1 A CUDILLERO, A COMER CURADILLO
por Antonio
parra galindo
-Dale caña, Santi.
En la “Atalaya”, mesón que regenta
Santiago Mariño, prohombre de la nueva
cocina asturiana y restaurador especialista del “Curadillo “- un pescado de la
familia del tiburón, que los pescadores de Cudillero curaban al sol y comían en
salazón de la misma manera que los conquistadores españoles hacían acopio del
tasajo para los días de escasez - en el balcón natural sobre la mar de Artedo,
auténtico recreo de los ojos y del paladar hay un hermoso timón de bambú, que
perteneció a un bergantín en tiempos pretéritos. Es lo primero que encuentra el
viajero al llegar a este bello rincón de encantamientos. Las ondinas del río
Uncín nos miran desde abajo. Y en las arenas
color leonado de la playa consiguiente las sirenas misteriosas deben de
cantar mientras se peinan sentadas encima de algún arrecife. Nosotros no las
divisamos aunque nos ronda el presentimiento de que están ahí en eso. Tampoco
vemos demasiados bañistas, aunque es agosto. Por el norte esto de los baños de
mar se toma con filosofía. Debe de ser porque también por estos pagos ponen en
práctica el consejo que había escrito en
una taberna de Magullo frente al Eresma: mejor aquí mojarse que enfrente ahogarse. Uno
de niño, cuando no había visto el mar, pensaba que éste debía de parecerse al
humilde afluente segoviano del Duero, donde ibamos en aquellos tiempos a pasar
la tarde y a merendar y la verdad es que no andábamos del todo descarriado. El
balcón de Artedo sobre la mar cantábrica recuerda un poco al que se observa
desde los oteros del alcázar de mi pueblo. Sólo que aquí las olas grises
sustituyen a las mieses gualdas. Castilla alguna vez tuvo que ser puerto de
mar.
Primer día de agosto, primer día de invierno, y a ciertas edades, los
baños por de dentro.
Santiago, que tiene el gesto serio y a la vez jovial de un capitán de
navío, aunque también pudiera pasar por ejecutivo de un banco con sus cuarenta
y pocos años, es todo un timonel de la gastronomía del Norte. Pertenece a la
gama de nuevos empresarios, esos hombres de corazón joven que piensan que el
futuro de la región subyace en el fermento de un nuevo turismo de calidad,
capaz de ser ofertado por Asturias a las generaciones del siglo futuro.
Esto puede convertirse en el Blackpool y el Cornualles español. No hace falta
demasiado sol. Lo que se precisa es infraestructura. El asturiano puede ser muy tenaz y sagaz para
los negocios, si lo sacamos de sus esquemas mentales de regionalismo llorón o
de montera picona, y sabe extender la mirada más allá de Pajares o de Cabo
Vidío, o cuando se le saca del bizantinismo político y de sus peloteras
intestinas de montera picona, algo
paletas y casi incomprensibles para el forastero, o se olvida de las romerías
con garrote en mano, como ya plasmó Palacio Valdés en su profética novela El cuarto poder. Esa hermosa tierra que
parece un paraíso tampoco adolece de problemas y defectos. Ahora con el paro y
la reconversión tecnológica hay mar de fondo.
- Con un buen rumbo podemos llegar
a cualquier parte -, responde Santi con esa sabiduría y despejo que les son
propios a los buenos navegantes.
Tras la mampara que inunda el salón comedor de luz y de querencia de mar
todo recuerda a un transatlántico. A los pies queda una ensenada de ensueño
flanqueada de sebes y rodales de setos, abedules y de castaños. Da la sensación
unas veces que los montes gigantescos se desploman sobre las arenas de la playa
donde va a morir el río Uncín; otras, que la tierra juega con la mar al parchís
cayendo con suavidad sobre la ribera entre pomaradas, “ caleyas “ y casas
colgantes y praderías de un césped solemne y bien cuidado. Los rompientes en
pugna con la erosión da la sensación como si quisieran diseñar sobre los
manglares del delta un renvalso, rebajando e invadiendo el territorio del
afluente. Es una lucha que dura millones de años.
Asturias lo tiene todo: mar y cordillera, a más de un clima perfecto por
su suavidad. Casi dan ganas de echarse a rodar por el sel de mullida hierba
donde pasta aun la vaca “ Cordera “ que inmortalizó en su cuento el escritor
Alas Clarín. Mimosa y providente, la madre naturaleza se ha querido despachar
con registros sublimes; aunque conviene recordar aquí que el paisaje, grandioso
por su belleza, atrapa y no aterra.
En este Tabor ecológico entran deseos
de plantar la tienda, sentar los reales y quedarse a vivir. A uno no le
apetece marchar.
El monte Santa Ana, a las espaldas, y el Pascual, que se yerguen entre
gargantas y desfiladeros, auténtico Olimpo vaqueiro, traen a la memoria el
recuerdo de una Suiza aldeana y familiar. Los pinos del país que crecen en su
falda parecen cedros y abetos. Todo aquí es cuesta, fragosidad y escarpa. Un
continuado bajar y subir que fortalece las piernas y repara el sistema locomotor
oxigenando los pulmones. La playa de Artedo es una de las más abrigadas de la
península. Apenas cuenta en su historia con estadística de ahogados.
Carpinteros de ribera cerca de sus dunas hace ya cuatro siglos previnieron la
escuadra que habría de ser la primera expedición a la Florida. De aquí zarpó
Menéndez de Avilés rumbo a Poniente. En estas aguas fondearon submarinos
alemanes durante la guerra. A pocas brazas quedaban los más ubérrimos caladeros
del Cantábrico. Como ahora andan los bancos de pesca algo menguados con esto de
las nuevas artes de faenar y los modernos aparejos, hay que navegar algunas
millas mar adentro. De todos ellos, los más importantes eran los de la sardina. Aunque todavía se ve llegar las
lanchas pixuetas cabeceando sobre la
boca de la bahía muchas tardes al oscurecer.
El Arca Perdida
Llaman la Concha de Artedo, que también recuerda por su fisonomía una
tacita de plata, la “ Huella de Dios “. En verdad, el Todopoderoso dejó por
estos pagos bien estampada su firma. Su morfología es ungulada. El abra penetra
casi en el bosque y el agua besa la tierra con sus rompientes de espuma y de
olas en cresta. Ofrece la forma de la uña de un dedo. Dedo divino, por lo
demás. Aduce una leyenda que el primer día de la creación Iahvé paso por acá
sin prisas, con ganas de trabajar y recreándose en su obra. Estampó sobre el
delta donde va a morir el Uncín, río modesto donde los haya, la silueta de un
paraíso. No van descaminados los antropólogos que ubican el Edén sobre la cornisa cantábrica.
No se trata de ninguna tontería. Es una hipótesis que aquí se palpa. Asturias,
que tiene algo de paraíso natural, como suscribe el lema turístico, brinda en
este punto concreto uno de sus más acreditados escenarios. Este sería el
cogollo de esa Arcadia que todos llevamos dentro como sitio ideal que buscamos
como varadero de nuestro tránsito por la
tierra. Definitivo: Dios echó el resto, rizó el rizo por aquestos tesos, y el
que quiera comprobarlo que venga.
Como el desnivel es tan impresionante, la nueva carretera de la costa
Avilés- riba deo tuvo que tenderse a lo largo de un puente de muchos ojos para
salvar la pendiente. Los pilares que sostienen el viaducto miden cerca de 120
metros. Los bloques de hormigón armado no ponen ninguna nota discordante en el
escenario. En cualquier época del año, con tal de que haga sol, los ocasos son
un espectáculo; la triunfante policromía afiligrana de forma eximia la gama de
colores del espectro. Puesto que el Dios del Universo vino a trabajar aquí con
bríos edénicos y se empleó a fondo y de a hecho, este lugar brinda los
atardeceres más impresionantes, una auténtica fiesta de los sentidos.
La pradería de fresca y cencida hierba se tornasola de topacios y
granas, ópalos, y los verdes glaucos y
verdes subidos de tierra armonizan con los del mar que a veces alcanza las
tonalidades de un azul Prusia en relación con las mareas, porque cada pleamar
es siempre distinta. Arriba, se encaraman los oros y topacios de los rayos en
declinación que difuminan de matices cortos
pero intensos el perfil de los castañares y cariacedas. Esta es la tierra del abedul y del helecho, que crece
por todas partes. El viajero se pregunta si a la vista de tantas bellezas
forestales y marinas no estará llegando a El Dorado, la región que guarda los
secretos del Arca Perdida.
Un nido de gaviota coronado de blasones
Cudillero, siendo un pueblo chiquitín -casi un
nido de gaviota en la oquedad del risco, que mira para la mar a la que ama y
teme con aire de asombro y de asomo de casa colgante- tiene el corazón muy
grande. Si no fuera por el yelmo y el lambrequín de algunas casas blasonadas
junto al embarcadero, que autentifican su solera hidalga y netamente española
(éste fue feudo de los Velasco), pudiera llegar a creerse que hemos atracado en
un puerto de Irlanda o de cualquier punto del Septentrión. Las fisonomías
rubias y garzas, pecosas, dan a sus naturales un aire celta o vikingo, porque
los daneses perpetraron en la antigüedad sus “ razzias “ sobre los puertos
cántabros, y a lo largo de la Alta Edad Media fueron muy intensas las
relaciones comerciales e incluso bélicas - hasta cinco expediciones navales
llevó a cabo Felipe II contra la Pérfida Albión, sin contar las campañas en los
Países Bajos - con Inglaterra, Irlanda, Escocia y el norte de Europa. Todo ese
ir y venir exogámico deja marca. Cudillero es astur. Es también vascongado y
galaico. Pero sin hacer dejación nunca de la española condición. Se halla bajo
la tutela de Santiago y Santa Ana y tiene a San Pedro por patrón al que honra
en la “amura vela” y delante “ la fuente ´l canto “. Pero la
españolidad no es aquí bandería sino que recaba una condición casi
cosmopolita. Las costeras del bonito y
la navegación a la altura acreditaron este sello de cruce de razas puesto que
también en los últimos siglos fueron muy estrechas las relaciones entre la
villa de Cudillero con Vigo y
Fuenterrabía.
Por la idiosincrasia constituye uno de los concejos del Principado de
más recia personalidad autóctona. Los “pixuetos” (el cognomen gentilicio les
viene del “ pixín”, rape, que se da
mucho en las aguas cántabras que lo bañan) siempre fueron un poco a su aire.
Sólo así pudo conservar algunas de sus costumbres ancestrales. Tiene una forma
de ver la vida a través de su catalejo de lobo de mar. En nada se queda corto y
por dicho de eso posee Cudillero - que los locales dicen Cudeiru con timbre cantarín y acento musical - un bable a la
medida, que muestra matices que harán las delicias e todo filólogo, y con
variantes puntuales dentro de los propios cudillerenses. Aquí la jerga calle
altera y la ribereña, porque hay barrios de arriba y barrios de abajo, y aldeas
de breña y marineras, dentro del propio municipio, fluctúa.
Esto puede dar una idea de lo complejamente rico que puede resultar este
país. Prácticamente, una lengua en cada valle. Al bable, el más veterano de los
romances peninsulares, que, al fracturarse el latín, derivó en lingua franca de
los legionarios romanos y de la Iglesia, y que posteriormente harían suyo los
godos germánicos y los cristianos mozárabe bizantinos, le ocurre, salvadas las
diferencias, otro tanto que al vascuence: carecen de escritura. El primero de
los idiomas mencionados no la tuvo nunca y del vasco el primer documento
gráfico con que contamos data de mediados del s. XVI. Por ende, su unificación
es problemática. Y, si ésta alguna vez se consigue, habrá de hacerse mediante
consenso, de forma poco natural. No obstante, ambos sistemas idiomáticos cargan
la base del primitivo castellano.
Conexiones con Extremadura
El bable astur leonés, cuyo epicentro sería Astorga, extendido por la
Occitana a lo largo de la ruta de la plata, tiene un radio de acción que llega
hasta Andalucía, y, por eso, Extremadura sigue pareciendose hasta hoy en día en
sus usos y costumbres y hasta en la forma de construir las viviendas con
solanas y casas porticadas más a León que a Castilla.
Los perfiles prosódicos fonéticos y sintácticos de la antigua fala están menos evolucionados que los
del castellano. Curiosamente, guarda escasas concomitancias con sus romances
hermanos, el provenzal y el galaico portugués, y se parece - dato curioso - al
rumano, que procede del bajo latín que se hablaba en la otra punta del Imperio.
Ese misterio empezó a fraguarse en un monasterio de Pravia donde el rey Silo y
la reina Adosinda allá por el siglo nono plantaron el ara de una abadía
dedicada a San Juan Bautista. Pravia fue corte del primer reino de España, y
que de aquí queda a tiro de piedra.
Uno no puede por menos de caer en la tentación de estas consideraciones
histórico eruditas antes de atacar parsimoniosamente una marmita de curadillo,
que nos sirve con mucho despejo pero sin demasiados alardes, después de
escanciar la sidra sin derramar una gota sobre la herrada, un pincerna del
restaurante la “ Atalaya “.
El curadillo es sabor antiguo. Ya se yantaba por el Medioevo y bien
puede ser que fuese un plato romano. Grandes sibaritas, los romanos lo sabían
todo de plantas medicinales y vivían para los banquetes y las saturnales. Ellos
descubrieron no solamente la vela latina sino la salazón y los fiambres.
Ahumaban y acecinaban las carnes y el pescado cubriendolas de una capa de miel
o de sal para mejor conservar. El curadillo es un pez bravío de estas costas de
la especie de los escualos, según se consigna; ni más ni menos que de la raza
del tiburón. Pertenecen al mismo la gata, el glayo o arrendajo marino, la lija
y la touca, que así llaman los
marineros “ pixuetos” en su rica lexicografía bable. Básicamente, con estos
cuatro selacios se prepara el curadillo. Con escamas durísimas y terne de
pelar, por lo bravío y carnicero, no está hecho para paladares endebles, pero
en la cazuela puede ser bocado exquisito. Sin aderezo, resulta poco menos que
incomestible. Las escamas, que casi tienen la consistencia de un chaleco
salvavidas, de la lija eran utilizadas
antaño para barnizar y carenar el casco de embarcaciones de pequeño calado. Y
el cuajo o saín valía para fabricar antorchas y blandones. Hasta el pasado
siglo en el alumbrado público de Oviedo hasta que se inventaron los faroles de
gas las calles se iluminaban con velas de esperma de este animal. Pero la mar
es generosa y venal; todo lo quita y
todo lo da y de ella todo se aprovecha.
Puestos en el brete de devolverlo a las aguas o tirarlo a la basura
cuando llegaban a puerto, los faeneros decidieron aprovecharlo para salazón. El
curadillo es una especie que rara vez veremos en cualquier pescadería salvo en
la rula local donde puede alcanzar altos precios. Su condimentado es una
tradición que se transmite de madres a hijas. Requiere manos expertas, gran
paciencia y mucho amor de mujer, de esposa de marinero que aguarda junto al
fogón las lanchas de arribada. Extraídas sus vísceras para hacer aceite, ha de
colgarse de una pértiga y orearlo durante un año o más a la intemperie. Las
ristras de la corambre de la gata, la lija o la touca adornan las galerías y
solanas de las casas colgantes de Cudillero de igual manera que en Castilla se
ensartan en varales piezas de lomo, chorizo o longaniza. Aquí se llama compango
al mondongo. Algunas pueden alcanzar las dimensiones de la piel de un cabrito.
Artes cisorias
El proceso es lento, sujeto a los caprichos de un clima húmedo, donde el
sol no es garantía y a los malos modos de los insectos. Si lo caga la mosca, la
charcutería se malogra. En el diccionario se define al curadillo como bacalao,
pero los entendidos protestan, porque nada tiene que ver con ese gádido de
carne tan apreciada y suculenta, ni por el color, ni por el sabor y sus
propiedades organolépticas. Los escualos se han venido utilizando para adobo.
Están hechos para un remedio, cuando el hambre aprieta y las despensas están
exhaustas. Actualmente, es tradición tomarlo en Cudillero por Nochebuena y en
alguna vigilia de Cuaresma, pero ya se guisaba en la Edad Media y, antes de
servirlo a la mesa, había que trincharlo, conforme a los cánones de las artes
cisorias. El curadillo tiene algo de rito ancestral y un sabor antiguo apto
únicamente para ser degustado por paladares recios. Se le tiene en gran aprecio
no por sus delicadezas gastronómicas sino por querencia sentimental; porque
llenó bastantes andorgas en años de hambruna cuando no había con qué. Le pasa
lo mismo que al pan de borona. Hay épocas en la vida en que todo se vuelven
recuerdos.
Desde los humildes fogones y el barbotar de los pucheros de la abuela,
al amor de la lumbre del llar, en el cocedero, cerca de morillos y trébedes, ha
saltado a los sofisticados menús de la alta cocina. Hay gente que se desplaza
desde Madrid o de Barcelona y conduce largos kilómetros hasta el paradisíaco
punto del Cantábrico que nos ocupa para darse una fartura.
Bien
regado con culines de sidra y un par
de tientos al jarro de tintorro - su carne tiene consistencia parecida a la de
la caza mayor por lo que no le va bien el blanco sino el tinto, a diferencia de
otros pescados - nos metemos entre pecho y espalda una ración de curadillo. Uno
se siente pletórico y hasta capaz de hablar en bable o bailar la danza prima
que no es tan sencillo como parece. Tiene un regosto de callos a la madrileña,
pero hay papilas que encuentran en él similitudes con el venado. Al ser la
gata, pez de presa, que vive a grandes profundidades batimétricas, todo lo
contrario que el pescado de roca, su bravura en el plato se deja sentir.
Pero, sobre todo, ahumado o en
salazón, este producto presenta analogías con esos manjares humildes de la
España profunda y que durante siglos formaron parte de su dieta básica: la olla
podrida, la adafina y el tasajo. A este ultimo, comida de navegantes y de
exploradores es al que más se parece por sus peculiaridades calóricas de plato
único.
La ruta del curadillo viene a ser la ruta del bable. Quereres, saberes,
sabores y guisos antiguos y sabios como esta bella tierra que en punto a
cultura culinaria y a calidad de vida pocos acertarán ponerla un pie delante... Puxa Asturies.
ANTONIO PARRA GALINDO
5 de agosto de 1998
17 de agosto de 1998
El
HUNDIMIENTO DEL “TITANIC” Y LA MANO DE DIOS
+ Uno de sus
oficiales tuvo la premonición de que el transatlántico se iría a pique como
consecuencia de los letreros soeces de desafío a la divinidad que pintaron unos
obreros de Belfast en el casco.
* Posible
relación del percance sucedido hace ochenta y siete años con las profecías de
San Malaquías.
Por
antonio parra galindo
¿ Estuvo relacionado el hundimiento
del “ Titanic” con las profecías de Malaquías? San Malaquías ocupó la sede
Armagh. A esa diócesis perteneció Belfast en cuyos astilleros de Belford fuera
arbolado el buque, hasta la reforma ¿Fue por otra parte, el naufragio de
aquella maravilla de poderío, lujo e ingeniería naval de aquel tiempo,
auténtico buque insignia de la naviera “White Star Line”, la noche del 13 de
abril de 1912 sobre las gélidas aguas de Terranova, un aviso del Cielo, y un
castigo enviado por Dios a los hombres, equiparable al derrumbe de la Torre de
Babel, en respuesta a la protervia y jactancia de algunos descreídos y
recalcitrantes en el ateísmo?
Sendas inquietantes preguntas
saltan al plano de la actualidad cuando expertos norteamericanos se disponen
mediante una tecnología punta a estudiar paso a paso el estado en el que se
encuentran los pecios más nombrados del momento (sobre el “ Titanic” se han
escrito infinidad de monografías y artículos). Qué duda cabe de que fue como un
despecho al orgullo mecánico. La Madre Naturaleza obligó a mascar el polvo a
los que decían que la linea de flotación era invulnerable.
A recónditos sectores del barco
siniestrado no se pudo acceder. El ordenador, la fibra óptica y los últimos
adelantos de la oceanografía harán posible rastrear las lóbregas reconditeces
de la antigua ciudad flotante (los camarotes, la cubierta, la toldilla, las
bodegas, la escalera del comedor de lujo y el salón de baile, tal y conforme se
proyecta en la película). Difícil será encontrar restos humanos, ya que
seguramente habrán sido pastos de los peces, pero se recuperarían monedas,
objetos y utensilios y se podrían recabar datos para conocer lo que ocurrió
verdaderamente aquella noche de la primavera polar.
Los batiscafos tendrán la última
palabra para determinar si fue verdad o un simple bulo lo tantas veces
comentado de que pinceles sacrílegos habían embadurnado los estraves, el codaste, la roda y la
quilla - esto es los bajos del casco - con letreros irreverentes por no decir
blasfemos contra Dios y sus santos. “ Al “Titanic” no lo va a hundir ni
Cristo”...” Tendrá que hacer Dios uno de sus milagritos si quiere enviarnos con
los delfines “.
El pudor nos veda verter al papel
algunos de aquellos aleluyas estampados
por la mano poco firme y temulenta de algún capataz descreído e incluso de
algún ingeniero al que se le habían subido los humos a la cabeza entre chistes
soeces, necias risotadas y bastante cerveza, sobre la arboladura del coloso.
Los caracteres estaban embadurnados de cal viva. Se supone que, corroída la
pintura, las ominosas pintadas podrían reaparecer. Es posible, con todo, que de
ellas no haya quedado ni rastro. Se habría producido -eso que tanto se dice
ahora- un legrado de memoria. Se cumpliría así la sentencia del salmo”: Vi al
impío sobreensalzado como los cedros del Líbano: pasé, y he aquí que ya no era
“. Un iceberg malhadado rebajó los humos de los que construyeron al gigantesco
titán marítimo para el cual los bramidos del huracán serían suaves arrullos, e
inocentes juegos de niños los embates de las olas. Entre las innovaciones
técnicas a bordo, el “Titanic” llevaba acoplado cámaras estabilizadoras o giróscopos,
para aminorar los movimientos de cabeceo y los de costado, siempre tan
molestos, y que son causantes del mareo, como saben bien todos aquellos que
alguna vez se hayan hecho a la mar.
¿ Quedará algo de esas
procacidades que el pasaje y la tribulación pagaron tan caro?¿ Habrán resistido
los ochenta y siete años de inmersión? Es una incógnita por el momento a cargo
de las investigaciones batimétricas. Mucho se ha especulado sobre la existencia
de esos epígrafes irreverentes pero en sustancia no pudieron confirmarse.
EUFORIA
Nada tiene de descabellado, por lo demás, que
en la euforia de avances tecnológicos que llega con el siglo, se dijese que el
barco fuese inexpugnable a los embates de las olas. Esta actitud de desafío a
la divinidad, dimanante de una actitud racionalista y de una corriente de
optimismo tecnológico que se produce a raíz de la Exposición Universal de
París, acaso más que una blasfemia fuera un lema publicitario adoptado por la
firma patrocinadora en recia competencia con la “Cunard Line” y sobre todo con
las navieras alemanas que acababan de botar los llamados “galgos del Océano”,
capaces de cubrir la distancia entre El Havre y Nueva York en cinco días,
cuando hasta entonces los barcos cruzaban el charco en varias semanas. El
orgullo inglés tenía en el punto de mira a la arrogancia de Bismarck. Alemania
estaba a punto de arrebatarle a Reino Unido los dominios de los siete mares,
merced al invento del submarino descubierto por el español, Isaac Peral, y que
muy pronto patentó Berlín.
Era costumbre, y todavía lo sigue
siendo entre los anglosajones ,que todas las maquinas de guerra tuvieran un
nombre. Cabe recordar el famoso “ Dicke Bertha” que asoló Paris durante las
guerras franco prusianas. Muchos “ harriers “ británicos o F-18 llevan estampada
en la carlinga como mascota la efigie de una señorita ligera de ropa.
Asimismo, cabe observar
inscripciones un tanto descreídas o amenazadoras sobre la torreta de cualquier
carro de combate y hasta a los propios misiles se les bautizaba durante la
Guerra del Golfo con un motete como “ que te jodan, Hussein”, o “ muera el
ladrón de Bagdad”.
Los españoles eramos un poco más
píos. Los barcos de nuestra escuadra que cubría la carrera de Indias o la de
Filipinas llevaban casi todos nombres de Vírgenes: “ Asunción”, “ Santiago”,
“Trinidad”,” Santa María”. Sin embargo, la mascota preferida por los marines ha
sido siempre Raquel Welch, Hilda o Marilyn. Cuanto más pagado de sí mismo y
autosuficiente de sus propias fuerzas se siente el hombre, más se enfría su fe.
“ A este barco no lo hunde ni
Cristo “ acaso no fuera más que un slogan comercial para atraer clientes. Al
reclamo acudieron los grandes ricachones de Londres y de América.
Pero en la noche del doce de abril
en el pasaje y en la tripulación, antes de que el “ Carpatha” rescatase,
ateridos de frío, a los setecientos náufragos todos tuvieron el nombre de Dios
en la boca. Rezaron lo que sabían. Lo plasman muy bien las secuencias de la
reciente película. Al irse a pique aquel soberbio emblema de la tecnología y
para confusión de sus armadores en el viaje inaugural con sus doscientos
cuarenta metros de eslora, treinta de manga, sus cuarenta y ocho mil toneladas
de desplazamiento y unas turbinas con una tracción equivalente a setenta mil
H.P., mil quinientas personas se ahogaron.
Había sido construido en los
astilleros Belford de Belfast, la capital del Ulster, una ciudad que sigue
siendo campo de Agramante de las tensiones cívico religiosas que marcaron la
vida europea en los pasados siglos y (q.v.) en pleno palmarés de actualidad por
sucesos sangrientos terroristas, que hacen pensar en las profecías de San
Malaquías, un fraile cisterciense francés que llegó a ser arzobispo de Armagh.
Ellas hablan de tensiones y cismas, de la vida eclesial durante los últimos
papas; de odios y de movimientos migratorios masivos, lo que se da en llamar en
teología “ pressura gentium”, angustias y congojas y sufrimientos del justo a
manos del inicuo. Serán años de intolerancia bajo apariencia de libertad, de
catástrofes naturales y de naufragios en el mar, vaticina aquel arzobispo
irlandés del Ulster hace ya más de setecientos años.
Las
cuartetas malaquianas ponen al mundo en guardia de una forma oscura y sutil
como corresponde a todo texto profético contra la arrogancia de los unos y de
los otros en lo que concierne particularmente a la Silla Apostólica: el
anticristo no solamente puede haber nacido en las Islas Británicas sino que de
facto puede encontrarse ya en Roma. Inglaterra fue antaño el bastión de la
catolicidad, pero la arrogancia y la simonía de ciertos pontífices determinó su
salida del redil. Roma tendría , en consecuencia, que recapacitar y que temer,
si sigue entregada a los vicios y a la prevaricación, en sus ansias de lucro,
de dominación y de poder.
Lutero
creía - y no le faltaba su punta de razón - que el anticristo podría llegar al
mundo en silla gestatoria y ceñida la cabeza por la triple corona o tiara.
¿ Qué
relación puede tener Malaquías con el hundimiento del “Titanic” o la situación
que estamos viviendo? Muy simple: corre la voz en círculos esotéricos de que el
Anticristo en este fin de milenio donde la terribilidad se conjuga con la
esperanza podría venir del Ulster. No podría tener peor gusto. Belfast es una
de las ciudades más aburridas y menos atractivas de todas las provincias del
Reino Unido, aunque conserva su orgullo de haber sido durante siglos el bastión
de la ingeniería naval más importante de Europa después del Clyde escocés. En
sus “ pubs” se canta con más efervescencia que en otras partes el “ Rule
Britania” y se lleva muy adentro prendido el orgullo de ser inglés como
reacción a lo irlandés, que representa lo católico, el papismo, la
intolerancia, el atraso. El recuerdo de la batalla del Boyne (1690), cuando
Guillermo III derrotó a los que profesaban la religión romana, está todavía
presente. Por eso, la capital del Ulster es la ciudad de la intolerancia, del
odio étnico, y de todo aquello que se contrapone al amor y al perdón del
Evangelio (anticristo). Casi un símbolo de nuestros tiempos.
UNA
CARTA
Sobre
el hundimiento del “ Titanic” se conserva la carta de uno de los oficiales que
hizo la primer singladura a bordo. Era un joven de Dublín, católico,
quien, poco antes de zarpar desde
Southhampton, escribe a su familia estas líneas premonitorias: Yo estoy convencido de que este vapor no
llegará a puerto por causa de las horribles frases que llevamos estampadas en
la quilla... una carga de profundidad a nuestras plantas.
Un jesuita español, el P.
Florentino Ogara, publicó un libro (. / Lecciones Sacras.- Madrid, 1921,:432
pp./ Cursillos espirituales, 1915-1916. -) en el cual documenta la existencia
de esas pintadas. Sin duda alguna debieron de ser escritas para acabar
convirtiendose en salvoconducto de perdición. En mala hora escribieron aquellos
obreros tales “ graffitti”, porque luego vendría Paco con la rebaja. El
Omnisciente y Omnividente se encargó de enmendarles la plana. Él escribiría la
sentencia fatídica sobre las olas, asestando un golpe de maza a la soberbia
humana. El “ galgo de los océanos “ no cubrió su primera carrera. Jamás
llegaría a su puerto de destino.
Fin
17 de agosto de 1998
Antonio
parra galindo
Iεσyσu Xpiσθy / Ixθioσ
I, ANASTASIA.- AN AUTOBIOGRAPHY,
BY ROLAND KRUG VON NIDA, TRANSLATED BY OLIVER COBRUN. PENGUIN BOOKS IN
ASSOCIATION WITH MICHEL JOSEPH.- ICH, ANSTASIA ERZAHLE. LONDON 1958. HIJA DE
ALIX VON HESSE QUE AL CONVERTIRSE A LA FE ORTODOXA ADOPTA EL NOMBRE DE
ALEXANDRA FEDOROVNA. EL ZAR TENÍA OJOS SOÑADORES, PENSATIVOS, ANSIOSOS,
ANHELANTES. EL RESULTADO DE UNA TRADICION
¿QIUIEN HIZO LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE? EL ZAR HABLABA POCO. TENÍA UN
AIRE DISTRAÍDO, LOS OJOS SOÑADORES , HABLABA POCO Y SIEMPRE MIRANDO PARA EL
SUELO.COMO TODOS LOS RUSOS, CREIA SUPERSTICIOSAMENTE EN LOS SIGNOS, BUSCABA
PRESAGIOS. ERA MUY TÍMIDO EN LAS RECPCIONES. RASPUTÍN. UN MAR DE LAGRIMAS Y
TORRENTES DE SANGRE LA CARTA QUE LE ENVIÓ DESDE SIBERIA CUANDO ESTALLÓ LA
GUERRA. Pero esto no es y se nota
28 de agosto de 1998
ALBINO LUCIANI: LA SONRISA DE CRISTO
por
Antonio Parra Galindo
Había despachado ya la última
crónica del día. Con eso de la diferencia horaria entre América y Europa -seis
horas en tiempo de verano- los teletipos permanecían callados. Madrid dormía.
Nueva York se agitaba en uno de sus clásicos “ rush hour” de la canícula, con
taxistas con aires de “ cowboys” de medianoche, el lápiz en la oreja y una
sonrisa tan destartalada e impertinente como sus vehículos amarillos, que
ruedan con una suspensión lo más parecido a la de un carro de combate, aptos
para avanzar por entre los socavones de la “ Gran Manzana”. El reloj de la Pan
Am entre Madisson Avenue y la Quinta marcaba los cuarenta y cinco grados. No se
movía una paja. Podía cortarse el aire con un hacha. Tal, el bochorno. Tenía
miedo de que mi Seat-133 me diese un susto con uno de sus extemporáneos
calentones en uno de los carriles del Verrazano, como me había sucedido varias
veces. En Nueva York nadie se asusta ni se admira de nada, pero aquel
utilitario de exiguas proporciones y pequeña cilindrada no dejaba de llamar la
atención al pasar al lado de los haigas de la Chevrolet y de la Ford y de las
lemosines de Manhattan.
Así que opté por embarcarme en
el transbordador. Entre las sorpresas que brinda la vida neoyorquina es que
cualquier ciudadano puede ir a la oficina usando todos los medios de
transporte: en barco, en autobús, en metro o en helicóptero, en bicicleta o a
patinazo limpio, y, por supuesto, en automóvil. Como yo había optado por
residir en una de las islas o mejanas sobre las que se asienta el área
metropolitana, la de Staten Island, donde los alquileres y la contaminación
bajan, todos los días para plantarme en el edificio de Naciones Unidas en la
calle cuarenta y dos, tenía que pasar el
charco mediante cualquiera de las opciones señaladas. En bicicleta me planté
ante el rascacielos de color azul de la Onu, que se alza como una nueva babel
diseñada en la forma de una caja de cerillas entre el malecón del East rival y
el final de la calle 42, más de una día, aquella bicicleta de paseo que compré
en Londres y me la robó un descuidero neoyorquino. Un periodista es un
peregrino que va camino de la noticia ora “ per pedes apostolorum” o a golpe de
pedal. Tortuosos y enmarañados son los camino que conducen a Cristo Jesús. Yo
parezco empeñado por buscarle a mi manera eligiendo los rodeos y emboscadas. A
lo largo de mi existencia me he llevado más de un susto, pero luego, al final
de la estacada, una providencia especial me sacaba siemprede los atolladeros.
Noté que Él y Ella estaban siempre ahí, hombre de poca fe, en mis dudas,
vacilaciones y pecados.
Hablo de Nueva York en el
contexto de ese papa misterioso y santo porque recuerdo perfectamente aquella
noche y aquel presentimiento de una tarde del final del verano en Manhattan.
Ahora resulta que las habladurías sobre su extraña muerte andan en vía de
confirmar la acción de una mano negra. Ver el libro que acaba de publicar el
sacerdote español Jesús López Saez, autor del libro “ Se pedirá cuenta “.
Poco antes de llegar a casa,
la radio del coche siempre prendida empezó a agitarse con fumarolas de “
flashes” y de conexiones con Roma. El conclave, del que todos vivíamos
pendientes, se había resuelto en “ fumata bianca”. El cardenal camarlengo
empinaba su voz a través de los micrófonos en medio de un ruido ensordecedor de
aplausos y de silbidos para anunciar urbi et orbi aquel “ habemus papam”. El
nombre de Albino Luciani no figuraba en
la lista de los “papabiles” cotizando más al alza en las apuestas. Sentí una de
esas corazonadas (este es un oficio en el que manda tanto el olfato como la
sabiduría) que suelen sobresaltar al corazón en los momentos cumbres.
Ocasiones, como si dijésemos, en las cuales la historia se propone cambiar el
compás. Aquel 25 de agosto del del
setenta y ocho, cuando los informativos de todo el mundo empezaron a corear el
nombre del patriarca de Venecia como sucesor de Pedro era uno de esos días álgidos. Las cosas ya no
volverían a ser lo mismo.
Uno ya va entrando en años y,
doblado el Cabo de las Tormentas, recuerda qué hacía y donde estaba cuando
llueven sobre el mundo esos instantes trascendentes: el 20-N del 75, la caída
del muro de Berlín un nueve de noviembre del ochenta y nueve, la llegada del
hombre a la luna, allá por el verano del
setenta y dos, etc. El orto del siglo futuro, como todo alumbramiento, se ha
producido en medio de desgarros vaginales, ayes y gritos de dolor. Cualquier
persona medianamente consciente del entorno que tiene alrededor habrá notado la
presión del cambio sobre los lomos. Verdad es que fueron cinco lustros
estremecedores. En poco menos de una generación se aceleró la historia hasta
perfilarse en semblantes irreconocibles, casi
impensables. Por suerte o desgracia, los que hemos pasado de la
cincuentena, hemos sido testigos de cargo de la revolución tecnológica, la
mudanza de las costumbres, la desaparición de imperios y de naciones; de bruces
sobre el brocal del vórtice mismo del torbellino, habiendo pasado del arado
romano a los microprocesadores, muchos no consiguieron aguantarlo. Se pegaron
un tiro, andan en los viajes proclamados del “ Inserso” o, por el contrario,
para no ser engullidos por la cresta de la ola,
atrincheraron sus cuerpos detrás de una piel camaleónica, para conseguir
salir a flote, sobrevivir.
Pero, sobre todo, conservo en
la memoria una idea muy precisa de todas las ocasiones en las que salió humo
blanco por la chimenea de la sala de conclaves, desde que tuve uso de razón. La
tarde en que nombraron al cardenal Roncalli
una oscura tarde de otoño del cincuenta y ocho, en el seminario de
Segovia y desde el rector hasta el último latino empezamos a brincar por la
huerta de alegría. Se derramaron sobre
aquel querido semillero de vocaciones las efusiones del Espíritu. Yo tenía
catorce años y creo que en mi vida he saltado con tanta fuerza. Recuerdo aquel
brinco que pegamos el corro de retóricos al tañer la campanilla de la huerta
anunciando el “ habemus papam” en el entrelubricán de otoño. La atardecida se
perfilaba como la la entrada en un tunel dominado por las sombras del miedo y
la esperanza. Fue una especie de salto de Alvarado.
Con Montini se me había enfriado
la fe, pero recuerdo que fui a misa a los capuchinos de Cuatro Caminos. Ahora,
pasados los años, Pablo VI - muchos de los que entonces lo denostábamos porque
se acusaban por todas partes los zarpazos de la crisis que atenazaba a la
Iglesia con la que no estábamos a gusto y poco a poco nos ibamos separando-
resulta una figura eminente y magnífica por lo que tiene de profética en el
devenir histórico del pontificado. Su altura intelectual irá creciendo con el
paso del tiempo.
La designación de Wojtyla tuvo
algo de estremecimiento porque el mundo se hacía preguntas inquietantes. La
cristiandad se disponía entre enormes tensiones para ese cambio a rajatabla. Se
escuchaban los rugidos del león, pero el ambiente oscilaba entre el miedo y la
esperanza.
Albino Luciani, bajo el
nombre de Juan Pablo I, pontificó tan sólo treinta y tres días, uno por cada
año que vivió Cristo en la tierra. Era un “ alter Christus”, de espiritualidad
moderna, a caballo entre el salesiano
Don Bosco y el candor puro de Francisco de Asís, todo ello envuelto en
un humor muy de la campaña toscana a lo Giovanni Guareschi. Tenía manera
sencillas de cualquier arcipreste italiano de provincias. El humor es la
característica más fiable del amor.
También por ese cabo
despintaba. Su calado era enteramente mesiánico. De una profundidad en el
estudio de los textos bíblicos y de una clarividencia que casi pasman. Para
colmo, tenía una pluma magnífica. Desde Gregorio VII, con la excepción de Pío
XI, que era archivero y poseía una cultura casi enciclopédica, no había ocupado
la cátedra de Pedro otro hombre que se sintiera tan escritor y tan periodista.
El Evangelio - no conviene pasar por alto este detalle que tanto maravillaba al
propio Tolstoi - es la religión del libro por antonomasia. Porque escribir es
soñar en el mundo futuro, portar el “lignum crucis”, aspirar a la libertad del
Reino. Borremos la memoria, quememos todos los libros que la fe ha producido,
unos dentro del pálpito de la ortodoxia, y otros extramuros, y nos habremos
quedado sin libertad. Ya no habrá catolicidad.
Todo en este prelado hacía
pensar- salvo en los kilos - hacía pensar en el llorado Juan XXIII. Poseía el mismo estilo de campesino bonachón,
que no le da demasiada importancia a las cosas, que sabe reírse de sí mismo la
simplicidad de vida. Su rostro transmitía juventud y alegría a través de
aquélla su “ santa sonrisa”. Hasta la fecha habíamos estado acostumbrados a ver
sobre el balcón del Vaticano a papas bastante estirados. Había llegado a la
Puerta Angélica desde Lombardía siguiendo la senda de sus mismos pasos: el
patriarcado de Venecia. Era un catequista troquelado a la medida del lema
“Pastor et Nauta “ de su predecesor. Rompía totalmente con los moldes del papa
Montini, un intelectual y un hombre de curia, o de Pio XII, aquel pontífice de
gestos impresionantes y que parecía casi un serafín embutido en la sotana
blanca. Sólo le faltaban las alas.
A Luciani le iba más el
prototipo de cura de pueblo o de parroquia
funcional .Que disimula su amor a sus feligreses bajo un barniz de
cazurrería zumbona y de cachaza. Pero eso era la fachada, nada más. Porque sus
escritos revelan un alma mucho más sofisticada. Con vista de aguila - junto con
aquella sonrisa que desarmaba había en su rostro de sacerdote cordial aquella
mirada a la vez festiva y atormentada - penetró en las angustias del hombre
moderno y cargó con ellas a las espaldas.
Pero, que cada día traiga su
afán; así todos los turnos, incluso los papales sean diferentes. Nadie será
capaz de bañarse en el mismo río. Acertaba Demócrito. El reinado de Jan Pablo
I, englobado en el acróstico “ de media aetate lunae” en los pronósticos de
Malaquías, fue el tránsito de una estrella fugaz que cruzó la noche del atlas
iluminando las tinieblas de agosto. Sus treinta y tres días al frente de la
Barca de Pedro estuvieron cargados de intensidad, por más que no hayan quedado
esclarecidos las circunstancias de su extraño óbito. Pronto subirá a los
altares este heraldo del huracán que se nos echaba encima. Pero su mensaje fue diáfano”:
no tengáis miedo, conservad la esperanza, que pronto pasará la tempestad”. Una
esperanza que quedaría tronzada treinta y tres día más tarde, cuando los restos
mortales fueron expuestos a la veneración del pueblo romano de cuerpo presente. Las fotografías del obispo de Roma yacente
presentan un rostro desfigurado por la hinchazón. Una tumefacción que infunde
sospecha de señales de envenenamiento
Y esperanza y santidad en el
más genuino espíritu agustiniano de ambos es la atmósfera que respiran las
páginas del libreto que nos legó”:Ilustrísimos
Señores”. Es una recopilación de cartas dirigidas a una gama de personajes
tan heteróclitas como Mark Twain, Dickens, Penélope, Bernardo de Claraval,
Goethe, Santa Teresa de Lisieux, y Santa Teresa de Avila, Petrarca, o al
gobernador español de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y otros muchos más,
aunque en la lista abundan los literatos, aparecidas en una humilde publicación
franciscana, “El Pan de los Pobres o
Mensajero de San Antonio de Padua” por un obispo sin demasiadas
pretensiones. El tono sencillo y cordial de las misivas no obsta para el gran
calado evangélico y la sabiduría de alto bordo que despliega a lo largo de sus
trescientas veintitrés páginas, sin hurtar el cuerpo a cuestiones de bulto como
pudieran ser: la crisis de la Iglesia en los años psicodélicos consiguientes a
la revolución del sesenta y ocho; el laicismo; la emancipación de la mujer; el
antisemitismo; el tema de los domingueros o el alcoholismo, lo que el entonces
patriarca de Venecia denominaba la “ cofradía de Santa Bibiana, que no cesa de
empinar el codo”, lleno de comprensión y de humorismo hacia las flaquezas
humanas.
En estilo fino y elegante las
cartas, que constituyen un verdadero manual de Apologética, a los más ilustres personajes
de la historia provocan en el lector de a pié la misma sonrisa que no se le
caía nunca de los labios del autor. En tono conciliador por más que impecable
en su dialéctica, invita a los descreídos a volver al redil, pero sin
acrimonia, porque Luciani se había forjado en el más genuino estilo de
Francisco de Sales, aquel otro obispo ginebrino que pensaba que “ más vale una
gota de miel que cien cántaros de hiel”.
Aquí salen a relucir lo mismo
Juana de Arco que Pepito Grillo -el futuro papa manifiesta sin rebozo que Pinocho, el inmortal personaje salido
de la inspiración de Carlo Lorenzetti (1826-1890), fue el gran héroe literario
de su infancia - que Fidel Castro, el Che Guevara o Juan Lanas
O los monjes longobardos.
Sólo ve un camino de salida al laberinto de la mente del hombre del milenio
aturdida por el desfase entre su capacidad de absorción y capacitación y el
ritmo de las conquistas tecnológicas: el amor. Con paciencia y verdadera
caridad cristiana, sin retóricas sibilinas, hay que acometer el reciclaje al
que se enfrentan los hombres del mañana. No se puede emprender esa empresa
desde la revancha unilateral. La piedad
divina edificó el universo. Sólo la abominación y los egoísmos humanos nos lo
pueden derruir.
El libro está trufado de
sentencias y apotegmas de frase a cincel que son auténticas perlas y que
revelan la presencia de un tremendo escritor:
“Ojo a las circunstancias, a los estados de
ánimo: si cambian, cambia también tú, no los principios, sino la aplicación de
los principios a la realidad del momento... Dale un clavo al testarudo y
acabará por meterlo en la pared a golpes de su cabeza... Los jóvenes son
distintos de nosotros los adultos en el modo de juzgar, de comportarse, de amar
y orar. Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por
caminos de progreso. Con una advertencia: que ellos aprietan el acelerador;
nosotros preferimos calcar el freno... El astuto habla y sus palabras no son
vehículo sino velo del pensamiento, haciendo que parezca verdadero lo falso y
falso lo verdadero. A veces obtiene resultados. Por lo general, la cosa no dura
mucho. En las peleterías vemos más pieles de zorra que pieles de asno. Cuando
los bribones van en procesión, es el
diablo el que lleva la cruz alzada. Y perdona, querido Bernardo de
Claraval, mi franqueza”.
Es esta carta, con
destinatario al fundador del Cister
, una de las más interesantes de toda la
serie. En ella el patriarca de Venecia hace alarde de su discreción y altos
conocimientos de las cosas de Dios y de la psicología terrena. San Bernardo
luego le contesta con fecha de octubre de 1971 y tampoco se queda corto el
egregio abad en sus admoniciones y advertencias al obispo, aunque en su
correspondencia se tuviera que superar la barrera de ocho siglos de diferencia
horaria y de mentalidades, entre el pensamiento del hombre medieval y el del
último tercio del siglo XX. Monseñor Luciani sale airoso del compromiso. En el escrito al insigne monje francés
lumbrera de la Iglesia, amén de expresar la corazonada de que su corresponsal,
muy a pesar suyo, ceñiría el manto de armiño y la tiara papal pocos años más
tarde sobre sus sienes, despliega su sabiduría. Luciani había leído a
Maquiavelo y a los tratados de iniciación cabalística.
Al respecto, refiere una anécdota.
En un conclave se le presentó al colegio
cardenalicio tener que solventar una
papeleta. Había empatados tres candidatos a la sucesión de S. Pedro. El uno era
un santo, el otro, un pozo de ciencia y el tercero estaba dotado de un gran
sentido práctico ¿A cuál de ellos votar? Bien, argumenta el entonces cardenal;
el santo, si es tan santo, que rece por nosotros, oret pro nobis; si el sabio, si es tan sabio, que nos ilustre, doceat nos; mucho nos alegramos, que
escriba cualquier libro de erudición ¿ Es prudente el tercero?, iste regat nos, que sea él nuestro
papa. De esta forma salomónica, y con un poco de sorna, dilucida nuestro autor
el trinomio.
Se hacía cargo que para entrar
con buen pié en los pasillos Vaticanos más que santidad y buenos conocimientos
vale la mucha mano izquierda. Conocía de antemano su destino y le repugnaban un
poco las intrigas maquiavélicas, un mal necesario con el que han que contar
quienes rigen el rumbo de la barca del Pescador.
Su familiaridad con la persona
de Jesucristo, al que amaba y conocía al dedillo hasta el punto de darnos a
conocer aspectos de la misma poco conspicuos, como por ejemplo cuando dice que
entre los antepasados de Jesús hubo tres mujeres poco recomendables: Rhabab
había ejercido la prostitución; Thamar había tenido un hijo de su suegro Judas,
y Bethsabé había cometido adulterio con David, lo sitúa en la perspectiva
histórica de su tiempo.
Cristo no participó en la
actividad política de los “zelotas” o guerrilleros que se habían alzado en
armas contra la dominación romana. A estos sublevados judíos las tropas de
Augusto, una vez aprehendidos, se les condenaba a morir en el madero. Rechaza
el sofisma de que era un caudillo violento y señala que, cuando tomó el látigo
contra los mercaderes del templo, éste fue un acto perfectamente calculado. El
Hijo del Hombre no se rebeló. Puso en evidencia a los escribas, fariseos y
leguleyos de toda especie, y defendió a los pobres y oprimidos, pero predicó la
no-violencia. Tampoco tomó partido de una manera clara por los que entonces
mandaban. Su reino no era de este mundo.
Pero reconoce que dicha
inhibición de Jesús a la hora de etiquetarse en lo político sería motivo
después de su resurrección de banderías entre las dos facciones de la Iglesia
primitiva. La de la gentilidad, propugnada por Pablo, ciudadano romano, y la
restrictiva que se agrupaba en torno a los seguidores de Pedro o judaizantes, y
que exigía una Iglesia sólo para circuncisos. Aunque ambas posturas quedaron
resueltas en el primer concilio de Jerusalén, se dará una pugna, oculta o
patente, hasta el final de los tiempos o Parusía. Son dos formas de contemplar
el cristianismo más que excluyentes complementarias, pero de alguna forma
irreconciliables. Nacen del combate entre la Vieja y la Nueva Ley. Forman parte
del arcano de los misterios que persigue al pueblo judío.
Quizá el candor y franqueza
que rezuman las cuarenta epístolas del
texto - yo tengo para mí que sobre ellas aletea el soplo del Paráclito
consolador, que no le fallará nunca a la Iglesia hasta la Segunda Venida - le
valiesen al futuro papa algún que otro disgusto en los ambientes curiales donde
nunca fuera del todo bienquisto. Sobre las extrañas circunstancias de su muerte
prematura siguen alimentandose sospechas de envenenamiento.
Como quiera que fuere, el alma
de un santo, de un verdadero santo, queda translúcida y deja su impronta de
bondad, resignación, humor y ligero optimismo abierto a la esperanza y al
dialogo en estas jugosas postales, en las que un obispo declara su amor a los
hombres a través de Cristo.
Instalado con el apóstol Pablo
en el corazón del Redentor, quiere asistir a los funerales de supropia
soberbia, expresa el deseo de fundirse con el que ama, de dejar de ser él mismo
para convertirse en “ alter Christus” (otro Cristo) y proclamar: “ somos el
estupor de Dios “.
Aparecido a título póstumo Ilustrísimos Señores en 1978 poco
después de su misteriosa muerte es un inspirado y maravilloso opúsculo en el
que se condensa no sólo el código ético de un gran papa; también da a conocer
un escritor con prosapia. Juan Pablo I admiraba a Chesterton, a Manzoni, a
Marlowe, a Quintiliano, a Walter Scott, a Terencio, a Dickens. Pero su autor de
cabecera era Francisco de Sales, aquel gran periodista, glosador y traductor
del espíritu de Agustín para el hombre de nuestros días. Todo se reduce a una
cosa: Amor.
Y Francisco de Sales, glosando
y hasta enmendandole la plana al de Tagaste, solía expresar este alto concepto
de la apoteosis de la caridad en el siguiente sorites: “ la perfección del
universo, el hombre; la perfección del hombre, el amor. Dios es solamente la
perfección del amor “.
Albino Luciani, que ocupó el
lugar número ducentésimo sexagésimo cuarto en la lista de sucesores de Pedro,
al igual que a Cristo - lo criticaron porque todo un señor cardenal escribiese
cartas a Pinocho - le estomagaban los fariseos. Por este libro, escrito en
clave menor y sin pretensiones, se ganó antipatías en los ambientes curiales.
¿Se la tenían jurada ? ¿ Qué fue de aquella fuerte discusión la noche de su
muerte con Ottaviani ? Nunca se sabrá. Sin embargo, el papa breve era un hombre
sensible, sencillo y bueno, un verdadero discípulo del Maestro. La sombra de su
diáfana sonrisa pervivirá eternamente. Murió en la noche del 28 de septiembre de
1978. Su cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por sor Vicenza
Tafarel. Como causa del fallecimiento se
diagnosticó un infarto de miocardio. Las circunstancias aparecen oscuras y hay
contradicciones en el atestado pericial del óbito. Se dijo que tenía entre las
manos un ejemplar del Kempis, cuando en realidad, eran unas notas tomadas a
vuela pluma tras su conversación con el cardenal Villot, con el cual mantuvo
una fuerte discusión. Pidió un calmante al médico de cabecera, Renatto
Buzzonetti, y se le recetaron específicos contraindicados para un hipotenso
como era él, siempre a tenor con el criterio del P. López Saez, cual encara un
relato por menor de los acontecimientos - que todavía en el Vaticano siguen
siendo asunto tabú - acaecidos durante la madugrada del 29 de septiembre.
Se proponía una reforma
revolucionaria de los entresijos vaticanos dominados por la logia masónica y
por banqueros como el obispo Marckinkus, un norteamericano de origen lituano
que controlaba las finanzas de la Sede Apostólica. También se dijo que él
conocía, después de un viaje a Fátima, que su reinado sería breve. Allí se
entrevistaría con la vidente Lucía, la cual le comunicó el famoso tercer
mensaje revelado por Nuestra Señora a los pastores en Cueva de Iría.
La desaparición de este gran
pontífice para muchos continúa siendo un misterio. Algún día, no tardando mucho, puede que la
verdad se sepa.
Antonio Parra Galindo
28 de septiembre de 1998
CARLOS II EL HECHIZADO Y LOS DEMONIOS
DE LA IMPOTENCIA
- 1698: La Inquisición abre causa de procesamiento ante la denuncia de
un exorcista asturiano que dijo que una brujas hubieran aojado al monarca con
el mal de ligadura.
por Antonio Parra Galindo
En 1698 - el
número y la cifra resulta fatídico en los anales hispanos - la corte española
era un triste semillero de intrigas. Una vez más, el problema venía dado por la
esterilidad regia. Ninguno de los dos matrimonios (con María de Orleans
fallecida en 1680 y con Ana de Neoburgo) de Carlos II había deparado prole. La
dinastía languidecía moribunda igual que el propio rey. La verdad es que no hay
más que echar un vistazo a los cuadros de Valdés Leal o de Carreño, en los que
se retrata de cuerpo entero al último vástago de los Austria para darse cuenta
de que los milagros de la naturaleza no caen de un guindo. Tampoco se puede
pedir peras al olmo.
Clorótico, prognato, algo
zambo - Su Majestad padecía de podagras, una afección senil, ya a los treinta
años - desproporcionado de brazos, algo ancho de caderas, y un semblante
lánguido, inexpresivo, los labios carnosos y sensuales, casi el único signo de
vida en aquel físico que en los retratos
aparece más allá que acá, y como sintiendo ya la llamada de la tierra,
era un fin de raza. Puede que ni siquiera, eso.
Sobre la persona, vida y
milagros, un tanto triste y llena de claudicaciones y naufragios, del pobre
rey no han parado de llover burlas
sanguinarias. Pero ¿ qué culpa tendría él de haber sido parido de esta guisa?
Hubo de pasar la mayor parte de su existencia entre algodones. Se vio sujeto a
la arbitrariedad de una madre ambiciosa, perversa y degenerada, porque no otro
calificativo cabe dar a aquella españolaza culona y resabiada, mujer
caprichosa, lerda y mal intencionada, algo Mesalina, como era la reina madre,
Mariana de Austria. Aquella hembra desnaturalizada siempre pareció aborrecer al
propio hijo que había nacido de sus entrañas. También se dan frecuencia madres
malas.
¿Quién podrá achacarle el
haber sido el resultado de la degeneración de una familia por mor de la
endogamia y de otras enfermedades hereditarias como la sífilis, la gota, o la
pelagra? Aún no habían sido inventados ni el “ salversán” ni el “ viagra”, que
son dos específicos para mitigar las venéreas, por exceso o por defecto. Por
los mentideros de la villa y corte corría la voz de que lo de Don Carlos era
imputable a un maleficio en salva sea la parte. Nada, que unas brujas le habían
echado las habas.
Por colmo de males, padecía
alferecía (epilepsia), una afección que hasta el s. XX se creía relacionada con
la posesión diabólica. Este padecimiento le volvía un ser abúlico, retraído e
irresoluto. De su tatarabuelo Felipe II había heredado no sólo el parecido
físico sino también una innata propensión hacia la melancolía
En tenidas y aquelarres uno
de los sortilegios o conjuros más frecuentes era el denominado de la ligadura.
Si se quería hacer daño a un individuo se pedía la intercesión de Satanás para
que lo dejase impotente. Íncubos y súcubos - una de las características de la
posesión y de la obsesión maligna es la lujuria - se encargaban de lo demás.
Las mujeres se volvían machorras o viragos. El miembro viril no entraría en
erección nunca jamás. La orgía, la zoofilia, la pedofilia o el pecar nefando (
inversión genésica), así como el crimen ritual son parte constitutiva de la
misa negra o aquelarre. Recuerdese que aquelarre es una palabra vasca (el prado
del macho cabrío) y que durante la Edad Media y hasta bien entrado el s. XVIII
su practica era harto frecuente. Caben todas esas contradicciones. La lascivia
(bien lo sabe Belcebú) siembra la discordia entre las gentes. Remata en el
crimen y en el adulterio.
La merma o discapacitación
para la actividad reproductiva se consideraba entonces de origen diabólico. Se
da la paradoja de que el catolicismo, sobre todo en España, no acabó nunca de desprenderse
de esa lacra que es la superstición.
Convive al lado del misticismo y del iluminismo. Al fin y al cabo, el
iluminado, según observa Marañón, no es más que un místico de baja estofa.
Las malas lenguas propalaban
por Madrid que el rey había sido víctima de un hechizo incoado por el amante de
su madre, el valido Fernando Valenzuela, quien gozaba de la privanza a través
del P. Nithard y de los jesuitas, los cuales hacían y deshacían en palacio a su
antojo. Cuando aumentan los chistes y burlas sobre un eventual aojamiento de
Carlos II, toma cartas la Inquisición en
el asunto. Corría el año fatídico de 1698. A tan sólo un siglo vista de la
muerte del segundo gran Austria, España se desmembraba.
El propio interesado de suyo
era algo inclinado a los agüeros. Llevaba pendiente al cuello una bolsita, que
decía eran las reliquias de varios santos tutelares, pero, cuando estaba de
cuerpo presente, se comprobó que el rey portaba en la misteriosa faltriquera
material de santería: uñas de los dedos y de los pies, cáscaras de huevo,
trenzas de pelo, ajos, polvo de tabaco.
Los inquisidores se emplearon
a fondo pero con discreción dada la alcurnia del personaje encartado, que era
todavía dueño de medio mundo. El sol del imperio estaba llegando a su punto de
declinación entre fulgores rojizos, pero quedaban aun un par de siglos para su
ocultamiento definitivo. Francia, Inglaterra y las otras potencias, venteando
cadaverina, aleteaban alrededor del lecho del moribundo como cuervos, todas intentando lograr el más
suculento bocado en el reparto del imperio español. Se dijo que sobre los
Austrias pesaba una especie de maldición. Carlos V fue un estratega y un gran
rey. Su hijo, Felipe II sólo un buen rey y un mal político. Los sucesores - el
tercero y el cuarto de los Felipes -, ni reyes ni políticos. El último de la
saga, Carlos II, ni siquiera fue hombre.
Al fallecer éste la noche de
Ánimas de 1700, heredan la corona de España los Borbones. Se ponía de esta
forma colofón a dos siglos que, a juicio de Taine, fueron los más sorprendentes
y dinámicos de la historia humana. Al sol español, ya de vencida, aún le
quedaban otros dos hasta su eclipse definitivo, que llega con el desastre de
Santiago de Cuba el 3 de julio de 1898.
Fray Froilán Díaz, confesor
de Su Majestad, recomienda que para atajar el problema de la sucesión se
efectúen los exorcismos de rúbrica según el ritual romano, mientras el Santo
Oficio prosigue con sus pesquisas y averiguaciones sub iudice y con sigilo,
pero todo acabó por saberse; y era un
secreto a voces en aquel pueblón
manchego que era el Madrid de aquel entonces que al rey las brujas le habían
roído los calcaños... Tal vez, algo peor.
En las deposiciones forenses
y pruebas testificales empiezan a salir saludadoras y videntes, que dicen ver a
la Virgen y percibir mensajes celestiales, sibilas y gente de ese jaez. La
mayor parte eran monjas histéricas aquejadas de ese mal de los claustros, que
se da en nuestro país en las cárceles, internados y seminarios, donde la
sublimación de la sexualidad produce
excelsitudes místicas o derrota hacia aberraciones mucho más serias como la
sodomía o el lesbianismo.
Es un poco el signo de la
monarquía austriaca. Constantemente están apareciendo personajes que arguyen
detentar poderes sobrenaturales. Estos reyes se fiaron en temas de salud o
cuando tenían delante de la mesa un grave asunto de Estado más de estas
pitonisas e impostores iluminados que de sus consejeros naturales. Quede dicho
sin perjuicio de parte y dando por sentado que, al lado de estos rufianes y
gamberros de beatería, se daba el verdadero santo, el auténtico hombre de Dios,
capaz de hacer milagros porque la fe mueve montañas. Ello no embargante, los Austrias fueron víctimas de su propia
credulidad, y a algunos miembros de esta dinastía, como a Felipe IV, les picó
el morbo de los conventos. Fue galán de monjas.
Al de San Plácido, que está situado entre la
calle del Pez y la de San Roque acudía el conde duque de Olivares, don Gaspar
de Guzmán y su mujer, doña Beatriz de la Cerda, preocupados por no haber
descendencia y en ciertas solemnidades de guardar. Mientras las monjas cantaban
vísperas, el matrimonio hacia el amor en un reclinatorio de la iglesia sin
sonrojo ninguno y sin importar que hubiese testigos de vista de su cópula
carnal a los pies del altar mayor. Pese a tan aparatosa coyunda, Dios, que parece mantenerse distante de estos líos y
atropellos de la obstetricia, entre hombres y mujeres, y que acaso no comprenda
del todo bien, por ser espíritu puro y por carecer de cuerpo, - de buena se
libra - no hizo demasiado caso de aquellas letanías. La mujer del Conde Duque,
que era en la España del primer tercio del s. XVII la voluntad de poder y la
pasión de mandar (v. el estudio que de su personalidad de caudillo y dictador
hace Marañón en la obra del mismo nombre) no concibió o malparía, pese a lo
aparatoso de los remedios.
Pronto el monasterio de
monjas benedictinas de san Plácido se hizo tristemente famoso. Al parecer, el
rey Felipe IV quiso dar al sagrado centro fuero de picadero sexual y mancebía. Teníale echado el ojo a una monja
muy guapa. Sus intentos de rapto quedaron desbaratados gracias a la astucia de
la priora que, poco antes de la cita, simuló que la religiosa, depositaria de
los regios afectos, estaba recién fallecida de cuerpo presente en su celda y ya
se le cantaban los oficios de difuntos. Cuando llegó el ilustre Romeo al
arrimo, al ver aquello huyó cual alma en pena.
Más suerte tuvo - y éste sí
que fue un escandalo de los gordos - otro capellán del monasterio de marras en
sus componendas para el trato torpe y gozar de la fruta del árbol prohibido.
Los hechos sucedieron hacia el año mil seiscientos veintiocho. Fray Francisco
García Calderón acababa de ser nombrado
confesor y excusador de oficio en el centro. Monje poco ejemplar, o tal
vez porque se las diera de “ moderno” y de alumbrado, en aplicación de la
máxima agustiniana sobre la caridad hasta las últimas consecuencias, acabó
predicando el amor libre entre sus pupilas.
Otro clérigo envidioso, un
tal J. De León, que había opositado a la prebenda, luego que tuvo noticias de
los escándalos, denunció a su compañero ante el Tribunal de la Inquisición. De
treinta monjas habían quedado encinta veintisiete. Los jueces actuaron de
lenidad con aquellas pobres mujeres ignorantes, que fueron dispersadas por
diferentes monasterios de la zona. La abadesa estuvo encerrada cinco años en la
cárcel de la Inquisición de Toledo. Con respecto al P. García Calderón,
declarado reo de sacrilegio, se le condenó a la hoguera, pero la pena de muerte
le fue conmutada por la de galeras.
De casos como el que se cita
(historias de brujería y de alumbrados en las que se compagina el sexo, la
religión o la magia negra) estuvo plagada la historia española de aquellos
siglos. Al capellán de las monjas de San Plácido nunca le hicieron falta
reconstituyentes ni pócimas. Más bien todo lo contrario. Pero estas cosas a
veces ocurren. Lo que a uno se les da en abundancia a otros se les restringe.
Leer ahora al cabo de los
siglos los autos de aquel proceso puede resultar chusco, porque la prosa curial no deja de
través lo que tenía el asunto de broma:
“ Jamás en el mundo se habrá visto maravilla
semejante, como la de que, de treinta
monjas, en veintisiete se hayan manifestado los demonios, no como
obsesas, sino de tan maravilloso modo”, - redacta el calificador de oficio.
En 1698 la Inquisición había
perdido su fuerza, pero el tema tan traído y llevado del enajenamiento regio en
parte tan insólita trajo cola durante bastante tiempo. En la prueba testifical
compareció un jesuita de Oviedo, el P. Argüelles, quien contó a los jueces cómo
había sabido a través de unas monjas a las cuales este religioso exorcizó en
Tíneo, las cuales los diablos que ellas tenían en su cuerpo salieron de
estampida y fueron a parar al del rey.
El desaguisado aconteció
siendo éste de edad de catorce años. Su madre, doña Mariana a medias con su
amigo en la mañana del tres de abril de 1675 hicieron el maleficio, derramando
unos polvos aderezados con huesos de ajusticiado y parte de sus criadillas en
la taza de chocolate que se sirvió al monarca para el desayuno. Y en ese
preciso instante fue cuando los trasgos fatídicos llegaron por los aires desde
Asturias hasta el Alcázar y se apoderaron de la voluntad irresoluta del
personaje y dejandolo inútil para toda mujer. Aquellas agustinas de Cangas de
Tineo habían debido de ser muy malas puesto que los diablos que mandaron para
Madrid llegaron pisando firme.
La peripecia suene algo
fantástica, pero es lo que se lee en este otro proceso inquisitorial, uno de
los últimos celebrados en Castilla. Daría ocasión a cantares y sería motivo de
rechiflas. Aunque se le administraron los antídotos contra la ligadura (rábanos
cocidos en cuerno de rinoceronte macerado y friegas de valeriana en la zona
afectada), Don Carlos, que tenía un pie ya en la sepultura, no pudo recuperar
lo que la naturaleza nunca le otorgó.
Estos remedios caseros o
bebedizos estaban a la orden del día. A Fernando el Católico, casado en segundas
nupcias con Germana de Foix, y aquejado de melancolías, para espabilar su
desgana erótica, le fue administrado aquel “ potaje frío “ de Carrioncillo.
Aquellas hierbas minaron su salud y prácticamente acabaron con él en pocos
días. La triaca contra la impotencia Felipe II, que entendía bastante de
farmacopea, nunca la quiso probar a sabiendas de que en la mayor parte de las
cortes de Europa era el pretexto para envenenar. Era una tradición que habían
implantado los Medici. En el palacio de San Juan de Letrán los papas Borgia la
utilizaron con harta frecuencia.
No hay sospechas de envenenamiento en la muerte del último de la
dinastía austriaca, el cual entregó su alma a Dios en la noche de Animas de
1700. La Inquisición, muerto el interesado, archivó la causa y todos trataron
de enterrar con Carlos II el Hechizado las habladurías sobre una conjura
diabólica. Sin embargo, como indica el propio sobrehúsa con el cual este triste
monarca ha pasado a la historia,” Hechizado”,
adquirieron carácter legendario. Fue famosa por lo temible su afrentosa
ligadura.
Una vidente que vivía en la
calle de la Silva lo predijo: el trono de España se echaría a perder por la
malquerencia de la propia reina madre, que había aborrecido a su hijo al poco
de nacer, y que había concertado tercerías con brujas y nigromantes para
hacerle daño. Simplemente, lamentable, pero más que lamentable, abominable.
Antonio parra galindo
30 de agosto de 1998
Vidi turbam magnam quam dinumerare nemo poterat, ex
ómnibus gentibus stantes ante thronum [Apoc.
VII, IX].
<< Se acordó de lo que dijera Borodin en el hospital militar
sobre la música u sobre el apóstol Pablo. En la música y en todo lo que existe
en el universo hay un tema eterno e irresoluble, que es el encuentro de la luz
con las tinieblas, la pugna a perpetuidad del bien y del mal, su
entrelazamiento y su fusión. EL ETERNO TRIUNFO DE LA LUZ CONSTITUYE LA MÚSICA.
El apóstol ha dicho en cierta epístola: “ existe el cáliz de Nuestro señor y el
cáliz del diablo”.La música proviene del cáliz de Nuestro Señor>> [Vida de Musorgsky por Ivan Lukach]
Seguramente, le faltó agregar al gran sinfonista ruso una música en la
cual se derrama el cáliz del Malo: el rock, el “ heavy metal”, el “ punk”, etc.
Albricias, pues, por el corto que insertas en la última hoja de MARÍA MENSAJERA
bajo el título de los “ peligros del satanismo”, que a mi juicio tiene mucho
que ver con la preterición de la música sacra en los templos. Sólo la Santa
Iglesia Ortodoxa la conserva, aunque en tal empeño los rubriquistas del canon
eterno de Nicea se ven denigrados y vapuleados or esas fuerzas siniestras que
tratan de imponer su propio credo, antípoda al que hemos cantado los cristianos
durante veinte siglos. En ese sistema de valores las tres virtudes cardinales
pretenden ser sustituidas. La Fe por la negación de todo valor trascendente (
Darwin sería su gran heraldo: venimos del mono, y el hombre se gobierna por los
instintos; es un complejo entramado de reacciones químicas, lo que supone negar
que exista un alma y un libre albedrío). La Esperanza está siendo suplantada
por la desesperación, la Caridad por el odio. El axioma de relevo de estas tres
virtudes fue el catecismo malvado que guió a los capitostes de la revolución
rusa de 1917, primer peldaño para la descristianización alarmante del mundo
decretado por la logias secretas. El síndrome de “ iglesia vacía”, la
degradación litúrgica, la “ pressura gentium” que estamos sintiendo los
españoles con la arribada masiva de los mal llamados inmigrantes por el
estrecho - mentira: es una nueva invasión en toda regla - la corrupción de la
mujer y la destrucción de la autoridad paterna, que está dando lugar a tantos
uxoricidios y parricidios, y esta angustia y esta tristeza que se detecta por
doquier forman parte de los signos del anticristo anunciados por las
Escrituras.
María, sin embargo, pondrá bajo sus calcaños la cabeza del dragón
infernal. Es aquí donde el culto de hiperdulía adquiere un profundo relieve
como antídoto de los males que nos circundan, siendo por ende tan contestado.
No prevalecerán las puertas del infierno. Animo, pues.
Francisco Sánchez ventura,
Fundación MARÍA MENSAJERA,
Coso, 92, 2º dcha
50001 Zaragoza. Tel 976 22 78 27
Querido colega: Creo que nos conocemos, porque aparte del amor a la
Señora, nos une la profesión de periodista. Hace muchos años cuando yo empezaba
en este duro y maravilloso oficio, me parece que asistimos a un liceo que se llamaba el DOCE,
sito en Alonso Cano. Hablo de los años sesenta. Lo daba un tal don Alfonso.
Luego nos sentamos en los mismos bancos de la escuela de Periodismo de la
Iglesia, ¡ ya ha llovido!
Ahora me dirijo a vosotros con el siguiente particular. He seguido las
“ mariofanías” con interés y amor - son
el báculo que me sustenta en mi vida de tribulaciones-, y he sido curado de una
grave enfermedad gracias a la Madre de la Iglesia. Lo narro en dos libros que
he publicado a mis expensas.
Quizás os pudiera interesar la lectura de estos dos libros. Uno se
titula Quien encontrará a la mujer
fuerte por Millán Sacramenia Artedo [ seudónimo de Antonio Parra Galindo] -
253 pp.; 20 x 15 cm.. Encuadernación en verde con portada de la Virgen del
Perpetúo Socorro. Madrid, 1998. ISBN 84 - 604 - 6909 - 8. Tema: las relaciones
de la Santísima Madre con Rusia a través
de lo que está ocurriendo actualmente y de las revelaciones de Fátima. Es un
libro que no debe faltar en la mesa de cualquier mariólogo. Precio: 1800 pts.
El otro es una biografía de Teresa de Lisieux. Se llama Lloviendo rosas ( adjunto cubiertas).
Es un libro también mariano, porque en uno de los capítulos y en relación con
la “ lluvia de rosas “ que yo he presenciado en el Escorial, por una gracia
especial de Nuestro Señor que me une a dar testimonio y a ser crucificado con
Él, en el amor a los hombres, hay una capítulo dedicado a esa experiencia
personal ocurrida el 13 de mayo de 1995. La “ Theotokos” o Virgen del Perpetuo
Socorro se dibujó en el cielo hacia poniente como un inmenso icono .Era el
rostro de la Señora tal como la pintó Lucas y la retrata la imaginería
bizantina Luego hubo, tras esos signos,
sensaciones odoríficas indefinibles. El aire se cargó de una aroma que no era
de este mundo.
Son 205 pp. Precio: 1450 pts.
Por favor, yo también me dedico a difundir el culto
mariano y acaso sea un apóstol de los últimos tiempos, aunque no quisiera caer
en vana observancia. Lo que sí puedo decir de mí, pecador, en abono propio,
como único mérito, es que he padecido bastante por la verdad y la justicia. Yo
os rogaría que me hicieseis este pedido para ver luego de poder difundir estos
textos a través de MARÍA MENSAJERA. Ella, la Medianera de todas las
gracias, nos abra camino.
Un cordial saludo en espera de vuestra noticias a la siguiente dirección:
Antonio Parra,
Piedras Vivas, 6
Villafranca del Castillo, 28692 ( Madrid) Tel. 91 815 04 59
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