CHEJOV UN ORTODOXO HETERODOXO
Cuando nació mi hija Almu yo tenía un libro de Chejov entre las manos
encuadernado en piel rusia. Con los batidores del alumbramiento fue un parto
dificultoso en un paritorio espartano cuyos ventanales daba a un cementerio lo
dejé olvidado en la sala de espera. Rememorar aquel caluroso 30 de mayo de 1976
me insta a la melancolía, tal vez perdón porque la literatura de este autor
cumple una misión higiénica para el alma: inspirar (meter oxígeno en los
pulmones), expirar expulsar óxido de carbono, los malos humores, todos los
pesares y el dolor inherente a la condición humana.
Al contrario las plantas aspiran monóxido de carbono y nos regalan el
oxígeno. Por eso el tufo del brasero y el agua carbónica (seltz) parte del
mismo principio venenoso. Me jacto de
haber sido uno de los entusiastas lectores de Antón Chejov (Taganrog 1860-
Moscú 1904) y de haberme leído casi toda su obra en castellano en inglés y algo
en ruso. Este moscovita airea el corazón con ráfagas de aire fresco que vendría
a aplicarlo como terapia al sobrecargado ambiente turbulento de nuestras vidas agobiadas
por miasmas, desolación, mentiras y pensamientos mefíticos. Aparte de un gran
literato era un filósofo de prestigio. Su figura y su estilo marcó los rumbos de
mi carrera literaria quisiera haberme parecido a él pero es inimitable en su
estilo. Es un clásico que rebasa las fronteras del pensamiento occidental y
deja atrás la modernidad. Decía que la brevedad y la concisión son el sello de
la genialidad y no vivimos en tiempos sucintos sino farragosos no hay más que
ver los programa de la tele lo que se dice en los corros y lo que se publica.
Son complicaciones poliédricas del pensamiento de la Bestia un mundo
inauténtico poco original y donde nada es lo que parece. El escritor ruso por
el contrario es un vaso de agua clara. El lenguaje no es para esconder la idea
sino para desmenuzarla y transmitírsela a los demás. El autor del Jardín de los
Cerezos es evangélico en su laconismo y preciso en la construcción de sus
dramas y novelas cortas. El estilo musical y yo diría polifónico encuentra su
ascendiente en la iglesia ortodoxa. Anton Chejov se educó en un ambiente
clerical. Su padre era diacono y de niño asistía a las interminables misas
cantadas que le hacían sentir por una parte tedio y por otra el sentido de la
belleza inherente al rito oriental. Los párrafos encantadores y repetitivos
recuerdan a la anáfora y la consagración cantada del canon de san Basilio. Se
percibe un rumor de letanías en sus cuentos y en sus novelas cortas. Contrapone
a este misticismo la ironía frente a la exaltación. El padre de Chejov acabó
desdeñando a los popes porque no los creía a la altura de su misión. En uno de
sus cuentos más sublimes “Un asesinato” refleja ese desafecto. Retrata a un
personaje que quería una iglesia para él solo. Quería ser más papista que el
Papa. Ayunaban las cinco cuaresmas, se prosternaba ante los iconos, decía misas
secas en su habitación Su mujer “lo miraba con ojos asesinos cuando se ponía la
casulla porque con el incensario atufaba toda la casa”. En su oratorio
imperaban las reglas del Monte Athos. El protagonista hace voto de silencio. En
la aldea empezaron a llamar a la familia de Matthei Tejerov “Los Beatos”. Él
observaba las rúbricas eclesiales y leía el oficio del día escrupulosamente sin
saltarse una coma. Sus libros de cabecera eran el menologio y la epacta. Sin
embargo no iba a la iglesia. Los popes fumaban, vestían sotanas de seda y se
emborrachaban como zapateros. Cundió su fama por toda la región. Matthei era un
santo, curaba a los enfermos, adivinaba el porvenir, entraba en éxtasis. Gentes
de todos los contornos venían a consultarle, le hacían regalos y no pedía
dinero por curar pero aceptaba. Por el dinero y la vanagloria entró el diablo en
su oratorio. Fundó una secta la de los saltadores o derviches que a través del
baile se encontraban con Dios. En estos encuentros participaban bayaderas de
fama y pronto empezaron los escándalos con mujeres que no le dejaban a sol ni a
sombra, le arrancaban para reliquias trozos de su sotana y cabellos de su
barba. No faltaban las que le pedían un hijo. La trama se devana por derroteros
de la codicia y Matthei es asesinado por su primo, otro “beato”. Lo mataron
para robarle el dinero del cepillo de las limosnas. El autor del crimen un tal Yakov
Ivanovich, su mujer Aglaia y sus compinches: Sergio Nikaanorovich y su esposa
la polaca Danuta son condenados a trece años de trabajos forzados en Siberia.
Cuando a Yakov le pregunta el juez por qué mató a su primo dijo que no lo
sabía. ¿Es usted cismático? ¿Sigue profesando las antiguas devociones y los
ritos de familia? El interpelado responde:
— Tampoco lo sé
Con ironía Chejov, gran conocedor de las pasiones humanas, concluye que no
es recomendable en materia de religión salirse de los convencionalismos. Hay
que ser del montón, uno de tantos. Que los curas fuman, beben y fornican, pues
tampoco es para tanto. Son hombres. Coincide el ruso con el cura de mi pueblo
que tenía una regla de de los párrocos de misa y olla, los de mi olla, mi misa
y mi Mariah Luisa:
—Haz lo que yo diga, no hagas lo que yo haga.
Recetaba don Frutos la fe del carbonero.
Para ser feliz y vivir tranquilo, poca teología. Sólo creer lo preciso por
más que nos parezca dudoso. Bien están y bien parecen los santos en los
retablos.
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