REENCUENTRO CON LA SUZI
Venivolans, aquel grajo de voz desagradable, ojos mínimos, y una de las aves más feas de la creación, resultó no sólo mi mejor amigo en el lecho de dolor, sino también mi confesor, mi confidente, mi zar consolador que se hizo cargo de mis desdichas mentales y de mos flaquezas físicas. Sabiendo que era el mayor deseo que yo albergaba en mi corazón una mañana de mayo, volviéndome a izar de los pelos como a Tobías y sin hacer el menor caso a las borrascas y tormentas que asolaban el canal de la Mancha me llevó a Inglaterra. Aterrizamos aéreos, invisibles, insensibles, éramos espíritus puros en Bishop Storford, una ciudad dormitorio al norte de Londres con nombre abacial. Allí vivía ella. Pasado la glorieta de St Albans, cerca de una vieja abadía cisterciense. Su casa era un pequeño piso, ella nos abrió la puerta. A mí no me veía. Me había transformado en un espíritu puro, pero Venivolans la hablaba perfectamente en inglés. El pájaro le daba un poco de miedo, pero luego a lo largo de la entrevista fue acostumbrándose a su presencia. Al ver a mi amada después de medio siglo rompí a llorar. Ella también. A la entrada del pisito había una tarjeta en el cajetín de correos: “Suzanne Marie Parra, teacher” No se había vuelto a casar, guardaba mis apellidos. Tampoco había renunciado a su profesión de maestra. Nos quedamos parados el uno frente al otro sin sabernos qué decir. Al cabo de un minuto, durante el cual cruzaron los recuerdos de más de medio siglo, habló ella rompiendo el silencio invitándome a una taza de té. “Come in, old Ton, would you like a cup of tea, love”. Oh yes. Quise decirla que ella era mi vida, que la amaba con todo mi corazón, que estaba enfermo con la misma enfermedad que tenía el rey de Inglaterra Carlos III, que me gustaría que ella cerrara mis ojos. Que lejos de ella la vida había sido un tormento. Que había sido infeliz y muy desgraciado a pesar de mi matrimonio y que estaría dispuesto a regresar a su lado y pasar los últimos años de mi existencia. No me salieron las palabras. Suzanne me miró con una sonrisa y sus ojos se humedecieron. Podríamos discutirlo. Te convido a cenar. Aquí está este cuervo amigo que no cesa de graznar. Cada graznido es un aplauso aprobatorio. “No puede ser, old Ton. I dont go out with married men” (yo no salgo con hombres casados) Suzanne estaba hermosa. Era una bella viejecita que no había perdido ni su belleza, ni su candor, ni el sentido del humor. Volví a pedir perdón... Sorry... Sorry, Suzanne. No tenía más que decir. Era incapaz de disimular mi vergüenza y mi arrepentimiento, en ese instante nos esfumamos el cuervo y yo. Había sido un sueño feliz. Siempre vencerá el amor. Fue muy bello vivir
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