1986 diez años
después realizó el ex corresponsal (un periodista sin periódico es un cristo
atado a la columna flagelado por los remordimientos y los escupitajos del
pretorio) volvió a tomar un vuelo a Gran Bretaña. Llevaba la dirección de los
Yew que había conseguido escribiendo una carta al Telegraph a un miembro de la
familia. Yew en inglés quiere decir tejo. Así que, fuera suposiciones y
obsesiones sobre el mono tema. Míster Graham Yew era de origen galés. Todo un
gentleman que trabajaba en la City en una compañía de importación de maderas
finlandesas. El contacto con el polvillo de la madera de pino fue la causa de
la enfermedad que contrajo por inhalación de humos y que lo llevaría a la tumba
a causa de un cáncer de pulmón. Su esposa María José Heagerty era irlandesa,
muy bella y muy católica. Se conocieron durante la guerra cuando Graham servía
en el ejército del Aire como piloto formando parte de la batalla de Inglaterra.
Rose era la mayor de los hijos habidos en el matrimonio. Vivían en Epping. Bermejo
se sentía nervioso al pisar aquella tierra en la cual se habían desarrollado
los acontecimientos más importantes de su juventud. Había marchado en noviembre
de 1976 al ser destinado a la corresponsalía de Nueva York. Dos lustros en un
tiempo de cambios tecnológicos habían renovado la faz de aquella tierra. Le
pareció encontrarse en otro país. Llevaba únicamente cuarenta mil pesetas en el
bolsillo en la creencia de que la suma bastaría para una estancia de una
semana. A los pocos días se le había acabado el dinero. Mr. Yew se negó a
recibirle. De regreso al hotel telefoneó otra vez exponiéndole el caso pero el
caballero ▬sus razones tendría▬ se negó a facilitarle ninguna información sobre
el paradero de Alquin y de su ex. Pagó el hotel y decidió hacer una guardia por
los alrededores del domicilio durmiendo en aquel portal de la tienda de
electrodomésticos. La temperatura descendió a cuatro bajo cero y Bermejo tenía
por todo abrigo una cazadora de cuero que compró en el Corte Inglés. Pasó una
de las noches más tristes de su vida al lado de aquel pobre derrelicto que le
contaba sus aflicciones y le pegó sus pulgas. De amanecida, muy resignado, y
entendiendo que aquel fracaso lo tuviera bien merecido por haber,
inconscientemente, desbaratado su felicidad. Su madre había sido taxativa al
respecto:
▬You have crucifixied her. Has crucificado a Rose con tu conducta, tus
celos, tu irresponsabilidad.
Las palabras de
la señora Heagerty repicando en su memoria sumieron a aquel español de 42 años
en el mar infinito de la culpa. Un infierno en el que resonaban las sentencias
de Dante sobre los condenados: para
siempre… para siempre.
▬ ¿No hay
perdón?
▬ No
Con las mismas
y sin dinero para tomar el “tubo” o el autobús optó por tomar el camino de
Victoria Station. Aquel barrio le era muy grato y hacia él sentía querencia. La
última vez que vio a Rose se metieron en un cine al lado de la Estación para
ver una película en la que trabajaba Dick Emery y Thomas Cooper que se titulaba
“The Plank” (la Plancha) que era una carcajada continua a pesar de ser cie
mudo. En la famosa estación pisó por primera vez tierra londinense cuando fue
Bermejo a trabajar a Evesham en un campo de trabajo. Aquel lugar, sin saber por
qué, le recordaba a Rose.
El bosque de
Epping es enorme. A su lado cruzaban automóviles de gran potencia que no eran
los minis ni los Morris ni los Vauxhall de su juventud sino coches de alta
gama. Paró en un pub a tomarse una caña pero el publicano, viendo su aspecto de
vagabundo, se negó a servirle. Ya a la entrada de Golders Green el barrio judío
junto al cementerio de High Gate donde está enterrado Carlos Marx, lugar que
fuera una de sus primeros reportajes sobre sitios de Londres, compró un
“Mirror” que no le sirvió para leer sino para guarecerse de la lluvia. Empezó a
caer agua, dogs and cats, chuzos de
punta, que dicen los ingleses. Ese día llovió más que cuando enterraron al
Bigotes en Zafra. Estaba calado hasta los huesos. Le dolían los tobillos. Su
chupa del Corte Inglés estaba empapada. Llegó a Picadilly Circus. Era una plaza
desolada sin gente. Dos turcos vendían bocatas de kebab y perrito caliente.
Contó sus monedas. Le daban para una hamburguesa y un café. Aquella inversión
liquidó todos sus dineros. El turco era un
tipo con gruesos mostachos muy rubios y aspecto de jenízaro le miró con
desprecio. Pasé una crujía y por poco muero a manos de un judío- El ex
corresponsal, humillado, bajó la cabeza. Inglaterra ya no era el país de sus
sueños. Estaba llena de árabes y de turcos. La iglesia de San Martin in the Fields
estaba cerrada y sólo servía para dar conciertos. En Saint George donde él
había asistido a una misa anglicana de Navidad el año 73 ▬por toda congregación
el párroco y un par de viejecitas con gorrito entonando el Merry Christmas▬
había sido transformado en mezquita. “Sálvanos, Virgen María” murmuró entre
dientes y apretó con fuerza los dieces de su rosario que siempre llevaba en el
bolsillo. Aunque se sintió traicionado por una iglesia ególatra y megalómana
mucho papa mucho cura y mucho obispo no había perdido la fe y seguía
practicando los ritos de la religión que le inculcaron desde niño de manera
privada con cantos en latín y el padrenuestro y los cantos de resurrección en
ruso. La protección mariana era algo vivo que él sentía. Cuando la invocaba en
cualquier peligro, Ella siempre estaba allí. “Respice stellam, voca Mariam” y
ese día la Señora no cesó de derramar favores por lo que luego aconteció.
Remigio se
sentó en un banco de la sala de espera. Algunos tramps se sentaban al calor de
la estufa. Estaba empapado y para secar sus ropas se colocó de espaldas al
radiador. De pronto entró por la puerta una mujer. Entonces le dio un vuelco al
corazón. Era Linda Barns, la reconoció a la. Como venía acompañada de un
caballero alto de recia barba evitó cualquier alusión al pasado. Linda optó por
el disimulo. Su actual novio era un judío ruso recién llegado a Gran Bretaña.
El pueblo elegido empezaba a abandonar los “shetles” y las juderías del Este se
despoblaban. Estaba a punto de caer la URSS. Las ratas empezaban a abandonar el
barco. Londres, gracias a la “glasnost” de Gorbachov, se estaba llenando de
millonarios y de mafiosos rusos que colocaban sus dineros en los bancos de la
city, sin embargo, el acompañante de mi ex novia, que se llamaba Manahén, no aparentaba
ser uno de aquellos ricachones. Su apariencia era la de un judío pobre. Linda
le guiñó a Bermejo un ojo como advirtiéndole que no dijese ni mu sobre el
pasado. Que pasase desapercibido. No se conocían de nada. No le sorprendió.
Linda la bella Linda Barns la que se parecía a Marilyn Monroe había envejecido.
Su rostro estaba algo ajado por las arrugas pero sus ojos azules y su sonrisa
eran los de siempre. Debería seguir volviendo locos a los hombres. Tenía un
corazón grande. Explicaba su situación. Que había venido en busca de su hija
pero que no fue bien recibido, estaba sin hogar y sin dinero y había venido
andando desde los confines del condado de Essex. Ella le dijo que su marido era
un rabino, que pensaba casarse y convertirse a la religión de Moisés. Bermejo
pensó que siempre acababa entre judíos. Eran los que le buscaron alojamiento en
Londres y en Nueva York. Debía de ser una querencia. Los del pueblo elegido
estaban por todas partes. Él debía de tener la misma sangre pues descendía de
un lugar de España como Calahorra y Hervás “judío los más” aunque lamentaba
pertenecer a otra tribu diferente a la de Manahén o a la de Herr Weil el
superviviente del holocausto que le hacía lavarse las manos y los pies muchas
veces cuando subía a pagar la renta. Coligió el ex corresponsal que algo
debería de haber. Los judíos son el bien y el mal, el exponente más vivo de la
raza humana.
▬Tú te vienes a
casa. Te lavas y mañana Dios dirá. Nosotros te llevamos a Heathrow.
−No quisiera
molestar.
Manahén le
recordaba en aquel instante la parábola del buen samaritano. Su ex novia que
cubría su cabeza con una peluca y caminaba por deferencia siempre detrás en
deferencia a su esposo, de acuerdo con las leyes bíblicas le hizo pensar “mucho
ha cambiado Linda… no es aquella “entertainer” de mi juventud, pero todo ha
cambiado, si”.
La casa estaba
a una manzana. Era una casita con verja y de paredes blancas. Ellos residían en
el sótano. En una bañera de egregias proporciones, similar a la de su antigua
buhardilla de Roland Gardens, el Calceatense relajó su cuerpo con las aguas
tibias y reconfortantes. Se limpió la mugre del camino, la liendre que le pegó
el clochard de Epping los malos humores de su decepción. Lo que no pudo fregar
fue la mugre que tenía en el alma. Recordaba las noches de vino y rosas cuando
la Barns venía a su piso y hacían el amor en todos los departamentos del
colmado y hasta en el cuarto de baño. Sus idas y venidas al piso que ella
alquilaba al otro lado del río en el sector de Elephant and Castle, la noche que
no le abrió y tuvo que esperar. Vio salir de la vivienda la sombra de otro
hombre pero no tuvo celos. Al poco rato, su ex novia le comunicó la noticia.
“Estoy encinta”. “Compóntelas como puedas. El chico no es mío” linda Barns
tenía tres niños Brian, Rachel y Tom, cada uno de padre diferente. Brian engendrado por un negro la guapa Rache
hija de un rumano y Tom fue el producto de su relación con un jugador de rugby
escocés. La muerte de aquel nonato que podía ser suyo pero que lo mejor
pertenecía lleno su alma de arrepentimiento en medio de la duda. No se portó
como un caballero. Ahora tenía que expiar aquella culpa. Se sentía bien y por
lo menos limpio. Al colocarse la muda musitó la antigua oración que le enseñara
su abuela al colocarse ropas limpias: “Bendita sea tu pureza que eternamente lo
sea. A ti celestial princesa Virgen Sagrada María te ofrezco desde este día
alma vida y compasión, mírame con compasión y no me dejes, madre mía. Amen”.
Escuchó la voz de la mujer diciendo que el almuerzo estaba en la mesa:
▬Dinner is
ready, Ton
La Barns lo
llamaba por su nombre y semejante familiaridad metió al marido en sospechas
pero nada dijo. Durante el almuerzo hablaron largamente de la situación del
mundo y de Rusia. Hizo Bermejo ostentación de sus conocimientos de la lengua de
los zares para disgusto que su anfitrión que le miraba receloso. Parecía haber
entrado en sospechas. Un buen judío nunca se fía.
▬Yo soy de
Kiev. El ucraniano es otra lengua.
Sin embargo, El
rabino se pronunciaba en un inglés mezcla de ruso y alemán el yiddish.
▬Tú come.
Tendrás hambre. Hay que comer.
▬Sí.
▬ ¿Juegas a los
dados?
Sobre la pared
del comedor encima de la chimenea había una tabla de corcho dividida en
círculos que es el juego habitual en las tabernas inglesas. Sin embargo, la pregunta
de “you play darts” tiene un doble
sentido algo así como “me estás tomando el pelo”
▬No soy muy
bueno pero entraré al albur.
Alzaron los
manteles. Su antigua amiga miró para el extranjero con ojos de angustia. ¿Dónde
estaban los niños? ¿Qué fue de Brian de Rachel y de Tom? Se hizo silencio. Por
lo visto Manahén era un tipo violento que trataba a Linda a patadas. Los hijos
fueron enviados a un orfanato. Claro. Juega.
El huésped sacó
una navaja de grandes dimensiones y empezó a lanzarla contra el tablero en
medio de grandes risotadas. Uno de los disparos le rozó al extranjero la punta
de la cabeza. El rabino empezó a pegar voces y a gritar. Tú conocías a mi
mujer, eh so marrano. Que calado te lo tenías y yo sin saberlo. Remigio Bermejo
a pesar de todo conservó su sangre fría frente al energúmeno, recordando que
hasta entonces nadie le había puesto la mano encima y que ganaba todas las
peleas. Era tan bueno con la pluma como con la espada pero pensó en un consejo
de su abuelo; no es bueno matar a un judío. Da mala suerte. Optó por la huida,
salió de cuchitril pegando voces en busca de la policía. Afortunadamente, la
comisaría estaba cerca y al poco regresó acompañado de los bobbies a los que
explicó atropelladamente lo sucedido a recoger sus pertenencias. Efectivamente
el sargento Herson comprobó que había varias señales de la faca que le lanzara
el rabino. Le preguntó el policía:
▬ ¿Quiere usted
presentar denuncia?
▬No. Lo que
quiero es volverme a mi país.
Sin embargo
Linda Barns y su acompañante quedaron detenidos.
Otra vez,
caminando hacia el Este, por Talgarth
Road, hasta Hounslow, toda la noche. Cuando vio las luces del aeródromo
respiró. Se sentía salvo y feliz. Otra vez la Auxiliadora le había echado una
mano, ¡Pobre Linda Barns! A la mañana siguiente el ex corresponsal, pensando
que Londres una mezcla del bien y del mal, donde le habían sucedido casos poco
frecuentes… esta ciudad no es para mí”. Venida la mañana, tomó el primer avión
de Iberia. Al regresar a su casa besó a su esposa con un amor como nunca había
sentido nunca. “Mercedes no me abandonará nunca. Somos un matrimonio feliz”.
Era confortante el aroma de aquellas sabanas limpias pero siguió soñando con
poder encontrarse algún día con Alquín.
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