naranjas y lentejas, languidecían en los sótanos de estas legaciones diplomáticos, día y noche hostigados por guardias republicanos que les gritaban desde la acera amenazándoles con cortarles el cuello. Sobrevivieron de milagro. Unos desarrollaron el síndrome de Estocolmo. Pasaron los días jugando al tute perrero y escuchando la radio que les hacía pensar en una liberación inmediata. Pero la excarcelación se dejaría desear más de lo conveniente.
La convivencia no fue todo lo armónica que cupiera pensar pues la falta de espacio, las manías y las disputas por el territorio incluso por el amor de una mujer pronto hicieron acto de presencia. Algunos se embrutecieron con la bebida. Otros enloquecieron con sólo pensar que sus mujeres a las que habían dejado por el refugio fueran violadas por los republicanos o pudieran encontrar un nuevo amante. Levaron una existencia de tortura. Morir en el frente sería lo más fácil. Un balazo y se acabó.
La literatura castellana que siempre encontró un filón en las prosas carcelarias - gran parte de nuestros literatos de la mejor época estuvieron privados de libertad: Cervantes, Quevedo, fray Luis, el autor del “Lazarillo” bogando en galeras- brinda en nuestra guerra civil un capítulo muy importante de historias del cautiverio narrando la vividura de gente de derechas que llevaron existencia de topos en las legaciones diplomáticas.
La embajada británica, la finlandesa y la de todos los países norteamericanos salvaron a mucha gente negociando con las autoridades del Frente Popular, aun a riesgo de su vida, salvoconductos hacia Valencia donde los refugiados pudieran alcanzar algún barco o algún conductor arriesgado que les condujese por toda Cataluña hacia el Pirineo, como fue el caso de Huidobro.
Una gran parte de esta población reclusa fue interceptada en los controles y asesinada sin miramiento al borde de la cuneta. Los que pudieron contarlo luego confiaron al papel sus experiencias. He aquí algunos nombres de estos escritores, periodistas, abogados, políticos, profesores, sacerdotes, monjas, de los que deben la vida a la merced de la extraterritorialidad que el gobierno republicano, dicho sea en su descargo, respetaría escrupulosamente. Wenceslao Fernández Flórez en Una isla en el mar rojo, el propio Jacinto Miquelarena con El otro mundo, y Leopoldo Huidobro Pardo, abogado montañés y sobrino del padre Huidobro, del que hablaremos más abajo, en sus Memorias de un finlandés plasman esa experiencia.
Miquelarena era un falangista vasco que escribía en ABC, vestía traje y corbata, asistía a las reuniones en los bajos del Café de Lyon de un grupo de entusiastas de José Antonio Primo de Rivera. Allí en el colmado de este famoso café madrileño, que estuvo abierto hasta los noventa, sito en frente del edificio de correos, sonaron por primera vez las estrofas del “Cara al Sol” que entonaban aquellos muchachos de la Ballena alegre con sus estrofas en la que se trata de poetizar a la juventud y la muerte. la música era de otro vasco: el maestro Tellería.
Cantar el Cara al Sol, llevar corbata, escribir en ABC y asistir a la cripta del “Lyon”[en el salón de arriba se podía ver con frecuencia a Manuel Azaña escoltado por sus zaguanetes, mitad esbirros y mitad muchachos de compañía, pues todo Madrid sabía tanto de sus inclinaciones paidófilas como de su apocamiento ante la amenaza física] eran materia suficiente ante el gobierno encabezado por Casares Quiroga para ser reo de muerte.
El libro fue escrito por el insigne periodista, que luego, al pasarse sería el primer director que tuvo Radio Nacional de España hasta que fue relevado por Antonio Tovar, y firmaría una serie de crónicas desde Londres o desde Berlín pues fue corresponsal volante con la Wehrmacht en los Balkanes, en cuarenta días, sentado ante una caja de whisky en el establo o cochera de la embajada inglesa, ubicada en la calle de la Ese o callejón sinuoso al lado de la Castellana, sede de la Cancillería.
Lo que es el destino; Miquelarena sería juzgado y condenado por germanófilo en ausencia aunque esta pena no llegaría a consumarse. La de Luis Calvo, casi sí, pues lo encerraron en la Torre de Londres y estuvieron a punto de ejecutarlo por espionaje pero esa es otra cuestión que acaso no haga demasiado al caso. Lo que sí incumbe notar es aquella frase que susurró a sus oídos en París otro corresponsal hispano:
-¡Qué país, Miquelarena!
En los sesenta fue nuestro remoquete preferido y esta frase hizo furor.
Ni que decir tiene que Miquelarena era un portento de agilidad y brillantez periodística y que su estro era casi arcangélico pues alcanza registros casi surrealistas. Así describe el yantar de los refugiados:
Los caldos imprecisos que producían las leguminosas pasaban siempre en silencio al estómago de los comensales; seguían éstos recordando con Óscar Wilde que es posible tomar la sopa en catorce sonidos distintos. Pero preferían el procedimiento no filarmónico en la duda de no alcanzar entre todos una orquestación perfecta del momento”
o como cuando explica cómo la obra de Hugo Wast tuvo una difusión inesperada y sorprendente a lo largo de un bombardeo. Una bomba de grueso calibre cayó sobre un almacén donde estaba almacenada toda la edición española publicada por Aldecoa de Oro. Trágico destino a veces el de la literatura y de esos libros, escritos con tanto desvelo, y que acaban siendo pasto de las llamas de la aviación o de la mota, el polvo y la polilla. “Es posible- comenta con ironía británica- que un libro no haya sido repartido nunca más violentamente, pero estoy seguro de que los modernos sistemas de difusión aplicados a la literatura jamás hayan tenido tal éxito ni producido menos dinero”.
A la luz de esta razón o sinrazón de esa Laquesis maldita que hila el destino y distribuye los acontecimientos a lo mejor las truculencias de Galbez con el cadáver de su hijo a cuestas por los chiscones de Madrid y con sus deseos de venganza por tanto despecho y vilipendio sean si no justificables al menos entendibles. Vivimos en un mundo tan facticio como ficticio. Los ajustes de cuentas de energúmenos como aquél ahora serían mucho más terribles pues hay más medios aunque puede que no tan sórdidos.
Miquelarena pudo contarlo y publicarlo. Hoy a muchos no les cabría igual suerte. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. La parte del león de estas memorias se la lleva la narración de los prolegómenos que condujeron a la tragedia con la inmolación del protomártir.
La tarde noche del trece de julio hizo en Madrid mucho calor y el periodista se fue al baile. Estuvo bebiendo whisky hasta las tantas en un colmado de Castellana en el que se bailaba el fox y el agarrado. Una pareja de asalto se llevó a un chico que había gritado “viva España”.
Se lo llevaron. Amanecía. Todos los gorriones de la Castellana se habían despertado con escándalo. Madrid empezaba a azularse con el frío de la madrugada. La ciudad entre dos luces me parecía espectral de improviso.
Pudo cruzarse con la furgoneta fatídica donde se cumplió la sentencia dictada por la Pasionaria. “Es la última vez que ha hablado en público”. En realidad aquella visceral vasca no sabía que se estaba convirtiendo en brazo del verdugo que iba a dar la orden de inmolar a Calvo Sotelo. En realidad alguien había estado moviendo los hilos mucho más arriba y mucho más despacio. El político conservador había tenido las agallas de enfrentarse a un grupo financiero británico siendo ministro de Hacienda de la Dictadura que le conminaba a privatizar el monopolio de CAMPSA. Con su gesto enterizo había desafiado al gran capitalismo. Y éste envió paradójicamente a los rojos para que lo pasaran por las armas.
A eso de la once y media de la noche, un timbrazo en el número 85 de Velázquez. Sale abrirles la criada y aparecen un grupo de guardias civiles armados del cuartelillo de Pontejos. Eran catorce y al frente de ellos venía un capitán adscrito al partido socialista. Lo levantaron de la cama so pretexto de tenerlo que llevar a una comparecencia rutinaria ante la DGS. Receloso por lo intempestivo de aquella convocatoria, obedeció al fin tratando de tranquilizar a su esposa asegurando que en poco rato estaría de vuelta.
Subió a la camioneta y cuando el vehículo llegó al cruce con la calle Ayala uno de los guardias por nombre Cuenca se acercó por detrás y le descerrajó dos tiros en la nuca. El gladiador parlamentario pegó un brinco sobre la banqueta y cayó fulminado. Los disparos le habían interesado la columna vertebral.
De vuelta a casa Miquelarena con unas copas de más, aquella madrugada trágica cuando asesinaron a Calvo Sotelo, que estuvo en el pensamiento y en la memoria de los españoles muchos años, escuchó el primer piar de los gorriones que saltaban sobre las acacias de Velázquez poniendo un contrapunto lúgubre al silencio de la ciudad sumida en un silencio sepulcral.
Fue la mecha que encendió la guerra civil. De esa noche he oído hablar muchas veces de niño. Aún no he conseguido perdonar a los asesinos. Después de aquel primer paseo vinieron otros muchos. El libro de este gran periodista, leído en víspera de elecciones y cuando asoma otra vez sobre España el frentepopulismo me ha devuelto a las angustias de aquella noche de pesadilla. Calvo Sotelo pagó con la vida su enfrentamiento contra las fuerzas oscuras.
Hoy son los descendientes de sus esbirros los que mandan a uno y otro lado del espectro, a la izquierda y a la derecha, porque, dada su ambición, todo lo controlan lo alto, lo profundo, lo ancho y lo largo, el ras. ¡Qué país, Miquelarena! El frío de aquel amanecer con resaca de whisky y de sangre y el relente que se llevó la luz violenta de julio entre los gorjeos de los pájaros asaltando las ramas de las acacias de Velázquez, ominosa alborada en que empezó a resonar la voz de Caín por los patinillos y el maderamen de las escaleras de las casas de vecindad empezaron a crujir golpeadas por culatas de fusiles y botas militares, empezaron las sacas, nos hiela todavía el alma. Madrid se escondía sin hallar guarida huyendo de los golpes a la puerta, los timbrazos de madrugada y el ring-ring del teléfono. Así empezaron las sacas. Aquel cadaver tendido en la morgue descamisado y con macabro gesto del protomártir se muestra como un testimonio brutal de aquella ofrenda a Moloch. La muerte de José Calvo Sotelo nos pide cuentas y con la suya la de de cerca de un millón más. Se temía a los milicianos con patillas pañuelo rojo al cuello, mono y gorro militar con la levita tronzada (lo primero que hizo Azaña después de la disolución del ejército fue “capar” el gorro de los soldaditos) que subían a buscar a sus víctimas en los registros escoltados por milicianas de gesto procaz, mirada salaz, venterneras de odio y las más sanguinarias. Durante casi tres años consecutivos la capital de España donde ya no se hablaba español miró con el corazón en un puño escrutando por el ojo de la mirilla. Los brigadistas de García Atadell podían iniciar una de sus trágicas visitas.
Hoy las milicianas no han desaparecido. Siguen embadurnando las ondas hertzianas con su hablar soez. Son las reinas de la maña del periodismo golfo y procaz. No visten el mono azul sino trajes de chaqueta cosidos por los mejores modistos. Dejaron el gorro frigio y sustituyeron el fusil por la cámara y por el micrófono. Son las nuevas armas con que están de nuevo asesinando a España estas prójimas del albaceazgo de García Atadell y legatarias de la profesión de aquel terrible Luis de Gálbez que paseaba el cadáver de un niño muerto por los mostradores de los bares. Hoy no se pone el niño muerto encima del mármol del velador. Sólo la honra con la que comercia la prensa de las vísceras, los higadillos, las entrepiernas. Se ventilan matrimonios y divorcios al por mayor. La tele- irrisión se nos ha llenado de golfos y de golfas. No caben en el plató y se salen de la pantalla. Esos programas de las mañanas y las tardes donde la madre y la hija corren turnos y velan las armas en la corrala mediática se han convertido en una cámara de disección.
A tanto el mondongo. Una boda tanto. Un bautizo, menos. Una juerga en un chiringuito vamos a tasarla. Notas de sociedad. Hoy se han quedado en la cama el marqués de tal y la baronesa de cual. Fulanito se lo monta con zutanita. Esos dos tórtolos que ves ahí son pareja. Acaban de salir del armario. ¿Qué me dices? Huele en medio del cotilleo a flujos vaginales de burdel barato como consecuencia en esta democracia que se prepara para las bodas de doña Ficticia la asturiana con el primogénito Borbón. A ver quién da más. Pero, hombre, ¿cómo podéis llamar periodistas a esos gurriatos? ¿Quién dio el carné a esas pájaras que hasta acuden a las ruedas de prensa y todo y se jactan de tener sus propias fuentes de información, y no hace mucho que hacían la carrera en la ca la Montera o en Fleming? Peñafiel se pone las botas largando por esa boquita de piñón que hasta le tiembla su papada de sochantre al proferir comadreos y chocarrerías. Se ha especializado en la sangre azul. ¿Lo veis? Tiene mirada de vampiro. Todos los días le da una chupada entre guiños a la cámara al cuello de una marquesa. Es un Drácula que pasa los fines de semana en un monasterio desamortizado de Sacramenia, que es mi pueblo. Las ganancias del “Hola” les han dado para comprar las ocho provincias de Castilla la Vieja a estos traficantes de pompas y vanidades mundanas.
Se sabe todos los chismes pero uno en su modestia también se sabe los suyos puesto que hasta hace poco su primera mujer andaba por el Gijón con los zapatos y el abrigo rotos que el ínclito informador sabelotodo de bodas, emparejamientos, consorcios, deserciones y escándalos que a él le dan de comer y a la audiencia le engordan el morbo de los modernamente aburridos telespectadores, no le pagaba la pensión y se retrasaba en los pagos de la alimonia para los niños. Muy buen periodista dicen que es el Peñafiel con todo. Ya te digo que para obtener un palco de distinción se disfrazó de cura y se metió en un confesionario al objeto de poder hacer con más holgura su tarea de reporter en unos esponsales dinásticos. La religión es el opio del pueblo decía Marx que sigue contando con bastantes seguidores dentro de esta España por desasnar y supercapitalista.
Aquí el verdadero opio de las multitudes es el cotilleo y el fútbol. Ambos son el recurso para impedir que el personal piense por cuenta propia. Ahora ya no sólo controlan los medios de producción, quieren los medios de información y nos vienen, prometiéndolas muy felices, con sus cantamañanas, con sus niños muertos. Dentro de lo que cabe el pobre Gálbez haciendo sonar la esquila del entierrillo por los bares [¡angelitos al cielo!] resultaba mucho más ético que toda esta chusma de divos y divas de los reality chous, a los que no cubre la mugre y los harapos ni las barbas de chivo de don Ramón, que siendo un genio las pasó bastante estrechas, sino el oro.
Se les llama los nuevos reyes y reinas Midas de la comunicación. Hablando mal y escribiendo peor pues muchos de ellos son ultraje al mundo de las letras y no saben hacer la o con un canuto por más que se digan escritores y periodistas se han cubierto un riñón. Pero cuidado.
En cualquier momento puede aparecer por la cárcel Modelo el fantasma resucitado de Gálbez literato y mendigo vergonzante disfrazado de pistolero para ajustar cuentas o blandiendo la tea incendiaria. Laquesis y Némesis son dos furias con los destinos cruzados y aquí quien la hace la paga. Los crímenes de lesa humanidad suelen acabar en la zanja o en las tapias del cementerio. El pueblo español lleva muy inoculado muy dentro el sentido de la justicia aunque no faltarán los que se caguen la pata abajo como Azaña cuando bombardeaban o huyan al extranjero al grito de “no es esto, no es esto”. Y no os voy a largar aquí una conferencia, amigos. Que para eso está don Julián Marías. Mientras tanto, yo apuesto por el regreso de los grandes periodistas de garra, como Jacinto Miquelarena, que sabían contar las cosas señorialmente y mirar hacia las cosas con cierto despego e indulgencia. Esos sí que eran grandes. Esos sí que eran de los nuestros y no esta bambolla que se desgañita en el cotarro nacional. El que más chille capador. El que aguanta gana y quien más mienta será proclamado vencedor. Nunca tuvimos periodistas más mentirosos. Vivimos instalados en el “Hola” facticio y en medio de una sociedad que nunca fue tan ficticia ni tan lenguaraz. Algún día lo pagarán. España se lo demande.
Después de la saca, han profanado a una nación y han tirado su cadáver a una cuneta o lo dejaron en la mesa de disección, como al pobre Calvo Sotelo, del depósito del Cementerio del Este.
El PADRE HUIDOBRO EN LA CUESTA DE LAS PERDICES Y EL DIARIO DE CAMPAÑA DEL PADRE CABALLERO, UN BUEN JESUITA.
Siempre que subo y bajo la Cuesta de las Perdices me salen a saludar las flores frescas que dejara en aquel lugar una mano invisible y reminiscente, solapada y eficaz, como dice que es el ser mismo de España, que no da demasiados cuartos al pregonero. Hay alguien que, por los menos, en estos tiempos de grandes anti memorias y olvidos asesinos, mantiene perenne la llama viva de aquel holocausto, aquella ofrenda de sangre joven en aras de una España mejor. Pero está muy escondido y no quiere salir a superficie de que si asomara la testa sería baleado por los escuchas y miras de trinchera - el ojo que no cesa- del comisario vigía que controla la parva y el reguero.
En fin, lo que quiero decir es que el recuerdo de aquella cruel batalla librada a orillas del Manzanares cerca de las campas del Clínico, la Casa de Vacas, las costaneras y terraplenes del Parque del Oeste, los desmontes de la Casa Campo, a un tiro de piedras de Ferráz donde estaba un centro de reuniones que los nacionalistas apodaban la Sinagoga pues fue residencia de Fernando De los Ríos, me anonada y me compunge en medio del marasmo de estas elecciones del 14M del 2004 que recuerdan a las idus de febrero del 36.
Ahora las trincheras, los parapetos entre españoles, no son físicos. Están en el alma.
Pugnaron en rabioso cuerpo a cuerpo por la Casa de Velázquez y se acercaban a la rastra al centro de Firmes Especiales donde se encontraba la curva de la muerte. Tales vivencias constituyen algo para no echar en el olvido. Los muertos viven en estas flores que deja sobre el pretil del monolito la mano anónima y cerca de la metopa estampada sobre la pared gris que da al Cuartel de los Espías. En su soledad de una puerta electrónica bajo control a distancia los ángeles del CESID, una mezcla del SIM republicanos y de los zaguanetes de Carrero, montan guardia.
Un centinela debe de contestar desde el otro lado del muro con la consigna del día y el salvoconducto. Pero no está visible. No sabe, no contesta. A lo mejor, como al lobo no se le ve. Él te ve a ti.
Las posiciones estaban linderas y a veces de una trinchera a otra no mediaba una distancia ni de treinta metros. Fue muy cerrada la lucha y cuantos pobrecitos quedarían allá enterrados para siempre a causa del privilegio de ser altos pues sus miembros superiores al sobresalir ofrecían un blanco fácil a los pacos. En la trinchera se impone como en la vida el bajo perfil. Hay que andar un poco a la agachadiza y agazapado. Asomabas el colodro y eras hombre muerto. Eso le ocurría al padre Caballero, capellán legionario de la 4º bandera quien durante la campaña tuvo fama de ser hombre santo con una gracia especial para esquivar las balas enemigas, esas balas que, como decía Mola, siempre saben tu nombre y dirección y hay que recibirlas como las cartas. Caballero, desdeñoso hasta la temeridad en los peligros, por ir a confesar a uno que había quedado malherido entre dos fuegos recibió un pepinazo en la espalda. Estuvo propuesto para la laureada pero sólo le dieron la medalla militar. Esta merma de las condecoraciones debió de tener algo que ver con su obsesión por las “tipas” a las que no podía ver ni en pintura pero que siempre se colaban, Dios sabe sólo cómo, entre las avanzadas de primera linea para consolar a la infantería y su celo por las cosas del sexto mandamiento contrariaba las voluntades de algunos guripas, y también de los oficiales legionarios. Uno le dijo: “Páter, nosotros somos hombres, qué quiere que le diga”. Removió Roma con Santiago para impedir que en Boadilla pusieran un baile de retaguardia.
Lo mismo que el santanderino Huidobro y otros padres que cayeron en la lucha2 era jesuita y había sido uno de los desterrados por la república en 1932, que ordenó decretó de expulsión y disolución de la Compañía- sanción que sería revocada siete años más tarde- y que viajaron desde el destierro de Holanda para alistarse en el ejército de Franco. Fueron combatientes de excepción - una inyección de fuerza moral y de razón tremenda en contra de los sindiós- aunque sin armas. El sacerdocio les vedaba portarlas aunque iban de uniforme y fueron militarizados con un gran crucifijo al pecho como distintivo. Iban de un lado para otro con el cristo en las manos o los tarsicios al pecho con los santos óleos para administrar la Extremaunción sin distinguir de colores ni de bandos. El P. Huidobro se sentía, al propio tiempo, páter de los rojos y se jugó la vida al saltar de la trinchera para ir a auxiliar o a sacramentar a los que caían del otro lado. También, por su culpa en la Universitaria y en Garabitas, frentes terribles de lineas confundidas y donde se practicó la lucha cuerpo a cuerpo y a la bayoneta, pero que por excepción sorprendente, no hubo gases y no se practica la guerra química, tenían derecho a no irse para el otro mundo sin el viático.
Eran curas de primera línea, sacerdotes de un temible fregao entre españoles que en la Universitaria duró tres años. Celebraban misa en los mismos parapetos entre sacos terreros y cantos eucarísticos [las amapolas y caléndulas de los bordes de la trocha adornaban el altar] que al otro lado de las lineas eran coreados con blasfemias, ecfonemas, imprecaciones y cagamentos de mayor o menor colorido, como no podía menos de ser tratandose de milicianos y de legionarios, patas de un mismo banco, cuñas de la misma madera, y dicen que no la hay peor, pues el otro siempre sabe por qué somos cojos, hijos de la misma raza pero enemigos a muerte sobre el terreno cubierto de metralla y de sangre de aquellos desolados campos.
Algunos legionarios al ser alcanzados por el morterazo temible se cagaban en Dios. Los requetés no. Los requetés decían: Ave María Purísima. Menos uno de la ribera al que tuvo que llamar la atención José Caballero García y murió arrepentido y pidiendo confesión. En las salas de cura y los hospitales de sangre la palabra unánime que salía de la boca de aquellos cuerpos destrozados era la palabra: “madre”.
Los capellanes castrenses no sólo tenían que confesar a los moribundos sino también escribir cartas desagradables a los familiares de los caídos en combate. Éstos venían desde su provincia atravesando la España nacional a recoger los cadáveres de su difunto. Pronto las carreteras españolas se vieron transitadas por estas escenas de luto y de muerte andante: convoyes fúnebres. Los ataúdes iban en el portaequipajes o en el baqué de los taxis y coches de punto, como la herrada del holocausto, una ofrenda cara al sol a los dioses iberos irritados. Hubo chóferes y taxistas especializados en recorrer media península para ir a recoger los despojos de los muertos en campaña. Esto ocurrió en ambos bandos. Tales conductores fueron pronto muy expertos a la hora de moverse por la tierra de nadie. Cobraban una millonada pero llegaban al lugar. Como aquel chofer de Salamanca que llegó a Gibraltar en dos jornadas para recoger a la mujer y a la hija de Pérez Madrigal que fueron objeto de un canje con el gobierno republicano.
Al padre Huidobro le hizo volar por los aires una contramina después de un ataque rojo desde el Clínico. Caballero, que se encomienda a él varias veces pues lo toma como un santo, tuvo más suerte y merced a esto su diario de campaña ha llegado hasta nosotros y es uno de los testimonios más elocuentes y macabros ahora de la guerra civil.
En sus entradas se registra el clima de heroísmo, la fatalidad y también de recelo. El fervor religioso y el ateísmo y el descrédito que el buen jesuita palpa alrededor y que atribuye a las sucesivas campañas impías de la república que hicieron mella entre la juventud. Hay, por otra parte, un aire de desaliento por la actitud ambigua asumida por el Vaticano a propósito de los curas vascos. Roma, por lo visto, ante la indignación de Caballero, no tenía muy claro eso de la cruzada. Al cabo de la toma de Bilbao muchos gudaris fueron hechos prisioneros y utilizados en Fortificaciones. Bastante de ellos acababan pasándose otra vez y con los curas vascos, a los cuales da unos ejercicios espirituales en plena campaña, no había forma. Formaban rancho aparte. “El veneno de la propaganda separatista de Prieto y Aguirre- observa en una de los entradas-les empapa el alma”.
Desde el punto de vista de su labor apostólica el tiempo mejor que sembraría fraternidades indeclinables con los artilleros de Medina y los falangistas de la Columna Serrador fueron los tres meses que pasa en el Alto del León, desde julio a noviembre del 36. Allí la espiritualidad era desbordante. Se rezaba el rosario en las chabolas. Las madrinas en retaguardia bordaban el detentebala que los combatientes llevaban a modo de escapulario como arma eficaz contra el fuego enemigo, y en los petos de las piezas del quince y medio y las cureñas lucía por lo general un crucifijo o un Corazón de Jesús con el epígrafe de “Tú reinarás en España”. Una devoción inculcada por el P. Hoyos a comienzos de siglo. Estos beligerantes tenían por costumbre comulgar los primeros viernes de mes.
Era la idea por la cual habían luchado como auténticos titanes aquellos hijos de san Ignacio desde la consagración de España al corazón de Jesús por Alfonso XIII en el Cerro de los Ángeles. Para fomentar esa devoción crearon el Santuario de la Gran Promesa en Valladolid a cuyo frente estuvo el P. Hoyos.
En las misas de campaña asistían en pleno la oficialidad y las clases y comulgaba la mayor parte. En una ocasión, estando de confesiones, fueron enfilados por la artillería roja y murió un cura y dos de sus confesandos.
Los combatientes nacionales atribuyeron a una suerte de milagro - y de ahí su fervor religioso- que los gubernamentales, contando con mucho mejor material casi todo él de fabricación norteamericana y novísimo, fueran incapaces de desalojarles de sus posiciones en el Alto. Con el paso del verano remitió el empuje del Ejercito de Maniobra que dirigía el general Miaja.
Claro, que esta resistencia fue a costa de mucha sangre derramada en aquella canícula trágica cuando “trillan los viejos en las eras, acarrean las muchachas y los mozos van cantando camino de Guadarrama”, según rezaba una canción popular de entonces. Había avanzadillas como la de la Casilla de la Muerte en el kilómetro 50 de la N VI que tenía varias bajas todos los días. Carecía de desenfilada y batían de continuo la posición las ametralladoras de Riquelme.
En este sentido la labor de estos sacerdotes de vanguardia a la hora de sustentar la moral fue de índole determinante. Aunque mejor pertrechados y muy apercibidos con material moderno los rojos no exhibieron la misma moral combativa que estos profesionales. Habían acudido al Alto del León atacando en manada y fueron recibidos por la profesionalidad y disciplina de militares muy experimentados en las campañas africanas. Además, según recalcaba el páter Caballero en sus homilías, enfrente tenían a un ejército variopinto que no creía en Dios y donde se cometían todo tipo de atropellos de carácter sexual. Casi tantas bajas causaban las “milicianas” promiscuas, con la venéreas y los sifilazos, entre sus filas que las balas falangistas.
Sin embargo, de esos defectos no tardaría de adolecer el ejercito nacional en las ofensivas de la Universitaria y de la Casa de Campo. Caballero se juega el tipo para impedir el establecimiento de un cabaré en Pozuelo y el que se permitiese confraternizar con mujeres expresamente traídas al frente para hacer un poco más llevadera la vida a los nacionales.
Otro problema eran los desertores o aquellos combatientes que eran sometidos a consejo de guerra in situ por abandono de servicio o por alguna otra falta. En la misma trinchera se les hacía paredón y eran pasados por las armas con toda tropa formada en la posición. Luego se desfilaba ante los cadáveres y se cantaba el himno de la legión. Retumbaba claro y amenazador el Viva la Muerte.
Reconfortar a estos ajusticiados era tarea poco grata de los capellanes y a tal respecto el jesuita conquense cuenta algunas escenas estremecedoras así como de los muertos que ve caer a su lado con tiros en la cabeza o en el vientre o con las manos segadas por bombas Lafitte.
El vino va a causar estragos en primera línea. Los combatientes encuentran en el saltaparapetos el vigor necesario para olvidar el miedo a la muerte. El P. Caballero protesta pero a las puertas de Madrid durante veintiocho meses que duró el asalto se vivía, se bebía, se fornicaba y se combatía por una España mejor, la que cada cual tuviera en la cabeza. Nuestro jesuita tenía las ideas bastante claras. Se trataba de una guerra santa:
Mañana muy clara -escribe el 16 de octubre de 1937-El sexto Tabor se va a la Cuesta de las Perdices. Al contacto con los moros, que están con nosotros, puedo afirmar su espíritu religioso. Consideran esta guerra como santa por ir contra los sindiós y las maquinaciones judías internacionales.
He ahí un dato digno de destacar a la hora de analizar el talante de los beligerantes. El objetivo de los nacionales es desalojar a los apátridas extranjeros y a los internacionalistas. El comunismo rojo estaba en manos de trotskistas que pugnaban por la causa de la revolución mundial y ese mesianismo tan típicamente judío que inocula Das Kapital. Eso por un lado y por otro estaban los anarquistas, laboristas ingleses y liberales secundados por la Banca Morgan. El gobierno de la república estuvo financiado por dineros norteamericanos y hasta le regalaron la Brigada Lincoln que tuvo una importancia capital en la defensa de la capital y tuvo una participación sanguinaria y multitudinaria en las sacas y otros desafueros. Estaba integrada en su totalidad por judíos neoyorquinos. El comunismo y el capitalismo se dieron la mano para alzar la bandera de la anti España. Pero al otro lado estaba Franco, que también tenía algo de judío mesiánico. Contaba con el respaldo de algunos ingleses y sobre todo con la de la Banca March. No defendía los intereses ecuménicos de los ilotas y los apátridas de la consigna “clases obreras del mundo uníos”. Le llevó a la guerra su amor a España.
Todas esas banderas del mundialismo torcaz que flotaban en medio de la indiferencia y la equidistancia del vaticano quedaron derrotados en Brunete, el Ebro, la Universitaria. Se trató de echar la culpa a los rusos pero está claro - y muchos historiadores se resignan a aceptarlo hoy - que Stalin sólo fue una tapadera. El dictador soviético llevaba una lucha a muerte en el seno del PCSS contra la facción Trotski. Por su cuenta se había rebelado Stalin contra las imposiciones del sionismo. Esa fue otra de las tragedias de la guerra de España: el enfrentamiento entre mundialistas y particularistas.
Valió mucha sangre joven, tanto cristiana como mora, pero al fin se les hizo mascar el polvo de la derrota. Sin embargo, los mundialistas han regresado. Están aquí. Son el poder de las fuerzas de la anti España y están a los mandos de la tesis y de la antítesis. Todo el poder para los soviets, dicen los nuevos bolcheviques y han sustituido el lema del control de los medios de producción por el de los medios de comunicación. En sus manos, una nueva arma de combate: la prensa nugatoria y frustránea. Todo revierte al agit prop marxista en medio de los grandes ríos del capitalismo. Creíamos haber medrado y estamos en las mismas que entonces.
Era el mito de la gran verdad nueva, una nueva moral, una nueva ley donde el arte, la religión y la belleza no valían para nada. Todo es material. El espíritu y los espirituales iban a ser crucificados. A otros nos iban a acaldar como paja después de dejarnos sentados sobre la silla coprónica y someternos al tercer grado vergonzante. Ignorantes de nosotros, nos habían puesto en camino de Esclavonia. Los diablos nos llevarán a enterrar en bayarte, la silla de mano de los muertos cantando las plañideras nuevas revanchas guerreras.
La idea marxista no ha fenecido aunque defiendan el liberalismo económico a lo Milton Friedman cuya visión talmúdica se me representa con dos hileras de dientes para devorar cristianas. Tal era su atresia que hablaba el profesor por la nariz. Recordad que Cristo, según Hillel, no es más que un profesor de magia. Una vez vino a España y dos heraldos iban por delante anunciando su mercancía al son de música de un castrapuercas.
Esta es la conclusión a la que ha llegado, en vistas de lo cacarea la prensa en vísperas de las nuevas idus de marzo, con las izquierdas a favor de la ruptura separatista y las derechas en manos de la Banca Morgan que preconizan que lo que es bueno para la General Motors será no sólo bueno para los Estados Unidos sino también bueno para la España desmembrada y que sucumbe. Y después de leer las tristes páginas de este diario de campaña escrito por un religioso ejemplar.
Toda aquella sangre se derramó en vano. Ahora muchos quieren pasar página. La maquinación judía ha alcanzado cotas increíbles y verdaderamente paranoicas. Están trayendo gentes de todos los países del mundo y apretujándolas contra nosotros para que no nos rebullamos a lo largo de una operación de alto bordo de emigraciones masivas, parecidas a las que preconizara Stalin en la URSS - al que maldicen y copian- y que denominan Sweep in (barrido). Esta maquiavélica operación de migraciones masivas que recuerdan a los corrimientos de pueblo de la alta edad media tiene su cerebro en Israel y sus hilos conductores por toda Europa. Rusia también será, la Rusia de Putin, otro objetivo de esta maniobra de estrangulamiento de las entidades nacionales.
De ahí al mundialismo del gobierno único bajo el control de los sátrapas norteamericanos no hay más que un paso. Siempre culpan a los rusos. Ahora por ejemplo acusan a Putin de tener todos los periódicos a su recaudo en Moscú cuando aquí la prensa mundialista se parece toda ella al New York Times y no podrás publicar una línea sin la venia del Ojo que todo lo ve y el Oído que todo lo escucha. Su arma secreta es la manipulación de las conciencias y siguen tan torticeros, refractarios al diálogo y adversos a la cruz, como entonces. Han inventado el agit prop. Otra vez la burra al trigo. Díscolos y contumaces, nunca bajarán del pedestal. Actúan con protervia y con soberbia pero siguen siendo cautelosos pues en esta tierra siempre llevaron muchos palos.
Esta es el corolario que saco tras la lectura de este libro y a la vista del panorama orilla de todos mis ojos. Han conseguido el objetivo: una España rota y democrática. Perros escaldados han vuelto con otros collares. Nos han inoculado el veneno del voto y de los partidos políticos para llevar a cabo sus planes de involución incruenta. Hablan de derechos del hombre y han conseguido que nadie se fié de nadie y que no nos hablemos con el vecino.
Entonces y ahora hubo conspiración. Las misma fuerzas que operaron entonces y quedaron derrotadas siguen conflagradas. La contraseña son las tres culturas.
Nunca los jesuitas, que siempre se habían mantenido al lado de las trifulcas patria y hasta se ganaron fama de conspiradores por ser soldados de un ejército extranjero, a las ordenes del Vicario de Cristo, y habiendo fundado las célebres encartaciones de Paraguay, intento solapado de mantener colonias al margen de la corona española, se habían pronunciado de una forma tan expeditiva y poco jesuítica en favor de un catolicismo de tradición. Acaso respiraban por la herida y su alindamiento sin cortapisas con el régimen de Burgos, fuese su revancha por la expulsión decretada por Manuel Azaña.
El P. Huidobro fue el más significado de todo este equipo de san Ignacio pero hubo otros muchos: Navares, Llanos, Martínez, uno de los primeros capellanes en los parapetos de San Rafael. El P. Torneo que fue alcanzado por un disparo mientras confesaba en la “casilla de la muerte”. El P. Arceo que catequiza a los artilleros o el P. Panizo e Ilundain, también legionarios.
Al leer este dietario escrito en las trincheras he vuelto a revivir impresiones de la infancia pues algunos de los supuestos que narra a mí me los contaba mi padre de niño. Fue así como tuve noticia de la muerte del ranchero Generoso que murió junto a sus peroles al caer sobre la cocina de campaña un obús del quince y medio. Aquel día había paella y las huellas de la trilita y los destrozos aun se marcan - siempre que paso por allí me acuerdo- sobre los ojos de un puente en una curva en la ladera antes de llegar a la finca que fue de Lerroux.
Los ratos más amargos que tuvo el sacerdote fueron sin duda cuando tuvo que asistir a los condenados a muerte por consejo de guerra que eran frecuentes. El caso más común la deserción, el abandono de servicio o el que era cogido in fraganti al pasarse. Trataba de confortarlos como pedía y les daba a besar el crucifijo y les hablaba de Dios durante las horas en capilla.
Está escrito el dietario en un estilo ágil y vibrante con uso de giros y de fraseología castrense. Arrea de lo lindo en la descripción de la miserias y grandezas de la vida de campaña, alargando el tiro a veces y otras mirando para otro lado. El buen cura iba a visitar las posiciones llevando consigo el altar portátil y el viril con la hostia consagrada. Parecía un superman. Las balas no lo enfilaban y los tiros pasaban de largo aunque a veces se le enredaban en los flecos de su tabardo. Nunca hicieron carne. El P. Caballero debió de contar en el cielo con un valimiento especial que le tuvo a recaudo de ser herido. Pues no hay que perder de vista que el ejercito que defendía Madrid y resistió hasta el final con un tesón que ahora asombra al grito de “no pasarán” estaba pertrechado con material americano de primerísima calidad, armas automáticas muy potentes y de calibre desconocido. Se estaban probando tácticas que luego serían empleados durante la II GM.
Todo fue como un poco esperpéntico: los fregaos, los “pasados”, las conferencias de parapeto a parapeto, las curdas, los fusilamientos sumarísimos, los matrimonios in articulo mortis y la pejiguera de las visitadoras solicitando a los soldaditos de Franco ante el estupor e indignación de este cura conquense, representante insigne del tan traído y tan llevado nacional catolicismo. Su lucha no fue tan sólo contra el espíritu y la carne del marxismo, la anarquía, el separatismo de los gudaris paniaguados y de los sacerdotes vascos recalcitrantes, que también trajeron a Caballero por la calle de la amargura, sino también la blasfemia, el laicismo, la irreligiosidad, la relajación de costumbres. Contra los males primeros proponía este cruzado el uso del fúsil y contra los segundos la confesión frecuente y la devoción corazonista del P. Hoyos.
Al asistente, un gallego que le ayudaba a misa y era un pinta le propone que cuando le aceche la tentación salga de sus labios la jaculatoria de “antes morir que pecar”. Aunque bien sabía el buen padre que entre la soldadesca esa morigeración rara vez se consigue. Los españoles no son ángeles.
La Décima Bandera en la que está enrolado sale siempre a taponar bajas y es una de las más castigadas de todo el Tercio. Un teniente que tenía una cantinera consigo le sacaba de quicio. Pidió que le arrestaran pero en vano. Para evitar este escándalo y vida de pecado ni corto ni perezoso Caballero acude a dar parte a Villa de Prado donde estaba la ruló con que hizo la guerra Franco. Éste no estaba y fue recibido por doña Carmen quien le da buenas palabras hasta que la cosa se solucionó.
En el Jarama el fuego era tan intenso por ambos bandos que los olivares estaban plagados de cuerpos yacentes y los olivos se descocaban y mondaban de sus hojas a consecuencia del tiroteo. Al leer estas páginas se siente el trepidar de la batalla. Sus entradas nos ponen en la composición de lugar de cómo fue todo: lo qué pensaban, qué hacían y cómo olían los guerreros y cuál era su actitud ante la muerte a veces inevitable.
El libro es un chorreo de facultades memorialistas que brindan al historiador el dato pertinaz, la fecha exacta o el enclave y describen el ambiente en el que se desenvuelven los avances y repliegues de la lucha. Casi se percibe, al filo de sus inserciones dietarias, el estruendo del combate, el livor de los cadáveres, el olor a sangre, a sentina y a cadaverina por los muchos mulos despanzurrados que quedaban en línea a bote pronto de las trincheras infectas de ratas y piojos.
En ese ambiente pasó el capellán dos años y medio a las puertas de Madrid pero sin llegar nunca al barrio de Argüelles. Debió de ser terrible. Se recurría al alcohol y a la Virgen María. Muchos sueltan un taco, no lo pueden remediar, cuando son alcanzados por un disparo, ante la indignación y exhortación al arrepentimiento del jesuita.
Este Diario de campaña publicado por Doncel es un testimonio de que aquello fue espantoso. José Caballero García deja traslucir su desencanto puesto que no llega a comprender cómo a veces los hermanos, sitos en frentes opuestos, se mataban entre sí. Aquello fue el fracaso de la caridad cristiana. Los hermanos de sangre y los hermanos de fe pasan meses enteros enterrados en pozos de tirador sobre las avanzadillas aguardando una muerte segura por un tiro rasante o aplastados por los relejes de un tanque que los hace papilla o les hace saltar por los aires la metralla como recebo al borde de los caminos. Un español, que nace para ser pisado, a veces no sabe por dónde pisa.
Pese a todo el P. Caballero era hombre de sólidos y firmes convencimientos católicos. Tenía alma guerrera de mitad monje y mitad soldado - ¿qué otra cosa son los soldados de Sharon o los palestinos de la Intifada?- y rendía adoración al Dios de las batallas. Es el sino de las tres culturas, de las tres religiones monoteístas que las diferencias acaban dirimiendose en el campo de batalla y aquélla fue una de las peleas religiosas que hemos tenido a lo largo de la historia de España. Luchó por una causa que él creía justa aunque ahora se moteje a estos capellanes de actitudes poco cristianas. Pero la cosa estaba bien clara. Él como jesuita pugnaba por el Rey Eternal aunque de paso tuviera que hacer alguna reverencia al rey temporal, del que tanto hablan los ejercicios ignacianos. No quedaba otro remedio y peleó con contundencia hasta el final.
Justo a los pocos días del Desfile de la Victoria se quitó el uniforme y volvió a vestir la sotana y a ceñirse el fajín negro. Su licenciamiento - es un dato curioso- coincidió en el espacio y el tiempo con el del “Carnerito Manolo”, la mascota del batallón del que al volver a Ceuta ya viejo y con alguna herida daría cuenta un ranchero moro. Pero por el Ramadán del 37 en Boadilla del Monte ya algunos centinelas del Tabor habían mirado al castrón con ojillos encendidos de deseo por lo rollizo y gordo que estaba el animal. Y en Berbería lo mandaron sacrificar. También los héroes acaban en la sartén y los ruiseñores en la olla.
Al final de la jornada cabe preguntarse por qué no fue posible la paz y por qué fue tan alto el precio que hubo que pagar en cuotas de sangre para consumar aquel holocausto que ahora muchos tratan de olvidar o tergiversar. Y es que el silencio y el ninguneo son aquí la fija. Aquí pagan el pato los de siempre mientras los listos y los aprovechado tratan de escaquear o de escamotear. Pero ahí queda eso. Basta con citar unos nombres: Huidobro, Irundain, Meseguero, Panizo, López Doriga. Todos ellos entusiastas jesuitas empotrados en el ejercito de Franco. Ganaron la guerra perdiendo la paz mas estoy seguro de que Dios les ha reservado un sitial de privilegio allá en lo alto de las estrellas. Se batieron por Cristo y por la España cristiana. ¿Os parece poco?
3 de marzo de 2004
DALÍ Y EL MUNDANAL RUIDO NEOYORQUINO. RECORDANDO UNA ACCIDENTADA ENTREVISTA CON EL PINTOR Y UNA FIESTA SUYA EN EL GUGGENHEIM.
ANTONIO PARRA
Todas las primaveras cuando los patos salvajes llenaban con sus gritos y aleteos los marjales de Staten Island, volando sobre los carrizos las becadas, Salvador Dalí y su esposa Gala acudían a la cita espiritual con la Gran Manzana. El pintor solía decir que si bien Gala era su musa toda su obra emanaba del chispazo impresionista que produjo la primera visión de Manhattan cuando arribó al estuario del Hudson por vía marítima al final de los años 30. “Fue como una si me transportaran a mundos por venir. Una epifanía que inauguraba el tiempo futuro” decía el amigo de Lorca, aquel poeta que fue su íntimo y que sintió también una especie de transformación al llegar a la Ciudad de los Rascacielos, compulsada en uno de sus poemarios más famosos, verbigracia “Poeta en Nueva York”; mas al granadino, a diferencia de Dalí - este sentimiento antípoda produce la macroscopia de su skyline como diremos de seguido-rechazaba. Nueva York es un mundo sin medida. Carece de término medio.
Dalí aquella vez que habló conmigo no se expresaba de forma engolada ni impostó la voz como solía sino que emitía sus juicios con verbo sencillo envuelto en un fuerte acento ampurdanés. Aquel día tocaba normalidad. Así que dejó el genio colgado en la percha, y, dando de lado a la pose de sus comparecencias geniales y disparatadas ante la prensa, su sentido común o “bon sense” abría camino a un catalán de gustos sencillos que se decía español por los cuatro costados, y, volviendo por donde solía, aquella mañana quiso ser el hijo de quien fue: el pundonoroso notario de Figueras.
Era, en otro orden de cosas, una víctima del embrujo de Manhattan la cual desde un primer momento acoge y rechaza. Y esto es para siempre. No hay medias tintas. Nueva York o te gusta o te abomina. He conocido a personas como Cirilo Rodríguez, José María Carrascal, Felipe Sahagún, Ángel Zúñiga, otro catalán recriado a los pechos de una diosa Iduna americana [que guardaba las manzanas de la juventud y de la vida] con altar en medio de sus inmensas torres, Celso Collazo aquel gran gallego delegado de Efe, Delfín García un truculento ovetense que por aquellas fechas leía el Waste Land de T. S. Elliot o el propio Jesús Hermida, Julio Camarero y tantos y tantos otros los cuales desde un principio cayeron atrapados en su magia y no podían pasarse sin respirar las nordestadas de plomo de los tubos de escape allá por Lexington Avenue, todas las miasmas de la contaminación de los coches que circulan sobre los baches de la Tercera Avenida. Quieren oler al picante de los hot dogs y no pueden vivir muy lejos del ruido y el relampagueo de las serpentinas luminosas de Times Square. Blanco Tobío cuando regresaba a su Galicia natal extrañaba las páginas aun calientes de tinta del “Times” matinal al desayuno pues así veía latir el pulso del mundo.
Nueva York tiene algo que atrapa con magnetismo ineluctable. Imprime carácter. Pero hay gentes a las que rechaza como me pudo pasar a mí pues me atracaron pistola en mano al llegar y le cogí pánico. La ciudad me acojonaba de verdad y creo que aun no se me ha pasado ese acojinamiento. Nueva York me pareció un lugar de provincias comparado con la civilización y la clase refinada de Londres y de la literatura inglesa. América siempre gustó de escribir en una prosa sin peinar. Se trata de un juicio de valor particular pero a mí me parece que América sigue sin producir esos grandes escritores que ha dado Inglaterra, Francia o Alemania porque quizá aun no le es llegada la hora de la decadencia y las bellas letras son sazón de un ocaso, de un declive político que a los estadounidenses les está aún por llegar. Está demasiado viva. Por eso sus mejores escritores son sencilla y llanamente periodistas.
De esta misma reacción era Ramón Carnicer quien en su Nueva York nivel de vida nivel de muerte- uno de los mejores libros acerca de la megapolis escritos en español- plasma esa sensación de rechazo y de desamparo del humanista ante esta capital del mundo futuro contra la que se estrellan todos los conocimientos adquiridos a base de gran esfuerzo y donde todo lo que dimos antes ya no vale de cara al nuevo orden.
Los de este segundo cupo, por aquello de que de gustibus non disputandum est, la encuentran infernal, hosca, una ciudad de paletos donde el personal frasea sus conversaciones adobandolas y salpimentandolas de interjecciones poco académicas con una jerga donde las palabras que más suenan, por este orden, son: dollar, shit, fuck, motherfucker.
Y al no poder soportar la presión de la vulgaridad ambiente se tornan para Europa. Ciertamente, no se trata de un lugar cómodo para vivir. Pide sangre joven y energía. No era frecuente en los años setenta ver a niños ni a ancianos por sus calles salvo en Harlem o por Little Italy en las inmediaciones de Canal St. Tampoco era lícito estar enfermo allá. Es una ciudad para vivir a uña de caballo y a temporadas. Conviene entrar en ella como un nómada pies ligeros y con poco equipaje. En adelante, todas las ciudades del mundo, por nuestra desdicha, se van a parecer al Bronx.
Salvador Dalí pertenecía al primer cupo de los enamorados de Manhattan. “Soy un freak of New York y un entusiasta del general Franco. Escriba eso bien. Quiero que quede bien claro, Parra”.
Era una delicia hablar con Dalí. Uno podía estar con él de palique horas y horas y desde el principio percibías que el genio te acogía con una afabilidad cercana y era como si le hubieses conocido de toda la vida. En sus respuestas, que brotaban de su magín como cinceladas y para vaciarlas luego en bronce, se parecía algo a Cela. Al fin y al cabo eran dos hombres grandes de aquella gran generación que tuvo el país.
La entrevista se desarrollaba en el piano bar de un céntrico hotel de Park Avenue. Recuerdo el rostro cansado del maestro que se sentaba a mi vera en un confidente forrado de terciopelo rojo ante unos veladores de mármol. Llevaba una chalina anteada de color amarillo- Dalí era muy friolero y tenía miedo a los cambios bruscos de temperatura de Manhattan, capaces de dispensar en un solo día el clima de las cuatro estaciones con viento y sereno, celliscas y calores sofocantes donde el aire húmedo se puede cortar a navaja- y las guedejas grises de una melena profesoral y bohemia adornaban su calva mediterránea. Parecía un dios griego bajando del Olimpo con gafas ahumadas empuñando a modo de cetro su bastón de caoba con contera de plata. Es posible que su astigmatismo como el del Greco derivara en macropia y le hicieran ver al mundo en otra figura siguiendo el patrón de otras dimensiones. Él era grande y de una tamaño mayor que el resto de los mortales.
Creo que fue uno de los últimos viajes a la capital de los rascacielos. Dalí parecía un poco ajeno a todo aquel trajín de las escaleras de caracol del Museo Guggenheim donde el pintor de Cadaqués se movía por su propia casa y que le abrió las puertas de la inmortalidad.
El sarao donde aconteció lo que he de contar y mi encuentro con este mundo mágico donde la genialidad se desparrama ocurrieron en la sede de dicho museo. Dalí y Gala habían dado una fiesta en el recinto de la institución donde se guardan las piezas más significadas del arte moderno. Toda la beautiful people de la magnífica jet estaba allí. Vi moverse a Gala por entre el gentío que se agolpaba junto a las barandillas con una copa y una servilleta de papel entre los dedos. Al pasar me hizo con la mano una gesto obsceno y picarón. Iba rozagante seguida de una escolta de apolos y aduladores en plan de reinona arrastrapeplos aunque yo pensaba por entonces que las diosas griegas no decían tantos tacos. No podía soportar ver a su marido con extraños y le entraban de repente celotipias compulsivas aunque ella en aquel momento subía acompañada de una cuadrilla de barbilucios efebos. No sé de donde podían haber ido a buscar gente tan fascinante. Era una población variopinta y joven, los cuerpos perfectos.
Corría el año 1978. Mes de junio. Las imágenes que tengo grabadas de aquella entrevista bailan confusas en el redondel de la memoria. Fue fácil concertar con el genio una conversación a solas pues él, contra lo que yo me suponía, era una persona afable y sencilla por encima de las complicaciones de su personalidad enigmática que como todos los varones escogidos, con su penetrante inteligencia, sólo se prestaba al floreo de las rotundas hipérboles y de los gestos histriónicos cuando lo exigía su agudo sentido de las relaciones públicas. Sabía bien vender como buen hijo de su época. Sus cuadros son a veces laberintos y, otras, simples by lines que adelantan otra forma de vivir en un mundo en el cual la publicidad lo es todo. En la intimidad obviaba esa pose y se olvidaba de su grandilocuencia cara a la galería mostrándose como un hombre sencillo y frugal. Podría pasar allí sentado en aquel diván, cuando yo le conocí, por uno de esos jubilados que uno encontraba hasta hace poco en las tertulias de los cafés de la Costa Brava ante una copa de vino del Penedés haciendo membranza de su vida pasada o discutiendo de política en catalán. Muy cercano y paternal y con amplio sentido del humor.
Le gustó mucho cuando le dije que yo escribía para Arriba y me quedó grabado su impresión de “catalán universal” lleno de fuertes dosis de españolismo de las que hizo gala durante toda su vida sin arrequives.
También quiso dejar constancia en aquel accidentado tete-a-tete su admiración hacia la personalidad del General Franco del que me dijo “fue el salvador de la patria y al que nunca le tembló el pulso de su raza hebrea” pues sostenía que éste era, por apellido y por forma de comportarse, de origen judío.
Semejantes manifestaciones sembraron el escándalo de mi redactor jefe y mi conversación con Dalí que transcribí al punto y cablegrafié a Madrid junto con el incidente que ahora expresaré no tuvo fortuna quedando inédita hasta la fecha cuando el mundo del arte celebra su centenario. Fue a parar mi entrevista, redundant copy, al cesto de los papeles a pesar de que yo lo consideré mi mejor trabajo en todo el tiempo que fui corresponsal en la ONU. Pero entonces el verde no estaba para pitos ni el tafetán de Magdalena para zampoñas. En plena transición los vivas a Franco con los que se despachó Dalí durante toda la entrevista ni las loas al régimen eran de recibo. Tampoco el propio pintor que por entonces vivía semiarruinado era bienquisto, su obra preterida y anulada por la de Picasso, que era el numen sagrado, pintor de corte y profeta de la progresía por aquellos tacos del calendario. Se ninguneaba a Dalí. Eso era obvio. Por eso mi jefe de cuyo nombre no quiero acordarme hizo mangas y capirotes con mi trabajo a sabiendas de que aquello podía ser políticamente incorrecto y podía traerle complicaciones a la Prensa del Movimiento ya en sus últimos estertores y a punto de ser volada por los nuevos vengadores. Estaba cambiando la tortilla. El toro del Guernica nos estaba amurcando con la furia de un nuevo minotauro. Picasso. Siempre Picasso. Me consta que tres años atrás de la fecha Dalí que era creyente, católico y sentimental, a pesar de todo, acudía a la Catedral de San Patricio a pedir por la salud del Caudillo cuando éste estaba malo. Mas, ya ni la iglesia, la española sobre todo, no era lo que había sido siempre y hasta los curas estaban dando vuelta a los altares con la cruz del revés. El tiempo acaba por ponerle a cada cual en su sitio y hoy se codea el catalán con los más grandes junto al Greco, Goya, Velázquez, Rembrandt pero entonces no.
A Dalí se le consideraba allá por el 78 un hijo del arte de Apeles decadente y manierista. Hasta se le negaba el pan y la sal diciendo que sólo era un buen dibujante. Al formular tales vítores de ensalzamiento al general fenecido, él a sí mismo se postergaba. La crítica lo dejó a los pies de los caballos y a un paso de la herejía. Sin embargo, aquel Dalí caduco que llevaba una gran bufanda por miedo a los catarros y que iba por Nueva York rodeado de una corte de guayabos y de ángeles caídos y sin más guardaespaldas que el bueno de Enrique Sabaté que había sido periodista y que de zaguanete de la escolta tenía poco sabía bien lo que se traía entre manos. No hablaba de balde.
Nueva York es una ciudad judía. Lo primero que brinda la mirada al recién llegado en el trayecto hasta el túnel de Midtown desde Kennedy o desde Laguardia - hasta el nombre de su aeropuerto más antiguo perpetúa la memoria de una sefardí- son esos extensos cementerios que surgen a lo largo de la turnpike de Long Island y de Queens de traza mosaica donde de acuerdo con la vieja ley las cruces brillan por su ausencia sustitutas por el clásico cipo monolítico o mojón funerario rematado en piedra de media circunferencia y sin flores, según mandan los ritos funerarios del pueblo electo.
Al inquilino de “Ses Brises” en su destierro neoyorquino adonde fue a exilarse al estallar la guerra civil le brindaron acogida y mecenazgo los Rockefeller. La archimillonaria Madame Rubinstein lo tuvo a pupilo en su mansión de Park Avenue mientras le pintaba su retrato. Un caso semejante al de Picasso quien encontró por mentora a la norteamericana Gertrude Stein en París.
Hubo judíos agradecidos que no olvidaron tampoco el amparo encubierto del general Franco durante la persecución del III Reich a muchos correligionarios que lograron zafarse de las garras del hitlerismo merced a los salvoconductos que dio su gobierno en Budapest y en Salónica. Y los 20 de noviembre iban a la sinagoga a entonar un responso (kadish) loando la memoria del que de la “sua mano leva” - como me dijo a mí un viejo sefardita de Estambul- los socorrió en medio de trances difíciles.
Dalí en una ciudad de recia implantación sionista como es Nueva York sabía bien lo que se hablaba aun a fuer de sembrar escándalo. Odiaba la violencia pero ésta dicen que es la partera de la historia y había sido testigo de los paseos de sus parientes en Cadaqués que fueron pasados por las armas por el mero hecho de profesar creencias burguesas. Gracias a Franco España tramontó los umbrales del atraso y la miseria y se situó en la posterioridad. Y no es que fuera un estómago agradecido ya que no regresa a su Gerona natal hasta 1948. Tampoco era un adulador de oficio. Sólo conocía que la rueda del futuro avanzaba sus cangilones irremediablemente sin marcha atrás. Como todo su arte, él era antiretórico y en esa faceta es la que más hay que insistir.
Se sentaba cerca del velador donde contrastábamos pareceres nosotros un hombre de mediana edad con sombrero y traje gris que seguía las evoluciones de nuestro diálogo sin perder ripio y que luego, según supe, por su acento, era de origen mejicano de raza y nación, con la sangre muy caliente, la jeta mal encarada. Era un sujeto muy revirado, con esa mala leche y mentalidad retorcida de la cual sólo son capaces los aztecas. Debía de haberse escapado de algún programa de Jacobo Zabludosky en el canal 42 donde con tanto ahínco se fustigaba a España y a la cosa española cada noche.
De repente el sujeto rompió a pegar voces explayándose en improperios contra Dalí.
Algo de lo que no fue capaz éste en toda su vida fue de adoptar la costumbre de hablar quedo. Tenía una voz de contrabajo de orfeón en la que destacaban sus eles palatales y las aes alargadas que acreditaban su ascendencia de payés. Por supuesto que aquel Dalí que yo tenía delante, aunque sombra y figura dicen que hasta sepultura, achacoso y semi arruinado, tenía poco que ver con el que yo había visto de niño tantas veces en el NO-DO, el de las guías de sus bigotes alzadas como sables de un espadachín que vende navajas. El que clavaba los ojos en la cámara o apostrofaba multitudes, haciéndose tomar por loco, aunque de esto de loco tuviera poco. Había pasado la hora del embaidor y seductor de masas.
De aquellos años dorados sólo le quedaba el bastón de contera de plata y regatón de goma. Las puntas de su bigotes doblaban lacias hacia abajo y algo en su aspecto decrépito anunciaba a la que no perdona a nadie aunque le quedasen todavía once años de vida.
Entretanto, el hijo de la madre patria se vino hacia nosotros poniendo al maestro de pintamonas para arriba.
-De qué platican acá esos pendejos. - exclamó estentóreo aunque sin estar todavía borracho - Dalí es un fascista. Y un chapuzas. Un pintorzuelo de poca monta. Su arte no vale un rial si se le compara con Picasso andele, no más.
Se me escapó, puesto que no me gustan los entrometidos en las conversaciones ajenas, al percibir el acento y procedencia de nuestro interlocutor a palos, aquel bausán mal educado y chovinista, un “chinga tu madre” que es frase de guerra cuando se tiene delante a un mejicano.
- Nadie te dio vela en este entierro.
-¿Qué dirás tú gachupín del carajo?
Se lanzó hacia nuestra mesa el cuate. Venía a zumbarnos. Yo no me hice de pencas. Sacando valor de no sé dónde agarré una jícara de agua que estaba sobre la mesa y se la esgrimí por arma arrojadiza. Por aquellas fechas yo estaba cachas. Iba al gimnasio imitando a los corredores de fondo que hacían carreras pedestres cerca de Battery Park al atardecer. Me enorgullece haber sido uno de los introductores del footing en España, un poco a la agachadiza y a redropelo como dicen que vino el protestantismo a España de la mano de don Carlos de Seso. Hoy esta actividad física se ha convertido en una verdadera religión nacional. Cuando por vacaciones daba carreritas por la playa de la Concha de Artedo todo el personal se me quedaba mirando como de ver visiones. Nunca había estado en una pelea aunque reconozco que en Nueva York llegué a vivir sobre el filo de la navaja. Estaba dispuesto a morir con las botas puestas defendiendo a Dalí en acto de servicio y como un soldado de Hernán Cortés por el honor de Malinche:
-Un paso más y te estampo la jarra contra la cabeza - le dije al entrometido.
A esa hora en la barra había poca clientela. Eran las once de la mañana recién dadas de un día laborable; pero el alboroto que preparamos con las voces alertó a los camareros y al personal del hotel. Un grupo de curiosos nos hizo corro y al ver que era el mismo Dalí empezaron a pedir autógrafos, instante que nuestro agresor aprovechó para desaparecer. Dalí, un provocador profesional, era una de esas personas mansas y tolerantes que darse pueda. Abominaba de la violencia y aunque le complacían los desplantes no estaba acostumbrado a esta clase de alborotos fuera de guión. El mejicano, ya digo, hizo mutis por el foro y de él nunca más se volvió a saber.
El maestro miró entonces para mí con cara de alivio:
-Parra, le estoy muy agradecido. Sacó la cara por mí. Mañana doy una fiesta y le invito.
Al día siguiente acudí al coctel en el Guggenheim. Fue una cita del arte, la cultura, la belleza. En el museo no cabía un alfiler. Nunca había visto yo tanta hermosura junta y en un mismo sitio. Apenas pude intercambiar unas palabras con el Maestro pero éste, deferente, en un aparte posó para mí alzando el bastón a manera de cayado en el extremo de una butaca. En el otro se sentaba una morena con cara de circunstancias. O debajo de un reloj de pared muy circunspecto y solemne. Como yo le preguntara con insistencia de dónde había sacado aquellas chicas tan guapas que se habían dado cita en aquel sarao fijándose en una de ellas, que era un tipazo me dijo con su inequívoco acento ampurdanés de palatales bien timbradas:
-Parra, esa de ahí la tiene más larga que usted y que yo.
-No me fastidie, don Salvador. ¡ Nadie lo diría!
-Pues sí, pues sí, como su propio nombre indica- agregó muy ceremonioso y sin darle demasiada importancia. El tercer sexo, lo epiceno de un tiempo de tanta mezcolanza estaba por llegar y él nos lo advertía.
Verídico. Enrique Sabaté fue testigo de la escena. Ya le habían contado lo que pasó la víspera en el hotel. Asimismo, hubo que constatar la grosería de la mujer del artista para conmigo. La puñetera no dejó en toda la noche subir y bajar por la escalera y de hacerme el gesto del macho cabrío y yo no sabía a qué carta quedarme ni dónde ponerme. La rusa tomaba muy a mal que se hicieran fotos de Dalí sin su permiso y los de sí misma no los consentía. Era muy lenguaraz y hablaba el castellano casi sin acento; sabía todos los tacos de la lengua de Quevedo. Claro que tenía una simpatía encantadora. Ella iba y venía como una presencia invisible montando una guardia especial en torno al artista, rodeada de una cohorte de gigolós, mozas de buen ver, y esculturales Adonis. Tenía una mirada penetrante y alegre pero su aspecto era algo selenita. Vieja reina de la noche girando siempre en torno a aquel astro rey de la pintura que era Dalí, el de las maneras augustas, un mediterráneo al que Nueva York le enseñó a crecer y a pensar. La atracción mutua y complementaria que había en la pareja era algo telúrico. Trasciende los cuerpos el amor de dos almas que se juntan.
Se me quedó grabada aquella tarde en el Museo Guggenheim. La vida a renglón seguido iría demostrando que, aunque gran parte de la misma oscile en torno al sexo, puesto que toda la obra de Dalí está fuertemente impregnada de Freud, no estriba todo en unos cuantos centímetros de más o de menos, aunque haya gente tan empecinada en esto de los tamaños, sino que la clave la dan las actitudes, las formas. Hay que ser tolerante con este ser humano que tiene la cabeza a pájaros, llena de telarañas. Ahora al cabo de muchos años y todavía en medio de esta carrera de ratas o de pelea de gallos que es la existencia, pienso que aquel Dalí provecto y valetudinario, por encima del bien y del mal, yendo a san Patricio a orar por Franco, detestando el separatismo él que era un cosmopolita, y con un pie casi en la otra ladera, hablaba como un oráculo con su ironía con respecto a aquel grupo de bujarrones y bardajes- el sida no había hecho acto de aparición y la Gran Manzana era gay por los cuatro costados-. Siempre, no obstante, vendrá otro diciendo que “la tiene más larga que usted y que yo, Parra”.
El incidente con aquel energúmeno en el vestíbulo del hotel bien pudiera haber acabado de mala manera pero nuestro contrincante debía de ser un pobre hombre. Sólo un terrorista intelectual que no pasó a mayores. Pero hay que tener en cuenta que en aquella América de los setenta, como pasa ahora en Europa, el personal salía a la calle con pistola.
La inclinación del Maestro por la cáscara amarga no deja de ser anecdótica y periférica, a pesar de que tanto se lo echaron en cara sus detractores. Siempre mariposearon en su entorno una caterva magna de epicenos de cuerpos gloriosos, unos cuerpos vaciados en los moldes de un Fidias. Pero todo el arte daliniano es de una castidad y una pureza de líneas que sorprende aunque el cuadro que tenga entre manos lleve por título “El gran masturbador”. Y esta castidad no era sino fruto de su profundo amor a la belleza. A eso que los griegos llamaban filocalía.
Cierto que tuvo fama de invertido pero no era sino un asexuado. Su aproximación al sexo, liberados los pujos oníricos y los tabúes de los que habla Freud, no era nada morbosa. También tuvo fama de españolísimo. Y lo fue. Su españolidad era fruto del seny que sólo grandes mentes catalanas como Jacinto Verdaguer supieron a entender. Nadie ha cantado mejor a España en metros catalanes que Mosén Cinto en su “Atlántida”. La obra daliniana, más allá de los desaciertos políticos que se le imputan al creador, es fresca y radiante como la corola de un agnus castus.
Presenta esa alucinación casi mística del realismo. Su obsesión es el espacio y el tiempo dando vida al arte surrealista y es un arte que pertenece a la era de la automoción, de la velocidad desatada, de la labilidad urbana que parece estar abriendo las cajas de los truenos y luego fuese y no hubo nada. Hay que acostumbrarse a vivir con esta nueva sociedad de contrastes. El gran automedonte agita la tralla sobre nuestras cabezas y fustiga nuestros entresijos. Sacarán a plaza todo el bandullo. Se acabó la vita bona. Crezca en nosotros la ilusión del movimiento: el séptimo arte, el séptimo sello. He aquí que llega la gran aceleración de la historia. Todo el arte daliniano, tan intrincado como fresco, pulsa esos resortes; posee la armonía de lineas de la verticalidad neoyorquina, esa luz cruda del azul índigo de Manhattan, el perfil geométrico y biselado de sus pirámides. Tomandole a Einstein por la palabra, por ver si le coge en un renuncio, Dalí se pone a jugar a los dados no con Dios, sino con el skyline.
Que Gala, aquella rusa deslenguada y con rostro de cariátide fue su musa, por supuesto. Pero la Ciudad Automática, Nueva York, está presente en toda su obra haciendo semblanza. Allí Dalí sentía el calambrazo de la electricidad estática que en los inmuebles de Manhattan te sacude sin remisión en todas partes, al pulsar un picaporte o al poner la mano en contacto con cualquier material acrílico.
La obra de Dalí es una invitación a volar por el cielo de los sueños a bordo de una alfombra mágica pero no se aleja nunca demasiado de esa mejana de su inspiración que fue la gran megapolis. Se profesaba español pero su estilo no puede ser más norteamericano. Su gran obsesión es Nueva York que le sedujo y a la que pinta a toda hora. Las azoteas de los rascacielos donde no hay nunca jamás ropa tendida se alzan como un desafío del frenesí humano. La ciudad nunca duerme. La actividad no ceja día y noche. Sus pilas están recargadas de futuro. Todo allí es actividad frenética. Eretismo. Y quick. Deprisa. Deprisa. No hay tiempo que pensar. Todo tiene que hacerse rápido.
Su propio galvanismo la convierte en colmena iluminada que renueva sus panales sin interrupción. Hay que alimentar el monstruo. Dalí supo transformar en arte todo este cociente automático de la Gran Manzana. Contempla la ciudad y la convierte en vértigo onírico. Ve pasar por la acera de la Quinta Avenida las rehalas cosmopolitas que persiguen a la jauría de los especuladores y corredores en bolsa. Suena el cuerno de caza de Wall Street. Allí Mercurio con Diana cazadora cuentan las cabezas de sus mesnadas. Cupido disparará sus flechas sobre el altar del dinero y surgirán bodas de muchos matrimonios mixtos. Las beldades paradisíacas se alzan desde la espuma y de repente desaparecen.
En su subconsciente quizá viera a esta nueva Babilonia como una antítesis de la ciudad de Dios agustina. Allí no vale la retórica ni los ambages. Hay que ir al grano. El norteamericano suele ser simple en sus gustos y muy directo en su conversación. A su mentalidad práctica no le van las mentes retorcidas de esa hipocresía católica que en nuestra juventud nos hizo tanto daño pues nos entrenó para vivir en un mundo color de rosa todo mentira y nos infundió un entusiasmo que sólo servía para pegar patinazos por la vida. Dalí supo calar en este temple de lo neoyorquino - cruda realidad transfigurada por el tercer ojo- en sus cuadros donde explota este paroxismo del ángel rebelde en un lugar donde las gentes pasan sin dejar rastro, y que llevan una existencia frugal, donde el apartamento del que mudan de continuo es sólo su tienda de campaña, nada de su castillo, que no predica la caridad y la humildad cristiana y que sin embargo está llena de filantropía y de compasión judía. La frase de “my home is my castle” nunca la diría un neoyorquino. Fue una ciudad de piratas donde recalaron viejos bucaneros que perseguían a los españoles en las Antillas. Los holandeses se la compraron a los indios por 25 dólares. Y mirad ahora ese prodigio. En su pintura Salvador Dalí de cuyo nacimiento se cumplen cien años explica un poco el secreto de New York, que es la clave de la humanidad y de su porvenir. Una pesadilla que al despertar nos llevará a otra cosa después de dos mil años de historia. Este es el fin o el mismo comienzo de la utopía de otra vita bona. O acaso el infierno de Babel y del melting pot que hace explosión. Más diferente y cumplida. Pero con otros reclamos. Entonces las Torres Gemelas se erguían todavía en su sitio y todos creíamos que estaba por llegar el tiempo de vino y rosas.
14 de enero de 2004
ANTONIO PARRA GALINDO
MEDITACIÓN ANTE EL ENTIERRO DEL CONDE ORGAZ.
“Tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos sirve”. Esta frase murmurada entre dientes por los prestes que ofician las exequias, san Agustín revestido de capa pluvial y mitra de obispo y san Esteban con la dalmática diaconal, sirve para poner música de fondo a la escena que da marco al entierro del conde Orgaz, lienzo donde se estampa con auténtica veracidad una de las páginas más realistas de la historia de España y un cuadro de costumbres. El Greco junto a Velázquez es pintor poco decorativo. Ambos buscan el alma de las cosas y su arte es el arte de la síntesis. Con tales mimbres que servirán de materia prima de lo sublime [una leyenda local consistente en las mandas que dejara a una iglesia de la ciudad, la de santo Tomé: unas cántaras de vino, unas cargas de leña, unas hogazas de pan a los pobres, y algunas monedas para misas gregorianas] se enhebra el enternecedor milagro. Existe de más de eso una gran familiaridad con la muerte, de acuerdo con la mentalidad de la propia época, y la necrofilia de una monarquía como la de Carlos V quien en los últimos años de su vida en Yuste gustaba de asistir a la celebración de sus propias exequias, sin que el gesto tuviera nada de macabro; antes bien se veía como lo más natural del mundo.
Que dos bienaventurados ausentándose por unos instantes del paraíso bajasen a Toledo, la capital del imperio, hasta que Felipe II en 1561 decide trasladar la capitalidad a Madrid, para dar sepultura al noble y cristiano caballero entra dentro de esa cotidianidad ante la presencia de la muerte. Y casi se concibe como un hecho corriente y moliente esta intervención del más allá.
En el arte de Greco hay algo de órfico; la pintura se hace música y es imposible entenderla sin el acompañamiento de esa gran polifonía, como reverberando en el fondo, que engozna sus composiciones. No hay que perder de vista este carácter que tienen sus cuadros de “trotarios” o melodía bizantina.
El Greco en este cuadro que supone el triunfo de la misericordia y del amor, esenciales al cristianismo, pinta dos cuadros; el superior y el inferior. Los cielos y la tierra se dan cita en el acontecimiento. Ambos planos son estancos y para bien o para mal no llegarán nunca a juntarse.
Paradójicamente el plano terrenal gana la batalla al celestial. El Greco pinta las cosas como son o debían ser según los canónes del ideal platónico pero se cohíbe ante los tremendismos y las ficciones del más allá. En eso se parece un poco a Velázquez quien tampoco supo pintar a los dioses. Y hasta supo reírse dellos como demuestran su fragua de Vulcano y el Baco figurativo. Uno y otro, empero, saben dislocar el dibujo para transmitir el movimiento de las cosas, “dando espíritu al leño y vida al lino” que diría Góngora.
En el Entierro lo que está arriba es inferior en calidad a lo que está abajo. Es mucho más desdibujado e imperfecto. Pues para él lo que acontece de tejas abajo es mucho más importante que lo que pudiera dilucidar el más allá. Todas una galería de rostros comparece haciendo corro ante los dos insignes fosores quienes sujetan por los sobacos y las piernas al difunto amortajado con toda la regalía. ¡Cómo brillan los aceros de su armadura! A la vista está que por una vez el espacio tridimensional gana la batalla al tiempo continuo. Los ojos posan ante todos y cada uno de los asistentes al duelo. Afloran una serie de personajes que tristes y enlutados hacen rueda de respeto. Muy engolados, pero serenos. El blanco de sus gorgueras rizadas contrasta con el negro de sus tiesos jubones. En la capa llevan algunos bordados la cruz de la Orden de Santiago. Admirable es la técnica de paños mojados, que acentúa la trasparencia, con la que está bordado el sobrepelliz de uno de los oficiantes, mientras un franciscano y un dominico rezan los responsos, y un monaguillo, el hijo del propio Domínicos Theotocopoulos, Jorge Manuel, mira “para la cámara”. Hay un cierto exacerbamiento de la silueta a lo que se une el proverbial estrabismo estético de este autor. La vida no es más que un perenne destello. Hace de preste oficiante don Diego de Covarrubias. En la pechera de la pañosa de los circunstantes se borda la cruz colorada de los maestres de Santiago. Ni que decir tiene que estamos entre caballeros.
¿Podrá haber en el mundo algo más melancólico que un entierro? Los dos frailes explican a la posterioridad el augusto suceso sin parar mientes en lo que acontece sobre sus cabezas puesto que ya va dicho que el Greco, pese a ser un pintor virgíneo, lo es más de la tierra que de los cielos. Toda su vida fue una ascensión incandescente hacia ese plano superior, un regusto por la quimera. Plasma el maestro con mayor acierto el cielo en la tierra que al revés, pues su realismo no le permite transubstanciar lo que sus ojos, poros del alma, no visualizan. De esta manera el ángel de la guarda llevando al cielo el alma del conde Orgaz, representada en la forma de un niño, es mucho menos creíble que las caras de los caballeros que asisten impertérritos al desarrollo del milagro. No cabe cosa tan extraordinaria en medio de un hecho paranormal. Tanta familiaridad ante lo que es poco consuetudinario resulta francamente portentosa como si los circunstantes estuvieran habituados a vivir con el prodigio. Ninguno de ellos muestra ninguna sorpresa ante la presencia de los dos santos bajados del cielo para hacer las veces de enterradores. Estos son dos aparecidos y sin embargo su aspecto no puede ser más real. Acaban de irrumpir en escena un anciano obispo y un joven misacantano. Sosegaos. Sabe trasladar al lienzo la España de Felipe II en plena apoteosis de una ciudad: Toledo. El pintor, que borda primorosamente las fimbrias de sus ornamentos, pues ni la capa pluvial de san Agustín ni la dalmática del primer diácono dan pasmos, tampoco se sobresalta al narrar los acontecimientos. La piedad melancólica es el hilo conductor del suceso narrado con toda la majestad pero al mismo tiempo con toda la sencillez. El Greco es el pintor del catolicismo universal al que aspiró España en su siglo de oro, en el que cupieran bajo la vara de Cristo sin exclusiones nacionalistas o chovinismos todos los pueblos. No puede haber entonces pintor más insigne de la ortodoxia. Que dos santos bajen del cielo para dar sepultura a un caballero que era legatario de esos ideales de universalidad nada tiene de extraño. La sociedad española a la sazón estaba acostumbrada a vivir con el milagro. El Entierro es la faz emblemática de todo aquel pensamiento. Ni ante la vida ni ante la muerte un hidalgo español ha de perder la compostura. Dicen que el enlosado de Santo Tomé al recibir la visita de los dos santos se llenó de fragancias celestiales pese a lo cual todos los que asistían a la ceremonia permanecieron quietos e impertérritos. Entre los figurantes estaban don Juan de Austria, Góngora, los hermanos Covarruvias, el hijo del artista y el propio Greco que deja su firma estampada en griego en los vuelos del pañuelo de uno de los personajes, cabe la hopalanda.
No es un cuadro lo que pinta, sino una idea, un estado de ánimo. Estos caballeros, que se apiñan circunspectos con sus rostros ligeramente buidos por la tristeza colmada de serenidad ante la paleta del artista asisten ensimismados al portento. Héticos, silentes, con una punta de desequilibrio en el mirar - ¿para dónde miran esos ojos que parece que están viendo lo que acontece más allá?- los personajes que retrata el Greco bien pudieran ser alguno de aquellos hidalgos que vagaban por la Imperial Ciudad arriba y abajo de Zocodover y que para disimular el hambre publicando que habían comido salpicaban la barba de unas migajas de pan. Almas ardientes embutidas en estómagos vacíos vivían una segunda vida interior de absoluta indiferencia frente a las cosas de este mundo. El autor se desentiende de su obra y el Greco tiene poco que ver con esta austeridad. Sus biógrafos afirman que gracias a sus cuadros nadó en la abundancia y se condujo munificente como Creso en una Toledo empobrecida y demacrada pese a ser entonces la corte. Es el pintor de cámara de la “dives toletana”i llevando una existencia regalada en aquel palacio de alquiler, que contaba con veinticuatro estancias, propiedad del quiromántico marqués de Villena, del que decían las crónicas que ni palabra mala ni obra buena. El tren de vida y la fastuosidad del candiota, que ganó muchos ducados con el arte de Apeles, casan poco con la frugalidad de los personajes a los que traslada al lienzo. Todo arte emboza ya de por sí una contradicción. Aunque el Greco se asimiló plenamente a las costumbres y al espíritu de Toledo, identificándose con él, vivía como un veneciano. Incluso, contrataba músicos para que le amenizasen las comidas. Insistimos: la música es muy importante en la pintura solemne y celeste de este genio del cristianismo. No hay según eso una identidad plena entre retratista y retratados. Su forma de pintar es una manera diferente de entender el mundo, a través de esos semblantes con traza de llama, dotados de un singular dramatismo escénico.
El estrabismo estético del autor les confirma una alargadera que algunos atribuyen a determinado defecto óptico del propio Theotocopoulos quien, según referencias, en los últimos años de su vida cayó en la locura. Pero tal extremo no ha podido ser probado y contiende con la envergadura de este griego transterrado y transtornado a Castilla que pintó Toledo como un verdadero sueño lunar bajo una luz lívida de ocres. Parece ser que la tesis sobre la enajenación mental del Greco se sustenta el haber pasado por la casa de locos del hospital del Nuncio de donde extrae los modelos para perfilar sus doce cuadros sobre el apostolado, cuadros conservados todos ello en el monasterio de las Pelayas de Oviedo. El Greco es un pintor de las almas y en todo alma hay un eco del infinito que se plasma en un cierto grado de enajenación.
Tuvo infinidad de detractores. El más insigne fue el propio Felipe II, todo un conocedor y en lides pictóricas peritísimo pero que nunca llegó a entender su manejo de los colores. Tuvo un pleito con el cabildo de Toledo porque en el Expolio, inicio de la pintura de la edad moderna, se resiste a pintar a las tres marías a longe, como nos relata el Evangelio. De hecho, el propio monarca, que entendía de pintura, pero de gustos absolutamente convencionales, que no le permitía entender ni su estrabismo ni su tendencia a descoyuntar las figuras, como tampoco el áspero colorido con que formula las escenas de sus personajes atormentados - el Greco es una sabia combinación de lo ponderado y de lo desmedido-, mandó que fuese colgado en la sacristía del Escorial el famoso martirio de san Mauricio y la Legión Tebana encargando otro lienzo sobre el mismo tema y del que ahora apenas se habla a un tal Cincinatti. Este fracaso yuguló las aspiraciones del candiota a convertirse en pintor de cámara. Pero él, pintor de eternidades, nunca podría ser un pintor de cámara al uso. No han comprendido sus detractores que era un pintor de eternidades. Su obra permaneció minusvalorada sin un reconocimiento categórico hasta bien entrado el siglo XX.
Domínicos Theotocopoulos (lit. El muy hijo de la madre de Dios) nacido en Candía en 1541 hace honor al título de su apellido. Rompe con los moldes clásicos y ya en Castilla abjura de su romanismo y de su helenismo para erguirse en portavoz del tétrico y a la vez sereno misticismo hispano. En su obra se presenta una antinomia entre lo real y lo ideal. Y pinta a base de crueles borrones impresionistas, muy poco convencionales pero que son de un gran efecto sobre todo en los paisajes de Toledo bajo la luna, cuando la luz circunfleja y espectral se derrama hasta derrumbarse sobre lo gollizos y cuchillares del Tajo. El Greco es poesía marial, el triunfo del bien sobre las fuerzas oscuras. Manuel B. Cossío, su indiscutible biógrafo, señala que en el Expolio nace la pintura moderna. Hay en él un exacerbamiento de la silueta, por lo que resulta uno de los tres grandes retratistas de todos los tiempos junto a Leonardo y Velázquez.
Exégeta de los paraísos perdidos viene de la filocalía de los bizantinos. Es su obra de un platonismo excéntrico y de un cristianismo melancólico. El Greco en España se desentiende de sus maestros venecianos y queda transfijo ante los iconos fanariotas que lo vieron nacer. El resultado de esta mezcla de sangres es algo profundamente español: sus cuadros se entienden mejor mientras se escucha en lontananza a los coros del monte Athos. Carece por ejemplo de la desesperación y pathos del arte protestante. De Rembrandt pongamos por caso. Desconoce, asimismo, las estridencias de los bufones. Es un arte enteramente aristócrata, pero de un exotismo criollo, por lo de mezcla de credos, cuasi abrazador. Hasta en los locos del Apostolado se deja translucir un poso de cordura. Supo pintar a los locos de Cristo. El Caballero de la Mano en el Pecho y el busto de san Juan de Ávila refrendan ese supuesto. Arte incorrecto que rezuma corrección. Pinta las esencias, va al grano. Por eso se denomina pintor de pintores. De la vida del greco chipriota poco es lo que se sabe. Que provenía de una familia de recia estirpe cristiana que huyó de Constantinopla el año de la invasión de los turcos, 1453. Que antes de afincarse en Toledo, donde se casó y tuvo un hijo, Jorge Manuel, anduvo por Italia aprendiendo dibujo del Tizziano y de Rafael. Que supo transmitir al lienzo toda la carga de grandeza del alma de Castilla. Que tuvo muchos pleitos con el cabildo de la catedral, con la dirección del Hospital de Illescas por cuestiones que no hacen al caso y que murió en Toledo en 1616.
Antonio Parra Galindo, periodista y licenciado en Filología.
14 de diciembre de 2002
CARTA A TOMÁS SALVADOR, UN VETERANO DE AQUELLAS ENCRUCIJADAS.
Querido Tomás: Yo sé que me escuchas encaramado en lo alto de una garita, sita en los cuernos de aquella estrella, una de esas estrellas de las noches de noviembre, mes de las ánimas, de los duendes y los aparecidos, en esta tierra que abandonaste ya va para tres lustros.
Centinela en tu garita, contemplarás las heladas aguas del Lago Ilmen, que fue para ti como una especie de mar de juventud y así recordarás los días pretéritos como cuando estabas apostado en un pozo de tirador frente a la estepa. ¿Te acuerdas?
Hoy siento angustia, no precisamente una angustia de tu ausencia, sino el desaliento y el desazón ante el panorama que me circunda. Alzo la mirada y la primera impresión que atrapa mis ojos es que todas aquellas cosas contra las cuales tu pusiste tu vida al tablero allá en la lejana Rusia son materia triunfante.
Esta angustia que me embarga viene tapizada de hojas amarillas, que, como un sudario de antiguo esplendor yerto, se derrumban sobre nuestros parques.
La nieve ya corona las sierras y la lluvia otoñal desparrama sus aguaceros mientras a través del perfil de mi ventanuco oigo pasar a las bandadas de aves migratorias rumbo hacia el sur. Son el mejor presagio de la llegada del invierno.
Las emisoras españolas radian historias de mareas negras. La mancha de petroleo del “Prestige” amenaza por el noroeste mientras por el sur siguen de arribada las lanchas y pateras del flujo inmigratorio que no cesa.
Las cabeceras de los periódicos refieren matanzas y venganzas en espiral que no cesa y se enrosca como la cola del dragón apocalíptico, con surtido de eternos golpes y de contragolpes. El problema palestino, como el del hombre mismo, carece de solución y la tierra mientras tanto parece que se empeña en parir sombras.
A costa de los coletazos del dragón encadenado cuyo perpétuum mobile no es sino el estrago y la destrucción, llámese terrorismo, fundamentalismo islámico u horda migratoria incontrolada, que están dando lugar a una presión demográfica y a un corrimiento de pueblos como se desconocía de la invasión de Roma por los bárbaros en el siglo quinto, o llámense mafias con sus secuelas de inseguridad ciudadana que se cierne sobre nuestras ciudades, tanto como la pornografía dura, la pornografía blanda y la pornopolítica, el galeón de nuestras vidas puede irse a pique.
Por eso y por muchas cosas más esta tarde triste del mes de difuntos un sentimiento de zozobra me sobrecoge. Se me ha formado un nudo en la garganta. Es como si tuviese miedo por este mundo que me rodea tan frágil, siempre a punto de estallar. Dicen que siempre fue así pero ahora vivimos una guerra mucho más terrible si cabe que la que tú conociste a orillas del Voljov. Porque el enemigo no está fuera sino dentro de nosotros mismos, Tomás Salvador.
Valentina Yushina me pide, con motivo de cumplirse el sexagenario de la batalla de Stalingrado, unas lineas para traer a colación la magna efemérides, en la que perecieron cerca de trescientos mil alemanes y que sería el primer golpe de azada con que Hitler excavó su propia tumba.
Poco es lo que yo puedo aportar de mi propia cosecha, pobre de mí, que no haya sido consignado de antemano a la hora de contar aquella gesta que duró desde agosto de 1942 hasta febrero del año siguiente con la capitulación de Von Paulus. Se han escrito miles de libros y documentos al respecto.
Pero hay una idea que no quiero dejar pasar por alto sobre todo después de haber releído tu gran novela, que aborda el cerco de San Petesburgo (Leningrado) por fuerzas alemanas y que lleva por título “División 250" y es el carácter homérico de aquella conflagración. Como si sus participantes asistieran a una alta ocasión que no volvería a repetirse en siglos.
Este libro tuyo, Tomás, es un canto a la Rusia eterna en la que se barajan una serie de nociones proféticas a las que no habría de perder vista para comprender la actualidad y que se resumirían en dos apartados:
l.- Las guerras de exterminio con sus miserias, inanidades, flagelos y heroísmos, se organizan en los altos despachos de las finanzas, pues todas responden a intereses económicos, por unos pocos, para que sean muchos los que padezcan sus consecuencias.
2. - Europa haría mal en vivir de espaldas a Rusia, un país que viene a ser su reserva espiritual y apéndice de sus propios sueños. Tolstoi, Pushkin, Gogol, Tchaikovsky, Rimsky Korsakov son manifestaciones de ese genio europeo tan precisos como el de Descartes, Kant o Shakespeare. Un talante que tiene mucho que ver con el cristianismo.
Sólo ambas ideas harían a tu División 250 altamente recomendable pero hay en sus páginas otros atributos.
En él se respira la poesía de la guerra, la esperanza de un mundo mejor, la compasión y el perdón hacia todos los que padecen los rigores del campo de batalla cualquiera que fuere su insignia.
Tú ya sabías por eso mismo que las generaciones futuras no os iban a entender, pero no importa. “División 250" es en la actualidad un libro descabalgado, fuera de catálogo en España, y en Rusia son pocos los que lo conocen pues no creo que haya sido traducido. Están pidiendo a gritos la mano de un traductor para que el público lector de aquel gran país pudiese tener la versión de la otra parte, desde los que disparaban de este lado de las trincheras. Además es una obra de arte y las obras de arte están por encimas de las caducas maniobras de la política.
Pero surge siempre una mano negra, dispuesta a impedir que los hombres de buena voluntad se entiendan. Esta ignorancia y este olvido en que ha caído tu obra, Tomás Salvador, me pone muy triste.
Esta noche al escuchar los estampidos de los cañones de Stalingrado es como si escuchase las campanas tocar a clamor por los cerca de cincuenta millones de seres humanos que murieron en aquella gran tragedia. Cuando las guerras estallan dicen que la verdad causa baja y nace la propaganda. Las guerras carecen de criterios estéticos. Por eso precisamente.
UNA NOVELA DE SEGISMUNDO LUENGO
Por Antonio Parra.
Tuvo Zamora siempre fama justa de ser tierra de buenos novelistas, escritores y periodistas. Por citar unos nombres: Rufo Gamazo, Agustín García Calvo, Bartolomé Mostaza. Comarca fronteriza, presenta una serie de variantes dialectales y léxicas que son de monto y que honran la literatura castellana desde los primeros poetas del Rimado de Palacio hasta aquel cisterciense que colgó los hábitos por ir a servir al emperador a tierras europeas, y que se llamaba Cristóbal de Castillejo, el defensor del viejo metro castellano en contra de los modernistas italianizantes y que estuvo poco reconocido siempre por los manuales regalistas. Pero eso es siempre Zamora que unos llevan el agua pero que es épica desde la primera victoria de los mesnaderos castellanos contra Abderramán III, quien a la puertas de la heroica ciudad mascó el polvo de una de sus pocas derrotas. Al gran emir de los abasidas los acontecimientos de este verano en la peripecia de la Isla de Perejil con las reivindicaciones trasnochadas del autócrata del Magreb lo han colocado en la punta de lanza de la actualidad. Zamora, por más que orillada, es para los apasionados de la literatura fuego perenne. Las largas horas del verano con sus ocios y esparcimientos me han permitido leer de un tirón una bella obra de Segismundo Luengo, hermoso libro y de una acción intensa y trepidante aunque adolezca de los manidos defectos de las producciones primerizas.
Los vagabundos no mueren del autor sayagués fue saludada por la crítica como un suceso y con un alborozado “novelista tenemos” que dejó caer judicante desde las páginas de “Arriba” Eduardo Haro Tecglén - lo que cambian los tiempos- y por el propio Camilo José Cela quien había prologado un libro anterior de Luengo, El Duero baja negro. Alfredo Marquerie encuentra en esta novela concomitancias con los maestros rusos. Y todos por lo general se hacen lenguas de ella, dada la agilidad y garbo, sin dar de lado a la riqueza de estilo y a la propiedad del lenguaje en que está escrita.
Aunque el autor sitúa la acción de los “Vagabundos no mueren” a primeros de la pasada centuria lo cierto es que la trama se ambienta en el Madrid de principios de los años 40 con su clima de calma chicha, de refugiados nazis y de agentes comunistas, periodistas incendiarios con una tea en una mano y en la otra el cálamo. Tampoco falta el amor. Precisamente su protagonista, un periodista integro por nombre Patricio, por su renuencia a aceptar aquello que va contra su conciencia, acabará pidiendo limosna. “Los vagabundos” es la historia de un ascenso. El del amor. Y de una caída. El desamor. Lo mejor de su vida, dice, fue Berta, que marcó a fuego a Patricio. Igual que si fuera una res. Berta venía huyendo del Berlín hitleriano y encontró en España un país que la llena de entusiasmo. Amó el paisaje pero desconocía el paisanaje.
Berta y Patricio llegan a encontrarse trabajando en La Hora, un periódico que tenía establecida su sede en la calle de la Montera y cuyo propietario era una tal don Zacarías, oscuro personaje y que actuaba como hombre de paja de una red de estraperlistas internacionales que mezclaba las ideologías con la trata de blancas, la extorsión y el chantaje. Los problemas que plantea el libro no pueden ser más actuales. Patricio trabaja para este consorcio pero se niega a vender su pluma a sus amos. Estos a lo primero se sorprenden. Luego se irritan y optan en ultima instancia por quitarselo de enmedio. Una tarde le envían dos “negros” pero se equivocan de individuo y matan por error a una amigo, un vasco que se había hecho cargo de la dirección del rotativo mientras el protagonista pasaba unos días de luna de miel en su tierra zamorana. Estas vacaciones en Galende lo libraron del filo de la navaja
El tempo.
El tempo de una buena historia tiene algo del ajetreo de un martillo pilón. La vida no es más que un golpe de rodezno. Arriba, abajo, afuera, adentro, delante, detrás. El movimiento de la naturaleza es pendular. Y el modelo elegido no es la trayectoria homogénea del dardo desplazándose en una sola dirección para vencer la ley de la gravedad. Se parece más al movimiento de círculo. Tiene que ver con el acaso y con las alternancias de la casualidad o los binomios de la paradoja que sobrecogen a por igual a entusiastas y a escoliastas. Luengo (sus amigos preferimos siempre llamarle Segis) en esta novela tan ponderada y que contó con los elogios del Dr. Marañón, aparte de los epígonos arriba consignados, de rasgos biográficos, penetra a golpes de azud en los entresijos anímicos de los encartados. Proliferan las buenas observaciones sobre el paisaje y las gentes que lo pueblan. Hay una buena visión del mundo. El estilo es recio, tan pronto amargo como de una ternura sublime. La noria novelística de Luengo se mueve con estridencias barojianas. Hay un pensamiento que se perfila como mensaje críptico a lo largo de la redacción de la obra. Y es que el destino se ensaña inexorablemente con los mejor preparados mientras trata con benevolencia a los inicuos y mediocres. No es cuestión de pedir peras al olmo. La naturaleza es injusta, desordenada e imprevisible sobre todo en lo que hace referencia al comportamiento. Para el bueno no hay piedad. Esa es la fija. De manera que Patricio, un perdedor, pega tumbos por la trama. Se había enfrentado al sistema y nostramo se ensaña con los que le hacen momos. Le queman el periódico, lo intentan asesinar, envían anónimos delatores a su novia alemana “que había traicionado a la causa”. El héroe se enfrenta a la fatalidad aun a sabiendas de que lleva las de perder puesto que ellos son demasiado poderosos. Hay atisbos autobiográficos dispersos por toda la narración. Los que conocimos personalmente a Segis - un astur leonés enteco, bajito de cuerpo pero grande de espíritu y con un par de lo que hay que tener- sabemos que era proclive a enfrentarse hasta con el mismo lucero del alba. Cuando se cabreaba hasta las colecciones de los más sesudos periódicos que se conservaban en la Hemeroteca Nacional se echaban a temblar. El narrador no habla por tanto de oídas sino que aporta datos de su propia vividura.
La busca.
Los personajes se hallan trazados a soga y tizón. Hay un buen andamiaje arquitectónico. Pero son bocetos acaso de una novela más larga que el autor se proponía transcribir. Obligado por la necesidad o por la falta de espacio y de tiempo de su perentoriedad periodística las cosas quedan como colgando in medias res. Hasta en eso. En su nerviosidad e intrepidez se nota que el libro ha salido del magín de un reportero. Parecen los personajes daguerrotipos de Baroja y hacen pensar en los desarrapados de “La Busca”. La vida de un periodista con sus agujeros negros iluminados de bohemia tiene puertas encantadas que conducen a la planta noble de la gloria. Por más que - también - balcones que se asoman al abismo. Nostramo no perdona, como consecuencia de su intento de agresión al juez durante el auto de procesamiento a los culpables del asesinato de su amigo es condenado el protagonista a cinco años de destierro en Las Hurdes. Intenta huir del cepo que le tienden las fuerzas oscuras que conspiran contra su destino pero hay alguien arriba que decide por nosotros, y no somos libres. Resulta víctima de su propio pathos y a esta adversa circunstancia se añade su mal carácter que le hace ir dejando jirones de su propia alma en cada zarza poniendo la vida al tablero a la menor eventualidad. Patricio acaba de bacinero (mendigo). En los primeros capítulos la descripción de la vida miserable - la pobreza le ha devuelto la libertad- se alcanza el punto de inflexión. Es lo mejor del libro hasta el punto de crear escuela. Cela, Bartolomé Soler, Sebastián Juan Arbó. Emilio Romero en el Vagabundo pasa de largo, y otros, abordan la misma cuestión de los hombres derelictos, quizás con más éxito y fanfarria pero sin la originalidad de Segismundo Luengo quien aquí rampa como un verdadero Cid Campeador de la novelística de su tiempo. Es tan psicólogo como Rafael Sánchez Mazas y tan eximio relator como Manuel Pombo Angulo. Por lo que contiene de reto a las fuerzas oscuras y la crítica a los poderes fácticos, de los que no sale indemne la Iglesia (resulta pertinentísima la descripción del cura de aldea repartiendo sopapos entre sus monaguillos para luego predicar el que os améis los unos a los otros como yo os he amado) esta novela es un exorcismo contra los demonios familiares que nos cercan. Alguien dijo que escribir es llorar, más bien se trata de un ejercicio espiritual en el que se suplica la gracia y el perdón por un mundo maravilloso pero sin sentido en el que resulta poco recomendable meterse a redentor. Porque los males arrancan de antiguo y carecen de solución. Basta con mirar lo que acontece y hurgar en la basura bardanera de los traspatios. Los escritores de la leva zamorana de postguerra, inmensamente rica, no eran paniaguados, contra el criterio que se viene anunciando a bombo y platillo, del régimen sino que con frecuencia vapuleen al sistema con más margen de crítica y cociente de libertades que hay hoy frente al rodillo que se cierne sobre nuestras cabezas. Este sistema que encontró precisamente en sus versos y en su prosa una válvula de escape. Las normas de publicación no eran tan férreas como en la actualidad, a raíz de la llegada de los émulos a la demócrata del Gran Inquisidor y la irrupción de los magnos visires del pensamiento, los veedores y mozos de espuela del Supremo, los zascandiles de Nostramo.
Las cabezadas del rodezno.
Segismundo Luengo blandea en algunos trancos de la narración la tea de los grandes libertarios a sabiendas de que la “rebelión contra los magnates” no la perdonará ningún jefe de negociado, que el criminal se resguarda a veces bajo la misma cobija que el santo y que también los hay desafortunados, puesto que criados con leche de llueca acabaron destinados a las pocilgas del fracaso. ¿Pero qué es el éxito y qué es la derrota? No hay baremos. Todos ellos acabaron humillando la cerviz bajo la testuz de la libélula apocalíptica y sometidos a los golpes del rodezno de maldades que pega cabezadas a diestro y siniestro y manda intrigas y traiciones. Todo aquello que es parte y aditamento de la existencia humana. La rueda dentada cabecea indiscriminadamente convirtiendo en golpes de melancólico son todo su trajín. ¡ Cuán bellos paisajes! Pero ¿cabría decir lo mismo del paisanaje? Su barbara geografía - comenta - hace a los españoles seres diferentes y como extraños a sí mismos. ¿Están los españoles a la altura de su paisaje? El Escorial es magnifico pero aguarda que suba todo el personal que hace trasbordo en Venta de Baños. Si quieres sentir pena por la humanidad vete a una corrida de toros o metete en un tablao flamenco mientras haces tiempo para tomar el tren burra a las dos de la mañana que pasa por Medina del Campo. Sumergete en los abismos de la telebasura. La inquisición ha resucitado de la mano de la prensa rosa. Lo que decía Cánovas, se es español porque no se puede ser otra cosa. Cuando la vulgaridad hace presa en España somos capaces de dar lecciones de cutrez a media humanidad. Las bailadoras llevan una faca en la liga, según observó Próspero Merimée. Es la imagen que ha dado la vuelta al mundo aunque en el fondo nos desconocen. Pasa un campesino en chanclos, un marranero agita la tralla en mitad del andén, cerca de una señora de luto que sentada sobre una maleta de hatillos da de mamar a un niño. En la estación no hay bancos y los del vagón son de madera. He aquí a los habitantes desesperados del triste paraíso. Un estremecimiento anarquista, una desesperación sin límites, recorre todo este libro. Luengo recuerda en la manera de narrar a los maestros rusos. El suyo es un ejercicio de puro nihilismo, un descenso a las zahurdas del subconsciente donde Pedro Botero agita los cuerpos de los condenados en el calderón incombustible. Hasta se escucha una melopea infernal. Todos los españoles en alguna ocasión hemos escuchado esa cantilena. Patricio nos ha descubierto parcelas insospechadas e incontroladas de nuestro yo inerte. en todos nosotros duerme un andarríos como el protagonista de la novela, contrariado y triste, que duerme en la hura de un pajar. Cuando el almud de la existencia se convierte en arma arrojadiza contra nuestro propio destino es para echarse a temblar. No hay solución ni escapatoria posible. Cualquier día te llevan preso los “charoles” o te tienden boca arriba entre cuatro cirios. Esa es la fija. “Los vagabundos no mueren” fue publicada en 1951. Al cabo de más de medio siglo mantiene su lozanía e interés. Y sigue siendo actual ante la invariabilidad del ser humano que siguen siendo los mismos. Sólo mudan siquiera levemente las situaciones. Su estilo tan zurrador y poético como el Viaje a la Alcarria, cuyos pasajes recuerda, continúa siendo golosina para los catadores de la buena literatura. Por eso la obra del sayagués tendrá que ser revisada, es una injusticia que yazga en el olvido.
Antonio Parra Galindo
5 de noviembre de 2002
SOLILOQUIOS AGUSTINIANOS FRENTE A UN HIERÁTICO TETRAMORFOS
Dios, la existencia del mal, la intervención diabólica en el mundo, el poder de la gracia, lo engañosas que pueden resultar las formas terrenas para un ser creado para la eternidad son algunas de las ideas que repetidamente y con pulido decoro, a lo largo de párrafos impregnados de retórica, va dejando caer el divino Aurelio Agustín en el transcurso de su dilatada obra.
Con parsimonia platónica advierte que no existe el mal (todo un golpe de claxon al mundo actual) sino que consiste en la privación del bien y de la libertad.
Para el obispo de Hipona éste se cuenta íntimamente relacionado con el Verbum Bonum como entidad creadora. Quiere decir lo mismo que Dios, un concepto que entrevera el autor con las equipolencias trinitarias.
Y a ese Dios, por lo mismo, trata de definir a base de una concatenación de cualidades negativas: insondable, indeterminable, no circunscrito, intemporal, inefable, imperceptible, inmutable.
Luego lo trasvasa a la categoría de potencia creadora puesto que la divinidad inmanente y trascendente es toda vez trascendente, pasible, activa, contemplando al hombre como criatura asomada, supeditada y revertida hacia ese Verbum del que depende y que se nos ha manifestado por su epifanía en la persona de Cristo.
Aquí puede haber truco pero todas las religiones e incluso la de Agustín que es la más perfecta se reservan el derecho de sus propias añagazas a la hora de dar explicaciones a lo inexplicable. Es el derecho a la duda y al beneficio de la trampa.
Sin embargo, el lenguaje de Agustín tiene un aroma de eternidad tanto cuando se refiere a ese dios centro de la creación como un figulus (alfarero) como cuando se compadece de aquellos que desconocen a Cristo, no lo buscan, no le aman y viven en el infierno de su lejanía, desterrados del amor. Viven alejados del sumo bien y enajenados con la libertad llevando una existencia anodina e insípida que los convierte en seres devorados por sus propias pasiones. Aquí Agustín puede que esté haciendo sonar los timbres de cara al hombre moderno al que reprocha su voracidad (edacitas) y el vivir empecatados, que no es vivir, de nuestra sociedad.
Pero en tiempos del santo obispo, sepamoslo para nuestro desconsuelo, era también lo mismo que en la rabiosa actualidad. El hombre no tiene solución. Es como Israel.
Llevamos una existencia anodina e insípida que nos convierte en alimañas devoradas por sus propios semejantes. Somos siervos de las pasiones y alentamos en la cueva de los propios vicios.
Echa el escritor una mirada a cuanto le rodea y no puede por menos de sentir angustia. Las cosas transitorias del presente han de ser toleradas, nunca buscadas, porque esta vida no es sino un destierro, el que brinda la concupiscencia y las cosas del cuerpo.
De ahí brota el drama trágico del ánima agustiniana que con tanto entusiasmo de verdadero neoplatónico observa y canta la obra de la creación y hasta llegó a amarla cuando se enamora de aquella esclava númida que le dio a su hijo Adeodato, aunque nunca pudo desvestirse jamás del lenguaje retórico y de los resabios maniqueos de su juventud.
El mundo no es mas que un reflejo imperfecto del Súmmum Bonum, exclama cuando desengañado de las cosas humanas y de los estragos que debió de causar en él su pasión amorosa opta por la conversión. El amor humano nunca será capaz de saciarnos - es su conclusión- porque cuanto más lo gozas más estraga.
Se echa de ver como el platonismo de los griegos en el obispo de Hipona se une en comunión a la religión de los nazarenos. Este neoplatonismo es toda su fuerza y su savia teológico-filosófica. Una añoranza del edén perdido, una nostalgia del dulce jardín del que fuimos expulsados junto con deseo de contemplar a Dios de frente y sin los óbices de los espejos, enigmas y miramientos constituye el meollo y la enjundia de toda la obra literaria de este romano de provincias.
Es el primero en cantar la melancólica belleza, que siente el eco que le convoca a la eternidad y lo transfigura a causa de un deseo inalcanzable hasta que la muerte rompa ese espejo que nos garantiza visión tan imperfecta del sumo bien y se desaten los nudos de los sentidos que coartan el ángulo de mira. En su pluma resuenan los melifluos coros y los “versos entonados durante la felicidad perpetua que vendrá”. Es así que una de los pilares de la iglesia occidente se nos vuelve completamente oriental. Era de rito ambrosiano y el rito del santo obispo de Milán miraba hacia Bizancio como la puerta de la nueva Roma y la Jerusalén celeste. Hay en toda la obra agustiniana como en la de san Isidoro un gran sentido litúrgico.
El mundo moderno no aspira a esa luz que vendrá sino a la que ahora y en este lugar baña sus pupilas. El mundo actual no cree en las lagrimas. Es fanático de su propia tecnología pero no entiende la estructuración jerárquica con que contempla el autor de la Ciudad de Dios el mundo de los poderes sensibles subordinado a lo preternatural.
Por eso no se extasía con los angeles agustinianos que luego plasmaría Frá Angelico pulsando el arpa de la salmodia incesante. El rasero de medir en ese libro es el illic et tunc (allá y entonces) de los neoplatónicos pero hoy estamos calados hasta los huesos del dios semita que atronó en el Sinaí y para quien los planteamientos no son iguales ni predican la trascendencia sino el hic et nunc de los huesos y de la carne viva. El cristianismo, salvo en las excepciones del jesuitismo y del Opus Dei, que preconizan una justificación por las obras y avenencia con el mundo, no ha conseguido romper con ese estigma, esa tremenda dualidad. Las dos corrientes mentadas se sitúan en una dinámica protestante de moral utilitaria. Pero esto no es católico. Lo verdaderamente católico es la tesis formulada por san Agustín.
Moisés y Mahoma desoyendo la voz del Querubín cifran su esfuerzo en amarrar una existencia y un buen pasar acá abajo. Pero el evangelio grita: “ el que busca su vida la perderá”. Ni judíos ni moros ni protestantes podrán nunca comprender la utopía agustiniana a la escucha de los coros del más allá. Como tampoco su irredento idealismo aunque todos ellos hayan de su lado caído en sus propias utopías e irredenciones.
El alma agustina no teme a la muerte por beber en el torrente de la eternidad. Sus personajes forman parte de una feliz sociedad de ciudadanos supernos los cuales tras las tristes labores de peregrinación en esta vida en el más allá tendrán asegurada su recompensa pudiendo gozar de la hermosura del verbo. No es el ubi el adverbio de lugar sino el ibi. En esta alternancia de demostrativos está expresada toda una forma esencial de vivir y de pensar. Es hasta allá, ese lugar que nos tiene preparado hacia donde los ciudadanos de la Jerusalén Celeste encaminan sus pasos y dirigen sus miradas. Es allá donde entonarán las loas eternas.
Y ¡qué loas, qué cánticos! ¡Qué instrumentos músicos, qué arpas, qué himnodias - concluye se escucharán en aquel lugar sin interrupción!
Esta idea de la majestad solemne del hieratismo del Tetramorfos sólo podrán entenderla quienes alguna vez hayan asistido a unos oficios solemnes en una catedral ortodoxa. Los coros suenan en Kiev, en Moscú, en Atenas. Para Agustín el cristianismo es una perpetua melodía y el hombre ha nacido para entonar alabanzas a la divinidad en el paraíso. Aquí volvemos a topar con la vieja noción de Fides ex auditu. La religión predicada por el Nazareno pide tener buen oído. No entra por los ojos como acontece en sus dos hermanas gemelas. En ese amor a la himnodia que tantas veces salta a los renglones de la obra del Genio de Tagaste se nos revela un apasionado de la armonía.
El protestantismo y la contrarreforma se encargaron de acabar con ella y nada se diga de la revolución francesa pero es con todo una de las grandes estrofas del pentagrama de la partitura del cristianismo. Dios es la belleza, no se cansa de repetir san Agustín en sus entregas.
Es un poco la máxima juanramoniana de no la toquéis más que así es la rosa. No tiene vuelta de hoja. Cuanto más lo expliquemos menos comprenderemos. El dulce obispo nos recuerda que a Xto sólo se le puede conocer por medio del corazón. Ciertamente que su obra vive una contradicción perenne entre el ubi y el ibi, el hic y el illic, una contradicción que sólo se puede superar mediante la tristeza y el vacío que dejan las cosas de este mundo.
Esto es al menos lo que postula el divino quirógrafo a lo largo de muchos volúmenes de letra apretada. No hace en ellos otra cosa que machacar sobre un par de ideas. Quienes se sumerjan en la lectura de los Soliloquia, del Manual de la Contemplación y sobre todo en la Ciudad de Dios tendrán la sensación de estar leyendo siempre un mismo y único libro, como si fuera una película de José Luis Garci.
El problema en el que cae este torrente de imágenes que conforman el estro y el hipérbaton del hijo de Mónica es la iteración y el peligro de círculo vicioso que tiene todo lenguaje cuando se propone trasladar a los sentidos las ideas que palpitan en los arcanos de lo ultra sensorial.
A veces Agustín da la sensación de perderse en el abismo para encontrarse y emerger de nuevo en el alma que renuncia a los afectos. Por eso resulta nada fácil, aunque grata, premiosa, aunque sublime su obra. La lectura de los textos conviene sacarla adelante sin prisa. Algo punto menos que imposible en estos tiempos. Sobre todo cuando la propuesta que contiene se refiere sólo al oído de la fe inmarcesible no a cosas de ámbito concreto y marcadas por las competencias de una realidad demoledora.
Recomienda con frecuencia vacar de Dios, esto es, sumergirse en el abismo infinito, liarse la manta a la cabeza. Perderse. La lectura en estos días serenos y tristes de octubre de los Soliloquia me ha retrotraído a mí, hombre que vivo en los albores del siglo XXI que leo noticias y escucho informativos como el asalto con toma de rehenes de un teatro de Moscú, no puede por menos de llenarme de melancolía. Las cosas han variado poco desde los cuatrocientos en que redacta este autor, con una diferencia que el diablo parece que tiene más fuerza y que los cristianos, que ya en tiempos de Agustín sintieron estremecerse los muros de Roma, hoy se mueven en precario. Los verdaderos cristianos, digo.
Y he llegado a la conclusión de que, de vivir hoy en día, no dejaría de estar considerado el santo de Tagaste como un pobre hombre. Un perdedor, condenado a la anonimia de escritor fracasado y sujeto a los delirios de su página en blanco. ¡Ay esas páginas en blanco de nuestros fantasmas ensabanados!
Zarandeado por el ubi y el hic et nunc de la actualidad todopoderosa viviría volcado hacia el territorio del ibi del más allá. Se le dejaría vivir angustiado por sus propios denuestos a solas con su Dios, un Dios que no suele bajar de su pedestal a los que con tanto denuedo lo invocan. Ubi est deus tuus?
Él fue el que inaugura el inmenso monologo y le busca el pulso a todos los místicos que han seguido sus pasos. A sabiendas de no andar en un diálogo sin respuesta, dicen los que no tienen fe. Ubi est deus tuus?¿Dónde está tu dios?
Agustín es el primero en llamar al Zeus cristiano por su propio nombre y en dirigirse a él a lo largo de miles de páginas de derretidas dulcedumbres en las que el alma siente el aguijón de este destierro y suspira por la Jerusalén celeste.
Fue el gran maestro de los convertidos que en este mundo han sido pero también un consumado malabarista en las artes del disimulo. Nos maravilla y nos encandila hasta cuando hincha el perro a lo largo de sus tratados de largo recorrido y de sus capítulos espirituales, los cuales, pese a todo, siguen sentando plaza de añoranza por ese Dios ausente en nuestra época. Quedaban casi quince siglos para que, cual energúmeno, se alzase Nietzsche contra el teósofo norteafricano pero para sus lectores, entre los cuales me cuento, y que después de cerrar sus Soliloquia nos enfrascamos en este caos audiovisual del siglo de Nietzsche, el Dios de Agustín no ha muerto. Vivirá eternamente aunque sea falso.
28 de octubre de 2002
Recordando el ayer.
LOS TIEMPOS DEL COLUMPIO LONDINENSE.
Me acuerdo de bastantes cosas porque fui testigo del pasar de la página de la historia durante mis años de estancia en Inglaterra donde transcurrieron siete años de mi vida, quizás los mejores. Fue uno de esos privilegios y misterios. El furor de los Beatles caló en mí durante mi vividura en aquella nación patria de la juventud mundial que acudía encandilada por Carnaby Street, el Eros de Picadillo y el soniquete de unas coplas harto pegadizas. Puedo decir sin exageraciones parodiando una novela de Graham Green que Inglaterra me hizo. Mis primeros reportajes (algún guardo algunas fotos en carpetas por ahí perdidas) fue al Museo de los Horrores. Había una cabeza clavada en una pica y la imagen de cera de Edward Heath, Haroldo Wilson y Callagaham, estaban en una misma ristra. Me gustaba la alcahuetería de algunos columnistas de la prensa de cejas bajas que hoy imitan todos. Era el tiempo de vendimia para los “gossip” y los “pander”. Iba a conocer el periodismo con éntasis y énfasis de la banalidad que la pela es la pela aunque los ídolos de barro por ellos creado aguantaban menos y tenían vida mucha más efímeras que los monigotes que forman hoy plantilla en el famoseo nacional. La eminencia gris del sistema monárquico que nos pervade que tiene a Ansón como oráculo debe de estar orgulloso de su engendro. El régimen se apoya en la piedra basal de esas personalidades televisivas, fondonas y con mucho maquillaje a cuestas, que cuando dicen hay que ver lo guapo que es nuestro príncipe parece que tienen un orgasmo. Pero para quien ha probado la jalea real estas pócimas de imitación que nos ofrecen nuestros columnarios instalados le parecen mejunjes. Puede que esto acabe como el rosario de la aurora, ojalá me equivoque. Lo traigo a colación porque no puedo menos de evitar una sonrisa ante el entusiasmo y ardor de nuestros gacetilleros ex convictos mucho de ellos a la caza de la noticia como ese Coto Matamoros, y no prorrumpo en invectivas. Me limito a hacer mutis por el foro. Se machaca todos los días en el hierro frío de nuestra vulgaridad. Se glorifica a las figuras de bricho. El oropel sea nuestro decoro y de esta glorificación puede subseguirse el parto de los montes. Pero los ingleses sabían hacerlo bien. Son gente con clase y se ponen el mundo por montera pero a los émulos de aquí se les ve el plumero. Nos están dando entre muchos espasmos y contoneos la calderilla de las pelucas empolvadas y no puede ser más triste el espectáculo en medio de tanto jolgorio. Ahora bien, a lo que yo asistí en los prodigiosos sesenta fue al triunfo de la imagen. A la divinización de la fotografía. Pulsé las nuevas inclinaciones de la media. La promoción subitánea y el escapismo. Presencié el nuevo nacimiento de Venus surgiendo de las aguas. Era una londinense casi esquelética y anorexia que se desayunaba con una manzana y un vaso de agua de rosas y ya no tomaba más en todo el día. Fue un lanzamiento. Twiggy se convirtió en un icono. La madona que adoraron las nuevas generaciones y el espejo en que se miraban todas las inglesas en edad de merecer. “I du know” (no sé) y “I can~t be bothered for lunch3” era la frase preferida de esta modelo la mejor cobrada. Cobraba por sesión cien esterlinas. En aquel tiempo ya era un pellizco. Estábamos todos en una nueva dimensión. El reino del “scoop” y del pisotón. Twiggy nos enamoraba con sus ojos líquidos y su delgadez de muchacha plana sin pechos y sin trasero. El ojo privado era nuestra fuente primordial de información. Tenía mucho de pasquín pero acertaba. Recuerdo un chiste de semana santa que insertó Private Eye en sus páginas. “Este año no habrá navidad porque la Virgen María toma la píldora”. La frase provocó una verdadera revuelta nacional pero la revista contestataria y semi clandestina volvió a la carga y preguntaba en un chiste firmado por Cummings, uno de sus más afamados coronistas: “Any one for the last Supper”, decía un camarero de la British Railways que pasaba por los compartimentos con la indiferencia y profesionalidad con la que los revisores de ferrocarriles en Inglaterra cruzan el ténder picando billetes. Al ágape se apuntaron doce obispos y un presbítero. Una infamia contra la eucaristía que provocó una verdadera carcajada nacional. No fue más que un buen chiste de Richard. Pintaba un camarero en un vagón restaurante de la BR y preguntaba a un grupo de clérigos si alguno quería participar en la Última Cena. Era aquella revista escribían el hijo de Evelyn Waugh, Aubirn Amis, novelista de nota y Charles Douglas-Hume el cual se suicidó después de haber tenido una obra en cartel más de dos años en el East End su comedia “Please, no sex, we arte British”. Era una carrera de ratas a la búsqueda de los genes fotogénicos. Había una gran promiscuidad sexual y el sexo era fácil lo que hizo decaer la oferta de las meretrices que en el Soho tuvo un encuadre histórico. Las señoras putas estaban mano sobre mano en aquellos parloriio parlatorios donde languidecían al amor de las estufas de gas. Nunca habían tenido tan poco trabajo. La pornografía se hizo un género para la exportación y se producían reinas y modelo para la imitación universal. Yo conocí a la Gamba (The Schrimp) que antes de entrar en el mundo de la farándula trabajaba como simple mecanógrafa. Con ella y con Twiggy reinas excelsas del glamour empieza una nueva era. Lord Snowdon el marido de la princesa Margarita tenía un estudio en el barrio de Pimlico. La lente de aumento se convirtió en símbolo de aquella época. Muchos de los héroes que hicieron a Gran Bretaña un país señero y reclamo eran fotógrafo. Sólo encuentro un adjetivo para definir mi experiencia. Es el término flamboyance o flamboyanes. Un tiempo flamígero, vistoso, resplandeciente. Y así fue: hasta las camisas y los trajes con pantalones bombachos se adecuaban a este epíteto. Sustituyeron la gabardina pringosa y el “dufelldcoat” de lana basta, que utilizaban los campeadores y en la marina por los abrigos de garras con vueltos de piel de zorro.
Susurros desde mi ajarafe
ENVUELTOS EN LA NUBE DEL NO SABER
por Antonio Parra
Los eremitas mozárabes que vivieron en Asturias y León, buena parte de Galicia, en el alta media, buscaban para su apartamiento del comercio con las gentes los lugares más recónditos en sitios inaccesibles como fueron el Valle del Silencio, en casi todas las pedrizas como la que queda trasmontana al macizo central, las cumbres de Tineo o las fragosidades de la cuenca del Sil.
A veces, cuando la huida del mundo no podía llevarse a cabo, se encuevaban en piezas secretas de las iglesias y de los monasterios. Eran los emparedados del buen Dios.
Así nació la tradición de las cámaras santas y el fuero sagrado de la jurisdicción monacal que nunca podría ser pisoteado por el poder temporal.
Hay tres núcleos de monacato visigótico bizantino que florecen a redropelo de la onda expansiva del islam al alborear la edad media. El primero tenía sus contrafuertes en las estribaciones del Macizo Central fajando en ceñida los predios del valle del Duratón donde encontraron albergue y escondite al venir huyendo de la quema - nunca mejor dicho- incoada en nombre de alá, eterno y misericordioso penitentes tan insignes, o nobles tan desengañados como Valentín, Frutos y Engracia o el beato Paniagua, una especie de estilita encaramado a su columna, un loco de Xto emboscado en su espelunca.
Este anacoreta era de mi pueblo y vivió en el seno de una roca que se yergue en la significativa comarca del Duratón. Tierra de frontera y de refugio natural gracias a sus pedrizas y a los escondrijos que ofrece la horadada roca viva. El monacato lo inventaron los filosofos griegos por nombre cínicos.
El pueblo se llama Fuentesoto. Limita al norte con Valtiendas y tiene una anejo Tejares tocando el termino de Pecharromán y el abadengo más antiguo que tuvo el Cister en Castilla la Vieja. El de Santa María de Sacramenia.
Todos estos lugares eran sufraganeos de Villa de Fuentidueña que fue fortificada y repoblada por Alfonso VII el Emperador, tan relacionado con Asturias, pues allí encontró un amor. El de doña Gonterodo con la que contrajo nupcias. Fruto de estos lazos nació doña Urraca la Asturiana que va a ser una mujer y reina importante en la expansión de Castilla.
Traemos a colación este detalle porque va a ser de singular relevancia a la hora de establecer el origen y la filiación arquitectónica de la prerrománica iglesia de San Gregorio del referido Fuentesoto de mis mayores.
Es de traza cuadrada en lo alto del somo. Los vientos de los siglos que batieron sus sillares no han conseguido derrumbar los paramentos de la torre. Se alzan aun majestuosos e imponentes dominando un tolete que vigila a su vez varios valles. Nosotros lo llamamos hoyos. El Hoyo Castrillo y el Hoyo Peral.
Lo más relevante de esta fábrica es que conoce las exquisiteces de la bóveda pero desconoce la solución absidal. Su traza cuadrada es indicio de su antiguo carácter castrense sin descuidar la finalidad orante que sellaron para siempre el destino de estas piedras, un camposanto en la actualidad.
El beato Paniagua era un santón mozárabe que habitó una de estas rocas horadadas que se encajonan a lo largo de estos valles. Iba vestido de marlota y se alimentaba, a imitación del Bautista, de miel y de langostas silvestres.
Los que iban a visitarlo habían de trepar por una escala, la misma cuerda por la cual se les subían las viandas de su magra pitanza consistente en alguna hogaza, dos o tres botijas de agua y carne y lacticinios sólo el día la pascua o en cualquier otra solemnidad del santoral mozárabe como era san Froilán o san Atilano.
Esta es una de las notas distintivas de las iglesias visigóticas: reservar un espacio exclusivo y apartado para la clausura del morabito o santero. Su finalidad social que cumplía a rajatabla era hacer de pararrayos de la divinidad mediante la prosecución de una vida de holocausto de sí mismo.
Tales celdas no siguen un trazado compartimento sino que utilizan cualquier vano. Para el propósito sirve un hueco dentro del tiro de la escalera. Un sobradillo en el lucernario, etc.
Ello da origen a las cámaras secretas o santas como la de la catedral de Oviedo puesto que aparte de la función propiciatoria mediante su dolor de atrición los monjes del ajarafes tenían por misión la custodia del tesoro parroquial, por lo general, reliquias traídas de Palestina y sobre todo los huesos santos con que viajaban de un lado para otro las comunidades, por más que sus orígenes no estuvieran del todo garantizados.
Se emparedaban de por vida. Morían a la vida del cuerpo para nacer a la de la gracia.
Y no se lavaban por considerar que tal granjería era una concesión a la molicie. No les importaba ser unos santos malolientes. Se desdeñaba todo lo que hacía alusión a la carne. Las vigilias y sobre todo la postura encorvada ajustando su cuerpo a las reducidas dimensiones del recinto, las largas barbas, las cabelleras merovingias y las uñas de las veinte extremidades como garfios les debía de conferir un aspecto poco halagüeño.
Pero eran edificantes y su presencia era anhelada y custodiada como un tesoro por los naturales.
El monaquismo español imita directamente a la Tebaida y a los usos y costumbres de los emparedados de la península minorasiática.
Los patrones eran los anatolios san Antonio, san Macario, san Acacio, san Pagnufio y los bienaventurados de la legión eremítica. Este anacoretismo tiene poco que ver con la tradición benedictina y camalduense que llegaría siglos más tardes desde Francia.
El primitivo cristianismo español es greco bizantino y bebe directamente en las fuentes sin intermediarios romanos. De ahí algunas de sus peculiaridades más notorias. San Isidoro y san Eulogio en sus escritos apenas mencionan a san Agustín y a otros exegetas latinos y su obra está más en la trayectoria de los padres orientales.
Cerca de Sepúlveda existe la famosa Cueva de los Siete Altares, una espelunca en la roca horadada donde aquellos devotos de la cruz se reunían en secreto para vivir el Evangelio sin interferencias.
Todavía en la pared quedan trazas de agujeros que fueron el quicio del cancel del iconostasio sobre columnas entregas.
Un poco más para allá aparecen las muescas de lo que fueron credencias en forma de urna o relicarios abocinados contra el muro que servían de receptáculo de los huesos santos del mártir de turno.
La preocupación mistérica y la separación entre oficiante y fieles al igual que en el templo de Salomón con su cortinón o Vellum detrás del cual se encortinaban los hierofantes y pontífices, los murales de los techos en rudas pinturas al temple que deslieron las lluvias de los siglos, la intimidad, la adusta sencillez prerrománica, son una constante del arte ramirense.
Es herencia en parte de la solera de las catacumbas.
Un segundo núcleo monástico se tiende siguiendo la inclinación de poniente hacia la ruta jacobea buscando los horizontes de León asta el valle del silencio en pleno Bierzo y toca Galicia por la parte de Samos.
Allí está Santo Luliano el monasterio donde se educó Alfonso II el Casto el propulsor de la tradición y culto compostelano. La tercera bisectriz tiene por eje el meso cantabrio en el cuadrante Pravia-Oviedo-las Luiñas - Llanes.
La iglesia de san Gregorio en Fuentesoto hoy convertida en cementerio con su torre airosa y señera trae reminiscencias a la mirada del propio san Miguel de Lillo y Santa María del Naranjo por la planta y el alzado. Es edificación sin combas, botareles, torres biseladas, los ojos como cuévanos de un campanario en lo alto como un enigma del tiempo pasado.
En conjunto se gana una maravillosa simetría. Es la gravedad de la plomada transformada en sillares. Es la proporción solemne del ángulo recto. Las bóvedas y los arcos son muy rudimentarios. Sólo queda el cabecero de la iglesia. Según apunta la crítica de Arte de modo feliz el distintivo de lo ramirense es un cuerpo chico, alma grande. La belleza dentro de la simplicidad de lineas parece que no cabe rebasándose las expectativas.
San Gregorio preside la cima de un castreño páramo que demarca sendas Castillas y la raya de la repoblación desde Oña hasta Fitero según el poema de Fernán González.
Esta es tierra de pan llevar. Los únicos accidentes que dominan la perspectiva son los campanarios y las almenas de algún castillo ya derrumbadas. O los hitos y mojones de las viejas y estratégicas calzadas romanas.
Las avefrías y los lavancos bajan a solazarse en algunas charcas o cilancos de la contornada y los mágicos chopos vigilan alguna vega de algún nemoroso valle como este de Navacolgada, pero el verdor es escaso aunque antaño, en época romana, esta zona debiera de sorprender al viajero por su masa forestal.
La tala llegó con las razzias de primavera. La sequedad de nuestro paisaje en parte se la debamos a los árabes cuyo espíritu de vigilancia les lleva a descuajar bosques enteros para dominar así mejor los movimientos del enemigo.
Mahoma pues en nuestros oídos suena igual entonces como un viento arrasador del desierto que redujo a cenizas la gran cultura visigótica mucho mas refinada y ecléctica que la fundamentalista y sanguinaria que trajo Muza.
El estado de cosas parece que quieren volver a repetirse.
Fuentesoto era un oasis en medio del paisaje castellano con el que se trasfunde y juega a alumbrar fuentes por torrenteras y cañadas en la mitad del yermo que lo circunda. La Fuente Caldera de aguas irrestañables y algo termales pues en invierno yo las he visto manar caldas ponía un contrapunto al recio paisaje de las adradas y alcazaba la torre de su iglesia como una adarga, tieso hito en estos tesos que siguen conservando la huella del primer conde Ferrán González que había establecido la capital de su marca en Sepúlveda a menos de quince kilómetros en linea recta de este lugar.
Peñafiel al final del valle está como guardandole las espaldas.
Cabe conjeturar que los las mesnadas astur leonesas de Alfonso III establecieron a lo largo de la margen izquierda del Duero un cordón sanitario de estacadas en tierra de nadie al objeto de sujetar las aceifas de la algarada.
Cuando las primeras azaleas y las adelfas apuntaban sus flores por la cercana sierra y las miosota de la retama lucían sus libreas gualdas por las lomas pronto se veía flamear por el horizonte los alquiceles blancos y el brillar de los almetes.
Irrumpían con toda su furia las fasces devastadores de los baladres omeyas.
Se arrasaba, degollaba y violaba y raptaba al grito de Dios. También las guerras de religión fueron un invento del “santo” profeta quien en las suras del libro santo no hace otra cosa que recordar a los creyentes la necesidad y conveniencia de acabar con los infieles. “El fuego del invierno tronará como el mugido del camello en el vientre de aquel que coma y beba en vaso de oro y no saque la cara por el Profeta”, se lee en una aleya de este tratado de sibaritismo y de admoniciones bélicas que es el corán.
La prevención contra tales instancias y el recuerdo de lo poco amables por no decir terribles que eran aquellos deshielos en los territorios de Alvar González los lleva uno en la masa de la sangre. Diez siglos de lucha incesante no se olvidan así como así.
Por causa de la guerra contra el islam el castellano viejo tiene una manera difícil y desconfiada de ser.
Pero volviendo a nuestra querida topografía hay que decir que el Duratón es río truchero y cangrejero donde los haya - hasta que llegaron los americanos y echaron ciertos polvos en el agua dejando sin huevo y sin un triste caparazón que llevarse al cesto cuando antes se cogían tan lindas frezadas- famoso por sus hoces encajonadas.
El cauce parece que se encona en cañones para acabarse de entregar rendido al padre Duero en las vegas menos bravías y con mejor vino de la parte Peñafiel.
Antes de llegar el afluente a su destino tiene que pernear riscos de roca calcárea y herir su camino escoltado por el vuelo circular de los buitres que montan guardia en las atalayas de la reserva del pantano del Burguillo.
No sólo el buitre. Por estos alcores planea con la misma impavidez y serenidad cinegética el buhardo y el aguila real. Ellas fueron los únicos testigos en la tierra de las soledades y penitencias de los eremitas que anidaron su amor de Dios y sus ansias de salvación eterna por estos riscos grajeros.
Hay peñas tajadas y a través de las socarrenas que ha dejado la erosión se asoma como en un lienzo azul, como una alcatifa para echar a volar, un trozo de firmamento. Hasta aquí por lo impracticable de los caminos y lo inaccesible del bosque no podían precaverse las fuerzas de la razzia.
Fueron los más audaces. Los que no quisieron quedarse tierras abajo de Toledo por amor a su fe que tenían en estima mayor que la propia piel y escogieron estas breñas desoladas para llorar sus pecados. Las guaridas de las alimañas las convirtieron en reclinatorio de oración.
No se puede entender esta época sin esa desilusión de las cosas del mundo que trajo consigo la traición de don Opas y del conde don Julián.
Siguiendo hacia el oeste nos encontramos con la Bureba de santa Casilda de Toledo.
La raya de aquellos morabitos amantes de la vida contemplativa tocaba casi el hito de Navarra y dejando a un lado las Vascongadas cruzaba por el norte de Palencia hacia las Batuecas.
Era la ruta de las estrellas, núcleo protoplásmico de lo que habría de ser andando el tiempo Camino Jacobeo. Desde León mismo se desgajaba un ramal hacia San Salvador de Oviedo. En los valles de Campomanes y del Lena son muestras de aquella antigua piedad o creencia un buen cupo de monasterios y aseladeros. Entre ellos las Monas, o Nonas, que quiere decir monja. Nun y Nonne, en inglés y en alemán respectivamente.
Muchos de aquellos primitivos cristianos hablaban árabe y estaban familiarizados con las costumbres del Oriente. Provenían de Córdoba, Toledo, la Bética y querían ser perfectos.
Para ellos Cristo era el gran “rasid” o ermitaño. Sin embargo, no faltaban los que desengañados del mundo, de aquel ir y venir de combates, cuando se escuchaban clangores de guerra y había persecuciones como la acontecida en la capital del emirato circa 820 por Abderramán III, optaban por la huida hacia el norte asumiendo la practica evangelica de devolver bien por mal y rogar por sus perseguidores muslímicos.
La línea de separación entre el Alcorán y el Nuevo Testamento era muy tenue, casi imperceptible, produciendose tendencias de asimilación disimilación, corrientes de amor y odio, tolerancia e intolerancia, y había una interacción notable de supuestos fidedignos y de devociones.
Así nació la mozarabía. Una forma de entender el mundo, bailar en la cuerda floja, tratando de buscar un acoplamiento con la nueva situación de los hechos consumados. El cristiano sabía que la practicaba de su religión iba a suscitar rechazo en los recién llegados del otro lado de Tarifa.
A diferencia de otros lugares del mundo donde el islam no consiente a otros credos y predomina, en España se da una extraña clima de convivencia enrarecida entre las tres religiones que ha llamado la atención de los eruditos.
Como si el crudo y gloriar sol de España hiciera aflojar el pistón a las partes en litigio hasta el extremo de estar moros y judíos a entenderse. Fueron ocho siglos de callejón sin salida.
De ahí que haya ciertas zonas de León que sean completamente moriscas y en Asturias encontramos topografías como Villademoros o Salamir. [Esta ultima más discutible porque el sufijo mir es godo y la raíz hace pensar en las salinas existentes en aquel término, nada que ver con lo de salam =paz (ar.) Y la desinencia alamir no deja de ser pura casualidad]. Quizás por eso se diga de este lugar “el que va a Salamir no tiene dónde ir” a lo que replican los presuntos implicados: “y luego no sabe cómo salir”.
Pero demos un salto en el tiempo atrás y veamos al estilita de San Miguel de Lillo observando desde la tronera del ojo de buey del sobradillo en el cual yace oculto en éxtasis frente al valle gozando de la dulzura y la mieles de la nube del no saber. Pasa el día entregado a sus prácticas hesicásticas y la acequia de la contemplación místico-hesicasta le ha llevado por la ribera del río del olvido de sí mismo a mares insondables. A esta hégira o anábasis la conocen algunos tratadistas la “noche oscura”, o “la puerta estrecha” y otros los “abrojos”.
Se sabe que se ha recabado el objetivo cuando en ese constante afán por trascender uno se olvida de que existe. Alcanzado el estadio de la santa indiferencia ya lo mismo da vivir que morir y se comprende muy bien aquel suspiro teresiano del “muero porque no muero” que preconiza la llegada de la muerte mística.
Es el viaje al centro que pergeña toda la ascética sufí y que depara al iniciado la consecución de un tercer ojo con el que contempla la largura del Señor eterno, la anchura de su corazón infinito, la altura de su poder, la profundidad de su sabiduría.
A Dios no se le explica por el conocimiento sólo se le entiende por el corazón.
De esta forma estos anacoretas encaramados de sobre el sobradillo inaccesible (en el monte Athos se les subía la comida por conducto de poleas) actúan a modo de pararrayos ante la divinidad. Su oración encuentra sólo un propósito: la destrucción del mal, que Dios se apiade.
Eran verdaderos contemplativos puesto que en muy contados casos caían en esa morbosa santurronería de lo pseudo, de los gritos plañideros de algunas histéricas que se han hecho pasar por videntes. Ayunaban de por vida, se dejaban crecer las barbas y no incurrían en el amaneramiento grotesco de los exhibicionistas. Su respiración se confundía con el nombre de Jesús. Nada tiene que ver su religiosidad con ese ambiente viscoso de las apariciones por entregas ni de los arrobos a plazo fijo. Estos santeros el milagro lo entienden de otra manera y así lo interpretan; no como un quebranto de las leyes fijas sino como una inmersión en las infinitudes del alma en carne viva mediante la cual lo creado puede experimentar lo increado y la criatura se dispara hacia el origen o las manos de donde partió.
Y como la contemplación agracia el alma y diz que también el espíritu estos santeros eran personajes muy atractivos. Su fama de virtud intercesora se extendía por todos los lugares y servía de faro de fe en tiempos de oscuridad vacilante.
Vivían en la nube del no saber. Por tanto no querían saber nada de políticas ni de algaradas pero eran discípulos - no quepa la menor duda- del Maestro de Justicia cuya segunda llegada esperaban presos en lo alto de sus tejadillos de teja vana aguantando las intemperies, pintando iconos o entreteniendose en la redacción de los códices miniados con el Evangelio de San Juan siempre a mano y sobre todo el Libro del Apocalipsis. Tal debió de ser el Beato de Liébana.
Estos cenobitas fueron entonces una corriente que llegó de oriente accediendo a las rutas del norte desde el sur de la Península. Sus cubículos y chiscones devotos - el monacato sería un movimiento posterior al anacoretismo- iluminaron Poniente de una misteriosa claridad. Sus detractores dijeron que tiene su origen en los filósofos cínicos Estaban erguidos en la nube del no poseer y de esa forma rozaban las alturas inefables del que no entendiendo entiende y del que no viendo percibe todas las señales. Recibieron la llamada, la siguieron para después, peldaño a peldaño, escalar la montaña de la perfección en cuya cúspide Providencia aguarda.
Habían alcanzado en su trabajosa hégira el fin de su peregrinación. Habían llegado al centro. Y podían mirar al mundo desde las cumbres del silencio, ya que para entenderse con Dios sobran las palabras. Almas simples, proféticas, fueron tan grandes que no dejaron escrito nada, pero tuvieron a su Hacedor dentro del alma, y el que “a Dios tiene nada le falta”.
El espíritu de estos esenios empapó el alma de España. Subieron desde tierra de moros, treparon a sus ajarafes. Su alma no destilaba odio. Algunos no sabían rezar sino en árabe. Ahítos de todas las cosas del mundo donde todo es vanidad pero nunca hartos del maná místico buscaron a Dios en el desierto del abandono interior. En cierto modo eran fatalistas. Predicaban la renuncia a los placeres, una nueva moral y su vida fue una respuesta ejemplar a la corrupción de la corte visigoda. De su corazón brotó un cántico nuevo. La plegaria les libró de la molicie del reinado de Witiza y su fe les puso a salvo de la cimitarra terrible de Almanzor.
Ellos sabían que al islam sólo se le puede convertir con sus misma armas: la fe y la morigeración de costumbres. Por eso sus troneras fueron un baluarte y algunos murieron mártires pero su sangre no fue semilla de odio y revancha sino derrame salutífero de renovación y de concordia entre los pueblos.
Estos días de amenazas y espantos, cuando los clangores de guerra retumban por doquier, y las cámaras transmisoras sabatizan la figura de Ben Laden al que pasan una y otra vez los “newsreel” con su turbante blanco, sus barbas de profeta y el surham de cadí colgandole al desgaire, uno recuerda a Almanzor. Parece que el personaje, que a mí me recuerda los profetas bíblicos, se ha caído de uno de los libros de textos que estudiábamos en nuestro bachillerato en el capitulo dedicado a los caudillos árabes y a los reinos de taifas. La historia se repite.
La mejor arma que tuvo la cristiandad para plantar batalla ante el vigor inextinguible de la morisma fueron estos monjes olvidados que predicaban la caridad y el amor a nuestros enemigos desde sus inhóspitos escondites. Algo divino. La venganza y la guerra santa no lo son. Luego Roma suprimió a los contemplativos mozárabes por los cruzados cistercienses. Más guerra. La misa por el Rito de San Isidoro tenía algunas invocaciones en árabe. Fueron espulgadas las que hacían referencia a San Miguel patrono de iglesia, mezquita y sinagoga, y a san Juan Bautista cuya festividad el 24 de junio era solemnizada pot los muslímicos al alimón con los cristianos. Hay cosas de Dios que el vulgo desconoce pero que intuye y están ahí.
Más que en la fuerza de las mesnadas la potencia regeneradora llegaba de estos ocultos y humildes morabitos que, cristianos huidos, encuevados, verdaderos topos de la Reconquista vivían encaramados en la nube del no saber.
antonio parra
5 de octubre de 2001
LOS LIBROS DE AZORÍN EN SU OSTUGO
El maestro Azorín sorprende siempre con sus libros. Tiene ese instinto especial o “flair” para las palabras que hace deleitables los paladares exquisitos para la literatura.
No busquéis acción - el Maestro tartamudeaba un poco y era un obseso del aliño- ni capacidad de sorpresa en ellos. Sus novelas adolecen de una cierta inercia que los transforma en retablos. Algo así como unos grandes hastiales en los que el autor va colocando sus paisajes y engastando las figuras.
Ninguno de sus caracteres parece gozar de una existencia exenta. Todo resulta obra de un cierto convencionalismo inmarcesible. Los tipos no tienen más vida que la de la melancolía de ser y de arrastrarse por la existencia monocorde y sin sorpresas.
Aun así su prosa es el resultando de un considerando muy trabajada. Buena labra tienen sus párrafos por lo general de tranco corto, hasta el extremo de resultar el estilo de un tempo lento y cansino.
Azorín es un escritor estático y lineal. Ama la linea recta de las carreteras de la Mancha. Los críticos lo encasillan como levantino, por lo que tienen sus estructuras de preciosismo sensual, casi libidinoso pero a mí me parece un escritor manchego. No es un castellano viejo sino de Castilla la Nueva al que le hubiera gustado haber nacido inglés, si los hados no lo hubieran otorgado el don de nacer en Almodóvar del Campo, el pueblo donde predicó san Juan de Avila, el gran predicador de los conversos.
Pura coincidencia porque la preocupación religiosa es exigua. Tampoco parece un autor costumbrista, sino que es afincado en el paisajismo nato y exclusivo.
Azorín nos vino bien al buscar en sus libros esos espejos de serenidades donde se estila el alma pura, esos ideales que suelen sentirse en la adolescencia y no se vuelven a tener ya jamás en la vida.
Leíamos a Azorín cuando estudiábamos Humanidades hace ya bastantes años en aquellos seminarios atestados del franquismo o en los colegios de pago. A todos nos entusiasmaba el anhelo de ser literato. A primera vista, nos parecía que escribir como lo hacía el autor alicantino debía de ser pan comido. Sus libros poseen una estructura muy sencilla. Le han surgido muchos imitadores y émulos pero, ya metidos en harina, por mucho que nos pareciese fácil al principio, luego resultaba un tanto más complicado de lo que suponíamos, trasladar al papel esos conceptos. Había bastante artificio y un ambiente de retorta, lo cual era acicate de la variedad y cúmulo de imitadores que siempre ha tenido el maestro Azorín.
Además, lo que causaba verdadero deseo de mimesis era su capacidad. ¿Cómo allegaría el maestro Azorín todo aquel caudal léxico? ¿Espigando las flores del pensil de los diccionarios? ¿O escuchandoselas de viva voz a los personajes que presenta en los capítulos?
Hoy esa sapiencia para las palabras está fuera de uso y hasta no es de buen tono sacar a relucir voces que no están en uso. Los escritores se han vuelto muy vulgares consciente de dirigirse a unas masas embrutecidas y envilecidas por el constante acecho de la imagen. Hay incluso en marcha el proyecto de una nueva lengua de grandes estreñimientos mentales y de dictamen sucinto como esos mensajes que los adolescentes que miran Salta a la Fama u Operación Triunfo les lanzan a sus ídolos. Sin sintaxis o con la sustitución de algunas letras del alfabeto como esas kas de la jerga de encefalografía plana del mundo vascos que expulsan y destronan a esa cu vigésima letra de nuestro alfabetos de amplias resonancias latinas.
Muere el idioma en manos de ejércitos de esbirros que se alzan por todas partes. Ya no conoce al castellano ni la madre que lo parió y a este paso puede que no vaya a quedar dél ni el ostugo.
Hay es donde el “pequeño filosofo” es un malabarista implacable. En su capacidad para traer a colación, con razón o sin ella las verdaderas joyas de la corona. Su estilo declinante en tantos aspectos se enriquece con estos cabujones que hacen pensar que algunos de los libros de Azorín idiomáticamente hablando sean como el cofre de las agatas.
Es para leerlo en el conticinio de las noches en calma. Rinden culto sus libros a las madrugadas embelesadas. Son grandes nocturnos del autor en continuo pervigilio que vela sus armas acurrucado en su rincón. Esa pizca sacrosanta la necesitamos todos para escribir de las esencias y de las existencias del Verbo puesto que escribir tanto como leer encarna una tensión hacia lo alto. Es un salto en el vacío que pretende dejar atrás las ligaduras del cuerpo.
Villano en su rincón, encaramado en su horqueta que a todas luces recuerda la columna del estilita, el lector trabaja la idea que le confía el autor, y los dos juntos van puliendo el diamante y fuman juntos la pipa, puesto que la intercesión del humo es tan necesaria para hilvanar buena literatura como la letra muerta que penetra y se adueña de los espíritus. Aunque el de Monovar no fumara.
It is a classic, según va el refrán inglés y que los ñoños aplican ahora a oste y moste. Pues bien, Azorín es un clásico con todas las de la ley. Aplicando el dicho tanto a su personalidad que proyecta en la escritura toda esa serenidad que debió de faltarle en la existencia real. Siendo un anarquista se vio obligado a escribir de por vida en publicaciones monárquicas o de alto nivel conservador.
Es un clásico en el sentido de que huye del alboroto de la chusma y sus disertaciones y artículos tienden a esas virtudes aristotélicas definidas como eutrapelia o el gozo de sentirse bien. Eubolia, estar dominado por el recto consejo. Sinensis para emitir juicios verdaderos según las leyes comunes. Nome, para apartarse de todo lo que va contra los canónes de la justicia conmutativa y distributiva.
Esa eutrapelia que le sobraba a Azorín es lo que le falta a gran parte de nuestros columnistas y literatos de este hora occidua y penumbrosa de nuestras letras que escriben y hablan con fogosidad alejandose de los principios de la epiqueya que era también otra de las virtudes predicadas por los epicúreos. Hoy todo es litigio e inmunda carcajada. La basura nos llega hasta las cejas. Por eso son eminentes los escritos de este escritor al que le imbuye esa estudiosidad de los tribunos de la plebe que se preparaban y llevaban un programa o períoca. Hoy se presentan con el culo al aire. Sin ningún apunte y hablan y escriben farragoso, pues la mentira de esa forma los vuelve sumisos. Ay estos discreteos del amarillismo rosáceo que inundan la vida española justo al cumplirse un siglo después de que el pequeño filosofo publicase su primera novela, La voluntad. El feroz sicambro no yace contra las cuerdas sino que se ha hecho el fuerte en todo este tiempo y entabla sus tejemanejes ayudado por sus cubicularios y mozos de espuelas y otros corifeos de la herética pravedad de un mundo encauzado a lo políticamente correcto.
Las líneas dormilonas de los textos azorinianos nos traen con frecuencia el sustantivo exacto o el adjetivo que sorprende y no se caracteriza precisamente por la propensión a los calificativos.
Otras causa asombro pues está a pique de nombrar la bandera nuestra con el mote de azufaifa que es una flor humilde que crece en nuestros lares con petalos de distintivo encarnado y gualdo a partes iguales.
Proyecta un mundo de simbolismos anicónicos y al entrar en las ciudades castellanas adonde el nos guía escuchamos como una lejana melopea detrás de las puertas cerradas. Es un experto en predecir la deshabitación de Castilla. Las ciudades se le representan como fantasmagóricas. No hay nadie, pero se perciben el rumor de un cuchicheo o el batintín de una fragua o el haldeo de una moza que acude con su cántaro a llenarlo en la fuente. Desfilan por nuestros oídos la lista de nombres con que se designaban a los antiguos aperos hoy desaparecidos y las palabras que decían antes los labriegos en su mollar lenguaje con gran cargazón de verbos sonoros y frases redondas, ahítas de la plenitud de la sabiduría.
Aun no he conseguido adivinar lo que significa a este respecto el común de anacalo con que define un oficio como el de capador en su novela Caprichos.
Ésta es en verdad la más caprichosa de las novelas pues carece de un argumento lógico y su ilación se basa al socaire de un extraño misterioso robo, delirio de su imaginación en el seno de la redacción de un periódico. Desfilan tipos. El director. El redactor jefe. El revistero de tribunales. El poeta. El crítico de cine.
Hay todavía en estas ciudades que describe el maestro albarradas para guardar la finca y jaraíces para pisar la uva. Cahices de grano asilados en el granero. Habla de la cardencha que era una flor que utilizaban los perailes para curtir. Se escucha por algunos oteros el canto de la coalla (codorniz), que por Segovia dicen collalba confundida con el del herreruelo y el paso majestuoso de la totovía apurandose sobre los cilancos.
Si los españoles que tienen el “Marca” por libro de cabecera serían un poco menos incultos tal vez y dirían menajeros. Que es como en rigor va el término castellano. En lugar de managers por aquí y por allá y ante un periodista del corazón cualquiera damisela pudiera exclamar con Azorín:
-Jesus ¡qué zagal más porro!
Y no nos ancaríamos por estos repajos con tantos almocárabes ante cosa sin sustancia. Pero nos atruena la voz del almocrí muslímico desde su púlpito y nos invita a profundizar en las suras del Corán. Cuando escribía el maestro de Monovar aun no había llegado a nuestras costas la revolución pendiente y un español, con sus maclas, seguía siendo un español y no un globalista de tomo y lomo, que en este alhaquín o telar lo que nos sobran son bufonerías de albardanes a todas horas. Y donilleros y fulleros. Lo malo es que la genetliaca que es la ciencia que determina nuestra conducta a juzgar por la posición de los astros en nuestro natalicio se nos ha puesto brava y ahora sí que maestro Azorín España y el mundo entero van de nones.
Las alusiones religiosas en su prosa escasean porque- y en eso coincide con sus coetáneos de generación, sobre todo con Pérez de Ayala, notable por su irreligiosidad- era un coribante o sacerdote pagano de la diosa Cibeles que siempre estaba visitando catedrales. Asimismo, la falta de entusiasmo o su epicureísmo vedan a Azorín la entrada en el cupo de los místicos. Su ideal estético es la imperturbabilidad, la ataraxia, preocupado como está por el paso del tiempo. Mucho se habló de la imperturbabilidad azorinesca de “Halconete” que es como bautiza a Azorín en su novela, un friso de la rumba literaria y de la bohemia de Madrid en los inicios del siglo XX. Para él el mundo no era ni bueno ni malo. Era simplemente tonto.
Le gustaba exhumar de los diccionarios voces anticuadas y en eso está en línea con la resurrección lingüística del 98 que quieren hablar con propiedad. Y de esta manera llama cendolilla a una muchacha locuela.
Parecía inglés. Era de gestos comedidos, algo glabro y de un rubio lacio. Algo grueso en su mocedad pero se fue amojamando y quedando como una corambre en la senectud. Yo le conocí pulcramente ataviado con un sombrero de fieltro gris caminar lentamente por la Cuesta de Moyano. Azorín siempre vestía de azul y de este color era su terno. Es justo la imagen que de él trazatra Zuloaga, el gesto espectral, la mirada perdida. Los libreros de Moyano se quejaban de que el maestro Azorín a veces al desgaire se quedaba con el tomo de algún libro usado y sin pasar por caja lo introducía en el bolsillo de la americana o por la sisa del chaleco. Era proverbial su amor a los libros, cliente habitual de las muchas librerías de lance que aun quedaban por Madrid.
Caminaba despacio y a brinquitos casi como los pajartitos. Muichos viandantes lo reconocían y le hacían alguna reverencia o se descolgaban el sombrero:
-Por ahí va don Antonio
le hizo una revista González ruano y fue portada de ABC pocos días antes de su muerte que creo que fue en el 64. No sonreía nunca. Con un estiramiento acartonado parecía que nos miraba desde la eternidad el escritor que ya no escribía y que apenas podía leer. Parecía decantado de su profesión. Creó que le hizo al famoso columnista madrileño:
-César, los libros cansan. Son letra muerta y son motivo de soledad.
Eran un poco las frases de su adiós en medio del tedium vitae del Madrid en el que aun todos nos reuníamos en torno a la mesa camilla. En su juventud había sido apasionado de Maura. Él era su ideal político pero Maura fracasó y con él la Restauración. Y él se volcaría con armas y bagajes sobre la literatura. Expurgó todos sus libros de todo contenido político. Sabe salirse por la tangente y entrar en la variante del limbo asexuado de los que no se contaminan de la religión y de la política, algo muy novedoso tratándose de un murciano. Supo evadirse y supo sobrevivir. Aquí el que aguanta gana. Por eso sus producciones presentan una cierta añoranza pagana hacia el “Beatus Ille” horaciano. Hijo de labradores holgados se nos presentan siempre Azorín con aires de aristócrata. Era el autor que nos echaban a leer en los colegios religiosos y en los seminarios en los años 40 y 50. Gozó de una serie de preeminencias en el franquismo más que ningún otro autor. Quizás por ser un literato químicamente puro, algo escapista. A diferencia de Tolstoi, no quiso mezclarse con el pueblo en las fiesta propulares y en las procesiones. Nunca vimos a azorín santiguandose ni haciendo una genuflexión.
Quizás creyera que el cristianismo era una mezcla de judaísmo y sincretismo pagano que apela a los bajos instintos del pueblo. El fervor religioso de los españoles le parecía algo brutal. Por eso no hace otra cosa que desentenderse a lo largo de su obra. Era un epicúreo que conocía los secretos de la vida y quería permanecer villano en su rincón, siempre sentado sobre su cayada de rabadán de los rebaños de la literatura. Abominaba de la democracia porque la democracia representa la fuerza del número. Y en eso no le faltara acaso su punto de razón.
En el fondo era un añorante del “ancienne Regime” y busca los rescoldos del París anterior a las cenizas del cadalso de María Antonieta. Termidor y Brumario fueron meses aciagos que trajeron para la humanidad muchos espejismos.
El tiempo futuro trajo enaltecimientos abominables como el de la mentira, la exaltación sexual, de la que abomina en sus libros produciendo mujeres y hombres algo asexuados. Tal vez piense que, en esta línea de mentiras en las que se fragua el comportamiento y la vida humana, nada es verdad. Sus amoríos son siempre infantiles. Nada venustos porque su pluma desconoce todo lo que tenga que ver con la salacidad.
En contrapartida, hay en las páginas azorinianas mucho tempo y una gran sensibilidad. Riqueza de léxico, ciertamente pero poca espontaneidad dentro del marco de un lirismo estilizado. Huye de los placeres de la mesa y en esto el Azorín hético y frugal se acerca a los modernos en su afán por guardar la línea y el buen tono, ser políticamente correcto. Le horroriza la polisarcia de los incontinentes y disolutos. Azorín comía poco. Por eso vivió mucho. Era tan templado que aburría con sus párrafos. Hoy le encomian los detractores de antaño. Por supuesto, que no valía para la novela.
11 de octubre de 2002
CHAPAPOTE EN EL INVIERNO DEL DESCONSUELO. CON ALGO DE ROSALÍA.
En este invierno del desconsuelo ya es hora del que véspero alce su antorcha por más que desde el 13 N no encontremos en este país más que razón para cabeceras apocalípticas en los telediarios y razones de la queja y del mal humor. Chapapote viene y chapapote va. El sustantivo es de horrísona condición como eso gallegos que acudían a segar a Castilla “que iban como rosas y volvían como negros” y a los que retrata Rosalía en alguna de sus entandas.
El chapapote o galipote, según adonde hayan ido a parar, si a Asturias o a Galicia, algunas de sus impregnaciones en la forma de galleta, es también negro.
El verso rosaliniano no hace más que repicar aldabonazos eléctricos en la cámara de tortura de mis pensamientos, atendiendo a la requisitoria de la poetisa: “Castellanos de Castilla/ tratad bien os gallegos/ Cuando van, van como rosas/ cuando ven, ven como negros”.
A estas alturas de este invierno del descontento puede que muchos españoles nos estemos haciendo las misma pregunta. ¿Qué habremos hecho para merecer tanto chapapote? El líquido viscoso gelatinoso, al cual don Mariano Rajoy, tan voluntarioso como siempre, quisiera ver delitescente (que se disgregara por absorción del agua o se solidificase al cambio de temperatura) impregna ya toda la conciencia nacional.
El “Prestige”, machacona palabra en nuestros labios, retumba con sones lúgubres de la campana del 98. Su manga y su eslora quebrada las esgrime de amenaza el agit prop de los bloques nacionalistas mostrencos y de una oposición montaraz que sube y baja el brazo al accionar de un zapatero conminatorio que no está a sus zapatos sino que empuña la lezna como una navaja. Este zapatero nos acabará clavando el tirafondos en plena cara.
Y es así como este barco con las cuadernas llenas de orín ha supuesto una amenaza a la linea de flotación de ese viejo y noble galeón antes llamado España. Para mí que ahora mismo soy fuelle de todas las fraguas y ando como con miedo intentando buscar un clavijero donde meterme, aunque por desgracia ya quedan pocos sitios donde afufar, esto ha supuesto un torniscón a mis esperanzas de ver al viejo galeón con buen rumbo.
El hundimiento de este malhadado carguero ha sido la roca Tarpeya sobre la cual se han precipitado las esperanzas de ese gobierno Aznar que gustaba de jalearse aquello de que España va bien.
Los hechos aseveran, por su lado, que las riendas las empuñaba un dominguillo del que han hecho carta blanca los vascos, los catalanes, los marroquíes y a quien hasta los propios gallegos bailan el agua. El marido de doña Ana Botella se ha arrojado con armas y bagajes - y yo sé bien lo que me digo cuando le he visto ladrar a este perrillo de aguas faldero bajo las patas del monstruoso mastín- al bando de los conjurados.
Cabe preguntarnos si España no se chascará en dos por la quilla y se irá a pique a tres mil metros de profundidad como ha ocurrido con el “Prestige”. Todo ha ocurrido de antuvión. De improviso se han desatado todas las fuerzas oscuras que yacían en las profundidades del abismo. Desde el trece de noviembre del 2002 se han puesto a galopar los caballos del apocalipsis con esa furia de los bridones a los que el viento engendra.
Con ello hicieron acto de presencia los rufianes de siempre, aquellos los que en la noción de la anti España da una razón de vivir. Entre ellos no podía faltar el bueno de Ibarreche del que se pregona por ahí que es la leche. Fraga no estuvo fino y hasta se le supone como antiguo firmante del Contubernio de Munich entre los conjurados. Triste sino para un hombre que iba para líder de una nación el haberse convertido en cacique de campanario pero los hechos son así. A ese cerdo también le tenía que llegar su sanmartín. Y a la fuerza esa burra todos sabíamos que habría de malparir. Hoy nos advierte un periódico de Madrid que hay razón para suponer una trama de fuerzas oscuras que trabajan para la secesión e Galicia de España y su unión con Portugal.
Por eso digo que muchos que conocemos la historia de Este pueblo que ha venido siendo contada por un aluvión de exegetas criados a los pechos de los domines de Harvard, Cambridge y Oxford, ya se sabe que la historia la escriben siempre los vencedores, ha sonado con cacofonía maligna, porque hemos asociado su nombre al del “Maine” y por ahí andan jaleandolo de mala manera agrupaciones de origen oscuro y de neto signo antiespañol como es la plataforma “Nunca Más”, un señuelo del viejo aforismo antinazi del “Nie Immer” y del “Never Again”.
El marchamo de los acontecimientos nos hace temer porque la Península Ibérica en manos del agit prop los hechos nos lleven a ese estraperlo esperpéntico que fue Yugoslavia con un nuevo poder musulmán cada día más afincado y con un cristianismo al que cada día se nota más fuera de sitio. En los altos hornos se está amasando el amargo pan de la conjura. Todo esto guarda mal fario. Y al hilo de las mismas palabras que recapitula Rosalía de Castro en sus Cantares Gallegos que se han cruzado por los cielos de mi existencia como un alud de chapapote hay que traer a colación el resentimiento de la poetisa: “Pobre Galicia no debes llamarte nunca española/ que España de ti se olvida/ cuando, ay, eres tan hermosa”.
La democracia ha sido el pretexto para renunciar a un proyecto de vida en común con más de quince siglos de existencia. Tienen la culpa los segadores de Puente Deume que subían a Galicia - los nacionalismos exacerbados siempre exageraron peligrosamente - enseguida de dar por Castilla unas vueltas a las hoces. Y tiene la culpa, por lo mismo, el chapapote.
Puede ser que Rosalía fuese una meiga cuyos conjuros llegan hasta nosotros los pies desnudos sobre la arena cual si fuese una rianxeira a medias entre pronunciar conjuros terribles y entonar el “Oh miñas verdes”. Toda la toponimia excelsa que mienta en sus versos (Muxía, Finisterre, Malpica, Corcubión. O Grobe, la Virxe de la Concha) aparece ahora cubierta por la marea negra. Cuando entonces fueron lugares que concitaron su inspiración. ¡Lo que cambian los tiempos!
Otros han recogido el reto lanzado por esta mujer hace más de siglo y medio y la mar se venga, con una de sus macabras muñeiras tiznando de negros los seijosiii del pedrero, que acaban igual que aquellos neños de Rosalía que bajaban como rosas pero a los que Castilla los devolvía del color de la pez en trueque siniestro. Son la apódosis y la prótesis de una oración causal a la que se le ve bastante poca lógica. España, me guardo para más tarde tu tributo de cenizas. El péndulo de la historia, que no camina sino a saltos, retrocede ahora hacia el Nearcenthal. Los desierto africanos están produciendo un hombre nuevo que no es otra cosa que un sinántropo. ¿Vida en otros planetas? ¿Poligenismo? ¿Partenogénesis o reproducción anemófila? ¿De donde viene el ser humano? He aquí que tanto España como la Iglesia, accediendo a la petición de sus enemigos, consiguieron renegar de sí mismas y asistimos a la liquidación de la era constantiniana como si fuese un combate de lucha libre. Habiendo sido reclamado el derecho de autoinmolación, hemos visto como las dos lo han hecho gustosas. El chapapote no es más que el corolario de todas esas premisas de un silogismo en estado de fractura. Por eso resulta tan difícil entender los tiempos que circulan y hay que pensar lo mismo que Dionisio Areopagita que asistió a distancia por un proceso de bilocación a la hora amarga del Gólgota. O el mundo se disuelve o el dios de la naturaleza sufre. Entre las manos su propia bomba les va a estallar a los propios autores. Era la adehala que hemos tenido que pagar al dios del absurdo. De ahí que nos hayamos quedado perplejos, suspenso el anhélito, y a verlas venir. Si el chapapote nos cubre hasta las orejas no hay que echarle las culpas a nadie. La responsabilidad es nuestra. Exclusivamente nuestra. Hemos trocado el oro literario por el cobre periodístico. Es hora de purgarse con vasos de hiel hasta apurar el cáliz y morder, con dentadura enteriza, el luquete de limón. Hay que aceptar la amargura de todo esto.
La burla del destino no puede ser más cruel. Todos sabemos que el malhadado buque no hubiera podido entrar en rada en el puerto de la Coruña ni en cualquier otro puerto del mundo, dadas las condiciones en las que estaba. ¿Y de eso tiene también la culpa el gobierno?
Del armador del petrolero hundido, un tal Friedman, judío moscovita dedicado al estraperlo del fuel utilizando como arganeo de sus banderas de conveniencias el puerto mafioso de Gibraltar hoy no se acuerda nadie, cuando él y la organización que está detrás, son los verdaderos responsables de la catástrofe. Pero a la propaganda internacional que hoy a todos los españoles nos enseña los colmillos utilizando de comodatos al Sr. Zapatero y al Sr. Llamazares, al Sr. Ibarreche y al partido galleguista, no le interesa dar pistas sobre sus propias incongruencias. Ellos han creado la ley antes de tender la trampa.
Este es un pote muy bullido donde más que el mal en sí lo importante es meter ruido en torno a él. Y el que más chifle, capador. Estamos acostumbrandonos a bregar no sólo con el galipote sino con toda una marea revolucionaria en nuestras vidas. Las fuerzas oscuras están utilizando el incidente para subvertir el orden. Y en este río revueltos, aunque sean las aguas negras del naufragio de un petrolero, hay ganancia de pescadores.
Pero lo peor de todo no ha sido este reguero de miasmas que se desprende cada día de los contaminados pecios que encharcan el océano sino de la marejada de odio y de viejos rencores que el incidente trajo como consecuencia. El hundimiento del “Prestige” no sólo se ha convertido en instrumento de la justicia divina sino que es escaparate de la vida española ahogada en crudo sin refinar. Las finanzas, el foro, la iglesia, el periodismo, la enseñanza, los audiovisuales se ahogan en un alquitrán caliginoso que tizna nuestras vidas.
¿Adónde guarecerse? ¿En que lugar ponerse a cubierto de este río de inmundicias que todo lo cubre? El problema actual de la sociedad es que carece de orografía. Toda ella es como un encefalograma plano y estamos, señores, con el culo al aire. “Si o mar tuviera barandas, fuerate a ver ao Brasil / mais o mar no ten barandas/ amor meu, por donde hei de ir”.
Nos hemos quedado sin caminos, huérfanos de la orilla cubierta de chapapote que es como un castigo divino. Antaño pecamos mucho. Es justo, pues, que ahora paguemos las consecuencias. “Extraños feitos vense en este mundo de trampa”, lamenta la autora. La que hicimos en Pajares, paguemosla en Campomanes.
Y esto ha sido también un poco la venganza de Rosalía que al lado de sus melosas cantigas que añoran los aires de su bella tierra se atreve a hacer pronunciamientos terribles contra España y contra los españoles llevada de una fuerza centrífuga en cuyo vórtice nos hallamos en la actualidad. De esta mujer partió el grito de independencia para Galicia y Vascongadas. Todo parte del iluminismo federalista de Pi Margall. Sabino Arana iba a recoger el guante un tiempo más tarde. Nos duele la vesania con la cual la dulce Rosalía formula dicterios y se despacha a su gusto contra Castilla. A ella debemos en parte todos estos juegos florales nacionalistas cuyos petardos nos estallan entre las manos. Vamos a asistir al último episodio -¿ cruento?- del 98. La España de la linde periférica no supo o no quiso entender a la mesetaria. El tiempo no ha hecho sino agravar esta trifulcas por mor de un antagonismo del concepto medular sobre el cual estriba este país. Ni hasta en eso somos contestes. Comulgamos perpetuamente con la rueda de amolar del desacuerdo.
Entre medias de su candor doméstico, esta sacerdotisa del lar, no para de atizar el fuego de la subversión. “Castellanos, tenedes corazón de ferro” y no ahorra epítetos contra España a la que se atreve a insultar de a hecho cuando dice que Castilla que es una reina sentada en un trono de paja un día las pagará todas juntas. Ominosos versos los de esta melosa galleguiña que vivió en Madrid algún tiempo en el número 13 de la calle de La Ballesta. Ahora ahogados en chapapote comprobamos que las amenazas iban en serio.
12 de enero de 2003.
LOS JESUITAS DE PÉREZ DE AYALA Y LOS QUE YO CONOCÍ
por Antonio Parra
15 de enero de 2003
La Compañía de Jesús ha de ser desmantelada de raíz. Es la conclusión con la cual termina la novela de Ramón Pérez de Ayala, AMDG, dedicada a analizar la educación que venía siendo habitual en los colegios jesuíticos hasta hace muy poco tiempo. Serviría esta obra de piedra de escándalo y daría pábulo al decreto de supresión de la orden sancionado por la República española en 1931.
Los jesuitas como los judíos han sido expulsados de muchas naciones y de muchos lugares en razón a su eficacia y a su modo de operar que es el secretismo y el control de las fuentes y de las fuerzas del poder.
Sin embargo, el novelista asturiano nos descubre que en esta animadversión que late contra los hijos de san Ignacio hay su parte alícuota de verdad. O cuando el río suena agua lleva. En el inocente Bertuco y hasta el pedorro y glotón Coste, el niño de las sonoridades fecales, y el que al fin del drama trata de escapar desde Gijón hasta Vegadeo siguiendo el camino de la costa, me ha visto reflejado y descubrí a lo largo de un centenar de páginas, y por unos momentos de solaz, al niño que fui.
De esa educación que recibí en los tiernos años, a juicio de la critica y viendola al trasluz de la enseñanza que se imparte en la actualidad, no pudo ser más deformada. Yo tengo que decir que della me viene lo bueno y lo malo. La capacidad de entusiasmo y la alucinación, la desconfianza y el individualismo con respecto a mis semejantes, puesto que la salvación del ser humano ha de ser una cosa estrictamente personal.
El Regium situado frente al mar cántabro y a unas leguas de Pilares se parece infinitamente al colegio de san Antonio, en un altozano con vistas a ese mismo mar que se eleva, subida la Cardosa, en la localidad de Comillas provincia de Santander.
La mentalidad y hasta los personajes que desfilan por los capítulos de este singular y amena narración, seguramente lo mejor que salió de los cálamos del escritor ovetense, son los mismos. Nosotros también llamamos como los niños del Regium a los retretes por el nombre genérico de “lugares” y tuvimos que convivir con muchos vascos. Desde entonces creo que los de esta procedencia se me atragantaron y que Dios me perdone. En la figura del hermano Echeverría, el enfermero sobón y algo marica, encuentro yo una réplica de aquel director espiritual al que llamábamos padre Muñana que al confesar nos abrazaba con gran efusión e intenciones no del todo santas.
No nos andemos con caxigalinas. La paidofilia fue uno de los lastres de aquellos internados. Tampoco faltan los místicos como el padre Sequeros quien acaba teniendo una romance con una mujer casada, la inglesa Ruth Flowers, todo en plan platónico, claro es, pero sin que por esto desmerezca por el ardor y el empeño.
La relación existente entre mi adolescencia y los jesuitas es de causa a efecto, aunque no estoy seguro de la posible atingencia que puede tener la misma con el mundo de hoy. En los albores del año 2003 ya no vejen tales cánones. Quedaron sobreseídos todos los planteamientos. Es otra época. Otros afanes. Estamos delante a un nuevo bestiario que dejan en ridículo toda aquella fantasmagoría, cuando suenan clangores bélicos y una nueva guerra del golfo está a punto de estallar.
No sé qué sentido puede tener el bucear en todo aquello que pertenece a un mundo anquilosado y fané, según la leyenda del tango. Mi yo - el del prejubilado que madruga para ir a Moyano a ver de qué humor se ha levantado Riudavets, para ganar un euro en cada adquisición libresca, porque los libros que adquiero en su puesto se los revendo a una paisana- nada tiene que ver con el de aquel seminarista que entraba en la capilla de ejercicios con el alma aterrorizada por el miedo al infierno y ciertos sueños de progresos en el camino de la santidad, que derrotaron hacia el vino tiene bastante poco que ver. Para empezar los jesuitas se irguieron como baluarte de una institución hoy inexistente.
Desconozco - ya digo - el vínculo entre lo que fui y lo que soy, y a veces dudo de poder ser el mismo. La iglesia ha caído, España ha caído. ¿Dónde están sus viejos guardias de corps? Los jesuitas fueron otrora su baluarte pero hoy ya no valen para nada. Nadie se baña dos veces en el mismo agua y esta noche tengo que acordarme de Demócrito, a veces dudo si esta vida que tengo yo será la misma que a la sazón.
Yo mismo soy un producto de todo aquel afán. A lo largo de cuarenta años
BODAS DE PLATA DEL PAPADO
Vuelan los murciélagos por todo el raso de los cielos y el papa Wojtyla ha alcanzado el cuarto de siglo en la silla gestatoria. Mucho papa y poco Cristo. A mí me parece uno de los hombres más nefastos de la era cristiana. Hay algo que hace sospechar de su probidad vaticana cuando los enemigos de la Iglesia se deshacen en lisonja y desenvainan los incensarios a su paso.
Yo estaba en Nueva York aquel día de octubre de 1978 cuando se alzó la humareda blanca y creo que me despaché con una crónica de circunstancias sobre esta vocación tardía. Un tabloide neoyorquino llegó a suponer que estuvo casado. Teníamos papa. Un papa judío. El que más laboró por la caída del muro y la instalación del nuevo orden que oprime al mundo. Estuvo en la nómina de purpurados de la CIA. Es tan arrollador que es un papa superior a su cargo. La silla de san Pedro no le cabe en las posaderas. Luego lo retraté en su visita a Harlem y hubo signos y conjeturas de que aquel hombre iba a ser problemático. No seguían disciplinantes en sus acompañamientos sino una larga estantigua de periodistas. Entregaría la barca del pescador al turco. El mundo se había vuelto loco y todas las gentes peregrinaban a los santuarios marianos. Hay pressura gentium. Europa ha sido vencida, desintegrado. Karl Wojtyla mucho puente para tan poco río. Las aguas de la iglesia bajan mefíticas. No hubo tantos escandalos desde la corte pontificia de Aviñón.
Yo estaba instalado en mis frondosidades místicas. Virgen del Puy a la que tanto serví pero no escuchaste mis oraciones. Vivimos en la época del número soberano. Es la fuerza de la masa. El Diario El Mundo al servicio de la bestia se deshace en elogios hacia el polaco. Loor de enemigo. Malo. Padece de abasia y de abastasia. Le falta movilidad y no se puede poner en pie, pero él continúa terne. Parece que tiene pacto con el diablo y no piensa morirse. No es humano. La prensa de Madrid parece escrita por sabuesos de la extranjería. Tipos que no son de aquí ni de allá sino marcianos.
Mis musas se desatan en llanto. Por todas las partes del viejo Madrid, cesantes y emigrantes. Se vienen abajo las torres de guirlache. Ay de mi alhama. Llegan y llegan, presidente. Los del Opus hacen rancho aparte. La Iglesia padece de hidrocefalia. Todos los honores a un papa y las iglesias vacías oliendo a cagadas de gato. Mientras, los enemigos de la cristiandad se ponen las botas. ¿Arderá todo esto como ardió la iglesona de Gijón el año 30? Hemos de tolerar reportajes y artículos lamentables de pisaverdes de la modernidad que escupen por el colmillo y pontifican democracias de refilón. Se echa de ver que soy un buen oteador, pero nada os preocupe, no pasarán, no han pasado nunca, aquí surgirá un espadón. Puedo cimbrar mis argumentos sobre la bóveda de la historia cuyos arcos de herradura son como espigas que renacen en el campo de la ilusión. Habrá lóbulos trigeminados que nos conducirán por los cimborrios a la concameración de un nuevo palacio donde entrará de nuevo el caballo de Atila pisando fuerte. Ulanos al poder. ¿Qué harás tú, alma mía, en los días gordos que nos esperan? Todo se ha consumado. Pero aguarda. No dijeron todavía la última palabra.
No hubo ciudad más hermosa que Estambul. Pero hele. Acaban de bombardear sus sinagogas. Hubo cincuenta muertos. Llorando están las cúpulas del cuerno de Horno. Los almuédanos banden amenazas. Hay alimoches durmiendo en las ramas de los grandes cedros. Estas aves rapaces observan cómo nos percuden en lo más hondo de nuestras convicciones pero no abrirán el pico jamás y la rueda de las noticias es un litotritor al que no se le resisten los corazones de piedra. Los bustos parlantes repiten una y otra vez las mismas monsergas. La fuerza del mal domina las entradas del periespíritu. Van a levantar un aduar a las mismas puertas de la catedral de Burgos. Pronto veréis entrar las cáfilas de la marcha verde y os daréis cuenta que no es fabula: los periodeutas que vienen se llegan a cauterizar la herida a sangre y fuego mientras los paladines de las noticias nos siguen improperando desde la garita electrónica de su caja tonta.
Y no quiero lanzar más guays, porque los esperteyos (murciélagos) vuelan y vuelan y yo veo mi huerto como en Carlyle Green cuando sonaron las campanadas de Roma. Estábamos en la esllaba (cocina) tomándonos un té con hielo. Se venía hacia nosotros un elefante herido barritando. Las mozas blasfemas proferían ecfonemas. Opté por entregarme al vino y muchas noches me encontraron enturbio (borracho). No sé por qué me salen hoy en el día del augusto jubileo las palabras bables. Pero les mobeyes (gaviotas) vuelan incesantes por el firmamento de mi espíritu
Y es que mi Asturias es inocente y maliciosa, socarrona y reflexiva, satírica y sentimental. Allí el amor a la tierra no es particularista ni secesionista sino integrados y yo amo a Asturias en sus furias y en sus envidias. En sus virtudes y en sus defectos. Me voy por sus sebes y sus murias camino adelante. A moces. Los prados están tamizados de flores: blancos belortos, violáceas corolas del cólchico, gencianas, malvas y salvias y todo el amor que brinda en su tallo la festuca. Cudillero es mi puerto seguro, aunque pienso que a veces los asturianos no están a la altura de sus augustos paisajes.
Asturias es lo que queda de la España destruida. Yo prorrumpo en un “estijerón” un solemne himno ortodoxo. Estoy gimiendo y temblando y soy un cristiano fugitivo. Que no puede comulgar con la iglesia sinagoga que invoca Wojtyla, que no busca a Cristo, que se representa a sí mismo. Gran actor.
Cuanto mayor es el sufrimiento más cerca estoy de Dios. El icono me mira con dulce y noble expresión. Su visión me hace bien y me devuelve la paz y la alegría. Guarda silencio, refrena tus ímpetus, pero como no voy a clamar si nos están invadiendo por el sur. Veo al Redentor con la cruz a cuestas y coronado de espina.
Con Cristo hay luz y sin él espantosas tinieblas, pero la cara redonda de este vejete no tiene nada que ver con la visión de Cristo. Alcése Dios y sus enemigos se dispersen. Huyan ante su faz los que le odian. Disipénse como el humo. Son palabras que leo en un menaion antiguo. Cánticos y lecturas prorrumpen en una dulce modulación. Qué lejos estamos del Cristo ortodoxo. El oikos pascual ha fenecido. Los tiempos son tales que surgen voces del contakion refiriendo las palabras evangélicas: “Huya entonces a los montes quien esté en Judea”.
Todas estas colectas sálmicas tienen una misión que cumplir: esponjar el alma, trasponerse y embargarse del espíritu evangélico. Viví largos años consagrado a la plegaria no sé si con gran provecho, pero el sentido ritual de los libros inspirados cristianizó el salterio ¿Cómo es posible que los libros de la antigua alianza clausurada por Xto perduren en el Nuevo? Orar utilizando palabras de otros hombres que han vivido en diferentes épocas no es que sea muy original pero es una fórmula imprescindible para entrar en el laboratorio de la gracia. Los exegetas argumentan que el salmista está descifrando en sus palabras hebreas la llegada del Salvador. Aunque no sirve darle vueltas. El salterio cristiano es un préstamo judaico. La lectura modulada de los responsorios fue la escala por la que trataron de llegar monjes de todas las épocas a la Nueva Jerusalén. La iglesia ortodoxa tiene el spakón que se corresponde con la antífona (literalmente, voz contra voz) de los católicos y a los estiquerios griegos de ritmo binario de tendencia autocéntrica.
¡Ah “stavros” dulce cruz. Dominus regnavit a ligno. El cristianismo no es más que cruz y que menoscabo o desprecio de lo presente. Poco me importa que mi mujer me sea infiel, que los hombres me desprecien. Yo sufro por el amor de Xto y proclamo la verdad como un diácono, por más que el papado actual no me sea bien quisto. Se aficionó demasiado al mundo y éste le está pagando con la falsa moneda en una especie de “lip service” mediúmnico. Los poderes sublevados contra el Ungido perecerán. Hay en nuestro mundo de hoy un combate acérrimo y este aspecto agonístico no es para ser dado de lado. Nuestra esperanza es precisamente Xto vencedor de la muerte y que derrotó a los demonios.
Es una lucha decisiva contra la carne y contra la sangre en la que estamos embarcados. Contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo tenebroso. Contra los espíritus malos instalados en los aires. Xto asumió la historia de Israel y lo eleva a la eternidad. Pero no al revés, como algunos pretenden, y ese ha sido el error máximo de Wojtyla. El corazón del mundo se aleja de él por más que la boca esté cerca.
Rebrota la leyenda de los viejos ritos, mientras el morisco ocupa Getafe. Es Ramadán y ya hay más de cien mil dellos sólo en Madrid. Vienen y vienen, presidente, guay de mi España. Pipino había pedido libros litúrgicos a Roma. Envió un antifonario y un responsorial a Simeón Secundicerius. hoy por las calles de Madrid no se escucha hablar en cristiano.
La iglesia de Juan Pablo II está muy lejos de esa belleza mística que tiene el trotarios. Él, que venía del Este, ha roto con la tradición. Tendrá que dar cuenta a Dios de muchas abominaciones. Por eso no quiere morirse. Capituló a las instancias del siglo. Me sigo refugiando en la liturgia rusa, pues de allí viene la esperanza y la fe. Juan Pablo -siniestro personaje- no ha querido reconciliarse con el patriarca de Moscú. Es un horizonte que junta el cielo con la tierra. Me impregno de eternidad. Lo que nunca comprenderá este polaco es lo que dijo el Maestro sobre el menosprecio del mundo. Ay de vosotros si os alaban y no os persiguen. La cristiandad por la acción de las radios y de las estaciones audiovisuales sigue siendo un corral de vecindad. Nuestro mundo - dijo un santo padre- está hecho de tal modo que al creyente se le tiene por un ser anormal; si no logran desnudarlo de su fe, lo encierran en un monasterio. Wojtyla se ha unido a los descreídos. Es la vera efigie del mal pastor que no da la vida por sus ovejas. Tiene en mucho su vida y la perderá. Es un falso profeta. No le creáis.
Me someto a tu embrida y voy escotero por la vida a la busca de reliquias. Un itinerante de la tercera edad que va a ver las Edades del Hombre. El cristianismo se ha convertido en pieza de museo. Me prende la duda. Lo que más me gusta es dudar. Pienso en las recompensas que el destino reserva a los santos. Mis días me han convertido en cantor del crepúsculo. Soy también escritor. Tutor de la moral. Venid todos al banquete de la palabra. Ya sé que me controlas a longe. Mirad esos sacristanes con los dientes enfermos. Se encienden en el horizonte las candilejas de la tormenta. Mi prensa, que no publico más que en el interior de mi corazón porque ese es mi periódico rompe en guays y sollozos de jeremiada. Todos los periódicos del mundo a los pies del New York Times. Contemplo la obscena hilaridad de la muerte y el alegre retumbar de las barajas sobre las testas vacías.
No digas tanto que te han estampado con el sonoro bofetón del gusto. Mi vida se ha convertido en diatriba del tempestuoso presente. Oigo el cascabel de los bufones que se aproximan. Son los hoci poci medievales. Hay en lontananza un montón de borradores. Acumulo textos nuevos. Viene el inoj (monje). Ya flamean las haldas de su escapulario negro. Confirma el religioso que yo aprendí a admirar leyendo a Chejov. Rebasaba mis tautologías e indigencias mentales. Bendiciendo iba por el mundo. De todo aquello sólo queda un rasguño en el cielo. Y dejas pastor santo tu grey en este yermo. ¿Cuándo terminará la comedia de los cuentos póstumos? Execro esa culpa por los tiempos póstumos pero me entusiasmo con la metafísica del profetismo. Ellas escupen para la bandera, y mientras tanto la baraja se nos llena de sotas y en las mansas olas estallan temblores de odio antiguo. Corre por el país una marejadilla de guerra civil. Vidas derelictas, textos abandonados. Comprate una pipa nueva, fuma y te sentirás mejor mientras escribes negro sobre blanco. Abandonos de septiembre. El bronce de la lluvia. Befas. Muy peligrosas befas. De niño yo quería ser cantor. Sueño con mezquitas convertidas en iglesias antes de que baje la marea del vino que me hizo pasar hartos trabajos. Susurro la estrofa de una vieja canción:
“Bernardo estaba en el Carpio. El moro en el Arapil. Como el Tormes va crecido. No se puede resistir”
Toda la noche oímos pasar pájaros sobre los puentes atalajados del Guadalquivir. Uno ha de resignarse y asumir el papel del gato del portugués que va adonde le llevan. Have a break, have a Kit Kat. Este es un by line o motete comercial digno de la pluma de un Orwell, quien también se ganó su duro pan escribiendo para el comercio. Fue publicitario como cualquier propagandista de la hora actual. Pienso en los lameruzos del “Mundo”, lengüetazo va lengüetazo viene, a la Constitución del 78 que entre todos la mataron y ella sola se murió. Triste está don Gregorio Peces. Triste y cansino. Un manso. Que lo aspen. Mal rayo le parta. Que ahorquen a Raúl del Pozo, uno de los grandes áulicos, en su propia melena blanca. Es la hora de Judas. No hay árboles en los bosques de todo el mundo para que pendan de sus ramas los infinitos traidores. Arzallus, paraguas en alto, dirigía el orfeón que cantaba un aire vizcaitarra en honor de los gudaris. Ese himno se ha convertido en canto funeral por las Españas que mueren en medio del inmenso bostezo de las tenidas de la prensa democrática. Arzallus estuvo muy solemne con sus loas al RH propio y a toda la raza turania. Mulas de la Inquisición cerca del convento y el delator al acecho. Andaba el viento muy pomposo de capas pluviales. En Triana había jolgorio. La escarcha se confita sobre las calles empinadas. Escribiendo me hago compañía y de mi pluma se alzan memoriales y cartas que envío y nunca serán contestadas. Mi vida ha sido una marejada sobre los trigales. Y allí en un rincón siempre me encuentro a Teresa con sus reformas y sus trajines andariegos. Una trotaconventos convertida en fundadora. El Ser. El Mito. La nada. Mujeres españolas, hembras de rompe y rasga. La “Espe”, la Campos, doña berenguela y doña Tota la asturiana. Agachad la cabeza y gemid bajo el puñal de Perperina. Las ninfas cibernéticas andan algo espatarradas.
Memoriales. Rentas. Importancia del oro. Hipocresía. El dulce disimulo del místico. ¡Ay, cuánto sufrir y padecer! Tus prosas monjiles se han quedado en nada. Como España. Soy un jayón de la cultura. Todos mis méritos, hablando en certinidad, son expósitos. Hojeo las páginas del Jelirah, el libro cabalístico que hizo tantos jesnatos. Visito el sepulcro en Santa María de la Huerta de Ximenez de Rada el constructor de la catedral de Toledo. Su nombre ocasionaba la jindama o el pavor entre los moros que se escondían en las madrigueras de los tolmos o trepaban por entre los cuchillares y gollizos de montaña. Te convertirás en jorguín de la noticia. Ese es tu sino a jorro de los acontecimientos.
¿Me preguntas por Wojtyla? The jews are invincible in peace, invisible in war. Van los últimos a la guerra para volver los primeros. El viento de la historia azota al olivo de Israel y son vareadas sus ramas a conciencia por los cortijeros. Luego en la almazara su fruto es exprimido y molturado hasta el máximo. Así tiene que ser para que el crecal, su árbol místico y simbólico, de su fruto. Ellos son los obreros de la hora undécima. Trabajan con pendolistas a jornal y como el diablo se hizo periodista ellos se aprovechan. Esas tendencias estetizantes. Esos gozos necrológicos. Para mí ninguna pulga es malvada. Todas son negras. Todas saltan en los garitos infames del Madrid tabernero donde van a beber los modernos periodistas cuyo trabajo fundamental es la injuria y el sarcasmo y hablan un lenguaje elaborado del intelecto separado del idioma de la calle. El periódico mengua el estilo y en su cotidianidad destruye los temas. Ya pintó El Bosco a periodistas que la emprendían a mordiscos. Ponedlos un bozal. Los bibliotecarios hacen su propia metamorfosis y se convierten en agitadores. Los niños siempre desean saber qué se esconde dentro del caballo de cartón. Una agada del Talmud prohíbe la excesiva sciencia. No lo quieras saber todo. Te volverás loco o más te valiera no haber nacido. Deponer derribar, pintarrajear monumentos esa es la norma de la modernidad. Su escritura en la pared se confunde con el dele de Satán. Y en el paisaje urbano se erguía austero el toldo del rascacielos. Una vaca le daba cornadas a la locomotora. Yo escribo en estado de exasperación. Todo es chapucero. Los versos giran con la rotación de la tierra. Dan ganas de pegar saltitos en el viento. Mañana dejaré de fumar e ir a la cervecería. Nunca cumplo mis propósitos. La única razón posible es la razón vinolenta. El alcohol nos da amparo y nos tortura. Ah mis dolores de cabeza en las mañana de resaca. Es como descender a un pozo hondo y entrar en un camino sin rumbo que no conduce a ninguna parte. Voy escotero por el mundo sin escudo y sin refugio, cantando las verdades a cara descubierta. De tarde en tarde percibo sobre mis hombros el viento suave de las bonanzas. Nunca practiqué el mamoneo de la lisonja. No fui periodista pasamanero sino ardoroso vidente de la totalidad. Mucha ambición y pocos principios. Esa es, como os vengo diciendo, la historia de los papas. Gastos, reservados, bulas, franquicias, estolas, capas pluviales, acetres de oro y de plata y pasta, mucha pasta. Y ángeles barrigudos que soplan adufes desde los policromos retablos barrocos y vuelan retozones hacia la victoria. Nos ahorcarán a todos con cordón de seda de una viga de la Cámara de los Lores, el club más selecto de toda Europa. Eramos bastante jóvenes y estábamos un poco desilusionados con la político. Organizábamos sentadas y manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Wojtyla por entonces no era más que un obispo muy pagado de sí mismo en Cracovia dentro de la nómina de agentes de la CIA. Nacimos en la era de la fotografía. Todos queríamos ser fotógrafos a imitación de Lord Snowdon. Yo me compré una Pentax y me fui a Belfast a hacer fotografías. Por poco me mata un paraca cuando una noche de Noviembre en plena Falls Road accioné el obturador del flash. Era la hora incierta del twilight cuando llegan las brujas. Fui salvado por la misericordia de los cielos y por la intervención de la Madre Teresa de Calcuta a quien acudía en ese momento - cuando me crucé con el blindado escocés- a entrevistar a uno de los suburbios más pobres de aquella ciudad. Volví a Londres y pernocté sentado delante de la fuente de Eros en Picadilly. Los muros de los almacenes de Marks and Spencer estaban llenos de pintada y de consignas. Haz el amor y no la guerra. Nunca le daba a las anfetaminas. Yo he sido escapista del porrón y del vino a palo seco.
- Eh you, purple heart takers. O vosotros corazones de purpura, ¿adónde os encamináis con tanta prosopopeya?
-He conocido el secarral de muchas resacas y de atormentadas noches de etílico. Por una más. Yes, I know, drinking could become a messy business.
-El LSD o ácido de dietilamina no lo conoces. No has conocido entonces las alucinaciones de la paz celeste ni los enunciados de los infiernos más horrorosos.
-No encaja tu discurso.
-Ni yo mismo me encuentro razón de ser. Mi vida no es más que un pelote de borra para henchir cojines.
Pero nos ibamos a jugar los cuartos a Espinal que por aquellos días era el club más selecto de Londres, justo en Berkeley Square. Ya estaban a la puerta los lacayos vestidos de amplias libreas negras verde botella. Por las jambas de las puertas penetraban imperiosos personajes que iban a ser trasquilados. Señores, hagan juego, personajes dignos de una novela de Dostoievski. Todo lo cargábamos al inland revenue y nos largábamos a cenar a Álvaro el restaurante italiano más posh el que estaba al final de Kings Road. Todo aquel mundo pasó arrollado por la vorágine de una nueva era que llegaba al son de la música de los Beatles vibrando entre las cuerdas de las guitarras eléctricas de todos los chicos de barrio. El mundo se colaba por los entresijos de la imagen. Todo era imagen tal vez irreal. Por eso la gran modelo de aquellos días era Twiggy, la mujer irreal. No era una mujer pues no tenía caderas. Era la luminaria de la gran persuasión. Un conjunto de jóvenes se reunió para que algo sucediera y sucedió en verdad, pues todos veníamos pisando fuerte. Había barra libres y restaurantes all the food you can take. Tampoco nos faltaban las mujeres en ningún momento. Así estábamos todos. Tan felices. Eramos una generación fuerte que llegaba apretando el paso.
Cierto es que aparcábamos poco a poco las costumbres de la infancia. Muchos dejamos de rezar el rosario y de ir a las sabatinas. No había más conjugaciones del verbo moneo ni declinaciones de ese rosa rosae místico en los labios de los aflictos pronunciados con voz solemne y quejumbrosa. Nuestra plegaria era un rezo de desesperados y de desterrados en este valle de lágrimas. Pero en Londres descubrimos que los valles de la campiña inglesa contenían más risas de sátiros que de lágrimas penitenciales. Sarta de dieces. Ave María y otros tantos peldaños de los que trepan por el husillo de la escalera de caracol que va al cielo derecho tras empinada ascensión. Salutación humilde a la esclava del Señor. Por aquel tiempos conocimos a otras esclavas con otra clase de subordinación. Soniquete que se escuchaba por todo el ámbito de las Españas cuando el sol iba de vencida, un canto de resignación. Eran las plegarias de las vísperas declinantes. Pero ya el medievo pasó. No hay Dios. Todo está permitido. En la insistencias rosarias se basaba la mística del hesicasmo. Los primeros en rezarlo fueron los moros con invocaciones a Alá otras tantas veces. ¡Qué desencanto al descubrir que el cielo estaba vacío y que no había nadie al otro lado a la escucha de nuestras imprecaciones! El mundo se volvió un poco más difícil, más placentero, más perverso. Claro que Antes tuvo sus detractores. Miguel de Molinos, aquel jesuita iluminado, apóstol de la oración mental, lo consideraba la rahez de las devociones. Los cartujos por su parte la mantuvieron siempre como bandera claustral y orgullo de orden. La Virgen María vela por el cartujo en vida y en muerte. Acaso el rezo del santo rosario sea una de las claves de su perdurabilidad. “Cartusia nunquam reformata quia nunquam deformata”, solía decirse. Por lo regular los cartujos gozan de vida y larga y un monje cualquiera al cabo de sus días bien puede haber pronunciado cientos de avemarías y de gloria Patris. Por eso cuando muere un monje blanco en los cielos hay folixia. El alma de estos bienaventurados cruzan la aduana celestial sin más. San Pedro les pone pocas objeciones. Venga, cartujos, pasad. Sale a recibirlos en persona la Virgen María en calidad de reina de los cielos y posadera invisible que vela por la seguridad de los cenobios cartujanos. Allí los hijos de san Bruno tienen vara alta. Al menos, es lo que creía yo durante muchos años. Luego, por mis pecados, nunca se me apareció la Virgen y he dado con los huesos de mi vida y de mi muerte en un pleno fracaso. Virgencita, Virgencita, no acudas a salvarme. Que me quede como estoy. Con mis rosarios al cuello fui un poco el risum teneatis. Pobre loco, oí murmurar en mis calcaños.
Las 150 avemarías corresponden a los otros tantos salmos ya cantados en la iglesia de Antioquía por san Ignacio Mártir. pero aunque ya Beda el Venerable en una de sus cartas al Beato de Liébana hace mención de esta práctica piadosa no cobra carta de naturaleza en la cristiandad hasta finales del siglo XV. Dicen que ha sido la mejor arma que ha tenido la iglesia en su lucha contra el dragón. El nombre de María lo pone en fuga. La hidra deja entonces de agitar sus siete testas y los ignívomos monstruos de la noche se amansan. ¿Qué tendrá el rosario? Conjuro sublime que ha servido de sortilegio contra la ponientada de azufre. María, mar amargo, o simplemente mujer, difunde luz en medio de las sombras y los diablos huyen. Santa María, madre de dios, entonces yo tuve un sueño y vi las acroteras sobre las cuales se eleva y reblandece el templo del dinero sentado al padre dolar Jupiter rotundo hablando inglés y catalán a la pléyade de aduladores y de sicarios. La virtud de las vestales lloraba inconsolable a la sombra de un sicomoro. Todas las calles del viejo Bowry estaban sembradas de cadáveres de borrachos. Habían caído en la toma de la Bastilla del Morapio
-Bien empleado os está - clamó el Tonante - por perdedores.
María aplastará la cabeza de la sierpe pero Jupiter, deidad sincretista, no admitía tales postulados. Por lo que las naves cinerarias singlaban sus cargamentos de muerto desde el viejo Lower hasta los kills de Staten Island. Iban costeando los bajíos de la ribera y bojando la isla donde tan infeliz fui. Los bous y las lanchas navegaban fúnebres proa a la desembocadura del Hudson en medio del griterío de gaviotas plañideras. Los hundían en la bocana de aquel puerto desabrigado que mira para la tierra firme de New Jersey donde abarloaban otras tantas naves onerarias o barcos basureros del Gran Manhattan. Sus hediondos cargamentos quedaban aplacerados en las aguas someras de aquella bahía. Staten Island, donde yo viví y practique mi particular robinsonismo de apátrida es la isla de los muertos. Se trata de un nombre alemán.
Nueva York es como un trágala. La ciudad del irás y no volverás. De lo tomas o lo dejas. El viento gemebundo extraía sonidos, como una cantárida que chupara las entrañas de Eolo, y entonaba melodías en los cangilones de las antiguas azoteas de poliuretano. El aire sabe soplar con furia asesina sobre estas calles encajonadas y como en lo hondo de una sima de manera que los viandantes no ven nunca el sol.
Me llevaron a la taberna de Chelsea donde un poeta galés dipsómano cayó redondo a causa del bourbon. Era una taberna enorme con los mostradores de caoba, muy silenciosa, tamizando la luz gris de la calle sus ventanales. El ambiente era de penumbra. Olía a pises de gato. A bebidas rancias y se masticaba en aquel lugar el silencio de los vencidos por la vida. Nadie hablaba. En Manhattan, por no herir susceptibilidades, se suele honrar a Baco de manera silenciosa. Sobre el tapete verde los parroquianos depositaban un fajo de billetes. El camarero en jefe o gran sumiller a medida que se iban emborrachando los clientes retiraba el dinero de cada consumición. Cuando se acababa el remanente los adoradores de Baco salían a la calle dando tumbos pero en medio de un silencio impresionante. nunca se verán borrachos más mudos que los que frecuentan los speakeasies neoyorquinos. Parecen monjes.
Pero a mí lo que más impresionara fuera Wall Street y sus paneles donde despliega su poder el gran dinero, con el azacaneo de la inmensa lonja del Mercado. El zurriagazo de la gran competición. Es una calle donde la inquietud jamás duerme excepto los fines de semana. Es un inmenso ring, el gran corredero de gallos de las finanzas internacionales. Allí el que más chille, capador. Salta un shit cada tres vocablos. Pero atención el parqué es un campo de minas donde las más importantes fortunas del mundo pueden saltar por los aires.
Yo pasé por aquelles en bicicleta en la era Carter antes de que sonara el gran golpe de gong de la revancha mundialista. At that time we did not think global yet. Pero faltaba poco. La fruta estaba madura. Las lavanderas de New York (ay si las hubiera) tendían a secar las sabanas permitiendo que Neptuno travieso y soplador les subiese las faldas. Eolo se encarnizaba con sus enaguas. Luego vas y lo cascas, hombre de dios. Ciertamente, no vi lavanderas, pero sí un reguero de humanidad atormentada que estaba aguardando la llegada del Mesías. Manhattan, forrada de níquel y edificada toda ella de rascacielos de fibra de cristal, desconoce algo tan banal y tan humano como poner la ropa a secar. Las moradas, tan trasparentes y con tanto ventanal, se hallan herméticamente selladas. A toda hora están echados los pestillos. Las fallebas se oxidaron tiempo ha. En sus tendales invisibles que atravesaban sus lianas de rascacielos a rascacielos puse a secar mis sueños y por poco se me hiela el corazón, pues percibí que allí no habrá esperanza.
Comí en algunos restaurantes chinos el mejor pescado de mi vida: pez barbado, recazo, lubina y angulas del Hudson. Ciertamente el pescado que servía en estos restaurantes cuando no estaba capturado a la roca sino que era de piscifactoría resultaba gordo e insípido.
Nueva York, según la vi yo en aquellos años, era una ciudad judía que amarraba a sus poetas al banco de las tabernas. A otros los mandaba ahorcar mientras otros espontáneamente se tiraban desde las rejas del puente de Brooklyn. Una nube de fatalismos nos envolvía. Quizás de tanto leer al New York Times algunos, no pocos, se volvieron tarumbas, aguerridos y sibilinos en política internacional y se contagiaron con esa violencia mental que inocula en las almas el Talmud. Los inmigrantes seguían llegando a la isla de Elis muchos creyendo haber pisado el primer peldaño del Paraíso y de la Tierra promisa. El clima de Nueva York, tan mudable, se presta a las fantasmagorías. La gran manzana atrapa y no creo que al decir esto caiga en veleidad. La brisa aporta los suspiros de todos aquellos irredentos que sueñan con alcanzar su manumisión. Contento me tienes.
La estatua de la Libertad es uno de los monumentos más horribles del mundo y su antorcha, una añagaza monstruosa. Jamás un pueblo que tiene una estatua así podrá ser libre. Obra de Bertholdi y construida bajo los auspicios de un judío, Joseph Pulitzer, la cariátide se mofa de muchos. Es la nueva virgen a la que imploran los desclasados de la tierra. Un grito que resuena a improperio de Jeremías. Los cantos revolucionarios son traídos y llevados en volandas por la brisa de la Bahía. Give me your poor and huddled masses yearning to be free. Una utopía. Yo quise ser la cabeza de un turista que se asoma por los huecos de la diadema de la virgen de radios coronada. Toda ella es de níquel inoxidable teñido de verde esperanza deslustrado por la furia de cien cierzos. Ofrece una nueva imago mundi. Es un germen revolucionario. Toda la ciudad a la que vuelve la espalda se rinde a sus pies, pero no por ello deja de ser menos un pegote. Cuarenta y cinco metros y 170 peldaños os saludan visitante.
Me acuerdo de la huelga de gasolineras estadounidense el seis de mayo de 1979. Todo un país ante la indisponibilidad del combustible pareció volverse loco. Todo eran pánicos, gritos y zarandajas. Ya por aquellos tiempos, cuando se secaron los surtidores, algunos periódicos propusieron bombardear Irak. Por aquellos calendas medias de los setenta Sadam Hussein era un amigo y en la Gran Casa de Langley se le brindaba protección y asueto. Para comprobar esta versatilidad de la poderosa Unión que no tiene amigos sino intereses y que ellos llaman change of allegiance no hay más que entretenerse una tarde ojeando números atrasados de la revista “Time”. Washington tiene por costumbre cambiar de vasallos con harta facilidad. El norteamericano vive en perpetuo estado de guerra. Siempre tiene que estar haciendo la guerra a alguien, siquiera a sí propios. Yo las estaba por aquel entonces viendolas venir y me repetí solemnemente para mi capote: naranja, limón y ajo, mando los médicos al carajo. Lady Liberty a la que veía desfilar a babor en mis idas y venidas a la ONU cuando tomaba el ferry de Staten Island, no me impresionó. Su aspecto era horrible y atemorizador. Ofrecía una aspecto astroso y para colmo era ciega como la envidia. ¿Era un monumento a las masas o una representación de la diosa Némesis que prestaba acogida a los parias prometiendoles a golpe de llama venganza por los oprobios de siglos de cristianismo y de corporativismo? La gran manzana es el emporio de la emulación. Se empinaba sobre el podio del libre examen y del capitalismo salvaje. A los recién llegados les aguardaban los colmados de los sweat shops del Bajo Manhattan pero con un poco de suerte y paciencia y la capacidad para decir cada mañana la gran jaculatoria de los mercantilistas: “another day, another dollar”.
Aparecía de repente gigantesca en un recodo del Sky line, mientras singlábamos en el transbordador camino de mi domicilio En uno de aquellos viajes vi flotar cadáveres de ahogados cerca de Queensboro Bridge. Era una chica. Sus pechos flotaban enorme e hinchados cara al sol debajo de la blusa. Desde entonces tengo pesadillas por las noches y me cubre el espanto de tan dantesca visión en la que se aparecen los miles de ahorcados, de los condenados a muerte en la silla eléctrica o de los vulgares asesinos. Con ellos yo descendía poco a poco a los infiernos entre tumbos temulentos de las escalerillas del alcohol y de la lengua estropajosa.
He aquí que un busto parlante ha sido elevada a la categoría de reina. Tendrá por cetro un esperpento. No se trata de divagaciones poéticas sino de una realidad asumida entre las lianas y los sargazos de la política nacional donde todo se enreda y se magnifica. El heredero de la corona se casa con un reportera divorciada. ¿Cómo es ella? Monilla más que beldad. Pero instalados en la tarima del absurdo aquí todo puede ser posible. Los áulicos están hechos unos melifluos. La canallesca se reserva el derecho del botafumeiro. Este hecho tendrá una gran resonancia. Ya se ha dejado dicho que en este país se consuman los sueños de lo imposible: gozar de una monarquía sin monárquicos. El Sr. Ansón está hecho todo un brazo de mar aunque la crítica unánime apunta a que es el mejor escritor de la transición. Y, aparte de eso, todo un mandarín de la noticia rodeado de cachorros, alevines y presentados del escribir. Los novicios de la “mass media” bajo su protección pronto cantarán misa. De oca a oca y tiro porque me toca pero no hay períoca o argumento en este tratado absurdo de la vida. Uncete mulo a tu armella. Ponte bajo la tralla del escribir. En dos hoteles de Bagdad ha caído un misil. Este nos mi Bagdad el del “Collar de la Paloma” de Ibn Hazm. Me lo han cambiado los americanos a persuasión de los judíos que han sido los primeros en meter mano en el avispero y el mundo tiembla ante los niños suicidas palestinos y los hijos del caíd mientras Occidente sigue acariciando, obseso peripróctico, la locura o el espejismo de la libertad y vive los devaneos asesinos de la prensa rosa. Demasiado doctrinarismo. Hoy se escribe mucho artículo de fondo. Pontifican a esgalla los monstruos de la comunicación a través de sus programa oceánicos. En antena seis horas. ¿Cómo podrán saber y hablar tanto? Ninguno nos ha dicho hasta ahora dónde está Ben Laden. Ese hijo de Mahoma engendrado en la oscuridad de un oasis. Su inadvertencia, la de estos hierofantes, con la cabeza coronada de Masters nos llevará a cometer no pocos errores de apreciación. Nos tienen a blancas. No sabemos dónde está el enemigo y eso aumenta la potencia de las mandíbulas del dragón.
Lo que necesita Madrid son xenodoquios y lazaretos para acoger a los extranjeros llegando en oleadas mientras los aduaneros y guardafronteras miran para otro lado. En la calle Bretón de los Herreros la oficina de extranjería se hunde a causa del peso de los expedientes acumulados en sus pasillos. Esto es un cuele. Los sagrados huesos de la camara Santa y los de San Antolín se revuelven en sus tumbas. Nunca hubiéramos podido llegar a suponer caer tan bajo. ¿Serán estos los pródromos del holocausto de España? Kafkiana noticia la de que se esté hundiendo un edificio oficial de esos que lucen en su balcón mayor una desmarrida bandera de España porque las vigas le vencen a causa del peso de las cédulas con papel timbrado. Llegaron en masa, presidente. Lo anuncié yo en una novela. El espíritu de profecía se enredó con los puntos de mi pluma. Un signo que contrasta con la imagen del general Emilio Alonso Manglano, un jubilata, a quien vi yo ayer cruzar por un paso de peatones de Argüelles. Iba fumando tranquilamente un cigarrillo. Fue el jefe de los espías españoles. ¡Dios cómo habré sobrevivido yo ante tanto enemigo suelto! Su persona centró la peripecia de una de mis novelas. Como está casado con una norteamericana barría para casa. Crueldades de los tiempos. No sé lo que me dio verle cruzar la acera como un pensionista más a este señor que otrora fue tan poderoso. La visión respaldó el apotegma árabe de que si te sientas a la puerta de tu casa verás pasar el cadáver de tu enemigo. Me arrellané en el asiento de mi autobús gozoso de ver sin ser visto pero, en particular, de haber sobrevivido. Hay que aguantar los escupitajos de Riudavets, sus invectivas de sargento delator en cuyo puesto las mañanas de inviernos como buitres en torno al afecho se arremolina turbamulta de bibliómanos y de tarados mentales. La caseta número quince de Moyano es un comedero de vulpejas. Me gritó que no diese mítines. A uno de los clientes le huele terriblemente el aliento. Otro tiene unos brazos excesivamente largos y se lleva todo libro echa el librero de lance en el duerno ilustrado. Nadie habla pero hay un afán de receptación inmenso. Todo el mundo está silencio pero dando quehacer a su trajín.
-Cuidate. No me gusta ese coloro de xantina que tienes.
- Debe de ser la diabetes. Todas las moscas del país se vienen a mi bragueta al amor del azúcar de mi orín. Todas van a la miel.
-Es como el heliotropismo de tantos y tantos periodistas y escribidores. Todos cara a l sol que más calienta. Si lo hacen las moscas ¿por qué no lo iba a hacer los humanos?
-Tú, mientras tanto, por tu malvado designio llegas tarde a todas partes. Seguro de que vas a la mar a bañarte y te encuentras con las playas se han secado. Para tu fatalidad.
-Sí. He sido un hombre sin suerte. Los cohechos de la fortuna nunca me hicieron sonreír. La he buscado con denuedo pero la vida me ha vencido.
-Mas tú no te preocupes. Sigue escotero y que te pase lo del legionario. Siete tiros en el cuerpo y avanzando.
Pienso que en parte la razón de muchos de mis males se debió a mi altanería mística. Hoy graznar a los ánsares y me echaron del senado pero yo los dejé que se quemaran en el fuego de su propia lascivia. Así les quité la palabra de la boca con que me acusaban y los dejé sin argumentos. Su potestad tribunicia. No me asustan. Todos eran voltarios. Siempre al sol que más calienta como Raúl del Pozo el de la melena blanca con pinta de histrión el que prevarica sentado ante las cámaras de la Gran Loba.
-¿La madre o la hija, cuál de las dos?
-Tanto monta monta tanto
Son días de odio cerrado. Los hombres miran con caras desencajadas. La vida es sórdida. Llevamos existencia de lupanar. Se nos han negado los verdaderos goces. Los muertos pasean por los bulevares y hay estantiguas de jubilados por las aceras, gente con las manos en los bolsillos, los lunes al sol, y martes y trece, y los miércoles, los jueves y los sábados. Hay quien saca sus enseres de pacotilla como los desahuciados para pignorarlos en plena vía pública. Todos esos objetos son pecios de antiguos naufragios. Los enseres y cachivaches que nos rodearon e hicieron más amable nuestra vida antes del divorcio o antes de la botella o de los tientos a la bota cuyas libaciones intempestivas nos redujeron a la categoría de ex. Sí hay mucho ex. No faltan tampoco los ex hombres. Si visitas el punto del Sr. Paco te puedes comprar una biblioteca. Ya nadie lee. Quedad con Dios, sujetos y a merced del pico de las nuevas vultúridas y de los modernos papagayos. Poned la vieja vajilla al retortero. Nadad todos en la mar de los postreros estraperlistas. En el encante hay ojos que miran como escopetas cargadas, pupilas desconfiadas que vomitan pez y agua salobre por las fauces desencajadas de gárgola.
-Bolo, ¡cuánto hablas! Yo en este barco que se hunde me encuentro divinamente.
Había allí endemoniados y aquejados del “morbus sacer” y epilépticos como el Gran Jauregui que participaban de la crisis comicial de la política. No se les borraba de un plumazo. No se les excluía del altar de los micrófonos. Se les dejaba garlar en programas oceánicos toda la noche. Llevaron las nuevas trovadoras y trotaconventos y las chicas guays empezaron a desfilar por la pasarela. La vida se convirtió en un escaparate y en una catasta mientras los parados dormían a la luna de Valencia y pasaban sus martes al sol. Los gordos no tenían derecho a vivir. El mundo se pasaba las semanas y los meses enteros pensando en dietas de adelgazamiento. Cundía el bla bla bla de nuestros genotipos atávicos. Oveja que bala pierde bocado. Hablar del fenotipo resultaba un poco más peliagudo aunque quien más quien menos acudía a airear su desvergüenza a los programas con te de tarde y a los consultorios de Anarosa, los nuevos predios de la bujarronería y el color local. De allí se salía con la convicción de que la vida y el amor no era más que basura. Quedaron sin curro los poetas y los curas se fueron a trabajar a las oenegés cerrando las basílicas a cal y canto. A las mercenarias del amor que llegaron en grandes oleadas del extranjero, por aquello de que en España siempre hubo mucho vicio, se les amontonaba trabajo.
Los inspectores del fisco se nos subían a las barbas. Todo iba bien pero se nos amontonaban los papeles. Cédulas y más cedulas. Hojas de reclamaciones. Compre usted hoy, pague mañana. Los cojos andaban, los ciegos veían. Se había producido un verdadero milagro económico y el personal se pasaba el día entero congratulándose de la bendiciones de los tiempos que vivimos. Eramos mucho menos libres, más esclavos, mucho más incierto nuestro destino, pero aquí los farautes y heraldos se hacían lenguas de las bondades de la democracia. Corta el rollo. Venga ya. Eres más viejo que un Alcántara. Lo decían por el serial de la tele. Yo no sé como pude resistir tanta infamia y tanto desacato a la verdad pero amigos míos ciclotímicos, más débiles se suicidaban desde el Viaducto al no poder aguantar la presión de tanto mandamás cretino. Madrid se llenó de pobres y de marginales. Muchos cristianos viejos se convertían al islam. El muladí no es rara avis en esta tierra de mudanzas y de tornadizos, pero el fenómeno adquirió visos de pandemia social. Las cuaresmas pasaron a llamarse ramadán y las iglesias quedaron execradas para convertirse en mezquita con su imán dentro y todo. Los moribundos a grandes voces ya no pedían confesión. Llamaban a los rabinos con lamentos terebrantes. Cundía la apostasía por todas partes. Los abstemios empezaron a empinar el codo y los santos bajaron de sus hornacinas de cristal para irse de noche de picos pardos. Era la moda tránsfuga. En religión. En política. En el hogar. Muchos honrados padres de familia, que no pudieron soportar los muchos traumatismos afectivos en casa (el hijo drogadicto, la hija que se evade con un moro, la esposa que hace guarrerías con desconocidos) también se hundieron en el fango de las noches madrileñas y vieron la nariz y los labios marcados por el tabes. En sus partes íntimas les salió coriza. Era la consecuencia de sus peripatéticos escarceos golfos por la Casa de Campo en noche de plenilunio. “Full moon. All the lunies come out”4, que diría un neoyorquino.
Las sacerdotisas del amor venal, por boca de redactoras y comunicadoras de lujo en medio del marasmo de la animación cultural, habían establecido sus altisonantes púlpitos en las grandes cadenas radiales. Las divas de la tele hacían las veces de celestinas y hablaban en programas vespertinos a una audiencia de borrachos, impotentes y amas de casa maltratadas, puesto que eso de la violencia de género iba a más. Los que no tuvieron arrestos para suicidarse, patentes las puertas de la bodega de la democracia, se dieron a una gran borrachera de libertad que desconocía el fin. Vi por aquel tiempo a muchos pobres telumantes regresar a casa con los estómagos ahítos de vino que no acertaban con la llave del portal y como no había ya serenos que pudieran auxiliar dormían su borrachera en los quicios del cancel. A muchos se los llevaba el relente de la madrugada. Las páginas de los periódicos de aquellos días venían atiborradas de noticias de estos fallecimientos por coma etílico.
Y en el Vaticano el gran usurpador del trono de Pedro impartía bendiciones el domingo de Palmas entre balbuceos chocheantes y aclamaciones de la juventud. Por lo visto, los de más de cuarenta años habían perdido la cédula de la catolicidad. Los peregrinos croatas luciendo gorras con su escudo escaqueado miraban desafiantes pero de los pobres serbios maltratados y perseguidos nadie hablaba. Magnum gaudiun nuntio vobis: Wojtyla besa un corán.
Estabamos sumidos en el cubileteo de la información y una marejada de datos. Los moros estaban preparando en Leganés sy zuriburri. Los arquitectos de aquel sistema opresor debían de ser mentes maquiavélicas, gente con sed de venganza soportado durante siglos en la aljama. Oriana, llevas toda la razón. Quo vadis, europa? Nadie se atreve a quitarle la tiara a ese mamarracho en silla de ruedas que defiende la sede de su poder como un gato panza arriba. El profeta Isabelo entre cervezas en el Café Gijón ya me lo advirtió:
-Lo que queremos es un papa judío.
Pero a los que hemos denunciado el hecho - no tenemos tribunales ni periodicos que difunden o hagan justicia - nos acusan de no estar bien de la cabeza. Dicen que nuestra arquitectura mental bordea los predios de la patología. Ay, Antonio, tu mente está enferma. Mi mirada se desparrama en futilidades. Hay que calibrar los peligros con mayor sutileza, pero Isabelo llevaba la razón al anunciar el fin de la vieja era y el comienzo de la gran revancha. Las chicas topolino de los años cuarenta llevaban gafas oscura como de ciega y zapatos que parecían coturno y en la primavera del 2004, cuando todo se hiperboliza, van por el mundo con el teto al descubierto. Que corra el aire por sus caderas. Enseñan los arillados ombligos. Todo son premuras, ansias, reivindicaciones, y anginas de pecho, científicos que anuncian haber descubierto la piedra filosofol, mujeres que quieren ser independientes, violencia de género, casas que se derrumban. El mal es más profundo de lo que muchos suponen.
Ahí apareció Acebes, ese chivo de Avila, para anunciar que las instiotuciones que fueron habidos, todos muertos los cuatro sicarios de Alcaida, pero a lo largo de esta democracia no hemos hecho otra cosa que cantar funerales y asistir a miles de entierro de hombres de bien. Dirán los mentores del sistema que es el tributo que hay que pagar. ¿Más sangre, pues? Todo lo que haga falta. Opera un ambiente de cambio. Arriba alinígenas y hombres y mujeres de los Andos que parecen tacos de jamón, pernicortos y con un gran torax. Hubo un tiempo en que teníamos pasión por la ciencia y amor a la patria. Ya no nos queda nada. Esta tarde me trae el viento memorias de infidelidades, de memorias ventaneras, de marcas en los muslos. Todo lo que yo sufrí no sé para lo que ha servido.
España, patria mía, eras la síntesis de lo trascendente, la unidad de destino en lo universal. Mas he aquí que aprovechando nuestra debilidad, nuestros circunloquios, el derecho humano, no digan la palabra moro, nunca mencionen el chichi ni el salpicadero de la parienta en los que se solazan y remojan otros porque te acusarán de machista, lo que se impone es aguantar marea, hay fuego a dos bandas, nos hicieron la tenaza, Boabdil el Chico ha vuelto a Granada.
Yo creía que mi España era un verdad metafísica, exacta, eterna. Nombre de rezo y de plegaria, tierra consagrada a María y ahora yace lacerada en el campo enemigo bajo la adarga y los espontones de la amenaza sarracena. Los judíos mueven los sutiles hilos de esta tupida tela de araña. Es el anochecer de nuestros destinos. Las aguilas de Patmos cesaron su vuelo y los pájaros están enmudeciendo. Ya viene la maldita hueste de Almanzor nos asesinarán recitando salomas y suras del corán. Trepo hacia los arcos pensativos de mi empeño. Guerra en el horizonte. después, veremos a muchos mozos en sillas de ruedas como en Sarajevo y los mutilados alzarán sus muñones ante la indiverencia de los viandantes que dejarán en su platillo tirado sobre la acera algún céntimo de cobre. El tercer milenio empezó comn guiños papales al sistema sionista, confusión en los helados corazones. Por todas partes resonaban los clangores bélicos.
Lo plural pugnaba con lo singular. Aquellos que no se resignaron a comulgar con ruedas de molino, a ser integrados en la masa, lo pasaron mal. Pero los pensamientos seguían fluyendo por el río de las ideas y de los hechos disparatados. Un señor muy absurdo y algo venado parece ser el cancerbero de todo esto y el automedonte del carro de la historia quizás sea un loco o un borracho. Se acabó la risa y se romperán todos los diques que contienen la ataguía del pantano de las lágrimas. La humanidad quiere seguir viviendo en pecado mortal.
Pero a esta época lo que en verdad le faltan son maestros y escritores de raza. Escritores de traza son aquellos que cada frase da en el blanco y hoy existe una gran carestía de esa especie. Quizás por eso, y sólo por eso, sea que mis borradores estén llenos de fuego. Mi escritura con un pobre atalaje dispara golpes certeros porque yo pongo de manifiesto lo que otros calles. Quizás digan que mis novelas sean un laberinto perto yo no creo en la acción sino en el río madre que se lleva nuestras inconsistencias formales. La vida humana en realidad carece de un diseño prefijado. En ella no hay plot. No me siento con fuerzas sino para entrar en los arcanos del inconsciente y escarbar entre las cenizas del fuego que fue para encontrar los rescoldos. ¿Será verdad lo que dijo Xto que el mundo es demoníaco? El caos vence al orden.
Por ese cabo he tenido no pocas pesadillas. Al empuñar la pluma o cuando me siento ante la pantalla de mi ordenador, hay una fuerza que me empuja a la rebeldía del fotógrafo del infierno. Todas mis ideas contemplativas de unidad y de calma se hacen trizas. Lo feo, lo macabro, lo bestial gana la partida.
-No eres más que un torzal que canta en el muro. Tus trinos no los escucha nadie. Te han abandonado tu mujer y tus hijas. Todos aquello en lo cual soñabas no existe.
-Ayudame, señor.
Siempre pensé que hay algo pecaminoso en la mujer que nos acerca a la muerte. Los ángeles de fuego estaban pisoteando la zarza ardiente desde donde Dios Abrahán habló al padre de los creyentes. El laberinto de las tres religiones vuelve insoluble el laberinto humano. No hay salida. Por eso, me refugié durante algún tiempo en el alcohol. Me siento inerme frente a una España confusa - y lo peor es que las masas no saben el peligro que las cerca-que anda siempre en manifestación y que corea consignas como papagayos, que grita con odio porque sí y no sabe porque grita como si fuéramos víctimas de una condena, como si fuéramos presas del malhado. Por todas partesd surgen pajarracos con moz chillona y mefistofélicas sonrisas que recuerdan al conde de Romanones.
Los bailes están colmados, los jóvenes no suspenden las actividades de fin de semana. Nuestras hijas se recogen a las cinco de la mañana y las madres en lugar de reñirlas les dicen que hacen bien, que sólo se vive una vez. Los hombres andan cohibidos y vacilantes ante este resurgimiento a gran escala de los vastos poderes femeninos. En cualquier esquina te pueden vender chocolate o salir una fulana de esas que zurcen virgos y voluntades a tutiplé pues no en vano vivimos en el país de celestina. En el impluvio de nuestras casas hay traidores y fantasmas y luego vienen los periodistas que se especializaron en los cuernos a toda página y nos cubren de escupitajos. Echan balones fuera, manipulan, intoxican. Por eso, los que ejercieron con orgullo esta noble profesión andan siempre angustiados y caminando sobre el filo de la navaja. De azotea en azotea, de pretil en pretil salta el diablo. Se acerca la hora de tinieblas propicia a los vampiros.
Bebemos igual que un odre y comemos como cedros. Por eso voy adquiriendo con el paso de los días la forma de un jamón que se refleja en la luna del escaparate. No he podido vencer a esta polisarcia maldita. Como desde niño compulsivamente y con nervios. Tengo miedo del domingo, tengo miedo de mi mujer con la que he vivido durante un cuarto de siglo y que siempre me resulta un misterio y estamos tan incomunicados como dos peces que aletean en dos acuarios separados. Nunca sujetarás tu bulimia, perdiste la batalla de los kilos. Esta mañana al despertar vi por la ventana en el jardín central varios centenarios de cornejas que me recordaron temerariamente escenas de una película de Hitchcock. Me dieron vomitonas. Ando mal de salud. Las calles de Nueva York son como una gtran pesadilla pero el monstruo se lo traga todo. La quinta avenida está llena de taxistas judíos recien desembarcados de Ucrania y Bielorrusia.
Por ahí se empiezan los perolegómenos del sueño americano. El sistema urbanístico no es tan intyrincado como en Lpondres ni aquí para ser cabbie hace falta pasar umna oposición y aprenderse el emplazamiento de cerca de nueve mil calles. You always can drive a taxi after all. Es el consuelo de los despedidos, de los que quedan redundantes y son convocados a la larga fila del dole, el Inem de los ingleses y de los norteamericanos para que nos entendamos.
-No dejes el corazón wentre las zarzas, pecador. No te pierdas por una mujer.
-Todas son traidoras, impúdicas. Es defecto de fabricación. La voz de la sangre. Por eso los moros, que son tan celosos, las atan corto.
Los hay que no aguantan y se suicidan. Otros se tiran al alcohol pero los más empuñan el revolver o les dan una paliza. Los que todas las mañanas hacemos un cuerpo con la vida sabemos de los muchos peligros que encierra la mujer.
Ya decía Plutarco que Dionisio es una deidad traidora y “ebrii gignunt ebrios”5.
Tuvimos la impresión de vivir una existencia de beodos y de sonámbulos corriendo detrás de los curas y de las ninfas de la Casa de Campo, las cuales habían arribado en oleadas desde Colombia, Ghana, Nigeria, la Argentina y otras muchas partes de ultramar. Todas aquella pobres mujeres, víctimas de los negreros modernos - a principios del siglo XXI uno de los negocios más lucrativos era el de comerciar con carne humana de emigrante y tratar blancas- pronto aprendieron las tretas de su oficio y las había especializadas en la llamada disciplina inglesa que aplicaban abondo a todo aquel que las quisiese reclamar.
-All men are equal under the whip, dear6- pregonaba una rubia cockney recostada contra el tronco de un cedro del Parque del Oeste.
Nunca se sabrá si era un sibila o una de las innumerables vírgenes locas que azotan a estas horas las calles de Madrid, verdadero Babel de la prostitución internacional. Todos somos iguales bajo el látigo. A todos nos cubre el rasero de la muerte. Eros y Tanatos son nuestro rasero nivelador. El oficio más viejo del mundo es tan terne y tan rudo de pelar como la raza turania de Ibarreche. No hay quien pueda con él. Yo sólo escuchaba el canto de aquella sirena al pasar. Al poco la vi convertirse en furia. En la diestra blandía un puñal. Era el puñal de Perperina. Las parcas que salieron desde detrás de un seco no paraban de gritar:
- Vamos, los enamorados. La hora ya está cumplida.
Huyo con mis quirites, evitando los poderes de la glosocracia y de la retórica que nos invade hacia las nubes del no saber. Es el más difícil todavía. Gran estilo. Frases épicas. Los plumillas de la serpiente de verano le dan a la cometa. Vamos a comer constitución y el arte y la belleza son apolíticos, distanciados. Por eso nos sume la batahola de la vulgaridad y del feísmo. No se os ocurra a vosotros alzar la voz contra la estafa. Moros en la costa, y vienen y vienen presidente y ahora resulta que los culpables de la razzia son los humildes y sacrificados miembros de la Benemérita. Y más bombas sobre Bagdad. Es lo suyo.
Hemos caído de espaldas en un marasmo de vulgaridad y la que nos espera es la depauperación de las clases pasivas. Aquí radio Bla Bla Bla. La madre y la hija hacen calceta. Yo estoy viejo y gordo y en la calle oigo los ritmos de la música rap. No puedo alcanzaros, hijitos míos. Me cortaré las barbas. Todo es necedad. Me dan miedo los sintagmas del lenguaje altisonante y torticero que utilizan los políticos o las espléndidas construcciones verbales de los artículos de fondo de la prensa de alto coturno democrática, escritas de un tirón, condenadas al olvido, empero, pues son obras de vanidad.
Lo mío es la liturgia interior. Soy sacerdote del tiempo y los ciclos. Dicen que en la eucaristía se hacía presente el triunfo del hombre sobre la muerte. Acumulo sensaciones que me atenazan. Me duele un poco el pulmón izquierdo. Puede ser ese maldito nódulo que ha aparecido en la radiografía o es ¿el cáncer que aguarda? Digo lo que los condenados a muerte en la prisión convento de San Antón al ser convocados. Fulano de tal y tal. Y ellos contestaban: “Chupándomela”. Gozo de mis preeminencias y tengo la seguridad virtual de que el Maestro no abandonará a su iglesia. Hice de tal creencia una liturgia y mi platonismo me lleva a lleva a pensar que esta vida es una preparación para la gran liturgia celeste que durará eternamente.
De momento ando sumido en la hora alectoria del canto del gallo. Tocan a misa de alba. La luz de neomenia entra por los lucernarios. No hables con las gentes. Todos los hombres llevan un poco de muerte dentro y se les nota. La noche está dividida en vigilas. Yo salmodio. Me ciega la luz de los panes de oro de la cancela del iconostasio. Esos santos y esas vírgenes como recién pintados son una apología del fuego interior que consume al alma mística. Guarda mi vida, dulce Atanasio. Los querubines del coro entonan acrósticos. Se inicia el tiempo de Navidad. Hoy es la fiesta de san Andrés.
Los estribillos se prolongan en las alturas. No hables con los hombres cuya boca transpira maldad y veneno. Escucha las vigilias nocturnas que se celebraban en los templos de Cesarea de Filipo, Bitinia, Jerusalén. Ya están los monjes de maitines “ante pullorum cantum”. Antes del canto del primer gallo. Ya entran por las naves las antorchas y luminarias infinitas. Los griegos llaman a esta hora del canto “lycinicon” y los latinos la denominan lucerna a secas. Se abren las puertas de la Anastasis para recibir a la congregación jerosolimitana. Era entonces cuando en la Jerusalén el pueblo fiel pasaba la noche en las iglesias, atestadas de monozontes y de vírgenes. En el Monte Sinaí se cantaba el salterio íntegro con una sola voz y un solo corazón.
Todas esas memorias se arremolinan en mi corazón esta noche del largo suplicio de Wojtyla. La única razón es la del mugido. Nos llenan los ojos con las cagadas de la odiosidad. Yo sueño en la hora de la vuelta de la fracción del pan. Fue a la hora del canto del gallo cuando los judíos perdieron a Xto. Por la oración luchamos contra el poder de las tinieblas. Ese es el fin del monacato. De los monozontes (monjes) y de las “parthenai” (vírgenes) entonando melodías en el dilúculo a favor de la luz que venía. Los santos solitarios cuidaban del esplendor de su casa. Nunc dimittis. Por amor a la ley nueva se hicieron hesicastas o monologuistas.
Roma estaba rodeada de monasterios. Antiguos templos, desde el Monte Celio hasta el Aquilino. Allí residieron también los magistrados de la plegaria. Por eso san Columbano mandó azotar a los monjes que se dormían durante el oficio. Los poderes sublevados contra el Ungido perecerán. Hay un aspecto agonístico, de combate acérrimo, en la gran liturgia latina. Montada toda ella contra los prestigiosos engaños del perpetuo seductor. Hay que decir - para los que pretenden olvidarlo - que Jesús asumió sobre sus espaldas la historia de Israel y la eleva a la eternidad. Su sabiduría celeste vencerá a la insipiencia del mundo. Desenmascará del poder de su mano los poderes diabólicos de la gran jorguina.
Si sigo fumando, muero. Habrá que parar y subirse al norte a generar endorfina a la orilla del mar. Los políticos hablan de pactos de Lizarra y de consensos y esto no se puede aguantar. Pili Pestiño en el hornillo mediático de por las noches no cesaba de repetir qué horror, qué inmenso horror. Don Híspido Estadístico sigue con sus monsergas. Todo son frases hechas, convencionalismos. Ibarreche suena a escabeche y aquí puede empezar la escabechina. Ahora entendiereis la razón por la cual sueño en mi propia escala de Jacob litúrgica como abstracción de estos escabeches y de estas leches, de las etas mediáticas, de los insultos y de la odiosidad generalizada. Pili Pestiño y Eliazar Bad prorrumpen en gritos de catequesis democráticas. Esto es el fin del amor. Del ágape. Del filos. Del Eros.
Do son todas mujeres nunca mengua rencilla. Violencia de género. Egisto adultera con Clitemnestra, mujer de Agamenón. Parsi fe, esposa de Minos, se lo monta con un toro. El concúbito con las bestias era frecuente en la antigüedad, pero aquí lo que priva es acoplarse con la parienta del prójimo. Cuernos que redundan en tiros y en puñaladas. Por eso las matan. Las guarras de tarifa y de pantalla a todas las horas hozando y campando por sus respetos en la tele de nuestras hispánicas torturas que son unas grandes celestinas, tanto la madre como la hija, proclaman desde sus púlpitos mesiánicos dicen que el follar rejuvenece y transfigura por lo general. Seguimos con troteras y danzaderas. Entre izas, rabizas y colipoterras, dicho sea en honor de Cela y de Pérez de Ayala. Hace falta ser maniqueista. Yacen con la mujer de su vecino y luego pasa lo que pasa. Ars amandi. Asia madre de religiones. Bebamos en las fuentes del pensamiento bíblico. Se dice que cuando se registran diversos orígenes de la especie humana hay poligenismo.
Pero, volviendo a lo mío, la plegaria es la clave del paraíso. Todo está escrito de antemano en el Libro de la Vida. León el Grande cuando despacha misioneros a Inglaterra pide que no erradiquen todas las creencias del paganismo. Somos productos de una simbiosis. Un cristianismo sin sus raíces sincretistas sería ridículo. Luego vinieron las invasiones lombardas a cargo de los guerreros de larga barba y al final de los siglos medios la aparición del monaquismo tiene que ver con la creencia de que el mundo se acababa. Gregorio el Grande provocó la ruptura con Bizancio. Los visigodos rechazan el arrianismo y en Inglaterra los predicadores de Agustín convirtieron los antiguos templos celtas en aras bajo la cruz alzada. En la Kisla de Iona en Escocia se guarda todavía la piedra del destino.
En la batalla de Poitiers Carlomagno atribuyó la victoria a la intervención directa de san Martín. El culto moratiniano se extendió por toda Europa y fue un preludio del jacobeo. De las donaciones de Pepino arrancan los Estados Pontificios y el Papado. Le llamaban el Breve por la talla, no por la duración de su reinado. El tiempo de Carlomagno fue la época de los códigos miniados y de manuscritos palatinos. Trono y altar. Missa dominico o enviados. Escuelas palatinas. Pablo el Diácono. Alcuino de York. La capilla de san Vital de Ravena. Las teselas, los mosaicos. Los reyes holgazanes. Carlos el Calvo y en el 842 Les serments de Sgtrasbourg. El texto más antiguo en francés. No olvidemos que el papado es una institución carolingia al fin y al cabo. Y es a lo que voy.
Mientras tanto, las querellas religiosas y las revoluciones palaciegas, por el otro cabo, hacen sucumbir a Bizancio. Ahecharon la herencia de los emperadores y de ahí vino la gran criba. Iconodulía e iconoclasia, dos puntos convergentes. El emperador es el basileus y ante él sus súbditos se prosternan porque es la figura de dios en la tierra. Toda su corte estaba vestida de púrpura. En Constantinopla estaba el monasterio de Studium de más de 5000 monjes y la iglesia de la Theotokos, el convento del Pantocrátor, el Fanar, la Iglesia de santa Sofía.
Quedé confortado a fuer de inquieto al escuchar el tono suave y metapsíquico del emisario celeste a cuya intervenciones indiscretas o improcedentes salidas de tono, así como las confusas revelaciones de las que soy víctima merced a mis inclinaciones eucarísticas, que me han valido más de una vez dar con mis huesos en los calabozos celulares o manteamientos, baquetazos y oprobios, se me comunica la voluntad divina. En contravención de los preceptos talmúdicos yo no ando vigilante, pierdo la cabeza, veo elfos y sílfides por todas partes y con aviesa inclinación me desparramo o pierdo los papeles, quedome sin partitura y como justificante alego encontrar en la bebida un analgésico. Por el placer del instante me olvido del deber del porvenir. ya sé que soy un borracho.
Mi judaísmo pertenece al de los rabíes que se tumban a la bartola y no buscan el camino del adoctrinamiento mesiánico. Cierto que he sido sometido a fuertes golpes propinados por el ciego azar que me hirieron en lo más vivo. Sé que éste es un julepe sin reglas en el que el que más pone más pierde. Estoy sometido. A la mañana siguiente de mis hégiras etílicas me parezco un ser abominable, sucio y desmantelado ante el espejo. Hasta yo mismo me aborrezco hasta la fantasía. El corazón me da brincos. No tienes perdón de dios ¿ Y te parece bonito?, brama la conciencia. Sus imprecaciones retumban a lo ancho y a lo largo de mi psique. Entonces me parece que esa torre interior en la cual el yo se reconcentra está a punto de venirse abajo. No te derrumbes, castillo interior. Quiero que seas mi albergue muchos años. Hay denuestos, lloros, promesas. Todo en vano. A los pocos días veo un restaurante abierto y no puedo sujetarme. Yo soy un ebrio del vino a las comidas. Contrario a las prédicas de Moisés soy un fatalista y me derrumbo a la más mínima. Dios sólo ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Ésta es una de las recomendaciones de oro de la cabala. El cristianismo todo lo pone en manos de la gracia que dimana del Spiritu Santo, pero ¿quién es ese? Me pregunto. Neque si Spiritus Sanctus esse audivimus. A la naturaleza no hay quien la sujete cuando se pone brava y todo depende de un porción de cedulas que trabajan de una manera y determinan nuestro comportamiento.
Son dos hombres los que albergo en mí, dos condenados a librar encarnizada batalla perenne sin solución de continuidad. Dentro de mí mismo se hostigan la potencia y el acto. Se vaticina un duelo a muerte entre las dos religiones monoteístas que volverán a disputarse los efectos personales de Cristo al pie de la cruz igual que las ratas de biblioteca pujan por las miganduras literarias y menudencias de libros de segunda mano en el puesto de Putavets y el de la Mujer fea. El cristianismo ha muerto. Con Jesus de nuevo en el sepulcro y bajando a los iinfiernos después de volver a ser crucificado por los demócratas la cuestión se ventará entre Alá y Adonaí. Padre, perdonalos. Se encaraman los leguleyos los que vienen con pamplinas de la hora undécima. Dios eligió a los judíos pero el pueblo electo se convirtió en su verdugo. Un doctor de la ley no quiso recibirme cuando le fui a hacerle caso. Era un catedrático que esperaba con una cartera y una nariz larga cartera en mano frente a un topis de la casa MacDonald. Ya no hay providencia. Sólo protervias. Asesinatos y blasfemias de Haro Tecglen en la prensa del gran Polanco. No puede haber un dios que permitió las masacres del Holocausto. He ahí la clave de la nueva religión nacida al albur de la apostasía y de la falta de memoria. Mis amigos me vuelven la espalda. En los cafés los camareros me miran mal. El Putavets se chiva a la policía de que no voy a comprar libros sino a dar mítines en su tenderete. los vagones del metro van repletos de músicos rumanos y del Ecuador. Nos brindan serenatas. Por todas las partes se detecta el horror de una nueva época ya pronosticada. La estábamos viendolas venir cuando cayó el muro. La que se nos venía encima. Por todas las partes se acuchilla a la razón y se adora a los dioses falsos. Son los postulados de la teología del Holocausto: un nuevo deicidio mediante los potentes altavoces de los micrófonos que divulgan y ramplonizan todo lo que quedó atrás. Se os parecerá Putavets empuñando un látigo y un libro. El aire de la cuesta de Moyano hará flotar las alas de su blusa como si fuera un pájaro, ave de mal agüero, gustando del sabor de la carnaza.
Los cristianos viven en paganía bajo el conjuro de las trotaconventos midriáticas. Los engañosos saberes han abierto aula. Los rediles están llenos de malos pastores y los púlpitos de prevaricadores. Va a ser Navidad. Va a nacer de nuevo el Mesías y la gente está de muy mala leche. Las brujas parlan recados desde sus exoras de neón. Es el rayo que no cesa: amoríos, hijos ocultos, y una extensa prole de mánceres y entenados y de entretenidas. Bailan las Euménides alrededor de la charca del cortijo.
-¿Cómo está la Ordóñez?
-Divinamente. Para que te chinches.
Entonces fueron ellas. Los cristianos vivían en paganía bajo el conjuro de las trotaconventos de la estúpida caja. Eran víctimas de engañosos saberes. Las cosas por ese cabo iban cada vez peor. Al pueblo se le mantenía a posta en la oscuridad y la aberración. La política nacional semejaba a una casa de tolerancia con sus meneos, sus idas y venidas, las ramplonerías, la repetición constante de nombres y situaciones. Se negaba toda transcendencia. Nunca pudo el espíritu tan aherrojado ni sometido a tanta tiranía. Yo trataba de volver a cristo. Las iglesias estaban candadas y vacías. La barca de Pedro iba a la deriva. Un poderoso papa del este empuñaba el timón. Quería dar de través a toda la embarcación. Con obispos libeláticos ad sedem los tronos episcopales se desceñían de las estolas. Unos daban en la prevaricación, otros empuñaban el garrote del mutismo o metían incenso dentro de los pebeteros del que más manda porque había que espabilar la llama del fuego sagrado. Pero quedaban ahí toda una reserva de diáconos y de creyentes de buena fe que se sentían confundidos dentro de la grey bajo la égida del mentado impostor, un rabadán de pelo entrecano y gran cifosis que iba predicando por ahí “yo soy la iglesia”. Él se empeñaba en el cinismo escatológico. Habían predicado la pobreza y ellos vivían en grandes palacios. Al Vaticano lo candaban con siete llaves. Había en todo aquello mucha incongruencia. Los que estábamos viendolas venir temíamos el castigo. Pero el ser humano no es más que una nube de tamo. Así y todo ellos se creían muy fuertes en lo alto de la escalera encaramados a la torre del consenso. Por mucho que os afanéis vuestra torre se vendrá un día abajo. Sois una cuadrilla de mangantes. El humo que levanta una tormenta de ceniza. El alveolo hueco y la sonrisa vacía. La mueca de la calavera derribada por los rincones del osario. Con tales prolegómenos hinqué mi cerviz al yugo de la fuerza que gobierna y desgobierna el caos. Escuchábamos por los caminos los gritos de desesperación envueltos en el eco de las palabras de don Juan: “Llamé al cielo y no me oyó/ y pues las puertas me cierra/ de mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo”. Esta es una concepción del cristianismo puro que no casa con los principios de Maimónides que predicaba que Dios y el hombre se mueven a dos niveles completamente diferentes. Luego vinieron a partir ahí los conversos y los hidalgos con goteras. La vida carece de sentido cuando no se vive bajo el acicate del placer intelectual o de la contemplación. ¿Comprenderéis entonces mi voluntad de huida? Sí que entendemos que os habéis inmerso en una tórpida tendencia. Y en los chats y en los cibercafés se propala que ha fenecido la Una, la Grande y Libre. Cagüen tal. El bigote de Carod Rovira nos conmina a hablar catalán. Barcelona, archivo de la cortesía, se separa. Agítese antes de usar.
-No acierto a entender quién trajo tanto veneno. ¿Es que ha venido el ángel negro a agitar las aguas otrora pandas y ahora enfurecidas. Es el todo contra todos. Hermanos contra hermanos. No hay amistades, no hay sueños.
-Ah esa tórpida tendencia a los extremos de los españoles.
Hablaban los padres de la patria y has estrenaron senados para habilitar nuevos consensos. Ni Carrillo ni Wojtyla se han muerto. A España le ha llegado la hora. Agtención señores ha empezado una nueva transición y Carrascal desde Nueva York con sus blazer sus corbatas y su mala dentadura, hablando con esa voz de Chespi tiralevitas de los mericanos, lo ha dicho: vosotros teneis la culpa. Sólo os cuidaste del imperio.
Ha empezado el baile de la sustitución de rótulos.
-¿Y tú con quien vas?
-Los peperos se achantan. La derecha aquí siempre fue algo mediosa y prestaba oido al parche por si acaso. Esa derecha dura de cerviz y sin entrañas, tan española, que lo podrá ser todo, menos gebnerosa. La izquierda controla la calle y los moros de la morisma le echan cocjones. A este paso recuperarán Granada. Bastarán tres bomba más y nos vamos a la mierda. Los herederos de Anás y de Caifás, indignados con la peli, de Mel Gibson, ha blasfemado,nos ha llamado- no te fastidia, faltaría más judios, palabrta que hay que borrar del diccionario- se vuelven a rasgar las vestiduras. Les solivianta una frase. Lo de la sangre que caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Ya estna los tramoyistas preparando las calles para la sustitución de rótulos mientras sobrecoge a todo Madrid el espectro de Tierno Galván. Este es el andamiaje novedoso. Mirad con los bueyes que teneis que arar. La prensa canalla os da gatuperio a todas horas. Os mearán en la cabeza y habréis de decir que están lloviendo. A comulgar todos con rueda de molinos, peara de farsantes.
Los bartolos de la SER nos satirizan y comnvocan al personal pasota a incendiar sedes. Madrid en dia de reflexión, rota la sacralidad y la tregua del sabath democrático, víspera del rito, asolaron las sedes del partido rival. Esto es el acabóse. La morisma sarracena con su crueldad habitual sigue matando. Nuestro tren se marcha - esperemos que no pise una bomba oculta entre los durmientes de la vía-. Agitemos los pañuelos. Te dejé amor entre las adelfas y tú estabas mirándome. Fue mi gran pecado. Los celos. El afán de posesión. Era una tarde de calor allá en Edenthorpe. Mi comportamiento fue inhumano. Lo sé. Yo me acuso. Tiembla una gota sangrienta en aquella amapola que deshojé y tu voz clara me sigue convocando por encima de la trompetería de los arrepentimientos. Sé que has muerto de cáncer. Mi destino no pudo ser más trágico. Diana Cazadora soplabna la cornamusa y en los andenes de la estación de Paddington. Tus ojos me miraron aristócraticos. Los labios, tu dulce piel, me besaron. Se adelgazó tu mirada y siempre me impresionó tu gesto solemne. ¿Y ahora dónde estás? ¿Entre los cadáveres de espuma? ¿Entre los féretros de las rosas?
En pie, flechas de España. Tomad asiento en cualquier piedra del monte donde Cristo pronunció el sermón de las bienaventuranzas. El viento expande por las lejanías el susurro de viejas estrofas. Y he aquí que yo yazgo en esta oquedad. Ya no me llegarán jamás tus cartas alborozadas. Ya no merece la pena vivir. El único refugio es este anacoretismo espiritual y llevar vida de cínico, buscando la unidad y llamando a alguien que no contesta, aunque dicen que el Señor hable a las almas por signos.
Todo fueron aquilones e inspecciones. Yo estaba de cúbito prono y al descubierto. No me supe resguardar. Esas palabras que rebotan contra el frontón de la memoria y huyen a los cosenos de una geometría que carecía de líneas y me ofreció una simetría falsa. Y, en medio de tanto manso ruido, los bosquimanos subían por entre las olas del oceáno con un hacha entre los dientes. Os invadimos. Vuestra tierra y vuestras mujeres nos pertenecen. Habeis pecado mucho. Y allí estaban en eso los teorizantes de la radio analizando los consensos. Ir y venir que llaman acarrear.
Las calles estaban llenas de afiches y panfletos exhortando a los consumidores a la buena vida del comprar. Todo se merca y se pignora. Los que lleven en la frente la marca de la bestia podrán comprar y vender. El azar existe y perpetra felonías con sus combinaciones malvadas. ¿Y tú dónde estas? Engordo y me duele la barriga. Hay materias ahora pulverulentas en el aire, crecen miasmas en los interiores. Los sarracenos se inmolan en Móstoles con una bomba pegada a los cojones con esparadrapo. Quieren ir a reunirse con las huríes de Alá. Y España está que no vive otra vez. Otra noche más. Disimulamos nuestro nerviosismo escuchando el partido. Los goles de Ronaldiño nos abstraen de nuestra cruda realidad.
He aquí la ristra de los informativos pungitivos. Nos castigan a escuchar. Todo sucede en contra de lo que todos pensamos. Todo va mal. Los trilladores de las parvas de agosto blandían su tralla contra las ancas de las mulas tesoneras. Se levantó entonces un tamo espeso y pruriginoso que causa desazón a los ojos. Nos echan arena a los ojos, nos cagan con gallinácea como a Tobías. Los ahechadores del miedo andan al acecho.
Franco dio previsión y prevención a los españoles. Por eso llegan ahora a España tantos extranjeros a gozar de nuestros privilegios en la seguridad de que esto es Jauja. Llegan y llegan ,presidente. Todos se hacen presente a comer el pan de España y a cagar el morral. Es una irrogación general. Una extorsión a gran escala. Sarracenos, fuera de España. Esta es nuestra tierra.
Digo esto cuando por todas las partes asuelan y estamos inmerso en el morbo secesionista. Este siglo XXI ha empezado como una pesadilla. Es una marea negra. Se difama y se pelea con virulencia. En los periódocos retoñan los floreo judaicos. Hay un cubileteo general. El pueblo español no sabe que está en guerra. Las masas consumidoras y productoras callan. Ahí no las den todas.
-Yo voy de currito. A mí que me registren. Esta no es mi guera.
El español de a pie no quiere líos, está pensando en sus vacaciones de se,ama santa. Nunca se pronunció tanto esa maldita palabra solidarios din que se hiciera verdad la máxima rousseauniana de que el hombre es un lobo para el hombre. No hay caridad ni compasión. Todos estamos solos y vigilantes de lo que haga o deje de hacer nuesdtro vecino. Y aquí no pasa nada. Nunca pasa nada. Al que se muere lo enterramos y santas pascuas.
En medio de tanta solidaridad y tanta condena, con la boca pequeña, y el caso es vociferar y capitalizar los réditos de imagen que un determinado hecho, por trágico que fuere, proporciona.
-Si esta es la tarima de la civilización, no os quedará otro remedio que bailar a compás
-Echad el ancla. Moved el escandallo. Desde el fondo alguien os hablará con voz de eternidad.
Hay confusión entre los señores diputados y mucho rebullicio en la sala. Pasen los periodistas y coman. El mal es general. El mundo se subdivide en los que comen y no trabajan, los que trabajan y comen, los que trabajan y no comen, los que ni comen ni trabajan. Siempre andamos enfrascados en una disyuntiva que nos descoyunta las piernas. Y llegan y siguen viniendo, presidente. en el metro a cualquier hora sólo se ven machupichus y machupichas con la maleta y argentinos que dicen qué bueno qué bueno que viniste, colombianos con droga, polacos a Alcalá, búlgaros a Segovia. Se han roto las ataguías del pantano de la armonía. Los pueblos se mueven de una lado para otro. El efecto llamada les convoca adonde les dén de comer.
-No digas eso. Eres un xenófobo.
Y otras vez cundieron las riñas entre apolíneos y dionisíacos, madridistas y atléticos, centralistas y separatistas con su abyecta socarronería. Todo son alegatos y demandas, maulas, palinodias. España padece de oligoantropía. Es mal general. Las españolas no paren y toda extranjera que viene aquí a tirar la bomba viene con su correspondiente bombo. Son multiparas. Se ha provocado por todos los medios nuestro derrumbe moral. El aborto criminal ha sido una de las armas de Satanás y las secuelas de oligoantropía. Los judios hiperbolizan y los cristianos minimizan. Estamos en sus manos. Sálvanos oh Cristo. Los soldadesca otaniana liquida a los popes ortodoxos y pisotean su panagia, la cruz no detiene a los desalmados. Los mandó allí el socialista solana. Esto comenzó como todas las guerras mundiales, como todas las convulsiones en esa faja de cúpulas bizantinas y de minaretes que son los Balkanes.
Entre las tres religiones monoteistas nunca podrá haber paz. Sólo guerra. Desparrama tu vista sobre el mapa y sólo desolación encontrará tu mirada. Ahí no las den todas. Nos hemos vueltos cínicos, indecentes. Más bestias que nunca.
HACTENUS O EN EL DILUCULO DEL TERCER MILENIO: REFLEXIONES SOBRE
LA VIDA ESPAÑOLA (CONJUNTO DE ENSAYOS AL DESGAIRE)
por
ANTONIO PARRA
1Iskra significa llama en rus.
2Ver el libro del P. Llanos Nuestra ofrenda con la lista de todos los capellanes castrenses caídos y la de los mártires que fueron pasados por las armas, prisioneros en el bando marxista. Curiosamente, este padre daría un giro a su pensamiento y a sus ideas de 180 grados.
3No me puedo molestar por la comida.
4El plenilunio echa a todos los locos fuera de casa
5Los borrachos engendran borrachos
6Todos los hombres son iguales debajo del látigo, querido.
i.Dives toletana, sancta ovetensis, pulcra leonina, fortis salamantina, ebúrnea burgalensis. Un adagio que se atribuía en la España medieval a a las antiguas catedrales.
ii.locutorios o salas de estar, en América sala de billares
iii.bolas de piedra en el arenal
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