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lunes, 25 de septiembre de 2017



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 EL ENIGMA DE LA PEQUEÑA FLOR

Antonio Parra


Encontré entre los talegos de una vieja mochila de mi hija menor algo que me impresionó: un rosario carmelitano de cuentas de madera con una estampa de la “Pequeña Flor” que es como llaman los expertos en Mística a santa Teresa de Lisieux. Mi Cris había asistido en compañía de un grupo de jóvenes de Getafe a una de las clamosorsas visitas a España cuando el huracán Wojtyla arrasaba multitudes arrastrando tras sí a los jóvenes. Pasó el sembrador y la semilla no cayó en barbecho sino en tierra fértil. Sólo que quedó oculta en el fondo de un armario. Ahora su madre teme que nuestra Cris se nos vaya monja, pues,sí se nos va, bendito sea Dios.

Pese a todo, esta generación, muy a diferencia de cómo éramos nosotros, que nacimos aferrados a las cuentas del Santo Rosario y el avemaría a flor de labios, no está muiy acostumbrada a rezarlo. Hubimos de enseñarla a pasar los dieces. Sin embargo, los jóvenes no acaban de acostumbrarse. Han venido al mundo con el ratón de un ordenador entre los dedos y esta plegaria hesicástica que siempre anduvo en la boca de sus abuelas y  cuyo orígen se remonta a la oscuridad de los tiempos no la acaban de entender.

No importa. Eso es lo de menos. Lo de más, el símbolo. En este hallazgo he encontrado yo una manifestación del Espíritu que sopla por donde quiere y cuando quiere. Su aliento está detrás de nosotros aunque no lo percibamos. Bien por Teresita. Su vida y su obra que creo conocer bastante bien puesto que dediqué muchas horas al estudio de “Historia de un alma” y cuya biografía publiqué  en Lloviendo rosas, un texto en el cual no narro la vida heroica de esta santa francesa sino también en parte de la mía y los favores que le debo a su intercesión milagrosa, es un espejo en el que se mirarán las futuras generaciones y nos enviaba una señal sobre el triunfo definitivo del amor que vencerá a la cólera y al deseo de venganza y de reivindicación. Gracias a ella estoy vivo, no me arrojé a las aguas negras del Támesis, ni he quemado las filacterias en los momentos críticos de la persecución que padecí en los años ansarinos.

Teresita pasó los veinticuatro años de su existencia en un lóbrego y húmedo Carmelo normando escribiéndole al dulce Jesús cartas de amor, nos enseñó el camino de la renuncia y del abandonó en manos del Esposo. Su teoría sobre la infancia espiritual, basada en la recomendación evangélica  

 Resulta que mientras los vaticanologos y futurólogos[1] pasan lista y se entregan a especulaciones de todo género acerca de quién será el hombre que ocupe la Silla nº 265 de la cátedra del Pescador yo me he dado de bruces con ese rostro eternal y oculto, la verdadera faz de Cristo en la enigmática sonrisa de esta monjita francesa, campeona del  verdadero amor del que surge de la renuncia y del sacrificio, ante un siglo de odios y plagado de guerras y de desastres como la que ella conoció. Pocas mujeres en tan corta vida consiguieron abarcar tanta plenitud. Ella lo despreció todo, hasta la vida larga y la salud –murió tuberculosa a los 24 años- y la autoestima, para conseguir el amor.

Repaso este artículo al hilo de la visita de nuestra querida santa a Londres. Mi “pequeña flor” no se fue monja pero las queridas hermanas salesianas creo que la dieron una buena formación, aunque estemos en crisis, la juventud está en una crisis y este sigue siendo un hogar católico sin demasiados arrequives y adhesiones confesionales. Alguien dijo-y gran verdad es-que la iglesia católica es la verdadera,  al menos para mí, que siempre zurro de lo lindo  si a mano viene a los políticos y hay una parte de la jerarquía eclesial que también es política, sin exclusión de las otras que profesan la fe del Salvador y cantan el credo de Nicea, pero a veces se mete en callejones sin salida. Tambien está en crisis pero el esplendor triunfante de la Gran Flor, la que nos enseñó en su camino de infancia espiritual de otra forma, no. Teresita no. Es una flor oculta que derrama sus fragancias sobre las cristiandades diversas. Dios es amor.



[1] El artículo fue redactado poco antes del conclave del que salió pontífice el actual papa reinante hace más de un lustro

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