El patrón del canto gregoriano
Hoy es san Gregorio Magno y a quien le amarga un dulce. ¿A quién no le gusta el canto gregoriano elevándose hasta las tenadas del cielo subiendo por la escala de los neumas y los melismas del canto gregoriano? Su secreto es que hay que sentirlo. Sin el poder de la oración o en la vitrina del escaparate tal y conforme tratan de proyectarlo esos coros que han surgido a mogollón integrados por el personal de la tercera edad y primeras damas y esposas presidenciales que tratan de lucirse y echar un cuarto a espaldas en los ensambles. Para interpretar las simples y a la vez sublimes estrofas casi todas monódicas del canto llano hay que tener ordenes sagradas de subdiácono para arriba o en todo caso ser exorcista acolito o tonsurado como es el caso de quien les escribe.
No vale la música enlatada. Mozart y Hayden muy bonito musicalmente pluscuamperfectos pero no me tiran. Que bello que bonito pero protestante. La grandeza del cristianismo estriba en su liturgia y eso lo saben bien san Gregorio Magno que se fue a Constantinopla vio pasearse por las bóvedas de santa Sofía los Ángeles músicos. De regreso a Roma y preconizado papa desde la silla de san Pedro hizo todo lo posible para proyectar el icono sagrado del Cristus Músicas que abre sus brazos en gesto solemne como un rey coronado a la humanidad. Los monjes de la Tebaida anatolica con sus oraciones y sus responsos habían puesto música a los textos evangélicos y eso es muy grande. Trasladar a Occidente este rico venero de motetes de se secuencias de himnodias bien entonado del Oriente fue su empeñó. Hizo pues real el consejo y la promesa del apóstol de los gentiles “FIDES ex auditu” la fe viene por el oído pero entra por el corazón mayormente. Es cuestión de piel y este quimismo tan poco razonable –por eso hay hoy tanto ateo en la viña del Señor- o se tiene o no se tiene. O se toma o se deja. Hay cosas del corazón que la razón no entiende. Es como el fucilazo de un relámpago. Una iluminación y de pronto caemos derribados del caballo. Ese es el secreto la magia del cristianismo no los cánones y si me apuran ni los catecismos ni los libros tan poco recomendables como los Ejercicios Espirituales o el Kempis aunque tuvieran su época. Pero pasaron. Sin embargo el Sanctus, el Credo atanasiano que todavía se entona en algunas eucaristías los domingos o el Agios de Viernes Santo han permanecido con nosotros a través de la eternidad de las notas musicales. Fui niño de coro en la catedral de Segovia que siempre contó con una gran tradición polifónica y lo que más buscaban los investigadores rastreando las antiguas partituras algunas datando del tiempo visigótico que no se podían, perdida la clave, traducir eran viejos libretos porque en España desde Salinas el de la música serena de los versos de Fray Luis cada maestrillo tenía su librillo y cada maestro de capilla contaba con todo un repertorio de misas y de motetes de producción propia. Los arquitectos de las catedrales góticas loara que sonara mejor la música administraban una técnica de construcción ortofónica para que la voz rebotase por la asamblea con mejor tono y mayor poderío. Esa técnica –una serie de rendijas distribuidas en sitios estratégicos de la bóveda.
En el siglo XVII para ponderar la bondad de una cosa solía decíase:
-Es de Lope
O bien porque todo lo de dicho autor o traía al pensamiento nociones de su calidad. Pues igualmente hoy se dice:
-Esto es canto gregoriano.
Y hasta a un vino excelente no se dice que es bueno. Se dice sencillamente que es canto gregoriano. O de la Escuela de Silos o de la de Solesmes. Hubo otra que yo escuché en Comillas pues pertenecí a su escolanía. La del Padre Prieto. Recordando aquellas canciones que rodaban por la Cardosa y se esparcían por el valle hasta alcanzar las cimas lebaniegas hoy me siento contento aunque añorante porque el canto gregoriano no es para producirlo ni enlatarlo sino para sentirlo y para rezar. Me decía un benedictino que de esto sabía un rato que un motete pongamos el de cuaresma que se cantaba por estas fechas “Atiende Domine” no sonaba lo mismo a una hora u a otra del día o en un lugar o en otro y es que la música tiene su propia alma y personalidad a tenor de la idiosincrasia de cada interprete y es una música para rezar no para lucirse. El secreto de su arte es el anonimato y la sobriedad. Hoy pues la afición al gregoriano y a la divina liturgia de san Basilio y de Crisóstomo en las cuales se inspiró este pontífice celebra el transito al cielo de san Gregorio Magno. Los anales dicen que nació en el 540 en el seno de una familia romana de patricios. De joven inclinado a la piedad convirtió su domicilio en un monasterio donde plasma la norma de vida benedictina. Escribe los Diálogos. En 578 viaja a Constantinopla como legado papal y allí le sobreviene la metanoia, su conversión a las mejores galas de Cristo que es la belleza sobre todo ponderación. Cristo es la belleza digámoslo sin miedo y sin rencor. La armonía, la perfección. Lo contrario es la fealdad la estridencia el argumento diabólico la imperfección el desafine. Cuando regresó a Roma fue elegido papa por aclamación popular. Una de las tareas insignes de su pontificado fue la de enviar misioneros a Inglaterra todos ellos benedictinos. De ahí que en las islas británicas se imponga el estilo de vida monacal por las predicaciones de Calumban y de Bonifacio. Las crónicas cuentan que un día paseando por Roma se encontró con dos esclavos rubios el pelo de estopa y le preguntó que de donde venían y ellos respondieron somos Ángeles y venimos de Anglia la tierra de los Ángeles. En efecto se trataba de una aparición en virtud de la cual se decide evangelizar los pueblos al otro lado del Canal de la Mancha que darían grandes santos y ejemplos de vida monacal a la iglesia primero con los sajones luego con los normandos. Inglaterra más que Francia se convierte en la hija predilecta de la Iglesia de Roma. Eso duró hasta Enrique VIII cuando por culpa de una mujer, de una puta, se va a producir el gran cisma de Occidente y la catolicidad dejó de ser la misma. Misterios de la historia y desgracias y contratiempos que no podrán atentar contra la imperturbabilidad del canto gregoriano donde no caben los avatares políticos. Esta música que los nuevos rubriquistas quisieron cargarse metiendo guitarras en las sacristías –ay si resucitase el buen Pío X que fue el que las desterrara y las relegó a su lugar que son las tabernas- y hasta jipios rocieros que podrán ser muy emocionantes para los fanáticos de la Simpecado pero que no tienen que ver con la liturgia. Volvamos al canon. Al canto gregoriano. El canon nos salvará. Ni los retrogradas ni los progresistas a ultranzas podrán entender esta propuesta. El gregoriano y la misa en latín son lo que nos conecta con el pasado y con los coros celestiales que lo entonaron. Gregorio el magno murió el año 604 pero sigue vivo en la memoria de los que amamos a la Iglesia. No nos hicimos moros y tampoco judaizamos.
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