PEREZ DE AYALA EL CURANDERO DE SU HONRA
Es un canto a la vida al amor una sanjuaneara dominada por un adulterio supuesto y el subsiguiente perdón todo el libro adobado con la pertinaz inteligencia y habilidad novelística para deshacer un nido gordiano que parecía inextricable pero que Pérez de Ayala consigue desmadejar con la habilidad de su arte. Es también un homenaje al Fontán, el azoguejo ovetense donde el protagonista montaba su tenderete jueves y domingo, con un estilo brillante… dicen que el estilo es el ropaje del concepto.
Tigre Juan, Herminia, Colás el hijo adoptivo que vino de la guerra de Filipinas sin una pierna, Carmina, La de Góngora o Doña Iluminada, Don Sincerato el sacerdote santo creo que hace aquí el retrato de don Manuel un párroco de san Isidoro con medio siglo de antelación al cual yo vi decir misa en San Isidoro, o Vespasiano Cebón el burlador “culo gordo”─un detalle triunfal de anagnórisis la figura literaria que identifica a un personaje─ merecen ser considerados héroes olímpicos, dignos de aparecer en cualquier tragedia griega.
El tema que de plantea es de pana rayada: la seducción de Herminia una mujer casada y embarazada del hijo de Tigre Juan. Un día a la hora de misa se escapa con Vespasiano. El abductor es un costal de embustes, un trapacero. Un hombre a medias que va por provincias seduciendo mujeres y meneando su trascolí feminoide. ¿Cuántas pobres mujeres mueren hoy en España por causa de la celotipia de sus maridos dominantes? ¿Por qué muere el amor? ¿Es el matrimonio clásico un imponderable?
Pérez de Ayala tira por tierra el mito de don Juan que es un impotente al cual Dios le permite asistir a su propio entierro.
La obra fue escrita en Riaza (Segovia en abril de 1925. No tuvo la difusión que merecía por causa de las ideas republicanas del autor que acusa a la monarquía y los ministros corruptos de su entorno de los sufrimientos del pueblo.
Colás pierde la pierna por el machetazo de un tagalo, acaba a su regreso a la patria como vagabundo y feriante acompañado por Carmina su novia de siempre que no lo rechaza por la merma física de mutilado de guerra.
Van de pueblo echando adivinanzas y tocando el acordeón. Del bandoneón del viejo soldado la noche de san Juan surge una melodía maravillosa:
Que tráela, mi vida
Tráela, tráela
Que tráela mi vida
La flor del agua
A coger el trébol, el trébole
La noche de San Juan
A coger el trébol, el trebole
Los mis amores van.
Por boca de Nachín de Nacha habla la sabiduría del pueblo astur. Nachín intenta de consolare a Xuan cuando al volver del trabajo no encuentra a Herminia en casa:
“Probe Xuan bien te lo anuncié entós lo que sembraste lo recoges agora tu mesmo aina en cosecha de desgustos. Muller moza marido viellu el diañu alegra el gueyu”
Nachin de Nacha frecuentador de chigres no había ido todavía a la taberna. Estaba más sobrio que un fiscal cuando decía esto.
Lo que más asombra del escritor ovetense es el léxico y la construcción armónica o eufonía de la frase directa que jamás cansa. Yo creo que fue el mejor psicólogo de las clases inferiores de Oviedo con una pericia inimitable. Plasma el pensar, el sentir y la sorna del habla de los paisanos de Pilares (Oviedo) y de Regium (Xixon). Es una novela muy de hoy porque aborda un tema universal como son los amores/hombre mujer en el marco del cambio y la fugacidad de las cosas.
Aduce en refrendo de esta idea un argumento: la vida pasa y se renueva; todo muere y todo renace. Este movimiento traslaticio se nos comunica a través del girar de las esferas.
Ese el sentido de las fiestas sanjuaneras. En el corro de la hoguera bailan los espectros que mañana desaparecerán pero otros vendrán a reemplazarlos. Es la idea que sostiene igualmente la teología judía que el mundo es eterno por mucho que no acertemos a comprenderlo.
En esta relación de costumbres ancestrales y mitológicas como la noche del 24 de junio está la de la “Covada” según la cual cuando una mujer se ponía de parto su marido se encamaba a su lado en un intento para compartir su dolor y para demostrar a la sociedad que el hijo engendrado era legítimo.
A Pérez de Ayala se le engloba en la generación del 98 pero a mí me parece que como novelista, cuentista, periodista, comediógrafo y crítico literario supera a todos. Es el más brillante por encima de Pio Baroja, de Azorín, de Ortega, Ganivet y otros tantos. Al menos es el que exhibe mejor prosa.
“El Curandero de su Honra” concluye ─en atención a las normas clásicas de presentación, nudo y desenlace─ con un parergon o epílogo en que todo termina bien. Tigre Juan ha vencido a sus impulsos, Colás se casa con Carmina, Herminia ama con locura a Xuan y los dos se miran en el hijo que acaban de tener. Hay un viaje en ferrocarril y un viñatero se mofa del prologuista haciéndole las señas del macho cabrío. Podía haber tirado al lenguaraz por la ventanilla pero utiliza el ferrete esa ironía ovetense que puede ser más mortífera que una puñalada, para ridiculizar a su difamador. En otra ocasión lo hubiera tirado por la ventanilla. Uno devorador de grandes novelas no puede acabar con mejor sabor de boca
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