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lunes, 15 de octubre de 2018


DIA DE LA HISPANIDAD 2018

 

Uno de a caballo que se decía Juan Veláquez, natural de Cuellar, por no esperar, entró en el río y la corriente, como es recia, lo derribó del caballo; se asió a las riendas y ahogó a sí y al caballo. Su muerte nos dio mucha pena, porque hasta entonces nadie nos había faltado, cuando lo encontramos río abajo. El caballo descuartizado dio de comer a muchos aquella noche…”

Alvar Núñez Cabeza de Vaca (Naufragios y comentarios Cap. IV)

 

Miro La tele y un quidam se deshace en insultos a España. Califica la conquista de genocidio. Siento rabia y pena por el momento actual.

Mis contemporáneos representan la antitesis de este glorioso soldado extremeño Alvar Núñez, el que llegó hasta Oregón en sus correrías, vio las vacas corcovadas (bisontes) y nos habla de las penurias, hambres, hielos, naufragios, huracanes y avenidas que padecieron los encomenderos que lo acompañaban en el afán de conquista sí pero también de evangelización y cristianización del amerindio salvaje.

 Nos la narra en un estilo conciso cómo fueron víctimas sus soldados del canibalismo de los apaches, de las azagayas de los indios y de las balas de los franceses que bajaban para apoderarse de las llanuras de Cabo Cañaveral.

En sus libros nos sale al encuentro el gran marino asturiano Menéndez de Avilés que fue el verdadero explorador de la Florida para la Corona Imperial. Entre los historiadores de Indias Cabeza de Vaca viene a ser nuestro Tito Livio. La masonería, los judíos y toda esa gentuza hispanofobia que manda en las escuelas lo tienen desterrado. Esta no es la España que yo me imaginé. Esta tampoco es la iglesia a la que quise pertenecer.

Tampoco este Juan Velázquez tiene poco que ver con los collarenses paisanos míos (yo fui concebido en el cuerpo de guardia del Castillo de Cuellar donde mi padre peló guardias y mi madre le llevaba el almuerzo; así fue y así lo declaro) y coterráneos.

Un tal Gaspar Herguedas de mi curso me colgó el teléfono cuando le llamé ayer para recordarle que nuestra cita de todos los años de pipiolos sería la próxima semana. Era la tercera o cuarta descortesía telefónica que recibí de esta panda de desaboridos. Me acordé de lo que decía Quevedo en su letrilla al rey Felipe IV “católica y cruel majestad”.

Antonio Valdivieso el hijo del cabo, ▬ este personaje nada tiene que ver con el que salta a las páginas de mi novela porque siempre he creído que la ficción es mucho menos sibilina que la realidad ▬ nacido en de Lastras de Cuellar, me insultó y me vino con palabras dañinas, andanadas y añagazas. “Escribes bien pero cantas muy mal, chiquito” y no me dejó entonar el “Veni Creator”. Bueno va.

No sé si canto bien o mal pero manejo la navaja de Albacete con tanta solercia como la pluma. Quiero recordar a mis enemigos que esta actitud de retirada no es flaqueza ni cobardía sino prudencia a guisa de mansedumbre. Así que di callada a la injuria por respuesta.

Menos mal; todavía me estoy acordando de la hostia ▬ ¡ ostras!  resonó por todo el pasillo ▬ que le pegó a Valdivieso don Marciano, el presidente, cuando la comunidad salía en fila hacia el refectorio, que todavía le dolía al hijo del cabo por armar bulla en la capilla, y pienso que al remate de más de medio siglo mereció el sopapo. Por chulo.

Al hijo del cabo Vegafría el precepto le rebajó los humos pues iba de gallito. Su imagen se me representa ahora como la vera efigie del cabrón con pintas. La viva bandera del hijoputismo. Los leones se han transformado en conejos. Menuda metamorfosis. Dentro de la cual el derecho canónico se ha impuesto a la parábola del hijo pródigo y al sermón del monte.

 En mi libro “Seminario vacío los pecados mortales de la Iglesia” por lo demás creo haberme adelantado a los acontecimientos. Puse el dedo en la llaga. El catolicismo es un ente de razón, una entelequia. Que el cura se acueste con su feligresa o le toque la pilila a sus monaguillos es menos grave que el hecho de creerse ellos por encima del bien y del mal.

 Nos cribaron en el odio, el miedo al infierno y al sexo y en la falta de caridad. El cura católico diga lo que diga el antipapa Francisco es un  tarado mental. Peca contra dos mandamientos que tienen poca solución e indulgencia: soberbia, hipocresía y el creerse superior a los demás.

Este año por conjurar tales agravios no asistiré al conciliábulo y me aplico la norma del Talmud en estos tiempos de desconcierto y desamparo: Huye, reza y calla y en hora de tribulación no hacer mudanza. Vuelvo a mis clásicos

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