I
BAJO EL YUGO JUDAICO. TENTE QUE TE UNTO
Autor:
Antonio Parra Galindo
Yo,
Villeguillo, un pobre exarico, heterodoxo y perseguido por pensar por mi cuenta
y por la odiosa manía de cantarle a los poderosos las cuarenta, he venido a
esta ciudad donde me nacieron y escuché entre el primer alhorre el vagido de
los bustos parlantes y de las rubias de bote que cuentan embustes, chocho
morenote, el gran pipote y por ahí de de andar el pyreso que es pirómano del periodismo de acarreo un tal Bollador propalan infamias y dan a la
historia violentos retortijones, para purificarme en las aguas del Rasemir y del Clamores, dos ríos mierderos que abrazan a la población amurallada
¿Busco el agua lustral en una cloaca? Estoy lleno de dudas al respecto. Mi vida
ha sido un fracaso, pero he sobrevivido a mis naufragios y busco los pecios del
amor del barco de Eros hundido en el proceloso mar de la vida. Suelen darme
yuyos cada cierto tiempo, me emborracho como un zapatero, no sé dónde estoy,
deambulo sonámbulo por el gran Madrid, difunto de taberna, pero mi ángel de la
guarda me conduce hasta mi casa; maldigo a la madre que me parió y a la que me
puso los cuernos. Una mano luego me saca de los lóbregos calabozos de
Finsternis, que no es otra cosa que el Finisterre del vino. En medio de mis
rigores, se me aparece en sueños el cisne negro de Leda. Entonces Júpiter
esgrime el tridente y grita: “soy el padre Zeus”, levántate, toma tu camilla y anda, surge. Oigo la dulce voz de Cristo que en mis
amarguras me acompaña. Entonces yo voy y echo a andar como si nada.
Inmediatamente el cisne negro del delirio se transforma en una suculenta rubia
con la cual se acuesta el dios supremo del Olimpo. Unos ensillan y otros
cabalgan. Unos aparvan y otros ahechan. Así es la vida. No todos podemos vivir en la plaza. Bien va
la cosa. Vosotros non preocupar, que
decía un amigo mío gallego cuando estábamos haciendo guardia en la mili y el
sargento nos arrestaba de imaginaria por habernos dormido o no responder a la
voz de los cabos al toque de llamada. A Villeguillo le tocó ir de nones por la
existencia, suplicando gracia a los poderosos y perdonándose a sí mismo por
haber nacido.
La destemplanza cáusame no pocas desgracias y
sobresaltos. La oscuridad me persigue. El oficio de tinieblas se alarga
demasiado y trato de adormecer mi aburrimiento en la botella. Dios es clemente.
Luego me arrepiento y lloro los pecados de mi vida pasada. Rezo el “confiteor”
la oración de la misa que aprendí de carrerillo siendo monaguillo en Segovia la
ciudad pecadora y traidora. Me meto en una iglesia y prorrumpo en llanto o
empiezo a cantar salmos penitenciales… amante Jesús mío ¡oh cuanto te ofendía!
perdona mi extravío y ten piedad de mí… En uno de mis desconciertos alcohólicos
arruiné mis dos matrimonios. El psiquiatra me diagnosticó la enfermedad de
Erifos:
─Eres un
alcohólico intermitente, Villeguillo
Acto seguido
─ya digo─ surjo, me levanto como puedo, sacudo las sandalias del polvo del
camino y echo a andar hacia la piscina probática, arrastrándome por el lodo.
Aguardando a que baje el ángel que agite las aguas y se me pase la resaca. El
dulce Jesús está allí oculto entre las columnas del gazofilacio, me mira
amoroso y compasivo. No es el hispido y terrible Jehová vengativo sino el
Ungido bondadoso que se quedó con nosotros bajo las especies de pan y de vino y
nos dijo que el Amor transforma el mundo. Que es indestructible.
Mal vas,
Villeguillo, pero venid a mí los que estáis cansados y afligidos, yo os
aliviaré. Corazón santo, tú reinarás… Segovia pecatriz. Es un burgo podrido donde nació la picaresca y
al padre del Buscón le dieron mulé.
No entendía
como una religión que predica el amor supura tanta envidia y tanto odio. Mis
paisanos son mala gente, buen pueblo, muy vistoso con su antigüedad, pero mala
gente: envidiosos, engreídos, murmuradores, hipócritas y muy atravesados, la
mayor tarde están tocados del morbo visigótico y de la falsedad de los jesuitas.
Merecen el castigo del Coletas el
agambado, pies planos, que nos sulfura en los informativos y se caga en España
y en lo más sagrado a cada paso. El fundador del partido Moradillo por otro
nombre el marqués de Galapagar que ha enchufado a su chuni en el gobierno y a
los dos les llaman el matrimonio Ceaucescu. Son gente muy loada en esta ciudad
tan pecadora como chaquetera. Acudo a mi pueblo a restañarme las heridas, las
aguas del Eresma fluyen bañadas en vino que los vuelve modorros pues la
estulticia de esos mentecatos paisanos míos me desquicia. Tienen algo de
sepulcros blanqueados y son muy duros de oído. Cierto; cuanto más sabes más
sufres. La ciencia allega dolor. Es mejor pasar de incognito e ignorante por la
existencia. Si no fuera por el traguillo de las dulces bodegas, no sé lo que
sería de mí. Vengo lleno de dolor también a contar la historia de un amigo que
acaba de suicidarse. Yo arribé al mundo en la Puerta del Socorro frente al
Pinarillo y las cuevas de los eremitas que hacían penitencia mirando para la
airosa catedral, delante de la cárcava donde se alzan los estribos de la
barbacana de la muralla que ceñía el busto de la ciudad pecadora: Segovia “peccatrix”,
ya digo, “poenitet mihi” (Segovia pecadora, metanoite,
arrepiéntete de tus pecados.)
Vengo, sin ser
Martes Lardero, vestido de saco y los pelos de la cabeza cubiertos de ceniza.
En el asiento de atrás de mi utilitario traigo un diablo pegando coces que exhibe
unas grandes tenazas, dientes de hiena y un corbacho con el que me sacude contundentes
rebencazos mientras prorrumpe en gritos blasfemando como si fuera un diputado
en Cortes:
▬ Tente que te
unto, me caguen el tío de dios.
Es un demonio
muy escandaloso, padre de la ira, que me habla en la jerga de Segovia. Se
enfurece cuando alguien pronuncia a su lado la palabra dios.
Yo le pongo al
hilo sacando un rosario que siempre llevo conmigo en el bolso del pantalón. Y
le hago frente mostrándole el crucifijo que cuelga de la contera. Arredro
vayas, Satanás. Yo te conjuro por Jesucristo y la Virgen María. Entonces hay
veces que se calla, pero en otras ocasiones se enfurece más y le da por pegar
respingo.
─¿Llamamos al
exorcista de Alcalá?
─No fastidies.
Ese pondría peor las cosas pues dicen que se echó una novia en América y esa
chica no era otra que la niña del exorcista.
▬Demonio, cata
la cruz, ante ella te humillarás.
El maligno se
viene abajo y se queda dormido entre bramidos y espumarajos por la boca. Surte
efecto el vade retro, de mi exorcismo… u eso que yo no tengo nada que ver que
con ese cura de Alcalá que dice expulsar demonios pero en vez de expulsarlos
cada vez que saca el hisopo los introduce en el cuerpo de los pobres
endemoniados. Por el contrario, sientome yo orgulloso de mis capacidades
disuasorias taumatúrgicas.
Confiésoles ▬ vayamos al
grano▬ que soy un fraile templario. Se me ha encomendado la lucha contra
la Bestia en estos tiempos de cambio y en esa demanda sigo. El arma que empleo
contra los anticristos que surgen en mi camino son el rosario, la oración por
las noches y a veces el vino. Con alcohol se puede luchar contra los demonios,
por más que esta sea una estrategia peligrosa. Hay que tener al arcángel san
Miguel siempre a mano.
Voy por la existencia, mendigo de la palabra de Dios, cubierto de andrajos, mi piel en arumbeles
taraceada de discursos democráticos, frascas, de vino peleón, derrotando por
las tabernas de los barrios húmedos, barras de bares insólitos, algún estibadium
con mujeres en el triclinio del brindis y del reposo copas de aguardiente,
mucho aguardiente, un chupito camarada ¿hace? ¡Como no! A la madrugada de mis
noches vacías, dando barzones, escucho el canto del urogallo. Ya no beberé más,
apuré el cáliz hasta las heces, aunque recuerdo la frase de una novela rusa:
—Dios
perdonará eternamente a los borrachos
Yo sostengo que un funeral irlandés es más
alegre que una boda inglesa, porque ladraba silogismos el bueno de Boecio y Simón Estilita seguía en lo alto la columna. Días faustos de
cerveza, amor y vino y en las esquinas columnas mingitorias. En una ocasión
tuve la dicha y la desvergüenza de mear desde la torre del Daily Mirror, en Londres, como solía hacer su dueño el gran magnate
y creso empresario, Robert Maxwell,
que no se llamaba así en realidad, pues tenía un nombre checo muy raro, hizo
fortuna vendiendo café instantáneo a las multitudes. El rey del nescafé nos
meaba a todos desde lo alto de la cúpula de St. Paul, produciendo una riada de
tinta impresa a lo largo de Fleet Street, lanzaba jaculatorias en yidish que
decían de los placeres sin pecar mear y cagar. Había llegado a lo alto a la
plenitud del ser; dicen que murió asesinado por agentes del bando enemigo por
una deuda que tenía contraída con la venta de su rotativo que no quería endosar
el estado le cogieron mientras exoneraba su vejiga en su yate navegando por las
Canarias. El rey del chocolate creo que es un ucraniano, por nombre Tuchenko y
el rey del porno un tal Hefner Epstein, el asaltacunas todos adscritos a la
lascivia del sistema que utiliza como instrumento de dominación la fuerza del
engaño, la extorsión, el chantaje. Les dice a sus pupilas aspirantes a un papel
en Jolivú:
─Si quieres un
papel, ábrete de piernas, niña. Y tente que te unto pues con vosotras ya se
sabe un no es un sí, con todo lo que digan las feminazis esas.
Es un judío
sicalíptico.
II
Como epígrafe del 11S, fatídica fecha, alguien
escribió sobre el lienzo de muralla que tengo delante de mis ojos y miro desde
las cuevas del Pinarillo por donde se pasea el fantasma de la madre Sacramento,
reina de la raza calé, una profecía diabólica: seréis como dioses si
prosternadote ante mí me adorareis. En la piedra angular de la muralla aparece
una inscripción que te hará temblar. Está escrita la palabra alemana Rache
(odium et vindex) en latín. Es la norma y el signo de unos tiempos
desalmados en que todo parece boca abajo, la tierra, arriba, y los hombres
caminan del revés como consecuencia del vuelco que dieron las cosas en las
navidades del 89 cuando apiolaron a los Ceucescus.
Septiembre negro…
brancas y opérculos de las agallas del pez, llevo luto por ti, veo chocar los
trenes y se estrellan aviones contra un rascacielos. ¿Conspiración (Verschwörung)?
Yo que sé.
Estoy tan tranquilo, sin
más, en el recibidor de mi domicilio, me acaban de arreglar la parabólica; vino
un técnico… quería cobrarme 510 €, le di 200 y vas que chutas… democracia de
ladrones. Sincronizo con la RAI, la Deutsche Belle, e incluso capto las
estaciones rusas. Por lo menos me libera el satélite Astra de los labrados de
cerebro de radio Macuto, “La Voz del Carcamal” al micrófono un colombiano muy
jabonoso y melifluo que imposta la voz y se escucha a sí mismo el mejor de
todos es Herrera en la Onda, ese sevillano es un gran tipo le escucho todas las
mañanas cuando me levanto, por más que todo viene a ser lo mismo: el diablo
metido dentro de un micrófono dándonos la vara. Radio Carcamal al habla.
Consignas al oído de los bustos parlantes, mensajes publicitarios y mucho tente
que te unto. Tente que te unto, demasiado blablá. Un parloteo que aturde a
todas horas buscando el acojone propalando mentiras y contumelias. Escucho el
sonido de los bustos parlantes que me persiguen. El país yendo a la deriva,
pero del derrumbe nadie hace ni caso. En el carro de heno que nos conduce al
abismo vamos los españoles tan agustito.
Estoy solo en lo alto de
una torre sin campanario, sacristán sin oficio ni beneficio. Los curas se
largaron y el papa Francisco se dispone a dar a nuestra iglesia vacía el
finiquito. En suma, habrá que volver a las divinidades oscuras del Olimpo. No
tengo donde ir, ni oficina ni despacho, ni editorial, ni nadie. Las mejores
sinagogas son las tabernas, los templos fueron profanados, dispersan los huesos
de los santos. Abundan las profanaciones. La otra noche (no creo que fuese
alucinación mía) vimos a un borracho caminando por la calle Real de Majadahonda
vestido de pontifical y bendiciendo a las farolas. Le holgaba la sotana por
detrás pero su cara era ancha y abacial como la de un obispo. En los
cementerios dan misas negras y se celebran autos de fe por La Sexta y es un aburrimiento
las disputas del agua y el vino tertulianos por Tele Cinco. Colocan a los
huesos de los santos sobre un mulo yeguato con orejeras y corona y los queman
en el gran enlosado de la catedral global. Ha nacido el IV Reich. Estoy dejado
de la mano de dios aparentemente, pero, fijándose bien, el aserto noto que no
es verdad. Interiormente me siento un elegido. En libertad les hago un corte de
manga a los capitostes mientras contemplo la piedra de la muralla donde se
estampa el devenir de mi pasado, mi presente y mi futuro. Ese sillar romano
frente a la casa donde vine al mundo es mi bola de cristal. Por las ventanas
geminadas se abocina la visión del Parnaso, pero antes hay que hacer antesala
en el Departamento de Legrado de Memoria. Enséñame las manos. ¿Están limpias?
Te las acabas de pasar por la rabadilla, cochino, y huelen mal; al menos no hay
el estigma de la sangre. No mataste a nadie y no sería por falta de ganas. En
los matacanes de la muralla romana no se ven centinelas (stelzi), se han
ido a la taberna o están en el cuerpo de guardia jugando a la brisca. El
centurión les observa, como un novelista fracasado, con sus ojos omniscientes,
omnipotentes, omnívoros y penetrantes de escritor por la Red. Fue uno de los
miembros de la escolta que estuvo en el Monte Calvario. Le ayudó a Longinos a
portar la lanza que traspasó el costado de Nuestro Señor y eso le dio poderes
mágicos. Roma caerá en los brazos de la apostasía. El gran blasfemo, ese
jesuita usurpador que dio el golpe de Estado en Vaticano, destronando al
pontífice legítimo, y dijo llamarse Pancho Culo Magno, hace de las suyas, labor
de zapa, busca la destrucción de nuestras creencias y de nuestros quereres.
Pasará el malsín a la historia más por las dimensiones de sus posaderas que por
sus encíclicas.
▬Magnum
Gaudio nuntio vobis culum maximum habemus- clamó desde la
ventana del paraninfo vaticano el cardenal protodiácono con acento francés. Era
el camarlengo el cual se murió del susto a los pocos días cuando supo quién
había sido elegido.
Si este barco se hundiese nos iríamos todos a
pique… Impervidum ferient ruinae. El
destino nos golpea.
Contemplo sin
descomponer el gesto los muros de la patria mía ▬ Segovia
peccatriz ciudad pecadora, España vacía que se están viniendo abajo, un caballo
de Troya, destruidos los adarves, han colocado en la Plaza Mayor antes de
Franco y ahora de los Derechos Humanos el cartel de “se vende”. El verso es de
Plauto cuya poesía yo leí en un libro de viejo que compré en Arévalo porque te
digo para que lo sepa que yo fui regatón o colporteur.
Iba y venía con mi furgoneta cargada de volúmenes y nadie me hacía caso. No
ganaba un duro; se reían los palurdos de este pobre diácono, pero nunca me he
sentido más profeta que predicando a los peces analfabetos en la plaza del
Arrabal de Arévalo. Mi destino era la venta de ocasión, un rotundo fracaso como
todo lo que tiene que ver con la literatura en estos momentos. A la plaza del
Arrabal y al atrio de las Angustias yo llegue escapando del mundanal ruido,
cuando rugía la marabunta de los años 90, escupido por el oleaje de la gran
corrupción. La defensa de mi patria y de mi religión me convirtió en naufrago
del sistema. A partir de ahí pasé a formar parte de la lista de los
innombrables, sospechosos de herejía anti demócrata y malditos. Pero no soy más
que un pobre falangista, una torre derribada por el viento. Mi nombre fue
colocado en el índice. Ojito con él, es un revolucionario ese tal Villeguillo,
un fascista con peligro. Soy un messuge. El gulag democrático adquirió
proporciones gigantescas a partir del año 89 cuando mataron a Ceucescu y se
declaró la guerra en Yugoslavia. El ángel del mal envenena las aguas de los
ríos de Europa. Luché contra la impostura y me convertí en vagabundo sin
suerte, en un forajido de la escritura, pues ahí nos las den todas. Mi derrota
contra las fuerzas oscuras sólo fue aparente. Los hechos consumados luego nos
dieron la razón y serán pocos los que me rechisten a no ser que sea Peñalosa
ese locutor acaramelado de la Inter que se pavonea por las ondas como un
urogallo en celo. La emisora ha sido vendida a los chinos y ese Peñalosa es un
apátrida colombiano, mercenario de los micrófonos que trabajó para el KGB luego
se hizo de la CIA y ahora sirve a los mandarines de Pekín que están comprando
mi patria a cachos. Los amos de la CEE: Juncker, el besucón, Frau Merkel, ama
seca de Europa, siempre de pantalones, Macron el chico de los recados de los
Rochild y toda esa patulea de políticos serviles entrando en la viña del Señor
a por uvas. Tente que te unto. Todos bajo el yugo.
En radio Vejestorio echan las habas, sus
locutores parlan y vocean contaminados del hedor de las sentinas mediáticas
porque la mentira habita entre nosotros. Nos toman el pelo, nos lavan el
cerebro, nos pasean en carroza y exponen al ludibrio del mundo.
Gracias a ellos supe que
el profeta Moisés era tartamudo, padecía de disfunción eréctil y su bipolaridad
se convirtió en crisis mística, se tiró al monte le nacieron en la frente dos
cuernos como dos llamas, huyó al Sinaí y bajó los derrumbaderos y recuestos de
dicho monte sagrado; bajó que perdía el culo por la cuesta, a mata caballo, por
poco él no se esguardamilla y se hicieron cisco las Tablas de la Ley. Recibía a cada paso mensajes de lo alto. Tenía
hilo directo con Dios cuando aun no se habían inventado los guasaps ni el
móvil.
Pudo hacer cacharritos el
decálogo, pero esto no lo permitió Yahvé. Le brotaron dos cuernos radiantes
entre las cejas. Cuando el profeta hablaba al pueblo elegido apuntaban al cielo
como dos trazadoras radiantes los cuernos del elegido de Israel:
—Mirad estos preceptos.
—Es un trágala — clamó
una voz
—No. Es el camino de la
salvación. Si cumplís estos mandatos, iréis al cielo. Si, no, al infierno de
cabeza.
―Viva la madre que te
parió — volvía a clamar la misma voz.
―Era la de una mujer que
estaba encinta de siete meses
Supe yo entonces que los
diez Mandamientos eran algo más que una película en la que trabajaban Sofía
Loren y Charlton Heston, un matrimonio que se amaba, amparado por la ley vieja
dentro de una tienda en el desierto, donde el profeta y su concubina estiraban
la alcatifa. La Loren lucía bellísima con sus labios ardientes de napolitana
camuesa; sin embargo, tan acarameladas escenas eran sólo cine de sesión
continua. Now I dont go to the movies any more. En aquel tiempo veíamos
muchas películas pero se acabó todo cuando vino Almodóvar con sus subvenciones
y sus guarradas en cinemascope.
Me di cuenta de que no
hay que creer demasiado en las cosas que nos cuentan. Todo son películas,
cuentos sin cuentas y mohatras de zascandiles de Hollywood. Las ranas siguen
croando en las charcas de la mentira y del pensamiento único que está en todas
partes y a todas horas. Pilatos llevaba más razón que un santo cuando se
preguntaba sobre qué cosa sea la verdad delante de un Cristo al que habían
azotado los del Sanedrín y vestido con la túnica blanca de los locos. Una
pregunta a la que no han dado respuesta los autores o, si la dieron, la
interpretan desde un lado parcial y acomodaticio como don Segismundo Freud el
gran profeta de nuestros tiempos.
Si don Alberto Einstein
descubrió la desintegración de la materia, don Segis dividió el alma en
parcelas y nos adentró en el mundo impenetrable del subconsciente. Este judío
vienés se la cogía con papel de fumar. Mascaba tabaco rubio y quillotraba las
grandes mentiras o semiverdades en el celofán del psicoanálisis. Pufaba habanos
que eran su fuente de inspiración. Sólo a la luz de lumbre de sus cigarros de
buena vitola de Vuelta Abajo era capaz de endilgarnos sus concepciones sobre
los desvíos del pensamiento y la psique de nuestra carne mortal y nuestros
complejos de Edipo. Cuando dejó de fumar se agotó su inspiración.
El hombre es un mamífero
que se mueve por dos cosas en la vida dentro del reino animal con sus dos
primordiales instintos; de alimentarse y reproducirse. El dinero y la gloria
como subalterna o proyecciones de su gran apetencia genésica a la deriva. El
ser humano es un depredador sexual, vino a decir este clínico vienés que odiaba
a los rusos y acabó con todos aquellos que creían en cosas místicas, siempre
dispuesto a la coyunda. Desconoce los ciclos de otros brutos para el
apareamiento. El hombre y la mujer siempre tienen ganas. Metido en harina de
sus tabúes el lector de don Segis apuesta por matar al padre o meneársela. ¡Cuán
bajo habéis caído, chavales, sois esclavos de las bajas pasiones y de vuestros
rastreros instintos! pero no os preocupéis ya no es pecado. La homosexualidad a
partir de don Segismundo Facundo ole el mundo cobraría carta de naturaleza
porque uno la mete donde puede y donde le dejan; ya lo decía mi abuelo. Se
abrieron pues las puertas carreteras del libertinaje, las cajoneras de los
confesionarios ardieron en enorme pira. Ya no es pecado. Los directores
espirituales fueron declarados redundantes y los curas fueron al paro o
colgaron la sotana.
Preguntaba un quidam:
― ¿No será aquí donde
dan pol culo?
―No, señor, un poco más
abajo. Tiene que ir al Registro, pero sólo abren por la mañana de nueve a dos.
Allí le darán razón. Si no consigue la cedula eche la instancia y dirija un
oficio al juez Marlasca con el encabezado de Excelentísimo señor. Él administra
el Negociado de los Putos, el furor gay que el demoniaco Soros nos envía manda
en España. Allí pregunte. El funcionario le hará rellenar una ficha verde, si
es usted buharro, y roja si es bardaje. Y permítame un consejo, señor: al
entrar en ese despacho se pondrá un mandil en las posaderas o un detentebala a
prueba de cualquier ataque anal porque en esa zahúrda van todos los tíos
desnudos y cantando la canción de “por detrás me gusta más”. Mucho ojito al
entrar en los colmados de Malasaña bajo los siete colores del arco iris.
Quedaron un tanto
corridos con tales preguntas y respuestas, pero la información es la
información y no sabemos en qué mundo vivimos. Las cosas han cambiado mucho.
Freud fue un profeta de los nuevos tiempos audaces cuando todo es posible: la
mariconería, Thomas Mann, Muerte en
Venecia, el tribadismo (Simón de Beauvoir) nuestras políticas son todas
bolleras, se hacen lenguas del parricidio, hay que castrar al macho, la
rebelión feminista, los servicios secretos, las logias, el Verschörung, la
pederastia, los deseos oníricos, las cartas de Einstein sobre la masa y la
velocidad, Armstrong el astronauta que llegó a la luna. Uno descubrió la
desintegración del alma y el otro la materia. Los dos eran judíos
supervivientes del Shoah. Dichos supervivientes andan por doquier y han quedado
acá para contárnoslo y pasarnos la pluma por el pico. Desde ahora sólo existirá
un credo el de Auschwitz. ¡Quiá, son todo trolas, embustes! Don Alberto nos
saca la lengua y don Segis se fuma un puro. Después de todo Dios no se pone a
echar partida con nosotros ni quiere jugar a los dados. Esas son mohatras y
añagazas del clero romano.
― ¿Por qué escribe
usted? ¿Para pasar el rato?
―No. Para espantar a mis
fantasmas internos y a ver si se me pasa el hambre, padezco gordura mórbida, me
da por comer a cualquier hora.
―Pues habrá que
reportarse amigo.
― ¿No has oído que hay
una virtud que llaman la templanza?
―Sí, pero no es de mi
incumbencia yo voy por otro temario, aunque de mozo era bien parecido. Gustabanme las mujeres. Allá por los 74 tuve
una novia hebrea que se llamaba Diana
Percival y hacíamos el amor todas las noches en la casa donde el Dr. Freud
escribía sobre el psicoanálisis. Un mediodía se acabaron nuestros encuentros y
no volvía a verla nunca más. Perduran evocaciones de aquel barrio que era la
aljama de los judíos pudientes. Primrose Hill se llamaba
III
Todos desfilan compungidos ante el besamanos y los pésames
duelos y empatías por doquier te acompaño en el sentimiento su cuerpo apareció
yerto entre las peñas al lado de una botella de vino y una caja de pastillas
muerte voluntaria fue el veredicto nadie quiso decir suicidio… ¡Hipócritas!
Prefirió una muerte dulce de alcohol. Nos matan de soledad de olvido de aburrimiento,
activan la maquinaria del ninguneo, enchufan el ventilador de la mierda,
sacan de las charcas a las ranas cantarinas y a los sapos y luego llaman a las
plañideras y el besamanos se convierte en poseo, ahí las tenéis a las esclavas
sexuales, las pobres hijas de Eva, meneando caderas por la catasta. Haciendo
hip-hip por la pasarela. La vida moderna es un escaparate todo bien colocado,
nada es lo que parece por dentro va la procesión y la mierda
Importa mucho salir
en televisión un segundo de televisión, siquiera un momento dulce para los
ídolos destronados. La Campos sigue
pidiendo limosna a la puerta de los platós. Una limonista por amor de Dios.
Quiero que hablen de mía, aunque sea mal. Todos acuden al arrimo de los focos,
desfilan ante el cadáver del manantial de la doncella, musitando la manida
frase de qué buena era… grandísimos camándulas pieles blindadas en conchas de galápagos abroqueladas
en sus sonrisas y criando costras como
corazas, un país sin sentimientos donde todo es fingir. España es un país de ex
frailes y de seminaristas rebotados y de monjas que se enganchan al carro de la
política. Católico y cruel. Es la lucha por la vida todos a trepar por la
cucaña y luego a retreparse en el sillón sobre moqueta dentro de los muros de
un edificio con oficial.
Blanca esquiaba la nieve de Siete Picos montañas del alma
y mirando para ellas pasó mi infancia como una gacela, ganó medallas y luego se
olvidaron della. Troquel del oro que hicieron oropel. Vivió el ostracismo, el
despecho, el ingrato olvido; fue extranjera en su país. Mira ahora cómo lloran
todos estos en la querencia de un arrimo (qué hay de lo mío), una donación y
todos esos gajes del oficio. Descanse en paz cuando el olvido aviente sus
cenizas sobre las peñas y la nieve del macizo central. Era una carpetana una
mujer cordillera.
Desde
el miradero del Pinarejo, sin poder evitar
su estupor y resentimiento ante la insensibilidad y despecho de sus
paisanos, con la mirada de la carne contemplaba la torre de la catedral
(ebúrnea y misteriosa piedra sin tiempo capitel redondo dando cobijo a los
vanos del campanario) alzándose sobre los merlones de la muralla y el negro
ciprés que besaba con la punta de sus ramas… el matacán donde estuvo el aula de
mi primer colegio y la monja como yo era zurdo me ataba la mano izquierda a la
pata la mesa para que escribiera con la derecha.
Vi
a los soldados de la guardia romana el morrión rematando la galea en forma de
cresta de gallo y escuché las alertas del centinela al relevo de la primara
vigilia. Segovia ciudad amurallada y romana. Cerca de la plazoleta y el arco
del Socorro estaba el bufadero. Los cierzos del invierno hacían concilio allí y
se disputaban con el ábrego y el solano el sombrero de los viandantes. En lo
alto del templo estaba la acrópolis. Cesar Augusto empezó a recibir culto de
idolatría en la ciudad donde yo había nacido. Fue coronado el emperador dios
del Olimpo el año 34 Ad. Era invocado por las congregaciones populares y su
estatua incensada cada tarde por uno de los flamines de turno que trepaba hasta
su imagen por una escalera colocada en medio del Acueducto. A mi izquierda a
los pies de la sacramental de san Andrés estaba el Corral de los Huesos donde
siempre oí yo decir que estaba enterrada gran parte de mi parentela. El osario
de los huesos desapareció a finales del siglo XV por orden de la inquisición.
Tibias y calaveras ardieron en la gran pira, gran almenara se preparó. Muchos
de mis compatriotas que le dan a la sinhueso sin ton ni son hablar por hablar
desconocen su historia y ubican la necrópolis hebrea donde no es. En las cuevas
del Pinarillo allí donde el Clamores abraza a la ciudad para casarse en estrecho lazo con el Eresma se alojaron
ermitaños durante roda la edad media, hacían penitencia, se flagelaban y
lloraban sus pecados frente a la ciudad donde no podían entrar por haber
cometido algún agravio. Segovia pecadora magna peccatrix. Albergue de putas y
de perailes. Cuando yo era niño se
alojaban en aquellas espeluncas tenebrosas familias gitanas. Yo recuerdo a una
gitana con el pelo negro subiendo aguas al Clamores por el Camino Nuevo toda
vestida de luto y en alpargatas también negras como el mandil la cara cubierta
de arrugas y los ojos penetrantes de vidente hasta San Analecto con manojos de
romero. Que ofrecía a los viandantes. Al que no le adquiría un manojito le
largaba una tremebunda maldición:
—Mañana
te enterrarán, señorito. Ya oigo el gorigori, caminas por el mundo con la vela
en la mano
A
veces la sentencia de la gitana se cumplía y en alguna de las cien torres de la
ciudad tocaban a clamor… ¡Qué miedo Uy!
La
Sacramento a los niños de posguerra nos infundía pavor. Al verla huíamos hasta
refugiarnos en el regazo de neutras madres:
—Mamá
que viene la gitana Sacramento
Los
gitanos habían establecido un aduar en el Pinarillo y aquella bruja moraba en
lo que hoy llaman cementerio hebreo donde se exhibe un rótulo con la bandera de
Israel y se canta la Hativka algunas
tardes, pero no era un cementerio sino un eremitorio. Estamos regando fuera del
tiesto y cantando responsos en el sitio que no es. No obstante, el kaddish
seguirá resonando hasta el final de los tiempos.
Caminaba
la madre Sacramento acompañada de un gato negro y detrás venía el jefe de la
tribu, su marido, en un caballo lucio. Cuando vendían toda la cesta regresaban
a su guarida, allí donde aparece hoy día una lápida con la estrella de David no
había camposanto ninguno que ya digo el verdadero lugar de reposo para mis
antecesores que fueron a descansar al seno de Abrahán se encontraba intramuros
cerca del enlosado de la catedral a espaldas del templo de san Andrés allí
donde alguna vez rendimos culto a Erifos el cabrito que es como se representaba
en Grecia a Baco. Se disfraza de chivo expiatorio, aunque realmente es un lobo
feroz. No le hagáis caso, alejaos de la botella.
IV
Duro es el mundo de Solapos y Albacora, los dos dioses
desconocidos a los que veneraba Roma, pero esta mañana de verano misa de san
Agustín mis males se lleve, después de la avenida que anegó los campos de
Valdemoro me acuerdo de mi amigo Paco fenecido hace doce años…¡ cómo pasa el
tiempo! Umbral era Umbral. Le canto un responso mientras me zampo una albacora
de la primera cosecha de la higuera que planté en el huerto. Chimenea y huerto;
soy feliz mientras miro para los muros derruidos de la patria mía, Segovia
triunfal, el gran cedro del convento de las jesuitinas, los merlones de la
muralla por donde se asoman los fantasmas de mi pasado… todo son pesares y
arrepentimientos.
La Virgen del Socorro desde su camarín engastado en la veranda
de la balconada me mira con ojos maternales e indiferentes extendiendo su manto
protector sobre el barrio judío. Un rabino baja por las escalerillas de san
Roque con los doce panes de la preposición. Una parida lleva las velas de la
purificación; el cantor ante la congregación de san Andrés entona la Shemá. En
el océano de las borrascas se precipitaron nuestras ansias y desdenes por causa
de la política. Suben y bajan los espectros (Wraith); el caballista
Jurry cabalga sobre su mejor alazán. Una recién casada alza el velo “huppah”
y el mundo se hace de noche en espera del amanecer de los hijos. La
congregación corea epitalamios… cuando el rey Nimrod al campo salía… yo
contemplo desde mi tabuco toda la estrellería que ilumina el mundo de la edad
media, tal y como era este barrio antes de 1492. Miriam la recién casada acaba
de ser desvirgada por Jonás su marido en la noche de bodas, hace un baño ritual
(mikveh), se frota sus partes con agua de lluvia, el sacristán va de acá
para allá picando a las puertas de todos los miembros de la comunidad clamando
a voz en grito:
—Nos
ha nacido un niño que será rey de Israel.
Cunde
en aquel instante la alegría por toda la aljama
Así fue y así será. Me envuelvo en las
filacterias del tefillot, bufanda de oración, y lloro mis pecados que
perdonará siempre Adonai por Yom Kippur. Portamos los judíos la llama del fuego
sagrado, libamos de la copa del dolor y del vino de eucaristía. Señor bendice
este zumo de la vida fruto de la labor y de los trabajos del hombre (kidush)
amen… amen que este pan y este vino sean la garantía de nuestra salvación (pikuah
nefesh) pues para salvar vidas y no para destruirla fuimos puestos los
judíos. Somos los elegidos del sufrimiento de la paz y del perdón, nos agrada
decir shalom. Que esa palabra esté siempre en nuestros labios amin… amin. Todo
es perecedero y extinguible pero los hombres van de acá para allá en una
poriomanía incansable buscando la tierra prometida, somos trotamundos viajeros,
peregrinos en esta vida devorados por los félidos─ tigres leones gatos ─y
alimentados por los solípedos animales de casco: la vaca, la cabra, el cordero.
El mundo se divide en buenos y malos y en animales de garra y pezuña. Seamos
prudentes y diligentes… Cunctanter… oído al parche y ojo al cristo que es de
plata. Tañe el esquilón y se duermen todos los tordos al son. Sklepos…
dura y áspera es la vida misma… este adjetivo griego es un monograma que vale
para definir cómo es la vida entre gentes envidiosas desalmadas indiferentes,
ladrones, codiciosos y escoliastas. I am a dangling man. Vivo colgado de una percha, subido a lo alto de una columna como Simón
Estilita. Vivo dentro de un arco formero y mi punto de apoyo es un ladrillo
sardinel pero, como soy algo escaro y tengo una pierna más larga que otra y se
me hinchan los tobillos, piso mal y me fatigo cuando me atrevo, audaz, a largas
caminatas… tú me dirás, Rui Blas. Sé manejar el escardillo y el almocafre pero
esa habilidad es de las que no valen para nada.
De tanto
empinar el codo yo padecía prurito vesical y mis canales urinarios ardían en el
escozor de la ascitis. Por tu uromancia y poliuria yo te conjuro beberás
aguardiente de olivo. Triste destino el del borracho. He sido un patoso en
todas partes, perdí las grandes oportunidades.
Nada me salía a derechas. Un día quise abrir una librería de lance en Canterbury,
pero el arzobispo me dijo que no era buena idea. Un pub en Londres sería más
rentable, hijo mío. Los libros no los quiere nadie. El ángel de la muerte que
odia la verdad y el consuelo derramó su copa de acíbar sobre las páginas de los
grandes textos. Quemaron las novelas de los excelsos autores y a la hoguera
fueron las enciclopedias y los grandes tomos de psicología, pero en la gran
almenara sobrevivieron los textos mediocres de Irene Besaya esa que ayer parlaba en la Radio Aprisione con el Calvo de los Halagos un tal Peño que no
ha soltado aun la chaquetilla de camarero a ver qué va a ser los señores.
Pues la Irene
hija de Quintero pare más que una coneja hijos fornecinos de su imaginación
calenturienta, inunda de títulos los booksellers
de los estantes de estaciones y aeropuertos. Es una designada, una elegida.
Ellos los de la mafia político-literaria se hacen la ola unos a otros y el
resultado de la maniobra no puede ser más cretino. Vivimos en un mundo
endogámico yo me lo guiso y yo me lo como. Son los hijos espurios del
franquismo, trasvertidos de Generalísimo (al que por cierto trasladaron ayer de
cementerios los hispanicidas y cristofobos quieren derribar la cruz del valle.
Hemos asistido abochornados los hispanos al
lamentable espectáculo de la ministra de Justicia la Casandra esa que había sido puta antes que ministra y
cocinera antes que monja dio el sonoro) exhumando las cenizas del Caudillo que
nos liberó del yugo judaico. Ahora vuelven por donde solían. Lo han puesto
todo al revés. Pero son sólo toreros de
salón americano y cócteles en el Palace. Franco les ganó la guerra ahí les
duele supuran por la herida y lo dejó todo atado y bien atado. Así que la hija
del Quintero rotula una de sus
execrables títulos con el predicado "No matarás" y no se acuerda de
que su padre el maldito cojo de las columnas de "La Voz de Ciruelo"
tiró un día en Toledo a su madre por la ventana. Muerte a los filósofos. Venían
con una tea los seguidores de la diosa del fuego Arson Luminia y la
blandían sobre los campos y las torres de las ciudades que se incendiaban, el
fuego arrasaba las plazas y las campanas de todas las villas tocaban a muerto. Arson Luminia es la compañera de viaje
de Finsternis la deidad del amor
oscuro, Nemesis representada por la serpiente de Aneo la Peste que llaman
Pfluge muerte a los cuatro días por pulmonía (la pandemia viene de China y es
transmitida por múridos, pues si las ratas transmitieron el morbo bubónico esta
infección que llaman cuna o gripe aviar pasó a los humanos por picadura o
contagio de murciélagos. Los dioses nos temiten el castigo. La homosexualidad
el tribadismo la incontinencia determinan el estado de la cuestión. Dejad que
las bolleras feminazis honren a Safo.
La informática
a la cual di muerte era de aquel gremio. Tuve la verdad un mal día. Cave canem. Cuidado con el perro. Ojo a
los mastines. Pululan por doquier. Muchos se han hecho periodistas y
tertulianos o tertulianas, melena al viento bellos palmitos hermosos rostros
que esconden el alma negra cuajada de fealdades de mentiras asesinas, la crija
o la verija supurándoles entre las piernas. En el país huele mal. El asno de
Balaam rebuzna por las esquinas. Al gran jefe se le ha puesto cara de trasera
del trolebús... a face like the back of a bus, decía mi querido suegro
Mr. Hugh. Quiero ir a Londres a un cementerio de Dagenham a llevarle
crisantemos. Es el mejor inglés que conocí. Su esposa se llamaba Grafila y
tenía un tío por nombre Harry y por apellido Escolex, abollonado de cara y
corto de vista. Al mirarle yo me daba cuenta de que soy una escolopendra y que
mi mente es un ciempiés. Dares y tomares. El marqués estaba en la sombra la
mirada alzada hacia el horizonte y la espada en su mano pues la necromancia es
un arte del demonio. Mucho se practica en Valladolid. Allí viven metecos en su
propio país, de poca sustancia, huéspedes del Gran tornadizo que los inviernos
van a la iglesia no por devoción sino para calentarse en las estufas de los
templos mixtilíneos donde la Virgen se confunde con diosas de la antigüedad.
La
contemplación de Segovia que es la ciudad del mundo que más se parece a
Jerusalén me fascina al tiempo que me causa dolor, porque son casi lancinantes
los recuerdos a causa de estos tiempos compungidos porque cuanto yo amaba en
ella ni es ni está. Tampoco se le espera.
En ella yo
nací por desgracia bebía agua en la Fuente del Tornadizo. De niño mis padres
quisieron llevarme a Quitapesares un manicomio que estaba en la carretera de la
Granja de San Ildefonso porque observaron rarezas en mi conducta, siempre tenía
ganas de comer, fui un niño gordo maltratado víctima del bullying de sus
condiscípulos (me llamaban fati, meona y marica a uno que me dijo eso casi lo
mato, arranqué contra él a tirarle cantos al sobaquillo, le hice una buena
pitera en el colodrillo, no volvió a llamarme eso más) al que le gustaba la
soledad, muy impresionable, que tenía ciertas manías y una viva imaginación, me
sobaba las manos y daba vueltas a los palos que encontraba en el patio del
colegio y jugaba con las ramas de los tilos que se venían abajo partidas de
brisca. Recordaba aquellos tiempos y mis ojos se extendían hacia la vaguada del
Clamores de donde se podía obtener una buena panorámica de la muralla, dando
gracias al altísimo por estar vivo, porque huí de la cola del león siendo
cabeza de ratón, no me enchironaron, aunque los malditos quisieron darme por
culo, pero yo no me dejé. Detrás estaba la catedral. Vi un gato negro
acicalándose en uno de los merlones de la muralla romana. Estaba justo delante
del tejado de la casa donde yo vine al mundo, San Valentín 4, la Casa de la
Troya, mala señal, tuve miedo. Me habían pasado muchas desgracias en la vida y
en el fulgor eléctrico de la mirada de aquel michino me hacía pensar en desdichas.
Leí en ellos mi sentencia, que era sufrir y padecer de por vida. Lo tenía bien
asumido. Aquel felino era el símbolo de la indiferencia con que me recibía la
casa donde yo nací y por los ojos del gato se asomaba la ventanera de mi madre
que me parió primero y luego me maldijo... no perteneces, no estás en el grupo,
no eres de los nuestros. El gato negro da mala suerte, pero mi miedo se trocó
en espanto a los pocos días cuando marché a Galicia un balneario para recuperar mi precaria salud,
me crucé con una meiga que me escrutaba de arriba abajo. Bajé corriendo por las
escaleras del hotel donde me hospedaba, salí a la calle, corrí despavorido por
una rúa larga jalonada de casas de piedra en cuyas paredes solitarias y
deshabitadas resonaba el eco de los versos de Rosalía. Un coche con matrícula
francesa se paró a mi vera. Oiga, buen hombre, me puede decir donde hay un
banco para cambiar moneda... son las cuatro la tarde de un viernes y las
sucursales bancarias han echado el cierre, mañana es el Día de la Virgen... un
extranjero un hombre muy grande un indio de raza aria asomó su cara espectral
por la ventanilla y en un movimiento rápido me arrebató la billetera que yo
llevaba en el bolso del pecho de la camisa veraniega. Fue un visto y no visto.
Cuando me quise dar cuenta el rumano o lo que fuera había desaparecido. Corrí
despavorido en una búsqueda inútil, alcé la vista y me topé con la mirada
espectral de la meiga que nos estaba observando desde un balcón. Grité:
"señora, al ladrón, al ladrón que me robó". El espectro cerró la
ventana de la casa de piedra y me lanzó su maldición... ainda etoufes, neno. Su mirada era muy poderosa y quemaba casi con
más poder y furia que la del gato negro.
Los ojos de la meiga constelada de sartas y de medallas al cuello eran
los ojos del basilisco. Conjuré mi inquietud aferrando las cuentas de un
rosario que siempre llevo conmigo... Sálvame Virgen del Carmen. Nunca podré
olvidar aquel atisbo de la saludadora galaica que llenó para siempre mi vida de
inquietud. En mi cartera llevaba unos cien euros. En hora menguada pasé por el
lugar un día de agosto cuando España se convierte en cueva de ladrones de
peristas carteristas, violadores y expertos en el arte del latrocinio y del
tirón. No es fácil vivir bajo el yugo férreo de los mangantes. Nuestros
políticos reenvían buques de guerra para recoger emigrantes del Aliyah invasora
que cruzan el Mediterráneo con plegarias a Alá. La cimitarra sarracena se
mecerá sobre nuestras cabezas después de los versículos al Alcorán, tras la alcatifa
y el Ramadán, los sermones del papa Interpuesto ese argentino del enorme
trasero y rostro de vinagre, que a España le hizo tanto mal. Es la hora de los
mangantes. Manda en la calle la apisonadora de la mentira y hay mucha angustia
en los corazones. La tele es una máquina de dar por el culo, cloaca de
inmundicias y zafiedades. Machaca nuestras meninges con consignas, activa el
miedo. Después del incidente de mi encuentro con el rumano que me robó no tuve
más remedio que refugiarme en el ribeiro. Me bebí litro y medio y me puse
coloquial y parleto. En ese estado de euforia yo perdono a todo el mundo.
Cuando subí en el ascensor de mi hotel me miraba en el espejo para saber si mis
ojos estaban brillantes y echaba el aliento en el espejo del elevador pues todo
mi afán era procurar que mi mujer no advirtiese que había libado de lo mío por
el aliento. Advierte el Talmud que la borrachera es cosa de paganos. En eso no
estoy de acuerdo pienso con muchos judíos que el legado de Noé es una de las
grandes cosas de esta vida porque cuando no hay remedio litro y medio.
Si los niños
callan hablarán las piedras voz de inocentes que desdicen las mentiras de los
micrófonos las palabras al oído de las planchas masónicas prometiendo progreso
y dejando desolación a su paso. Busco en los recovecos de mi existencia
aquellas corresponsalías en Londres y en Nueva York fui un elegido de los
dioses, un ángel caído en el barro democrático. Hube por descontado mis
maestros y epígonos que abrieron senda antes que yo. Uno de ellos fue el
manchego Eugenio Suarez un falangista hijo de un médico de Daimiel al que los
rojos fusilaron en una cuneta un día de niebla de noviembre a favor de la
oscuridad y de las sombras pero pudo huir y refugiarse en una alquería donde le
lavaron las heridas y por Somosierra se pasó a los nacionales. Era un joven
periodista de flamante pluma al que sus jefes enviaron como corresponsal a
Budapest. Yo fui el ultimo de aquélla brillante saga el mejor racimo de las
parras literarias de España. A Eugenio le cupo la gloria la gracia y la
desgracia de relatar tal como fue sin proposiciones viciadas (escueto y
solemne) el holocausto o lo que dicen holocausto que no fue tal sino el
resultado de los dimes y diretes y crueldades de toda la guerra, pero el
espíritu celeste del mal se sirve de aquel incidente histórico para acabar con
el drama de la pasión del Señor. Llegó a la ciudad más bella de Europa en un
flamante Volkswagen con escolta de soldados alemanes. Y asistió a la
destrucción del bello enclave magiar que había sido sede de toda la judería
europea y donde los judíos habían podido convivir con los cristianos sin
fricciones. Las fortalezas volantes norteamericanos acabaron con aquella buena
relación. En la segunda guerra mundial la vida valía muy poco. Por unos pengos
podías comprar un salvoconducto, una mujer por una noche y tres bocadillos de
salchichas, nos cuenta Eugenio Suárez en
su libro “Corresponsal en Budapest”. Que no me vengan con historias. Yo cerré
la tienda de aquellos próceres del periodismo en Nueva York. Fui el último de
la saga, el postrer mohicano. Cuando el gran Filipo blandía puños cerrados en
Manhattan y amenazaba con enviarnos a todos a un campo de concentración o
fusilarnos. Tenía como alátere a Maraña que me insultaba cada vez que podía. El
odio rojo les daba vitaminas, pero no eran moscovitas. Venían criados a los
pechos de las principales universidades californianas. Es para vengar mi
deshonra por lo que maté a la funcionaria.
V
Ahora contemplo la magnífica visión amurallada
de Segovia desde la Hontanilla. Me deslumbra el brillo de las piedras, me
atenazan los recuerdos, soy presa de mis remordimientos.
Los mandilones dicen que allí estaba el
cementerio hebreo, pero no es así. Hubo un camposanto judío en el Corral de los
Huesos en lo que era hasta hace poco el macelo municipal pero, al dar la vuelta
a la tortilla aquí todo el mundo se declara más papista, que el Papa y más
israelita que san Melquisedeq, cuando hasta hace poco nos corrían a gorrazos y
ese es un tema en el cual no quiero entrar porque me exaspera, yo he venido a
contar la historia de mi amigo Manahén
Gumersindo Arije que creo que llevaba sangre de los elegidos por lo
menos en un cuarenta por ciento como tantos y tantos españoles, era cuarterón
igual que Franco y Hitler. También nacido por estas veredas en la que llamaban
la Casa de la Troya. Debía de ser algo pariente del gran Tacaño y se emocionaba
cuando leía el Buscón y narraba a sus amigos las aventuras del Domine Cabra, un
segoviano típico. Segovia
"peccatrix" pecadora y cicatera. Segovia viene del celta y quiere
decir cumbre (vía hacia la cumbre con el otro sufijo) ¡No te jode! Y tan
pecadora que aquí no cabe un tonto más. Le han erigido un monumento a Satanás.
Mis paisanos escupen las arras. Nací en esta ciudad de acarreo, tierra de
perailes, urbe condita en rencores, gente del bronce y de la hoja, y de
tusonas, mulas del diablo y barraganas de curas remolones y frailes menoreros
se la estaban meneándola todo el día obsesionados con el sexo. Había un ciprés milenario al otro lado de la
muralla que derramaba parte de su enramada sobre el tejado de nuestra
casa. La vida me hizo escéptico ante
ciertas solemnes verdades que se fueron por la posta, pero no soy mala persona,
creo, hasta ahora no maté a nadie, sólo a la archivera que era fea como un
pecado mortal del puño y la rosa, una socialista asesina que en sus tiempos fue
monja de las hijas de María. La di el pasaporte por amor a España. Sólo soy
necio e inconsciente, iluso y algo bocazas pero no comulgo con ruedas de molino
ni me gustan las mariconadas. Por eso, he venido a prosternar mis huesos ante
el clemente Zeus tronitonante, Señor del Olimpo, padre de todas las creencias,
de todas las religiones, cuyo decálogo en piedra bajó desde las cumbres del
Olimpo: que Corán, el Candelabro y la Cruz se junten, pero todas ellas a los
pies del Gólgota Redentor y a la sombra del manto de la Virgen María.
Lo veo difícil
porque la humanidad acostumbra a matarse en nombre de la divinidad y ahora en
el Vaticano están hechos unos zorros con eso de que obispos y cardenales
sodomicen en sacristías y confesionarios a los niños de coro con todo y eso el
pobre Villeguillo, vagabundo segoviano, no renuncia al legado cristiano— demasiado
viejo para cambiar de religión—, sin perder de vista la tradición y
el testimonio de los mártires, que conectaron el Nuevo Testamento con el
Antiguo y el fervoroso politeísmo de los dioses oscuros. De todos ellos
venimos, en todos ellos nos miramos y a través dellos escuchamos la voz del
Criador que es polifónica y habla de mil maneras y en diferentes tonos a los
mortales. Que enmudezcan los púlpitos, bajen su voz los letrados, tiren al
suelo sus mitras y sus báculos episcopales los jerarcas perversos y alcen la
vista a los cielos de donde nos viene el resplandor de un dios más humanado.
Zeus se convirtió en Cristo. Aunque el
Rollo de la Ley de mis mayores nos avisa:
—No derramarás
sangre ni semen.
—Bah, eso de
la religión es puro convencionalismo — clamaba a voces el diablo encaramado a
lo alto del acueducto, mientras se trataba de beneficiar a la alcaldesa. A
Belcebú le vuelven loco un culo grande y unas buenas "domingas" por
otro nombre tetas. Le gusta tener de donde tirar y la burgomaestra es un montón
de carne.
—Pues si no
hay Dios, tú tampoco— le dije yo a Satanás que se pavoneaba por aquellas fechas
de haber dado al traste con la unidad patria.
Me subí a la
alcatifa de los Sueños. Que es un transporte barato y celestial para viajar al
presente y al futuro. El pasado es negro. Estuvo teñida de sangre el aura de esta
ciudad, pero es así como se construye en el eterno caminar de la historia.
Ahora recuerdo mis tiempos de corresponsal en Londres. Yo era un bohemio. No
tuve la suerte de mi colega antecesor Eugenio Suarez. Su nombre estaba escrito
en el cuadro de honor de la vida y yo no era más que un advenedizo, un palurdo
de Segovia con sangre arriera y trajinante. Los dioses me inscribieron
extramuros, fuera del círculo de notables. Sólo Baco algunas veces se apiadaba
de mí; era una piedad traidora y peligrosa que se esfuma con la espuma de las
resacas.
En lo alto del
puente romano el Príncipe de la Mentira se estaba colocando o a lo mejor se
estaba haciendo una gallarda el tío guarro. Lo cual por causa suya España iba
de cabeza. Regresaban los fementidos y Tú/más, Youcan (tú puedes aunque
no sepas) no se cortaba la coleta. Había vuelto glorioso a la palestra, muy
ufano tras el permiso de paternidad. Yo cambio los pañales a mis hijos
lactantes y doy el alpiste al pájaro. Pero a España la estás llenando de alhorre,
eres tú y tu señora, la putilla esa que corre con los cartapacios de apuntes
por los pasillos de la Facultad de Políticas, un himno a la desventura, los que
nos queréis dar el pego disfrazados de comunistas, sois unos fementidos
burgueses, embebidos del coraje de la empleomanía ▬ chalé en
Galapagar y una nómina vitalicia en virtud de vuestra proclama de defensa del
obrero y la progresía cuando no habéis un palo al agua en la vida▬.
Pulso de la
lira la más sublime cuerda y canto a la mierda. Pues eso, allí donde están las
cloacas del poder. Un imbornal por moral, un sumidero en el gañote y trágala.
Es lo que hice
toda mi vida caminando a pasos perdidos por las tabernas y lupanares, brindis a
Erifos, honrando a Venus y al tabaco. No soy digno de colocar sobre mi cabeza
el manto de oración y la túnica pretexta de los flamines, contaminados por el
alcohol y la semilla derramada de tantos años de perdición, pero sobre todo por
la sangre: maté a aquella archivera que me estaba haciendo la vida imposible,
me sacaron de quicio los insultos, risas y escarnios de la Gran Bollera, sus
oprobios, sus carcajeos feminoides con la amiga por el teléfono ¿qué tal andas,
chati? Acabaron con mi paciencia, pero no seguí las enseñanzas de Job que nos
advierte que el hombre es carne de dolor, nace amontonado con la mierda y a la
mierda vuelve entre estertores. ¿De qué te engríes, Villeguillo? No eres más
que pasto de gusanos. Pero usé el fierro. Señor juez ella se lo merecía salí en
defensa de mi honor. Doce años de cárcel que quedaron reducidos a la mitad por
buena conducta. De mi estancia entre barrotes no quiero hablar. Lo haré otro
día.
Pero no te
sulfures, ni viertas lágrimas de cocodrilo, recuerda la paz de esta república que,
mediante la bondad, la sabiduría y no con los misiles aplastará la cabeza de la
serpiente, colócate el manto de oración sobre la testa y cíñete al cíngulo de
tu sacerdocio, cubre tus cabellos de ceniza y aguanta el chaparrón, piensa que
te has perdido por tu mala cabeza.
Recuerda que
tú eres de la casta del ligur Silvinus Crassus, el capellán de las Vestales.
"Sint lumbi vestri praecinti", ataos los machos para defender
la verdad.
—Eso son sólo
palabras que de poco nos valen, padre mío. Rezar. Llorar, suplicar, abajarme
escuchar el silencio de los corderos hasta que rompiera el alba con su esquila
de luz mañanera proclamando una bucólica verdad que no existe. Es lo que hice
toda mi vida, si bien tengo un mal pronto que me enajena. Mis enemigos tómanme
por loco y por psicópata. Lo malo es que puede que lleven razón. Yo me acuso y
lloro ante el "muro de Lamentos" sobre la piedra basal de este adarve
latino en honor del poeta Juvenal de haber expresado mis dudas sobre muchas
cosas en el bamboleo de mi fe vacilante en una vida con no pocas vueltas y
revueltas que no fue nada circunspecta a causa de incomprensiones,
persecuciones y sufrimientos.
El diablo mueve la cola y amenaza con tirarme
desde el pináculo del templo. Con esa precisa idea de expiación he vuelto a la
Urbe pecadora a prosternar mis huesos ante la piedra esculpida cerca del
postigo del Consuelo. El vado del Río Clamores me separaba de un pasado cuajado
en arrepentimientos y congojas y un futuro incierto: Parce mihi Domine,
parce mihi. Pago mis culpas y al darme de cabezadas contra la piedra de
Publio Juvenal que debía de ser el prefecto de la ciudad por mandato de Cesar
Augusto, el constructor del Acueducto de Segovia. La brisa que mecía los pinos
me traía fragancias de un pasado al que viajo con frecuencia en alas de mi
imaginación entre sonido de tambores y flamear de estandartes; desfilan ante
mis ojos las cohortes de manipularios, ferentarios, honderos y la milicia de a
caballo que acampaba en el páramo de San Medel, aquel anacoreta que hizo
penitencia en las cuevas del Pinarillo. Invoco a los dioses en mi tarea para
que vengan en mi ayuda. Aguardo respuesta y me entrego a mis plegarias que son
un monólogo baldío. De la misma manera que yo acometo esta tarea de poner negro
sobre blanco la historia de la ascensión y la caída de mi personaje: Manahén
Arije, un vagabundo que fue por la vida sin suerte, que se juntó con malas
compañías, era un pícaro de siete suelas como muchos hispanos, al que tocó
bregar de lo lindo, engañar siempre y trepar por la cucaña de la competencia
echando rivales abajo. Da paz a mis muertos, Júpiter, por la intercesión del
Crucificado. Otorga tranquilidad a esta afligida y tornadiza ciudad de que
anda, confusa, elevando estatuas al diablo. Acordaos de mi Aderita y de Auxenia
Xeny (el mirlo blanco) la miruella como yo la llamaba cuando era
un bebé. La hija de mi corazón a la cual de
mayor conocí cuando tenía 45 años. Por mi culpa, por mi gran culpa. A mí me
pesa. Es la hora de un “confiteor”. No valdrá para nada mi atrición- no hay
perdón que valga.
Rezo la plegaria
acostumbrada y hago voto de ofrecer un gallo a Esculapio. Ave, Cesar. Me
dediqué vagar por el recinto amurallado. El gran cedro del convento de
jesuitinas que dio sombra a la infancia lo habían talado los mancipes
dendricidas y poco avisados. Lo malo de estas plegarias es que
constituyen un monólogo. Preguntas sin respuesta y a Villeguillo hombre de
costumbres poco recomendables le parecía que Adonis estaba muy lejos en algún
planeta por ahí perdido constituido en estrella filante.
Rezamos,
pedimos, imploramos, hacemos vaticinios, rogamos, exclamamos, cantamos y como
si nada; el dios pone orejas de mercader a las súplicas. Se desentiende. Zeus
mora en otra esfera, nadie sin su permiso escalará las peñas del Olimpo. O a lo
mejor que ese día estaba de mal café o no se había traído el sonotone. En mi mente el mosaísmo, el
islamismo y el cristianismo se conjugan, pero antes de que vinieran las
aparecidas y de que el apóstol desembarcase en Padrón en una patera de piedra
los dioses familiares presidían nuestras vidas y nuestros actos. Dejémonos de
biblias en verso Es por lo que yo vengo a esta ciudad sorrapeando los párrafos
de “Ab Urbe condita”, Tito Livio
impávido e imparcial. La piedra de Juvenal era la roca viva de la cual manaba
un raudal de agua brava, las que se despeñaban desde Peñamellera. ¿Soy un
pícaro, un filósofo, un historiador, un sofista? no sé lo que soy, pero estoy
al tanto y el que avisa no es traidor, un nomo que se trasmuda y biloca porque
para mí no hay barreras ni de espacio ni de tiempo, soy el ojo de Ra, la mano
de Dios, que todo lo toco y todo lo
ve, émulo del Gran Piscator, lucho contra los malos y, aunque a veces haga
partija con Belcebú, no soy uno de ellos. ¿Doble agente? En la redoma de don
Cleofás, uno y no más, todos estamos. Pues Segovia, como Puente Perín, como
Barahona, Brañosera en Asturias, Hita en la Alcarria y las brujas de las peñas
encantadas de Cuenca, es lugar de hechicerías y encantamientos. Es plaza que
vio coronar con la coroza de la infamia a las “obispas”. Aquí dieron garrote a
mi primo don Pablos que subió los peldaños del patíbulo con mucho senequismo y
humor negro, rayano en el cachondeo, porque al jifero le dijo antes de meter el
pescuezo en la toza, que a la próxima vez arreglaran las tablas del cadalso que
estaban podridas “porque no todos tienen mi mismo cuajo”. Nos ha jodido mayo. A
ver tú si arreglas el andamio.
Vieronse
escenas lúbricas porque el momento de romanos se convirtió en anfiteatro
espectáculo porno de acendrado tialismo porque el de los pies de Cabra hacía a
pelo y a pluma después de cubrir a la alcaldesa por detrás fueron desfilando
los ediles y de los ediles, de los timbaleros, maceros y ministras de todas
ellas hizo ropa vieja con furor de casta
inagotable. Porque lo suyo fue siempre engañar y fornicar.
El padre de la
Mentira se estaba trabajando a la alcaldesa en lo alto del entrecuesto o cacera
que por arriba del acueducto. Escuché a una bruja que decía. Todo te lo daré si
te pones de rodilla y me besas el culo:
—Tente que te
unto
De su boca
desdentada se alzaron las palabras mágicas de un conjuro. La consigna de
aquellas elecciones convocadas por Perico los Palotes fue “tente que te unto”.
Frau Bald viceministra se quedó entonces en pelota picada. Por delante el
bosque de Bolonia entreverado de castaño y rubio, diose la vuelta y pudimos con
templar un orondo Coramvobis cordobés tan prieto de carnes como el de la Maja
desnuda. Íbamos a elecciones y al pucherazo. Los borcellares tenían la tranca
de la demoscopia en la mano y así no hay quien pueda, claro. Todos a mascar
torreznos de la olla podrida. Se sublevaron los que no probaban jalufo. Siempre
será lo que ellos digan, pues tente que te unto. Amén. Hay me las den todas.
Jugar con las cartas marcadas es una añagaza del sistema electoral que
padecemos y ya se sabe: las urnas las carga el diablo. En los días de comicios
graznan los ánsares y vuelan bajo las cornejas. Hace un frío del carajo. Tente
que te unto. No rebullas que te atizo. Entra la papeleta por la raja del
clítoris y redunda en escaños. Todo es como muy obsceno. Marca el paso como
dios manda, has de andar derecho como una vela y a callar, ojito.
Conjurote sal y cilantro
Por Satanás
Por barrabás
Por san diablo que puede más
Y este bálsamo de Ruibrás
Que esta noche quebraremos el cántaro
Y serás mía
Tente que te unto
Mi coño en tu barba
Debía de ser
la bruja maesa, pronunciaron un conjuro y la alcaidesa y el diablo con el unto
de serpol, beleño, cilantro y otras hierbas mágicas se volvieron transparentes,
espíritus puros y empezaron a volar que parecían aves de mal agüero. Los cielos
de Segovia estaban cargados de ominosos barruntos pues la diablesa no paraba de
decir “tente que te unto”.
—Y ahora ¿qué
quiere la señora? — exclamó el Amo del Mundo
—Que me batas
una buena tortilla francesa
—Date la
vuelta, alcaldesa, tente que te unto.
Un grajo
infernal al que mandaron los de arriba bajó de lo alto y sacó los ojos a la
estatua de la Virgen María que posaba en el edículo principal del Acueducto
mirando a poniente desde tiempo inmemorial. Aquel pajarraco hablaba y yo le
escuché pronunciar una homilía nefasta blasfemias a barullo:
—Tiremos abajo
a la Virgen Pura. Acabemos de una vez con toda la cristiandad, sus
supersticiones y falsías.
Pusieron
debajo de la lapida esta procaz blasfemia: “en mi coño mando yo”.
El maligno que
contemplaba el atropello encaramado al arco más alto reía mandíbula batiente,
luego empezó a ventosearse, sus discípulos hicieron lo mismo y todo el infierno
estalló en risas y en pedos del Ángel caído. Durante casi media hora toda la
plaza del Azogue olía a rayos. Ji ji ji ja jaja. Las descargas eran tan
profundas, de una violencia tal que los segovianos compungidos salían a las
puertas de sus viviendas, tapándose las narices o gritando ay madre el fin del
mundo. Entonces un cuadrillero de Lucifer el que se llevaba a la burgomaestra
dijo:
—Os pasa por
judaizar. Ya sois míos. Sólo míos.
En el azoguejo,
con tanto gurriato en pelo malo y tanto discurso, los políticos marranos y los
falsos obispos no paraban de sermonear, de dar explicaciones (ocurre siempre en
todas las crisis nacionales; las esquinas se llenan de plañideras compungidas y
de hermeneutas que tratan de explicar lo evidente, estamos todos hasta los
mismísimos de tanto parlamento redundante y dicaz… ¿no os lo decía yo?) y lo
evidente era que a redropelo de lo que decía la leyenda, la moza del cántaro
perdió la apuesta, el diablo ganó la partida y al poco tiempo… pues se casaron
y colorín colorado.
Villeguillo hizo esa profecía: el acueducto se
vendría abajo. Que otros salmodien y prediquen y yo decía: predícame cura,
predícame fraile, por uno me entra y por otro mesa sale. Yo soy Villeguillo.
Los que tiraron a la Virgen María de su pedestal estaban muy ufanos y sudorosos
y entraron un momento a repostar fuerzas en el mesón Cantimpalos. El mesonero
estaba a la puerta, era un señor gordo y calvo fumando en pipa. Los operarios
de la demolición se pusieron ciegos de tostoncillo y le dieron tantos besos al
jarro que al salir se desparramaron por la Vía de Roma haciendo eses. Adónde
irá el buey que no are. La profanación ya estaba hecha. La cosa no tiene vuelta
de hoja. Afloró en las pupilas y en los corazones un odio de siglos, un
deletéreo afán de venganza: Segovia ha dejado de ser cristiana, chiquitos, se
ha convertido en Aelia Capitolina.
—Pues muy bien
Al pobre
Felipe VI El Indeciso, otro rey pasmado, lo quemaron en efigie, pero como era
un enagüillas, asido al miriñaque de su mujer la asturiana y a las faldas de la
griega, la hija de la Federica, no vaya a ser que metamos la pata hijo — le
dijo— no conviene malquistarse con los judíos… tú a lo tuyo y a celebrar todos
los años la fiesta del Holocausto. El rey supino fue quemado también en efigie
durante las fallas. Los elegidos no perdonan a nadie. Nos tienen a los hispanos
tanta rabia que andamos todos al copo, crispados y tentando la navaja en la
faltriquera. Aquí no se salvará ni el apuntador por más que Jáuregui ya se los
esté trabajando para obtener un salvoconducto. Ya lo dijo Maquiavelo los reyes
cobardes y dominados por la parienta o con complejo de Edipo son despreciables
e inútiles para el gobierno de la república, cuentan con el desdén de sus
súbditos. Pero el sexto Felipe tiene cara de buen chico que no se atreve a dar
el pasaporte a los catalanes que le faltan al respeto y a los estatuarios
malditos que quieren quemarlo en efigie. España a este paso pronto se
convertirá en un auto de fe, si nadie pone remedio, Y el libelático obispo
Zapatones había firmado las actas
—Parecéis oro obrizo,
pero no soy más que oropel de ganga, no tenéis cojones— dijo Ursicinio
el Pecoso, un clérigo con malas pulgas que todas las tardes en la catedral
salmodiaba el oficio— con aires de desafío.
Todos se
encogieron de hombros, no hicieron caso de poetas ni de poetisas ni profetas ni
profetisas. Allá ellos con sus excesos y demasías. Hay que estar al loro.
Villeguillo, muy triste por aquel espectáculo, volvió grupas y salió de la
ciudad por el puente de Valdevilla que le vio nacer y jugar de niño justo por
el lugar donde pasaban las legiones del emperador con su estandarte
enhiesto y el carnero mascota de la
Séptima Victrix.
La casa y el
barrio habían sido arrasados por los vengadores, aquella colonia era una
reliquia del fascismo, casas militares puaf, según proclamaba, rábida, por los
micrófonos de Radio Segovia Victoria Latronca inflamada de odio al
pasado. Desmelenada e hija de un vencido, gritaba como una Euménide.
—Vuesa merced, señora, no hará falta que grite
tanto.
—Pues sí. Al
ver esas casas militares se me revuelven las tripas.
A Doña Viqui
la furiosa también se la revolvía, a decir de un urólogo, su coño canceroso.
Moriría a los pocos meses de decir esto sin confesión gritando reniegos
improcedentes.
También
profanaron una imagen de Santa Bárbara que alumbraba en las noches los inviernos.
Los judaizantes se habían empleado a fondo en aquella ciudad. No perdieron el
tiempo, así que hizo la de Teresa la conversa cuando los de aquel pueblo la
acusaban de tener un lío con su capellán que por cierto era un santo y poeta
eximio que luego subió a los altares y lo bajaron no sé si a garrotazos… llama
de amor viva inflamado de amor divino:
—De Segovia ni
el polvo las zapatillas.
En aquel
instante la santa abulense hizo la lazada y no quiso volver más a la ciudad de
la calumnia como ella la llamaba y es verdad: mis paisanos siempre fueron un
poco recontrajodidos.
Todos al santo
y a las limosnas, atentos al “tente que te unto”, consigna de los degenerados
de la oclocracia. Aquí lo importante es ir tirandillo, sumirse en las andaderas
del buen rollito. Meter la cabeza bajo el ala e ir a cobrar. Llámame perro y
échame pan
VI
Retumbaban las voces en el transistor del coche,
tenía conectada a la Voz del Pope pero aquellas voces venían del más
allá, clara advertencia al llegar a Segovia de que había traspasado Villeguillo
no sólo la barrera del sonido sino también la del tiempo y el espacio. Iba
sonámbulo por los caminos del pasado y el porvenir; ello formaba parte del don
de la ciencia infusa y la introspección de conciencias que tenía. Se perfilaba sobre el perfil urbano la torre
de la catedral, alta, augusta, inescrutable, la dama de las catedrales, en plática
monumental con la otra torre, que a la Ebúrnea hacía competencia: la Carchena;
cuando de repente empezaron a sonar aquellos gritos desgarradores. El altavoz
del radiocasete del coche subió al más alto volumen a pleno rendimiento de
decibelios, entonces la tierra tembló, vio abrirse una zanja junto a la
carretera del empalme de Revenga con Campamento de Robledo, no me detuve. Pisé
el acelerador, muerto de miedo, y en la rotonda de Hontoria me topé con una
estantigua, una procesión lúgubre de resucitados. Un fraile fallecido hacía
quinientos años encabezaba el tétrico cortejo. Cantaban responsos, kadishes y
lilailas y pude percibir con disposición armónica y buen concento las estrofas
del Dies Irae. Acúrdeme entonces de que yo podía estar viviendo pasajes
del Viernes Santo. Las profecías se cumplieron. El tropel de los difuntos
avanzaba con paso firme hacia las campas de Baterías donde en mis tiempos
hacían la instrucción los reclutas y los seminaristas jugaban al fútbol. Me
froté los ojos, no fuera a ser que yo mismo estuviese siendo víctima de
alucinación. Las exclamaciones del Salvador en el Calvario eran claras,
humanas, no las de un fantasma. Jesús llamaba a Eloim que en hebreo significa
el que Es y no reclamaba el auxilio de Yahvé que significa El que Está. El que
actúa. Eloy instaura al Padre del Nuevo Testamento mientras que Yahvé
representaba a la Ley Antigua, el dios justiciero. Por eso los judíos en un
intento por no caer en la blasfemia se abstienen de pronunciar el nombre del
creador, no lo mientan y apelan por sinónimos como Adonai (el Poderoso); en
virtud de aquellos aullidos de dolor quedaban preteridas las enseñanzas de
Moisés, se abría un tiempo nuevo y sincretista, en comunión con las divinidades
oscuras.
Seríamos crucificados y preteridos a causa de la
cruz. A los discípulos del Nazareno a unos los echaban a los leones, otros
encontrarían la tumba anónima de la fosa común, pero a la mayor parte entre
mofas y escarnios se les pondría a las espaldas el cartel de "No soy
persona". Se los consideraba peores que bestias de carga. Nos decía
nosotros somos los elegidos, vosotros los paganos, los "goim".
Destruiremos vuestras casas, violaremos a vuestras mujeres, fomentaremos aliyás
e invasiones solapadas, vendrán de lejanas a tierras a comeros el pan al albur
de la martingala de los derechos humanos. El Padre Ángel (morirá del
fuego de San Antón así reaviente como el lagarto de Jaén) convirtió su iglesia
de en una cuadra, en una cohorte de cerdos y en una perrera de gatos, obligando
a los santos a oler mal, era de los que más alzaba el gallo. Y se volvieron
lluecas las gallinas del corral mediático.
Bergoglio se colocó sobre sus argentinas sienes la
mitra del obispo don Opas, era el mandamás de aquel contubernio de anticristos.
Mucho sufriríamos por aquellos días ¡Ay, Señor!
—Vosotros la raza de víboras estáis allanando mi
morada, acabáis con mis creencias, destruís la historia — yo les dije
enfurecido por tales desacatos.
—Nosotros
vuestra historia nos las pasamos por los cojones. Sólo nos importa la Memoria.
— ¿Y qué hay de lo mío? — contesté
Ellos no respondieron. Se fueron cantando al modo
de los Rolling Stones, Mike Jager escupía contra el firmamento a la par que se
rascaba los cojones en plan provocador.
Era un sacerdote de la Ley quien así hablaba de
forma soez en lenguaje de la chusma. Eran chusma, odiaban la excelencia,
condenaron a los españoles a ver eternamente los programas de Jorge J. Vázquez
y les pusieron al cogote la argolla de la Sexta para que diesen vueltas y
vueltas al azud mediático de la plebeyez y el aburrimiento. Instauraron las
horcas caudinas.
A mí me seguían pasando cosas. Por poco se sale de
la carretera mi Renault. Hube de pegar un volantazo. Un mozo de escuadra a la
altura del Puente de Valdevilla me dio el alto. Y me multó 200€ por no llevar
un lazo amarillo en la solapa del parabrisas. Bajé del coche todo indignado y
le hablé en catalán:
— Oiga agente tú no eres quien, yo sólo atiendo a
la Guardia Civil. Además, no me gustan los lazos amarillos, el amarillo es
color de la muerte, ningún actor del teatro se viste de ese color en un
estreno, da mala suerte. Estrellas amarillas la llevaba en Auschwitz y lazos
amarillos las portaban de emblema en el ojal de la americana los judíos rusos
que exigían al Politburó les permitiese emigrar a Israel y hasta que no
acabaron con la Unión Soviética no se quedaron a gusto. Aparentemente los hebreos se salieron con la
suya y hoy el Estado que preside Bibi es una sucursal del KGB tendiendo puentes
con Putin.
El Torras Chorras, gerifalte catalanista un
Orlando furioso contra Hispania, no es nada original, copia a los hebreos
rusos, manda colocar en el Nou Camp fotos de Ana Frank y vuelve a trillar la
parva del Shoah que es un gran embuste con miras a crear una religión nueva, la
del Holocausto, el Odio y la Venganza sustitutos del Amor.
— Hablas sin conocimiento de causa
— Cómo, ¿qué? Yo fui corresponsal del Arriba en
Budapest, estuve allí cuando caían los pepinazos de los B-52 y salvé a muchas
estrellas amarillas, los refugié en el sótano de mi propia casa, yo fui
periodista de Franco y telefoneaba todos los días a mi embajador Sanz Briz. En
nombre de Franco salvamos a muchos sin dar un cuarto al pregonero antes de que
Simón Blumental entrase en escena. Nuestro caudillo Franco era de vuestra cuadrilla,
aunque afortunadamente no era sionista.
— Que te crees tú eso.
Quedó aturdido el agente de la autoridad pues a mí
me salió una vena mayestática que confunde y pasma a los que me contradicen,
volvíme irrefutable y apodíctico.
— Bueno, circule — ordenó el mozo de escuadra que
a mí en aquel instante me parecía de cuerda, aunque no llevase garfio ni
garrote, sus ojos reflejaban ira y pasmo, yo me volvía a mis pajas y entre mí
pensé "este tío lo mismo que me pega cuatro tiros y me deja seco; en sus
ojos se refleja el furor de los combatientes de Masada" — ahora somos
nosotros los que mandamos en España.
— ¿Vengándose de lo que ocurrió en 1492?
— Eso mismo, pero no quiero perder el tiempo
hablando con un fascista. Venga, arranca.
— Yo también soy judío, pero de otra tribu
diferente a la tuya. Si yo soy fascista tú eres un nazi sionista que es mucho
peor.
El mozo de escuadra se puso de los nervios.
— Calla la boca
— Ni debajo del agua. Para que consigáis que
guarde silencio me tendréis que matar. Soy diacono griego y proclamo mi
Evangelio desde el ambón.
La Guardia Civil permanecía oculta en su recinto
en forma de ángulo convexo, aquella sólida guarnición al lado de cuyos muros
paseé yo tantas veces en los días de mi infancia. No vi al cabo puertas ni al
centinela en su garita— la pseudo democracia se convirtió en tiranía pues nos
dejó a los españoles sin defensas conservando a los agentes del orden como
cuerpo represor a las ordenes de un periodismo canalla y desalmado— y el
Regimiento de Artillería en el que sirvió mi padre y yo juré bandera estaba
abandonado y sus dependencias convertidas en albergue de ratas y de vagabundos.
España en manos de los judíos. El contubernio había ganado... de momento. Opresión
de toda una nación bajo el yugo.
Dejé el coche aparcado en el Campillo y bajé a pie
contando los arcos del Acueducto, atravesé el azoguejo subí las escalerillas
del postigo del Consuelo y callejón adelante contemplé la ventana de mi
camarilla justo debajo de la Torre Aceitera — llamada así porque tiene forma de
embudo y es una alcuza que vigilas las alturas de la ciudad — solemne sombra
que nos cobijó el pasadizo de la torre de los guzmanes, la huerta▬ ya no estaba el viejo
moral que plantó el penúltimo rey de la dinastía Trastamara. Puertas cerradas,
seminario vacío, lo mismo que el palacio que fue corte del rey Enrique IV. Bajé
por el Salón hacia el convento de Santo Espíritu y avancé por el Camino Nuevo
hasta lo que llamaban el Osario.
Una lápida de cemento armado con consistencia de siglos
con una inscripción en hebreo y la bandera de Israel saludaba al visitante.
Algunas personas oraban con voz compungida y
desalentada oficio de difuntos cerca de lo que ellos creían enterramientos de
sus antepasados, el antiguo cementerio judío, pero allí no había tal. Se
trataba de un fake news inventado por un periodista borracho con
ganas de joder a los segovianos. Aquel no era el recinto. Oiga aquí no hay
nadie. Aquellas cavernas excavadas en la roca caliza habían sido habitadas por
ermitaños que hacían penitencia frente a las murallas de Segovia la ciudad
pecadora. La vista desde el Clamores era espectacular. Todo el recinto
amurallado recordaba a Jerusalén. La torre de la iglesia de San Andrés ponía
contrapunto a la maciza linterna de la Dama de las Catedrales. A la izquierda
quedaba adelantándose al espolón de la barbacana utilizada durante la edad
media como fortín, luego picadero donde domaba caballos el Jurry, y más tarde
como matadero municipal, aunque antes, mucho antes, estuvo allí emplazado el
osario judío. Paz a los muertos de Israel y a los que invocaban Su Nombre. Elí, Elí, lamma sabactaní.
Españoles sois cristianos, clamad no ceséis, gritad
contra los nuevos inquisidores, luchad contra el sanedrín mediático. Yo estaré
con vosotros hasta el fin de los siglos.
VII
Voló a la
Ciudad Eterna, quería honrar a los dioses oscuros y empaparse de divinidad.
Propendía por mi inclinación a los misterios órficos a pronunciar vaticinios y
en Roma oyó cantar el gallo muchas veces. Era los cantos “alectorios” o
quiquiriquíes sagrados que alegraban los himnos de los flamines a los dioses
peanes los que se quedaron con nosotros, no esos dioses de los que nos han
hablado y no vimos nunca. El Sinaí permanecía lejos del Monte Aventino. Había
que volver a las viejas costumbres y reencontrarse con las inefables plegarias.
Los dioses otorgan a los mortales dones maravillosos. Tente que te unto. No te
muevas, estate quieto. Yo me hice transparente esto es un espíritu puro cuerpo
de ángel no sujeto a los imperativos de la biología ni hambre ni sed ni sexo ni
actividades excretorias. Podía incluso volar por el firmamento circunvolar los
espacios siderales explorando otros planetas sin necesidad de esa materia
pingüe y grasa con que abadernan el cuerpo las brujas para volar. La
transparencia era capacidad de atravesar las barreras del tiempo y el espacio,
algo así como la explicación concepcionista que da el Astete para explicar el
milagro de la inseminación del Espíritu Santo en el vientre de María “lo
atravesó como un rayo de luz trasluce el cristal sin romperlo y sin mancharlo”.
Los anales de
Tito Livio y la historia romana no
guardaban para mí misterio alguno. Deambulé por la Vía Apia, subí las
escalinatas del Capitolio, palpé los brazos y los músculos de los gladiadores y
andábatas que peleaban en el circo. Uno a la sazón muy famoso, Silvinus Crassus
el bretón, me honraba con su amistad y le acompañaba yo con su escolta por las
hosterías y tabernas romanas. Era Silvino un atleta de profundas convicciones
religiosas, y temeroso de Júpiter, como buen celta, hombre supersticioso. En su
tabuco tenía lámparas encendidas a los todopoderosas deidades familiares de su tierra: a Epona
diosa de la caballería gala, a Sucellus, Dispater, el dios que
golpea con el mazo, a Cerunnus padre de los bosques al que la imaginería
popular representa colgado de los cuernos de un ciervo (el dios Glenn de
los “picti” escoceses) me sorprendió saber que los galos ya daban culto a la
trinidad en el tríptico de las Matres la triada del padre, la madre y el hijo
padre creador del mundo, hijo baja a la tierra encarnado en el vientre de la
diosa Ceres. Velas encendidas eran la llama perenne a estas omnipotencias
incógnitas; como le preguntara yo al andábata cómo era posible que un gladiador
confiase en la fuerza de los dioses más que en la virtud de sus músculos
Silvinus Crassus me dio esta respuesta:
—Ellos son mi
fuerza, Villeguillo. Los dioses me dan impulso para torcerle la cabeza a un
toro en el circo, desjarretar a un tigre, y hacer correr a los leones. Mañana
son las lupercales y yo concurro, vendrás a ver cómo lucho contra el diablo,
amigo.
Prometí acudir
sin falta al circo máximo llevando en el bolsillo un canto que había pasado a
manera de talismán por la piedra de Juvenal en la muralla de Segovia frente a
la casa que me vio nacer, pero prioritariamente estuve contemplando a aquellos
seres míticos cuya imagen había estampado un imaginero cretense, amigo del
gladiador, en un retablo. Europa cabalgaba sobre un toro monstruoso que
arrastraban al aire de cola dos delfines. Minerva contemplaba al dragón, Jasón
jefe de los argonautas escupiendo el vellón transformado en una vestal. Zeus y
Anfión hacían buenas migas en el Olimpo (de nuevo aflorando el tema trinitario
que acoplaron los cristianos a su religión). Bullerón cabalgaba a lomos
de Pegaso el alazán tordo que surcaba el espacio a galope meneando dos
enormes alas que pendían de sus orejas y traspasaba con la lanza a Quimera,
el monstruo fabuloso. San Jorge mató el dragón. Dédalo en su laberinto
encontró a Ícaro que le enseñó a volar. Teseo acabó con la vida del Minotauro.
Edipo hacía preguntas a la esfinge. Policlines campeaba en la
arena luchando, desenvainada la espada, con su hermano Atocles, los dos
eran hijos de Edipo.
Completaban el
friso las grandes diosas de Roma: Ceres, Prosperina, Baco
y el dios Pan, Tirso con su vara; Ariadna en la confusión del ovillo,
Sátiro que fuerza doncellas en el bosque, Vulcano, Dionisio, Sileno, Narciso,
el Atlas de san Cristobalón que porta el mundo y Neptuno y Favonio dioses de
los vientos y de las aguas. Hebe es la diosa de la juventud. Todas estas
deidades empezaron a parecerme razonables como exponentes de los vicios y
virtudes de la pasión de vivir. Eran divinidades superiores pero con
encarnadura humana. Los retores filosofaban en el foro, dándole vueltas a las
frases y torturando su cabeza, sobre la esencia de las cosas, el origen de la
vida, las propiedades de las plantas.
Les contradecían los sofistas. Ni Platón ni Aristóteles ni Séneca tenían
en sus dominios la clave de cuanto nos envuelve. Del bosque llegaban los
alaridos de los scutia, Aeneas Vilicus tenía la mala costumbre de correr
a latigazos por el bosque a sus esclavas. Roma se divertía con sus juegos
seculares. Los 135 días de circo se marcaban en el calendario (magni joci, juegos magnos) que bien se
lo pasaban aquellos antiguos sin tener televisión ni radio. No eran acosados
por los bustos parlantes.
VIII
A Arije me lo encuentro todos los días
yendo y viniendo por los bulevares de la Reina Madre allí donde hay una clínica
que fue hospital de sangre para todos los soldaditos de nuestras guerras
africanas. Aparece en imagen una enfermera de bronce que atiende compasiva a un
cabo de infantería, herido de bala, abierta la sahariana con los ojos turnios,
agonizantes. Del pecho se escapa un chorro de sangre. Mi amigo quedaba
conmovido al contemplar la estatua. Tardes de mayo, dolor de España, horas sin
amor. Mesones y tabernas, algún bailongo pero ya habían cerrado La Bombilla.
Auras de juventud. Esta zona de la capital me recuerda los tiempos de
estudiante, la parada del F, el autobús que nos llevaba a la facultad, una casa
de ladrillo rojo destruida por los cañones del quince y medio en la del 36. El
cobrador era un gallego rubio, uniforme gris como de presidiario y una
visera-bonete con un guarismo de metal por registro, por cima de la visera,
picaba con gesto indolente los pases que eran veinte números desparramados en
cada uno de los cuatro ángulos sobre un cartón blanco. Se sacaban estos
itinerarios en la taquilla de la empresa municipal o en cualquier estanco por
un duro. Nos vamos a Orense. Tira, Manolo.
El trolebús arrancaba. No va más. Billetes por favor. Muchos se colaban.
Al gallego le veía yo todos los miércoles al bajar a la clase de prima cuando
tocaba latín con el profesor Mariner, un catalán clásico emblema de la
sabiduría y perfil numismático. A Mariner Bigorra ponle la toga pretexta y te
figurabas estar hablando con Cicerón en el Foro. Su padre y sus dos hermanos
fueron fusilados por los rojos. Era la grandeza, la sabiduría falangista y la
modestia en persona cuando comparecía en el aula vestido de gris, cubierto de
tiza y escribiendo frases lapidarias en el encerado (yo le tuve en el segundo
curso de los Comunes). Admiraba al Caudillo y este le encargó de la redacción
del epígrafe que corona el frontis del Arco de Triunfo de Moncloa: Armis hic
victoribus mens jugiter victura monumentum hoc… Munificentia regia condita
restaurata ab Hispaniorum duce Aedes sapientiae matritensis florescit in
conspectu Dei. Ahí queda eso; No se
puede decir tantas cosas condensadas en tan pocas palabras… maravillosas frases
cincelarias escritas para ser esculpidas del
hipérbaton. El Arco de la Victoria le recordaba a Villeguillo los pasos
perdidos de su adolescencias y juventud y ante su presencia emocionábase
conmovido remembrando un tiempo y unos amores que no volverían jamás. Un
letrero que nos saluda glorioso al entrar en Madrid con las tropas nacionales. Visión
de futuro en triste contraste con la realidad del acaecer de medio siglo antes.
A día de hoy, Sánchez Castejón el
mentiroso volará la cruz de la Victoria, la Cruz de Cuelgamuros y esta magnífica
obra de arte que abre una puerta triunfal a Madrid. El epígrafe fue parte de
mis ojos al entrar y salir durante muchos años de vida laboral. Maldito Sánchez
el político español que obra al dictado del sanedrín de Soros. Dios le dé mal
galardón. Y toda esa cáfila de políticos inanes que mandaron volar el
monumento.
El cobrador del autobús aparecía sentado en
su telonio como un buda de carne y hueso mirando alegremente para la juventud
divino tesoro que nunca vuelve. Una vez me tocó detrás de una monja
concepcionista que arrimaba el culo arrecachado. Yo, por mi parte, acercaba el
material. Hambre sexual de los sesenta. Mi amigo Molina (un rojo perdido)
malignamente me hablaba del placer que suponía a los milicianos invadir los
conventos y forzar a la madre superiora. Muchas de aquellas mujeres encerradas
de por vida que no habían conocido hasta entonces la “gracia de dios”, daban
albricias al cielo sin importarles mucho ser mártires víctimas de las
sacrílegas turbas. Aquella zona estaba en los límites de la glorieta donde
había un cine grande en que veíamos películas de espías alemanes y un bailongo
en los bajos. Sara Montiel acudía a una famosa cafetería del primer piso y se
la veía muchas tardes mirando por la cristalería del ventanal mostrando sus
torneadas rodillas de rolliza manchega que por aquellos días eran una inducción
al pecado mortal. Estaba cantando el último cuplé y la canción “fumando
espero”. Por las noches en las campas circulaban por los solares del Canalillo
mujercillas de virtud incierta un polvo un duro una paja tres pesetas. Este
ajetreo ya pasaba en los tiempos de Galdós que era un solterón empedernido y
algo putero. Una paja una peseta; un polvo con goma un duro.
Frenética actividad meretriz que se
condensaba en la trasera del Gran Hospital cuando los amaneceres sabían a leche
condensada. Y es que Eros y Tanatos son Castor y Póllux subidos al mismo
caballo. Compañeros de viaje. En la mili te daban bromuro y a lo mejor el tiro
de un moro a los que hicimos el sorteo y nos tocó en África.
IX
Él vendrá a separar a los
buenos y a los malos. Apacentará a sus fieles corderos y derramará la sangre de
los cabrones y cabritos. Porque Él es el maestro de Justicia. Pasaron las
pascuas de la navidad una Nochebuena tranquila y recatada en el herrén y
reanudo yo, Manahén Arije, mis prosas peripatéticas por el bulevar de Reina
Victoria tratando de levigar aquellos recuerdos separando el grano de la paja
de mi juventud esfumada. Todo pasó y el mundo cambia. No tengo asideros a que
agarrarme. He oído las palabras de San Esteban el primer mártir que exclamaba
mirando al firmamento "Satis est
vixisse" y así subió a los cielos que vio abierto- Saulo de Tarso
mientras el sanedrín lapidaba al protomártir tenía el manto de los rabinos y
les guardaba la ropa. No deja de ser difícil creer en estas historias. A los
judíos nos gustan las parábolas, los circunloquios y la retórica. Los viejos de
la Inter no creen en esta frase porque lo único que les preocupa es llegar a
los cien años a fuerza de hierbas cordiales y de visitas a los galenos
matasanos. Escuchan con devoción las recetas del doctor una gragea al desayuno
y otro a la cena. Mejor no ir al médico porque te mira don Manolón y te dice
que tienes un cáncer y hay que contestarle " sea lo que Dios quiera. Viva
la gallina con su pepita". Quieren acabar con los septuagenarios y los
padres de la patria. Perico de los Palotes el gran Sánchez un fementido
arribista dice que los males de este país se solucionan con la eutanasia,
mandemos a los ancianos al horno crematorio. Roban en el banco, les copian las
tarjetas. El latrocinio y la protervia habitan entre nosotros. Veo la cara
alargada, de espátula, sus guiños diabólicos, del doctor Muerte que mira para
los pacientes con ojos cancerosos. Andan los pobres viejos solitarios con la
oreja pegada a radio Inter angustiados por conseguir vida larga. Cimbel y
zumbel de las tardes sarcásticas sin amor el cuerpo doliente huyendo de
ladrones y asesinos. Fumando espero, cazador cazado solo a vueltas con mi
conciencia y los recuerdos. Le hago un corte de manga a la red, me entrego a la
oración que es reclamo, expiación, adoración, arrepentimiento y esperanza. Me
gusta la liturgia romana en latín con algo del rito ambrosiano y muzárabe. En
contrapartida la mejor liturgia es la polifónica rusa. Internet me sirvió de
alfombra mágica para ir a la misa de Nochebuena en el Kremlin, que ya es decir,
pero las cosas cambian. Oficiaba el patriarca Cirilo la misa de pascua.
Tengo fuertes palpitaciones y las negras ideas
se apoderan de mí. Las combato rosario en mano. Hay que poner lastre a los
malos pensamientos pues la imaginación hace burbujas y se tira pedos, remuerde
por los desvaríos de cuando entonces y, según los ascetas, es la loca de la
casa.
▬ ¿Viste el espich que nos largó don Felipe?
▬ No me dio la gana. Al verle tan insulso y tan poco
espíritu se me atragantó el turrón. Para mí el único rey que vale es el de la
baraja. Monarquía es una palabra que
viene del mono y del monóxido de carbono. Quizás por eso en España siempre
tuvimos en los borbones una desgracia simiesca. Borrón y cuenta nueva. Y otra
dinastía.
Crecen los días y suenan
por algún rincón del cielo rondas sanabresas, canciones toresanas, ataruxos
galaicos, espantadanzas del paloteo vasco, cobras catalanas y tamboreadas
navarras al son del chistu, juntamente con tonadas asturianas. Arije tenía una
visión muy folklórica de la España que no era y así le iba. La modernidad no
perdona a los románticos. Estaba fuera de lugar. Le rodeaban las maniobras en
la red de la incomunicación digital, la gente enviando guasaps dándole al
dedito a mogollón, tu mente como un vegetal. Estos tíos se han propuesto
lavarnos el cerebro. Todos dicen que el diablo no canta, aunque sabe mover el
esqueleto. Dios te libre de las lenguas de dos filos y de los sermones del
padre Ricci, el que destapó la olla de la tapa de los infiernos y allí vivimos
cómo se cocía una reciella de obispos y pontífices máximos, traían en la
mano un libro del Dante. Satanás los pinchaba con un gario de cuatro dientes en
las posaderas. Iban desnudos, pero se conocía que no les había dado tiempo a
quitarse la mitra de la cabeza. Sus cabalgadas por las calderas de Pedro Botero
eran un auto lardivo.
▬No puede ser
▬Porque tú lo digas
En el altar mayor de la
catedral de Luzbel que es una zahúrda de Plutón▬ el infierno es una casa de acogida ▬alcancé a ver yo a un
mitrado muy albardado de casullas, roquetes y manipulo, que daba la bienvenida
a los colegas recién llegados con una plática en la cual les decía que estaban
en la casa donde no se come ni se bebe y de donde no se sale nunca. La cueva de
los castigos infernales estaba debajo de una gran acacia que crecía en el
bulevar. Analecto, mi camarero preferido, de vez en cuando les bajaba un bocadillo
con carne de serpiente y cañas de aceite de ricino con ración de patatas bravas
envenenadas, arenques y pollas en vinagre.
Un fraile se sentaba
también como la madre lo parió delante de él, ostentando la tonsura y la
cogulla sobre un sillón de nogal aforrado de guadamecí. Gritaba y se arrancaba
todos los pelos de la barba mostrando su pene enardecido. Decía ay de mí en la
hora que nací. Su cara la estaba pintando el Bosco en uno de sus cuadros. Junto
al departamento episcopal estaba la sección de los periodistas que eran
incontables los que estaban allá pero su número era superado por el de los
abogados y los rábulas espolistas en pelo malo. La leva de políticos era tan
larga que ni te cuento: Trump con su trompa elefantina diciendo que aquella noche
era la navidad y no se iría de picos pardos, la Merkel en minifalda, Michele
Obama moviendo el trasero sandungo, Teresa May una flor de mayo que devoraba
carnicera a los mosquitos del Brexit, Juncker el padre de la masonería europea(le
decían el besucón porque no daba la mano en las recepciones sino que estampaba
en las mejillas de los llegados un par de besos de Judas) tocado de yamulka y
enseñando las filacterias de rabino bajo el traje sastre, Rajoy mirando para el
tendido en la silla de don Tancredo fumando espero, Putin como un zar de la
kagebé montando a caballo y disparando misiles, Netanyahu con cara de
sacamantecas, Bergoglio mirando torvo para la costanera y abriendo la puerta de
la iglesia al enemigo. Traidor y mal ostiario, Berlusconi con gesto burlesco
una cohorte de odaliscas en su palacio allí estaba diciendo que la ocasión la
pintaban calva, y no sigo la lista porque la perversidad infinita se había
apoderado de los dirigentes del globo terráqueo. A las soflamas de los diablos
y a los palos respondían los condenados con frases hechas:
▬Con tanto malvado como hay
en el mundo no se coge. Sacadnos de aquí. Estamos hartos de penar y sufrir.
Al grito de auxilio acudía
el infernal demandadero y les daba la vuelta a la parrilla para que se torrasen
un poco más como san Lorenzo. Se asaban culos, vergas, tetas y coños en el
lecho de Procusto.
No había en el infierno
aliviaderos pues allí no se come ni se bebe ni se mea ni se caga, todo es penar
y crujir de dientes, y para siempre. Para siempre. En medio de la algarabía de
voces y gritos y blasfemias se escuchaba el barboteo de las perolas donde
cocían sus cuerpos, calderas de pez y aceite hirviendo. La atmósfera era
salobre y sobrecargada de un hedor mefítico. Los fámulos del Pateta se
apresuraban a torturar a los predichos con esmero y diligencia cumpliendo las
órdenes de Lucifer de manera implacable. En aquella alcaicería del furor los
que gritaban fueron sepultados en una montaña de cal viva:
▬ ¿No estábamos redimidos por la Preciosísima
Sangre? ¿No pedimos confesión en la hora de la muerte? ▬ lloraba un cardenal de la curia el proxeneta que
dio protección a Raspín, aquel extremeño que arrimaba las putas al colegio
cardenalicio.
▬Penen los rufianes y tengan su merecido.
A las quejas del purpurado respondió el gran esbirro con
un tizonazo en sus partes pudendas donde tanto duele.
Atollite portas antiquas, abran la cancela, pero
las puertas de Jerusalén estaban cerradas. La ciudad santa había sido
bombardeada por tres misiles nucleares. Me quedé pasmado ante aquel cuadro de
destrucción masiva. Alligieri Dante me señaló a tres prelados de blanco que la
impostura glorificó como santos y estaban en cambio sumidos en la gehena. Eran
Pablo VI, Juan XXIII y Wojtyla. Aturdido por la gritería y el espanto, pasmado
de las blasfemias, vi cómo el Analecto, el mancebo de la tasca Julifer también
lo llamaban el Bar la Puñalada el lugar donde y acudí displicente a la hora del
café probo funcionario de un cuerpo a extinguir por la Constitución, bajaba con
los refrescos para refrescar a los sedientos préditos con frascas de vino
perronero que los españoles juramos en Santa Gadea acariciando la pata del Cid
Dios que buen vasallo si hubiese buen señor de nuestras mesnadas. Fuimos
traicionados por Bellido Dolfos y don Opas asomaba la gaita por Punta Umbría;
era el enalgramado que traicionó nuestra estirpe y se acercaba siniestro a los
montes de Peñalara. Alfolí de los vicios y varadero del mar de maldades era
aquel aposento que yo columbraba.
▬¿Qué dices, Etsi?
▬Yo no digo nada. Lo tuyo no tiene solución. Me
dejaste abandonada para irte con otra.
Le dije que había navegado
en galeras remando contracorriente con toda la canalla de un barco que iba a
ninguna parte y ahora me esperaba en aquella tronera porque de seguro que yo
también era un malvado al que Queronte justiciero aguarda. Tras un infierno en
vida me esperaba otro en muerte. Es el fin; me arrojarán a la trena donde no se
come ni se bebe ni se caga ni se mea durante toda una eternidad.
—Sicio. Tengo sed. — exclamé.
Un verdugo mojó mis labios con esponja de
vinagre y el Anacleto diome a beber un potingue de cerveza calamochana mezclada
con zumo de rabo de culebra en una jarra donde previamente habían hecho pis
todos los diablos.
▬No es justo
▬lamentabase Gumersindo
Manahén Arije ▬ que en las zahúrdas de
Plutón nos den carena. Don Francisco de Quevedo el profeta lo había
pronosticado. Él tuvo también como yo esta visión.
Se ha torcido mi destino
cual tibia de alcazuz que cruje entre las mandíbulas del quebrantahuesos. En
aquel instante un sacre altanero que se desbandó de su bandada vino a posar sobre la copa de
uno de los tilos de la avenida, al instante en que circulaba un 45 de la línea
de autobuses urbanos. El vehículo recibió una gran cagada en el parabrisas
mientras los palomos cojos caminaban, señoriles, recitando plegarias por el
bordillo sin hacer caso del buitre que desde arriba los echaba el ojo.
Ellos a lo suyo a picotear
cáscaras de altramuces y pipas que tiraban las niñeras cortejadas sobre los
bancos por militares sin graduación. Un cabo de la Base Mixta se arrancó con
una copla: "La viuda rica que con un ojo llora y otro repica, la hija
recogida y nunca consentida porque del ocio nace el negocio".
Gumersindo odiaba a las
palomas urbanas que echaban a perder las aceras de la ciudad con sus
deyecciones. Bajaban los viandantes saltando entre las bostas de palomizo y
perrizo, porque la población canina igualaba casi en número a los siete
millones de habitantes que tenía Madrid
X
Ante
la escena del cabo moribundo de bronce en manos de la enfermera recordarme he
de mis compañeros del tabor de regulares cuando serví a la patria; aun sabiendo
que esto hoy no se lleva Arije se sentía muy ufano de haber hecho la mili en
Regulares y cantar por lo bajini aquello de soldado estoy de España y estoy en
el cuartel contento y orgulloso de haber sentado plaza en él.
Florence Nightingale habita entre nosotros y
si no hubiese sido por estas enfermeras que son monjas laicas y a su vez
matronas y madrinas de guerra que dieron su vida por España hubieran muerto
solos como los perros en algún blocao de Xauen o de Dar Akoba nuestros queridos
soldaditos llenos de valor. Eso se supone. ¡Bah! no me quiero poner
sentimental. Canta la coruja en la rama del roble. Ya están llamando. Vuelvo
sobre mis pasos a desandar lo andado. Enrollo el cordel y el zumbel de la
memoria histórica empieza a moverse sobre el firme del bulevar. Camino solo
ladera abajo con mis pesadumbres. No es que quiera mucho a los moros. Les
comprendo. Son algo testarudos, muy orgullosos. Respeto sus lilailas pero yo me
quedo con los salmos. No va a ser cosa de cargar las tintas y aljamiarse y
renegar de la fe de Cristo como hacen algunos.
Conozco a los musulmanes y ellos creo que
me conocen a mí, pero ni tanto ni tan calvo. No lo puedo remediar. Dicen que es un pecado matar en el nombre de dios,
pero la biblia es un libro de hazañas bélicas con resabios porno y yo marcho a rebalgas
perseguido por mi sombra a lo largo del bulevar Reina Victoria. Debo parecer un
paracaidista inglés desfilando por Buckingham Palace en la parada del Trooping of the Colour. El día del santo
de la reina que acontece en London en el bello día de junio. Me dicen los
ingleses que, como su Majestad le da que se las pela al zumo destilado del
enebro con gaseosa, no se le acabará el carrete en mucho tiempo. La reina madre
vivió 102 y ella puede que se plante en los 115. Así que el heredero, al que
llaman el Orejas, el que soñaba con convertirse en tampón higiénico (coño qué
metáfora) de doña Camila la mujer del alabardero, para verla más de cerca, lo
tiene claro para heredar,as his mother goes on forever.
Tengo una gran colección de arabismos en mi
memoria, que exornan (palabras que empiezan con el artículo al) nuestros
diccionarios pero de niño sobre la cabecera de mi cama de madera había un cromo
de la batalla de Clavijo en el que el artista pintaba torpemente la figura de
Anacleto Matamoros alzando su espada sobre un caballo tordo. Derribados y bajo
los cascos del caballo del apóstol aparecen unos cuantos turbantes pidiendo
árnica. Siempre me impresionaron los rostros desencajados de esos agarenos que
el pintor rural quiso que fueran negros o medio mulatos, de modo que sus
pelambres contrastan con las barbas y melenas de un blondo y triunfal Hijo del
Trueno que para eso fue patrón de los godos durante siglos hasta que llegó la
monja andariega, madre de los conversos. Ya que buen trabajo le costó a Francisco
de Quevedo defender su auspicio castizo de España por San Jacobo dándose de
cuchilladas con el de los cristianos nuevos, que defendían a santa Teresa en el
compatronato, y bajarle a Boanerges de su pedestal glorioso, al grito de San
Yago cierra España. Estábamos trazando rayas en el aire, queríamos arar surcos
en la mar. Nos falta a los españoles voluntad colectiva, por eso somos un país
de conversos, y a medio hacer, enchufado a las veleidades de una monja
andariega e inquieta que podía ser precisamente la que me arrimaba las nalgas
en el trolebús a mí, deseando ser traspasada por el rayo místico. Quiero que me
penetren. Voglio una donna. No estoy
de acuerdo con lo que dicen los hispanicidas, no somos una nación fallida sino
la mejor del mundo, tan suave y dulce como la jesuitina que me arrimaba
material en el F y es que yo por aquellas calendas debía de ser fruta
apetecible y muchas mujeres me querían llevar al huerto. Pudiendo decir con don
Juan: “yo a los palacios subí, yo a las chozas bajé y en todas partes dejé
recuerdo a amargo de mí”. Demasiada literatura, claro está. El mundo no es así
Apañados y apretujados íbamos aquellos
estudiantes, sardinas en lata del futuro. Nos hemos olvidado del caballo blanco
de Santiago. Por estos tesos pululan los curas libidinosos, las monjas que se
dan a la fornicación y ansían ser penetradas por el dardo divino como santa
Teresa. Todos los días traen los periódicos noticia de algún cura que quiso
tocarle la colita al monaguillo o beneficiarse a la mujer del sacristán.
Yo por lo menos le prefiero a la Mística
Doctora que, según revelan ciertos documentos, se acostaba con el padre
Gracián. Así que aun entonces ya yo bajaba letra herido por la cuesta de Reina
Victoria, cuando el Jolimar no había
sido abierto y el Analecto no había nacido, sin saber qué hacer, por dónde
tirar, inhalando el humo salutífero de mi cachimba, fracasado y sin empleo, uno
de aquellos miles de estudiantes pobretones que bajaban en el F a la facultad
con la idea de ganar un título que les abriera las puertas de una colocación
como catedráticos de instituto barruntando cielos color mortal y rosa y el odio
católico de los neos, enfrascado en tan tristes pensamientos, acordándome de la
Reina Madre que vivió más de cien años dándole al gintonic. La madre que la
parió. Chinchín. Bríndenos a vuestra salud. La endrina es baya milagrera.
Alarga los años. Es el antídoto contra la lucha de clases. El pan candeal se
amasa con la harina del trigo Trujillo. Aquí cada cual propende a llevar el
agua a su molino y dejar seco el de su vecino y habla despacín no nos oya el mío vecin que diz en la
Asturias galana. Do va la mar vayan las ondas. Que allá darás rayo en ca
Tamayo. Conviene esperar a que pase todo esto porque cuando Dios lo quiere,
todos los aires llueven. Mayo mangonero, pon la rueca en el humero. Pedrada
cantada, nunca ganada. El que calla piedras apaña. Piedra sin agua no aguza en
la fragua. A piedra movediza el moho no cobija, y metimos un ratón papal en
nuestro granero y se hizo amo del cillero.
Palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Al buen callar llaman Sancho,
y entretanto me llevaré este canto. Non
lu quieru non lu quiero pero échelo vosté al puchero. Dádivas quebrantan
peñas. Los refranes eran para mi personaje un consuelo y éste en concreto le retrotraía
a Arije a London mientras esperaba a una novia que no fue. Le dijo que tenía la
nariz muy grande. La esperaba en el salón cortinas rojas en la ventana y un
viejo sofá comprado en a almoneda de Fulham Road cerca del campo de futbol del
Chelsea. Se paseaba por la acera de los jardines de Roland la sombra del
fantasma del conde Kelly. Aquel amor lo desbarató la iglesia. Teresa Calatos le
dejó a la puerta de la iglesia, se fue con el cura. Los refranes desde aquella
vez eran el refugio de las decepciones del desamor. Cabe las mujeres a Arije le
fallaban los arrimaderos. Era un aficionado a la paremiología. El ojo del amo
puede que engorde al caballo. Carbón y leña no la compres cuando hiela. Cuando
la Calatos vino a verle al piso en su algorín de South Kensington nevaba. Apagase
el tizón pero todavía no aparece el que lo encendió. You have hurt many people
(has hecho daño a mucha gente, crucificaste a Brolladora que fue el amor de tu
vida, eres cruel y no tienes perdón de Dios) Dio la piedra en el canto y mal
para el cántaro. De tanto penar y sufrir yendo a la fuente al pobre Arije el
botijo se le quebró y vagaba por las calles de las ciudades cantando con voz
solemne de barítono dedicando versos a la maritornes del Julifer que le decía
que Zamora no se gana en una hora. “Yo soy casada gilipuertas”.
El Anacleto se descojonaba. La Leo no le
hacía caso pero había una vinatería al lado, para su consuelo; compraba dos
botellas y
se las chiscaba gluglú en un banco del
bulevar cerca de la floristería abandonada. El vendedor de rosas había matado a
la mujer y fue a la cárcel. Su chiscón abandonado era el refugio nocturno de
los vagabundos del Este que trampeaban por la avenida. Que al as de oros no lo
juegan bobos. La floristería era una vecera de cerdos humanoides. Huélgame un
poco, mas hilo mi copo. No hay bronce que años tenga más de once, ni más lana
que saber que no hay mañana. Leña de romero y pan de panadera la bordonería
entera. Chimenea y huerto y un hogar do calentar las posaderas, el sueño del
pícaro y del rufián. Todos vamos a donde dan. Campanas de mi aldea tilín tilán.
Aldeana es la gallina pero comenla en Sevilla y viva la gallina con su pepita.
Dentro de la concha está la perla para quien sepa verla. Añoso luchador el pino
de Formentor. Do no valen cuñas aprovechan uñas. Guárdate del viento acanalado
y del hombre mal barbado que porta en la cara las siete señas del hideputa (el
signo más conspicuo: la barba en parroquias como el Coletas), al loco y al aire
calle. La sangre se hereda y el vicio se apega. Soplar y sorber juntos no puede
ser. Me deslizaba al esconce de la floristería después de estas subidas y
bajadas, ▬cuando perdía el último
autobús a causa de la afición al pimple y no podía regresar a su hogar, así que
quedaba a dormir en la leonera de los vagabundos▬ por los colmados alcohólicos, veía venir a
las marimantas. Los días que atardecía sereno tomaba el 623 y se refugiaba en
su casa, aquel chiscón que había comprado con sus ahorros en Majadahonda.
Seguía escribiendo al dictado de la botella porque para él la escritura era una
purificación, una catarsis para un tiempo en el cual la poesía había muerto.
Quien bestia va a Roma de allá bestia torna. En el camino a muchos puede ser
que se les estropee el botijo, digo la sítula. Luego vienen los grandes pecados
capitales de nuestro pueblo: ira, gula, lujuria, soberbia, homicidios,
omecillo, robos, desfalcos, temeridades, contumelia, bandos, disensiones,
mecachis en la mar. Acaso el proel de los vicios sea la protervia que la
soberbia reconcentrada y la obstinación en el mal son licencias que marchan
delante. Mascarón de proa de la vida nacional. De la cantidad de nuestra dura
mater depende el pensamiento. Los hombres con cabeza pequeña tienen parvo
entendimiento. Porque el viento gordo genera craso intelecto y yo estoy
demasiado gordo, padezco de crasitud mórbida. Así, como los naranjos que portan
poca médula y cáscara canteruda, me aflige a mí la mucha cáscara y escaso pipo,
debe de ser porque estoy enfermo del alma. Mi madre y todas las mujeres que he
conocido me lo dijeron “eres parvo, Gumersindo Arije, debe de faltarte un
tornillo”. Mi amigo Manahén Enalgramado, que es un traidor, no piensa lo mismo,
tú vales mucho, chico, lo que ocurre es que te minusvaloras a ti mismo y por
eso echaste tu vida a rodar. A Manahén le gusta dar coba. Aunque el poder
cognoscitivo de las potencias del alma acaso sea mayor de lo que se cree. Son
poderosos los mastines con carlanca y olfatean el aire los podencos, eso me
pasa a mí cuando veo a una persona por primera vez que le calo y sé de qué va y
por donde va a salir.
En el Kiss bailaba la bacante Micaela.
Había algo divino, un halo superior en aquella negra. Parecía una sacerdotisa de Venus color ébano,
pero el diablo, que siempre anda por Cantillana, movía la lengua y le hacía
pronunciar frases extrañas, dulce prosodia como azúcar de dengue, en diversos
idiomas. Yo salía renovado de aquel cuchitril de paredes rojas color vino de la
calle la Ballesta. En Gran Vía un argelino me quitó la cartera y anduve tiempos
metido en pleitos de la mano de rábulas vocingleros extorsionistas que querían
demostrar que mis ojos grises eran negros. Este es un mundo ovil con muchos
recovecos. En Madrid siempre cazan ratas al amanecer. El remedio contra esta
carrera de ratas son los cuatro espíritus vitales de los romanos: Tracrix,
Retentrix, Conmotrix y Expultrix que corresponden a las tres deidades instantes
de la condición humana: Enos (el vino) Aleatorios (el juego) y Ginos (la mujer).
Según Roma, la tribulación aguza la
inteligencia y la alegría hace bajar la guardia a los humanos. Para los
talmudistas es un error imperdonable ir de bueno por el mundo.
Estaba Anacleto, el del Julifer, el bar de
la esquina, hecho un brazo de mar en su telonio despachando cañas de cerveza y
mirando de reojo. Zamora no se ganó en una hora. Qué va a ser... lo de siempre.
Ya no vas al Kiss. Qué es el Kiss preguntó un cliente con pinta de guardia
civil franco de servicio y dijo Anacleto: un puticlú no más y yo dije ya no me
vaga ir, estoy jubilado, soy un cabo pieza al que se le jodió el goniómetro y
el Anacleto que aquel día se había levantado con el pie torcido se cachondeaba
de mí ante el “secreta”. Además, repuse, lo cerraron desde que mataron a Manolo
Cantalejano. Creo que fue la mafia rusa y Anacleto corroboró:
—Je, a éste cualquier día le colocamos las pulseras y lo llevamos a la comandancia.
Lo malo es que tiene las muñecas gordas.
El zamorano era un suma y sigue de su
hermana Abamita a la cual le gustaba faltarme al respeto cuando subía a tomar
café de las mañanas del tiempo que se fue. Por sus interferencias la hubiese
dado yo una en los morros, pero no valía la pena. Hay que resistir cuando la
gente pide bronca y poner en práctica el consejo de mi abuelo que era de la
Benemérita “paso corto, vista larga; ojo al cristo que es de plata y ojos de
halcón diente de lobo y hacerse el bobo”. Abamita era una verdadera Euménide.
Yo me pregunto qué es lo que habré hecho yo pobre funcionario sin mando en
plaza, marinero de tercera para caer mal a la gente. Debe de ser mi gordura
mórbida que les asusta pero de mozo cuando vivía en London era cenceño, tenía
buena facha, me acostaba con mujeres que no eran de pago, y feliz. En el Kiss
una sacerdotisa de Venus echaba las
cartas, dominaba la guija, vaticinaba el porvenir como la mejor veedora de
Galicia aunque ella era andaluza; decían las compañeras que aprendió las artes
mágicas en el Vaticano en su calidad de primera daifa de los cardenales de la
curia, hizo una prognosis terrible de mi condición psicológica y sexual:
— Tú tienes madera de asesino en serie.
— ¿Quién, yo?
—Sí, tú. No te hagas el longuis
— ¿Por qué?
▬Buscas el trato torpe con mujeres públicas.
Eres algo seductor y encantador de serpientes, pero insensible al dolor ajeno.
Hundes tus fauces en el légamo del egoísmo. Tienes los pies planos y me da que
eres algo impotente. Esto de la impotencia de don Juvenal fue corroborado por
el sanabrés que poseía buen ojo clínico para tales alicientes. Yo no me había
emasculado como el panegirista Orígenes que se castró por miedo a cometer
pecado de impureza. La cosa vino con los años al hacerse más grande la
próstata.
El camarero sanabrés pronunciaba su
diagnóstico de manera contundente. Seguramente había leído a Freud. No. Eso
imposible: Anacleto era de los que jamás han leído un libro. Esos españoles que
pertenecen a un país en el que menos se lee y más se publica. El cura que lo bautizó
le endosó el santo del día que era la fiesta de san Anacleto pero en el pueblo
todos le dijeron Analecto. Vanidad de vanidades. Me quedé de un aire. Ser gordo
en España y atiborrarse de lecturas, mala cosa. Pero nunca pondréis, malditos,
bozal al buey que trilla. La Leónides nos miraba desde el alguarín de sus
premisas una cocina de metro cuadrado, verdadero banderín de enganche de potas
y perolas, donde fregoteaba con sorna y empezó a decir sandeces y blasfemias
contra mí. Y yo no cesaba de decir para mi camisa santo dios por qué le caeré
tan mal a la gente. Arije, espabila. No merece perder el tiempo hablando con
esta gente. Juvenal, que jugaba al tute con los jubilados, me guiñó un ojo
desde el taburete donde echaba la partida:
— Calma no hagas caso a esa bruja.
Tente que te unto. Por tres cosas vive el
hombre y le hacen agradable la vida: el vino, el juego y las mujeres. Hasta
hace poco otro gran ingrediente era el tabaco, ahora ya los españoles no fuman.
Da cáncer.
Pese a las impertinencias y humillaciones,
estaba yo allí todos los días a la hora el cafetín. Me atraía el abismo.
Templanza. Moderación. Circunspección y voto de silencio. Todo menos darla un
par de hostias a aquella forajida. No te pierdas, Gumersindo. Y por más que me
proponía alcanzar tales virtudes jamás lo conseguía. A lo mejor el Analecto
llevaba razón: yo, arrastrado de mis malas inclinaciones, podía liarla parda
hasta el punto de convertirme en un asesino en serie. No me gustaba mirar los
telediarios porque me daban ganas de vomitar y después matar a ZP al Perico o
al Coletas (luego vendría el sacamantecas Sánchez y su fámulo el Coletas de los
pies planos, la cosa empeoro, así que otro vendrá que bueno me hará). A la
rubia de bote el chocho morenote esa lozana andaluza que pronuncia encendidos
discursos simulando la verborrea de los delegados de curso de la Facultad de
Económicas y presidía un gobierno de corruptos y de puteros yo también me la
cargaba. Mi país estaba envenenado por la política que torna a los hombres
tristes y rencorosos.
Por
las noches se me acercaban los vampiros y creía entrar a bueyes volando por mi
dormitorio. Alguien soltaba el búho que revoloteaba por la camarilla. Graznaba
la lechuza en una rama del árbol de la sabiduría. Me convertí por esta causa
difunto de taberna y entraba desesperado en la barra del Julifer (acrónimo de
Julito y Fernando no vayan a pensar ustedes otra cosa pues eran los dos socios
que montaron el chiringuito) para que la Abamita me escupiese exabruptos y su
hermano me preguntase con un aire místico si me pasaba por el Kiss. Templanza.
Moderación, restricción, recato. No hagas caso, Arije. Lanzaba la peonza. El
zumbel de mi vida daba vueltas y vueltas. Se desplazaba en círculo y la mecha
se le iba diluyendo hasta que sonaba el cimbel del convento de las Clarisas a
la hora de vísperas. El impulso cinético concluido, el trompo quedaba tendido
panza arriba como el cadáver de un ahogado sobre el enlosado del bulevar. Así
que cimbel y zumbel es lo que soy ya digo. No había matado a mi mujer, pero no
sería por falta de ganas sino porque ya iba para mayor y me fallaban las
fuerzas. Las daifas del Kiss también se reían de mí. Lo mejor en esta vida no
es el amor mercenario sino compartir el secreto de la botella de Erifos. Vaya
usted por la sombra y no se le ocurra escalar algunas de las brancas del crecal
que es árbol sagrado de Israel. Que hay moros en la costa y centinelas
apostados entre los merlones y almenas de la muralla de Niebla que es la más acérrima
plaza fuerte del Andalus. Con que ya me
dirás, Ruibrás. El zumbel tornaba movido por la fuerza centrifuga de la cuerda
a compás de los tiempos de la gran zurra. Y, cuando sonaba el cimbel, al zumbel
se le acababa la cuerda.
▬Para, chiquito.
Había que ahogar las crisis de fe en la caneca
de aguardiente y reírse de la opulencia de las cosas nuevas de las gentes que
van en el metro mirando para la consola de su móvil y meneando con agilidad el
dedito de la comunicación virtual que se mide en baremos de incomunicación
física. Suena el cimbelillo de las monjas que llevan a las masas a la
fantasmagoría de las redes sociales que son las nuevas arpías de los capiteles
románicos donde todo está dicho y augurado: en China se va a declarar la peste
negra. ¿Otra vez? Sí, hombre, como en 1348. ¿No escuchas ya los latinajos de
aquellos que llevan a enterar y los curas les cantan el gorigori? Se nos
aparecen los monstruos de dos cabezas y la mona que se muestra impúdica
ostentando la gran vagina de la mandorla mística. Lo que iba a pasar en los
tiempos venideros ya lo sabían los constructores de catedrales del siglo XII.
Las iglesias estaban vacías pero las santas pobres mujeres seguían acudiendo a
la novena. ¿Quién murió? El niño de la Exuperia.
▬ ¿A causa de la tos ferina?
▬Paez que sí. Le di un
arrechuchó, pescó un catarro y se murió. El romadizo remató en pulmonía.
Llevaba el féretro un carro tirado por un
tronco de corceles blancos y a Arije que caminaba detrás del cura portando la
cruz alzada y cantando el entierrillo aquellos caballos le parecieron que iban
trotando por los cielos nuncios del Apocalipsis.
Mientras tanto, los narcopoetas escanciaban
yámbicos blancos y las poetisas se llamaban poetas desde que se popularizaron
los versos perroneros de Gloria Fuertes que era bollera y se creó el ministerio
de la Igualdad y una ministra dijo que había que sodomizar a todos los hombres,
meterles la porra de un municipal por atrás. Era el ministerio de los daos pol
culo manejado por el sindicato de las arpías y las bolleras que se habían
descolgado del libro del apocalipsis. Predicaban el fin de los tiempos, vendría
un tiempo de vientres estériles y perversiones lúbricas. Nunca hubiéramos
podido imaginar que nuestra patria cayendo tan bajo en manos del sanedrín judío,
en sus garras de perversión y apostasías. Era la hora del anticristo. Allí
fueron ellas. Alzaron las feminazis el pendón del orgullo vaginal.
No somos poetisas que nos llamen poetas.
Hay que ver estos de la involución mujeriega en qué tonterías se fijan llevadas
por su odio al macho y sus deseos de aniquilar la vida. Yo quise entonces
cambiar la tierra mediante la palabra pero no pudo ser. Mis parientes ponían
oídos de mercader o se mofaban de mis súplicas. En España escribir es un vicio
y yo no era más que una pobre flor de jara, un hijo de la lluvia. El arcipreste
Julito y el padre Eguillor que se torra en los infiernos ya me lo habían dicho:
▬Arije, tú nunca entrarás n el paraíso. Mala
suerte, chaval. Te salió el esteatoma. Y un zaratán en los pies es para las
ocasiones. Creciste en un mundo sin amor.
A pesar de todo, fui por el mundo
anunciando nuevas y contando cosas, navegando por mares de envidia y mediocridad.
No entendían mi lenguaje pues yo empleaba los subjuntivos y la consecutio temporum latina y ellos,
pagados de sí mismos, se creían los reyes del mambo pegados a la alcachofa, y
al micrófono rebuznador, verdaderos “maqueraux”
de los portavoces profanadores del lenguaje de la comunicación, butanitismo informativo, cabrones con
pintas. Mi tío Hans murió en Stalingrado y monta guardia en las estrellas. En
noches de desolación nos comunicamos utilizando un télex particular que me
conecta con la ultratumba. Escucho los tambores que anunciaron la desolación.
Siento piedad por tío Hans y todos los que cayeron en aquel terrible mes de
enero de 1943. Nuestro futuro se derrumbó entonces y vamos muchos dando tumbos
por el mundo. Heil Hitler. Sin embargo, llegaría un día de venganza. La mentira
no puede durar mil años. Los serviolas de proa anuncian una noche larga en la
mar. Surgen sombras a popa. Caminarás sobre el áspid y el basilisco, romperás
los eslabones de las cadenas que te ataron. La nieve y la escarcha (Imbert et nix) pasarán, pero no mi
palabra. El Señor que es buen marinero de altura nos largará una estacha.
Mientras tanto, escucho el ruido de los cerrojos que se abren y cierran en
libertad. Los mueve una mano invisible. Ecos que se grabaron en la piedra de
los castillos y matacanes por cuyos pasadizos yo corría en mi infancia. La
piedra guarda los mensajes crípticos. Son ondas del más allá. Haplología
cíclica. El pan de los mastines. Los guardias de seguridad que guardan la viña
bajo el gario de oro de los cuatro dientes: justicia, fortaleza, prudencia y
templanza. Todas ellas abocan a la continencia, la modestia y la abstinencia
que proporcionan alegría al mal y al cuerpo buen banzo; son estas las virtudes
más importantes. Son sus contrarios el hambre, la peste y la guerra los más
destructivos que ejecuta Némesis la diosa de la venganza. Después, como todo se
renueva, florece un tiempo distinto y, ex novo, el abismo. Los poetas son sus heraldos,
pero muchos son crucificados porque no son del gusto de los tiranos que traen
arrastrándose tras el carro triunfal a sus propios profetas. Dejen paso a los
adoradores del Becerro de Oro. También sigue a los tiranos una cohorte de
nuevos ricos, de teloneros, de periodistas comprados, y de abogadetes rábulas
picapleitos que en los tribunales se empeñan en defender que lo negro es blanco
y lo blanco negro, soltando a los criminales y dando cadena perpetua para los
patriotas inocentes como el caso de Blanquerna cuando irrumpieron en una tenida
de catalanes unos pobres falangistas. Los globos se desinflan y se estrellan
contra el asfalto del Paseo de la Castellana en medio del estruendo de palabras
altisonantes altoparlantes: democracia, solidaridad, feminismo, sexo y café
para todos, globalismo, derechos humanos, lucha de género, dialogo y esgrimen
la espada del consenso verdadera hidra de siete cabezas que ha venido a
sustituir a la lucha de clases, el euro, la Merkel, Donald Trump, la Maritere
inglesa, el puto Brexit. Una verdadera muta lobuna marcando el paso de los
globales. Hacen caja y tiran besos negros los apoltronados en Bruselas, el
parlamento donde toda corrupción tuvo asiento. Ya no hay propiedad privada, la
gran aspiración de las clases medias merced a la corrupción sistemática de los
partidos políticos que operan bajo la fórmula de “I will buy you out”. Somos unos vendidos. Estos señores nos
compraron. Todo es escaparate y jactancia en este mundo sometido a la dictadura
del dinero, el hedonismo y la fuerza bruta que es la fuerza de la masa. El
paseíto triunfal de la toma de posesión, el juramento, los desfiles, las
medallas que se cuelgan en la pechera los marineritos de agua dulce que nunca
asistieron a ninguna batalla. Nos dan gato por liebre cantidad por calidad, nos
venden el burra mal capada, y eso sí grandes superficies y Black Fridies. Los
gobiernos que ponen al frente son una almáciga de mediocridades, porque piensan
los que mandan que los ineptos sean más corruptibles y manejables y menos
detectables al meneo oculto de sus mañas invisibles.
Una
cuadrilla de negros en un banco en mitad el bulevar recién desembarcados de la
patera y a las que las autoridades habían mandado para acá estaban sentados en
un banco de Reina Victoria esperando que alguien les diese trabajo.
Iban pululando de acá para allá y robaban carteras a los borrachos
mientras dormían descuidados sobre los bancos del bulevar la zorra suprema
zupia calimocho y ginebra de garrafón mezclas explosivas. Todos -eran lo menos
ocho- ocupaban un banco municipal. Eran letones, a Villeguillo le metieron mano
a la cartera pero se zafó de los extranjeros con un guantazo. No tenían currele
y estaban de brazos caídos porque esto no era lo que les habían dicho: esto es
el paraíso.
— Venimos a España a que nos mantengan. No
vamos a pegar golpe.
Acababan de aterrizar en Madrid como aquel
que dice, pero después de la patera ¿Qué? ¡Pobrecillos! A matar o a robar o
hacerse el culo de una puta vieja.
— Pues ninguna lástima te han de dar, Arije
— solía decir mi novia Etsi
En
ese caso estaríamos hablando de turismo sexual o de un nuevo tipo migratorio.
No eran migratorios sino conminatorios. Me daban un poco lastima, la verdad.
Este país fue cruce de razas y empalme de fronteras. La esbeltez de las nubias
contrasta con las abotagados rostros ecuatorianos de piel cobriza que parecen
mismamente corchos de botella con perdón pues así tienen el talle y cara de
buenas personas casi todos estos ecuatorianos inditos que a mí no me molestan.
Madrid ya no es rompeolas de las Españas sino el abra donde convergen todos los
mares del mundo. ¿Esto es malo o bueno? Yo que sé. Al principio nos
preocupábamos y decíamos: esto ya no puede ser. Venida la pella, y como no los
puedes vencer, únete a ellos, sálvese el que pueda. A la España de mis amores
no lo conoce ni la madre que lo parió que dijo el Guerra el cual anda
cacareando por ahí por las televisiones la monserga de Ortega: “no es esto… no
es esto”. Además, estos encastes transandinos y subsaharianos pueden mejorar la
raza hasta el punto de perder nuestra identidad pero nada podemos hacer.
Entré en el bar Tera. Zamora no se gana en
una hora. La Abamita estaba de muy mala leche. El Pirulo, su marido, hecho un
brazo de mar al igual que Sunday el dublinés, que hacía las veces de metre y Anacleto
apostrofando a las masas y a los camareros. Todos son hermanos de por ahí de la
raya de allá donde el Duero se va a cantar fados a Portugal. Hablan medio gallego y su parlar guardaba
desinencias troncales del roncón de la gaita zamorana. El establecimiento me
recordaba a mí viejos cantares de la ronda sanabresa. Buena gente. Entre pecho
y espalda me metía mis dos buenas botellas de peleón alguna vez clarete y me
ponía a cantar el quien dirá que no son cinco tres de blanco y dos de tinto —
esto de los restoranes familiares que a mí me van — plato del día y tercio de
vino con gaseosa, aunque ya van quedando menos en Madrid es lo mejor que tiene
esta ciudad. Día sí y otro no, cocido
maragato con su compango, chorizo de bola y todo bien regado con tintorro de la
frasca y ahí me las den todas. Arije se había sentado en la mesa de enfrente.
No hablaba. Estaba cetrino. Sentí como un mal barrunto, el aleteo de un cuervo.
El aliento de una mala sombra se esparcía por las techumbres del
establecimiento, las sillas parecía que empezaban a moverse. Yo juraría que
Arije un viudo jubilado que come todos los días a la misma hora, una y media,
sentía que yo había detectado algo del tenor de su gafancia. Pero no te apures,
le dije. Si eres gafe todo se soluciona menos la muerte. Por lo menos has
tenido suerte. Las parcas se han llevado a tu mujer (qué buena era, lo dicen
todos, aunque en el fondo todos sentimos una cierta envidia a los viudos de
pata negra… él se ha ido al cielo pero yo me he quedado en la gloria) y a ti no
te vamos a ver en danza por la sección de sucesos de los periódicos pues hoy es
muy habitual que los jubilados pensionistas se lleven por delante a la
parienta. No te quejes, Arije, chico. Eres un suertudo. En Madrid soltero y con
dinero Baden- Baden, te lo digo yo échate una novia una de esas rusas de
cuerpos macarrón o esas rumanas fetén con ojos eslavos de aguamarina y a vivir
que son dos días y déjame de mirar con esos ojos de buey que se me atraganta la
sopa. Oye y no engordes mucho: cuídate. Mis amonestaciones no servían para
nada. Mi comensal era víctima de una de esas ligaduras misteriosas o lo que los
italianos denominan la jettatura.
Deja de ser el hilo conductor de toda esa trama maléfica, hazte con las riendas
del mundo, domínate a ti mismo. Tener tan elevados pensamientos en el preciso
instante en que uno se zampa un cocido de garbanzos y mientras Sunday bajaba
por la escalera de caracol con la bandeja no es que sea muy edificante. Primum vivere deinde philosophare pero
yo soy capaz de hacer las dos cosas a la vez. A Alfredo Mirlo se le había
muerto su mujer, Brontea, haría un par de meses y a la legua se notaba que era
uno de esos individuos que no pueden estar solos porque les falla el cromosoma
de la falta de emotividad. El buey suelto bien se lame. Había sido un marido
dominante y posesivo que había dado mala vida a su señora y si no la tuvo atada
a la pata la cama allá que se iba, pero ahora todo eran lagrimas, duelos y
quebrantos por ella. Como Brontea malparió una hija le nació tonta y se la
llevaron a Quitapesares un preventorio psiquiátrico. Esa era otra. ¿Tú eres mi hermano Gumersindo, di? Nos han
ocurrido cosas terribles. Cuando te encuentro por el camino siempre me ocurre
una desgracia.
—No digas sandeces, Fabiniano.
Pocas veces le había escuchado llamarme por
mi nombre, pero aquella vez su llamada sonó apelativa y tierna transmitiendo en
su inflexión ciertas querencias de la infancia olvidada. Se sintió generoso y
luego le invitó a una copita de absenta después de comer. Él se tomó un chupito
de ojén. A la salida del zamorano cada uno de los dos hermanos tiró para su
lado el uno para la derecha y el otro por la izquierda. Cuídate y no te apures. Todo eso que pasó ya
pasó y habrá que echarlo en el olvido. Si no fueras tan gafe, te llamaría de
vez en cuando, pero la gafancia no se cura... y. Tocó madera. Había una
papelera de bambú en las escalerillas del metro y la rozó con la mano
izquierda. Estoy seguro de que Fabiniano ya me ha pasado la galerna. Era como
si el alma me hubiese sacudido un linternazo. Un ventalle de perdición, hijo
mío. Yo soy Baruj Arije y no sé por qué me pusieron Baruj ni cuál es la raíz
del Arije. Seguro que es un nombre moro. Recordó a Malitva una hermana que
había fallecido de cáncer de tiroides. La salieron unos bultos en el cuello y
se le inflamaron como cuévanos las cuencas oculares. Era muy guapa y rubia y de
la noche a la mañana perdió el pelo. Se puso monstruosa. Ella también era una
Arije. Vivió poco tiempo: treinta y cinco años. Dicen que lo del tiroides la
vino en el sobreparto al tener el primer hijo o fue el marido que era un pirata
y un moro en el mal sentido de la palabra. Pobre hermanita.
No tenemos mucha suerte los de la familia.
Avanzamos por la vida con la cargazón de la culpa. Pagamos por los pecados de
otros. Somos del pueblo elegido. Elegidos sí para sufrir. La cosa no es para
tomárselo a broma, pero yo suelo hacer de tripas corazón. Le saco partido a la
vida. Buen yantar y buenos vinos, buenas mujeres alguna que otra si se tercia y
sobre todo buenos libros y buen tabaco. Me he fumado lo mejor de Vueltabajo, me
he bebido cubetas enteras de Vega Sicilia. He amado la literatura profesión que
nos inmortaliza y no fenece. Que grande eres, Dios de Israel. Como cuidas de nosotros,
aunque a veces nos mandes castigo. Será que nos lo merecemos. Hemos siempre de
estar preparados y ser congruentes con nosotros mismos para cuando sople el
viento de perdición que extinga la llama de todos los cirios. Otros tienen oscuridad,
pero los Arijes vamos por la vida destellando rayos lumínicos. ¿Será eso por lo
que el profeta nos define como Vaso de elección? ¿Será eso por lo que me
pusieron al nacer Baruj?
Y entretenido en estos pensamientos
místicos deambuló por la ciudad. La Avenida de la reina Madre le condujo hasta
un barrio lejano que casi desconocía donde todos hablaban cheli de los bajos fondos, predominaban también los bajos
instintos. Es un Madrid que me daba cien patadas sobre todo cuando esos majos
se descuelgan de repente con una parrafada que parece un chotis y muy enviserados
y chulapones se van a bailar a la Verbena de la Paloma sobre un ladrillo en “La
Bombilla”. Todo eso es falso. Esa zona de la ciudad tan mitificada por Ramón es
un pufo que la etnología nos ha metido. Áspero y bronco Madrid. Mucho Madrid.
Madrid era una ciudad fantasma. Quebraban albores. En el Paseo del Prado al
bueno de Baruj el peripatético le salieron unas damas al encuentro hablando en suajili.
Todas eran pigmeas pata negra como su piel; iban todas ellas vestidas de
blanco. Sólo sabían una frase en castellano la de la quinta pregunta:
— Chupaaa.... folláaaaa
—Bueno, bueno niñas qué cosas tenéis.
Dejadme en paz. Yo tengo otras preocupaciones. Ale, ale, a casita que llueve.
Pero cuanto más les amonestaba más se le
arrimaban las pigmeas. Se llevó la mano a la cartera. Estas prendas vienen por
algo. Tuvo que ponerse serio Arije y sacar la poderosa cabritera de muelle que
llevaba en bolsillo. Al ver la de Albacete se espantó toda la bandada y lo
dejaron tranquilo. En sus cavilaciones se le había pasado la noche y tuvo que
esperar barzoneando hasta que abrieran el primer metro. De noche la ciudad
resulta casi una desconocida: otro dibujo, otra alma y otra vida pero él había
sido un noctívago dado al trasnoche y amaba las madrugadas sobre todo las
amanecidas aldeanas cuando se escucha a los gallos quebrar albores. A las cinco
de la mañana todo parecía que despertaba y poco a poco se notaba un aire de
actividad y de currele. Tenía frío. Era lunes santo y ya se notaba la
proximidad de la primavera. Se escuchaban cantar los pájaros en las frondas del
Retiro. Toda aquella huida de Arije de su propio laberinto y de su castillo
interior a la negrura de la noche tenía una explicación. Se había pasado la
tarde entre bostezo y bostezo haciendo zapping o bien hojeando a rastras
insustanciales periódicos y suplementos dominicales subidos de color y de desnudeces,
pero entecos de ideas. Para él estaba visto que la belleza no estaba plasmada
meramente en el felpudo de la modelo exuberante que se retrata mostrando sus
curvas. Para él la belleza era la filocalía. No estaba en torsos ni en senos
flotantes sino en la belleza interior. Una mirada, una palabra amable, una risa
feliz una canción de quintos. Los nuevos periodistas explicaban a sus lectores
a lo largo de una serie de reportajes su pan comido: ha nacido, señores, una
nueva religión. Ahora todos somos laicos. Los gimnasios habían sustituido a las
capillas en su misión soteriológica. Era el síndrome de la catedral vacía de
fieles y llena de turistas. La descristianización progresiva, los largos
puentes de fin de semana. El alzamiento de pesas. La barra fija. Pedestrismo en
la soledad mística del corredor de fondo mientras las radios y los curas nos
adoctrinaban de que hay que ser solidarios. La bicicleta estática y otras
calistenias. La gordura es un pecado mortal y el peor diablo el de la grasa.
Los flamines del tercer nivel habían sustituido a los curas y a los obispos.
Echaron el cierre las rejillas de los confesonarios, derribaron pulpitos y
ambones, el purgatorio no existe y el infierno fue una fábula que se inventó el
Dante. Todo cambió. Acababa de hacer explosión el coche bomba en Leganés. Le
daban escalofríos de pensarlo. Aquel piso que saltó por los aires entre suras a
Alá y la muerte de un geo. Rara historia. Los sionistas estaban detrás, pero se
dieron buena maña en evitar que nadie se enterara. Dios, aparta de mí este
cáliz. Líbranos de la peste y la guerra. Era buena persona en realidad Arije.
Le tocó vivir un tiempo difícil… a lo mejor la culpa la tendría su hermano el
gafe, o que un resorte había fallado. Estaban sin embargo cumpliéndose los
designios que había ido desparramando a lo largo de su obra anepigráfica.
—Tío, eres todo un baluarte
─ Carezco de antivirus
—Que va. Lo que pasa es que estas
apoltronado hecho un oso buco. Has de caminar más. Pasas las horas muertas ante
la cuartilla blanca. Eternidades de ordenador. Pero ve lo que aguardabas se ha
cumplido. Has logrado tus sueños. Tú sabes. Tú puedes. You can
—No me jodas… ni me hables de los morados
de Podemos. Es como mentarme a la madre, motivo suficiente para sacar la navaja.
Había que quitarse el sombrero. Arije no
había fallado un punto en sus vaticinios. Ya lo sé que te has pasado tres
pueblos que vives en otro mundo pero que se le va a hacer. Sonreías a los
insultos. Eres un cobarde y encima te quejas.
Todas estas predicas difundidas a beneficio
de inventario sin embargo no valían para nada, no le decían nada. Arije se
paseaba por la roca del precipicio haciéndole un calvo a la vida y a la muerte.
Vio unos demonios so capa de monos forajidos copulando furiosa y fugazmente
sobre la rama de un ailanto del jardín botánico. Ciertamente había demonios en
el jardín. En ese jardín. En todos los jardines. Quizás el jardín se alzaba
sobre un cementerio y allí estaban los huesos del profeta Ezequiel en trance de
alzarse y muchas noches sobre los cielos turbios de la capital se elevaban como
vaharadas las trazadoras de los fuegos fatuos. Debían de ser lo muertos de la
guerra civil o el ralentí de ciertas bombas que no estallaron. Castor y Pollux
un poco más ya junto a la fontana de la Cibeles que iban tan amigos montando un
mismo caballo se liaron de repente a guantazos y todo era furor por las esquinas
y los esquinazos.
—A que no me coges.
— ¡Uy esos! Parece que van mal.
Por fin llegó tras mucho caminar, pasados
los pontones del olvido, al intercambiador Digital, una cochera inmensa debajo
de los cimientos mismos del Arco de Triunfo.
Estuvieron trabajando obreros actividad
frenética día y noche para tenerlo a punto, que lo tenía que inaugurar don
Cejas para la Trinidad pero puso algunas objeciones la Celadora de la Comunidad:
el mando estaba bastante dividido y era todo un descojone, entran y salen
cuatro como antaño en el cine Montijo y ya se sabe unos por otros la casa sin
barrer. La Trinidad se pasa, mire usted que guasa y para las navidades el
intercambiador de marras seguía aún sin remozar. Tenía unas escalinatas de
tracción mecánica muy molonguis que bajaban desde las mismas bodegas del Arco
de Triunfo. Avanzó entre el polvo el ajetreo de la hora punta y el hedor a
humanidad. Había una luz fúnebre como de tanatorio iluminando toda aquella
actividad. Yo soñé alguna vez en la escala de Jacob pero el bueno de Arije se
me despistaba. Dos ex presidiarios de un lejano campo de concentración
supervivientes del Shoah se entretenían jugando al parchís cerca de un panel de
indicaciones salidas llegadas y una zorra los miraba. Una fuina se agazapaba seguramente
porque sus ojos tibios y acostumbrados a la oscuridad no podían soportar la luz
fúnebre mientras una cotorra argentina charlatana no paraba de hablar.
Seguramente que se había soltado de la jaula de un cuentacuentos:
—El 39 fue un año triunfal. Ese año un
primero de abril entró la fuerza por acá, en este mismo punto donde nos
encontramos. Entraron las banderas por Princesa y justo aquí fue el empezar y
se desplegó la roja y gualda. Un alférez alto y grande la llevaba.
— ¡Qué bonito! —dijo el de la partida que
tenía un brete y una pihuela atados al zapato — pero para de hablar, lechuza,
que nos interrumpes. Lo que nos traemos nosotros entre manos es importante.
— ¿Qué puñetas hacéis?
—Estamos conspirando.
— ¿Así, con ese uniforme de penitenciarios?
Ya tendréis ganas.
—Tú ya verás. Tú, a oír ver y callar.
Puede que el 39 fuera año triunfal, pero de
aquella fecha ya nadie se acordaba. Ahí estaba la fecha de la inscripción latín
con una leyenda en números romanos. La zorra mirando para arriba. El asno de
Buridán plegó las orejas y un hermeneuta con un puntero iba desglosando como un
parte de incidencias el meollo de la frase: “Armis hic victoribus mens
jugiter victura monumentum hoc” (A las armas victoriosas este tributo). Es
lo que ponía en el sobrehaz; en el envés o fachada oriental decía; Munificencia
regia condita ab hispaniorum duce restaurata Aedes spientiae complutensis
florescit in conspectu Dei”. Los podemitas y Perico de los Palotes se confabularon
para volar aquella obra de arte que abría triunfal las puertas de Madrid hasta
hace poco. No les dejaba a los rojos vivir su reconcomio y el ánimo de revancha
por la guerra que habían perdido y ganado en las elecciones mediante las
maniobras arteras de un pucherazo.
Los
romanos más que escribir esculpían como acuñando moneda para la eternidad y vio
por un resquicio de la memoria al autor del glorioso epígrafe redactado con
comisión y buen hipérbaton: un catedrático catalán con las manos llenas de tiza
y la chaquetilla cubierta de polvo que hablaba con una palatización de abiertas
como en el Empardan. Lo escrito en piedra no es lo mismo que la escritura en
papel o en papiro que es un poco la escritura en la pared de la cena de
Baltasar. Frases para durar. No una pluma, yo lo que anhelo es un buril para dictar
frases a cincel en el vivo mármol. Y allí vio en lo alto del cielo al profesor
Mariner mártir de la democracia o la contrademocracia fulgiendo como un ángel
al lado de San Juan y de Tito Livio y de Virgilio. Armis hic victoribus... Mas,
todo eso pasó. Se fue. Desfiló. Se deshizo. Sic transit. Ábrete. Mundus
transit. Nadie es aquí definitivo. Pasa página y no te olvides de conjugar un
verbo transitivo que es tu vida misma. Animo pues, amigo que para eso tienes
nombre de poeta y apellido de pámpanos. Eres toda ubre y pámpanos. Todo medula.
Lo veía al pobre Baruj Gumersindo Arije. Tenía las espaldas un poco encorvadas.
Le había tundido lo suyo la vida y el pelo se le había vuelto totalmente
blanco. Andaba gambado por una ciudad que fue la suya y ya no le pertenecía.
Por sus calles iba y venía meteco o exilado en su propio país. Sólo tus sueños
te pertenecen, pero la ciudad ya no es tuya y hasta el habla siendo la misma es
extraña. Todo es insólito. Los rostros,
mohínos y distantes de la gente amargada y con cara de ir a lo suyo. En cuyos
rostros se reflejaba la infelicidad ambiente que procura el egoísmo y la
desconfianza. Madrid me mata. Transitar por el Arco de Triunfo nunca perdiendo
de vista su sombra había formado parte de sus días. Circular por debajo del
Arco del triunfo por donde pasaron las cohortes de Complutum camino de Legio
Séptima no es lo mismo que pasarse todo bajo el arco de triunfo, Arije y hay
que pasarte por ese epicentro del mismo sitio ya sé que tienes anchas espaldas
y alforjas esterones, artolas, baúl para guardar tantos agravios. Pero no te
pases. Circulen. Tente que te unto.
Puf. Todo lo que me echen. Para él las
calumnias, las injurias no eran tales injurias sino peldaños de la escalera del
Cielo. ¿Agravios? ¿Tantos? Sí. Señor. Tú sufriste muchos y marcaron tu santa
faz en el Lithostros. ¿Entonces de qué coños te quejas? No seas zarrioso,
Arije. Vuélvete a casa. De noche en Madrid todos los gatos son pardos y esta es
la ciudad de los gatos. Pasé dolores de Getsemaní, pero sin Magdalenas que
ungieran mis pies con pomos de nardo ni Verónicas que me salieran al encuentro
con sus paños. La conversación con el antiguo colega me ha dejado de un aire y
sin saber a qué carta quedarme. Nadie se solidariza con nadie. Nadie quiere
saber ni entender. Nadie te ayuda. Estás solo. Atravesamos el desierto de agua,
el ponto líquido. Tiempo de Acuario. Todo parece que fluye. Es líquido. Tiempo
de liquidez. Un moro bajó entonces por la escalinata con una gran alcatifa a
cuestas. Era un mohamé manumiso, un exárico,
para los que Madrid nunca será Madrid sino Majerít. Al menos ellos tienen esa
idea. Para ellos no ha pasado la Reconquista. Estas perdido, Arije, vuélvete a
tu casa. ¿Dónde moras, rabí? ¿Dónde están tu padre y tus hermanos? Mi madre mi
padre y mis hermanos son aquellos que cumplen mi Palabra. Difíciles frases.
Nunca estuviste más oscuro, pero seguimos indagando dándole vueltas al contexto,
hermeneutas perdidos por el vaho del mundo, y tratando de entender el
sacramental mensaje de tus palabras. Corre tiempo recio. Señor, sálvanos que
perecemos.
XI
Primero de año estreno
doce nuevos meses de vida. Arije se levantó después del gran catarro que amargó
su Nochevieja. Escucharon villancicos en la radiogramola y bailaron algo, salsa
sobre todo que es la música que baila su mujer orígenes cubanos. Arije se
desposó con una ceiba. Misa en el Vaticano cantada en latín tan de su gusto.
Vio al papa cojo. Le dio un poco de pena aquel hombre. Cojea el padre Bergoglio
y cojeamos todos, pero ahí vamos. Tampoco canta este pontífice. Gallo que no
canta tiene atrofia en la garganta. Lo que más le gusta dél es su devoción a la
madona inspiración jesuita. Al final del oficio se cantó ante el pesebre Alma redemptoris mater, pero el portal
no estaba tan iluminado como otros años. Luego paseo por Reina Victoria y tuvo
la dicha de escuchar las campanas del Día de la Circuncisión llamando a la misa
de Analectoficación del Santo nombre de Jesús. El bronce del campanil decía
(Arije poseía un segundo sentido para traducir el lenguaje de las santas
campanas que son bautizadas y ungidas con el crisma de jueves santo) esto:
—Populum voco. Mortuos prango. Vulnera frango[1] y aquella voz sonora del
viejo monasterio de san Daniel, uno de los muchos monasterios del Cíngulo
Dorado— el circulo de oro constituido por torres, espadañas y muros sagrados o sacra moenia que circundaban Madrid por
la parte norte y sur de Moncloa—le retrotrajo a aquellas maravillosas
enseñanzas que había aprendido sobre la liturgia romana en sus años de seminario.
Tuvo el convencimiento que la iglesia no son las encíclicas papales ni la
doctrina con moralina sino algo mucho más alto lo que eleva el corazón. Es la
teología, las súmulas tomistas y el gran acervo de la tradición. En el
monasterio de san Daniel escuchaba la misa de cazadores el rey Enrique IV al
alba antes de recorrer los montes del Pardo a la caza de jabalíes y en su
sacristía al pobre rey segoviano lo envenenó un monje por mandato del cronista
Palencia, cuando regresaba de una batida sediento y sudoroso. Diole al monarca
a probar una pócima de hierbas con mezclas aromáticas y gaseosa. El tañido de
aquel modesto campanario hoy convento de monjas le llenó de paz. Las aves huían
asustadas por el cielo de Reina Victoria, las palomas buscaban refugio en las
helgaduras de las tapias. En el Islam no hay campanas. Al moro el sonar de la
campana le asusta, pero Arije se sintió ampliamente gratificado en su
catolicismo, un catolicismo ferviente que renacía en él cuando la Iglesia
estaba hecha unos zorros demasiados; obispos tocineros y comentarios
desaboridos de una cigüeña que crascitaba inconveniencias en la torre de una
iglesia profanada.
Liturgia es el culto público
a Jesucristo lo había aprendido él cuando era adolescente y no podía
desquitarse de esa idea. Tal vez por tozudez o por prejuicios. Arije era obstinado
y no precisamente uno de esos que cambian con facilidad de chaqueta. A Dios le
gustan los cantos de alabanzas y esta idea viene del antiguo Testamento. En la
liturgia converge Cristo con Sión y la cosa no tiene vuelta de hoja. Todo este
entramado es expiación, oración, acción de gracias, adoración sacrificial y
canto de alabanza. Ahora lo pretenden destrincar los adoradores de Satán.
La iglesia es una y
múltiple. Posee la gran riqueza de la diversidad de cultos en su capacidad de
católica o universal, apostólica pues proviene de los apóstoles. Está fraguada
en símbolos que por desgracia ignoran muchos de los fieles que participan en
los cultos (santa ignorancia) pero es menester entender las ceremonias y
rubricas de los diversos cultos rituales. En la iglesia occidental existen
varios ritos distintas fórmulas de adoración: el galicano francés, el medulano
de la iglesia de san Ambrosio de Milán el bizantino griego y muzárabe-visigótico
que aún se celebra en la primada de Toledo A Arije el rito muzárabe era el que
más le inspiraba por su españolidad y sus adherencias al bizantino. En él
abundan preces y letanías — hesicasmo o repetición de una frase pronunciada por
Jesucristo o de los Evangelios como los kiries que impetran la piedad del
altísimo—. En mi opinión las lenguas vernáculas han roto por una parte con la
tradición y por otra vacían el sentido en que el verbo divino habló en el
monte. Por ejemplo, en el ultimo evangelio han traducido et tenebrae eam non comprehenderunt
por no le entendieron cuando en realidad semánticamente lo que significa es que
la luz fulge y las tinieblas no apagaron esta luz que vino de Oriente. Los
motetes, los himnos eucarísticos, las secuencias forman parte de un fenómeno
privativo del cristianismo: la filocalía o amor a lo bello del que carecen los
otros credos. Es el Cristus Musicus
que se entroniza a través de las musicales notas en el pantocrátor. O el
cristus structor arquitecto, o el Cristus didacticus magister o maestro.
Además, las vernáculas han despojado a la iglesia de su universalidad ingénita.
Arije no podía por menos de vapulear las enseñanzas del Vaticano II. El
creyente tiene la obligación de estudiar su fe y de iniciarse en lenguas que le
son ajenas como el latín o el griego o el hebreo como hacen los talmudistas que
estudian constantemente la palabra de Dios. Rito de iniciación. Hay muchas
cosas que no se entienden sino a través del legado de la fe. Y estos misterios
nos vienen de los ritos órficos de donde arranca en parte la liturgia romana
que quiere quiso cristianizar el paganismo y en la vida todo es liturgia y
rito, fulgor, normativa y regla, cauce de convivencia, lo que diferencia al ser
humano de los animales irracionales. Los símbolos nos cercan a Dios. El pez, la
paloma iztios, axios el crismón el anagrama que llevaban los legionarios
cristianos en tiempos del emperador Valerio. Los que atacan a la iglesia por
esa milonga de los abusos sexuales que siempre los hubo y los habrá desconocen
esta categoría primordial de nuestra religión. Reducir el depósito de nuestra
fe a los pecados de la concupiscencia humana es una aberración. La liturgia
católica tiene estirpe teatral. Conviene recordar que el teatro nació en los
atrios de los templos cristianos. Autos de navidad y de pasión: Shakespeare,
Calderón, Lope, Tirso y luego la riqueza estatuaria de los ábsides capiteles y
cimacios románicos con la representación de las sibilas, el infierno, los
martirios, las misericordias del coro donde quedaron labrados algunas
advertencias sobre las tentaciones de la carne, donde colocan sus posaderas los
canónigos, y sobre la presencia del maligno den el mundo al cual la Iglesia
trata de combatir. Es el zlo de los
ortodoxos rusos. Teatro, culto a la belleza, pugna perpetua contra el mal, las
bajas pasiones y los instintos que hacen desgraciada a la condición humana.
Arije después de estas
consideraciones y halagado por la presencia viva del Cristus musicus, se
santiguó y entró reverente en el pórtico de la iglesia de san Daniel. Las
campanas seguían propalando su melodía a la ciudad de Madrid anunciando orbi et
orbi la Circuncisión del Salvador. Año Nuevo buen día del Señor.
Bajé la cuesta, era tan
empinada que con frecuencia el tranvía se atascaba por no poder con tanta
gente, los estudiantes se bajaban y a empujar. En una esquina la casa chalet de
Sebastián Miranda que velaba armas, cara al sol, y los aires de la
universitaria. A izquierda de la bajada se abrían las bancadas del Estadio
Metropolitano y todavía el viento de la sierra del recuerdo traían y llevaba
los sones de aclamación cuando Collar desde la extrema izquierda marcaba
Gooool, el grito de júbilo resonaba por toda la Ciudad Universitaria, aquellas
tardes de domingo, partido, cine y tasca. Aupa Atleti. Gumersindo Manahén
Arije, colchonero de toda la vida. El campo había sido derruido, bloques de
pisos, y allí tuvo él su oficina, archivos y papeles, estanterías de libros.
Fue cuando se digitalizó la administración y todas las semanas un camión del
ministerio se llevaba mesas y máquinas de escribir que se vendían a los
traperos. Un músico irlandés mientras tanto interpretaba al violín la sonata de
“I ll buy you out”. Nos estaban
comprando a los españoles y nosotros vendíamos la patria por un plato de
lentejas. El ordenador dueño y señor del campo administraba la “Cuerpa” que ya
no quería archivar nada porque todo lo antiguo no valdría para nada, luego
llegarían las feministas y fundarían el ministerio de la Igualdad muy poco
igualitario con la consigna de sodomizar al varón por el mero hecho de serlo
una crija verija valdría entonces el doble que una pija. Predominando el género
epiceno. Metí un ratón en mi granero e hizose dueño del cillero. El grito de
guerra era el del vientre vacío, como primer paso para que se acabara el mundo.
La humanidad perecería por falta de quórum las mujeres no querían que las
hicieran madres, serían emasculados los varones y dejarían de nacer niños. Bajo
esa fórmula estaban entrando en Europa las huestes del anticristo. Toneladas de
revistas y libros de una época fueron a parar a la basura. Arije desde su
ventanal trataba de adaptarse a las nuevas tecnologías del Word y del M-2. La
caída del Muro de Berlín se llevó por la posta tanto trabajo de la imaginación.
Era una manera de acogotar al fascismo. ZP se sacó de la chispera la infamia de
la memoria histórica, otra vez la guerra cuando nos creíamos todos
reconciliados. Las cadenas alemanas recibieron la consigna de pasar newsreels
constantemente sobre los campos de concentración. Venerar a los hornos
crematorios de Auschwitz se convirtió en una nueva religión mientras eran
descolgados los crucifijos de las paredes de las escuelas y se volaban las
cruces de los caídos y se profanaban los huesos de Franco. Él, siendo israelita
conocía bien las añagazas y embustes de su gente cuya misión en la historia fue
siempre engañar y pervertir, para contradecir a los patanes del partido
socialista obrero llevaba en la cartera una foto del Führer que trajo su padre
superviviente de la batalla de Stalingrado, rezaba padrenuestros y trató de
aprender alemán. Zum Befehl y Heil Siegel, pero todo cuanto quiso aprender se
lo desbarató Cerrolaza un jesuita enemigo de los nazis que dirigía el Departamento
de Germanística de la Central y que lo echó de la universidad. Por el ventanal
de la Biblioteca penetraba un sol cansino y el eco del recuerdo de los goles
que marcaba Luis el Zapatones los regateos de Collar y las palomitas de Pazos
en la portería. Fue un tiempo de espera y de esperanza. El clínico albergaba muchos
secretos de su pasión por España. Desde allí los muertos le hablaban; unos se
le aparecían con una pierna de menos, otros tuertos y a muchos les habían
pegado un tiro en la garganta, pero podían cantar.
Sus conocimientos de lo
ultrasensible le deparaban al bibliotecario aquellas experiencias. Cuando se
ponían pesados los muertos vivientes y sentía que ya no podía más, subía cuesta
de Reina Victoria arriba a ver a la Abamita o se daba un homenaje de cocidito
madrileño con dos botellas de vino en el Tera. A los postres besaba el retrato
del Jefe que llevaba en la cartera.
─Ah, si tú me dices ven,
lo dejo todo.
XII
El bulevar en rampa de
Reina Victoria cambió de nombre. Daría luego en llamarse Roca Tarpeya de
Salamanca. Ya se sabe lo que naturaleza no da, nunca te lo presta Salamanca.
Cuestión de másteres. Los másteres de Perico el de los Palotes que quiso ser
presidente, sentarse de culo en Moncloa altos paramentos aunque haciendo
trampa. Los tiempos de Donald Trump fueron una trampa cuando sonó la trompa de
Eustaquio por la Casa Blanca. Un macarra neoyorquino se convirtió en el ser más
poderoso de la tierra o al menos eso decían los periódicos. Escogió el camino
corto, la vía rápida: afiliarse a la CIA y sus socios lo respaldaron. Antes le
dieron la consigna que los generales de las divisiones acorazadas dan a los
tanquistas: destruir y derruir, machacar, mentir, profanar, derribar escupir
contra lo más sagrado.
─Perico, tú machaca todo
lo que se ponga delante de la torre de tu tanqueta. Acaba con los españoles sin
piedad, límpiate los mocos y el culo con la bandera de España y luego los
trapos que te sobren los trae para acá.
─Yes, Sir
Y allá que se fue el obediente
Pedrito cargado de masteres, arrastrando las chuletas de las páginas que copió
con su cara de guapo. El enemigo no tenía que embarcarse en un nuevo Vietnam,
los gringos son algo gallinas en cuanto empiezan a llegar féretros de soldados
abatidos por el fuego del Vietcong. Bastaba un caballo de Troya para tal
operación y darle el gobierno y ya todo el poder de destrucción en sus manos. España
se acabó.
Por la avenida bajaba la
manada. Eran los violadores en cuadrilla camino de los toros. Iban cantando el
riairriau y Gora san Fermín. A la vuelta
sonarían las estrofas del “Pobre de mí”.
Todos los días en Madrid es San Fermín y
violan a una como en Pamplona esos putos sevillanos de la infame Manada, recua
mogote y brazada de depredadores sexuales siendo el más conspicuo uno que
llamaban el Prenda (menuda alhaja), el más aguerrido, el picha brava, el que la
tenía más larga, una verdadera garduña de Sevilla. Cogieron a una pobre chica
que venía de los toros de San Fermín la bajaron las bragas y allá en un portal
mismo y haciendo un standing up se la
pasaron por las armas… coito en cuadrilla, hubo un juicio y salió un rábula en
defensa de los fementidos y dijo:
─Señorías, toda vez que la
muchacha dijo no pero no fue un no firme, sólo con la boca pequeña, de modo que
se transformó en sí, porque un no puede ser en tales casos un sí. Así que estas
corte no puede juzgar sobre parvedad de materia ni afirmar lata sentencia que
hubo estupro demostrable.
Hubo en el país una
verdadera conmoción. Las Fem se lanzaron a la calle indignadas al amparo de la
consigna: “un no es no y un sí es sí”. Cercaron la audiencia y tiraban los
sostenes a los magistrados, se quitaban las bragas para arrojárselas a los fiscales
a los hocicos. Gritaban consignas y decían:
─A por ellos. Les
pasaremos la pluma por el pico.
A todo esto, las reinas de las mañanas
tuvieron afrecho de su duerno mediático durante muchos días y las anarosas y las susanasgrisos no paraban de darle al chisme de la propaganda. Los
fulanos de la Manada se creyeron los reyes del mambo sentados como estaban en
el trono de la gran publicidad. Esto formaba parte del plan conspiratorio y la
Manada se convirtió en efecto llamada, en algo viral que atraía cual imán a las
redes. Todos los días se mataba a una o se violaba y las anasgrisos y las
susanasrosas con ello, relamidas de gusto, daban suelta al morbo en comidilla
televisiva junto a la mesa camilla ¡Uy, qué horror! pero nunca lo tuvieron tan
a huevo en su afán perentorio de fornicar sin concebir. Entró la vicepresidenta
al trapo en defensa de las mujeres, pero la defensa de la ministra era todo un
arrogante ataque a la mujer. Desdén en desguisa bajo su política de construir
la imagen de mujer objeto separada de su función primordial que es la
maternidad y la familia. Arije, conmovido y enternecido ante semejante
zurriburri, oyó a uno que bajaba la cuesta pañuelo rojo al cuello y calzón
blanco que gritaba:
─Señora ministra, su
señoría tiene un culo muy prestoso y redondito. Habría que ponerla mirando para
el Cristo los Faroles para pasar la tarde.
El mozo de san Fermín
bajaba por la Calle la estafeta algo borracho y uno de los bueyes duendos que
escotaba a la manada le colgó por los inhiestos de un de sus cuernos mortales
dejándole con el culo al aire. Debajo de los calzoncillos ponía este epígrafe:
“qué terrible lugar es este”. Pero se rehízo del varapalo y salió corriendo a
no parar hasta llegar la Cuesta las Perdices. España era una roca Tarpeya, un
derrumbadero feminista/ separatista con los de la Cope, los curas la Iglesia,
el rey la reina, los alguacilillos actuando de convidados de piedra. Estábamos
en plena campaña de alianza de civilizaciones, de augustas ceremonias,
televisadas, palabras sin sentido. Gemíamos bajo el yugo, los cuernos de los
cutrales llegaban hasta los adrales y las verónicas al pasar nos miraban
compungidas a los pobres españoles al son del Tente que te unto.
A la mesa se sentaban muchos capigorrones.
Unos se creían supermen y otros se escondían aburridos sin hablar en un esconce,
pero masticándose las tajadas otorgadas por el poder. Tú échame pan y llámame
perro. Las estudiantes de Farmacia se asomaban a las ventanas de los colegios
mayores en cueros y de esta guisa contemplaban el encierro. Arije se sentó en
el primer peldaño del colegio mayor José Antonio, ─muchas memorias de su paso
por las aulas en la juventud─, un edificio que tenía factura herreriana y
recordaba a la gran mole escurialense para dejar pasar la procesión y contar
las nubes. El Prenda se la cascaba
mientras se columpiaba en el árbol de la risa, se desgajó una rama, vino al
suelo y se conoce que con el golpe se le rompieron algunos conductos venéreos y
quedó castrado sin remisión, útil para servicios auxiliares. Algunos no
escarmientan y se pasan de listos o de guarros
Era la hora de consultas
en el clínico y los tranvías venían atestados de hombres y mujeres que acudían
a ver qué tal andaban sus parientes hospitalizados. Sobre los setos de madera
de boj que circunvalaba al gran caserón de la muerte en cuyas salas se peleó
con tanto denuedo en la guerra civil, pasaba lista la Pelona hora sí hora no y
la morgue no daba abasto para aguantar la lista de los fallecidos en la
capital. En Madrid no quedaba un viejo. La pica es la reina de las armas, es la
fuerza de la escuadra veinticinco palmos de largo por medio de ancho para herir
sin ser herido. La Pelona no cesaba de ahincar banderolas sobre los setos del
Clínico. La muerte siempre va por delante ganándonos la partida. Picas en
Flandes, lista de óbitos ayer en Madrid. Todos acabamos en la trena, en el
manicomio o en la casa socorro. Y todo en la vida es cárcel: la espina es
cárcel de la rosa, la playa es cárcel del mar y el trigo es cárcel del pan, el
alma, si existe, es cárcel del cuerpo, y así sucesivamente. Peto, espaldearas,
escarcela, fálcate, brazales, manoplas celadas, caldas y corazas son un buen
escudo del alabardero, pero toda la infantería perece cuando la muerte se
empeña. Porque contra ella no caben maulas. Pese a todo, tenemos la obligación
de ser dueños de nosotros mismos. Arije contaba las nubes mientras con el
rabillo del ojo seguía a la turba de los violadores en cuadrilla que se
perdieron de vista en un recodo de la plaza de Pio XII. Anarosa se puso en
jarras delante del portal, pidiendo lo suyo:
▬ Quiero más. Dame más
▬ ¿No tuviste bastante?
Pues vale ya.
▬Chavala, tú eres
insaciable.
▬ Give me more. Give me more. I
want it now.
▬Otro toro que este no vale.
Pase el siguiente
Y esta era la lúbrica
historia de los violadores en cuadrilla que jaleaban las prensas nacionales sin
ningún pudor.
Él pensaba en Etsi,
aquella novia que tuvo y le hacía el amor en el 600 sin llegar a más. Tonto que
fui, pensaba para sus adentros, con las mujeres no valen medias tintas.
El arcabuz fue el arma más
letal hasta que se inventó la bomba atómica fulminante y esparce un hongo de
muerte al estallar. Carlos V el emperador se lamentaba de maldita la hora que a
un chino se le ocurrió descubrir la pólvora. Ahora de allá nos viene la peste
de Wuhan por comer murciélagos y de sodomizar gallos aunque lo más probable es
que sea un engendro mortífero de la guerra química váyase usted a saber.
El salitre, el azufre, el carbón y la mecha
cargan de muerte a cualquier artefacto. Picos, palos y azadones. Suban todos a
cobrar que llegó el administrador. El personal hacía cola ante los cajeros
automáticos. Ya no había que acudir al banco para pasarse por caja. Bastaba con
apretar un botón. ¡Qué cosas inventa el hombre blanco! Desde el año 89 todo ha
cambiado para bien y para mal. El mundo es distinto así en Ciudad de Méjico la
más populosa del globo como en Becerril de Campos donde no porta en invierno un
alma. ¿El nuevo terror del milenario?
XIII
Lunas fuertes de enero
cuando las gatas tienen celo y en las radiantes noches los árboles desnudos
tiemblan bajo la helada. Había pasado las navidades en su tabuco acariciando
sus recuerdos circundado de libros y de papeles. Le vino bien a su salud el
ayuno pascual. Asistió a la misa de gallo por Internet que celebró el patriarca
Cirilo de Todas las Rusias el adalid que luchaba contra las fuerzas oscuras.
Aquella orgía de voces angelicales, iconostasios de marfil el Pantocrátor en lo
alto de la cúpula, casullas recamadas y el diacono que cantaba:
— Xristós rasdaets piite i pklanite yevó
(Cristo ha nacido venid en adoración)
La catedral de la Epifanía
estaba inundada de caras guapas de hermosas rusas con velo blanco viejos
creyentes y niños que recitaban los compases del Credo y del paternóster en
eslavónico; todos se habían la letra y sabían lo que pronunciaban aguantando de
pie las dos horas que duró el oficio. Liturgia triunfal que se refería a un
mundo de belleza y de redención, el ceremonial rico y antiguo que se cumplía a
rajatabla a las ordenes del presbítero puntero en mano que iba señalando las
rúbricas a los oficiantes para leer y cantar los pasajes de las lecciones y de
los himnos que habían de entonarse en fa bardón sincopado. Sintió Arije que
Bizancio tenía la clave del legado evangélico y todo un contraste con las
catequesis perroneras, los lugares comunes e incluso las herejías que
pronunciaba ex cátedra desde Roma el Impostor. Y todo un contraste con la vida
de aquellos días en España: atropellos de violadores en cuadrilla. Llegó la
manada. En Andalucía pastos y cabildeos. La hora del consenso y de la
rendición. Tres putas se desnudaron en la Plaza de San Pedro y aparecieron en
los posts metiéndose un crucifijo por donde amargan los pepinos. Tiempos de
profanación y desolación. Jerusalén
desolada est, que cantó Jeremías. La Bestia utiliza a la serpiente
disfrazada de mujer. Pigtail profería sus blasfemias de siempre, faroleaba,
quería ponerse medallas:
▬ Los feministas follamos más y mejor que los de la
ultraderecha,
La palabra ultraderecha y
fascista no se le caía de los labios a los de Youcan que se sentían
amedrentados e impotentes ante Vox un movimiento que arrasaba. Mucho presumir
de potencia sexual y seguro de que el miembro no se les ponía erecto para
cubrir a las cabras locas del Contubernio Fem.
Arije no tenía que ver con
la ultraderecha. Era un anarquista, un rebelde como lo fue Jesucristo contra el
Sanedrín y se sentía satisfecho consigo mismo por haber dado testimonio, pero
sus días los pasaba oculto en su esconce y las noches en blanco a causa del
dolor de España que lo afligía. Después de salir de la cárcel por haber
asesinado a la funcionaria roja (fue una lacra en su vida pero tenía demasiado
temperamento) se refugio en el sotabanco de Majadahonda. Le había quedado una
pequeña pensión, podía pagar la pensión el resto lo gastaba en tabaco y en
libros en la cuesta Moyano. Nada sabía de su familia. Etsi había venido a verle
dos veces a la cárcel, pero desde el año 92 no volvió a saber de ella. Asumía
que había encontrado pareja.
Aquella mañana amaneció
radiante. Los niños de Madrid había sacado a la calle sus camionetas, sus
hombres araña y las muñecas que les trajeron los Reyes Magos. La Epifanía era
una noche mágica. Ponía fin al misterio de las Doce Noches y Saturno dejaba de
gobernar el mundo. Durante este intervalo ocurrían bajo el imperio del dios
oscuro así conocían a Saturno los romanos y para aplacarlo celebraban las
saturnales. Las doce noches venían marcadas por la tragedia de trifulcas en el
hogar, asesinatos, borracheras, eclipses, pues el sol se ocultaba y no quería
alumbrar la Tierra, terremotos e inundaciones, y sobre todo la melancolía que
sentía el hombre ante el tiempo que pasa y la vida que se va. Este espíritu pagano
había renacido en las sociedades antes llamadas cristianas. Había que ponerle a
los pascueros y a papá Noel que se deslizaba por toda la Europa nevada en su
trineo buena cara. Ho. Ho. Ho.
Pese a sus dolamas tanto
espirituales como corporales se sentía contento. Había llegado la hora de
romper el ayuno. Se fue a comer al Julifer. Allí todo seguía igual que hacía
diez años. El Analecto en la barra y la Abamita en su chiscón la cual al verle
llegar le hizo esta salutación:
—Coño, yo creía que te
habías muerto.
No supo qué decir ante tal
insolencia. Pidió lentejas, gachopo y una botella de vino. De postre arroz con
leche y un chispacito de coñac.
Había tres o cuatro
individuos en la barra discutiendo acaloradamente sobre la derrota del Madrid
ante el Alavés. Nadie hablaba de política. Abandonó el local satisfecho y por
aquel dicho de que de la panza sale la danza recuperó su buen humor, pero ya en
el autobús camino de casa empezó a sentirse mal. Le daban arcadas y ganas de
vomitar. Se le puso cara de luna de enero.
En la parada final se
acurrucó en un banco.
— ¿Se encuentra usted mal,
señor?
—Si llamen a una
ambulancia. Me muero.
Llegó una ambulancia y
Arije fue conducido de inmediato a urgencias. Allí perdió la consciencia.
Cuando despertó estaba en el quirófano de Puerta de Hierro rodeado de tubos de
mascarillas y de electrodos, enchufado a una maquina todo su cuerpo. La medico
una muchacha joven se acercó:
— ¿Qué comió usted hoy?
—Lentejas y cachopo, algo
de vino y un poco de aguardiente.
— ¿Dónde?
—En un bar regentado por
amigos míos
—Señor, pues en las
lentejas le colaron belladona ¿No se dio cuenta? Es un veneno que puede causar
la muerte, pero al parecer es usted hombre de complexión fuerte.
—No. Las lentejas estaban
buenísimas.
—Le hemos hecho un lavado
de estomago. Creo que se recuperará. No obstante, quedarán secuelas.
Arije no maldijo a los que
le quisieron envenenar. Lo aceptó como castigo por sus pecados y un aviso del
cielo para no volver a pisar nunca un chigre, tabernas, o fondas sin homologar.
Dios le había salvado de las garras de Erifos y de la Leónides. Otra vez la
Divina Misericordia estuvo de su parte. Aunque tampoco hay que fiarse de las
fuertes lunas de enero cuando las gatas entran en celo.
XIV
Dio gracias a Adonai por haber salido con bien del intento
de envenenamiento en el mesón de la Puñalada. Un signo. Hay que mirar a las
estrellas donde se inscribe nuestro destino en busca de señales. Los dioses
mandan desde el firmamento un aviso. Y, ya con el alta médica en el bolsillo,
al abandonar el hospital enclavado en los cerros de Majadahonda se veía la
sierra cubierta de un manto níveo bajo los arcos del austero monumento a Mota y
Marín, aquellos dos valientes rumanos, voluntarios de la Guardia de Hierro, que
dieron su vida por España allí en aquellos recuestos por donde Madrid se
urbaniza y dejó de ser campo. De modo que volvió a su casa que estaba a unas
manzanas del centro médico, respirando hondo y pisando fuerte ufano de haber
sobrevivido. La internista asturiana le hizo una transfusión de sangre con un
fármaco antídoto de neutralización de la belladona. El Analecto y la Abamita
vaya un par de cabrones quisieron darle el pasaporte. Que se jodan. Entre potas
pucheros anda el Señor, pero también se esconden los asesinos. Así y todo, estaba
muy dolorido y quemado por dentro. Les hubiera pegado a los dos un tiro, si no
hubiese temido a volver a la cárcel.
En su esconce todo seguía igual. Un cuadro del Arcángel san Miguel le saludó bajo la puerta. Vuelve a casa, pan perdido. En la calle, la rutina de siempre, los mismos ruidos. Allí le aguardaban sus libros de rezos, sus estampas de vírgenes y sus rosarios colgados de la pared y las linternas y palmatorias para alumbrarse de noche. Había meses que le cortaban la luz por falta de pago y estos hachones magnéticos le hacían buen servicio, cuando se iba la corriente.
Uno de los rosarios era enorme medía dos metros y los dieces enjaretados en un cordel de esparto los cinco misterios con los cinco gloriapatris rematando en una cruz fabricada con la roña de la corteza de un pino santo que talaron para ayudar a los creyentes en la devoción de santo Domingo los jerónimos del Parral de Segovia, carpinteros a lo divino que hacían bancos y cruces para las parroquias. Pero esta sarta piadosa tenía cierto valor histórico porque había pertenecido a Sor María de Agreda y a Gumersindo Manahén Arije le inspiraba gran devoción esta mística doctora que escribió más de veinte tomos sobre la Virgen y los escribió de rodillas. Fue muy conocida en el siglo XVII por sus deliquios, levitaciones y éxtasis místicos, ya que, supuestamente, había recibido del Altísimo el don de la bilocación.
Mediante dicha gracia ayudó y consoló en sus noches tristes a los misioneros de Nueva España, mientras la priora de Ágreda en alma oraba sentada en el coro de su convento su cuerpo era transportado por los ángeles al Nuevo Mundo. Testigos presenciales la vieron bautizar a los indios de Guanajuato y gracias a sus dotes los mexicanos conocieron las doctrinas de Jesucristo. Fue a visitarla el rey Felipe IV a su regreso de su triunfal campaña en las guerras de Cataluña fue aplastada la rebelión de los barceloneses levantiscos y la monja y el rey se hicieron amigos. Es copiosa la correspondencia que se conserva de las cartas entre el monasterio y Palacio. En ellas sor María amonestaba con dolor, pero sin acrimonia al monarca por sus excesos y amorosos desvaríos. Felipe IV tuvo fama de mujeriego. No paraba de sofaldar damas de la corte e incluso aguadoras de Madrid y actrices tan famosas como la Calderona. No se paraba en barras y a veces profanaba el sagrado recinto de los beaterios tan abundantes por aquel entonces en la capital del reino:
En su esconce todo seguía igual. Un cuadro del Arcángel san Miguel le saludó bajo la puerta. Vuelve a casa, pan perdido. En la calle, la rutina de siempre, los mismos ruidos. Allí le aguardaban sus libros de rezos, sus estampas de vírgenes y sus rosarios colgados de la pared y las linternas y palmatorias para alumbrarse de noche. Había meses que le cortaban la luz por falta de pago y estos hachones magnéticos le hacían buen servicio, cuando se iba la corriente.
Uno de los rosarios era enorme medía dos metros y los dieces enjaretados en un cordel de esparto los cinco misterios con los cinco gloriapatris rematando en una cruz fabricada con la roña de la corteza de un pino santo que talaron para ayudar a los creyentes en la devoción de santo Domingo los jerónimos del Parral de Segovia, carpinteros a lo divino que hacían bancos y cruces para las parroquias. Pero esta sarta piadosa tenía cierto valor histórico porque había pertenecido a Sor María de Agreda y a Gumersindo Manahén Arije le inspiraba gran devoción esta mística doctora que escribió más de veinte tomos sobre la Virgen y los escribió de rodillas. Fue muy conocida en el siglo XVII por sus deliquios, levitaciones y éxtasis místicos, ya que, supuestamente, había recibido del Altísimo el don de la bilocación.
Mediante dicha gracia ayudó y consoló en sus noches tristes a los misioneros de Nueva España, mientras la priora de Ágreda en alma oraba sentada en el coro de su convento su cuerpo era transportado por los ángeles al Nuevo Mundo. Testigos presenciales la vieron bautizar a los indios de Guanajuato y gracias a sus dotes los mexicanos conocieron las doctrinas de Jesucristo. Fue a visitarla el rey Felipe IV a su regreso de su triunfal campaña en las guerras de Cataluña fue aplastada la rebelión de los barceloneses levantiscos y la monja y el rey se hicieron amigos. Es copiosa la correspondencia que se conserva de las cartas entre el monasterio y Palacio. En ellas sor María amonestaba con dolor, pero sin acrimonia al monarca por sus excesos y amorosos desvaríos. Felipe IV tuvo fama de mujeriego. No paraba de sofaldar damas de la corte e incluso aguadoras de Madrid y actrices tan famosas como la Calderona. No se paraba en barras y a veces profanaba el sagrado recinto de los beaterios tan abundantes por aquel entonces en la capital del reino:
─Eso que su merced realiza, Majestad, no sólo ofende a Dios y le
conduce al infierno también está muy feo─ le reconvenía la madre superiora de
las concepcionistas de Agreda.
─Ya lo sé, reverenda madre, pero no puedo. No puedo.
El cuarto de los Felipes, decía el doctor Marañón, tenía una
libido desbocada, era insaciable. Si hubiese sido reina hubiera padecido de
furor uterino.
En todo caso su sensualidad se parecía a las de las mujeres. Era
insaciable. Sus biógrafos no ocultan que llenó el reino de bastardos. Engendró
a más de de setenta hijos naturales y hasta podría ser que llegara a tirarle
los tejos a sor María que era bastante guapa pero no consta porque era una
santa y devolvió, escandalizada, los billetes enamorados que el rey le mandaba
hablándole muy seriamente de las penas del infierno y del cruel destino
reservado a los concupiscentes en las Calderas de Pedro Botero.
A don Gumersindo le hacían reír estas cosillas. Pensaba que el
catolicismo en su rama conversa está obsesionado con las llamas infernales y
con el sexo, pero él ya no era joven para escandalizarse por tales asuntillos.
Mirando las cosas con cierta distancia y sin apasionamiento, la misión de los
reyes es engendrar muchachos y la obligación de las reinas parirlos. Ardua
tarea, porque muchas de aquellas pobres y tristes reinas morían de sobreparto y
no alcanzaban la edad provecta. De este peligro nos advierte una visita al
pudridero del Escorial donde se amontonan las sepulturas de recién nacidos, pero
España y yo somos ansí, señora. Que quieren vuescerdes que yo haga. El rey
Felipe no lo podía remediar trigger happy de bragueta, pero
nunca probaba el vino, le atraía la caza (conejos de las dos clases…) y tenía
un gusto exquisito por la pintura. San Antón la gallina pon y hasta san Antón pascuas
son. El padre Ángel estaba solemne y más orondo con un ocho que no le cabía un
piñón por culo bendiciendo a los burros, los perros y gatos del todo Madrid.
Abrió las puertas del templo en la calle Hortaleza a los nobles brutos. Dios le
perdone, porque ese clérigo asturiano culo de mal asiento que tiene un sexto
sentido para sacarle la pasta a los famosos desconoce que a las fieras no les
está permitido pisar sagrado y un día de San Antón yo vi a un gran danés tan
enorme como un oso andar por la predela del templo, lo que llamaban iconostasio
los antiguos y los nuevos antealtar, olisquear las vinajeras de la credencia en
el altar mayor. El perrazo entre gruñidos y ladridos se puso a cantar la
epístola de la misa del día para los desamparados de Madrid. Su aspecto era
feroz como el de un Rotweiler. Creo que aquel bicho era la vera efigie del
diablo que se le había colado al padre Ángel entre los vuelos de sus sotanas,
ínfulas animalistas y buenismo a todo pasto, pero no vamos ahora a sacar las
cosas de quicio.
XV
Arroaban los
jabalíes, crotoraban las cigüeñas, crascitaban los cuervos, relinchaban los
caballos, mugían las vacas croaban las ranas mallaba la gata del Roxiu, cantaban los canarios, gruñías el puerco, silababa el búho, la
coruja tocaba a clamor con sus tristes alaridos en la noche, cacareaba la
gallina, ladraban los canes de Zurita, pocos y mal avenidos, pero lo peor de
todo era escuchar el aullido del lobo en las noches de enero. El peor enemigo
no es la fiera que te muestra los dientes o escuchar al león rugir ante tu
ventana sino el vecino que te pasa la mano por la espalda. Los borregueros de
Turégano se han echado al monte con sus borregos y Argüeso es un divieso en
carne viva. ¿Estos son tus amigos curillas? Pues mira cómo te maltratan. Con
tales amigos para qué coños quieres enemigos, Villeguillo Todos sienten hacia
vos rencor y omecillo. La ira no se les cura. Son los heraldos de la envidia en
el gran rebaño de pícaros. El tuerto de Intereconomía devanaba historias
increíbles. Quería ser el primero. Me lo pido y lo mismo hacían Colifias (el
que preparaba la comida a los atletas) y otros autores carentes de ingenio.
Explotaban el filón. Franco era una mina. Tenían que eliminar al otro para que
no les hiciese sombra y abrirse brecha a codazos. Ya decía don Miguel que
vivimos en un país de rencores, pero ese toro de Intereconomía no es un miura,
sino un bull de los de Rockefeller. No te fíes mucho de ese del pelo blanco que
va a lo suyo, va a lo suyo. Él y el tuerto pretenden ser los defensores de
España pero su afán es enriquecerse. A derecha e izquierda se alzan los
farallones derruidos de la patria mía. Tú sigue tu ruta, no hagas caso. La
chati del Pigtail se limpiaba el coño con una teja y ahora tiene en su reserva
papeles higiénicos perfumados, vive en una dacha de Galapagar. Buena carrera
lleva, era cajera de un supermercado y la han hecho ministra, son milagros de
la CIA por ser esposa del Pigtail rabo de gorrino. Adiós Vallecas. Ellos
defienden al obrero… de lejos. La política se ha inventado en España para
chupar imagen, henchir los bolsillos, discursear y pedorrear. ¡Pécoras! Arrúan
los jabalíes ya digo. El Anacleto y la farota de la Leo abrían la puerta del
infierno a los clientes mojándoles el café con leche de DDT. En una jaula de su
esconce tenía nuestro protagonista un jilguero enjaulado al que llamaba
“Caruso”. Se pasaba las mañanas al sol de enero trinando partituras de ópera
con lo que daba gloria a Dios y dejaba el alma satisfecha de su amo que al oír
salmodiar a Caruso se olvidaban de cuando le clavó la navaja a la archivera.
Fue un golpe seco y cortante. Toma para que no te rías de mí. Dejarás de batir
tortillas con tu coima, escupir sobre mis vírgenes y arrancar los dieces de mi
rosario. ¿Por qué te manchaste las manos de sangre, Manahén? Lo hice en defensa
propia. Conmigo no se juega. Alguien tenía que cortarles las alas a los buitres
de You Can y a todos esos canes y perros perdigueros del amo supremo. El bueno
de Arije le hizo la tonsura al Coletas. Ese tío le daba cien patadas en la
barriga y su chati le ponía nervioso cuando iba con los cartapacios de tareas
bajo el brazo caminando por las alfombras del Salón de los Pasos Perdidos. Los
apuntes de Facultad se habían convertido en papeles de gobierno. Marxistas de
salón. La prensa del duerno gustaba de comparar a los de Podemos con los de
Venezuela. La archivera quedó yerta en medio de un pequeño charco de sangre
tras un breve pataleo de acelerada
agonía se cagó por la pata abajo a la hora de expirar. Arije fue certero. Se demostró
que era tan bueno con la pluma como con la navaja. Zas.
Un golpe de
guasca y para el otro barrio
Zas. Un golpe de guasca y para el otro barrio. La Gertrudis Peñainfiel Olombrada voló a la eternidad. Al cielo no. Seguramente que la pasaporte a los infiernos donde batiría tortillas con su coima. Estaba en pecado mortal. Esa tía que la llamaba por teléfono a la oficina no se cansaba de alabar sus habilidades digitales. Ay que me corro de gusto, reina, con solo oírte hablar. Cumplí cadena, se hizo justicia y ya estoy a bien con la sociedad, pero seguía arruando el gocho salvaje. Venían en manada por todo el valle de Talamanca, cruzaban los desmontes de Valdepielagos y Torrelaguna y no paraban de corretear al trote cochinero hasta Vaciamadrid. Se detenían ante el antiguo parador, hozaban por las caballerizas y muchos deportistas que hacían footing por los resayos de Moncloa vieron a piaras de estos suridos, animales impuros, y no precisamente de compañía.
Zas. Un golpe de guasca y para el otro barrio. La Gertrudis Peñainfiel Olombrada voló a la eternidad. Al cielo no. Seguramente que la pasaporte a los infiernos donde batiría tortillas con su coima. Estaba en pecado mortal. Esa tía que la llamaba por teléfono a la oficina no se cansaba de alabar sus habilidades digitales. Ay que me corro de gusto, reina, con solo oírte hablar. Cumplí cadena, se hizo justicia y ya estoy a bien con la sociedad, pero seguía arruando el gocho salvaje. Venían en manada por todo el valle de Talamanca, cruzaban los desmontes de Valdepielagos y Torrelaguna y no paraban de corretear al trote cochinero hasta Vaciamadrid. Se detenían ante el antiguo parador, hozaban por las caballerizas y muchos deportistas que hacían footing por los resayos de Moncloa vieron a piaras de estos suridos, animales impuros, y no precisamente de compañía.
A veces se
atrevían incluso a gulusmear entre los contendores de basura. Se habían
convertido en plaga. El abandono de la agricultura en Castilla había
determinado el regreso de la fauna salvaje. Era una tarde apacible y él
caminaba en compañía de sus recuerdos por la parte central del bulevar de Reina
Victoria. El sol se hundía por la hucha del horizonte irradiando un haz de
irradiaciones portentosas. Entonces se dio cuenta de una cosa: lo bello que es
vivir. Al poco rato, cuando el sol se puso, el firmamento era una verbena de
estrellas filantes. Desde el banco donde estaba sentado pues le había entrado
fatiga veía entrar y salir a la clientela del Julifer. La Abamita mujer farota
y poco contemplativa había envenenado aquella tarde a otros tres borrachos más.
La policía los encontró pajaritos cerca del nido de los cisnes aguas abajo del
Manzanares. Eran emigrantes albanos. La torionda Gertrudis voló a la eternidad.
Al cielo no. Seguramente que la pasaporte a los infiernos. Estaba en pecado
mortal. Esa tía que la llamaba por teléfono a la oficina no se cansaba de
alabar sus habilidades digitales.
XVI
Llegó a casa desaforado, sintiendo el aliento de los alanos de
San Antón que ladraban en clave oenejé azupados el padre Ángel aquel cura
trabucaire asturiano. Canes en la iglesia mala cosa. Es como decir vienen
sastres, al infierno vamos y en la lúcida mañana de invierno sacó, ganado su
esconce, refugio de sus libros, radios y rosarios, la petaca, atascó la pipa,
hirvió café en el infiernillo; aquella infusión le sentaba bien para aplacar su
conciencia y mitigar el hambre que siempre padecía, prendió la cachimba que era
su mejor amiga en tiempos de desolación. El cimbel y zumbel, la peonza de las
añoranzas, daba vueltas, girando sin parar, se acordó de su amigo. Nilo que
acababa de tirarse al tren. Nilo escritor en tiempos infaustos del reinado del Rey Borracho al que sucedió su hijo Tontolinón XXIII al que llamaban medallas pues sólo exhibía su
borbónico valor en los desfiles y besamanos había acumulado una intensa fortuna
y contrajo nupcias con una asturiana pinturera.
Le había legado sus cuadernos, varias novelas impresas a
ciclostil. Nilo, inédito, literato sin suerte pero con harto talento, se
equivocó de época. Arije guardaba en los altillos del chiscón de Majadahonda
las obras de su amigo. Las publicaría algún día si tuviese dinero. Lo haría.
Aguardaría ilusionado la llegada de los paquetes que le enviaba la editorial
contra reembolso, iría por las librerías mendigando un huequecillo en el
escaparate. Los libreros los pobres que estaban muy alcanzados porque los
Mandiles no prohibieron la censura pero se empeñaban en poner astillas en el
radio de las ruedas de Baodicea, diosa
del transporte espiritual, de los autores nuevos aquí sólo escribe el que yo
diga y sólo editará el del pensamiento correcto. El esquema de acabar con la
rica, maravillosa y sufrida historia de la literatura española sólo entraban en
tórculos autores ingleses y norteamericanos, formaba parte del proyecto de
destrucción de España. Querían degollar su cultura y trucidar sus sueños. Nilo Popín admirador de Francisco de Quevedo
se suicidó amargado de verse obligado a comerse las ediciones de sus obras. En
las librerías le rechazaban sus textos por no tener distribuidor. La luz de
enero se colaba por el montante. De allí llegaba el ruido de la calle.
Majadahonda se había convertido en una ciudad populosa arrabal de Madrid. Las
tenadas de los pastores de la Mesta que venían de tierra Segovia dieron paso a
la avalancha de constructores del Real State. Surgieron como hongos las
urbanizaciones de adosados. ¡Pobre Propinas!
Hacía causa común con él, ¡mira que tirarse al tren! En su memoria encendió la
cachimba y sentado en el sofá destartalado al lado de la chimenea comenzó a
leer un capítulo de la novela de su amigo. No era un libro del Reverte ni de la
Hija del Yale el que tiró a su mujer por la ventana en Toledo ni uno de esos
autores insulsos introducidos a machote y a barrisco en la lista de los más
vendidos. Su difunto amigo escribía en tenor de los clásicos comprometido con
su tiempo;
"Don Nilo el hombre,
librero de lance, un santo varón, un justo de Israel, amor en tiempos revueltos
(ya ha vuelto a salir la frase hecha) desde que lo suspendieron de empleo y
sueldo porque, condenado a galeras, le pusieron de compañero de terna a un
marica, y pederasta, erudito muy ilustre de la ciudad de Burgos, conversación
amena pero que tenía una debilidad imperdonable por el culo de los niños
inocentes y don Nilo el hombre viéndose condenado no hacía otra cosa que
lamentarse de su mala suerte y echaba pestes contra la Organización pero ésta
era un muro infranqueable hasta que un día le pegó un meneo a su compañero de
filas y lo estampó contra la pared al conjuro de la frase típica: menos montar en globo y dado por el ano pues
no soy Olano todo lo que quieras. Le llamaron a capítulo, lo empapelaron
y le dijeron aquella frase terrible de “mañana no vengas”. Él le explicó al
Inspector General que trabajar con don Palamón, que era como se llamaba el
bibliotecario era misión imposible que no se la deseaba ni a su peor enemigo.
Con decir, mire usted, que tengo que entrar en mi sección cara atrás, como iban
los ajusticiados de la Inquisición a horcajadas de un asno y mirando para
Toledo. Y con las dos manos guardando las posaderas, ya le digo todo lo que le
tengo que decir, señor Inspector general. Pero el mandamás puso orejas de
mercader, se pasaba sus reclamos por los mismísimos, y eso que conservaba fama
de ser lenible y no mala persona, que si llega a serlo... Le dieron la
absoluta.
Ahora ¿qué hago?,
preguntóse a sí mismo. Pues vender libros, hacerme librero de lance e irme por
ahí por los mercadillos con mi camioneta, se dijo don Nilo, resolutivo. Leer,
escribir, soñar era lo que más le gustaba. Vivía en una nube pero de menos nos
hizo Dios. Escogió la plaza del Arrabal de Arévalo como centro de operaciones y
allí que se plantaba cada martes con su vehículo, montaba el tenderete y se
instalaba al lado de un banco. Venían pocos clientes. Había traído un taburete
y allí se sentaba con los tratantes, con los pegujaleros de Martín Muñoz de las
Posadas, que venían rebosantes las artolas de sus burros de lechugas, berzas y
tomates, a vender género de la rica huerta; con los labradores ricos marañeros,
a los que decía que el Arrabal fue plaza famosa donde tuvieron el punto otrora perailes,
licenciados de Flandes y pícaros. Como el Potro de Córdoba, el Perchel
malagueño, las gradas de San Felipe en Madrid, el Azoguejo etc. Estas plazas
españolas tan esplendidas tan aseadas, enmarcadas en soportales, fueron coso de
la filosofía, albergue del espionaje, descansadero y punto de acogida de la
picaresca y centro de operaciones de la gente del bronce, pero también de
hidalgos honrados que planeaban su viaje a las Indias. Hablaban de mujeres, de
trigos, de cosechas y otras noticias por ejemplo de quien había fallecido
aquella semana, un crimen truculento como el del alimañero que mató a un
dentista un día que regresó al hogar y encontró a la mujer con otro. Por
aquellos corrillos pasaba la vida cada martes, el revólver de los ciclos, el
girar de las estaciones por el círculo del sol, que cambiaba los rostros y dejaba en el alma arrugas de viejas heridas,
pasaban los años mudaban las épocas. Eran gente del común, sangre municipal y
espesa a la sombra de la torre de la iglesia en cuya cúpula se empinaba un Sagrado Corazón de Jesús de
escayola. Corazón Santo Tú reinarás.... El reloj de sol empotrado en gran
hastial cónico del paramento de la iglesia de Santo Domingo debajo tenía un
letrero que decía:
▬Tempus fugit
Sonaban las
campanadas del mediodía en el carillón. La campana anunciaba con su vozarrón
noble que espantaba a las palomas y a los vencejos revoloteando por las
socarrenas del muro la hora del Ángelus. Los paisanos que andaban abajo
hablando de sus cosas y haciendo tratos por los corrillos se quitaban la gorra
en señal de respeto y se quedaban mirando para lo alto del campanario donde
extendía sus brazos el Cristo. Mediodía la hora que come el papa. Vayamos a
tomar un chato en Casa Pinilla. Eso está hecho, hombre. Todo como en la edad
media. Arévalo es católico, noble y sentimental (la plaza se ganó a los moros
sin combate en un torneo a primera sangre entre don Bernardo Serantes y el rey
Abdelaziz) y pienso que cree en Dios, aunque no lo haya visto nunca porque fe
es creer lo que no vimos. Don Nilo se levantaba de la tajuela que compró como
regalo de caridad a los locos de Quitapesares que luchaban las acometidas de
sus paranoias con trabajos manuales, miraba para el cielo sumido en un
respeto reverendo para luego seguir la lectura de su autor favorito don
Francisco de Quevedo y Villegas, El Grande, y se metía en otro mundo arrollado
por la cadencia de su prosa.
Por la puerta de
Santo Domingo (Dios le perdone a don Nilo) vio en ese momento a un teatino
salir dando voces. Vaya por Dios pues las gracias y desgracias del ojo del culo
escritas por Juan Lamas el del Camisón Cagado y dedicadas a doña Juana Mucha
Montón de Carne las firmó el poeta en un momento de inspiración y editadas por
un maestro ocultista: Daniel Lebrato, y trata de algo tan humano como son las
ventosidades porque si no cagas te mueres y si no te pees no estás a gusto.
Caga el rey, caga el pato, caga el águila, y caga el mulo, que según, come
el mulo así caga el culo, una verdad por
antonomasia. Peyose Colasa, que suele hacerlo a lo bajini,
atufando toda la casa. Nueve orificios hay en el cuerpo humano y los nueve
dimanan, o echan flujo sobre todo en las mujeres que son sólo cañerías (vista,
oído, olfato, el agujero por delante y el agujero de las tripa cagalar,
imbornal de los grandes desagües; estos dos últimos son singulares, los tres
primeros van en pareja y todos al de por junto empalman como el último de los
sentidos, el que posterior muere, que es del tacto) aunque hay algunos que
afirman la existencia de un décimo el flogístico, el que llaman ojo de Ra. Ojo
de Dios con el que los imagineros paleocristianos representaban a la primera
persona de la Trinidad con forma de triángulo. Mas, no entremos en teologías
que la liamos. Pulso de mi lira la más sublime cuerda canto a la mierda.
Según don
Francisco los más importantes pero muy pecadores son los de la frente el ojo
del culo es el más inocente y por él poco se peca, aunque a los de la cáscara
les sea puerta del vicio nefando, locus
horribilis. Que de los placeres sin pecar, mear y cagar. Sí, caga alegre,
caga contento, pero caga adentro. Y la mujer que un pedo suelta no puede ser
sino desenvuelta. Ese lugar por donde no daba el sol hasta que llegaron los
nudistas es redondo y bien trabado: un círculo perfecto de la naturaleza donde
caben todos los signos del zodiaco y aunque no es tan claro como los de la cara
tiene más hechura… lo tenemos tan guardado pringado entre dos murallas y
amortajado en una camisa, envuelto en pañales y calzoncillos. o envainado entre
dos greguescos que cuelgan como dos falderillos, avahado en una capa que por ser
usted dijo:” béseme vuesa merced
por donde no da el sol y amargan los pepinos”.
Sin su
reverencia no se puede vivir porque no cabe la posibilidad de un ojo del culo
que sea tuerto todos miran hacia lo profundo del cuerpo del que expulsan cuanta
sobra. Eso sí; es poderosísimo porque ha muerto muchachos y marchitado yerbas.
Es paciente y serenísimo, jamás se inmuta, aunque a veces lo agobie el picor de
almorranas y otorga un placer de los que no suelen desamistarse con ninguno de
los diez mandamientos, pues no hay gusto más descansado que después de haber
cagado. Por eso cantan muchas coplas cuando desembuchan o leen un libro, cuando
van a la letrina ya que el tiempo de
cagar es hora plácida. Es docto y filósofo amparo de soledades porque se nace,
se muere y se caga solo, es tarea en la que nadie te ayuda. Y el buey suelto
aunque a él con la lengua no puede llegarse a no ser que seas malabarista. La
mayor parte de los cristianos, moros y judíos se lo alcanzan con una teja o con
la hoja de un periódico español de ahora mismo que sólo valen para cumplir la
noble tarea de limpiarse sus miserias, cada uno con los artículos de la prensa
sural.
Le cumplen nombres
infinitos, llámenlo trasero porque siempre va en retaguardia. Es la popa del
barco que sufre las inclemencias e injusticias de los temporales ayudando a la
navegación de proa y dando a la barca de san Pedro cierta estabilidad. Los
dómines latinos dieronle el título de antífonas por oficiarse siempre al cantar
de dos chantres porque juega a pares y nones entre las nalgas. Le dicen trancallo los asturianos porque
es el portillo que tranca y abre la puerta de los mojones y también manojo de
llaves por lo redondo de su forma.
— ¿Hay quien puje?
— Tráigame el bacín,
vuesa merced.
—¿No hay quien dé más?
—Sí, don Artur Mas al
que la boca se la hizo un fraile.
—Pues que se meta las
pesetas por ahí el muy avaricioso y cretino cabalino.
Son provechosos sus mojones.
Lo que excreta nos sirve de abono y luego de alimento, en la naturaleza nada se
crea ni se destruye sólo se transforma como la energía. Y como el pedo suele
ser cosa alegre que sirve de risa y pasatiempo. El culo no suele meterse con nadie,
pero recibe demasiados azotes y descargas y en ciertos bares de Malasaña hay
que entrar con clípeo en el salvohonor pues ese ojo acullá suscita miradas
lascivas.
Julio Cesar el
emperador era aficionado a las peleas de gallos y hacía durante el transcurso
de las mismas, concursos de pedorros. A ver quién pee mejor. El que más fuerte
atronase se llevaba una corona de laurel y cien denarios. Al Cesar tales
competiciones le divertían muchísimo.
Compañero es del amor
porque hasta que dos no hayan peído sobre un mismo colchón no se tiene por
seguro que haya habido coyunda ni amancebamiento en comisión. También declara
amistad porque con pedos los señores suelen divertir a los amigos. Se dice por
ejemplo que “soltó un preso e hizo al culo alcalde”. De ahí le viene el nombre
de alfaneque de las tripas y redentor de gases cautivos. Fuesele una pluma,
irse de bastos, marchó sin decir adiós; el señor de Argamasilla cuando sale
chilla. Quien se ha peido que huele a tocino quien se ha cagado que huele a
bacalado. Tú por tú que fuiste tú.
Tirarse un cuesco es
asimismo voz aceptada y muy extendida por seminarios y conventos. Nadie sabe el
por qué se confunden las ventosidades de los mamíferos▬ la burra de mi
abuelo también se peía▬ con el fruto de los vegetales. Será por lo rotundos y la
morfología esferoide de la tripa cagalar; esto es el ano. No vayamos a
confundir el culo con las témporas"
A la vista de estos textos, cuya
lectura suscita tristeza y algazara, se ve que mi amigo era ingenioso. No le
acompañó al hombre fortuna. El
pobre Nilo escritor y periodista segoviano que en paz descanse no tuvo fortuna
en la ardua carrera de las letras y no lo hacía mal. Sólo que le cayó aquella
malaventura que enuncia la Celestina "fortuna te dé Dios, hijo, que el
saber no te hace falta". El Propinas tuvo a los dioses en contra.
Había vivido en Gran Bretaña en los locos años sesenta donde había tenido sus
aventuras y locuras sexuales y regresó a España tratando de abrirse camino en
el bosque encantado de las musas. Es una selva más tupida e impenetrable que la
del Amazonas. Le ahogaron las lianas de la desdicha. No fue profeta en su
tierra y, pese a lo deslavazado e impenetrable de sus escritos, acertó en su
diagnóstico de los males patrios. Había comparado el movimiento Nazi Feminista
con el Apocalipsis y estas malditas mujeres del vientre seco y del odio
campaban por sus respetos. La Dobermana
andaluza rubia de bote y chocho morenote no dejaba de apretar sus recias
mandíbulas de perra con prognatismo contra el partido españolista. ¿Perra o
zorra? En cualquier caso, la zorra no se resistía a abandonar su madriguera.
Andalucía era un nido de víboras donde oda corrupción tenía su asiento. Habían
perdido las elecciones los de Susanita pero se echaron al monte. He aquí lo que
decía mi difunto colega allá por el año 78:
Tras las conmociones del viernes de Dolores – las profecías empezaron a
cumplirse en los meses que aguardan a la gran traición- ojos claros pero
turbios se despacha a sus anchas en sus instintos e institutos de venganza (give me more). Calixta la novia que tuvo
neozelandesa con su cara de kiwui y su voz atiplada de cupletista pelirroja le gritaba
aquella frase imponente. Moisés bajó del Sinaí con las tablas de la ley en
mano, y yo sólo soy un pobre mortal, mientras hacían el amor en la escullera de
su piso con derecho a cocina junto a la estación de metro de Earls Court en
Londres. Oh Emiliano dame más. Me he quedado sin tralla “Me dejaste a buenas
noches”. Calixta criticaba la forma inconsiderada que tenía Emilio de joder y
sus carnes que parecía Cantinflas; tampoco eran de su agrado los pantalones. Se
había comprad en las rebajas en Marks&Spencer. Le daban un aspecto payasil,
muy holgados de cintura y desde entonces le puso el mote de Emiliano
Pantalones. Eran grises como la luz de atardecer que iluminaba su cobertizo
de soltero en la calle Jardín de las Flores entre Fulham y la
Vieja Brompton Road. Tenía yo ganas de huir y me uní al gran corro de la
desbandada.
Me producía
una cierta tristeza. Ya vendrán predicas incriminatorias, precitas instancias.
El personal no quiere saber nada de nadie ni de nada. No me cuente usted su
vida y en ese grado de insolidaridad estamos llegando a los tiempos del 36,
cuando los madrileños en aquel otoño sangriento se paseaban por la Avenida del Quince y Medio (Gran Vía) donde la zona de una de
las aceras, la de Telefónica, estaba batida por los obuses nacionales. Los
viandantes madrileños eufóricos de humor negro iban con un cartel en la solapa
que decía: no me cuente Vd. su vida, que es muy triste, ya me la sé. El amor en
tiempos de cólera que dijo un cursi pero yo voy a lo mío. Me siento al volante
y tira millas. Venga radiales, duro que te pego horizontes, el encintado de la
carretera interminable, conducimos pisando raya continúa. ¿Te motiva? Es el cansancio aquel
que te afligía como cuando viajabas desde Essex a Yorkshire, 180
millas en la A1 en tu mini de color rojo. Parabas a tomar un café en un
Vimpi y a hacer pis. Cuando un pueblo es marrano, eso queda muy consignado en
los servicios de las fondas en el camino real. Y los ingleses son unos
cochinos, pero los franceses lo son aun más y los portugueses para de contar.
Todo el país es como si le olieran los pies. Huele a Fátima y a milagro. A melancólicas cuerdas
de fado. Ciertamente la tristeza tiene color… no puedo hablar… no me entienden,
acaso sea muda. No me cuente su vida, oiga. Que es muy triste, no venirme con
milongas. Llevamos unos cuantos años con las brigadas del amanecer haciendo de
las suyas y no es el cartero que viene a traernos un giro o una carta
certificada sino el polizonte o el comisario que llega a ponernos una denuncia
y nos ruega, velis nolis, acompáñame amos anda... no me
cuentes tu vida ya me la sé… pero tú que te has creído... prédicas
infernales... ese doctor de las mañanas de la tele que debe ser del Opus pues
lleva años y años en antena no para de hablar de cáncer... hazte el
encontradizo o el advenedizo que tú no te enteras, coño, que ellos piensen lo
que les dé la gana... tan tan.. ¿Quién? Abra. Un registro. ¿Es usted fulanito
de tal? yo soy Domingo García Sabell el jefe. Tenga la bondad de acompañarnos.
Aguarde que me ataco los pantalones. ¿Puedo ir al baño? Pues tendrá que hacérselo
por el camino. Puro trámite. El del mosquetón que te observa por la mirilla del
mingitorio mientras que tú evacuas tu vejiga. Una triste saca. Un maldito paseo
a la madrugada. Billete de ida al reino del irás y no volverás. De los
sencillos y de los torpes es el reino de los cielos. Esa facultativa de ojos
claros y el culo gordo que archiva su ira y se pasa el día entero zampándose
tabletas de chocolate me pone, la haría un hijo si se abre de sus tiernas
y rollizas piernas. Por eso el culo se le ha puesto como un balón. ¿Qué
decía vuesa mercé? Reñidas oposiciones, la vida combate es, y
hoy tocan a fajina. El corazón amante ojos bajos y el coño palpitante.
Caballero a sus manos y señora a sus pies. Escucho en la distancia el largo
pitido del tren. Pican al timbre una madrugada de aquel verano en un inmueble
de la Red de San Luis y ya digo no
es el lechero. Nos devoramos unos a otros. Nos fanatizamos y nos devoramos con
tanta furia incivil. Un hostión al Pigtail no le ven dría mal. Quedarían
corridos todos sus postores y mentores de la gran masonería impostora. Han
dejado los periféricos dominantes la patria hecha una mierda. pues cuidado que
es feo el tío. Can you? O no, youcannot. Fotos trágicas, el máuser en alto. El
mono azul, fusil al hombro, y la camisa postinera… tendremos que volver a ir a
la guerra… recogen mal los abultamientos de los senos de aquella bella
miliciana y un falangista en la cárcel de san Antón se le escapó un piropo a la
vista de su verduga: niña, te quiero tanto que contigo de piquete no me va
importar que me fusilen en el paredón al amanecer, será una muerte dulce. Subían
hacia Cibeles desde el palacio de Buenavista y de Gobernación las camionetas
del ejército de la Verdad. Un comisario se llamaba Dapena y nos van a liquidar
igual que conejos en la cárcel de la Mentira. Fue el que dijo: éste sobra; pues
sí, sobra; claro que sí. Ya digo te lo digo y te lo repito. Lo malo es que
había mucho más jefes que indios y los que maulaban
y soliloquiaban que ya no se les pone gorda y en el frente de Brunete
no daban bromuro, tampoco en la Casa Campo. En los tiempos de la gran duquesa
leonesa yo me lo monto con la señora Marquesa, ale.
La Política no interesa y el que escribió el estatuto prostituto
se da aires de compinche y fuego fatuo. You dont tell me fibs. Pero
si eso es el placer de contra en eso precisamente está el misterio y la maula.
Mañana es domingo de Ramos y arranco para Segovia de estampida. Mis huidas y
mis circunvoluciones tienen bastante miga. El skyline de la ciudad donde yo nací me tranquiliza, pero no es
para ponerse sentimentales, sino para precaverse. Nadie es profeta en su
tierra. Tengo concertada una reunión con los Pipis. Ya vamos cumpliendo años.
El programa es el canto del Veni Creator
y la Salve ante el altar de Nuestra Señora, luego una comida de hermandad y
después un rompan filas. Soplen y marchen. Está buena una copita de ojén bebida
en compañía.
─¿Vienes pa
muchos días?
─Sólo a las
procesiones, Fuencisla.
Las
hermandades, los cristos rotos, el entierro de los gascones, la torre de san
Justo proyectando su sombra en viernes santo contra la luna, el rumor lejano de
las aguas del Rasemir, el bamboleo de los pasos, un cirio que arde y otro que
se apaga al penetrar en la zona de corrientes del azoguejo que nosotros denominábamos
el arbolejo y al decirlo parecía nos dieran azogue, porque nos entraban las
prisas. No es lo mismo decirlo como verlo. El diablo que aparece a lo lejos con
su tridente. La banda del regimiento marca el paso y los gastadores estallan
sus botas contra el cemento de la calle. Alguien con voz de borracho se arranca
por una saeta. Sin belleza no puede haber misterio. Tampoco cristianismo.
Se acerca
la Venus Victrix la diosa triunfadora con su rozagante manto
de Dolorosa que porta en la mano un arrastra-peplos con la solemnidad y empaque
del acólito que porta la cola magna del señor obispo. Todo está bien drapeado
por el que hizo el planteamiento, pero en esta noche hay alguien que nos
estorba, las fichas parece que se mueven y bailan los datos, pero todo en la
atmósfera respira intensidad y tiene lo que los alemanes denominan spanung.
La novela es
un concepto musical y eso mismo lo tiene ahora mismo mi ciudad. Me arrojo de
cabeza, me sumo en el oleaje de los recuerdos a la busca de una cierta congruencia
y del hilo de la fábula. Las trenzas de Ariadna y su rubia cabellera las
llevamos recogidas en cintas multicolores. Me multiplico, he de hacerme ubicuo
y gozar del don de la bilocación con que el Señor favoreció a algunos de
sus siervos. No he de tomar las cosas ab
ovo, ni tampoco perder la calma. Tengo que perderme en fárragosa burocracia
mientras las mucamas romanas esperan el autobús en la parada de mi barrio, cuya
marquesina se ha convertido en objetivo de
gamberros y cagadero de borrachos. Lo expliqué en un artículo que este
vicio moderno de las tribus urbanas se denomina clastomanía, un vicio como otro cualquier, tan respetable,
verbigracia, como la del millonario que vive en los chalets de abajo, los que
vierten al río y que rebusca en los cubos de la basura y los contenedores,
aquejado del mal de Diógenes, acumular y guardar en el nido igual que las
cornejas, pues eso. Ayer le vi al viejo bajar la cuesta de los álamos subido en
una bicicleta de carreras que seguramente no mercó en la tienda, sino que es
una de los muchos testimonios de su pasión por la rebusca. Ser y tener. Tanto
tendrás tanto valdrás. Los romanos tenían una cierta pasión ordenancista. El
papado por ejemplo es una constitución carolingia y la Iglesia como la literatura y su pasión por los cilicios y las
torturas mentales un cajón de sastre. Últimamente los cura sólo saben hablar de
sexo, condones y raptos de tiernos monaguillos. Luego vinieron a perfeccionar
el sistema los visigodos con sus corregidores, bailíes, paciarios y el uso del
sello y el balduque atado en cuerdas de cáñamo en los documentos oficiales.
Desde entonces todos los clérigos son funcionarios. En realidad, es lo que
debieran ser los curas. Limitarse a su misión de funerales, bautizos y
matrimonios y poner nombres en los libros de registros. Cuando se salen de esa
misión específica, ya empezamos todos a mear fuera del sillico. Clericus del
griego “kleros” que no quiere decir otra cosa que patrimonio. Los límites son
pues mucho más modestos que nuestras pretensiones y, si nos ciñéramos a la
línea, si fuésemos un poco más modestos, las cosas empezarían tal vez a ir un
poco mejor. Lo que pasa es que hasta el siglo XVIII trono y altar fueron unidos
y no andaríamos metidos en equipolencias tomistas ni de discusiones a gritos en
las salas de grados. He dicho.
Quedó Arije
confundido después de la lectura de aquellos párrafos póstumos y contundentes.
Que nunca verían la luz de las imprentas, condenados al polvo del olvido al
rebujo de los altillos de su biblioteca. Cuando él muriera o se mudara de
domicilio, irían a la hoguera o fuesen tal vez vendidos al peso del papel.
Vanidad de vanidades. Mala suerte tuvo Nilo. Mientras la radio coreaba
consignas de la guerra del Golfo y las feministas proclamaban cara más dura
nunca se ha visto que se había abierto la veda de la caza del macho (la lucha
de clases había sido sustituida por la lucha de géneros que cuando él iba a la
escuela se resumían en tres equivalentes: masculino, femenino, neutro o epiceno
y ahora todo era lo mismo, rajitas y rabitos habían sustituido a los cristos en
las escuelas de párvulos y las “seños enseñaban a las niñas en clase las
posturas del Bramaputra, cosas del vivir bajo el yugo judaico y arrastrar los
pies bajo la gamella, somos bueyes duendos y vacas curalles; tente que te unto
con la verborrea de los bustos parlantes) las madres españolas vistieron de
minifalda a sus niños y a sus hijas con pantalones para ir a la escuela. Él bajó
a la calle y se subió al viejo cadillac destartalado que había comprado a un
coronel americano de la base de Torrejón. Lo tenía aparcado en una riera
cubierto de polvo y cargado de kilómetros y mandó al volante que lo condujera
hasta el cementerio de Brunete. En uno de los nichos de las casamatas donde estaba la sepultura de
un legionario muerto en aquella batalla, ─que tenía un epitafio que a él le daba que pensar, ponía: "nací,
amé, luché, vencí, perdí, morí ¿resucitaré el último día?" ─colocó un
ramillete de madreselvas. La sepultura la presidía una cruz latina con cuatro palos
a la manera rusa. Nilo dejó en sus mandas escrito en un papel antes de
suicidarse que quería ser enterrado por el rito ruso, que durante el sepelio
sonase la grabación de una misa de resurrección que registró el año 87 durante
una audición de onda corta por Radio Sputnik. Una de las aficiones del
segoviano, aparte de la literatura, era el diexismo. Hombre profundamente
religioso y reverente, Nilo Propín alias “Propinas” era del parecer que el
Vaticano quemó su mandato divino y entregó al diablo las filacterias y las
arras de su misión sagrada en el mundo. Pero, si Roma y Constantinopla prevaricaron, el patriarca
moscovita se mantenía incólume en la doctrina y sobre todo en el esplendor y
boato de su liturgia revestido de casullas de oro y tiaras de piedras preciosas
semejante a Cristo en majestad. Las
misas rusas conservaban el esplendor, la magnificencia solemne y el boato del
imperio bizantino, ─el “Semnotés” de los griegos─ parecían representaciones de
una tragedia de Esquilo. Arije pensó que esto era una extravagancia de su
amigo, no se puede cocear contra el aguijón, y que los tiempos cambian.
Depositadas
cinco rosas en la tumba que guardaba los restos mortales de su Nilo en el
cementerio campestre de Brunete al lado de los blocaos y casamatas, recuerdo de
la cruenta batalla de 1937, la batalla de la sed, se encaminó as Villanueva del
Pardillo donde uno de su pueblo, Rufino Vírseda, fue hecho prisionero
por la fuerza del general republicano don Segismundo Casado. En su pueblo le
dieron por muerto y cuando se estaban celebrando los funerales al fin de la
contienda por su eterno descanso en la majestuosa iglesia de Cantalejo allí
apareció Rufino licenciado del ejército, tan pichi. Su habilidad y su simpatía
de tratante de ganado y de trillero errante le granjearon la amistad de los
carceleros rojos y se pasó la guerra enchufado en un campo de prisioneros nacionales
en Valencia. El pueblo trillero tuvo por milagroso aquel suceso que fue
comentado en las Siete Villas, un milagro atribuido a la Virgen del Henar. El
liberado colocó como exvoto un retrato suyo de artillero que le tomaron en el
Cuartel de la Montaña al entrar en filas. Cada año en el último domingo de
septiembre acudía a Cuellar donde tiene esa imagen su santuario a dar gracias
al a Virgen del Henar por haber salvado el pellejo.
Los violines
sonaban ya a la hora del crepúsculo. El Dodge Dart que compró a Rodrigo Royo
tiraba millas subiendo la cuesta de Valdemorillo acercándose a las dehesas del
Escorial habitadas por fresnos gigantescos de macabras figuras que parecían
fantasmas; decían que allí se apareció la Virgen a una chica de servir pero
como a él no le gustaban estas historias de aparecidos pasó de largo. Decían
que desde una rama de estos grotescos sauces la Dolorosa de Fuentelsaz le
lanzaba mensajes sabatinos a una supuesta vidente (picaresca nacional), una
pobre mujer e Albacete aseguraba ver a la Virgen que le mandaba guasaps al
móvil todos los sábados hilo directo con la deidad milagro a tiro fijo cada
sabatina…Arije pisó a fondo cuando el coche se acercaba a Prado Nuevo y escupió
tres veces. Los diablos se escondían entre las peñas y las zarzas propalando
mentiras y embaucamientos. Allí estaba sólido e inexorable el demonio Erifos.
Allí se acercaba gente sin rumbo, los desahuciados de la medicina, y en
desdicha, en espera de encontrar cura de sus enfermedades y carestías. Los
amigos de Amparo Cuevas, supuesta veora,
poniendo el cazo a cuenta del fraude de las apariciones marianas se hicieron
millonarios y compraron pisos, abrieron residencias de ancianos. Arije, que,
desesperado pues todo le salía mal en un principio, era atraído a estas tenidas,
creyó en aquellos supuestos pero cuando se dio cuenta de que todo era un
fraude, se llamó a andana. Un sábado vio cómo una pareja fornicaba furiosamente
al pie del árbol de las apariciones y preguntó
al hombre que hacía de macho Alfa pero que en realidad era el Pateta en
desguisa:
—¿Qué estáis
haciendo ahí sinvergüenzas?
—Quiero
empreñar a mi señora. El ginecólogo cree que nunca se quedará encinta, vientre,
yermo. La Virgen tiene que hacer un milagro.
El paisano
miró para el entrometido con ojos feroces y prosiguió su tarea ya casi a punto
de terminar.
—A ver, a ver— contestó
Manahén por decir algo corrido de vergüenza. Pero al volver la vista se dio
cuenta qué horror que el furioso sátiro empalmado desplegaba verga de casi
medio metro dos cuernos de morueco retuertos que le daban vuelta a la cabeza y
no se apoyaba en pies como los humanos sino en pezuñas. Era súcubo e incubo
como reza la tradición y la que estaba entre sus piernas no era la vidente sino
la alcaidesa de socialista de por allí cerca quien profesaba a Belcebú profunda
devoción, hasta el punto de encargarle una estatua para ponerla en lo alto del
puente Perín. Arije dio un grito de espantó y huyó del lugar para no volver
más. Prado Nuevo era un lugar donde se guarecía el diablo. Había visto al
diablo aquella tarde, estaba convencido. Daba diente con diente y no volvió
hasta ponerse de nuevo al volante camino de Segovia.
XVIII
Aquella
garamalla sin mangas tejida de un solo hilo ▬Cristo se desvestía y sus siervos y
seguidores duro colocarse ropajes, uno encima de, sotanas y dalmáticas, al año
que viene en Jerusalén, pero caminamos de espaldas al monte calvario▬ abolía el orden viejo. Los
ornamentos de los dioses antiguos: Júpiter, Diana, Afrodita y Baco
quedarían preteridos pero sus sacerdotes, sintiéndose desnudos e incapaces de
imitar al que pereció en la cruz en taparrabos, no harían otra cosa en todo el
tiempo que hacer mayor el cupo del “indumento”.
Casi me
desternillaba de risa, pero aquella hora de grandes acontecimientos fue el
tiempo de los sobresaltos y de las confusiones (yo creía, pensé que; pues no,
señor; al revés te lo digo para que lo entiendas) y de las perplejidades. Nos
anegamos en un marasmo de sorpresas. Tú, Cristo bendito, viniste para confundir
a los mortales. Supuestamente quedaron sin vigencia las estolas, las mitras,
las cidarias, el efod y todos aquellos ropajes que se ponían uno encima de
otro, negro sobre blanco, blanco sobre negro, para definir oficios y categorías
inciertas de flamines y peanes del mundo órfico.
Degolló
nuestros principios sin espada.
— ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?
—Por sus obras los conoceréis- respondió el Señor
Se rieron
de su sombra, pero Él no vino a traer la paz al mundo sino un orden nuevo con
todo lo que ello implica: la destrucción de Jerusalén que fue desmontada piedra
a piedra y los campos adyacentes de su pomerium o arrabales,
arrasados y sembrados de sal. Al pie de la cruz escuchábamos el batir de los
tambores de los soldados de Tito casi tres cuartos de siglo de que aquel cerco
se produjera.
— ¿Y no escarmentaron los judíos?
—Por vida de Minerva, ¡qué bah! Son pueblo duro de
cerviz, una alegoría de la sinrazón y estupidez humanas.
Era Jesús
un revolucionario. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron; sin embargo,
no fue su obra atenazada por las tinieblas. Resplandeció su luz venciendo a la
oscuridad. Sus vestiduras de ajusticiado por una de esas carambolas
inexplicables que hoy confunden a los soberbios (la potencia se hizo acto
trascendente) y se encendió el fuego de la gran luminaria que ardería por los
siglos de los siglos sobre aquel pebetero, puesto que nadie será capaz de
destruir el amor, eligiendo a lo más despreciable y abyecto del mundo, que
de los rechazados y humillados y ofendidos hizo él su piedra basal, en
menoscabo de la soberbia y de la confusión terrenales. Su reino no era de este mundo,
pero venció al mundo con su evangelio.
Debió de
ser un revés y signo de contradicción para muchos.
El
libertador anunciado por los profetas de Israel moría en el suplicio escoltado
por dos ladrones: Dimas y Gestas. No me vengáis
con bromas ¡Qué guasa! Vino a los suyos y los suyos no le recibieron ─la frase
de Juan que luego leí incansables veces martillea mis sienes─ mientras los
mercenarios, puesto que no se puede hablar de soldados romanos, ya que el
centurión Cornelio, un hispano nacido en Híspalis se negaba a crucificar al
Mesías pero ante la contumacia del sanedrín “tolle, tolle, crucifige eum”
(quita, quita, mátalo) no quería que el pueblo romano se manchase las manos de
sangre y contrató a una partida esclavos sirios para hacer aquel trabajo. Los
soldados de Cornelio estaban cabizbajos cuando se rasgó el velo del templo,
hubo una tormenta, tembló la tierra y oscureció a las tres de la tarde. Para
entretener la vela, mientras custodiaban al pie de la cruz, se rifaban con el
cubilete sus paños menores. Y cuando “cum voce magnum” expiró…
sonó el consumatum est que hizo temblar los
quicios de la historia, huyeron despavoridos y bajaban algunos diciendo por el
monte Calvario atentándose unos a otros para no caer cuesta abajo debido a la
oscuridad que se hizo en el cielo de repente:
—Verdaderamente este era el Hijo de Dios.
El
Hijo del Hombre salvaba al mundo en taparrabos. Semejante desvergüenza ¿dónde
se vio? La humilde túnica era símbolo del
siglo futuro. El que busca su vida la perderá. A ver queremos; un signo pues
ese no nos vale.
La
vida de todos los hombres por nuestra
salvación se la había echado el Inocente sobre los hombros a manera de chal
cobijando sus espaldas doloridas cuando, varón de dolores, al cabo de cinco mil
azotes y de 72 puntas de cambronera que es el peor de la especie de los espinos
y la más áspera de las zarzas que horadaron sus sienes trepanaron su frente
inmortal quedando ensangrentados los mechones de su rubia caballera y de su
barba taheña ¡Ah que nos miraba a todos con aquellos ojos dulces llenos de
perdón! Del primer pecado de Adán Él, varón de dolores, nos redimió. A mí
se me hacía muy difícil de aceptar, como romano, acostumbrado a mirar a los
dioses con un cierto escepticismo, ver aquel semblante de manso cordero.
Los dioses reinaban en el Olimpo para castigar y enviar rayos y
desgracias a los mortales. Si te enojabas con Júpiter, éste te taladraba con su
gario y te convertías en rana.
Con los
dioses no se juega. Antes de morir había que hacer mandas a Esculapio y se
ordenaba matar un gallo capón para que el dios de la salud tuviese una fiesta
allá arriba con sus amigotes, y después de expirar tenían que sujetarte la
barbilla, abrirte la boca y meter entre los dientes una moneda para pagar al
Barquero. Tan mala costumbre, acicate de la codicia, fue un pretexto para que
en el mundo antiguo abundasen los profanadores de tumbas. El oro era más
importante que la deidad y en facto es la única divinidad que rige los
designios. Oro, oro y nada más.
Fue
ofrecido al pueblo en espectáculo de befa. Un esbirro lo empujó hasta la
balaustrada y Jesús apareció en el enlosado del Lithostros una caricatura de
ser humano, un guiñapo.
─Ecce homo…
ahí lo tenéis, cabrones, hecho un guiñapo. ¿No os basta? ¿No queríais que lo
castigase? Pues le hemos zurrado bien la badana. ¿No os dais por satisfechos? ─
dijo Poncio
— No — clamaron entonces los judíos.
La chusma
quería más sangre. Y contestó a la demanda del prefecto con palabras terribles
—Crucifícale, crucifícale, mándale al palo y caiga su
sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
— ¿A vuestro Rey queréis que condene a pena de
muerte?
—No es nuestro Rey. Se hizo pasar por hijo de Yahvé.
Blasfemó.
Dada la
condición vil de la chusma, Pilatos tuvo miedo. Era el mismo morbo, el de
aquellos judíos soliviantados y nacionalistas, que el que impulsaba a la
plebe de Roma a cometer toda suerte de desmanes en el coliseo. Quería ver la
sangre a chorros de los andábatas sobre la arena y que cantasen el himno. Ave, César,
los que van a morir te saludan.
Ecce Homo.
Le habían colocado un manto púrpura sobre los hombros como el que llevaban los
locos por las calles de Jerusalén, pusieronle una caña en la mano por cetro y
así compareció. No lo condenó Pilatos. Fue sentenciado a muerte por un tribunal
democrático, por mano alzada, que sometía sus veredictos a votación en la casa
de Anás y Caifás, sumos sacerdotes. Lo mataron los judíos. Pero la perfidia de
esa raza es alegoría de la condición humana, si se quieren mirar las cosas
desde un ámbito teológico, ajeno a toda manifestación racial. Sin embargo, el
pueblo elegido se convirtió en pueblo errante. Nunca tuvo paz consigo mismo.
XX
Roma madre de pueblos ciudad del amor su nombre me retrotraía a
aquellas tardes de invierno en mi pupitre del aula de estudio pasando paginas
del Raimundo de Miguel el gran calepino mirando para la Mujer Muerta el monte
que envuelve a mi pueblo en un manto de nieve por el invierno atizando el fuego
de lejanías. El aire frío de la ventisca se colaba bajo los ojos del acueducto.
¿Qué será mi vida Dios mío la estoy empezando? El busto de Tito Livio me
sonreía desde la portada del libro los Anales que don Valeriano nuestro maestro
de latinidad fue a comprar a la calle Barquillo y yo pasaría cinco años en la
Plaza del Rey habitando con el duende de las Siete Chimeneas. Jacobo I de
Inglaterra vino a casarse con una infanta la cual diole calabazas, aquel rey
moriría en la horca y su fantasma merodearía por los pasillos. Allí estaba un
banco y luego pusieron un ministerio. No
sé si habrá un registro de los hados que marca la ruta de nuestros designios.
Vida errante. Soy judío. Flavio Josefo contó la destrucción de Jerusalén por
las legiones de Vespasiano en castigo por haber dado muerte al Inocente. El
templo fue arrasado y su velo se rasgó cuando el sermón de las siete Palabras.
A lomos de prisioneros israelitas el Gran Candelabro de los Siete Brazos fue
arrastrado durante cuatro mil kilómetros hasta la Ciudad Eterna. Jerusalén,
Jerusalén, que matas a tus profetas, quedó convertida en Aelia Capitolina.
Fuiste señora y ahora esclava, te condenaron a vagar por el mundo. Vida
errante. Me lo contó Vilicus uno de los guardias que custodiaron la agonía del
Inocente y al pie de la cruz se jugaron a la taba sus pobres despojos: las
sandalias, el lienzo de pudores, un peine con el que Jesús se acicalaba la
barba, y no pudieron hacer partes de la túnica de Xto porque era de una sola pieza.
Era el triste sudario de un profeta vagabundo que viajó por Palestina sin
dinero y sin impedimenta. Un tullido que se puso sus sandalias se levantó de la
silla de ruedas y empezó a caminar, Longinos el decurión enjugó su rostro
enfermo por la sífilis en el paño de pudores que había llevado el Señor. Aquellos
santos calzoncillos fueron el sacramento de su cura. La gente cuando se produjo
el desenclavo y bajaron el cuerpo de la cruz quedó atónita ante las cosas
extraordinarias sucedidas aquella tarde de Viernes Santo en el Gólgota: Las
curaciones milagrosas y las resurrecciones intempestivas pues vieron salir de
sus tumbas─ cuenta el evangelista─ a los muertos de los cementerios y el propio
centurión Cornelio cuando regresó a la ciudad después de aquel servicio se encontró
a su esposa Camelia dando gritos de júbilo: uno de los hijos del militar que
estaba paralítico a causa de un tumor cerebral y casi en la agonía de súbito se
puso bueno, se le quitó la fiebre y pidió punzón y tablillas para describir el
viaje que había realizado a ultratumba — el galeno Mincio, que lo atendía, y el
flamine que le ayudaba a bien morir habían dado al joven por muerto: el hígado
se le salía a cachos por la boca— y así pasamos la tarde pensando en estas y
otras cosas mientras contemplábamos la naumaquia y las peleas de gladiadores.
Hay que guardar silencio en el templo de Volutia, la vestal que me
introdujo en el mundo del sigilo. Séneca me enseño a dominar mi concupiscencia
desde el criterio de que el mando sobre las pasiones sobre todo la gula es el
pórtico de entrada a la felicidad.
El silencio es inefable puesto
que la palabra a veces ofusca el entendimiento y empecé a ver claro cerca del
Circo Máximo. Los gladiadores hacían músculo en un campo de entrenamiento
cubierto de grava. Olía a embrocado y a sudor. Los reciarios se desempeñaban en
movimientos con la red, los andábatas extendían el tridente y un esclavo
subalterno les enseñaba cómo tenían que gritar ave cesar los que van a morir te
saludan. Habían los púgiles de inclinarse de medio cuerpo esperando que desde
el palco imperial el césar hiciera la señal convenida: dedo pulgar para arriba,
vida; si por el contrario invertía la posición hacia abajo el gladiador tendría
que morir Un calificador catalogaba las posibilidades que tenía el etíope Ursus
de vencer a un tigre que le soltarían media hora más tarde. Se escuchaba el
rugir de la multitud. Un sol de justicia caía a plomo sobre Roma. Los
luchadores ensayaban llaves y estratagemas para derrotar en la lucha a su
oponente. Un clavijero que debía de medir dos metros limpiaba el “sanguis” o
enseña militar, con un dragón pintado en la sobrehaz, que abriría carrera de la
procesión de tres vueltas al ruedo y otras tantas prosternaciones ante la
tribuna del emperador. Vi a Nerón. Era un tipo rechoncho de ojos grandes y
nariz gruesa. Una diadema de oro orlaba su frente, llevaba tres anillos de
zafiro en los dedos y su aspecto era el de un hombre vulgar de origen
germánico. Estaba gordo y lanzaba constantemente risitas y carcajadas. Bebía
vino de Salerno y, antes de empezar la función, ya estaba “trompa”. Un
“signífer” o adelantado de centuria trepó a lo alto de la columna trajana y
soplando en un añafil de plata tocó el clarinazo que marcaba el inicio de las
espectaculares “joci” comenzaba el
espectáculo. La chusma enardecida vitoreaba al emperador gritando:
—
Panem et circenses
Fuese menester tener contento al pueblo y propicios a los dioses o no,
el hecho era que ésta era la política de los césares. Arriba y abajo. En lo
alto estaban los dioses y el senado romano, abajo el ejército y el populacho.
Por las gradas se veían sombrillas y parasoles para guarecer del sol, las caras
tostadas de los libertos y el bello cutis de las matronas. Vendedores
ambulantes recorrían los vomitorios vendiendo agua de nieve y pepitas de
calabaza. Se cruzaban apuestas sobre los contendientes. Unos apostaban por los
que habían de perecer en la arena y otros por los gladiadores victoriosos.
Cantaban sus nombres y se proclamaban “addicti” de cualquiera de los
combatientes presentado. Entretanto, rugía la hinchada. Unos apoyaban a
Carneades un griego corpulento con aspecto de de matón al que le faltaba un ojo
que pegaba golpes certeros y ganaba todos los combates y otros a un tal Rufus
venido de Hibérnia (Irlanda) que era el terror del Coliseo.
El día de circenses las vestales tenían la tarde libre. Y algunas
acudían a los juegos causando entre la hinchada admiración por su belleza
serena y llena de quietud. La vestal maesa portaba una diadema sobre la frente;
la joya injerta en amatistas, diamantes y zafiros hacía aguas deslumbrando a
los espectadores. Uno de los competidores cayó derribado por su contrincante
cuando se distrajo mirando para el tendido reservado a las vestales. Les daba
escolta a las jóvenes una cohorte de los más fornidos eunucos. Algunos de ellos
provenían del Alto Nilo, eran númidas. Antes de entrar al servicio del templo
eran castrados previamente.
También custodiaban a las meretrices del harén regio. En el anfiteatro
los númidas se destacaban por sus cuerpos atléticos, y el rigor con el que
cumplían con su deber: mantener a buen recaudo a las vírgenes consagradas a
Júpiter de la lascivia del populacho. Violar a una vestal constituía uno de los
delitos más horrendos del derecho romano, castigado con la pena capital previa
emasculación del delincuente. Una vestal tampoco podía ser condenada a muerte.
Permanecían encerradas entreaño. Al llegar las saturnales, sin embargo, era
quebrantada su clausura y podía salir a la calle para ser admiradas por la
plebe. Se las veía pasear por la Vía Apia arrastrando sus peplos y ricos mantos
de seda guarnecidos con as más ricas alhajas extraídas de las mejores minas del
imperio. Roma no pagaba traidores. La gran solidez y consistencia del régimen político que duraría más de seis
siglos se apoyaba en la norma del derecho el cual a su vez tomaba como columna
basal dos conceptos: el “jus” (derecho) y la “virtus”. Todo eso vio Villeguillo, cuando miraba desde
su haiga aparcado a la vera del Río Clamores contemplando las murallas romanas
de la Ciudad del Acueducto.
Tuve yo allí un esclavo griego, Andronicus, que me enseñaría las
pandectas y todos las intríngulis bizantinos de la casuística. Los hados y la
superstición eran otra característica que servía de base a su concepto sincretista
de la religión. Eran un pueblo práctico. ¿Por qué conformarse con un dios único
— aducían los flamines sacerdotales de Júpiter— cuando la divinidad puede
constar de tantas variantes en medio de una realidad tan complicada, variopinta
y diversa? No hay respuesta. Sólo sé que no sé nada. Lamentablemente, las
religiones fueron la causa de muchas muertes y peleas entre los mortales. Allá
cada cual con su creencia.
En un rincón del anfiteatro aparecían despavoridos y sollozantes como
medio centenar de personas. Entre ellos había viejos, mujeres y niños; unos se
mostraban temerosos y sollozantes, pero otros aparecían alegres y como deseosos
de alcanzar la palma del martirio en la boca de los leones. Iban a ser
sacrificados por haberse negado a quemar incienso en honor de los divinidades
sincretistas. El egregio luchador Silvinus Carassus parecía querer arroparlos,
dispuesto a defender a aquellos postulantes de una religión nueva predicada por
un judío llamado Saulo. El cual aseguraba que Jesús, su maestro, había bajado
del cielo para salvar a los hombres, pero murió en una cruz (el tormento más
ignominioso para un romano) condenado por el consejo de ancianos de Jerusalén.
Para ellos era un impostor blasfemo por
haberse anunciado al pueblo elegido como hijo de Dios.
─Soy el Mesías.
─Eso no te lo crees ni tú. Sólo eres el hijo del ebanista de Nazaret.
Saulo predicaba la segunda
venida del crucificado, la apocalipsis, estaba cerca. En eso se equivocó.
Vistoso y abigarrado espectáculo el que ofrecía aquel recinto abarrotado
ocupado por una chusma ávida de emociones fuertes. Cerca de sesenta mil almas
contemplaban la arena desde los tendidos. Unos reían, otros lloraban a causa de
las riñas frecuentes, las apuestas y las porfías, y otros jugaban a los dados.
La ludopatía era el vicio mayor en Roma. Se jugaban a la mujer, a la madre, las
fincas, la casa y perdían hasta la camisa. En Roma los recién nacidos venían al
mundo empuñando unos dados o una baraja.
De pronto se notaba barullo en una grada. Dos espectadores estaban peleando en ese momento escupía el
vomitorio un pelotón de soldados que zanjaba la disputa a machetazos.
Los juegos duraban todo el día de la mañana a la noche, por lo que
había que traer merienda. Se veía a algunas mujeres comer a dos carrillos
bocatas de jabalí o una salazón de pescado que llamaban garium. Regaban la
merienda con vino aguado. Sobre todo, las mujeres libaban de lo lindo. Apuraban
las “pocula” (jarros) Una matrona que
le había dado al pimple más de la cuenta se puso a cantar canciones obscenas y
recitar versos de Plauto. Tan pronto se llevaba las manos a los genitales como
exhibía los pechos al aire por culpa del vino. La plebe empezó a silbarla y
jalearla y se preparó todo un espectáculo. Estaba beoda. Había consumido dos cráteras
— casi una cántara — de morapio de Lesbos que en las “cauponae” (tabernas)
romanas se consideraba el más fuerte. El pueblo se divertía con la vieja.
Quería pan y circo. Nerón dio la señal y un trompeta (el “tubicen”) soplando
por la tuba tocó una diana florida, saltaron a la arena, rugientes y en manada,
los leones que habían de despedazar a los cristianos.
XXI
Vocean titulares los noticieros. El que canta las
letanías; gran jefe es ese calvo mondo y lirondo heraldo del desastre y la
cochambre. En China se ha desparramado el virus de la peor de las pulmonías,
vuelve la peste negra de 1348 en alas de los murciélagos. El mundo tiembla pues
algunos dicen que esta pandemia forma parte de una estrategia de la guerra
bacteriológica. Siete mil millones de seres humanos en el planeta. Todos no
cabemos. Unos culpan a Trump el asesino con su patulea de sionistas al ritmo de
la doctrina Monroe y el Erez Israel. Cunde el pánico y las multitudes se
agolpan en los pórticos de las iglesias suplicando perdón y clemencia.
Se empeñan en cocear contra la inteligencia; hoy
tengo angustia vital. El de la trompa juega al trompo y en sus manos el mundo
es una peonza nuclear mientras vuelven los que dicen que se han ido a rezar en
la mastaba se pegan cabezazos sobre la roca viva y miran de través.
“Atollite portas antiquas” que ya no hay cerrojos
mientras nosotros nos encasillamos en un estado y miramos para arriba para ver
las torres que cayeron. No eran de marfil. Eran rascacielos. Os mandamos a
vosotros y a toda la chusma del mundo para repoblar baldíos que para eso nos hizo Dios sus
elegidos, chápate esa. Vuestros gobernantes son una piara de necios (Rajoy un
perfecto gilipollas que cretiniza a medio país le gusta largar discursos
decimonónicos) mal nacidos y os encandilan los bustos parlantes de largas
cabelleras y pechos electrizantes caderas deslumbrantes y serrín en la mollera
cabezas de chorlito en los informativos así lo quiere el Calvo.
Fueron derribadas las murallas de Jericó. Ya no
hay muros y todos son resquicios coladeros. En avalancha se abate el infiel
sobre la Ciudad de Dios. Soros el gran rabino de la invasión de la “aliyaa”
financia a los invasores asaltafronteras, por omecillo que siente hacia la
cristiana civilización y pronto tendremos persecución in odium fidei.
La Carmena con otras furias compañeras es la gran
sacerdotisa de la prevaricación occidental. Los políticos les abren la puerta,
ya estamos preparados para un nuevo rapto de Europa y habrá que asumir las
consecuencias o rendirse o defenderse. Me lo dijo esta tarde en el Gijón un
camarero cheli que hablaba madrileño rajado. No tenemos buques en guarnizo y
para colmo a algunos de mis camaradas les falta
la mitad de los dientes.
Por
Recoletos pasean los recién llegados con la misma parsimonia que los antiguos
alhameles que traían el morapio de Valdepeñas con las cubas balanceando en
carros del país tirados por yuntas de siete pares de mulas. Reata,… yia.
Esperan del gobierno una casa y un trabajo.
El sol declinante besa con sus rayos la Cibeles
que pasea a sus leones debajo de un cartel que pone Welcome refugees. La alcaldesa se está cambiando las bragas me
cuenta un conserje del ayuntamiento mientras se fuma un Farias el humo
embalsama de incienso la tarde de abril. Sus diarreas son la causa de que las
lleve sucias y con palominos. Pronto va a llover lluvia ácida. Stinking lady,
brazos de hierro pechos de diamante pero cagalera al canto y cazcarrias por el
culo. Me santiguo y rezo de mi breviario las vísperas en un banco del bulevar a
la sombra de los tilos. Mi alma está tranquila en medio de tanto sobresalto.
El arco de un violín y la dulce cantarela en manos
de un soldado de la guardia hacen arpegios sollozantes despidiendo al día. Nos
quitarán la patria esos testarudos pero la música del violín seguirá resonando
por la fonda de arboleda del palacio de la Guerra. Pronto habrá un ajuste fino
de gobierno, no somos nadie.
Han cerrado los cafés cantantes donde yo iba de
zambra cuando era joven y tenía allí hasta cierto punto mis colmados y zagüetes.
No queda ni rastro del circo Price pero yo he sobrevivido.
Pasa la vida entre proclamas, serventesios y
reuniones para la desconexión. Me cae mal ese peludo el tal Puchi con su
escudero el ojo pipa. Don Tancredo trae a todo el mundo al retortero con sus
cobardías. Cierro la tienda y me vuelvo para Oreanda. Estoy hasta los
mismísimos del cogüelmo. No permitas, Señor, que mis dedos se vuelvan
huéspedes. Mañana, fuegos artificiales en la Plaza del Riente. Ni se os ocurra
portar por allí. Aviso de atentado. Los sepultureros no dan abasto. El virus de
la gripe cina hace estragos. A todas horas cantan los popes la secuencia
espectral del Miserere. Ya está aquí el Día de la Ira. Empuñando está la
guadaña doña Finsternis. Hijo de David, ten compasión de mí. Dos mujercillas
que salieron de un puticlub de la calle la Ballesta se pusieron de rodillas en
la mitad de la acera, se daban golpes de pecho y rezaban el yo pecador, que
aprendieron de niñas de labios de su abuela. Yo creo que estas pobres serán
perdonadas pues pecaron mucho y amaron más. El Señor verá con buenos ojos su
atrición.
enero de 2020
En
el día del glorioso san Antón
Fdo
Antonio PARRA GALINDO
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