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lunes, 15 de octubre de 2018


VALLE INCLÁN

 

 

Pontevedra es piedra hecha palabra y paisaje; amena ciudad que dio al mundo uno de los mayores poetas de la españolía y la galleguidad. Me retrato con el gran don Ramón en efigie anteojos de concha y manga vacía, que se yergue ufano en una estatua de una de las rúas cerca de la catedral.

¡Este don Manuel de las barbas de chivo que pasó tanta hambre y fue tan genial! Ayunó tanto como un faquir pero este país de analfabetos mercachifles, desdeñoso de la cultura, no da para más.

Murió, feo, católico y sentimental, poco antes de estallar la guerra del 36 que predijo en un Madrid de odios y de asonadas.

Sus barbas fundamentales y aunque no pasaron de moda, son olvidadas por la inculta chusma del rojerío, que sólo adorna flores sobre los monumentos a sus poetas oficiales cuya obra deja bastante que desear. Se posterga a la genialidad. Estamos por el consumo y el mercadeo, el famoseo, la patanería y todo lo demás. En el gabinete de esa Lozana Andaluza rubia de bote y personaje vulgar, que lleva la tira de años en el gobierno, no hay quien la baje de su poltrona y que habla como Felipe González, el dinero de los parados se lo gastaban en burdeles los ministros de la cosa.

Un cero al cociente, se trata de un gobierno de señoritas de ineptas e incultas latiniparlas que preside un cacique extremeño de cabeza grande y trajes que le quedan cortos, que seguramente no ha leído Tirano Banderas ni su homónimo profético de Pereda “Pedro Sánchez”. Un gabinete que recuerda un banquete de catalanes, vicepresidido por una trotera danzadera cordobesa que por el mundo va meneando el nalgario feminista,  un astronauta, tres trinconas, la hermana de Diego Carcedo ese periodista asturiano de Falange que cada vez que iba de enviado especial para el ARRIBA volvía con un descapotable, y un mariposón. Y me digo yo qué gente lleva mi carro: tres putas y un boticario

Llego a Pontevedra, entre fusco y lusco (entrelubricán hermosos atardeceres de las Rías Bajas), despues de haber rezado a san Amaro, el gran santo de Galicia, para que nos libre de la santa compaña que se retrepa en las sillas del poder de Moncloa.  De los demonios incendiarios (Orense y Pontevedra parecen devastadas por pirómanos) fornicarios y sicarios.

Preparase para los Santos el gran magosto. Digo yo; Corazón Santo Tú Reinarás.

En fin es mejor mirar al paisaje que al paisanaje para no contemplar el triste panorama político que nos rodea. Vuelan las arceas recién llegadas de Finlandia. Pontevedra es hermosa y lustrosa como la vaca marela. El mar rosma a lo lejos. Un guardiamarina de la Escuela naval de Marín iza sobre el puente de una fragata la Roja y Gualda, he llegado al toque de oración.

Los rosjos de la carballeda son meneados por el aire salobre y las niñeras sacan a pasear a sus rorros, hogaño como antaño, al parque. Ya no son las criadas por los militares sin graduación.

En el viejo recinto pétreo pontevedrés está vedada la entrada al monóxido de carbono. No circulan automóviles. Debo de ser por intercesión de ese santo laico el de las barbas apostólicas, tan gallego y redicho él, oeta que cantó a la Gallicia profunda, el galleguismo enxebre. Cuando regreso al hotel abro las paginas de “Jardín Umbrío” un libro que selló mi adolescencia.

Percibo al volver a estos textos, que parecen plegarias, el aroma olvidado de la gramática del P. Errandonea, aquel calepino en el que aprendimos don Ramón y yo el latín eclesial. Tendré que terminar soñando en aquel tiempo que se fue. 

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