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miércoles, 13 de junio de 2018


LIEBANA MÁS CERCA DEL CIELO

Antonio Parra.

La luz de Liébana en mis ojos. Es atisbar el paraíso por el ojo de buey de mi celda. Mi monjío y mi mujerío juegan a la comba por aquellos tesos. Quisiera tener un catalejo de largo alcanzar para diquelar aquellas montañas nevadas e ingresarlas en mi retina para siempre. Sueño con ese dedal que el Naranjo de Bulnes visto por detrás por las puertas carreteras del cantabro mar. Entrada triunfal. Contemplo ese monte y musito el salmo de “et introibo ad altare Dei” y quiero caminar hacia el Dios de mi juventud. Me entran nostalgias del Paraíso.

La vida del hombre, su paso por la tierra, es en realidad un transito contemplativo entre las perplejidades las sorpresas los hallazgos las recias tormentas y las grandes calmas. Pero uno piensa al mirar este olimpo de las esencias patrias desde el hondón de este valle de lágrimas que allí no tienen entrada ni la muerte ni el dolor ni los siete pecados capitales.

Este macizo que da sombra a uno de los sotos más hermosos de España donde alza su espadaña una de las iglesias más antiguas del país acaso fue antes un monasterio [Santa María de Liébana.]

Se hinche mi corazón de esperanza. Uno siempre tiene ganas de volver a Potes, Tabor de las Españas el nido de águilas y guarida del lobo del pundonor y del coraje donde se lamen las heridas de su patria quebrantada los buenos españoles.

Ya ocurrió en 711 y volvió a pasar en 1808 y puede que a la sazón estemos a punto de otra de los demonios. No lo permitan ni el señor Santiago ni Santa María. Es allí donde el alma de todos regresa a su altar mayor, paraíso natural de las Asturias de Santillana hermanas de las de Oviedo pero que no son lo mismo. Hontanares y cascadas y cascajares de los antiguos glaciares que caen por el talud. Arriba la rengada del vaquerizo. Abajo la iglesuca con su campanil que reza arrodillada a la vera de un arroyo. Un autentico encaje de blondas que tejieron los dedos sutiles de la madre naturaleza. El paisaje es como el bordado de la valona de un caballero español de los Tercios. Esta es la comunión de los viejos hidalgos. Las casas solariegas llenas de róeles y de estrellas en su blasón se esparcen por el campo en lo que abarca la mirada.

Por aquí Dios pasó con ganas y con mucho brío de inspiración el día que separó los océanos de las montañas. Se agolpan sobre nosotros los gollizos, brincan los ríos como corzos, salta el salmón ribera arriba por el agua y los neveros se deslizan en pura lágrima. Soñemos, alma, soñemos.  Leo Peñas arriba  y de la mano del maestro Pereda- nunca hubo paisajista más grande en la literatura castellana ni se encuentran en nuestras letras páginas tan sublimes - rebrinco de gozo. España es un goce estético. Nunca lo entenderán algunos de mis cofrades. Una borrachera de vino y de luz. Batallas de amor y campos de espuma, que decía Góngora. El cielo y el mar se hacen aquí transparentes en la demosofía de la vida bucólica que perdimos sumidos en la civilización de ahora. Recordemos aquellos dichos y consejas del Juan Español resignado al amor de la lumbre con el humo de los llares en las pupilas. Aquellos chascarrillos que contaba la gente. Hablar redondo y pensativo. Literatura oral que se oficiaba en filandones y esfoyazas. Y en este túmulo de la España sagrada creo que encuentro mis rastros y mis orígenes.

El Bulnes nevado y es abril recubierto de los jirones de un alfomar que es helero hasta el mes de julio y dura casi hasta las nevadas del primero de agosto, resplandece en la distancia, el resplandor hiere los ojos. Agosto frío en rostro. Pero calor en el alma. Luz de Cristo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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