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jueves, 4 de octubre de 2018


 

 

CHEJOV UN ORTODOXO HETERODOXO

 

Cuando nació mi hija Almu yo tenía un libro de Chejov entre las manos encuadernado en piel rusia. Con los batidores del alumbramiento fue un parto dificultoso en un paritorio espartano cuyos ventanales daba a un cementerio lo dejé olvidado en la sala de espera. Rememorar aquel caluroso 30 de mayo de 1976 me insta a la melancolía, tal vez perdón porque la literatura de este autor cumple una misión higiénica para el alma: inspirar (meter oxígeno en los pulmones), expirar expulsar óxido de carbono, los malos humores, todos los pesares y el dolor inherente a la condición humana.

Al contrario las plantas aspiran monóxido de carbono y nos regalan el oxígeno. Por eso el tufo del brasero y el agua carbónica (seltz) parte del mismo principio venenoso.  Me jacto de haber sido uno de los entusiastas lectores de Antón Chejov (Taganrog 1860- Moscú 1904) y de haberme leído casi toda su obra en castellano en inglés y algo en ruso. Este moscovita airea el corazón con ráfagas de aire fresco que vendría a aplicarlo como terapia al sobrecargado ambiente turbulento de nuestras vidas agobiadas por miasmas, desolación, mentiras y pensamientos mefíticos. Aparte de un gran literato era un filósofo de prestigio. Su figura y su estilo marcó los rumbos de mi carrera literaria quisiera haberme parecido a él pero es inimitable en su estilo. Es un clásico que rebasa las fronteras del pensamiento occidental y deja atrás la modernidad. Decía que la brevedad y la concisión son el sello de la genialidad y no vivimos en tiempos sucintos sino farragosos no hay más que ver los programa de la tele lo que se dice en los corros y lo que se publica. Son complicaciones poliédricas del pensamiento de la Bestia un mundo inauténtico poco original y donde nada es lo que parece. El escritor ruso por el contrario es un vaso de agua clara. El lenguaje no es para esconder la idea sino para desmenuzarla y transmitírsela a los demás. El autor del Jardín de los Cerezos es evangélico en su laconismo y preciso en la construcción de sus dramas y novelas cortas. El estilo musical y yo diría polifónico encuentra su ascendiente en la iglesia ortodoxa. Anton Chejov se educó en un ambiente clerical. Su padre era diacono y de niño asistía a las interminables misas cantadas que le hacían sentir por una parte tedio y por otra el sentido de la belleza inherente al rito oriental. Los párrafos encantadores y repetitivos recuerdan a la anáfora y la consagración cantada del canon de san Basilio. Se percibe un rumor de letanías en sus cuentos y en sus novelas cortas. Contrapone a este misticismo la ironía frente a la exaltación. El padre de Chejov acabó desdeñando a los popes porque no los creía a la altura de su misión. En uno de sus cuentos más sublimes “Un asesinato” refleja ese desafecto. Retrata a un personaje que quería una iglesia para él solo. Quería ser más papista que el Papa. Ayunaban las cinco cuaresmas, se prosternaba ante los iconos, decía misas secas en su habitación Su mujer “lo miraba con ojos asesinos cuando se ponía la casulla porque con el incensario atufaba toda la casa”. En su oratorio imperaban las reglas del Monte Athos. El protagonista hace voto de silencio. En la aldea empezaron a llamar a la familia de Matthei Tejerov “Los Beatos”. Él observaba las rúbricas eclesiales y leía el oficio del día escrupulosamente sin saltarse una coma. Sus libros de cabecera eran el menologio y la epacta. Sin embargo no iba a la iglesia. Los popes fumaban, vestían sotanas de seda y se emborrachaban como zapateros. Cundió su fama por toda la región. Matthei era un santo, curaba a los enfermos, adivinaba el porvenir, entraba en éxtasis. Gentes de todos los contornos venían a consultarle, le hacían regalos y no pedía dinero por curar pero aceptaba. Por el dinero y la vanagloria entró el diablo en su oratorio. Fundó una secta la de los saltadores o derviches que a través del baile se encontraban con Dios. En estos encuentros participaban bayaderas de fama y pronto empezaron los escándalos con mujeres que no le dejaban a sol ni a sombra, le arrancaban para reliquias trozos de su sotana y cabellos de su barba. No faltaban las que le pedían un hijo. La trama se devana por derroteros de la codicia y Matthei es asesinado por su primo, otro “beato”. Lo mataron para robarle el dinero del cepillo de las limosnas. El autor del crimen un tal Yakov Ivanovich, su mujer Aglaia y sus compinches: Sergio Nikaanorovich y su esposa la polaca Danuta son condenados a trece años de trabajos forzados en Siberia. Cuando a Yakov le pregunta el juez por qué mató a su primo dijo que no lo sabía. ¿Es usted cismático? ¿Sigue profesando las antiguas devociones y los ritos de familia? El interpelado responde:

— Tampoco lo sé

Con ironía Chejov, gran conocedor de las pasiones humanas, concluye que no es recomendable en materia de religión salirse de los convencionalismos. Hay que ser del montón, uno de tantos. Que los curas fuman, beben y fornican, pues tampoco es para tanto. Son hombres. Coincide el ruso con el cura de mi pueblo que tenía una regla de de los párrocos de misa y olla, los de mi olla, mi misa y mi Mariah Luisa:

—Haz lo que yo diga, no hagas lo que yo haga.

Recetaba don Frutos la fe del carbonero.

Para ser feliz y vivir tranquilo, poca teología. Sólo creer lo preciso por más que nos parezca dudoso. Bien están y bien parecen los santos en los retablos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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