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jueves, 4 de mayo de 2017

daca la cola asturiano


CERVANTES Y ASTURIAS

DACA LA COLA, ASTURIANO. CERVANTES MÁGICO



Depresiones primaverales. La pantalla se va a negro y la acidia se instala en la cámara oculta del cerebro duélete todo y no aciertas a rebullir. Le ocurría a Graham Greene que se curaba mediante una dieta de dos mil palabras al día. Pushkin se quedaba tieso en su diván delante de su ventana miraba caer la nieve de Petrogrado.

 Nabokov jugaba a la ruleta rusa. Ah la neige d´autrefois de la cual hablaba el gran Villon. ¿Dónde se derritieron aquellos copos perdidos de la nieve del ayer?

El arroyo del destino se llevó los viejos amores. Sólo nos queda la palabra pero soy incapaz de enfrentarme a la tortura de la página en blanco y además en este mundo de frases hechas (con la que está cayendo… dicho esto… para nada… hecho puntual… la crisis, las tertulias radiofónicas, etc.) se aborrece la novedad, nadie puede ir por lo libre y la escritura se ha convertido en ejercicio fútil.

Entonces acecha el peligro de Erifos que es una deidad nefasta.

El diablo en la botella para conjurar el vacío es falso y tornadizo. Degenera y animaliza. Convierte al hombre en cerdo.

No te pique el alacrán, amigo mío. Echa a la espalda todo ese daño pospositicio.

Lo que pasó se fue y lo que fue ya no es.
Encuentro consuelo y cura en la relectura de Cervantes.

Releyendo la ilustre fregona se me viene a la memoria una frase de mi infancia: asturiano daca la cola, daca la cola asturiana. Es tanto como decir átame esa mosca por el rabo.

En el catón que aprendí a leer y en la clase de gramática venía este cuento que el padre Sanabria aquel claretiano bondadoso que vigilaba nuestros juegos, cuando organizábamos partidos de fútbol con dos equipos el de los Gurriatos y Galápagos y nos sacaba a la pizarra a declamar para que perdiésemos el miedo escénico. Aquel fraile nos enseñaba a hablar en publico y a leer en voz alta venía este enternecedor cuento.

La palabra Asturias se me quedó grabada.
Se trata de una historia de tahúres donde nada es lo que parece como en la vida misma. La trama se desarrolla en Toledo y narra los amores de la bella Constanza que servía en una casa de postín como criada pero no era tal criada sino la hija fornecina de un conde burgalés.

Entonces va y se enamora la muchacha de un aguador, Lope, asturiano que no era el tal mozo de dar cebada que acarreaba el agua por las pinas cuestas de la Ciudad Imperial cargadas las artolas de su jumento de cántaros y de botijos pues unos crían la fama y otros aportan el agua, sino nada menos que don Tomás de Avendaño hijo de un hidalgo montañés de las Asturias de Santillana. Cervantes juega al equívoco en esta fábula que tiene todas las trazas de las comedias de enredo del teatro del siglo de oro.

Todas con happy end. Se deshacen los malentendidos y la fábula acaba bien.

El autor del Quijote era un hombre optimista y consiguió guardar la mente ten con ten en medio de tantos infortunios: cárceles, exilios y amarga convivencia entre trajinantes, mesones, posadas, mancebías y ambiente del hampa puesto que en medio de sus muchos oficios parece ser que ocupó el cargo de trainel o palanganero que trabaja al servicio del escudero de un cohen. Cohen es una de las pocas palabras hebreas que quedan en el léxico castellano y quiere decir capataz, y en este caso proxeneta. Todos los macarras de la ciudad le tenían que rendir cuentas al más famoso cohén de los prostíbulos de Valladolid.
Es un cuento de tramposos. Unos aguadores cerca de la plaza de Zocodover en un lugar llamado Huerta del Rey se están jugando un burro a la taba. Las puestas eran tan importantes de hasta cien reales que no parecía que eran perailes sino arcedianos.

El aguador en pocos envites desplumó a sus contrincantes. El perdidizo se resignó con su suerte y acabó contrayendo matrimonio con Constanza.

Estos enredos puede que aburran al lector moderno pero constituían la base argumental de los libros de caballerías.

 

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