XXXHUGO WASTXXX
Antonio Parra
30 de junio de 2004
De que estamos aquí para algo, no somos un producto de la casualidad o irrumpimos out of the blue es algo de lo que estoy cada vez más convencido de día en día. San Ignacio decía que el hombre ha nacido para servir y honrar a su criador y san Juan nos habla del “et testimonium de lumine perhibeo” lo que viene a ser un aval de transcendencia en medio de esta batahola de inmanencia materialista que nos aflige. Sus razones tendrán los demiurgos de la vulgaridad y de las prisas para torcernos las muñecas con su estupidez malévola y que dejan caer al desgaire para que pique los incautos.
Mirando atrás sin ira y observando hacia adentro, en una labor de introspección meditabunda, que nos viene bien de vez en cuando, puedo afirmar que lo que me pasa con Hugo Wast es un misterio. Se trata del primer autor que yo empecé a leer y al que traté de imitar, pues quería ser como él: un escritor audaz. Allá en mi adolescencia. Rumiaba todos los capítulos de sus libros publicados en la colección Aldecoa de Burgos. Anotaba sus enseñanzas. Por ejemplo, decía ya por aquel entonces que el peor enemigo de un novelista suele ser el diario o la pérdida de tiempo en la escucha y capción de emisoras de radio. Por entonces, no había aparecido aun la televisión. Pero oído al parche. Ese maléfico invento ante el cual muchas familias del mundo se pasan horas y horas tiene la culpa de que se hayan agotado los cupos de émulos de Shakespeare, de Gogol o de Flauvert. La modernidad es un trajín inane.
Se me quedó grabada la fobia del prosista porteño contra lo inane y lo vacuo de las columnas en tremolina y rebumbio de papel impreso que llegan a nuestras manos, alborotadas y alborozadas, dandonos cuenta de lo que no es, y referencia de temas escurridizos desglosados en un estilo ramplón y jabonero que pare abortos intelectuales, que todo lo deleznable se da cita ante las cámaras. En Cataluña trisca el zurriburri. Desde entonces traté de poner en práctica sus consejos referentes al “carpe diem” y a la labor paciente de una jornada laboral escrituraria a plazo fijo y sin interrupciones. Hay que clavarse ante la silla y someterse a la tortura de la cuartilla blanca. Cela también era muy trabajadorón.
-¿Y si no le viene, don Camilo?
-Y si no me viene ¿qué?
- Anda puñetas. Eso sí que es bueno. Algo saldrá.
Hugo Wast tenía una escopeta y antes de ponerse a escribir daba un paseo por el campo detrás de su estancia. Regresaba después del alba y, derecho al cutio, se ponía con aplicación y a las pocas horas tenía en la mano las cuartillas de un nuevo capítulo de su Alegre que fue uno de los libros de adolescencias que devoré en una noche en la camarilla de mi dormitorio a la luz de una linterna. Si es cierta la afirmación de que en todo escritor y en todo acto volitivo de escritura late un halo profética, el caso de Martínez Zubiría bien pudiera demostrarlo.
Los hechos, los dichos, los avatares de mi existencia me han arrastrado por vericuetos de peripecia vital parejos a los de este porteño que hizo entregas tan significativa - y por eso mismo es hoy en día un artista fuera de renglón, borrado su nombre adrede los descatalogadores y muñidores de la historia tasellandolo con el exequátur de políticamente incorrecto- como 666, El jinete de fuego, Ciudad turbulenta y ciudad alegre, don Bosco, Oro, El Kahal, El Camino de las llamas y tantos y tanto otros. Es un caso parecido al de Celine. Está en el índice pudriendose en las horcas caudinas del olvido por protestar contra los contubernios, por decir la verdad. Con tales mimbres se ganó el calificativo de “persona non grata” a los judíos.
Sus textos son tan reveladores como desenmascara dores de una circunstancia que se veía venir a medida que los adoradores del becerro de oro, renunciando al Sinaí y a sus creencias, se han hecho los dueños del mundo implantando entre nosotros, mortales, el reino de la mentira, el desamor, el odio. Según Wast, todo esto viene rodado del hecho de que la sinagoga odia furibunda a Xto crucificado. ¿Por qué? Jesús, el hijo de Dios les llamó raza de víboras y dijo de ellos: “Vosotros sois hijos del diablo”(Juan VIII, 38-44). Acaso por eso mismo se han levantado contra el evangelio confundiendo a los católicos medrosos y tibios, sembrando discordias en su seno, sobornando y chantajeando al Vaticano que no ha querido renunciar a su parcela de poder, e incluso estableciendo en Europa una quinta columna agarena que haga la guerra a los cristianos. El escritor argentino anuncia en este libro y en otros que Moisés se uniría a Mahoma para aniquilar concienzudamente a las cristiandades.
Su audacia diabólica desconoce límites. Incluso manipularon los libros santos para proceder a una tría o expurgo a propia conveniencia que deja sobreseídos textos tan importantes como los de la liturgia de Viernes Santo, cuando el canon romano utilizaba términos muy duros denostando la perfidia de los judíos. Al entonar las preces por los judíos, el diácono utilizaba terminología menos complaciente que al referirse a los protestantes y a los cismáticos y no invitaba a la congregación a arrodillarse (flectamus genua) para dar a entender que con ellos no se cumple la admonición paulina que propugna que toda criatura se haga genuflexa al nombre de Jesús. Ellos siguen el pueblo terco de cerviz y duro de oído. Esa obstinación contumaz les hizo impopulares, medrosos, prófugos y vagabundos.
Siempre tienen miedo. Pesa sobre ellos la maldición bíblica. El temor y el odio les hizo fuertes. No aman el dinero por el dinero en sí sino porque éste les sirve en todo caso de salvoconducto para comprar la huida, sobornar a los poderosos, poner y quitar gobiernos. Pobrecitos judíos. Se hacen pasar por víctimas pero el rol que casi siempre asumieron fue el de verdugos. Para destruir la cruz no vacilaron en inventarse una nueva religión que de por sí es en sí un amasijo de patrañas. Hugo Wast desde su rincón patagónico ya los veía venir. El diácono que canta la oración por la conversión del pueblo elegido/maldito no exhorta a doblar la rodilla sino que pide que la congregación se tenga en pie. Por si acaso. La Iglesia tendrá que defenderse porque la última y peor persecución para los creyentes vendrá de Israel aunque no directamente sino a través del Interpuesto. La sinagoga utilizará como adarga y broquel a la mezquita para declarar la guerra a los seguidores del crucificado, pues hasta en eso son inicuos y retorcidos. Un judío no luchará jamás en campo abierto y si se declara una guerra podrá acudir el último al campo de batalla para poder regresar el primero.
¿Son en verdad enemigos del género humano? ¿Hasta qué limites serán capaces de llegar en su obstinación deicida? Ya no hay templo. Ya no hay creencia. Esdras, argumenta Wast, se llevó el afrecho y el Talmud conjunto de reglas y actitud vital, como el corán, ha sustituido a la Palabra de Dios y a los profetas. Acérrimo en sus costumbres y en sus principios
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