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domingo, 24 de marzo de 2019

JAIME CAPMANY
Le llamaban el “Chino” verbo silbante tal vez de sus dientes postizos, un buda con mala leche. 
En cierta ocasión me colgó el teléfono y era un cambia-lindes, ablandabrevas, zurraba de lo lindo. Precedió al pobre Pistolesi en la corresponsalía romana de Pyresa, no le tuve yo de director, de lo cual me alegro, pues me mandaron a Londres muy a pesar suyo y de los buitres como Merino y de un aragonés un tal Latorre que me trajo por la calle de la amargura. Bueno sea; ya todo pasó.
Hubo en el falangismo una escisión que llevó al cierre de Arriba y la agencia Pyresa. Yo estaba a miles de kilómetros de distancia en mi alguarín londinense zurrándole a la maquina del télex o mirando navegar a las gabarras y  los barcos de turistas por la bahía de Manhattan desde mi despacho de la ONU y no fui testigo de la gresca pero la reyerta entre tradicionales y aperturistas fue muy fuerte. 
Ganaron los del Bunker momentáneamente pero a partir del discurso del 12 de febrero de Arias Navarro fue el sálvese quien pueda, vino la desbandada.
Antonio Izquierdo el abanderado del pensamiento tradicional joseantonianmo resistió a costa de un cáncer que le llevó a la tumba. 
Capmany y su equipo se fueron a la competencia, siguiendo el camino de Eugenio Montes y firmaban en ABC.
 El gallego vigués Pedro Rodríguez se murió de un infarto. Fueron tiempos difíciles pero había que entregar la cuchara. La prensa del Movimiento firmaba el finiquito al cabo de 35 años de buen hacer. Eugenio García Serrano que escribía como los ángeles con su medio pulmón y sus diccionarios para un macuto (se pasó la guerra en un hospital toreando de salón, no fue al frente ni disparó un solo tiro) cerró el ciclo pero nunca  debió tanto nuestra literatura y el periodismo español a tan pocos.
El mejor director que tuve fue Rodrigo Royo pero fue abatido por el fuego amigo ─ las envidias, la ambición, omecillo, malquerencias y rivalidades antiguas que hacen difícil nuestra convivencia desde antiguo─ fue la victima de los influjos y cabildeos de la gran conjura que todos vivimos. 
Un escritor Rodrigo con visión de futuro. Se forjó en la corresponsalía en Nueva York. Emulo glorioso suyo fue el llorado Félix Ortega. Desde Paris Enrique Laborde rizaba el rizo y Cesar Santos desde Bonn nos contaba el mundo de Willy Brandt mentor del socialismo español. El contubernio echaba a andar.
 Dejaron estos profesionales el pabellón muy alto, y yo desde Londres y Nueva York hice lo que pude, creo que no del todo mal, y lo digo sin jactancia; defendí a mi país y denuncié no pocas injerencias de americanos e ingleses. 
Querían que desapareciéramos, resultábamos incómodos. Luego a través de Juan Luis Cebrián compraron toda la prensa y el audiovisual.
 Querían sus propios amanuenses y nosotros estorbábamos. De televisión echaron a Navas el corresponsal de TVE en la capital londinense. Fue una maniobra indecente a cargo de Victoria Prego y de Rosa María Mateos. Doy testimonio.
La venta de nuestros medios de comunicación es la historia jamás contada. Nos amordazaron. Ahorcaron nuestras voces. Tiempos muy duros aquellos de la transición.
A mí nunca me gustó Capmany. Era un murciano con mala leche que arrastraba las secuelas de la guerra civil ─ Falange prohíja y admitió a los hijos de los republicanos sin pedirlos ejecutoria de hidalguía ni limpieza de sangre, de familia republicana como el caso de Cristóbal Páez aquel director tan rubio y tan buena persona─ pero Jaime era temible y peligroso. 
Era la cólera del español sentado delante del tablero de su Olivetti. Manejaba el castellano con una solercia y profesionalidad digna de los versos de Francisco de Quevedo.
Versificaba con gran facilidad y en sus sátiras desenmascaraba a los necios: los Solana Madariaga que presumían de haber sido represaliados por Franco en el bando republicano demostró que los costales no eran tales, que el padre estuvo refugiado en una embachada y desde el 1 de abril de 1939 fue rehabilitado en su cargo de funcionario. Capmany esgrimía la pluma como un florete, todo un espadachín pero muy supersticioso. 
Tenía una habilidad excepcional para descubrir  gafes y personajes siniestros o con mal fario porque desde Roma había escrito mucho sobre la guija y el mal fario. Toquemos madera, agárrate que vienen curvas.

Detectó el mal de ojo en algunos ministros de Felipe González y en los Borbones. 
Había que sorrapear la vida española limpiarla de malas hierbas, manejando la azada y el escardillo porque irrumpía acto de presencia la gran corrupción. 
El sarcasmo de Jaime cuando sacaba la guasca a pasear no dejaba títere con cabeza ni cabeza cubierta de zorongo por muy importante que fuese el personaje. 
Era el terror de los ministros; Fernando Morán con su aspecto melancólico gran parecido a Valentín Tormos el actor que representaba a Don Cicuta en  el programa de la tele muy popular a la sazón Un dos tres y fue el que nos metió en el Mercado Común y la OTAN para ruina de la siderurgia, la ganadería, la agricultura nacional (desde entonces vivimos de subvenciones en el “buy you out” sin apenas producción), los Solana, Paco Ordoñez y Tierno Galván padecieron en sus personas el zarandeo de las acerbas invectivas del murciano. Pero aquel tiempo pasó, los vientos se llevaron los estertores de la vorágine, yo no he querido incluirme entre los grandes escritores de Arriba, me colgó en teléfono, descanse en paz, ya nadie le recuerda. Es el sino de muchos buenos periodistas. 

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