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domingo, 31 de marzo de 2019

DEDICADO A LOPEZ OBRADOR ESE GACHUPÍN GTRAIDOR JUDEOMASÓN QUE DICE QUE ESPAÑA HA DE PEDIR PERDÓN. ESPAÑA SOLO SE ARREPIENTE DE AQUELLA CHINITA QUE HACÍA FRUFRU CUANDO HACÍA EL AMOR. LOS GENOCIDAS FUERON SUS AMIGOPS DEL NORTE Y POR ESO YA DIOCE EL ADAGIO POBRE MEXICO TAN LEJOS DE DIOS Y TAN CERCA DE USA


Pedro Menéndez de Avilés

VISITANDO una reserva de los indios navajos, invitado por el gobierno norteamericano  en 1978, bien que lo recuerdo en Arizona y recorriendo un desierto de cactus que se alzaban majestuosos e infernales en la distancia como  monumentos al dios Príapo dentro de aquel paisaje lunar, salió a recibirnos uno indio que al escucharnos hablar en español a un colega colombiano y a mí empezó a gritar:
-Castilla… Castilla.
Aquel indio y aquel escenario me retrotrajeron a un mundo de hacía cinco siglos cuando pasaron por allí los exploradores españoles a la búsqueda de El dorado, las fuentes de la eterna juventud así como Las siete ciudades encantadas de Cíbola.   Los descendientes de aquellos indios navajos, cortadores de cabelleras, las tribus más feroces, evangelizados por los franciscanos aun se acordaban. En medio del pueblo había una ermita rural con su espadaña entre cuatro paredes enjalbegadas.
Fray Junípero Serra un humilde franciscano cojo y todo porque pisó un escajo y se le gangrenó la pierna llegó hasta casi Oregón. Solía decir aquel pobre fraile menor  en su lengua menorquina “donde irá el buey que no are”.
Y a la pata coja  fue descubierto un continente; se cristianizaron la Florida, California, Nuevo México y aledaños de la cuenca del Mississippi que decían los conquistadores que habían estado en Viena defendiendo las banderas del emperador contra el turco “era río mayor que el Danubio”. En el Nuevo Mundo todo era grande: las montañas. Los lagos, las altísimas secoyas, los calores tórridos y los hielos de los inviernos frigidísimos. Los cronistas de Indias ya referían los estragos que causaban huracanes y ciclones de forma cíclica por esas latitudes. Latitudes inmensas que causan estupor y no se comprende cómo llevarse pudo a cabo tamaña empresa que algunos evalúan como la mayor obra que hizo el hombre después de la Creación que hizo Dios. Es lástima que nuestra narrativa o nuestro cine no haya abordado esta gesta desde un plano rigurosamente histórico. Nuestros historiadores siguiendo la pauta marcada por los anglosajones no hacen semblanzas sino caricaturas de aquellos esforzados capitanes, soldados, nautas, científicos estudiantes de la flora o la fauna de América, o simples misioneros.
La palabra “conquistadores” tiene connotaciones peyorativas, casi denigrantes, en el idioma de Shakespeare.
Debían de estar locos aquellos tíos que cruzaron ríos a nado o pegaron brincos como el de Alvarado al descubrir el cañón del Colorado en una de sus primeras incursiones den los Estados Unidos que ellos creían que será una isla. La quijotesca ínsula Barataria de Cervantes puesto que habían leído demasiadas novelas de caballerías.
 Posteriormente cuando bajé hasta la Florida y me encontré con el fuerte de San Agustín allí levantado para defender a la población indígena de los bucaneros ingleses y de echar fuera de aquellos territorios a los hugonotes del almirante Coligny esta fascinación fue creciendo al estudiar la biografía de Hernando de Soto y sobre todo  del Adelantado Pedro Menéndez de Avilés el asturiano que era el mejor navegante de su tiempo (condujo la expedición del rey Felipe II en sus nupcias reales con María Tudor y navegó aquellos mares vigilante de la flota lanera que iba desde Laredo hasta Flandes).
Bojó en su capacidad de Almirante de la Escuadra los mares cántabros desde  Finisterre a Santoña Dicho monarca le nombraría almirante de la Flota de Indias. Su cuñado Gonzalo Solís de Merás, nacido en la villa de Pravia, redactó un memorial en lo que se reflejan los hechos portentosos de la biografía portentosa del asturiano descubridor de instrumentos de precisión que ayudarían a los navegantes en sus singladuras y que inventó la zabra una embarcación ligera semejante al patache francés y al dinghy britanico mucho más versátil y maniobrera que el galeón para las singladuras sobre el Atlántico.
Los historiadores fijan el lugar de nacimiento de este lobo de mar en Santa Paya.
 Pero, al socaire de mis investigaciones sobre la vida en la España de los Austrias, descubrí sobre el dintel de una casa blasonada en la villa pixueta, convertida en pescadería, a la misma vera de san Pedro de la Ribera un escudo que cita Gómez Tabanera en su libro. Lleva un conjunto de seis cuervos pasantes, tres roeles, un bajel y, por remate, un lambrequín empenachado.
Siendo el caso a la vista de tales pruebas que Pedro Menéndez fuera nacido en Cudillero.
En el Archivo de Indias, que yo también cotejé, dando cuenta y razón en otro artículo, de Sevilla se cita como lugar de nacimiento la alquería praviana de Santa Paya. Que era el quinto de veinte hermanos y que don Pedro, que ya desde niño sentía la llamada de la mar. Su padre, al objeto de amarrarlo en Asturias, lo casa con una prima a los doce años─ en Valladolid con doña María de Solís─ y lo manda a allá a estudiar.
Sin embargo, la llamada de la mar era más fuerte que la de los libros porque como se decía en el siglo de oro los jóvenes españoles sólo tenían tres salidas: Iglesia, Mar o Casa Real esto es: hacerse curas, embarcarse en la flota, o ir a la corte a servir al rey. Se sabe que su expedición de descubierta de la Florida fue realizada en tres secciones; zarpó una de Cádiz, otra de Avilés, otra de Laredo y otra la Concha de Artedo una playa con mucho abrigo y donde había atarazanas de los carpinteros de ribera hoy desaparecidas.
En cualquier caso don Pedro Menéndez de Avilés resulta una figura poco conocida y minusvalorada entre nosotros, por aquello de la Leyenda Negra pero al que honran todos los años en Tampa y en Pensacola y en toda la Florida, el segundo estado más grande de la Unión, el día de San Agustín 28 de agosto. En honor al santo patrón de Avilés bautizó la nueva ciudad bajo su advocación. Católico a machamartillo y martillo de herejes, desalojó a los luteranos de aquellas tierras recién descubiertas del Nuevo Mundo librando a sus habitantes de las guerras de religión asoladoras de Europa.
El duque de Alba sí se lo había advertido al Rey Prudente desde Flandes instando al monarca a no permitir que aquellas tierras fueran evangelizadas por protestantes.

Fin del capítulo primero


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