JAIME
CAPMANY
Le llamaban el “Chino”
verbo silbante tal vez de sus dientes postizos, un buda con mala leche.
En
cierta ocasión me colgó el teléfono y era un cambia-lindes, ablandabrevas,
zurraba de lo lindo. Precedió al pobre Pistolesi en la corresponsalía romana de
Pyresa, no le tuve yo de director, de lo cual me alegro, pues me mandaron a
Londres muy a pesar suyo y de los buitres como Merino y de un aragonés un tal
Latorre que me trajo por la calle de la amargura. Bueno sea; ya todo pasó.
Hubo en el falangismo
una escisión que llevó al cierre de Arriba
y la agencia Pyresa. Yo estaba a
miles de kilómetros de distancia en mi alguarín londinense zurrándole a la
maquina del télex o mirando navegar a las gabarras y los barcos de turistas por la bahía de
Manhattan desde mi despacho de la ONU y no fui testigo de la gresca pero la
reyerta entre tradicionales y aperturistas fue muy fuerte.
Ganaron los del
Bunker momentáneamente pero a partir del discurso del 12 de febrero de Arias
Navarro fue el sálvese quien pueda, vino la desbandada.
Antonio Izquierdo el
abanderado del pensamiento tradicional joseantonianmo resistió a costa de un
cáncer que le llevó a la tumba.
Capmany y su equipo se fueron a la competencia,
siguiendo el camino de Eugenio Montes y firmaban en ABC.
El gallego vigués Pedro Rodríguez se murió de
un infarto. Fueron tiempos difíciles pero había que entregar la cuchara. La
prensa del Movimiento firmaba el finiquito al cabo de 35 años de buen hacer.
Eugenio García Serrano que escribía como los ángeles con su medio pulmón y sus diccionarios
para un macuto (se pasó la guerra en un hospital toreando de salón, no fue al
frente ni disparó un solo tiro) cerró el ciclo pero nunca debió tanto nuestra literatura y el
periodismo español a tan pocos.
El mejor director que tuve
fue Rodrigo Royo pero fue abatido por el fuego amigo ─ las envidias, la
ambición, omecillo, malquerencias y rivalidades antiguas que hacen difícil
nuestra convivencia desde antiguo─ fue la victima de los influjos y cabildeos
de la gran conjura que todos vivimos.
Un escritor Rodrigo con visión de futuro. Se
forjó en la corresponsalía en Nueva York. Emulo glorioso suyo fue el llorado Félix
Ortega. Desde Paris Enrique Laborde rizaba el rizo y Cesar Santos desde Bonn
nos contaba el mundo de Willy Brandt mentor del socialismo español. El contubernio
echaba a andar.
Dejaron estos profesionales el pabellón muy
alto, y yo desde Londres y Nueva York hice lo que pude, creo que no del todo
mal, y lo digo sin jactancia; defendí a mi país y denuncié no pocas injerencias
de americanos e ingleses.
Querían que desapareciéramos, resultábamos incómodos.
Luego a través de Juan Luis Cebrián compraron toda la prensa y el audiovisual.
Querían sus propios amanuenses y nosotros estorbábamos.
De televisión echaron a Navas el corresponsal de TVE en la capital londinense. Fue
una maniobra indecente a cargo de Victoria Prego y de Rosa María Mateos. Doy testimonio.
La venta de nuestros medios
de comunicación es la historia jamás contada. Nos amordazaron. Ahorcaron nuestras
voces. Tiempos muy duros aquellos de la transición.
A mí nunca me gustó
Capmany. Era un murciano con mala leche que arrastraba las secuelas de la
guerra civil ─ Falange prohíja y admitió a los hijos de los republicanos sin
pedirlos ejecutoria de hidalguía ni limpieza de sangre, de familia republicana
como el caso de Cristóbal Páez aquel director tan rubio y tan buena persona─ pero
Jaime era temible y peligroso.
Era la cólera del español sentado delante del
tablero de su Olivetti. Manejaba el castellano con una solercia y
profesionalidad digna de los versos de Francisco de Quevedo.
Versificaba con gran
facilidad y en sus sátiras desenmascaraba a los necios: los Solana Madariaga
que presumían de haber sido represaliados por Franco en el bando republicano
demostró que los costales no eran tales, que el padre estuvo refugiado en una embachada
y desde el 1 de abril de 1939 fue rehabilitado en su cargo de funcionario.
Capmany esgrimía la pluma como un florete, todo un espadachín pero muy
supersticioso.
Tenía una habilidad excepcional para descubrir gafes y personajes siniestros o con mal fario
porque desde Roma había escrito mucho sobre la guija y el mal fario. Toquemos
madera, agárrate que vienen curvas.
Detectó el mal de ojo
en algunos ministros de Felipe González y en los Borbones.
Había que sorrapear
la vida española limpiarla de malas hierbas, manejando la azada y el escardillo porque irrumpía
acto de presencia la gran corrupción.
El sarcasmo de Jaime cuando sacaba la
guasca a pasear no dejaba títere con cabeza ni cabeza cubierta de zorongo por
muy importante que fuese el personaje.
Era el terror de los ministros; Fernando
Morán con su aspecto melancólico gran parecido a Valentín Tormos el actor que
representaba a Don Cicuta en el programa
de la tele muy popular a la sazón Un dos
tres y fue el que nos metió en el Mercado Común y la OTAN para ruina de la siderurgia,
la ganadería, la agricultura nacional (desde entonces vivimos de subvenciones
en el “buy you out” sin apenas
producción), los Solana, Paco Ordoñez y Tierno Galván padecieron en sus
personas el zarandeo de las acerbas invectivas del murciano. Pero aquel tiempo
pasó, los vientos se llevaron los estertores de la vorágine, yo no he querido incluirme
entre los grandes escritores de Arriba,
me colgó en teléfono, descanse en paz, ya nadie le recuerda. Es el sino de
muchos buenos periodistas.
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