VILLEGUILLO SE TRANSPARENTA Y LLEVADO EN ALAS DE LOS ANGELES A LA CIUDAD ETERNA
Entonces un cuadrillero de Lucifer el que se llevaba a la alcaidesa dijo:
─Os pasa por judaizar. Ya sois míos
En la plazuela del azoguejo con tanto gurriato en pelo malo y tanto discurso los políticos marranos y los falsos obispos no paraban de sermonear, de dar explicaciones (ocurre siempre en todas las crisis nacionales; las esquinas se llenan de plañideras compungidas y de hermeneutas que tratan de explicar lo evidente, estamos todos hasta los mismísimos de tanto parlamento redundante, mucho blablabla) y lo evidente era que a redropelo de lo que decía la leyenda, la moza del cántaro perdió la apuesta, el diablo ganó la partida y al poco tiempo ─ Villeguillo hizo esa profecía─ el acueducto se vendría abajo. Que otros salmodien y prediquen y yo decía predícame cura predícame fraile por uno me entra y por otro mesa sale. Yo soy Villeguillo. Los que tiraron a la Virgen María de su pedestal estaban muy ufanos y sudorosos y entraron un momento a repostar fuerzas en el mesón Cantimpalos. El mesonero estaba a la puerta, era un señor gordo y calvo fumando en pipa. Los operarios de la demolición se pusieron ciegos de tostóncillo y le dieron tantos besos al jarro que al salir se desparramaron por la Via de Roma haciendo eses. Adonde irá el buey que no are. La profanación ya estaba hecha. La cosa no tiene vuelta de hoja. Afloró en las pupilas y en los corazones un odio de siglo un deletéreo afán de venganza Segovia ha dejado de ser cristiana, se ha convertido en Aelia Capitolina. Al pob re rey Felipe VI lo quemaron en efigie, pero como era un enagüillas, asido al miriñaque de su mujer la asturiana y a las faldas de la griega la hija de la Federica no vaya a ser que metamos la pata hijo no conviene malquistarse con los judíos tú a lo tuyo y a celebrar todos los años la fiesta del Holocausto pues no quemó al escultor infame que le hizo una estatua para ser quemada en las fallas. Ya lo dijo Maquiavelo los reyes cobardes y dominados por la parienta o con complejo de Edipo son despreciables e inútiles para el gobierno de la república, cuentan con el desdén de sus súbditos. Pero este don Felipe es un buen chico que no se atreve a dar el pasaporte a los catalanes que le faltan al respeto y a los estatuarios malditos que quieren quemarlo en efigie. España a este paso pronto se convertirá en un auto de fe, si nadie pone remedio, Y el libelático obispo Zapatones había firmado las actas
─Parecéis oro obrizo pero no soy más que oropel, no tenéis cojones─ dijo Ursicinio el Pecoso con aires de desafío.
Todos se encogieron de hombros no hicieron caso de poetas, profetas y profecías. Hay que estar al loro. Villeguillo muy triste por aquel espectáculo volvió grupas y salió de la ciudad por el puente de Valdevilla que le vio nacer y jugar de niño y por donde pasaban las legiones del emperador con su estandarte enhiesto y el carnero mascota de la Séptima Victrix. La casa y el barrio había sido arrasada por los judíos, también profanaron una imagen de Santa Barbará que alumbraba en las noches los inviernos. Los judaizantes se habían empleado a fondo en aquella ciudad. No perdieron el tiempo así que hizo la de Teresa la conversa cuando los de aquel pueble la acusaban de tener un lio con su capellán que por cierto era un santo y poeta que luego subió a los altares y lo bajaron no sé si a garrotazos:
─De Segovia ni el polvo las zapatillas.
En aquel instante la santa abulense hizo la lazada y no quiso volver más a la ciudad de la calumnia como ella la llamaba y es verdad mis paisanos siempre fueron un poco recontrajodidos.
Todos al santo y a las limosnas, atentos al “tente que te unto” consigna de los degenerados de la oclocracia.
Voló a la Ciudad Eterna, quería honrar a los dioses oscuros y empaparse de divinidad. Propendía por mi inclinación a los misterios órficos a pronunciar vaticinios y en Roma oyó cantar el gallo muchas veces. Era los “alectoria” o quiquiriquíes sagrados que alegraban los himnos de los flamines a los dioses peanes los que se quedaron con nosotros, no esos dioses de los que nos han hablado y no vimos nunca. El Sinaí quedaba lejos del Monte Aventino. Había que volver a las viejas costumbres y reencontrarse con las inefables plegarias.
Los dioses otorgan a los mortales dones maravillosos. Tente que te unto. No te muevas, estate quieto. Yo me hice transparente esto es un espíritu puro cuerpo de ángel no sujeto a los imperativos de la biología ni hambre ni sed ni sexo ni actividades excretorias. Podía incluso volar por el firmamento circunvolar los espacios siderales explorando otros planetas sin necesidad de esa materia pingüe y grasa con que abadernan el cuerpo las brujas para volar. La transparencia era capacidad de atravesar las barreras del tiempo y el espacio algo así como la explicación concepcionista que da el Astete para explicar el milagro de la inseminación del Espíritu Santo en el vientre de María “lo atravesó como un rayo de luz trasluce el cristal sin romperlo y sin mancharlo”.
Los anales de Tito Livio y la historia romana no guardaban para mí misterio alguno. Deambulé por la Via Apia, subí las escalinatas del Capitolio, palpé los brazos y los músculos de los gladiadores y andábatas que peleaban en el circo. Uno a la sazón muy famoso, Silvinus Crassus el bretón, me honraba con su amistad y le acompañaba yo con su escolta por las hosterías y tabernas romanas. Era Silvino un atleta de profundas convicciones religiosas y temeroso de Júpiter, como buen celta hombre supersticioso. En su tabuco tenía lámparas encendidas a los dioses familiares quiero decir los de su tierra: a Epona diosa de la caballería gala, a Sucellus, _Dispater, el dios que golpea con el mazo, a Cerunnus padre de los bosques al que la imaginería popular representa colgado de los cuervos de un ciervo (el dios Glenn de los picti escoceses) me sorprendió saber que los galos ya daba culto a la trinidad en el tríptico de las Matres la triada del padre, la madre y el hijo padre creador del mundo, hijo baja a la tierra encarnado en el vientre de la diosa Ceres. Velas encendidas eran la llama perenne a estas deidades incógnitas como le preguntara yo al andábata cómo era posible que un gladiador confiase en la fuerza de los dioses más que en la virtud de sus musculos Silvinus Crassus me dio esta respuesta:
─Ellos son mi fuerza, Villeguillo. Los dioses me dan impulso para torcerle la cabeza a un toro en el circo, desjarretar a un tigre, y hacer correr a los leones. Mañana son las lupercales y yo concurro, vendrás a ver vómo lucho contra el diablo, amigo.
Prometí acudir sin falta al circo máximo llevando en el bolsillo un canto que había pasado a manera de talismán por la piedra de Juvenal en la muralla de Segovia frente a la casa que me vio nacer, pero prioritariamente estuve contemplando a aquellos seres míticos cuya imagen había estampado un imaginero cretense amigo del gladiador en un retablo. Europa cabalgaba sobre un toro monstruoso que arrastraban al aire de cola dos delfines. Minerva contemplaba al dragón, Jason jefe de los argonautas escupiendo el vellón transformado en una vestal. Zeus y Anfion hacían buenas migas en el Olimpo (de nuevo aflorando el tema trinitario que acoplaron los cristianos a su religión). Bulleron cabalgaba a lomos de Pegaso el alazán tordo alado y traspasaba con la lanza a la Quimera el monstruo fabuloso. San Jorge mató el dragón. Dédalo en su laberinto encontró a Icaro que le enseñó a volar. Teseo acabó con la vida del mino tauro. Edipo hacía preguntas a la esfinge. Policines campeaba en la arena luchando desenvainada la espada con su hermano Eteocles, los dos eran hijos de Edipo. Completaban el friso las grandes diosas de Roma: Ceres, Prosperina, Baco y el dios Pan, Tirso con su vara Ariadna en la confusión del ovillo, Sátiro que fuerza doncellas en el bosque, Vulcano, Diosinisio, Sileno, Narciso, el Atlas de san Cristobalón que porta el mundo y Neptuno y Favonio dioses de los violentos y de las aguas. Hebe es la diosa de la juventud. Todas estas deidades empezaron a parecerme razonables como exponentes de los vicios y virtudes de la pasión de vivir
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