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domingo, 18 de marzo de 2018

SALAMANCA, LA BLANCA QUIEN TE MANTIENE CUATRO CARBONERITOS QUE VAN Y VIENEN


1     A CUDILLERO, A COMER CURADILLO
 por Antonio parra galindo
 
            -Dale caña, Santi.
            En la “Atalaya”, mesón que regenta Santiago Mariño,  prohombre de la nueva cocina asturiana y restaurador especialista del “Curadillo “- un pescado de la familia del tiburón, que los pescadores de Cudillero curaban al sol y comían en salazón de la misma manera que los conquistadores españoles hacían acopio del tasajo para los días de escasez - en el balcón natural sobre la mar de Artedo, auténtico recreo de los ojos y del paladar hay un hermoso timón de bambú, que perteneció a un bergantín en tiempos pretéritos. Es lo primero que encuentra el viajero al llegar a este bello rincón de encantamientos. Las ondinas del río Uncín nos miran desde abajo. Y en las arenas  color leonado de la playa consiguiente las sirenas misteriosas deben de cantar mientras se peinan sentadas encima de algún arrecife. Nosotros no las divisamos aunque nos ronda el presentimiento de que están ahí en eso. Tampoco vemos demasiados bañistas, aunque es agosto. Por el norte esto de los baños de mar se toma con filosofía. Debe de ser porque también por estos pagos ponen en práctica  el consejo que había escrito en una taberna de Magullo frente al Eresma: mejor aquí mojarse que enfrente ahogarse. Uno de niño, cuando no había visto el mar, pensaba que éste debía de parecerse al humilde afluente segoviano del Duero, donde ibamos en aquellos tiempos a pasar la tarde y a merendar y la verdad es que no andábamos del todo descarriado. El balcón de Artedo sobre la mar cantábrica recuerda un poco al que se observa desde los oteros del alcázar de mi pueblo. Sólo que aquí las olas grises sustituyen a las mieses gualdas. Castilla alguna vez tuvo que ser puerto de mar.
   Primer día de agosto, primer día de invierno, y a ciertas edades, los baños por de dentro.


   Santiago, que tiene el gesto serio y a la vez jovial de un capitán de navío, aunque también pudiera pasar por ejecutivo de un banco con sus cuarenta y pocos años, es todo un timonel de la gastronomía del Norte. Pertenece a la gama de nuevos empresarios, esos hombres de corazón joven que piensan que el futuro de la región subyace en el fermento de un nuevo turismo de calidad, capaz de ser  ofertado por  Asturias a las generaciones del siglo futuro. Esto puede convertirse en el Blackpool y el Cornualles español. No hace falta demasiado sol. Lo que se precisa es infraestructura.  El asturiano puede ser muy tenaz y sagaz para los negocios, si lo sacamos de sus esquemas mentales de regionalismo llorón o de montera picona, y sabe extender la mirada más allá de Pajares o de Cabo Vidío, o cuando se le saca del bizantinismo político y de sus peloteras intestinas de montera picona,  algo paletas y casi incomprensibles para el forastero, o se olvida de las romerías con garrote en mano, como ya plasmó Palacio Valdés en su profética novela El cuarto poder. Esa hermosa tierra que parece un paraíso tampoco adolece de problemas y defectos. Ahora con el paro y la reconversión tecnológica hay mar de fondo.
  - Con un buen rumbo podemos llegar a cualquier parte -, responde Santi con esa sabiduría y despejo que les son propios a los buenos navegantes.
   Tras la mampara que inunda el salón comedor de luz y de querencia de mar todo recuerda a un transatlántico. A los pies queda una ensenada de ensueño flanqueada de sebes y rodales de setos, abedules y de castaños. Da la sensación unas veces que los montes gigantescos se desploman sobre las arenas de la playa donde va a morir el río Uncín; otras, que la tierra juega con la mar al parchís cayendo con suavidad sobre la ribera entre pomaradas, “ caleyas “ y casas colgantes y praderías de un césped solemne y bien cuidado. Los rompientes en pugna con la erosión da la sensación como si quisieran diseñar sobre los manglares del delta un renvalso, rebajando e invadiendo el territorio del afluente. Es una lucha que dura millones de años.
   Asturias lo tiene todo: mar y cordillera, a más de un clima perfecto por su suavidad. Casi dan ganas de echarse a rodar por el sel de mullida hierba donde pasta aun la vaca “ Cordera “ que inmortalizó en su cuento el escritor Alas Clarín. Mimosa y providente, la madre naturaleza se ha querido despachar con registros sublimes; aunque conviene recordar aquí que el paisaje, grandioso por su belleza, atrapa y no aterra.
  En este Tabor ecológico entran deseos  de plantar la tienda, sentar los reales y quedarse a vivir. A uno no le apetece marchar.
   El monte Santa Ana, a las espaldas, y el Pascual, que se yerguen entre gargantas y desfiladeros, auténtico Olimpo vaqueiro, traen a la memoria el recuerdo de una Suiza aldeana y familiar. Los pinos del país que crecen en su falda parecen cedros y abetos. Todo aquí es cuesta, fragosidad y escarpa. Un continuado bajar y subir que fortalece las piernas y repara el sistema locomotor oxigenando los pulmones. La playa de Artedo es una de las más abrigadas de la península. Apenas cuenta en su historia con estadística de ahogados. Carpinteros de ribera cerca de sus dunas hace ya cuatro siglos previnieron la escuadra que habría de ser la primera expedición a la Florida. De aquí zarpó Menéndez de Avilés rumbo a Poniente. En estas aguas fondearon submarinos alemanes durante la guerra. A pocas brazas quedaban los más ubérrimos caladeros del Cantábrico. Como ahora andan los bancos de pesca algo menguados con esto de las nuevas artes de faenar y los modernos aparejos, hay que navegar algunas millas mar adentro. De todos ellos, los más importantes eran los de la  sardina. Aunque todavía se ve llegar las lanchas pixuetas cabeceando sobre la boca de la bahía muchas tardes al oscurecer.
El Arca Perdida


   Llaman la Concha de Artedo, que también recuerda por su fisonomía una tacita de plata, la “ Huella de Dios “. En verdad, el Todopoderoso dejó por estos pagos bien estampada su firma. Su morfología es ungulada. El abra penetra casi en el bosque y el agua besa la tierra con sus rompientes de espuma y de olas en cresta. Ofrece la forma de la uña de un dedo. Dedo divino, por lo demás. Aduce una leyenda que el primer día de la creación Iahvé paso por acá sin prisas, con ganas de trabajar y recreándose en su obra. Estampó sobre el delta donde va a morir el Uncín, río modesto donde los haya, la silueta de un paraíso. No van descaminados los antropólogos que  ubican el Edén sobre la cornisa cantábrica. No se trata de ninguna tontería. Es una hipótesis que aquí se palpa. Asturias, que tiene algo de paraíso natural, como suscribe el lema turístico, brinda en este punto concreto uno de sus más acreditados escenarios. Este sería el cogollo de esa Arcadia que todos llevamos dentro como sitio ideal que buscamos como varadero  de nuestro tránsito por la tierra. Definitivo: Dios echó el resto, rizó el rizo por aquestos tesos, y el que quiera comprobarlo que  venga.
   Como el desnivel es tan impresionante, la nueva carretera de la costa Avilés- riba deo tuvo que tenderse a lo largo de un puente de muchos ojos para salvar la pendiente. Los pilares que sostienen el viaducto miden cerca de 120 metros. Los bloques de hormigón armado no ponen ninguna nota discordante en el escenario. En cualquier época del año, con tal de que haga sol, los ocasos son un espectáculo; la triunfante policromía afiligrana de forma eximia la gama de colores del espectro. Puesto que el Dios del Universo vino a trabajar aquí con bríos edénicos y se empleó a fondo y de a hecho, este lugar brinda los atardeceres más impresionantes, una auténtica fiesta de los sentidos.
   La pradería de fresca y cencida hierba se tornasola de topacios y granas, ópalos,  y los verdes glaucos y verdes subidos de tierra armonizan con los del mar que a veces alcanza las tonalidades de un azul Prusia en relación con las mareas, porque cada pleamar es siempre distinta. Arriba, se encaraman los oros y topacios de los rayos en declinación que difuminan de matices cortos  pero intensos el perfil de los castañares y cariacedas. Esta es la tierra del abedul y del helecho, que crece por todas partes. El viajero se pregunta si a la vista de tantas bellezas forestales y marinas no estará llegando a El Dorado, la región que guarda los secretos del Arca Perdida.      
 
Un nido de gaviota coronado de blasones


 Cudillero, siendo un pueblo chiquitín -casi un nido de gaviota en la oquedad del risco, que mira para la mar a la que ama y teme con aire de asombro y de asomo de casa colgante- tiene el corazón muy grande. Si no fuera por el yelmo y el lambrequín de algunas casas blasonadas junto al embarcadero, que autentifican su solera hidalga y netamente española (éste fue feudo de los Velasco), pudiera llegar a creerse que hemos atracado en un puerto de Irlanda o de cualquier punto del Septentrión. Las fisonomías rubias y garzas, pecosas, dan a sus naturales un aire celta o vikingo, porque los daneses perpetraron en la antigüedad sus “ razzias “ sobre los puertos cántabros, y a lo largo de la Alta Edad Media fueron muy intensas las relaciones comerciales e incluso bélicas - hasta cinco expediciones navales llevó a cabo Felipe II contra la Pérfida Albión, sin contar las campañas en los Países Bajos - con Inglaterra, Irlanda, Escocia y el norte de Europa. Todo ese ir y venir exogámico deja marca. Cudillero es astur. Es también vascongado y galaico. Pero sin hacer dejación nunca de la española condición. Se halla bajo la tutela de Santiago y Santa Ana y tiene a San Pedro por patrón al que honra en la “amura vela” y delante “ la fuente ´l canto “. Pero la españolidad no es aquí bandería sino que recaba una condición casi cosmopolita.  Las costeras del bonito y la navegación a la altura acreditaron este sello de cruce de razas puesto que también en los últimos siglos fueron muy estrechas las relaciones entre la villa de Cudillero con Vigo y  Fuenterrabía.
   Por la idiosincrasia constituye uno de los concejos del Principado de más recia personalidad autóctona. Los “pixuetos” (el cognomen gentilicio les viene del “ pixín”, rape, que se da mucho en las aguas cántabras que lo bañan) siempre fueron un poco a su aire. Sólo así pudo conservar algunas de sus costumbres ancestrales. Tiene una forma de ver la vida a través de su catalejo de lobo de mar. En nada se queda corto y por dicho de eso posee Cudillero - que los locales dicen Cudeiru con timbre cantarín y acento musical - un bable a la medida, que muestra matices que harán las delicias e todo filólogo, y con variantes puntuales dentro de los propios cudillerenses. Aquí la jerga calle altera y la ribereña, porque hay barrios de arriba y barrios de abajo, y aldeas de breña y marineras, dentro del propio municipio, fluctúa.
   Esto puede dar una idea de lo complejamente rico que puede resultar este país. Prácticamente, una lengua en cada valle. Al bable, el más veterano de los romances peninsulares, que, al fracturarse el latín, derivó en lingua franca de los legionarios romanos y de la Iglesia, y que posteriormente harían suyo los godos germánicos y los cristianos mozárabe bizantinos, le ocurre, salvadas las diferencias, otro tanto que al vascuence: carecen de escritura. El primero de los idiomas mencionados no la tuvo nunca y del vasco el primer documento gráfico con que contamos data de mediados del s. XVI. Por ende, su unificación es problemática. Y, si ésta alguna vez se consigue, habrá de hacerse mediante consenso, de forma poco natural. No obstante, ambos sistemas idiomáticos cargan la base del primitivo castellano.
Conexiones con Extremadura
   El bable astur leonés, cuyo epicentro sería Astorga, extendido por la Occitana a lo largo de la ruta de la plata, tiene un radio de acción que llega hasta Andalucía, y, por eso, Extremadura sigue pareciendose hasta hoy en día en sus usos y costumbres y hasta en la forma de construir las viviendas con solanas y casas porticadas más a León que a Castilla.
   Los perfiles prosódicos fonéticos y sintácticos de la antigua fala están menos evolucionados que los del castellano. Curiosamente, guarda escasas concomitancias con sus romances hermanos, el provenzal y el galaico portugués, y se parece - dato curioso - al rumano, que procede del bajo latín que se hablaba en la otra punta del Imperio. Ese misterio empezó a fraguarse en un monasterio de Pravia donde el rey Silo y la reina Adosinda allá por el siglo nono plantaron el ara de una abadía dedicada a San Juan Bautista. Pravia fue corte del primer reino de España, y que de aquí queda a  tiro de piedra.


   Uno no puede por menos de caer en la tentación de estas consideraciones histórico eruditas antes de atacar parsimoniosamente una marmita de curadillo, que nos sirve con mucho despejo pero sin demasiados alardes, después de escanciar la sidra sin derramar una gota sobre la herrada, un pincerna del restaurante la “ Atalaya “.
   El curadillo es sabor antiguo. Ya se yantaba por el Medioevo y bien puede ser que fuese un plato romano. Grandes sibaritas, los romanos lo sabían todo de plantas medicinales y vivían para los banquetes y las saturnales. Ellos descubrieron no solamente la vela latina sino la salazón y los fiambres. Ahumaban y acecinaban las carnes y el pescado cubriendolas de una capa de miel o de sal para mejor conservar. El curadillo es un pez bravío de estas costas de la especie de los escualos, según se consigna; ni más ni menos que de la raza del tiburón. Pertenecen al mismo la gata, el glayo o arrendajo marino, la lija y la touca, que así llaman los marineros “ pixuetos” en su rica lexicografía bable. Básicamente, con estos cuatro selacios se prepara el curadillo. Con escamas durísimas y terne de pelar, por lo bravío y carnicero, no está hecho para paladares endebles, pero en la cazuela puede ser bocado exquisito. Sin aderezo, resulta poco menos que incomestible. Las escamas, que casi tienen la consistencia de un chaleco salvavidas,  de la lija eran utilizadas antaño para barnizar y carenar el casco de embarcaciones de pequeño calado. Y el cuajo o saín valía para fabricar antorchas y blandones. Hasta el pasado siglo en el alumbrado público de Oviedo hasta que se inventaron los faroles de gas las calles se iluminaban con velas de esperma de este animal. Pero la mar es generosa y venal;  todo lo quita y todo lo da y de ella todo se aprovecha.
   Puestos en el brete de devolverlo a las aguas o tirarlo a la basura cuando llegaban a puerto, los faeneros decidieron aprovecharlo para salazón. El curadillo es una especie que rara vez veremos en cualquier pescadería salvo en la rula local donde puede alcanzar altos precios. Su condimentado es una tradición que se transmite de madres a hijas. Requiere manos expertas, gran paciencia y mucho amor de mujer, de esposa de marinero que aguarda junto al fogón las lanchas de arribada. Extraídas sus vísceras para hacer aceite, ha de colgarse de una pértiga y orearlo durante un año o más a la intemperie. Las ristras de la corambre de la gata, la lija o la touca adornan las galerías y solanas de las casas colgantes de Cudillero de igual manera que en Castilla se ensartan en varales piezas de lomo, chorizo o longaniza. Aquí se llama compango al mondongo. Algunas pueden alcanzar las dimensiones de la piel de un cabrito.
Artes cisorias


   El proceso es lento, sujeto a los caprichos de un clima húmedo, donde el sol no es garantía y a los malos modos de los insectos. Si lo caga la mosca, la charcutería se malogra. En el diccionario se define al curadillo como bacalao, pero los entendidos protestan, porque nada tiene que ver con ese gádido de carne tan apreciada y suculenta, ni por el color, ni por el sabor y sus propiedades organolépticas. Los escualos se han venido utilizando para adobo. Están hechos para un remedio, cuando el hambre aprieta y las despensas están exhaustas. Actualmente, es tradición tomarlo en Cudillero por Nochebuena y en alguna vigilia de Cuaresma, pero ya se guisaba en la Edad Media y, antes de servirlo a la mesa, había que trincharlo, conforme a los cánones de las artes cisorias. El curadillo tiene algo de rito ancestral y un sabor antiguo apto únicamente para ser degustado por paladares recios. Se le tiene en gran aprecio no por sus delicadezas gastronómicas sino por querencia sentimental; porque llenó bastantes andorgas en años de hambruna cuando no había con qué. Le pasa lo mismo que al pan de borona. Hay épocas en la vida en que todo se vuelven recuerdos.
   Desde los humildes fogones y el barbotar de los pucheros de la abuela, al amor de la lumbre del llar, en el cocedero, cerca de morillos y trébedes, ha saltado a los sofisticados menús de la alta cocina. Hay gente que se desplaza desde Madrid o de Barcelona y conduce largos kilómetros hasta el paradisíaco punto del Cantábrico que nos ocupa para darse una fartura.
   Bien regado con culines de sidra y un par de tientos al jarro de tintorro - su carne tiene consistencia parecida a la de la caza mayor por lo que no le va bien el blanco sino el tinto, a diferencia de otros pescados - nos metemos entre pecho y espalda una ración de curadillo. Uno se siente pletórico y hasta capaz de hablar en bable o bailar la danza prima que no es tan sencillo como parece. Tiene un regosto de callos a la madrileña, pero hay papilas que encuentran en él similitudes con el venado. Al ser la gata, pez de presa, que vive a grandes profundidades batimétricas, todo lo contrario que el pescado de roca, su bravura en el plato se deja sentir.
   Pero, sobre todo,  ahumado o en salazón, este producto presenta analogías con esos manjares humildes de la España profunda y que durante siglos formaron parte de su dieta básica: la olla podrida, la adafina y el tasajo. A este ultimo, comida de navegantes y de exploradores es al que más se parece por sus peculiaridades calóricas de plato único.
  La ruta del curadillo viene a ser la ruta del bable. Quereres, saberes, sabores y guisos antiguos y sabios como esta bella tierra que en punto a cultura culinaria y a calidad de vida pocos acertarán ponerla un pie delante... Puxa Asturies.  
 
ANTONIO PARRA GALINDO
5 de agosto de 1998
17 de agosto de 1998
                  
                    El HUNDIMIENTO DEL “TITANIC” Y LA MANO DE DIOS
               + Uno de sus oficiales tuvo la premonición de que el transatlántico se iría a pique como consecuencia de los letreros soeces de desafío a la divinidad que pintaron unos obreros de Belfast en el casco.
                  * Posible relación del percance sucedido hace ochenta y siete años con las profecías de San Malaquías.
 
 
Por antonio parra galindo
 


¿ Estuvo relacionado el hundimiento del “ Titanic” con las profecías de Malaquías? San Malaquías ocupó la sede Armagh. A esa diócesis perteneció Belfast en cuyos astilleros de Belford fuera arbolado el buque, hasta la reforma ¿Fue por otra parte, el naufragio de aquella maravilla de poderío, lujo e ingeniería naval de aquel tiempo, auténtico buque insignia de la naviera “White Star Line”, la noche del 13 de abril de 1912 sobre las gélidas aguas de Terranova, un aviso del Cielo, y un castigo enviado por Dios a los hombres, equiparable al derrumbe de la Torre de Babel, en respuesta a la protervia y jactancia de algunos descreídos y recalcitrantes en el ateísmo?
Sendas inquietantes preguntas saltan al plano de la actualidad cuando expertos norteamericanos se disponen mediante una tecnología punta a estudiar paso a paso el estado en el que se encuentran los pecios más nombrados del momento (sobre el “ Titanic” se han escrito infinidad de monografías y artículos). Qué duda cabe de que fue como un despecho al orgullo mecánico. La Madre Naturaleza obligó a mascar el polvo a los que decían que la linea de flotación era invulnerable.
A recónditos sectores del barco siniestrado no se pudo acceder. El ordenador, la fibra óptica y los últimos adelantos de la oceanografía harán posible rastrear las lóbregas reconditeces de la antigua ciudad flotante (los camarotes, la cubierta, la toldilla, las bodegas, la escalera del comedor de lujo y el salón de baile, tal y conforme se proyecta en la película). Difícil será encontrar restos humanos, ya que seguramente habrán sido pastos de los peces, pero se recuperarían monedas, objetos y utensilios y se podrían recabar datos para conocer lo que ocurrió verdaderamente aquella noche de la primavera polar.
Los batiscafos tendrán la última palabra para determinar si fue verdad o un simple bulo lo tantas veces comentado de que pinceles sacrílegos habían embadurnado   los estraves, el codaste, la roda y la quilla - esto es los bajos del casco - con letreros irreverentes por no decir blasfemos contra Dios y sus santos. “ Al “Titanic” no lo va a hundir ni Cristo”...” Tendrá que hacer Dios uno de sus milagritos si quiere enviarnos con los delfines “.
El pudor nos veda verter al papel algunos de aquellos aleluyas  estampados por la mano poco firme y temulenta de algún capataz descreído e incluso de algún ingeniero al que se le habían subido los humos a la cabeza entre chistes soeces, necias risotadas y bastante cerveza, sobre la arboladura del coloso. Los caracteres estaban embadurnados de cal viva. Se supone que, corroída la pintura, las ominosas pintadas podrían reaparecer. Es posible, con todo, que de ellas no haya quedado ni rastro. Se habría producido -eso que tanto se dice ahora- un legrado de memoria. Se cumpliría así la sentencia del salmo”: Vi al impío sobreensalzado como los cedros del Líbano: pasé, y he aquí que ya no era “. Un iceberg malhadado rebajó los humos de los que construyeron al gigantesco titán marítimo para el cual los bramidos del huracán serían suaves arrullos, e inocentes juegos de niños los embates de las olas. Entre las innovaciones técnicas a bordo, el “Titanic” llevaba acoplado cámaras estabilizadoras o giróscopos, para aminorar los movimientos de cabeceo y los de costado, siempre tan molestos, y que son causantes del mareo, como saben bien todos aquellos que alguna vez se hayan hecho a la mar.
¿ Quedará algo de esas procacidades que el pasaje y la tribulación pagaron tan caro?¿ Habrán resistido los ochenta y siete años de inmersión? Es una incógnita por el momento a cargo de las investigaciones batimétricas. Mucho se ha especulado sobre la existencia de esos epígrafes irreverentes pero en sustancia no pudieron confirmarse.


EUFORIA
 Nada tiene de descabellado, por lo demás, que en la euforia de avances tecnológicos que llega con el siglo, se dijese que el barco fuese inexpugnable a los embates de las olas. Esta actitud de desafío a la divinidad, dimanante de una actitud racionalista y de una corriente de optimismo tecnológico que se produce a raíz de la Exposición Universal de París, acaso más que una blasfemia fuera un lema publicitario adoptado por la firma patrocinadora en recia competencia con la “Cunard Line” y sobre todo con las navieras alemanas que acababan de botar los llamados “galgos del Océano”, capaces de cubrir la distancia entre El Havre y Nueva York en cinco días, cuando hasta entonces los barcos cruzaban el charco en varias semanas. El orgullo inglés tenía en el punto de mira a la arrogancia de Bismarck. Alemania estaba a punto de arrebatarle a Reino Unido los dominios de los siete mares, merced al invento del submarino descubierto por el español, Isaac Peral, y que muy pronto patentó Berlín.
Era costumbre, y todavía lo sigue siendo entre los anglosajones ,que todas las maquinas de guerra tuvieran un nombre. Cabe recordar el famoso “ Dicke Bertha” que asoló Paris durante las guerras franco prusianas. Muchos “ harriers “ británicos o F-18 llevan estampada en la carlinga como mascota la efigie de una señorita ligera de ropa.
Asimismo, cabe observar inscripciones un tanto descreídas o amenazadoras sobre la torreta de cualquier carro de combate y hasta a los propios misiles se les bautizaba durante la Guerra del Golfo con un motete como “ que te jodan, Hussein”, o “ muera el ladrón de Bagdad”.
Los españoles eramos un poco más píos. Los barcos de nuestra escuadra que cubría la carrera de Indias o la de Filipinas llevaban casi todos nombres de Vírgenes: “ Asunción”, “ Santiago”, “Trinidad”,” Santa María”. Sin embargo, la mascota preferida por los marines ha sido siempre Raquel Welch, Hilda o Marilyn. Cuanto más pagado de sí mismo y autosuficiente de sus propias fuerzas se siente el hombre, más se enfría su fe.
“ A este barco no lo hunde ni Cristo “ acaso no fuera más que un slogan comercial para atraer clientes. Al reclamo acudieron los grandes ricachones de Londres y de América.
Pero en la noche del doce de abril en el pasaje y en la tripulación, antes de que el “ Carpatha” rescatase, ateridos de frío, a los setecientos náufragos todos tuvieron el nombre de Dios en la boca. Rezaron lo que sabían. Lo plasman muy bien las secuencias de la reciente película. Al irse a pique aquel soberbio emblema de la tecnología y para confusión de sus armadores en el viaje inaugural con sus doscientos cuarenta metros de eslora, treinta de manga, sus cuarenta y ocho mil toneladas de desplazamiento y unas turbinas con una tracción equivalente a setenta mil H.P., mil quinientas personas se ahogaron.


Había sido construido en los astilleros Belford de Belfast, la capital del Ulster, una ciudad que sigue siendo campo de Agramante de las tensiones cívico religiosas que marcaron la vida europea en los pasados siglos y (q.v.) en pleno palmarés de actualidad por sucesos sangrientos terroristas, que hacen pensar en las profecías de San Malaquías, un fraile cisterciense francés que llegó a ser arzobispo de Armagh. Ellas hablan de tensiones y cismas, de la vida eclesial durante los últimos papas; de odios y de movimientos migratorios masivos, lo que se da en llamar en teología “ pressura gentium”, angustias y congojas y sufrimientos del justo a manos del inicuo. Serán años de intolerancia bajo apariencia de libertad, de catástrofes naturales y de naufragios en el mar, vaticina aquel arzobispo irlandés del Ulster hace ya más de setecientos años.
Las cuartetas malaquianas ponen al mundo en guardia de una forma oscura y sutil como corresponde a todo texto profético contra la arrogancia de los unos y de los otros en lo que concierne particularmente a la Silla Apostólica: el anticristo no solamente puede haber nacido en las Islas Británicas sino que de facto puede encontrarse ya en Roma. Inglaterra fue antaño el bastión de la catolicidad, pero la arrogancia y la simonía de ciertos pontífices determinó su salida del redil. Roma tendría , en consecuencia, que recapacitar y que temer, si sigue entregada a los vicios y a la prevaricación, en sus ansias de lucro, de dominación y de poder.
Lutero creía - y no le faltaba su punta de razón - que el anticristo podría llegar al mundo en silla gestatoria y ceñida la cabeza por la triple corona o tiara.
¿ Qué relación puede tener Malaquías con el hundimiento del “Titanic” o la situación que estamos viviendo? Muy simple: corre la voz en círculos esotéricos de que el Anticristo en este fin de milenio donde la terribilidad se conjuga con la esperanza podría venir del Ulster. No podría tener peor gusto. Belfast es una de las ciudades más aburridas y menos atractivas de todas las provincias del Reino Unido, aunque conserva su orgullo de haber sido durante siglos el bastión de la ingeniería naval más importante de Europa después del Clyde escocés. En sus “ pubs” se canta con más efervescencia que en otras partes el “ Rule Britania” y se lleva muy adentro prendido el orgullo de ser inglés como reacción a lo irlandés, que representa lo católico, el papismo, la intolerancia, el atraso. El recuerdo de la batalla del Boyne (1690), cuando Guillermo III derrotó a los que profesaban la religión romana, está todavía presente. Por eso, la capital del Ulster es la ciudad de la intolerancia, del odio étnico, y de todo aquello que se contrapone al amor y al perdón del Evangelio (anticristo). Casi un símbolo de nuestros tiempos.
UNA CARTA
Sobre el hundimiento del “ Titanic” se conserva la carta de uno de los oficiales que hizo la primer singladura a bordo. Era un joven de Dublín, católico, quien,  poco antes de zarpar desde Southhampton, escribe a su familia estas líneas premonitorias: Yo estoy convencido de que este vapor no llegará a puerto por causa de las horribles frases que llevamos estampadas en la quilla... una carga de profundidad a nuestras plantas.


Un jesuita español, el P. Florentino Ogara, publicó un libro (. / Lecciones Sacras.- Madrid, 1921,:432 pp./ Cursillos espirituales, 1915-1916. -) en el cual documenta la existencia de esas pintadas. Sin duda alguna debieron de ser escritas para acabar convirtiendose en salvoconducto de perdición. En mala hora escribieron aquellos obreros tales “ graffitti”, porque luego vendría Paco con la rebaja. El Omnisciente y Omnividente se encargó de enmendarles la plana. Él escribiría la sentencia fatídica sobre las olas, asestando un golpe de maza a la soberbia humana. El “ galgo de los océanos “ no cubrió su primera carrera. Jamás llegaría a su puerto de destino.
 
 
                                                   Fin
 
 
17 de agosto de 1998
  
 
 
                                    Antonio parra galindo
 
 
 
 
 
 
Iεσyσu Xpiσθy / Ixθioσ
 
 
 
 
 
 
 
I, ANASTASIA.- AN AUTOBIOGRAPHY, BY ROLAND KRUG VON NIDA, TRANSLATED BY OLIVER COBRUN. PENGUIN BOOKS IN ASSOCIATION WITH MICHEL JOSEPH.- ICH, ANSTASIA ERZAHLE. LONDON 1958. HIJA DE ALIX VON HESSE QUE AL CONVERTIRSE A LA FE ORTODOXA ADOPTA EL NOMBRE DE ALEXANDRA FEDOROVNA. EL ZAR TENÍA OJOS SOÑADORES, PENSATIVOS, ANSIOSOS, ANHELANTES. EL RESULTADO DE UNA TRADICION   ¿QIUIEN HIZO LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE? EL ZAR HABLABA POCO. TENÍA UN AIRE DISTRAÍDO, LOS OJOS SOÑADORES , HABLABA POCO Y SIEMPRE MIRANDO PARA EL SUELO.COMO TODOS LOS RUSOS, CREIA SUPERSTICIOSAMENTE EN LOS SIGNOS, BUSCABA PRESAGIOS. ERA MUY TÍMIDO EN LAS RECPCIONES. RASPUTÍN. UN MAR DE LAGRIMAS Y TORRENTES DE SANGRE LA CARTA QUE LE ENVIÓ DESDE SIBERIA CUANDO ESTALLÓ LA GUERRA. Pero esto no es y se nota
28 de agosto de 1998 
 
 
 
 
 


 
 
 
  ALBINO LUCIANI: LA SONRISA DE CRISTO
 
                                        por Antonio Parra Galindo
 
   Había despachado ya la última crónica del día. Con eso de la diferencia horaria entre América y Europa -seis horas en tiempo de verano- los teletipos permanecían callados. Madrid dormía. Nueva York se agitaba en uno de sus clásicos “ rush hour” de la canícula, con taxistas con aires de “ cowboys” de medianoche, el lápiz en la oreja y una sonrisa tan destartalada e impertinente como sus vehículos amarillos, que ruedan con una suspensión lo más parecido a la de un carro de combate, aptos para avanzar por entre los socavones de la “ Gran Manzana”. El reloj de la Pan Am entre Madisson Avenue y la Quinta marcaba los cuarenta y cinco grados. No se movía una paja. Podía cortarse el aire con un hacha. Tal, el bochorno. Tenía miedo de que mi Seat-133 me diese un susto con uno de sus extemporáneos calentones en uno de los carriles del Verrazano, como me había sucedido varias veces. En Nueva York nadie se asusta ni se admira de nada, pero aquel utilitario de exiguas proporciones y pequeña cilindrada no dejaba de llamar la atención al pasar al lado de los haigas de la Chevrolet y de la Ford y de las lemosines de Manhattan.
  Así que opté por embarcarme en el transbordador. Entre las sorpresas que brinda la vida neoyorquina es que cualquier ciudadano puede ir a la oficina usando todos los medios de transporte: en barco, en autobús, en metro o en helicóptero, en bicicleta o a patinazo limpio, y, por supuesto, en automóvil. Como yo había optado por residir en una de las islas o mejanas sobre las que se asienta el área metropolitana, la de Staten Island, donde los alquileres y la contaminación bajan, todos los días para plantarme en el edificio de Naciones Unidas en la calle cuarenta y dos,  tenía que pasar el charco mediante cualquiera de las opciones señaladas. En bicicleta me planté ante el rascacielos de color azul de la Onu, que se alza como una nueva babel diseñada en la forma de una caja de cerillas entre el malecón del East rival y el final de la calle 42, más de una día, aquella bicicleta de paseo que compré en Londres y me la robó un descuidero neoyorquino. Un periodista es un peregrino que va camino de la noticia ora “ per pedes apostolorum” o a golpe de pedal. Tortuosos y enmarañados son los camino que conducen a Cristo Jesús. Yo parezco empeñado por buscarle a mi manera eligiendo los rodeos y emboscadas. A lo largo de mi existencia me he llevado más de un susto, pero luego, al final de la estacada, una providencia especial me sacaba siemprede los atolladeros. Noté que Él y Ella estaban siempre ahí, hombre de poca fe, en mis dudas, vacilaciones y pecados.
   Hablo de Nueva York en el contexto de ese papa misterioso y santo porque recuerdo perfectamente aquella noche y aquel presentimiento de una tarde del final del verano en Manhattan. Ahora resulta que las habladurías sobre su extraña muerte andan en vía de confirmar la acción de una mano negra. Ver el libro que acaba de publicar el sacerdote español Jesús López Saez, autor del libro “ Se pedirá cuenta “.


  Poco antes de llegar a casa, la radio del coche siempre prendida empezó a agitarse con fumarolas de “ flashes” y de conexiones con Roma. El conclave, del que todos vivíamos pendientes, se había resuelto en “ fumata bianca”. El cardenal camarlengo empinaba su voz a través de los micrófonos en medio de un ruido ensordecedor de aplausos y de silbidos para anunciar urbi et orbi aquel “ habemus papam”. El nombre de Albino Luciani  no figuraba en la lista de los “papabiles” cotizando más al alza en las apuestas. Sentí una de esas corazonadas (este es un oficio en el que manda tanto el olfato como la sabiduría) que suelen sobresaltar al corazón en los momentos cumbres. Ocasiones, como si dijésemos, en las cuales la historia se propone cambiar el compás. Aquel 25 de agosto del  del setenta y ocho, cuando los informativos de todo el mundo empezaron a corear el nombre del patriarca de Venecia como sucesor de Pedro  era uno de esos días álgidos. Las cosas ya no volverían a ser lo mismo.
  Uno ya va entrando en años y, doblado el Cabo de las Tormentas, recuerda qué hacía y donde estaba cuando llueven sobre el mundo esos instantes trascendentes: el 20-N del 75, la caída del muro de Berlín un nueve de noviembre del ochenta y nueve, la llegada del hombre a la luna,  allá por el verano del setenta y dos, etc. El orto del siglo futuro, como todo alumbramiento, se ha producido en medio de desgarros vaginales, ayes y gritos de dolor. Cualquier persona medianamente consciente del entorno que tiene alrededor habrá notado la presión del cambio sobre los lomos. Verdad es que fueron cinco lustros estremecedores. En poco menos de una generación se aceleró la historia hasta perfilarse en semblantes irreconocibles, casi  impensables. Por suerte o desgracia, los que hemos pasado de la cincuentena, hemos sido testigos de cargo de la revolución tecnológica, la mudanza de las costumbres, la desaparición de imperios y de naciones; de bruces sobre el brocal del vórtice mismo del torbellino, habiendo pasado del arado romano a los microprocesadores, muchos no consiguieron aguantarlo. Se pegaron un tiro, andan en los viajes proclamados del “ Inserso” o, por el contrario, para no ser engullidos por la cresta de la ola,  atrincheraron sus cuerpos detrás de una piel camaleónica, para conseguir salir a flote, sobrevivir.
   Pero, sobre todo, conservo en la memoria una idea muy precisa de todas las ocasiones en las que salió humo blanco por la chimenea de la sala de conclaves, desde que tuve uso de razón. La tarde en que nombraron al cardenal Roncalli  una oscura tarde de otoño del cincuenta y ocho, en el seminario de Segovia y desde el rector hasta el último latino empezamos a brincar por la huerta de alegría.  Se derramaron sobre aquel querido semillero de vocaciones las efusiones del Espíritu. Yo tenía catorce años y creo que en mi vida he saltado con tanta fuerza. Recuerdo aquel brinco que pegamos el corro de retóricos al tañer la campanilla de la huerta anunciando el “ habemus papam” en el entrelubricán de otoño. La atardecida se perfilaba como la la entrada en un tunel dominado por las sombras del miedo y la esperanza. Fue una especie de salto de Alvarado.
   Con Montini se me había enfriado la fe, pero recuerdo que fui a misa a los capuchinos de Cuatro Caminos. Ahora, pasados los años, Pablo VI - muchos de los que entonces lo denostábamos porque se acusaban por todas partes los zarpazos de la crisis que atenazaba a la Iglesia con la que no estábamos a gusto y poco a poco nos ibamos separando- resulta una figura eminente y magnífica por lo que tiene de profética en el devenir histórico del pontificado. Su altura intelectual irá creciendo con el paso del tiempo.


  La designación de Wojtyla tuvo algo de estremecimiento porque el mundo se hacía preguntas inquietantes. La cristiandad se disponía entre enormes tensiones para ese cambio a rajatabla. Se escuchaban los rugidos del león, pero el ambiente oscilaba entre el miedo y la esperanza.
   Albino Luciani, bajo el nombre de Juan Pablo I, pontificó tan sólo treinta y tres días, uno por cada año que vivió Cristo en la tierra. Era un “ alter Christus”, de espiritualidad moderna, a caballo entre el salesiano  Don Bosco y el candor puro de Francisco de Asís, todo ello envuelto en un humor muy de la campaña toscana a lo Giovanni Guareschi. Tenía manera sencillas de cualquier arcipreste italiano de provincias. El humor es la característica más fiable del amor.
  También por ese cabo despintaba. Su calado era enteramente mesiánico. De una profundidad en el estudio de los textos bíblicos y de una clarividencia que casi pasman. Para colmo, tenía una pluma magnífica. Desde Gregorio VII, con la excepción de Pío XI, que era archivero y poseía una cultura casi enciclopédica, no había ocupado la cátedra de Pedro otro hombre que se sintiera tan escritor y tan periodista. El Evangelio - no conviene pasar por alto este detalle que tanto maravillaba al propio Tolstoi - es la religión del libro por antonomasia. Porque escribir es soñar en el mundo futuro, portar el “lignum crucis”, aspirar a la libertad del Reino. Borremos la memoria, quememos todos los libros que la fe ha producido, unos dentro del pálpito de la ortodoxia, y otros extramuros, y nos habremos quedado sin libertad. Ya no habrá catolicidad.
  Todo en este prelado hacía pensar- salvo en los kilos - hacía pensar en el llorado Juan XXIII.  Poseía el mismo estilo de campesino bonachón, que no le da demasiada importancia a las cosas, que sabe reírse de sí mismo la simplicidad de vida. Su rostro transmitía juventud y alegría a través de aquélla su “ santa sonrisa”. Hasta la fecha habíamos estado acostumbrados a ver sobre el balcón del Vaticano a papas bastante estirados. Había llegado a la Puerta Angélica desde Lombardía siguiendo la senda de sus mismos pasos: el patriarcado de Venecia. Era un catequista troquelado a la medida del lema “Pastor et Nauta “ de su predecesor. Rompía totalmente con los moldes del papa Montini, un intelectual y un hombre de curia, o de Pio XII, aquel pontífice de gestos impresionantes y que parecía casi un serafín embutido en la sotana blanca. Sólo le faltaban las alas.
   A Luciani le iba más el prototipo de cura de pueblo o de parroquia  funcional .Que disimula su amor a sus feligreses bajo un barniz de cazurrería zumbona y de cachaza. Pero eso era la fachada, nada más. Porque sus escritos revelan un alma mucho más sofisticada. Con vista de aguila - junto con aquella sonrisa que desarmaba había en su rostro de sacerdote cordial aquella mirada a la vez festiva y atormentada - penetró en las angustias del hombre moderno y cargó con ellas a las espaldas.


  Pero, que cada día traiga su afán; así todos los turnos, incluso los papales sean diferentes. Nadie será capaz de bañarse en el mismo río. Acertaba Demócrito. El reinado de Jan Pablo I, englobado en el acróstico “ de media aetate lunae” en los pronósticos de Malaquías, fue el tránsito de una estrella fugaz que cruzó la noche del atlas iluminando las tinieblas de agosto. Sus treinta y tres días al frente de la Barca de Pedro estuvieron cargados de intensidad, por más que no hayan quedado esclarecidos las circunstancias de su extraño óbito. Pronto subirá a los altares este heraldo del huracán que se nos echaba encima. Pero su mensaje fue diáfano”: no tengáis miedo, conservad la esperanza, que pronto pasará la tempestad”. Una esperanza que quedaría tronzada treinta y tres día más tarde, cuando los restos mortales fueron expuestos a la veneración del pueblo romano de cuerpo presente.  Las fotografías del obispo de Roma yacente presentan un rostro desfigurado por la hinchazón. Una tumefacción que infunde sospecha de señales de envenenamiento
  Y esperanza y santidad en el más genuino espíritu agustiniano de ambos es la atmósfera que respiran las páginas del libreto que nos legó”:Ilustrísimos Señores”. Es una recopilación de cartas dirigidas a una gama de personajes tan heteróclitas como Mark Twain, Dickens, Penélope, Bernardo de Claraval, Goethe, Santa Teresa de Lisieux, y Santa Teresa de Avila, Petrarca, o al gobernador español de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y otros muchos más, aunque en la lista abundan los literatos, aparecidas en una humilde publicación franciscana, “El Pan de los Pobres o Mensajero de San Antonio de Padua” por un obispo sin demasiadas pretensiones. El tono sencillo y cordial de las misivas no obsta para el gran calado evangélico y la sabiduría de alto bordo que despliega a lo largo de sus trescientas veintitrés páginas, sin hurtar el cuerpo a cuestiones de bulto como pudieran ser: la crisis de la Iglesia en los años psicodélicos consiguientes a la revolución del sesenta y ocho; el laicismo; la emancipación de la mujer; el antisemitismo; el tema de los domingueros o el alcoholismo, lo que el entonces patriarca de Venecia denominaba la “ cofradía de Santa Bibiana, que no cesa de empinar el codo”, lleno de comprensión y de humorismo hacia las flaquezas humanas.
  En estilo fino y elegante las cartas, que constituyen un verdadero manual de Apologética, a los más ilustres personajes de la historia provocan en el lector de a pié la misma sonrisa que no se le caía nunca de los labios del autor. En tono conciliador por más que impecable en su dialéctica, invita a los descreídos a volver al redil, pero sin acrimonia, porque Luciani se había forjado en el más genuino estilo de Francisco de Sales, aquel otro obispo ginebrino que pensaba que “ más vale una gota de miel que cien cántaros de hiel”.
  Aquí salen a relucir lo mismo Juana de Arco que Pepito Grillo -el futuro papa manifiesta sin rebozo que Pinocho, el inmortal personaje salido de la inspiración de Carlo Lorenzetti (1826-1890), fue el gran héroe literario de su infancia - que Fidel Castro, el Che Guevara o Juan Lanas
   O los monjes longobardos. Sólo ve un camino de salida al laberinto de la mente del hombre del milenio aturdida por el desfase entre su capacidad de absorción y capacitación y el ritmo de las conquistas tecnológicas: el amor. Con paciencia y verdadera caridad cristiana, sin retóricas sibilinas, hay que acometer el reciclaje al que se enfrentan los hombres del mañana. No se puede emprender esa empresa desde la revancha  unilateral. La piedad divina edificó el universo. Sólo la abominación y los egoísmos humanos nos lo pueden derruir.
   El libro está trufado de sentencias y apotegmas de frase a cincel que son auténticas perlas y que revelan la presencia de un tremendo escritor:


 “Ojo a las circunstancias, a los estados de ánimo: si cambian, cambia también tú, no los principios, sino la aplicación de los principios a la realidad del momento... Dale un clavo al testarudo y acabará por meterlo en la pared a golpes de su cabeza... Los jóvenes son distintos de nosotros los adultos en el modo de juzgar, de comportarse, de amar y orar. Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por caminos de progreso. Con una advertencia: que ellos aprietan el acelerador; nosotros preferimos calcar el freno... El astuto habla y sus palabras no son vehículo sino velo del pensamiento, haciendo que parezca verdadero lo falso y falso lo verdadero. A veces obtiene resultados. Por lo general, la cosa no dura mucho. En las peleterías vemos más pieles de zorra que pieles de asno. Cuando los bribones van en procesión, es el  diablo el que lleva la cruz alzada. Y perdona, querido Bernardo de Claraval, mi franqueza”.
  Es esta carta, con destinatario al fundador  del Cister ,  una de las más interesantes de toda la serie. En ella el patriarca de Venecia hace alarde de su discreción y altos conocimientos de las cosas de Dios y de la psicología terrena. San Bernardo luego le contesta con fecha de octubre de 1971 y tampoco se queda corto el egregio abad en sus admoniciones y advertencias al obispo, aunque en su correspondencia se tuviera que superar la barrera de ocho siglos de diferencia horaria y de mentalidades, entre el pensamiento del hombre medieval y el del último tercio del siglo XX. Monseñor Luciani sale airoso del compromiso.  En el escrito al insigne monje francés lumbrera de la Iglesia, amén de expresar la corazonada de que su corresponsal, muy a pesar suyo, ceñiría el manto de armiño y la tiara papal pocos años más tarde sobre sus sienes, despliega su sabiduría. Luciani había leído a Maquiavelo y a los tratados de iniciación cabalística.
  Al respecto, refiere una anécdota. En un conclave se le presentó  al colegio cardenalicio  tener que solventar una papeleta. Había empatados tres candidatos a la sucesión de S. Pedro. El uno era un santo, el otro, un pozo de ciencia y el tercero estaba dotado de un gran sentido práctico ¿A cuál de ellos votar? Bien, argumenta el entonces cardenal; el santo, si es tan santo, que rece por nosotros, oret pro nobis; si el sabio, si es tan sabio, que nos ilustre, doceat nos; mucho nos alegramos, que escriba cualquier libro de erudición ¿ Es prudente el tercero?, iste regat nos, que sea él nuestro papa. De esta forma salomónica, y con un poco de sorna, dilucida nuestro autor el trinomio.
  Se hacía cargo que para entrar con buen pié en los pasillos Vaticanos más que santidad y buenos conocimientos vale la mucha mano izquierda. Conocía de antemano su destino y le repugnaban un poco las intrigas maquiavélicas, un mal necesario con el que han que contar quienes rigen el rumbo de la barca del Pescador.
  Su familiaridad con la persona de Jesucristo, al que amaba y conocía al dedillo hasta el punto de darnos a conocer aspectos de la misma poco conspicuos, como por ejemplo cuando dice que entre los antepasados de Jesús hubo tres mujeres poco recomendables: Rhabab había ejercido la prostitución; Thamar había tenido un hijo de su suegro Judas, y Bethsabé había cometido adulterio con David, lo sitúa en la perspectiva histórica de su tiempo.
  Cristo no participó en la actividad política de los “zelotas” o guerrilleros que se habían alzado en armas contra la dominación romana. A estos sublevados judíos las tropas de Augusto, una vez aprehendidos, se les condenaba a morir en el madero. Rechaza el sofisma de que era un caudillo violento y señala que, cuando tomó el látigo contra los mercaderes del templo, éste fue un acto perfectamente calculado. El Hijo del Hombre no se rebeló. Puso en evidencia a los escribas, fariseos y leguleyos de toda especie, y defendió a los pobres y oprimidos, pero predicó la no-violencia. Tampoco tomó partido de una manera clara por los que entonces mandaban. Su reino no era de este mundo.


  Pero reconoce que dicha inhibición de Jesús a la hora de etiquetarse en lo político sería motivo después de su resurrección de banderías entre las dos facciones de la Iglesia primitiva. La de la gentilidad, propugnada por Pablo, ciudadano romano, y la restrictiva que se agrupaba en torno a los seguidores de Pedro o judaizantes, y que exigía una Iglesia sólo para circuncisos. Aunque ambas posturas quedaron resueltas en el primer concilio de Jerusalén, se dará una pugna, oculta o patente, hasta el final de los tiempos o Parusía. Son dos formas de contemplar el cristianismo más que excluyentes complementarias, pero de alguna forma irreconciliables. Nacen del combate entre la Vieja y la Nueva Ley. Forman parte del arcano de los misterios que persigue al pueblo judío.
  Quizá el candor y franqueza que rezuman las cuarenta epístolas del  texto - yo tengo para mí que sobre ellas aletea el soplo del Paráclito consolador, que no le fallará nunca a la Iglesia hasta la Segunda Venida - le valiesen al futuro papa algún que otro disgusto en los ambientes curiales donde nunca fuera del todo bienquisto. Sobre las extrañas circunstancias de su muerte prematura siguen alimentandose sospechas de envenenamiento.
  Como quiera que fuere, el alma de un santo, de un verdadero santo, queda translúcida y deja su impronta de bondad, resignación, humor y ligero optimismo abierto a la esperanza y al dialogo en estas jugosas postales, en las que un obispo declara su amor a los hombres a través de Cristo.
  Instalado con el apóstol Pablo en el corazón del Redentor, quiere asistir a los funerales de supropia soberbia, expresa el deseo de fundirse con el que ama, de dejar de ser él mismo para convertirse en “ alter Christus” (otro Cristo) y proclamar: “ somos el estupor de Dios “.
  Aparecido a título póstumo Ilustrísimos Señores en 1978 poco después de su misteriosa muerte es un inspirado y maravilloso opúsculo en el que se condensa no sólo el código ético de un gran papa; también da a conocer un escritor con prosapia. Juan Pablo I admiraba a Chesterton, a Manzoni, a Marlowe, a Quintiliano, a Walter Scott, a Terencio, a Dickens. Pero su autor de cabecera era Francisco de Sales, aquel gran periodista, glosador y traductor del espíritu de Agustín para el hombre de nuestros días. Todo se reduce a una cosa: Amor.
  Y Francisco de Sales, glosando y hasta enmendandole la plana al de Tagaste, solía expresar este alto concepto de la apoteosis de la caridad en el siguiente sorites: “ la perfección del universo, el hombre; la perfección del hombre, el amor. Dios es solamente la perfección del amor “.
  Albino Luciani, que ocupó el lugar número ducentésimo sexagésimo cuarto en la lista de sucesores de Pedro, al igual que a Cristo - lo criticaron porque todo un señor cardenal escribiese cartas a Pinocho - le estomagaban los fariseos. Por este libro, escrito en clave menor y sin pretensiones, se ganó antipatías en los ambientes curiales. ¿Se la tenían jurada ? ¿ Qué fue de aquella fuerte discusión la noche de su muerte con Ottaviani ? Nunca se sabrá. Sin embargo, el papa breve era un hombre sensible, sencillo y bueno, un verdadero discípulo del Maestro. La sombra de su diáfana sonrisa pervivirá eternamente. Murió en la noche del 28 de septiembre de 1978. Su cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por sor Vicenza Tafarel.  Como causa del fallecimiento se diagnosticó un infarto de miocardio. Las circunstancias aparecen oscuras y hay contradicciones en el atestado pericial del óbito. Se dijo que tenía entre las manos un ejemplar del Kempis, cuando en realidad, eran unas notas tomadas a vuela pluma tras su conversación con el cardenal Villot, con el cual mantuvo una fuerte discusión. Pidió un calmante al médico de cabecera, Renatto Buzzonetti, y se le recetaron específicos contraindicados para un hipotenso como era él, siempre a tenor con el criterio del P. López Saez, cual encara un relato por menor de los acontecimientos - que todavía en el Vaticano siguen siendo asunto tabú - acaecidos durante la madugrada del 29 de septiembre.


  Se proponía una reforma revolucionaria de los entresijos vaticanos dominados por la logia masónica y por banqueros como el obispo Marckinkus, un norteamericano de origen lituano que controlaba las finanzas de la Sede Apostólica. También se dijo que él conocía, después de un viaje a Fátima, que su reinado sería breve. Allí se entrevistaría con la vidente Lucía, la cual le comunicó el famoso tercer mensaje revelado por Nuestra Señora a los pastores en Cueva de Iría.
   La desaparición de este gran pontífice para muchos continúa siendo un misterio.  Algún día, no tardando mucho, puede que la verdad se sepa.
 
Antonio Parra Galindo                                                                             
 28 de septiembre de 1998
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
   CARLOS II EL HECHIZADO Y LOS DEMONIOS
                       DE LA IMPOTENCIA 
 
 
   - 1698: La Inquisición abre causa de procesamiento ante la denuncia de un exorcista asturiano que dijo que una brujas hubieran aojado al monarca con el mal de ligadura.
 
                                                                   por Antonio Parra Galindo
 En 1698 - el número y la cifra resulta fatídico en los anales hispanos - la corte española era un triste semillero de intrigas. Una vez más, el problema venía dado por la esterilidad regia. Ninguno de los dos matrimonios (con María de Orleans fallecida en 1680 y con Ana de Neoburgo) de Carlos II había deparado prole. La dinastía languidecía moribunda igual que el propio rey. La verdad es que no hay más que echar un vistazo a los cuadros de Valdés Leal o de Carreño, en los que se retrata de cuerpo entero al último vástago de los Austria para darse cuenta de que los milagros de la naturaleza no caen de un guindo. Tampoco se puede pedir peras al olmo.
   Clorótico, prognato, algo zambo - Su Majestad padecía de podagras, una afección senil, ya a los treinta años - desproporcionado de brazos, algo ancho de caderas, y un semblante lánguido, inexpresivo, los labios carnosos y sensuales, casi el único signo de vida en aquel físico que en los retratos  aparece más allá que acá, y como sintiendo ya la llamada de la tierra, era un fin de raza. Puede que ni siquiera, eso.
   Sobre la persona, vida y milagros, un tanto triste y llena de claudicaciones y naufragios, del pobre rey  no han parado de llover burlas sanguinarias. Pero ¿ qué culpa tendría él de haber sido parido de esta guisa? Hubo de pasar la mayor parte de su existencia entre algodones. Se vio sujeto a la arbitrariedad de una madre ambiciosa, perversa y degenerada, porque no otro calificativo cabe dar a aquella españolaza culona y resabiada, mujer caprichosa, lerda y mal intencionada, algo Mesalina, como era la reina madre, Mariana de Austria. Aquella hembra desnaturalizada siempre pareció aborrecer al propio hijo que había nacido de sus entrañas. También se dan frecuencia madres malas.


   ¿Quién podrá achacarle el haber sido el resultado de la degeneración de una familia por mor de la endogamia y de otras enfermedades hereditarias como la sífilis, la gota, o la pelagra? Aún no habían sido inventados ni el “ salversán” ni el “ viagra”, que son dos específicos para mitigar las venéreas, por exceso o por defecto. Por los mentideros de la villa y corte corría la voz de que lo de Don Carlos era imputable a un maleficio en salva sea la parte. Nada, que unas brujas le habían echado las habas.
   Por colmo de males, padecía alferecía (epilepsia), una afección que hasta el s. XX se creía relacionada con la posesión diabólica. Este padecimiento le volvía un ser abúlico, retraído e irresoluto. De su tatarabuelo Felipe II había heredado no sólo el parecido físico sino también una innata propensión hacia la melancolía
   En tenidas y aquelarres uno de los sortilegios o conjuros más frecuentes era el denominado de la ligadura. Si se quería hacer daño a un individuo se pedía la intercesión de Satanás para que lo dejase impotente. Íncubos y súcubos - una de las características de la posesión y de la obsesión maligna es la lujuria - se encargaban de lo demás. Las mujeres se volvían machorras o viragos. El miembro viril no entraría en erección nunca jamás. La orgía, la zoofilia, la pedofilia o el pecar nefando ( inversión genésica), así como el crimen ritual son parte constitutiva de la misa negra o aquelarre. Recuerdese que aquelarre es una palabra vasca (el prado del macho cabrío) y que durante la Edad Media y hasta bien entrado el s. XVIII su practica era harto frecuente. Caben todas esas contradicciones. La lascivia (bien lo sabe Belcebú) siembra la discordia entre las gentes. Remata en el crimen y en el adulterio.
   La merma o discapacitación para la actividad reproductiva se consideraba entonces de origen diabólico. Se da la paradoja de que el catolicismo, sobre todo en España, no acabó nunca de desprenderse de esa lacra que es la superstición.  Convive al lado del misticismo y del iluminismo. Al fin y al cabo, el iluminado, según observa Marañón, no es más que un místico de baja estofa.
   Las malas lenguas propalaban por Madrid que el rey había sido víctima de un hechizo incoado por el amante de su madre, el valido Fernando Valenzuela, quien gozaba de la privanza a través del P. Nithard y de los jesuitas, los cuales hacían y deshacían en palacio a su antojo. Cuando aumentan los chistes y burlas sobre un eventual aojamiento de Carlos II, toma cartas la Inquisición  en el asunto. Corría el año fatídico de 1698. A tan sólo un siglo vista de la muerte del segundo gran Austria, España se desmembraba.
   El propio interesado de suyo era algo inclinado a los agüeros. Llevaba pendiente al cuello una bolsita, que decía eran las reliquias de varios santos tutelares, pero, cuando estaba de cuerpo presente, se comprobó que el rey portaba en la misteriosa faltriquera material de santería: uñas de los dedos y de los pies, cáscaras de huevo, trenzas de pelo, ajos, polvo de tabaco.
   Los inquisidores se emplearon a fondo pero con discreción dada la alcurnia del personaje encartado, que era todavía dueño de medio mundo. El sol del imperio estaba llegando a su punto de declinación entre fulgores rojizos, pero quedaban aun un par de siglos para su ocultamiento definitivo. Francia, Inglaterra y las otras potencias, venteando cadaverina, aleteaban alrededor del lecho del moribundo como  cuervos, todas intentando lograr el más suculento bocado en el reparto del imperio español. Se dijo que sobre los Austrias pesaba una especie de maldición. Carlos V fue un estratega y un gran rey. Su hijo, Felipe II sólo un buen rey y un mal político. Los sucesores - el tercero y el cuarto de los Felipes -, ni reyes ni políticos. El último de la saga, Carlos II, ni siquiera fue hombre.


   Al fallecer éste la noche de Ánimas de 1700, heredan la corona de España los Borbones. Se ponía de esta forma colofón a dos siglos que, a juicio de Taine, fueron los más sorprendentes y dinámicos de la historia humana. Al sol español, ya de vencida, aún le quedaban otros dos hasta su eclipse definitivo, que llega con el desastre de Santiago de Cuba el 3 de julio de 1898.
   Fray Froilán Díaz, confesor de Su Majestad, recomienda que para atajar el problema de la sucesión se efectúen los exorcismos de rúbrica según el ritual romano, mientras el Santo Oficio prosigue con sus pesquisas y averiguaciones sub iudice y con sigilo, pero  todo acabó por saberse; y era un secreto a  voces en aquel pueblón manchego que era el Madrid de aquel entonces que al rey las brujas le habían roído los calcaños... Tal vez, algo peor.
   En las deposiciones forenses y pruebas testificales empiezan a salir saludadoras y videntes, que dicen ver a la Virgen y percibir mensajes celestiales, sibilas y gente de ese jaez. La mayor parte eran monjas histéricas aquejadas de ese mal de los claustros, que se da en nuestro país en las cárceles, internados y seminarios, donde la sublimación  de la sexualidad produce excelsitudes místicas o derrota hacia aberraciones mucho más serias como la sodomía o el lesbianismo.
   Es un poco el signo de la monarquía austriaca. Constantemente están apareciendo personajes que arguyen detentar poderes sobrenaturales. Estos reyes se fiaron en temas de salud o cuando tenían delante de la mesa un grave asunto de Estado más de estas pitonisas e impostores iluminados que de sus consejeros naturales. Quede dicho sin perjuicio de parte y dando por sentado que, al lado de estos rufianes y gamberros de beatería, se daba el verdadero santo, el auténtico hombre de Dios, capaz de hacer milagros porque la fe mueve montañas. Ello no embargante,  los Austrias fueron víctimas de su propia credulidad, y a algunos miembros de esta dinastía, como a Felipe IV, les picó el morbo de los conventos. Fue galán de monjas.
   Al  de San Plácido, que está situado entre la calle del Pez y la de San Roque acudía el conde duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán y su mujer, doña Beatriz de la Cerda, preocupados por no haber descendencia y en ciertas solemnidades de guardar. Mientras las monjas cantaban vísperas, el matrimonio hacia el amor en un reclinatorio de la iglesia sin sonrojo ninguno y sin importar que hubiese testigos de vista de su cópula carnal a los pies del altar mayor. Pese a tan aparatosa coyunda, Dios, que  parece mantenerse distante de estos líos y atropellos de la obstetricia, entre hombres y mujeres, y que acaso no comprenda del todo bien, por ser espíritu puro y por carecer de cuerpo, - de buena se libra - no hizo demasiado caso de aquellas letanías. La mujer del Conde Duque, que era en la España del primer tercio del s. XVII la voluntad de poder y la pasión de mandar (v. el estudio que de su personalidad de caudillo y dictador hace Marañón en la obra del mismo nombre) no concibió o malparía, pese a lo aparatoso de los remedios.
   Pronto el monasterio de monjas benedictinas de san Plácido se hizo tristemente famoso. Al parecer, el rey Felipe IV quiso dar al sagrado centro fuero de picadero sexual y  mancebía. Teníale echado el ojo a una monja muy guapa. Sus intentos de rapto quedaron desbaratados gracias a la astucia de la priora que, poco antes de la cita, simuló que la religiosa, depositaria de los regios afectos, estaba recién fallecida de cuerpo presente en su celda y ya se le cantaban los oficios de difuntos. Cuando llegó el ilustre Romeo al arrimo, al ver aquello huyó cual alma en pena.


   Más suerte tuvo - y éste sí que fue un escandalo de los gordos - otro capellán del monasterio de marras en sus componendas para el trato torpe y gozar de la fruta del árbol prohibido. Los hechos sucedieron hacia el año mil seiscientos veintiocho. Fray Francisco García Calderón acababa de ser nombrado  confesor y excusador de oficio en el centro. Monje poco ejemplar, o tal vez porque se las diera de “ moderno” y de alumbrado, en aplicación de la máxima agustiniana sobre la caridad hasta las últimas consecuencias, acabó predicando el amor libre entre sus pupilas.
   Otro clérigo envidioso, un tal J. De León, que había opositado a la prebenda, luego que tuvo noticias de los escándalos, denunció a su compañero ante el Tribunal de la Inquisición. De treinta monjas habían quedado encinta veintisiete. Los jueces actuaron de lenidad con aquellas pobres mujeres ignorantes, que fueron dispersadas por diferentes monasterios de la zona. La abadesa estuvo encerrada cinco años en la cárcel de la Inquisición de Toledo. Con respecto al P. García Calderón, declarado reo de sacrilegio, se le condenó a la hoguera, pero la pena de muerte le fue conmutada por la de galeras.
   De casos como el que se cita (historias de brujería y de alumbrados en las que se compagina el sexo, la religión o la magia negra) estuvo plagada la historia española de aquellos siglos. Al capellán de las monjas de San Plácido nunca le hicieron falta reconstituyentes ni pócimas. Más bien todo lo contrario. Pero estas cosas a veces ocurren. Lo que a uno se les da en abundancia a otros se les restringe.
   Leer ahora al cabo de los siglos los autos de aquel proceso puede resultar  chusco, porque la prosa curial no deja de través lo que tenía el asunto de broma:
            “ Jamás en el mundo se habrá visto maravilla semejante, como la de que, de treinta  monjas, en veintisiete se hayan manifestado los demonios, no como obsesas, sino de tan maravilloso modo”, - redacta el calificador de oficio.
   En 1698 la Inquisición había perdido su fuerza, pero el tema tan traído y llevado del enajenamiento regio en parte tan insólita trajo cola durante bastante tiempo. En la prueba testifical compareció un jesuita de Oviedo, el P. Argüelles, quien contó a los jueces cómo había sabido a través de unas monjas a las cuales este religioso exorcizó en Tíneo, las cuales los diablos que ellas tenían en su cuerpo salieron de estampida y fueron a parar al del rey.
    El desaguisado aconteció siendo éste de edad de catorce años. Su madre, doña Mariana a medias con su amigo en la mañana del tres de abril de 1675 hicieron el maleficio, derramando unos polvos aderezados con huesos de ajusticiado y parte de sus criadillas en la taza de chocolate que se sirvió al monarca para el desayuno. Y en ese preciso instante fue cuando los trasgos fatídicos llegaron por los aires desde Asturias hasta el Alcázar y se apoderaron de la voluntad irresoluta del personaje y dejandolo inútil para toda mujer. Aquellas agustinas de Cangas de Tineo habían debido de ser muy malas puesto que los diablos que mandaron para Madrid llegaron pisando firme.
   La peripecia suene algo fantástica, pero es lo que se lee en este otro proceso inquisitorial, uno de los últimos celebrados en Castilla. Daría ocasión a cantares y sería motivo de rechiflas. Aunque se le administraron los antídotos contra la ligadura (rábanos cocidos en cuerno de rinoceronte macerado y friegas de valeriana en la zona afectada), Don Carlos, que tenía un pie ya en la sepultura, no pudo recuperar lo que la naturaleza nunca le otorgó.


   Estos remedios caseros o bebedizos estaban a la orden del día. A Fernando el Católico, casado en segundas nupcias con Germana de Foix, y aquejado de melancolías, para espabilar su desgana erótica, le fue administrado aquel “ potaje frío “ de Carrioncillo. Aquellas hierbas minaron su salud y prácticamente acabaron con él en pocos días. La triaca contra la impotencia Felipe II, que entendía bastante de farmacopea, nunca la quiso probar a sabiendas de que en la mayor parte de las cortes de Europa era el pretexto para envenenar. Era una tradición que habían implantado los Medici. En el palacio de San Juan de Letrán los papas Borgia la utilizaron con harta frecuencia.
   No hay sospechas de  envenenamiento en la muerte del último de la dinastía austriaca, el cual entregó su alma a Dios en la noche de Animas de 1700. La Inquisición, muerto el interesado, archivó la causa y todos trataron de enterrar con Carlos II el Hechizado las habladurías sobre una conjura diabólica. Sin embargo, como indica el propio sobrehúsa con el cual este triste monarca ha pasado a la historia,” Hechizado”,  adquirieron carácter legendario. Fue famosa por lo temible su afrentosa ligadura.
   Una vidente que vivía en la calle de la Silva lo predijo: el trono de España se echaría a perder por la malquerencia de la propia reina madre, que había aborrecido a su hijo al poco de nacer, y que había concertado tercerías con brujas y nigromantes para hacerle daño. Simplemente, lamentable, pero más que lamentable, abominable.
 
 
Antonio parra galindo                                                              30 de agosto de 1998     
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Vidi turbam magnam quam dinumerare nemo poterat, ex ómnibus gentibus stantes ante thronum [Apoc.  VII, IX].
 << Se acordó de lo que dijera Borodin en el hospital militar sobre la música u sobre el apóstol Pablo. En la música y en todo lo que existe en el universo hay un tema eterno e irresoluble, que es el encuentro de la luz con las tinieblas, la pugna a perpetuidad del bien y del mal, su entrelazamiento y su fusión. EL ETERNO TRIUNFO DE LA LUZ CONSTITUYE LA MÚSICA. El apóstol ha dicho en cierta epístola: “ existe el cáliz de Nuestro señor y el cáliz del diablo”.La música proviene del cáliz de Nuestro Señor>> [Vida de Musorgsky por Ivan Lukach]


Seguramente, le faltó agregar al gran sinfonista ruso una música en la cual se derrama el cáliz del Malo: el rock, el “ heavy metal”, el “ punk”, etc. Albricias, pues, por el corto que insertas en la última hoja de MARÍA MENSAJERA bajo el título de los “ peligros del satanismo”, que a mi juicio tiene mucho que ver con la preterición de la música sacra en los templos. Sólo la Santa Iglesia Ortodoxa la conserva, aunque en tal empeño los rubriquistas del canon eterno de Nicea se ven denigrados y vapuleados or esas fuerzas siniestras que tratan de imponer su propio credo, antípoda al que hemos cantado los cristianos durante veinte siglos. En ese sistema de valores las tres virtudes cardinales pretenden ser sustituidas. La Fe por la negación de todo valor trascendente ( Darwin sería su gran heraldo: venimos del mono, y el hombre se gobierna por los instintos; es un complejo entramado de reacciones químicas, lo que supone negar que exista un alma y un libre albedrío). La Esperanza está siendo suplantada por la desesperación, la Caridad por el odio. El axioma de relevo de estas tres virtudes fue el catecismo malvado que guió a los capitostes de la revolución rusa de 1917, primer peldaño para la descristianización alarmante del mundo decretado por la logias secretas. El síndrome de “ iglesia vacía”, la degradación litúrgica, la “ pressura gentium” que estamos sintiendo los españoles con la arribada masiva de los mal llamados inmigrantes por el estrecho - mentira: es una nueva invasión en toda regla - la corrupción de la mujer y la destrucción de la autoridad paterna, que está dando lugar a tantos uxoricidios y parricidios, y esta angustia y esta tristeza que se detecta por doquier forman parte de los signos del anticristo anunciados por las Escrituras.
María, sin embargo, pondrá bajo sus calcaños la cabeza del dragón infernal. Es aquí donde el culto de hiperdulía adquiere un profundo relieve como antídoto de los males que nos circundan, siendo por ende tan contestado. No prevalecerán las puertas del infierno. Animo, pues.
 
 
 
 
Francisco Sánchez ventura,
Fundación MARÍA MENSAJERA,
Coso, 92, 2º dcha
50001 Zaragoza. Tel 976 22 78 27
 
Querido colega: Creo que nos conocemos, porque aparte del amor a la Señora, nos une la profesión de periodista. Hace muchos años cuando yo empezaba en este duro y maravilloso oficio, me parece que  asistimos a un liceo que se llamaba el DOCE, sito en Alonso Cano. Hablo de los años sesenta. Lo daba un tal don Alfonso. Luego nos sentamos en los mismos bancos de la escuela de Periodismo de la Iglesia, ¡ ya ha llovido!
Ahora me dirijo a vosotros con el siguiente particular. He seguido las “ mariofanías” con  interés y amor - son el báculo que me sustenta en mi vida de tribulaciones-, y he sido curado de una grave enfermedad gracias a la Madre de la Iglesia. Lo narro en dos libros que he publicado a mis expensas.
Quizás os pudiera interesar la lectura de estos dos libros. Uno se titula Quien encontrará a la mujer fuerte por Millán Sacramenia Artedo [ seudónimo de Antonio Parra Galindo] - 253 pp.; 20 x 15 cm.. Encuadernación en verde con portada de la Virgen del Perpetúo Socorro. Madrid, 1998. ISBN 84 - 604 - 6909 - 8. Tema: las relaciones de  la Santísima Madre con Rusia a través de lo que está ocurriendo actualmente y de las revelaciones de Fátima. Es un libro que no debe faltar en la mesa de cualquier mariólogo. Precio: 1800 pts.


El otro es una biografía de Teresa de Lisieux. Se llama Lloviendo rosas ( adjunto cubiertas). Es un libro también mariano, porque en uno de los capítulos y en relación con la “ lluvia de rosas “ que yo he presenciado en el Escorial, por una gracia especial de Nuestro Señor que me une a dar testimonio y a ser crucificado con Él, en el amor a los hombres, hay una capítulo dedicado a esa experiencia personal ocurrida el 13 de mayo de 1995. La “ Theotokos” o Virgen del Perpetuo Socorro se dibujó en el cielo hacia poniente como un inmenso icono .Era el rostro de la Señora tal como la pintó Lucas y la retrata la imaginería bizantina  Luego hubo, tras esos signos, sensaciones odoríficas indefinibles. El aire se cargó de una aroma que no era de este mundo.
 
 Son 205 pp. Precio: 1450 pts.
 
 
Por favor, yo también me dedico a difundir el culto mariano y acaso sea un apóstol de los últimos tiempos, aunque no quisiera caer en vana observancia. Lo que sí puedo decir de mí, pecador, en abono propio, como único mérito, es que he padecido bastante por la verdad y la justicia. Yo os rogaría que me hicieseis este pedido para ver luego de poder difundir estos textos a través de MARÍA MENSAJERA. Ella, la Medianera de todas las gracias,  nos abra camino.
Un cordial saludo en espera de vuestra noticias a la siguiente dirección:
 
 
 
 
 
                                                             Antonio Parra,
                                   Piedras Vivas, 6
                                                              Villafranca del Castillo, 28692 ( Madrid) Tel. 91 815 04 59
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

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