PALACIO VALDÉS
Antonio Parra
Esto parece Villabroncas y mi labilidad
o sensibilidad detectan nuevos nubarrones en el horizonte ¿Más? La calumnia y
la baba del sapo. Vivimos en una redoma de malquerencia. Asi que me calzo mis
gravas de combate la loriga, la rodela, y las botas de siete leguas para
recorrer el universo de la imaginación. ¿Te apretaste las grevas, nin?¿Sí? ¿Y
el catalejo de doble aumento lo llevas? Pues ale. y huyo de los torneos de la
memoria para refugiarme en la palabra. Don Armandín me devuelve a mis metas
soñadas, aquel mundo jocundo y cabal que yo entreví en sueños (soñar es de
balde) en mis largas lecturas en la camarilla del internado porque soñar no
cuesta nada. Con esto de la dichosa carretera y la perforación del monte de los
abedules y la colocación de enormes estaciones eólicas en las cumbres de la
Sierra del viento están destruyendo el paisaje. Asturias era un paraíso natural
y a este paso las rapaces inmobiliarias llegadas de dios saben donde y con qué
dinero (el dinero no tiene patria y carece de afectos) se puede convertir en un
cadalso de cemento. Nos gusta cargarnos naturaleza, talar árboles. Y a mí me
parece que lo que están haciendo en toda la marina Satur pero especialmente
desde Avilés a Ribadeo es un sacrilegio irreparable. Por una cuestión hace cien
años el gran Palacio pergeñó las páginas inmortales de la Aldea Perdida.
Revolución industrial, llegó el carbón entonces y ahora en la postmodernidad,
abocados a la cibernética, ya casi no se puede escribir una novela después de
haber dado Orwell a la estampa. A veces
los pronunciamientos y presentimientos de los poetas se tornan profecías. Ese
parece ser el caso de Palacio Valdés.
Tengo todas sus obras y heraldo del bien no sé por qué misterios desde
lo posible lo real a lo soñado mi vida rodó hacia Asturias hacia ese baño del
Nalón donde escribió aquel cuento grandioso ¡Solo! Un padre de vacaciones
(había estado ahorrando cinco años en una tienda de Madrid para poder
pagárselas) que ve cómo su único hijo se ahogaba. No es que sea poco enterizo,
pero sí algo sentimental y a mí estas historias me llegan al alma. ¡Solo!
¡Estoy solo en medio de la soledad de España! Sin embargo, las novelas de este
Tolstoi asturianos me reconcilian con la melancolía y la añoranza que es el
estado dicen que los dioses conceden a los que eligen los dioses. Estamos solos
en el universo. El personal no se habla si no es para el escarnio o para sacar
la navaja. España siempre fue una grande y libre, pero tuvo un enemigo: la
ignorancia. Leyendo las crónicas de los viajeros extranjeros del XV y el XVI ya
se apunta ese dato. ¡Qué mal se llevan los españoles! El morbo visigótico nos
roe los calcaños. España madre benigna de extranjeros y madrasta de sus propios
hijos. En el poema del Mío Cid se cuenta el problema en esta tesitura: Castilla
face los omes e los desface. Escucha patria mi aflicción. A pesar de todo
España cuanto me amamos. Y acudimos al arte novelístico de Palacio Valdés cuyo
numen es inimitable. Todos sus libros tienen esa carpintería narrativa que les
falta a la mayor parte de los novelistas nuestros de tronío. Quiero decir los
que viven en la plaza. Baroja, Azorín, Galdós, Cela, el propio Valle, del que
tanto habla con reverencia el amigo Umbral. Pero tradúzcame usted al francés al
inglés o al sueco a ese don Ramón de las Barbas de chivo o a Cela que salvo en La
Colmena o en Viaje a la Alcarria se nos queda en nada y sin ir más
lejos sus propios libros don Francisco.
No me gustan los escritores que
impostan la voz y estampan en fabardón o en la octava baja sus parrafadas para
epatarnos, para que anden por ahí diciendo hay que ver lo bien que escribe este
chico. Pérez Reverte también puede ser traducido lo que evidencia el valor
acrisolado de su obra con la que en parte no estoy de acuerdo pues son novelas
de caballerías modernas, pero ahí queda eso. Resulta que el escritor más
traducido a las lenguas extranjeros fue este avilesino de adopción paisano de Xuan
de Cabaña Quinta y de otros de sus personajes meritísimos de su aldea perdida.
Muchos de sus libros que empezamos a leer en la adolescencia y releemos en la
senectud nos hacen suspirar por los paraísos perdidos y decir lo de Et in
arcadia ego y es que leyendo sus novelas nos identificamos con sus héroes
míticos. Palacio trazó un ideal. Una norma de vida en equilibrio. Era un
narrador omnisciente y omnipresente que incorpora la técnica narrativa
anglosajona y francesa a la novelística castellana. Cierto es que fue tachado
como de derechas, pero lo cierto es que el arte carece de flancos. Es total. Ni
derechas ni izquierdas. Casilleros no admite tampoco. Sólo la imaginación. La
sublimación de lo real. Era un psicólogo porque muy pocos escritores conocían
tan bien como él a la condición humana y un filósofo. De su mano me pierdo por
los vericuetos de Avilés, los chigres de Sabugo, los arcos de Galiana, y hasta
parece que escuchar al ruiseñor del parque de San Francisco subo la cuesta de
la Carriona o me meto en una de esas confiterías, como la de la Morena donde
despachaban unos sobaos, delicia de manos monjiles. Y Sabugo tente firme. Debía
de ser muy goloso don Armando según la tradición ovetense donde no hay domingo
sin pasteles ni domingo de pascua sin madrina y sin roscón. Y cuando dan las
siete en el reloj de la Audiencia me meto en san Isidoro. Hay triduo. Novena y
rosario y sermón de campanillas. Me sumerjo en el ambiente. El poder
descriptivo de este escritor consigue que el lector se suma en el hilo y el
ambiente de lo que cuenta y hasta tome partido.
Crea mundos. Un privilegio que sólo les
es concedido a los genios. Sus obras no nos cansan. Sus libros no se nos caen
de las manos. Valle siempre me aburrió. Pío Baroja cuenta cosas de una forma
desordenada y al desgaire. Azorín aburre a las ovejas. Unamuno está supra
valorado y es admirado por los que no lo leyeron nunca. Ortega no es está tan
gran pensador ni escritor como le pintan. La gran novela española pertenece a
la restauración. El 98 es un bogus magnificado y cuantificado por la inercia
literaria de la rutina del caciquismo y el mandarinazgo hispano siempre en
manos de unos cuantos y siempre los de siempre, pero ni son todos los que están
ni están todos los que son. Diré esto, aunque me desuellen. Palacio pinta
personajes de carne y hueso, no proyecciones literarias. Si en la Alegría
del capitán Ribot es el optimismo, en Tristán es el pesimismo, se
juega a contrarios. La novela de un novelista es una autobiografía de ese arte
artesanal que se dice escritura. En el Maestrante tendremos el amor de
un viejo y en José a Cudillero. Ahí es nada. Las técnicas narrativas nos
vienen a persuadir del convencimiento de que la novela no se inventa, se
observa. La Aldea Perdida viene a ser la bandera ecologista de la España
verde, el último refugio natural de los amantes de la naturaleza.
Tanto Palacio Valdés como José María
Pereda -el uno de las Asturias de Oviedo y el otro de las Asturias de
Santillana- se erigen en sus paradigmas. Vienen a ser una suerte de
enaltecedores de la raza de Pelayo. Que hoy dado como está el panorama falta
nos hace. Pulsando las teclas de la novela descriptiva Palacio es un heraldo
del ecologismo. Nuestro primer ecologista. Su gran preocupación es la
conservación del paraíso natural que le vio nacer. Plantea el problema de la
revolución industrial en La Aldea Perdida. Es una especie de guerra de Troya en
que aquellos – los mineros Nolo y Plutón- derrotan a Demetria (la Elena de la Aldea
Perdida) y Jacinto (Aquiles).
El verdor de los campos se sustituye
por la negrura del carbón. Y este deterioro del medio ambiente va acompañada
con la degradación de los protagonistas. En el “Idilio del enfermo”
vuelve por donde solía. El campo cura y vivifica. Y en el “Cuarto poder”
novela de la corrupción y de la venalidad tenemos un espejo de la España de hoy
que es copia exacta de la del siglo XIX en muchos aspectos.
Y nos advierte que la transgresión de
la fidelidad al paisaje y la del entorno en que se desarrolla la vida del
hombre depara la muerte. Una advertencia que suena fatídica para un mundo que
vive horas aciagas de cambio climático. Sus novelas del campo y del medio rural
asturiano poseen una categoría homérica. En las novelas de ciudad Palacio se
convierte en un pequeño burgués. Es un hombre de las clases medias. Presenta
con crudeza los problemas de entonces: adulterio, alcoholismo, mojigatería,
politización extrema, desamor, pero las dulcifica. Hay en su pluma una profunda
compasión hacia el ser humano y cultiva una visión amable y a ser posible
optimista dentro del pesimismo de la condición humana de las cosas. Quería
entretener. Por eso tuvo tantos lectores y sus libros fueron traducidos al
francés y al inglés. Sus novelas infunden una especie de paz melancólica y nos
animan a ser mejores. En los propileos de la poesía épica que añora este
paisanín de Laviana la verdad siempre avanza delante de la belleza y las dos
suelen tener una amiga: la bondad. En el arte de Palacio se encuentran
parecidos con el de Henry James. Y de la misma forma que la obra del americano
revierte siempre hacia Nueva Inglaterra la del español torna siempre la mirada
hacia Asturias. Que para él significa la vida y su alejamiento la muerte.
La acción conserva un carácter
secundario y la trama se desarrolla como en un duermevela. El claroscuro es
punto de referencia y por lo general cada proyecto de la trama y la descripción
psicológica. Envuelve otros plots, otras acciones y lo que ahora es bonanza
puede pronto convertirse en marejada.
Su manejo del lenguaje marino todo hay
que decirlo también parece impecable. Sus descripciones no son estáticas sino
dinámicas y los personajes buscan cada uno su felicidad, aunque rara vez la
encuentra salvo en el caso de Riofrío el lugar donde se desarrolla la acción
del Idilio de un Enfermo. Conocía el alma femenina don Armando y de ahí
que sus libros fueran muy populares entre el bello sexo. Las mujeres le miman
le escriben le animan, se le declaran. No son feministas por supuesto. Uno de
los temas más recurrentes es su preocupación por el adulterio y siempre suele
acusar a los hombres en vez de las mujeres de las catástrofes sentimentales.
Por ese cabo se sitúa cerca del movimiento femenino de liberación. Su esquema
de trabajo, la carpintería argumental de sus narraciones se mueven en torno a
tres supuestos: héroe-antihero-víctima. Sota caballo y rey, un poco al estilo de las novelas por
entregas y las penny novels de bulevard a lo Corin Tellado. Novela
popular cuyo estilo asimila pero por lo que su estilo por más que popular nunca podrá ser barriobajero.
Definir una novela es como ponerse a
catalogar el arco pero la buena novela es la que agarra y prende al lector con
sus historias de amor de tragedia y de muerte. Nos libera de la monotonía del
presente y su autor nos lleva de la mano a un mundo desconcertante pero mágico
que constituye en parte la proyección de nuestras propias existencias. Es lo
que sabe hacer don Armando. Todos sus libros son transportes y gozan de un
pálpito profético. Intuyó como la intuye Tolstoi su muerte desgarrada en
circunstancias de hambre y abandono durante la guerra civil, aunque hay quien
sostiene que pudo ser uno de los fusilados en Paracuellos del Jarama. Se
comporta como un actuario que da fe de aconteceres y narra, como en una analecta,
lo que pasa en España a finales del siglo XIX y pienso yo que, adelantando
acontecimientos, avanza en sus libros lo que ocurrió, está ocurriendo, en el
XXI: la destrucción de la naturaleza, el desarraigo social, migraciones
desbordadas, desorientación ideológica y el marasmo de los partidos políticos
–una novela señera al respecto El Cuarto Poder – enconos
enfrentamientos, rivalidades de aldea y ese caciquismo que está volviendo. Los
de arriba. Los de abajo... Seguimos en las mismas. Y en suma la guerra civil de
la cual el novelista asturiano fue víctima (murió de hambre, de tristeza en el
mayor de los abandonos o acaso según dicen algunos en una zanja de
Paracuellos).
Su obra es sumamente grata a los
ecologistas pues sabe hacer unas descripciones maravillosas del paisaje. Y del
agrado de Las personas con gustos sencillos puesto que toda su escritura es una
apelación a los buenos sentimientos. Su pluma cala directo en el corazón de las
buenas gentes a pesar de ser Palacio un psicólogo de gran calado al estilo de Dostoievski
y de los sentimentalistas ingleses como Galsworthy.
No puedo estar de acuerdo con algunos
críticos como Gonzalo Sobejano que le acusa de frívolo y de superficial. Este
es el país de los sambenitos y de los dictámenes remolones y de gran
desconsideración; en su tiempo fue uno de los pocos escritores españoles
traducidos a idiomas extranjeros. Al final de la guerra gozó de gran popularidad,
pero en los 60 se eclipsó. Sin embargo, en Asturias y en su querida Villa de
Avilés el interés está renaciendo. Gracias a Dios. Lo que me honra en parte
pues un servidor ha contribuido a este redescubrimiento de don Armando del que
me siento entusiasta con algunos de los muchos artículos periodísticos que le
dediqué en los últimos años. Sus novelas, sus cuentos, son un relax.
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