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viernes, 8 de febrero de 2019

EL LABARO DE LA VERDAD ES MI ESTANDARTE


BIGOTERAS Y MARBETES

Encontré llorando a mi amigo Liborio a las puertas del convento: "qué te pasa pues" "Leí los cuadernos de fuego y quemé mi alma". "Vaya por Dios" "¿Y es irreversible?
Los lictores de las clases portaban las fasces (manojos de la gran insignia) del portaestandarte, yo llevé siempre el lábaro de la ignominia, y el gato de siete colas con las que azotaban a los reos.
Metí la vertedera de los recuerdos y me salió el cromo balón de mi infancia triste, llantos y fracasos, malos pasos de los que me arrepentí.
En 1981 viví unas navidades revolucionarias en Polonia y por la radio escuchaba las cartas desde América de sir Alistair Cook un inglesote de voz pulida y algo nasalizada.
En Montesana cerca de Betulia me prendió la justicia e ingresé en prisiones; el diablo andaba por allí. Cuando me llevaban los civiles yo escuchaba una voz interior que me acariciaba y decía: "Villeguillo, tienes que buscar a Dios dentro de ti". Hacía bastante calor. Era en pleno de agosto y las cúpulas y las torres de las iglesias hervían como sartenes.
En la celda hice lo posible por liberarme de mí mismo pero no podía evadir de la memoria el rostro de aquella mujer. Los presos gallegos habían organizado una queimada me invitaron y no fui. Sonaba en la galería de abajo el ronco fuelle de la gaita tocando muñeiras. Tristes fueron mis prisiones. Pasaba mis ocios en la hemeroteca del presidio donde había periódicos de los años 60. Me gustaba mirar las fotos que traía el ABC del canciller Erhardt que fumaba puros kilométricos, símbolo del desarrollo económico. Como soy fumador, en pipa las casas comerciales me traían sus brezos para que los desfogara. Luego se vendían a precio de oro aquellas cachimbas Dunhill, bien preparadas y desbastadas por nosotros. A los seis años cumplí condena y me vi a las puertas de la cárcel con mi hatillo en bandolera y el ancho mundo a mis pies. Aquel año emprendí mi viaje iniciativo subiendo por las peñas de la cordillera de la literatura, me asomaba a abismos desconocidos pero, como no tengo vértigo, salí indemne. Emprendí mi camino desde el penal de los Reyes hermoso paisaje de Valencia. Los mirlos ("ousel") saludaban al pobre vagabundo sin fortuna. ¿Adonde el camino irá

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