13
de septiembre de 1998
[I]
No tenía ninguna razón para estar intranquilo. Cierto que septiembre
suele ser un mal mes. El gallinero se alborota porque, de ser ciertos los
supuestos de que no somos más que química, las neuronas a Edmu (se llamaba
Edmundo, pero todos le conocían por Edmu o por Ed) se le agarrotaban, se le
iban a la empinada. Había días que no daba por su vida ni dos realines. Sentía
deseos de desaparecer. No haber existido. Arriba, en el sobrado de la memoria,
donde estaban arrumbados los recuerdos, ya inservibles, por trastos viejos, se
conoce que con el cambio de estación o los barruntos de la caída de la hoja,
las células recobraban su antiguo estado de sedición. Debía de ser el bicho.
Parezco muy sano y saludable por fuera, pero por dentro está el bicho. Ese
maldito bicho que no te deja ni resollar. El hurón - quizás sea un tejón, una
marsopa o una nutria, puede que un tigre - no me deja vivir.
Lo he tenido todo, pero he pasado por el mundo como una sombra
huidiza. Mira qué cosas tienes, hombre. No hay que tentar a Dios. Nadie está
conforme con lo que tiene. No te quejes, vives en la cultura de la queja. Mal
comedimiento. Just go and do it. Don´t take no for an answer. Be yourself. Claro que nunca tomé en cuenta tales consejos de personas que me
quisieron bien. Ella me amó. Supo amarme y entenderme como nadie me ha sabido
querer ni entender en este puto país, y me lo dijo en inglés. No supe
corresponderla. Su voz es un himno sacro en mi memoria. En los archivos del
alma están localizados todos y cada uno de los registros. Se nace y se muere
con el timbre, el acento y el canto de la amada. You just let pass the great
oportunities. When you realize what you have got then it is just to late. I
know you like an open book, Edmu. Todo ha pasado,
pero cada día que transcurre es un hito que recoge aquellos ecos misteriosos.
Sus interpelaciones tienen algo profético. Se ensalman las palabras. Sube el
incienso. Lejos de ella la vida ha sido un destierro, pero que quieres que uno
haga. Let bygones be bygones... I´ll see
you heaven. True? Then why shouldn´t I put my heaven into the oven or
something. Funciona cada atardecer y cada noche la mística del recuerdo. Mujer
triunfal ¿ por qué me abandonaste? Estúpido que fui. Se me dio una oportunidad
y la dejé pasar. Conmigo no sirve embargo la apotema de a lo hecho, pecho. Me
recreo en aquel mundo que dejé atrás y esta recreación me sirve de acicate de
supervivencia. Lidia, eras hermosa, verdaderamente hermosa. Aquellos ojos tuyos
siguen clavados en mí, los rizos, la boca pequeña y graciosa. No eras perfecta,
pero eras bella, tremendamente bella. A real londoner. Musito palabras claves
de los diálogos de un amor que no pudo ser. Los antojos del
Grimorio anónimo asturiano. Un antiguo manuscrito encontrado en un
hórreo de Cudillero.
Por Antonio Parra
MAGIA NATURAL Y FILOSOFÍA OCULTA
EL HALLAZGO DE UN
GRIMORIO
Si el siglo XIX es la centuria del entusiasmo romántico, y el XX vino
marcado por la histeria y la violencia, el XVIII fue un período de la razón
como exponente de todas las cosas. Las pelucas empolvadas y el enciclopedismo
rompen con un legado de la fe milenaria. Se nota un cansancio de todo aquello -
las guerras religiosas, principalmente que estigmatizaron el comienzo de la
Edad Moderna- y se buscan derroteros originales, aunque, por lo general, parece
la sociedad condenada a trillar siempre la misma parva.
Por el horizonte masas enloquecidas de descamisados aparecían con
hoces y rastrillos en la mano (es un
decir). A Robespierre le tocaba beldar aquella troje. Los vaciadores de París
afilaban las cuchillas de la guillotina. Se acababa el minueto. Roberto Clive
conquista la India para la corona inglesa. Casanova, un vulgar asalta cunas, como los ha habido en todas las épocas, se hartó de
seducir casadas y doncellas. En los
salones se tomaba chocolate y se bailaba al son del clavicémbalo. Pero ya a la
danza le quedaban pocos compases. Siempre fue así. No hay que fiarse de los
lenguajes cuando reina el eufemismo, que tiene querencia por las épocas de
cambio. No te empapes la cara con agua turbia. Cuando te hablan de paz, dejalos
decir, porque es guerra lo que quieren expresar.
Sin embargo, hubo pocas en las que la gente aparecería más sosegada y
no se avergüenza, de puertas afuera por lo menos, aunque de puertas para
adentro viese pasar su procesión, de su buen talante y de su vocación por
vivir.
En 1789 el Colegio de Jesuitas de Oviedo, sito en los aledaños de la
iglesia de San Isidoro, donde hoy se exhiben unos alegres vítores en su
mampuesto, pues es en sus paredes donde dice “se prohíbe jugar a la pelota” y
hasta han hecho un anuncio comercial sobre el Real Oviedo, al comenzar el curso
escolar, y para la Cátedra de Prima de aquella universidad, de la que corrió a
cargo el P. Benito Feijoo y que luego ostentaría el propio Leopoldo Alas Clarín[1],
se había recomendado como libro de texto un Tratado de filosofía natural y de
magia oculta de autor
desconocido, pero que debió de ser un autor importante de aquella época, nacido
en Asturias y muy probablemente sacerdote o religioso. Portada y frontis una
mano alevosa los desgarró y el nombre del padre de la criatura no aparece
reseñado.
El entusiasta e ingenioso autor
iba a toparse con el estro sardónico de un jesuita de Luanco. Este buen hijo de San Ignacio, faceto,
jaquetón y algo escéptico, de humor caustico en sus dicterios, acérrimo
defensor, mas sin pasarse, de las cosas en las que hay que creer y de la
ortodoxia producto del famoso cuarto voto (A Roma no me lo toquéis, caiga quien
caiga) va a mandar al limbo a este audaz centón tan compendioso como interesante.
Al leer el manuscrito yo me he imaginado al buen Padre de la Compañía
riendo en lo más íntimo de sus adentros. A las veces en sus puntillosos
“faroles” a mano con que ilustra la tipografía me ha parecido escuchar esa
carcajada de superioridad que sólo puede salir de la boca de un jesuita, que ha
olido el poste.
No le tiembla la pluma a la
hora de sospechar de san Isidoro, riéndose en sus propias barbas y haciendo
caso omiso de la relación que tenía con el santo, porque por aquellas fechas la
Casa de la Compañía estaba sita en lo que es hoy una iglesia dedicada al famoso
santo mozárabe. Condenada a galeras, esta Magia
oculta, con ese morbo
por lo prohibido, debió de ser la delectación de muchos adicionados a esta
disciplina.
En dicho centro enseñó Teología uno de los principales mentores que
tuvo la obra, tan polémica, por otra parte, denostada por unos y defendida a
capa y espada por otros, del imponderable benedictino, el P. Felipe Aguirre.
Luego estuvo el texto encerrado
hasta ser recuperado por mí en un desván o, acaso, en una panera a teja vana,
porque las hojas que guardan la marca del sudor de muchos dedos que han pasado
hoja. Los ratones del hórreo, que estaba bien alzado por las expertas manos de
un carpintero de ribera, que dejó inscrito su nombre en el dintel (Lo hizo
Lucas Fernández el año 1748) con sus buenos pegoyos de lajas de sílice hasta
que lo derribó una infausta noche de viento regañón a principios de los ochenta
del siglo que fenece, lo respetaron. No se aprecian marcas en la cubierta del
contumaz roedor, habitante, ay, ahora de las viejas casonas asturianas. Y ello
lo achaco yo a milagro, o que el “ratu” de mi casa solariega debía de pertenecer a la
especie de múridos doctos.
Peor enemigo fueron las goteras, que dejaron improntas de lamparones
en algunas páginas, pero el volumen se encuentra en buen estado y colijo que
debe de ser único. El frontis está arrancado o carece del mismo, lo que viene a
ser síntoma de la modestia del autor, o de su propia sabiduría porque siempre
se dijo que “el que sabe calla”. Parece
que se escucha el crujir de los pensamientos entre las columnas
acabadamente artizadas con ese esmero
con que nuestros antepasados cuidaban la edición, con esa veneración por las
letras de molde que tuvo siempre el pueblo llano, consciente de que con ellas
se le defiende, se le divierte o se le empapela. Salió, sin desencuadernarse, indemne de una
inundación; pero este pediluvio, como no acabó con sus páginas, y tropezón sin
quebranto doble carrera, lo volvería indemne a la hoguera; sobrevivió a una
invasión, a una desamortización, a tres revoluciones, a quemas y requisas.
En fin, este grimorio, lágrima viva y luz perenne de nuestra historia,
responde a su mismo título, pues por arte de magia o por chiripa, no ha sido
pasto de llamas, en medio de unas gentes tan proclives a empuñar la tea
incendiaria. ¿Por qué manos pasó? ¿Qué dedos lo retuvieron? ¿Quiénes fueron sus
dueños? ¿Qué vicisitudes o imponderables lo atravesó?
En esa ristra preguntas está
encerrado, por lo demás, el enigma de ese inmenso placer que sentimos los
bibliómanos cuando nos enfrentamos a material poco corriente, como el que es
del caso. Es golosina reservada a
lectores españoles que gozan por lo general de amplitud de campo pues aquí
siempre hubo donde escoger. Es mucho lo que se fue por la posta, y lo que
despilfarraron las generaciones, y que, como sentencia el trabalenguas, que yo
escuché a mi abuela:“ ¿Y de lo que te di? ¡Ay, con putas, madre, y con rufianes me lo
comí!”, todavía queda
un poco. Casi es cosa insólita que España siga funcionando a pesar de los
españoles, pero brinda tales sorpresas tan agradables para los que no tienen el
gusto intelectual descangallado.
Saboréenlo con gusto los paladares áticos.
Con todas esas interrogantes se
podría fraguar el hilo de una bonita historia como con el “Ceñidor de la mora Zenaida”,
pero ése es otro bien diferente asunto. ¡Complejos
avatares de fortuna deben haber
precedido su llegada a mis manos! Hago de esa peripecia gracia al erudito y al
bibliófilo. Sería largo de explicar. Lo bueno no necesita contraseña. Hay grandes libros a los que se les pierde la
pista y este puede ser uno de ellos, y
luego, al cabo de muchas peripecias, emergen de nuevo a flote. Por lo pronto,
sirven para llevarles la contraria a los que sostienen que en este país se ha
leído poco. De tanto manosearlo el mamotreto está desfondado, menos mal que las
guardas eran fuertes: de piel de becerro.
Todo en él de buena pasta: el autor escribe bien, aunque no se
considera un genio. Sin embargo en este país a los que más hemos debido más y
mejor casi siempre ha sido a los diletantes y escondidos. Huyamos como del
pedrisco de los monstruos sagrados a los que se envuelve con sahumerios que
quieren ser de incensario, pero que despiden siempre un tufo sospechoso de
verdad oficial y de palmada a la espalda. Es un humo de tartufo ahora que lo
pienso.
Joaquín Suárez Pola en sus
acotaciones rasgadas a vuelapluma y con una sonrisa en los labios burlona y a
la vez tierna acredita con creces el talante que da el haber nacido cerca del
Piles. Es Asturias una de las tierras
más risueñas de España.
El asturiano, aunque serio y
trabajador, suele en cambio mostrarse a
los demás con una sonrisa espática y dehiscente. Es un humor un tanto parecido
al inglés. El asturiano tiene en ese pelín que llaman ferrete o retranca los
gallegos y los ingleses “understatement” que les capacita para no tomarse a sí
mismos demasiado en serio.
Ninguna otra comunidad hispana
tiene una expresión que yo he escuchado con frecuencia en mis ambulaciones por
el Principado “cago en la mi madre”,que se suaviza aina sustituyendo el manto
por la mamá .
Ahora bien. No se fíen ustedes demasiado. Se podrá llamar hijo de tal a un gaditano,
pero espeteselo en los oídos a un entibador o barrenero de la cuenca minera, y
verá lo que pasa.
En la libertad verdadera no cabe el gesto adusto o el fruncido ceño.
El hombre ceñudo es de esos que siempre acaba por pegarle cuatro perdigonadas
al ruiseñor, y, cuando te preguntan que
por qué comete ese sacrilegio te contestará con la misma respuesta que dio un
cazador verdugo en un poema de Verdaguer:”Hoy
día los rosiñoles son los que primieru van a la olle”
No es lícito fragmentar a nuestra cultura entre lo negro y lo blanco,
como algunos pretenden. Entre izquierda y derecha, fe y superstición,
partidarios del Oviedo y del Sporting, quedan multitud de combinaciones y se
abren muchos matices, porque esas secesiones infaustas han sido el detonante
aquí de revuelcos sediciosos y de matanzas civiles. Para comprender - es un
ejemplo- el “Teatro Crítico” o las “Cartas
eruditas” de Feijoo, hay que hacerse
cargo precisamente de lo que combatía. Y aquello contra lo que se alza el monje
benedictino era mucho y bueno, aunque a él le causaran acidia y somnolencia.
Por eso desde su celda de San Vicente de Oviedo clama contra las equipolencias
tomistas y las razones a gritos de los domines defendiendo en las aulas y en
los salones de grados de los colegios, seminarios y noviciados un aristotelismo
muerto.
Feijoo reconoce que a veces carga la suerte. Se le va la mano. Tal vez como dice Martín
Gaite lo ue más cumpliera hacer sería con Feijoo quemar sus libros y a él
alzarle una estatua.
Había mucho y bueno en todo aquello que impugna y pretende destruir
con su demoledora piqueta.
Estaba recogido en estos
centones, que son remedo de las enseñanzas medievales de las sietes artes liberales,
el trivium y el quadrivium. Por eso en
este libro, tan libre, y nunca más de propósito un calificativo, todo está
envuelto, que no revuelto. El autor deja correr su pluma al desgaire. Es magia
que no cansa y su lectura no se hará pesada. No obstante lo que diga Verlaine,
el autor de raza tiene la obligación cuando se sienta ante su escritorio no
tanto ya de despilfarrar genio en cada renglón sino de conducir al viajero
lector con mano experta, como un buen espolique que conoce el terreno donde opera,
por la senda de la amenidad.
Nada de truculencias. Una obra
de arte consiste en un persistente viaje turístico o peregrinación santificante
por lugares desconocidos. El canto llano es más sublime que la Ópera.
Se lee de un tirón, aunque el
amanuense no sucumba a veces a la tentación de acotar sus “faroles” al margen
que constituyen, en buena parte, la enjundia de la obra.
Asturias, abanderada de la Ilustración, fue siempre tierra liberal,
risueña y a la vez misteriosa como ya hemos dicho, opima y bien sazonada como
pregonaron sus ingenios. En ella las virtudes y defectos de lo español están
multiplicados por dos.
Es un camino-el de esta
trayectoria crítica- que inicia desde el monasterio de San Salvador aquel
fraile benito orensano y que prosiguió Jovellanos, fautor e inspirador
principal de la primera constitución de 1812 que tuvo España, y alcanza un
largo trecho y tiene grandes continuadores como Clarín, Palacio Valdés, Pérez
de Ayala, hasta concluir en la gran escuela de literatos y de periodistas con
que ha brillado el Principado, y que en Madrid allá por los 60
englobábamos bajo el título genérico de
“Los de Oviedo”:
Avello, los Cepeda, Carantoña, Pérez de las Clotas,
J. Ignacio Gracia Noriega etc.
Las brisas asturianas han dado
abundante cosecha de comunicadores o
brillantes radiofonistas como J.L. Balbín o Manuel Antonio Rico.
Nada surge en la naturaleza por generación espontánea. La semilla
había sido plantada mucho antes.
Las trescientas cuarenta páginas de texto a doble columna, en papel
fuerte, oscurecido en sus cantos y guardas por la huella del pulgar de los
estudiosos que dan en chafarrinones sobre los cantos, restos de picadura de
tabaco traído de Cuba que conservaba su aroma perfumadora del libro al cabo de
dos siglos, y alguna roncha color marrón por quemadura de cigarro, ofrecen un
estado de conservación formidable.
Cabría agregar que, si los
ojos dejasen impronta en aquello que miran, habría que suponer que dejan un
poso de desgaste. Es como una estela invisible que se adhiere a las guardas de pergamino, con diseño a doble
columna. Un aura magnífica. La que es congénita a toda obra de arte. Cada
capítulo se abre en el pórtico de letras capitulares de bella traza. Todo en
este volumen avala un profundo
conocimiento de las artes liberales.
El libro viene a resultar un centón que se ocupa de lo recopilado
hasta entonces de la magia blanca, ya que la “negra” o lo que denominaban los
latinos defixio o nigromancia, ha estado siempre prohibida
por la Iglesia. De esa “defixio” abomina desde un primer momento el autor, por lo que
cabría la ambivalencia de que nos ibamos a encontrar con un manual de
nigromancia. Y nada más lejos. Con el diablo no hay trato. Eso conviene tenerlo
muy presente desde el principio. Hay poca correlación entre el título y su
contenido. Los partidarios de los sortilegios, aojamientos y conjuros se van a
llevar un chasco.
Pero ¿ qué magia más sorprendete, qué mayor milagro que el que nos
brinda todos los días la naturaleza?
Su autor hace un intento por explicar las complejidades de todo esto,
en un deslumbrante ejercicio de erudición que nada tiene que ver con la
pedantería y el circunloquio al que nos tiene acostumbrados el retoricismo de
los post modernos. Cada palabra va a misa y sedimenta en la semblanza de un
bello libro de ciencia rudimentaria y primitiva que se lee igual que una
novela.
Estudia los fenómenos de la
naturaleza, las mociones interiores del espíritu, tratando de reconciliar
revelación con el hecho objetivo.
No sabemos la razón por la cual el libro es rechazado por el censor o
usuario que nos ha dejado sus señas por medio de sus acotaciones al canto y a
las veces suscribe y rubrica con su propio nombre y firma (Joseph Joaquín Suárez Pola S.I., natural de Luanco) y, que, iniciado en el empirismo metodológico,
debía de poseer una mentalidad científica, a juzgar por las tiernas apostillas
hilvanadas al desgaire en letra elegante muy apretada y atinados comentarios a pie de página, a lo
largo de los cuales muestra su aborrecimiento de la superstición, teniendo en
alta estima a otros autores como Jovellanos y Feijoo que la combatieron, o el
orgullo con que se refiere a su patria chica, Luanco. Todo eso lo acertamos a
deducir por los brevetes de colofón en tinta roja.
Dicen que por los hechos los conoceréis. Pues bien, casi seríamos
capaces de describir al sujeto: un jesuita asturiano, listo y guasón. En cuanto a lo piadoso, nunca más
allá de lo establecido. No es un visionario, sino un práctico, y, habida cuenta
de su congruencia deductiva, mucho más suáreciano que tomista. Revela un cierto
orgullo de Orden y de privilegio de casta. Debía de saber mirar por el hombro a
sus semejantes, pero muy afincado en lo suyo, muy amante de su tierra, con
tendencia a lo experimental y empírico. Iba en su linaje. Los Suárez Pola sería
una familia de industriales y banqueros que iniciaron el comercio con Cuba y
las provincias de ultramar. En su ascendiente comienza el principio del
capitalismo y del desarrollo industrial en los que esta región estaría en vanguardia.
Es una concepción moderna de la sociedad.
Las anotaciones que hace sobre la hulla y otros minerales son muy
significativas al respecto.
La magia natural es una rama del Árbol de la Ciencia que enseña a
practicar y ejecutar obras exteriores. Dice que Adán, una vez expulsado del
paraíso, enseñó este arte a sus hijos para vencer a las “fuerzas oscuras que nos gobiernan”. Es la más humilde de todas las que se enseña, por lo que puede
resultar un híbrido de fabula y de dato demostrable. Su propósito tiende a la
“construcción de la casa de la sabiduría”.
Nos informa acerca de cómo fue Salomón el primero que empieza a
preguntarse sobre la eventualidad de que haya un dios de la maldad. Al efecto
se le ocurrió inventar un anillo que sirviese de talismán. Se trata de una
dualidad ineludible.
El sello salomónico, con dos
triángulos en contraveros, el primero apuntando hacia el cielo y el otro hacia
el infierno, constituye el mejor salvoconducto para librarnos de los millones de demonios que van aéreos. Esa creencia
se impartía en las aulas catedralicias y universidades durante siglos.
Aquí el pendolista hace un movimiento de escéptico con la barbilla y
apostilla:” ¿Vistelos
tú? Yo tampoco”.
Sea.
Por lo visto, Nabucodonosor, al
arrasar el templo de Jerusalén, nos privó de uno de los mejores y más puntuales
filones bibliográficos sobre nigromancia que hayan existido. Salomón era entre
otras cosas un esotérico. Había conseguido hacer un catálogo de todos los
animales que vivían en la tierra y había dispersado este su conocimiento
naturalista a lo largo de más de cinco mil libros que llegó a redactar de su
puño y letra.
Nada tiene que extrañarnos esta abultada numerología. Estamos en la
época de los titanes, cuando los hombres llegaron a vivir cerca de un milenio.
Salomón pasaría de los seiscientos, pero Adán se había acercado a los
novecientos y Matusalén, casi tocó con los dedos esa cifra escatológica del
mil, porque murió de novecientos bien corridos.
Las cosas se toman “ab ovo”.
Los orígenes del globo terráqueo son importantes, pero así mismo lo es
el de los nombres, porque las palabras inician las cosas. In principio erat Verbum.
¿ Salomón, padre de los alquimistas, practicante de
la magia inocua, o defixio, el primero
que se atreve a instituir el trato con el Demonio ? ¿Es el padre del Fausto?
¿Sería verdad que toda su sabiduría y la magnificencia de su templo recién
batido fueron debido al pacto que hizo este rey israelita con Satanás?
Ahí nos quedamos en la vaga pregunta.
Convendría estudiar algunos de sus apotegmas, pues fue el primero que
escudriña la verdad sobre la mujer, advirtiéndonos que la vida de ellas es puro
hechizo. Semejante salida de tono no la refrendarían hogaño las feministas,
pero el Anillo de Salomón está la clave: su autor se lo puso al dedo para
pechar con las malas artes de la mujer, pues viene a decir que ésta es de
naturaleza diabólica. Esta idea pesimista flota sobre sus versos sapienciales.
Y la cosa llegó a tal extremo de bizantinismo que los escolásticos gustaban de
debatir sobre si la mujer fuese un ser racional, tenía alma en el cuerpo, porque algunos
autores no otorgaban el título ni siquiera de ser humano a sujetos de sexo
femenino Toda una advertencia sobre la tendencia al mal que padecemos los
mortales como consecuencia directa del pecado de Eva.
El tener en menos a la mujer pertenece al acervo de creencias
culturales del mundo judío, que recorren todo el antiguo testamento, y de las
que se hace vocero el apóstol Pablo cuando manda callar a éstas en la sinagoga
y recomienda que lo mejor que pueden hacer para salvarse es tener hijos y
cuidar del marido.
El autor de este tratado, a la vista de sus profundos conocimientos
talmúdicos así como la simpatía, exenta de toda apostilla antisemítica, que
muestra hacia los judíos, debió de ser descendiente de conversos, pues asegura
que los judíos-tesis que refrenda Mariana- han sido siempre muy numerosos en
España, que el rey Tubal era miembro de la Tribu Perdida del pueblo de Israel,
la decimotercera. Por esto no cabe argüir a los judíos españoles de pecado de
deicidio, porque éstos vivían antes de la primera venida de Jesús y que su
presencia en la península fue directa consecuencia del repartimiento de las
diferentes tribus por toda la tierra, después de la confusión de Babel. ¿Habla
un marrano?
Acerca del nombre de España, sobre el cual tanto han disputado los
autores a lo largo de los siglos, viene a decir cosas bellas. Se embarca en las
colaciones que elaboraron en su día Tito Livio y Estrabón. No es ya meramente
la tierra de conejos, sino “spanion”, que en griego significa “lo admirable”,
aunque acepta que bien pueda ser la “región del dios Pan”, que venía a ser
Dionisio, el rey de la fiesta. Pocos pueblos podrá haber tan festeros ni que
tuvieran por costumbre venerar a sus dioses de tradición.
Por esto, tanto nos peta la jarana,
apunta el amanuense.
Tito Livio llama a España “ prima initia provinciarum” (la cabeza de
nuestras provincias) y luego pasa a estudiar la proposición de si nuestro padre
Adán, que vivió 930 años, pudo venir a España en uno de sus numerosos viajes
por el mundo, y, como consecuencia de uno de sus frecuentes concúbitos con
mujeres del lugar, repoblar estos pagos, ya que, oh prodigio de la naturaleza,
él fue padre de todos en todo, por lo que “padreaba” bien. A un semental
madrigado no hay que decirle nunca lo que ha de hacer, pues es la naturaleza
madre y maestra. El médico no tenía que recetarle “viagra”. Entre sus muchos
vicios y defectos, que nos han deparado a todos la muerte a causa del pecado,
no figuraba por cierto el de la impotencia. Mucho
se sabrá el día del Juicio...
En su afán de tenernos al corriente de todo, el escriba nos habla ya
de una España como nación y como pueblo de pueblos, orgulloso de sus usos y de
sus costumbres y de talante quijotesco. La verdad caiga quien caiga, y más por
el “fuero que por el huevo”. El honor y lo justo por encima del interés
material, incluso la fe. Del rey abajo ninguno. El centralismo de los Borbones
y la política manirrota de los últimos Austrias acabó con esa taxonomía
ancestral. No habían hecho acto de
presencia los movimientos carlistas que tanto han envenenado la convivencia
española. Tanta claridad puede resultar
hasta chusca pero los pronunciamientos vertidos por el anónimo escritor, tan de
cajón, no tienen vuelta de hoja, aunque, ahora, dos siglos y medio de que se
diera a la estampa este grimorio, quieran enmendarle la plana al Rey Sabio de
cuyos labios y de cuya pluma saltó el primer grito emocionado de loor a España.
Digresiones aparte y esmerado por la senda de las etimologías, que
fueron tan importantes para San Isidoro, reflexiona sobre los nombres
originarios, e indaga en lo profundo del laberinto español. El nombre de España le trae a la memoria el
de Jano. Con arreglo a la ciencia mitológica, Janus era el alfa y la omega, el
que guarda la entrada, principio y fin de todas las cosas. Las columnas de
Hércules estaban en el templo de Jano.
Los garceos[2] o
vascos llamaban a su dios central “Iaumgaicoam” y este nombre se hallaba
esculpido en las columnas de Jano que fueron encontradas en Córdoba en 1635.
Eran 1200 columnas de jaspe que habían sido aprovechadas por
Abderramán en 789 para adornar el mizrá central de la mezquita de Córdoba. Es
posible que Jano sea Alá, el dios incierto, el
deus absconditus que tenía reservado un altar en el templo de
Afrodita.
En el Tetragrámaton se observa que, para llegar al conocimiento de
Dios, hay que afianzarse en un camino de exclusión, o definición de aquello por
lo cual no es el ente supremo: invisible, inefable, inabarcable y desconocido;
ignoramos su nombre.
Pablo afirma que habita una luz inaccesible e inescrutable y Séneca,
que fue amigo del apóstol de los gentiles, refiere que el culto a ese dios
desconocido lo habían tomado los romanos de los hebreos, los cuales nunca se
atreven a denominarle por filiación suprema sino mediante rodeos y ambages,
pues le llaman “Adonai”,” Yahwé”, o “Eloím”, sin que jamás lo mienten de forma
expresa.
Preocupado con el tema vasco ya este escritor de mediados del XVIII
como una de los pasadizos secretos del laberinto español, nos pone en
antecedentes. Señala con Mariana que los vascos eran ferocísimos, orgullosos e
independientes porque eran del linaje hebreo. No le tiembla la mano ni su brío
descaece cuando llega afirmar su ascendiente semita. Salomón cobraba tributo en
Tarsis (Cádiz) y el número de hebreos que habitaron Hispania llegó a ser muy
elevado, casi un setenta por ciento de la población. Y se arroja al ruedo con
un dato: un millón de judíos echaron los Reyes Católicos de
España en 1492.
La cifra que da El Cura de los Palacios, cronista
del s. XV es muy inferior y hay autores que supone que no fueron ni veinte mil
los que salieron hacia Portugal.
Al igual que los judíos, los vascos nunca aceptaron el yugo romano, y
de hecho, cuando el año 70 fuera Jerusalén arrasada por las legiones de Tito,
serían no pocos los Israelitas que acudieran a Hesperia, la tierra del Véspero,
el Jardín de las Hespérides, el “finis terrae” donde se alzan las columnas de
Hércules, para ellos Sefarad.
El
día de nuestra Redención aparecieron en España tres soles, era señal que
mostraba la voluntad de Dios, que quería a este país por mayorazgo suyo.
El centurión de la crucifixión era sevillano. Había nacido en
Hispalis. Fue el primer convertido de la gentilidad y el primer hombre al que
se concedió el privilegio de la fe: “Verdaderamente,
Éste era el hijo de Dios”.
No son datos casuales, sino que esconden una latente intención, como
si fuera un signo bíblico. España no es una nación como otra cualquiera.
En esta recopilación o digesto de conocimientos transmitidos o
experimentados, después de abordar los diferentes nombres de Dios, pasa a
referirse sobre el culto del Zoroastro de los caldeos, que asimilaron los
latinos a Júpiter y era el Zeus para los griegos. A su arrimo se origina la
magia en la antigüedad. Más de treinta mil advocaciones del dios sol, pues
sabido es que la cultura etrusca era heliocéntrica, llegó a haber en Roma. Para
contrarrestar la acción benefactora de sus rayos y abierto semblante al mundo nació el culto
selenita inclinado por la luz refleja y cadavérica de un planeta muerto. Se
trepa por un tortuoso sendero de comparaciones. El estilo es ágil y rápido y de
un interés por lo apasionante de los asuntos que trata y cómo los aborda que
parecen haber sido redactados exactamente ayer. Es un dúo. Entre la luna y el
sol. Entre escritor y censor. Las tinieblas y la luz libran un recio combate,
en el más puro método peripatético de preguntas y de respuestas. La ciencia
antigua era retentiva, se contenía en digestos y rehuía la especialización- todo está en un
totum revolútum como un cajón de sastre - en la creencia de que el conocimiento
ha de ser total y tendrá que ser abarcado de forma indivisible. El que escudriña se ve compelido a una
especie de monologo interior, sujeto a contradicciones. Es una pena que la
palabra magia de origen persa y cuyo significado es embrujo haya sido
manipulada tantas veces y confundida con la hechicería; en su primera acepción,
entraba en el feudo de la ciencia especulativa. Entronca con el culto al
Zoroastro, celebrado por los flámenes caldeos, sacerdotes revestidos de
casullas y altos gorros como las ínfulas, el albogalero de los sacerdotes de
Júpiter y la mitra, distintivo de autoridad y que se denominaba cidaria. Magos
eran los constructores de pirámides, practicantes del ocultismo. Ellos fueron
los primeros, y no los rabinos -toda un designio misterioso en el cual Dios
rompe su pacto misterioso con Israel y se abre a la gentilidad- en conocer el
nacimiento del Mesías. San Cirilo de Alejandría recuerda que el calendario
cristiano se abre con la Epifanía, una fiesta que se celebraba entre los
primeros cristianos ya antes que la navidad. Unos magos habían observado una
estrella y vinieron siguiendo su rastro hasta Belén desde la Arabia Feliz. La
sabiduría del verbo transformado en carne humana elige a los adoradores de
ídolos y deja fuera precisamente a aquellos que con tanta expectación
aguardaban la llegada de su Libertador. No puede ser fruto de la carne ni de la
sangre la Revelación sino que resulta ser obra del soplo que vivifica el
Universo. En este sentido, San Isidoro, siguiendo esa tradición de los persas,
se considera una especie de primer mago cristiano, un ser libre que especula.
La mayor parte de su extensa obra se orienta no tanto al conocimiento de las
Escrituras y su explicación al pueblo, sino al conocimiento de la ciencia.
Llevó a cabo algunos inventos y nos da noticias de una flora y una fauna hoy
perdida como el árbol de la vida, o un pájaro misterioso animal doméstico de
compañía que cantaba cuando veía amor en las gentes, o se moría de pura pena,
cuando un amante le era infiel a otro. Asimismo, con sus poderes alquímicos,
consigue inventar una candela que, una vez encendida, nunca podría apagarse.
Pero el P. Joseph Joaquín no se lo cree: Que Santa Lucía nos conserve la vista
y nos la aclare, porque jamás hemos tenido noticia de esta clase de vela, como
no sea la simbólica de la Fe. El cronista erre que erre: “Pues esta lámpara de
suavísimo olor inconfundible estuvo guardada hasta hace poco en el catedral de
León. Era de piedra asbesto, material ignífugo que nunca se consume”. Y siguen
las referencias de hechos curiosos. Hay en la India un pájaro al que llaman cadario que tiene las mismas propiedades que el basilisco
que, si mira a uno cara a cara, es señal de vida, y, si de través, es señal de
muerte. Ya; le ocurre lo
mesmo que ami P. Rector, que es bizco.
El sujeto en cuestión no debía ser alma de la
devoción del amanuense, porque en otra ocasión, hablando de orejas en otra
ocasión, nos hace saber que las tenía también importantes. Pero la retahíla
continúa, con las referencias a una cabeza parlante (obsesión medieval de la
Esfinge) que sabe decir sí o no, como Cristo nos enseña. Todos los
cibernéticos, que han estudiado estas referencias, lo consideran el origen del
ordenador. La llaman la Testa de San Alejandro
Magno, la cual, a su vez, encuentra un anticipo en un
artilugio descubierto por el papa Silvestre II el año 1000 y que fue instalada
en algunos conventos templarios. Cuando se le inquiría de algún asunto
contestaba afirmativa o negativamente. Se dice que Abel escribió un libro sobre
las virtudes de las plantas, pero el pendolista no se muestra impresionado por
el celo del escribidor de este grimorio, que se lee de un tirón y crea el
interés de una trama interesante con poderío de intriga para atrapar la mente
del lector, por retrotraer a la terapéutica al hijo de Adán y Eva, asesinado
por su hermano con una quijada de asno. Pero Abel, representante de la bondad
intrínseca o de esa energía positiva que imanta a la naturaleza, se nos muestra
como un heraldo de la esperanza. No se trata de una idea descabellada, en
oposición a su hermano fratricida que encarna la envidia, la enfermedad, el mal
de ojo, la “defixio”. Caín es el padre
de la mentira, la primera víctima del instinto de violencia. Abel, por el
contrario, encarna la magia blanca, el deseo de paz y de armonía. Lo
positivo. Suárez Pola se pregunta si en
los tiempos patriarcales hubiese sido inventada la escritura. ¿ Sabía escribir?
Libro singular éste de Abel, y más mentiras. Pero sigue deslumbrado por esa candela isidoriana,
lámpara de Aladino, de pábilo indestructible, que ilumina la noche oscura de
los tiempos. No es más que un símbolo del conocimiento desde la fe. Su luz
nunca bañará los ojos de los impostores, los falsarios, los torticeros. La
verdad es la luz. La mentira, el caos. Por eso, los embusteros siempre acaban
mal. La palabra es el peldaño de esa inmensa espiral de la escalera de caracol
especulativa. Será el arma con que serán
vencidos los hijos de la noche. No hay que tener miedo al error, ni tampoco a
la posibilidad de equivocarse. Por eso son tan importantes las etimologías.
Isidoro las utiliza como vehículo mejor del conocimiento. El origen de las
palabras y la lexicografía son como el pájaro “cadario”que si mira de frente es
señal de vida y, si los tuerce, es garantía de perdición; los préditos morirán. Dios es la verdad y la vida y sólo
es posible contemplar su rostro a partir de las grandezas y misterios de la naturaleza.
El universo es el sello de artífice. El orfebre muestra sus habilidades en la
joya tallada por sus dedos.
Spinosa había predicado hacía un siglo ya esto. Dios está en todos los
ámbitos y todo constituye un reverbero de esa luz rutilante de la candela
entrevista por San Agustín y por San Isidoro.
Era el panteísmo nada más que una reminiscencia platónica. Por formular
esta tesis tacharon a Baruch Spinosa, aquel sefardí de Amsterdam, que pensaba
en estas cuestiones, mientras tallaba el diamante y fumaba en pipa, bendito de
Dios, fue descalificado como hereje y lo llegaron a expulsar de la sinagoga.
Isidoro, Agustín y San Buenaventura tuvieron un poco más de suerte. Ganaron un puesto en el catálogo de los
santos, pero así es la vida: llena de contrasentidos, trufada de paradojas. Sin
embargo, ortodoxia y heterodoxia, por encima de las sinrazones y prejuicios, se
dan la mano para avanzar por el camino del conocimiento. De la verdad al error
o de la gloria al infierno no hay más que un solo paso.
El positivismo y las ciencias
comparadas tienen su entronque en esa concepción panteísta de la divinidad
mirandose en el espejo de sus propias obras. Los enciclopédicos a lo Diderot y
los retóricos a lo Boileau son feudatarios de las etimologías isidorianas y de
las lucubraciones de aquel genial sefardí de Amsterdam, genio incomprendido y
envidiado que predicaba el método inductivo: de los sentidos hacia la primera
vibración y del alma de las cosas al alma del creador. Hay que establecer
categorías, predicar paralelos, hacer una relación de cuanto nos rodea. Hay que
estudiar, cotejar, experimentar, porque lo grande está en lo pequeño y el
microcosmos no es sino sucursal del microcosmos.
Los árboles y las plantas son
los abanderados del gran sello. En la isla del Hierro hay un árbol (debía de
estarse refiriendo al drago) que vive mil años y destila agua. Pregunté esto a un canario y díjome ser falso lo de exhalar lágrimas,
porque no es frecuente que lloren las plantas, por carecer de ánima, pero
cierto en lo de arraigarse por tan largo espacio en la vida. Pregunté a un
indiano y dio respuesta afirmativa. En las Indias hay árboles que dan vino y
pan. Non capio[1].
En todo grimorio debe de haber referencia a las brujas, porque durante
toda la edad antigua se venía creyendo que el Cabrón o diablo tenía concúbito
con algunas mujeres y de esta cópula
nacían seres extraños. Los demonios son híbridos de hembra humana y de macho
cabrío, y, con frecuencia, la resultante de una unión contra natura, pero
Suárez Pola, sardónico y algo descreído apostilla:” Eso del concúbito nefando no es fácil practicarlo. ¡Qué asco! La tierra es esférica y Dios hizo al
hombre del barro. No somos más que tarquín, puro lodo, formados a partir del
ops[2]
telúrico. Humus feraz que sustentan las cosechas, y, por ende, lo imprevisto,
el humor, la alternancia. La naturaleza es el estrado o
asiento de los pies del Altísimo, porque en las cosas que Él toca o los caminos
por los que vaga, inescrutable e impenetrable, resplandecen las pisadas de la
infinita sabiduría. En las cosas deja señales de su amor. Por espetarlo así de
claro quedó proscrito Spinosa, pero el panteísmo ahora ya no suena a herejía.
Los sabios, los santos y los grandes pensadores escriben al dictado de esa
divina armonía. Para comprenderlo hay que ser un iniciado, e implorar el
auxilio de la Madre de los Vivientes. Todo viene a ser aquí fruto bendito de Vesta, engalanada de rayos de sol y que se “viste” con la
hermosa librea de la fronda florida. El rayo de Júpiter fecunda su útero
excelso. Todo esto nos recuerda aquel “sin
romperlo ni mancharlo” utilizada por el P. Astete en su catecismo para
explicar el misterio de la Encarnación. De otra forma: el cristianismo no
podría ser sin esa veneración de la hiperdulía. Ella desjarretará al dragón,
porque triunfó de la sierpe, vencerá a la muerte. Comprobamos, pues, la
maravillosa analogía latente entre la Mujer del apocalipsis, vestida de sol,
como Vesta, y calzada de luna, y la forma en que se representa a esta Vesta
romana, que no era sino la diosa Cibeles de los griegos, sentada en una carroza
-idea del movimiento y la mutación constante, porque la rueda de su carro no es
sino la redola o rota céltica, el círculo infinito, cuyo epicentro siendo
inamovible pone en movimiento las demás cosas- triunfal que tira una yunta de leones
domados, porque toda la fuerza bruta ha de quedar rendida a sus pies.
Porta en la diestra una llave que abre la caja de los misterios, y un
atabal o cetro a siniestra que la vuelve imperiosa y temible. La corona en
forma de torre que ciñe sus sienes nos da idea de su realeza. El carro es la
mudanza y la continua sucesión. El símil no puede ser más feliz. Parece un
exorcismo contra la superstición. El autor, a estas alturas del libro, se
declara admirador del P. Feijoo, quien dedicó todo su Teatro Crítico a combatir
los agüeros, tan abundantes en la Asturias de aquella época. Es más; avanzando
en suposiciones, cabe la conjetura de que “La Historia de la filosofía natural
y de la magia oculta” fuese fruto encubierto que naciera de la pluma del famoso
benedictino gallego, porque la timidez y escaso deseos de relumbre, así como la
parsimonia de buen acuerdo que trasciende toda la obra no podría deberse sino
al cálamo iluminado de algún monje. El verdadero místico rebosa salud. En la
cordura de los centones medievales se hace gala de ese estado de ánimo
propiciado por la seguridad en la fe, muy lejos de las torturas y angustiosas
de la Modernidad. Por eso, este libro puede que decepcione a los que buscan el
morbo de lo paranormal; rezuma esa sensatez de Feijoo, al que su hábito le hizo
monje. Y monje libre, nada cursi, afincado en la razón, y desdeñoso con la
locura: “Tiene la ciencia sus hipócritas, no menos que la
virtud, y no menos es engañado el vulgo por aquéllos que por éstos. Son muchos
los indoctos que pasan plaza de sabios”.
Esta andanada contra los sucedáneos que tanto molestaban al indómito
benedictino disparando bengalas desde su tronera en el convento del Salvador,
ya en la escala de la inteligencia ya en la de la santidad postiza, va a ser el
baremo de este buceo en el abismo de las fuerzas escondidas. Feijoo no
aguantaba a los majaderos. Parece sangrar por la herida que tanto le hizo
padecer y era lo que denominaba Unamuno la “roña del claustro”, esto es, la
envidia. Su andanada era contra la estulticia de los malos teólogos erigidos en
árbitros del acontecer. Quizás le debamos a Francisco de Suárez esa pasión
conceptista por lo inane. Siglos más tarde, Santiago Ramón y Cajal explicaba la
decadencia española y su desfase con Europa a causa de las características
orogénicas del país tan montañoso y
oligohídricas. El secano, aquí hay años que llueve tan poco. Para Joaquín Costa todo
era cuestión de escuelas. Otros achacaban este retraso y otros al catolicismo
inmovilista.
Sin embargo, a pesar de tal
frase, con la que Feijoo demuestra que tira a dar (todos sabemos quiénes eran
los que tenía bajo su punto de mira), en España hubo verdadera ciencia y
también verdadera santidad.
Al igual que el planeta Tierra, la sabiduría y la virtud celan su
semblante a las miradas de aquellos que hacen alardes de haber encontrado la
verdad. Ésta no se sabrá del todo, porque es una sombra que se prolonga al
infinito como el rostro del Señor.
En todo escritor de raza alienta el anhelo de alcanzar el origen
cosmogónico, de saber las causas, de parcelar la realidad, descubrir el
entramado ontológico, de establecer categorías. ¿Por qué la Tierra es centro de
sí misma? Porque el centro es indivisible. Por eso mismo, para cortar una
hemorragia lo mejor es un puñado de tierra; ésta detiene la sangre, al ser
seca, fría y gruesa. Las tierras gruesas sirven para cultivar trigo, y las
delgadas, cebada. El polo de gravedad depende de sí mismo.
Luego, el escritor pasa a preguntarse cómo surgió Europa, dividida en
34 reinos. Su nombre le viene de a hija de Agenoron, rey de Fenicia. Dentro del
mapa del Antiguo Continente, se distingue, igual que cabeza de dragón, de
ferino semblante y ríspido, un aspecto engañador, pues oculta la amenidad y
clemencia climática (leer la Loa de Alfonso X) la Hispania. Como cada uno tiene
una percepción diferente de un mismo hecho, algunos ojos no miran para un
dragón sino para la testuz de un bóvido en ademán atacante. Ahí se dibuja esa
“Piel de toro” de nuestras dulcedumbres y pesadillas.
El cuello de este animal mitológico sería la Francia, el cuerpo,
Alemania, y las alas del basilisco alado serían Italia y el Queroneso, pues así
le parecía a Estrabón que fue el primer cartógrafo.
De Cádiz a Cabo Peñas, observáramos que España no es afligida de sol violento,
como el África, ni sujeta a intempestivos vientos de la Galia, ni región tan
nebulosa como Albión y la Hibernia. Opiano alaba a sus perros, pero hay muchos
que la consideran tierra de conejos. Para algunos autores es España la
residencia del dios Pan. ¿Será por esta causa por lo que a los hispanos nos
agrada tanto la fiesta?
Asia, por su parte, recibe su denominación originaria por ser Asia la
diosa hija de Océano y de Thais, la que fuera, a su vez, esposa de Jezabel.
Dentro de la configuración asiática, resalta el seno arábigo, rico en incienso,
en mirra, en “gutta” y casia y otras maderas preciosas. Asia es el continente
oloroso que se desparrama hacia la “Arabia Feliz”, pero hay otra Arabia Pétrea,
aposento de los grandes desiertos. Allí en las cuencas del Eúfrates y el Tigris
debió de estar el paraíso terrenal, del que ni rastro queda.
Continúa nuestro autor pasando revista al atlas. De Oceanía dice ser
la morada de los gigantes, que viven doblado más que nosotros. En los polos,
sus habitantes medio año no ven el sol, pero el otro medio no se les esconde.
En Hibernia, según Ptolomeo, estaba la región del ocaso, la frontera con el
caos.
Todas estas nociones geográficas las entrevera con temas teológicos y
litúrgicos. Salta de corrido a hablar de las órdenes sagradas con sus
jerarquías de minoristas, subdiáconos, diáconos, presbíteros, obispos,
metropolitas, archimandritas y arzobispos. Nos dice que los minoristas cantan
la epístola y limpian los vasos sagrados.
Dicho esto, y en la frenética carrera por impartir revelaciones y
conocimientos, se refiere a asuntos relacionados con la moral. Dos siglos
después, algunas de sus aseveraciones no tienen desperdicio. Alega, por
ejemplo, que el matrimonio ha sido instituido en función de la prole y la conservación
de la especie, y apunta al bien común, cuestión ésta por la cual aquellas
personas con alguna tara física o mental debieran abstenerse de casamiento. No
es muy cristiano que digamos esta obsesión eugenésica, pero cabe advertir que
se trata de un jesuita el que escribe.
A Cristo se le representa en un arcosolio de las Catacumbas de San
Calixto impartiendo la bendición a una pareja nupcial. De esta forma aboca a la
conclusión que es pecado contra el Espíritu Santo violentar las normas
histológicas y advierte con varios siglos de adelanto que las manipulaciones, o
lo que ha dado en llamarse ahora ingeniería genética, representan un verdadero
peligro de suicidio colectivo para el género.
Por eso mismo, desaconseja la poliandria o promiscuidad sexual, ya que
conduce a la esterilidad femenina y a la paternidad incierta. Pero el hombre en
su carrera por encauzar los conocimientos y del libre albedrío quiere regresar
a un estado primitivo de vida eterna e independencia frente a la divinidad. La
ciencia lo que está intentando es regresar al edén. Se entusiasma con la noción de querer volver
a ser gigante.
Y a propósito de esto, ¿ hay gigantes en Australia? Con sorna replica
el amanuense: No habrá que ir tan lejos; yo vi a uno en Tineo, después de una
romería. Calzaba almadreñas o zapatos de palo que eran el tronco de un roble...
Los aires puros y delgados preservan de la corrupción.
Los macrocritas son tenidos por los más alejados habitantes del mundo.
Tienen su residencia en los montes hiperbóreos.
¡Habrá que ir a hacerlos una visita¡ ¡
No queda más remedio!
Fue Elcano el primero en dar la vuelta al mundo. Su nao “Victoria” se
guardó durante muchos años en las
atarazanas de Sevilla, en homenaje a este marino que descubrió que el mundo era
rotundo o redondo, igual que una bola. Los primeros exploradores comprobaron la
redondez del globo terráqueo, pero fueron incapaces de determinar el lugar
donde se haya emplazado el paraíso.
Esa es una noción que debemos a la fe, y al legado de la tradición
propagado de boca en boca y de oreja a oreja. Esta virtud teologal entra por el
oído. Fides ex
auditu. La practican los mansos de corazón, pero los herejes
de la diabólica secta de Mahoma, cuyo articulado religioso se basa en el
Alcorán, su único libro, tan cerriles y duros de oreja. Son los que no quieren
escuchar. Se han mostrado refractarios a la fe de toda la vida.- Su profeta no
sabía ni leer ni escribir, y de ahí el oscurantismo de sus adeptos. Tienen las
facultades auditivas tupidas. Se resisten a la palabra de Dios. Moros y turcos
son recios de oído, y sólo creen en lo que ven y tocan, pues su Paraíso es
material de goces sensoriales, concluye.
La afirmación conduciría, aparte de una meditación de lo que está
pasando a principios del s. XXI, a plantear la cuestión de la importancia que
se ha dado en las iglesias a todo aquello que tiene que ver con la voz y con el
canto. El mundo virtual del ciberespacio ya no es cristiano o post cristiano.
Rinde culto a las imágenes. Viene un tiempo nuevo, difícil, quizás otra nueva
Edad Media con sus rigores.
Cristo fue concebido no por obra de varón sino por el resuello del
Espíritu. Los sarracenos creen en algún artículo de la religión católica, como
por ejemplo, admiten a Jesucristo, pero sólo como un profeta y veneran a la Virgen
a la que dicen Miriam. Ésta permanece todo el tiempo conferenciando con los
ángeles y se alimenta tan sólo de manjares celestiales.
La religión cristiana está más extendida que ninguna otra. ¡Oh, utinam!(ojalá), pues quien quiera leer
más mentiras sobre el tema lea el tomo de San Antonio Abad, o de no sé qué
autor, pero que en Roma no gusta. Aquí se refiere el comentarista a la historia del
Preste Juan de las Indias sobre el que se explaya el autor del grimorio, del
que circuló una leyenda medieval referente al sebastianismo. El preste Juan de
las Indias, un portugués, creyó que el origen de la cristiandad era africano y
que las primeras comunidades surgieron en Libia. Y no anduvo del todo
descaminado.
Esta noción fue la que hizo despachar a misioneros que fueron bojando
la costa del Índico, para encontrar allá
solamente cristianos de rito melquita y maronita. Entre esa expediciones
figuraron dos padres jesuitas: Meliá y Mayor. En Nubia las mujeres son muy hermosas
y se crían para vender. La esposa primera de Agustín era precisamente númida. Vender mujeres en el mercado no
creo que sea muy cristiano, como dice Feijoo, autor al que yo tengo en mucha
consideración, en sus diatribas contra los frailes embusteros.
Los reyes de España tienen la gracia de ahuyentar demonios, por
haberse distinguido sus antecesores en la propagación y defensa de la fe, dice
el P. Pellicer. Está comprobado que la imposición ritual de manos era anterior
a los apóstoles. Agripa y Vespasiano sanaban colocando los dedos sobre la testa
de los enfermos[3].
Asimismo, los reyes de Francia son capaces de curar el lamparón y los
ingleses, la gota, por facultad que le fue conferida por el Señor a José de
Arimatea.
El hermano Rodríguez, un lego franciscano, vio en la mar una escuadra
en la cual Cristo era la nave capitana, abriendo paso, y la Theotokos, su Santa
Madre, la almiranta, cerrandolo, porque son ambos seres celestiales cabos de
una misma pieza, por eso se dice de Jesús que es el alfa y la omega. Se le
representa como un sol que irradia venas de luz desde la cabeza. El símbolo de
la Deípara es una luna a sus pies.
El amanuense, poco dado a cualquier género de supercherías, frena en
seco tales lucubraciones piadosas:
¡Bah, mentiras de frailes!
La religión de Jesús es, pues, como una barco que navega a lo largo de
los tiempos. La Trinidad es la fuerza en movimiento y el proceso que desconoce
el reposo y el cansancio. Dios, por así decirlo, nunca se está quieto. Es una
fuerza que opera eternamente. La movilidad y los dotes de bilocación fueron
cualidad prelativa a Nuestro Señor que pudo así durante el tiempo de su vida
mortal propagar la buena nueva por todos los continentes, estando a un tiempo
en varias partes a la vez[4].
La gracia les fue concedida a su vez a los demás apóstoles. Tomás pudo con
semejante virtud predicar en la India y el Paraguay por divina ordenación y
anunció a los indios que tiempo adelante vendrían a ser instruidos por
sacerdotes de allende los mares, como así sucedió con las reducciones
jesuíticas. Para ellos otorgó una señal:”Cuando
lleguen las aguas a esta roca escarpada sobre un acantilado desde donde yo os
hablo, eso sucederá”. Fue por eso
que los incas estaban familiarizados con el dogma trinitario, pues creían en
Apariti, Chuquimi e Imtera. Santo Tomás escribió con el dedo en una piedra muy
alta que hay en los Andes y realizó un pronunciamiento: “Cuando las aguas del
lago lleguen a esta parte, los hombres de barba roja vendrán”. Su palabra se
cumplió.
No hubiera sido posible la rápida y sorpresiva obra catecúmena de
América sin tales apoyos de la divinidad. Y prosiguen las proezas de tan
bizarra crónica. El santo apóstol Tomás les dio a los indios la mandioca que
viene a ser su pan principal. Ellos, en agradecimiento, veneraron las huellas
de sus sandalias plasmadas en una roca que hay allá. De modo que éste es el
milagro. Por virtud divina, Santo Tomás pudo desdoblar su cuerpo y aparecer a
la vez en India y en la cordillera andina.
Esto sería más seña que milagro, apostilla
nuestro socarrón amanuense.
En carne mortal vino la Virgen a Zaragoza, otro prodigio de la
telequinesia, para consolar al apóstol Santiago que encontraba a los españoles
asaz refractarios a aceptar la verdad evangélica. La facultad de curar, así
como transgredir las leyes de la gravedad, del tiempo y del espacio constituye
una de las novedades de la nueva fe, que entra en el corazón a través del oído,
vuelve a insistir el autor.
La cruz de Santo Tomé o palosanto, que se cultiva en Brasil, es
remedio contra la disentería. Los indios, antes de la llegada de los
misioneros, eran almas “ rationaliter christianae”, pero en la parte del Este
de Europa y Cuerno de África, desde donde irradia el cristianismo, la fe es
verdadera. Los llamados cismáticos tienen su propio papa en Novgorodia. Rusos,
abisinios, armenios y griegos veneran a Cristo, y rezan el Credo de Nicea.
Semejante desliz no se le escapa al jesuita supervisor, quien, escéptico en lo
relativo a relaciones de milagros y cosas sobrenaturales o de la superstición,
echa pronto su cuarto a espadas en favor de Roma. Se conoce que había formulado
con convencimiento el Cuarto Voto, exigido a todos los profesos de la Sociedad
de Jesús: No me acomodo a creer haya fe pura donde no hay
comercio con Roma, porque, sin comunicarse con la cabeza, no viven los miembros.
En el tratado tercero aborda la cuestión, obsesiva tanto para
naturalistas como teólogos, acerca del lugar donde se encontraba el Paraíso.
Para algunos este lugar tocaba el cerco de la luna en el tercer cielo
al cual fue arrebatado san Pablo. “Puso Dios un querubín delante de la puerta
armado de una espada de fuego”. Otra mentira
mayor. Unos creían
que estaba emplazado sobre el Triángulo de las Bermudas, en la región de la
calma chicha, pero otros aseguraban que se asentaba sobre la cordillera
cantábrica, concretamente en la zona de Santander. Por fin no falta quien
diga que su locación era Jerusalén, en el Monte Calvario, donde Adán
fue sepultado, después de vagar por toda la tierra. Al pie de ese monte estuvo
también enterrado el Salvador tres días y tres noches y al tercero resucitó.
Edén viene de “hadan” lugar de delicias, y hadan fue asimismo el padre de los
vivientes, pero su etimología hay con la relaciona con el griego “ganan”,
esconderse. Curioso juego de palabras.
Un centón es cajón de sastre donde se arriman toda clase de nociones;
se admite tanto la verdad probada como la superstición. Línea a línea, capítulo
a capítulo, el autor se siente desbordado por ese afán noticioso que se devana
en prurito narrativo, aunque tengan, a la par, que ser mezcladas las churras
con las merinas. Se producen entonces encontronazos de la razón objetiva con lo
que es creencia no probada, un lampazo de lo preternatural, o pura y llana la
superchería.
Hay un pez en la Mar Báltica que debajo de las aletas y en su grasa
lleva pepitas de oro. Echáse la red y se sacan lingotes. Ya puede ser gorda la cuerda.
La dificultad propuesta acerca de dónde puede hallarse el Paraíso no
la ventilan los doctores. Todos son hipótesis, según Eguesipo.
El Jardín de las Hespérides también estaba guardado por un dragón
alado. Las cosas que cuentan la biblia estaban ya en la mitología antigua.
Baco, por ejemplo, se corresponde con Moisés.
Grandes verdades si no son mentiras. Grandes virtudes si no son fingidas. Es
mentira, señor mío, que el tomillo valga contra la picadura del Escorpión y que
hubiese en las Hespérides un jardín lo dudo mucho.
Sin embargo, cuando el tratadista de este grimorio acomete cuestiones
que le son más cercanas, debido a la experiencia y a la observación cotidiana,
como es todo lo relacionado con la botánica o los principios más rudimentarios
de silvicultura, allí aparecen las páginas sin faroles iluminados, o
comentarios apuntados de índole jocosa. Este libro de magia se convierte en una
cita constante a Dioscórides (el médico segoviano Andrés Laguna) a San
Jerónimo, San Agustín, San Juan Crisóstomo, y otros eclesiásticos a los que
invoca como autoridades en cuestiones profanas.
¿ Quién iría a sospechar que
sesudos padres de la Iglesia se abajarían a pormenores tan poco elevados y en
apariencia tan ajenos a su competencia como a recomendar la ruda y las aguas
ferruginosas a mujeres que, por una razón u otra, debían de abstenerse de
concebir?
En Medicina y en Biología- y no pretendemos entrar en el debate tan
aireado por Menéndez y Pelayo sobre si ha habido en realidad ciencia española.
La Castilla del s. XVI recuerda por su curiosidad a la sociedad que proyectan
con su pasión por los experimentos científicos los yanquis de hoy.
Hace la descripción de algunos forrajes como el maíz que se sembraba
en Asturias desde tiempo inmemorial. El plante se llevaba a cabo el mes de
septiembre. La recolecta es en mayo. Era la comarca asturiana la que siempre ha
dado cosechas excelentes de dicho cereal. Se obtenía en grano un rendimiento
del trescientos por uno. Virgilio y Gaudencio notan que los antiguos no
sembraban en el día quinto de la luna en cuarto menguante por juzgarlo estéril.
Para la sementera hace falta un tiempo lluvioso y sereno.
El trigo semental ha de ser nuevo, según Plinio, pues en pasando un
año no es para sembrar. Hay que evitar la humedad, porque el pan requiere buen
tempero. Aquel que se ahonda en tierra fangosa se convierte en avena o en
vallico cizañero. Al trigo de simiente de tres años es al que llamamos centeno.
Luego nombra una lista larga de especies de trigo, que van desde el chamorro al
candeal. Todos se fermentan con la yerba leuda, que tiene todas las propiedades
para que las hogazas se conserven.
A
la paja del trigo “poxa” o pocha la llamamos en Oviedo.
San Agustín se pregunta cuál es la causa por la cual el hielo y la
nieve actúan como conservantes de la materia. ¿Quién concede a los elementos
frígidos esa virtud? Asimismo, está comprobado que la paja madura los frutos
caídos de los árboles. Sirve de argamasa; con ella se confeccionan techumbres
de las casas, y una olla se cuece siempre mejor sobre paja menuda.
La escanda es el pan mejor, pero también se amasa de la cebada y del
centeno. Tal lo tengas.
A la escanda lo llama Antonio de Lebrija espelta. La
cebada se diferencia del trigo en tener raspa y en ser más basta. De ella se
hace la cerveza o el farto, que los moros
llaman alejijas. Centeno no cría
gorgojo, dice Herrera. Su paja es muy
útil, pero el pan de centeno es dañoso al estómago. (Es una idea equivocada,
porque ahora los herboristas y dietéticos lo recomiendan a todas horas, porque
con él se va mejor de vientre. No le tocaron al escritor tiempos tan hedonistas
como los actuales). En las montañas de León viven, gracias al pan de centeno,
años y años.
En Egipto hay habas gigantes. No serán como las mías que son harto ruines,
porque a trescientas las aprieto en un puño.
Teofastro dice que esteriliza los árboles si las echamos
contra sus raíces.
El culantrillo da buen sabor a los guisos. La matalahúva,
matalahúga, o anís, injerto en el pan,
sabe rico.
Esta clase de considerandos demuestran que el autor anónimo había
bebido en las fuentes de Andrés Laguna, como gran parte de los cosmógrafos,
botánicos, naturalistas, y prácticos en Medicina, una auténtica pléyade en la
literatura castellana de aquel entonces. España, contra lo que han supuesto
muchos, es un pueblo de eminencias especulativas. Ahí está para probarlo esa
avalancha de escritores místicos, de poetas que cantan a la naturaleza, y de
galenos que emborronan páginas descriptivas. La sequedad de Castilla contrasta
con ese espíritu crítico, algo agnóstico, juguetón y risueño como es la
naturaleza del Principado y al mismo tiempo tan tierno y tan humano que
cristalizaría a lo largo del siglo siguiente en escritores como Clarín y
Palacio Valdés. Asturias, tan bien regada y oreada, contrastando con la
oligohídrica meseta central, ha sido el mejor contrapeso a los rigores de
Castilla. Supo ver las cosas de otra manera. Por otra parte, no estuvo, en
punto a cuestiones de la fe, tan sometida a los jesuitas como otras regiones.
El pálpito por la naturaleza, el amor a las hierbas y a todos esos
remedios de la abuela se encuentran presentes en este libro donde se ponen en
letras de molde frases tan hermosas como “colijo que los vegetales no faltarían
en el Paraíso, y todo aquello que sirviese de medicina, de hermosura y de
verdad”. Como la naturaleza es sabia, en todas las plantas hay antídotos contra
las diversas enfermedades. Dios plantó de su mano este vergel para hacer alarde
su grandeza. La sabina, por ejemplo, es antídoto contra todo veneno, y el lino
es enemigo del fuego. El amianto se cría en Montserrat y es especie de piedra
que no recibe injuria ninguna del fuego. Hay otro monte de piedra en el principado de
Asturias. Está en Ballota donde abundan las cádavas o quemados por la
frecuencia del fuego. Feijoo llevaba siempre una piedra de este mineral en el
bolsillo y hacía con ellas muchas experiencias para ostentación.
Y, a renglón seguido, otra acotación: El
señor Luvopzal de León en un libro suyo que titula “Luminario” y que dio
a la prensa el año 1798 dice que el amianto carece de propiedades curativas.
De la hierba poleo dice Plinio que se seca con el frío, pero que,
puesta al calor, reverdece, y resucita como si tuviese vida sensible, como si
ocultamente rompiese la tela de los espíritus para renovar la vida que antes
tenía.
Otra hierbas hay tan valientes y de tan superior inclinación que
parecen querer competir con las calidades de los árboles. Cita, pues, a Mayolo,
Oigafecta y a Solino, el cual dictamina que el coral es hierba de mar cuando
está fuera pero que se vuelve piedra y de color descolorido cuando está dentro.
De un grano de maíz se puede recoger hasta 368 chochos, y más, según
Acosta. No es conveniente dar mucho maíz a las caballerías porque se hinchan y
adquieren torozón. La chicha es bebida de maíz, que mucho emborracha, aunque es
remedio saludable para la orina. Es por ello que entre los indios apenas se da el
mal de piedra ni las afecciones de próstata, por el uso de beber chicha. Otra
planta que limpia bien la sangre llámase
la ruda. En Jerusalén había una mata della mayor que una higuera, según Josefo.
Que el espárrago esteriliza y causa impotencia parece cosa averiguada.
Hay en Egipto una higuera que da siete cosechas entre higos y brevas. ¡Ah, quién hubiera una de éstas! El
Padre Joaquín era goloso a juzgar de lo que se desprende de esta nota. Mucho le
prestaban los higos y no esconde tal flaqueza. Existe un árbol en la Española
que son publicas y notorias sus pestilentes cualidades, que hasta los animales
huyen de él. Las tablas del lárice rebaten de sí las llamas. Por eso no se
queman los árboles del Paraíso. El terebinto de Menfis, por ejemplo, llegó a vivir
cinco mil años. Dicen que concedía la inmortalidad al librar de los malos
humores. Bien pudo ser el manzano el árbol del Paraíso, porque dicen que lo
puso Seth. Al pie de la tumba de Adán y de sus ramas se hizo la madera de la
cruz donde fue colgado Cristo. ¿Desde cuándo
estuvo Seth en el Paraíso? Será así, mas no me acomoda.
Pasa de seguido a citar a San Juan Damasceno, al Abulense, a San
Isidoro, a San Gregorio y a otros graves autores para demostrar que la cruz
estuvo hecha de madera de manzano. Era esa cuestión muy del gusto de los
debates bizantinos.
Está escrita la obra en ese tono coloquial y didáctico, llamado
peripatético. La iniciación a la ciencia es como un paseo por la mente, que
ensalza las potencias primordiales del ser racional. Por desgracia, ahora nos
entusiasma el circunloquio y la perífrasis, pero esto nada tiene que ver con
ese entusiasmo de los primeros peripatéticos, que no estaban tan de vuelta de
todo como los filósofos de ahora mismo cuando vivimos tanto en literatura como en
periodismo un tiempo en que se exaltan las cualidades físicas del ser humano,
con toda la retahíla de consecuencias que esbozan una sociedad decadente,
preocupada por atender a la voz de los instintos, y que a la vista están. El
hedonismo es corolario de la tiranía de la imagen y del inmanentismo a
ultranza. La civilización de la persona que exaltaba las cualidades
individuales y morales ha desaparecido mientras la sociedad se vuelve más
convencional y totalitaria. Una vida tan degradada y truculenta quizás no
merezca vivirse. Sin embargo, es lo que se lleva. La sofisticación actual
contrasta con la candidez de los tiempos antiguos. Tal vez nuestros antepasados
fueran más felices que nosotros.
Los peripatéticos griegos enseñaban a los europeos que hay que cuidar
del cuerpo pero sobre todo cultivar el espíritu, sembrando así la semilla que
ha colocado a la civilización atlántica por encima de las demás.
La vida es un círculo (kirkos)[5].
La filosofía nace precisamente de este deseo de aprender amblando, dando vueltas
en torno a la parva del conocimiento, entre amigos. Las escuelas medievales
adoptaron este “pateo” ilustrado.
En medio de ese círculo mágico de proyecciones, escorzos, declives y
auges de la razón, de marchas y de contramarchas, de verdades y de errores, se
alza el Pantocrátor, como clave del arco, eje supremo del acontecer, fuente de
la vida, principio inmóvil sobre el que reposa el movimiento, albergue
inmutable de toda mutación.
En Historia de la filosofía natural y
de la magia oculta late ese afán por alcanzar la Theoantria de los
bizantinos que trataron de humanizar a Cristo y de esa forma, en un trayecto de
ida y vuelta, que ocasiona como efecto colateral, la divinización de todos los
que creen en Él.
Este centón revela el estado del conocimiento escolástico en los
preámbulos de la Reforma, antes que las guerras de religión y la protervia de
unos y otros hicieran del catolicismo un conjunto de valores tan complicado y
tan a la defensiva como el protestantismo. Empezamos así a darle paradas al avispero
y las avispas no perdonan.
El egocentrismo de Lutero da pábulo a los alumbrados españoles y la
moral utilitaria de Calvino que separa los campos, el humano y el divino, con
todo su cúmulo de herejías sobre la predestinación y los elegidos, sienta las
premisas base del capitalismo moderno. Al desterrar a Dios de la vida civil, se
permite a los cristianos el agiotaje y la usura, reservada durante los siglos
medios a lombardos y a hebreos, se propone el enriquecimiento personal y el
triunfo en todos los órdenes como norma de vida. Era la antítesis de lo que
hasta entonces se creía. El valle de la fe estaba regado de lágrimas. Ya no hay
que aceptarlo. Puede ser la nueva tierra prometida.
Hijo de su tiempo, Ignacio de Loyola propone luchar contra los luteranos
sus mismas armas bajo la impronta del individualismo y el medro personal,
aunque sea en algo tan santo como es el camino de la virtud. Se explaya en
soliloquios. La clave del éxito de sus Ejercicios
Espirituales se basa en esa exaltación de la acción positiva sobre la contemplación
estética. Hay que transformarlo, ganarlo... para Dios. Acuña como divisa de
oración mental la famosa fórmula del “en tanto en cuanto” en la cual el todo,
la visión de conjunto tiene prelación sobre la parte. Los jesuitas no huyen del
mundo ni renuncian a la riqueza como afiliados a la Compañía de Jesús, aunque
hicieran voto de pobreza. Su formula de “Ad
maiorem Dei gloriam” esconde un cierto hermanamiento con las cosas
terrenas. No es el triunfo de la obra de Dios en el siglo futuro sino en el
aquí y en el ahora.
Antes, la Iglesia había predicado la paciencia ante el dolor, la
renuncia al mundo, entronizando en cierta forma, como garantía de
predestinación el fracaso y la persecución, el amor a la naturaleza. Para los
anglosajones y luteranos esta fórmula de aquiescencia con el infortunio no es
válida. Hay que rebelarse contra él, domando, a ser posible, la naturaleza. La
pobreza, la enfermedad, la infamia, no son signos de predestinación, sino antes
bien una fórmula de rechazo y basan su argumento en el AT para el cual el
pueblo elegido ha de ser dominante de los demás y el concepto mesiánico es algo
físico más que espiritual.
Al luchar contra tales ideas antipapistas, los papistas en cierto modo
quedan contaminados de la intolerancia y rigor de juicio de sus enemigos
cervales. El Libre Examen parece que inspira a los “puntos” que se daban cada
noche para la meditación de los aspirantes a clérigos en los tirocinios
jesuíticos. La salvación se convierte en algo muy personal e íntimo que se
busca casi egoísta y avaramente, por así decirlo. Los místicos españoles
tuercen por una senda escabrosa de vericuetos inaccesibles donde lo sublime y
lo heterodoxo están siempre a un paso, siguiendo el camino iniciando por
Meister Eckhart y la escuela ascética de los viejos alemanes.
Sin embargo, este grimorio, que no logró pasar por el cedazo de la
inquisición ni recabar el “nihil obstat” nos devuelve a un estado de cosas
anterior a la época en que empezó a soplar el vendaval de la discordia en toda
Europa. Es un auténtico centón o recopilación de saberes y criterios dispares,
sin grandes obsesiones teológicas.
Propugna una suerte de equilibrio anímico. El desequilibrio trae la
desazón y la destemplanza nos quita la salud. Sus observaciones en torno a la
naturaleza tanto en lo que se refiere a la flora, la fauna, la cosmogonía y las
diferentes reacciones químicas carecen de desperdicio.
El murciélago no tiene pies y nace por la cabeza como casi todos los
animales, excepto la corneja y el búho que salen por la cola. Todas las aves
tienen el pico derecho, si son de pelea, y curvo, las rapaces. Éstas ultimas no
beben agua. Las otras, sí. La carne de las aves se conserva bien en un papel
mojado en aceite, pero las que ha muerto el gavilán se corroen presto.
Este digesto es una compilación ecléctica de todas las referencias
noticiosas o científicas de la realidad observada por ornitólogos, agrónomos,
estrelleros, alquimistas. Refiere que Filostrato consideraba que el huevo de
lechuza, cocido y hecho comer a un infante le hace aborrecer el vino para toda
la vida. ¡Buen remedio, de no haber sido tan tempranero, que
a muchos les hubiera librado de caer en desgracias, ruinas y sonrojos.
¡Pluguiera a Dios que un aya caritativa le hubiese dado al Padre Rector a
probar el antídoto, cuando era chico! Se le hubiese despertado la inteligencia,
y no fuera tan beodo. (De tales “flores” cabe deducir que no se llevaba
bien con su superior. La roña de los conventos no es una vulgar metáfora
literaria).
El huevo que pone la gallina en luna llena quita las manchas de la
cara. El pavo real muda su plumaje con los árboles, como va dicho. En otoño, se
viste de pardo y, llegada la primavera, luce las mejores galas de su plumaje
verde e irisado. Su graznido espanta a la víbora y a la culebra.
Y prosigue indagando en las costumbres singulares de todo lo que nació
con pluma.
El gallo, espejo de majeza, es tan vanidoso que agacha la cabeza para
no lastimarse, al pasar bajo una rama, y es obseso de la higiene, limpiandose
el hocico y la cresta, siempre que puede, y de ahí nacería, seguramente, el
célebre apólogo sobre el “Gallo Quirico, que se
limpió el pico para ir a la boda del tío Quirico”.
Hay
gallinas que no consienten al gallo más de tres veces, pero de ordinario son muy
lujuriosas y las más salaces son las que en el nidal duermen acurrucadas cerca
del masto. Se conoce que tanto el redactor del grimorio como el corrector han
observado a conciencia las costumbres alectorias y no le pasó desapercibida la
salacidad de los animales de esta especie doméstica. En la coyunda suele ser el
masto de comportamiento breve y contundente, pero repite el acto sexual
múltiples veces a lo largo del día, para dejar lluecas a las hembras de su
harén, donde no permite ingerencia de rivales. Lucha a muerte por la defensa de
sus privilegios de corral y es tan bravo que, si se ve a sí mismo reflejado en
el espejo de las aguas de un estanque, arremete contra su propia figura.
Siempre ataca ora con el pico ora con los espolones de sus patas que utiliza a
modo de garras. Entre su corte suele tener un círculo de favoritas. Son las
gallinas más ponedoras y las que duermen cerca de sí, y a las que monta una y
otra vez. ¿Será por ahí de donde viene el
dicho de ser más puta que las gallinas?
Unos llevan la fama y otros cardan la lana. La más
libidinosa de las especies animales es la humana. Carece de épocas de celo, y
no tiene ciclos para procrear
Sin embargo, el anónimo parece
conoce bien las costumbres de los gallos y siente hacia ellos devoción.
La peculiar viveza con que describe esto hace pensar que el autor fuese un
discípulo del propio Andrés Laguna, el cual compuso una obra, el “Crotalón” en el que dialogan el gallo Micilo y otro gallo de
corral, que no es un gallo de corral en verdad sino un pollo pera cortesano,
resabiado y asendereado, entendido en sabidurías y capiscol misacantano. No en
vano este animal de cuyo nombre viene el calificativo de gallardo fue elegido
para coronar torres y veletas. Ellos son símbolo de la pasión que enciende el cotarro. ¡ Ay de aquél que se vuelva capón!
Este es un pueblo donde hay muchos de estos aves de pelea, entonando cada uno
su canción en lo alto del montón de su propio muladar.
La meaja o galladura de este macho de corral se suele administrar
contra la esterilidad e impotencia masculina. Si el gallo canta antes de la
media noche, es señal de agua. Su último grito, el del amanecer, suele ser el
más tenue. Untandole la parte prepostera (el culo) con aceite, inmediatamente
deja de cantar. Abomina de ser tocado y muere si lo sodomizan. Les hay blancos,
negros y pintos. Estos últimos, sobre todo los que lucen rayas de azafrán en su
plumaje, suelen ser los más encastados y feroces, aunque a veces el hábito no
haga al monje.
Y más sobre las costumbres de las aves.
La perdiz, según Plinio, no cría enjundia. De su carne exquisita se
proclama: “de la mar, el mero, y de la tierra, el cordero, y de lo que vuela,
la perdiz”. Es sabrosa por ser enjuta, y la de paloma sirve contra el veneno.
Aparte de eso, un buen guiso de paloma columba, cuyo sabor recuerda a la
lechuga, amortigua los fuegos de la
carne. La mejor dieta para los
convalecientes es la que incluye tres pichones por semana.
La codorniz llega a nosotros a primeros de abril. La voz de la hembra
es más gruesa que la del macho, y no se la escucha a partir de mediados de agosto, cuando se
derrama sobre las noches gentiles de Castilla la primera escarcha. La tórtola,
si pierde el compañero, no vuelve a
aparearse ni a posar en rama verde. Plinio estudió su anatomía y asegura que
tiene la tórtola el corazón triangular, siendo la única de las aves que no
padece la gota coral, igual que el hombre.
El ave del paraíso es el cadario[6]
de pelo blanco. La golondrina nunca anida bajo el alero del tejado de casa que
se va a caer, avisa de muertes cercanas de los que en ella viven, pues entonces
su gorjeo se torna lúgubre, y es tanta
la agilidad de sus alas que ningún ave de rapiña consigue echarle la
zarpa. Es pájaro sagrado porque corre la leyenda de que fueron las golondrinas
las que arrancaron las espinas de la cabeza del Señor. Su triso alborozado, que
se escucha en las mañanas de primavera
tiene algo de antífona litúrgica. Fabrica sus nidos con gran solercia
arquitectónica en bajo las bardas y las techumbres de las portadas. Es bello
contemplar el jaranero trajín de este fisirrostro de figura abarquillada. Suele llegar a nuestra tierra por marzo y se
ausenta en agosto. Su pariente, el vencejo, de vuelo más ligero y de menores
pies, es el ave que más tiempo puede estar en vuelo sin posar. Es el primero
que viene y el primero que se va. La corneja es ave de larga vida. Suele vivir
nueve edades del hombre. Algunas alcanzan el medio milenio. ¡Mentira mayor! El ibis es grande erudito en medicina, pues reconoce las
calidades de todas las hierbas medicinales. Su pico embuchado le sirve de
clister, y del mismo aprendieron los médicos las ayudas en forma de lavativa
para el vientre. Se purga a sí mismo.
El ave fénix, que no se reproduce por ayuntamiento carnal, es otro
ánade longeva, pues equipara en edad a Matusalén, novecientos años. No creo que exista ave fénix como lo sueñan. Munilio dice haber visto un macho de esa especie en
Roma, cantando cerca del Capitolio, y que su canto era parecido al del cisne
antes de morir. ¿Es cierto que canta el
cisne cuando presiente que se acaban sus días?
En cuanto a las aves de presa, las alas más ligeras son las de neblí,
el corazón más resistente, el del baharí, en el cuerpo y la cola el más
sorprendente es el gerifalte. Tiene más
clara la vista el borní que diquela todavía más agudo que el lince, las garras
que mejor atrapan son las del sacre, y por la seguridad y destreza con que
lleva a cabo el apresamiento destaca el alfaneque. He aquí noticias muy
interesantes sobre la cetrería, un deporte que tuvo su auge en las antiguas
edades. Pues, de los halcones dice Huerta que los mejores han de tener los ojos
hundidos, muy pequeños y vivos, la cabeza pequeña, la uña larga, las ventanas
del anhélito(fosas nasales) grandes, el pico corto, corvo y negro, y negras las
piernas y carnosos y largos los dedos, muy descansados, las uñas fuertes y
prietas, las alas largas y puntiagudas, la color lustrosa. Han de ser alegres y
animosos. Han de excretar las heces del vientre. Se sirven de sus deyecciones
para marcar el territorio los machos, y lo lanzan con la misma violencia con
que un buen pisaverde escupe por el colmillo.
Según Sebastián de Covarruvias
en su Tesoro de la Lengua Castellana, un buen cetrero no sabe la ralea del pájaro que
lleva en su alcándara ni por el copete,
ni por las alcatenes, si no cuando lo ve cagar.
Observa Aristóteles que el halcón no come el corazón de las aves a
quien mata, y que tolera mal sal. Cuando come pan, muere. Del neblí apunta
Huerta que es ave alevosa, porque nunca se le ve llegar, ni nadie sabe dónde
está su nido. Todo lo contrario que el gavilán, que pronto hace notar su
presencia.
El quebrantahuesos es pacientísimo. Jamás se queja, aunque lo mamen a
golpes.
En el capítulo XXIII el autor continúa siguiendole la pista al
paraíso. Según él, era un lugar de armonía en el cual hubo capilla de música,
donde profesaron las aves canoras, imitadoras de la voz humana, que es el
instrumento musical más perfecto.
Sería más insigne entre los cantores el ruiseñor cuyos sones dan
principio a la música. Al comienzo de la primavera, cuando los árboles se
visten de flores, él no cesa de cantar quince días continuos. El ruiseñor canta
siempre, excepto cuando come. Se le siente. Nunca se le ve, porque busca casi
siempre el umbrío. Como la golondrina, nunca ha de ser abatido por el cazador. Se considera sacrilegio y,
además, trae mala suerte matar a un ruiseñor.
Le sigue, por la excelencia de
su trinos, y por la gala de su librea, el jilguero. Es el ave más hermosa entre
las canoras. Dice Huete que cuando su collar es más colorado abre más el pico y
canta mejor.
La abubilla sólo lo hace cuando está hambrienta a diferencia del
ruiseñor. Pone en fuga a sus enemigos con secreciones de gran fetidez. Pone un
contrapunto de melancolía a los atardeceres del estío, tiene una cresta y
plumaje maravilloso, pero desplace su olor. Cualquiera que unte los dedos en la
sangre de este animal, cuando se va a dormir, sueña cosas terribles. La picaza
es también canora y muda el plumaje cada año y se hace calva. El papagayo es de
muy dura cabeza y de recio pico, pero tiembla ante el erizo, y no se aquieta
hasta que se lo quitan de delante.
Cárdano dice de esta ave que excede en ingenio a todas las demás y es la
que más se parece al hombre al que consigue imitar su lenguaje.
Un dragón alado custodiaba la entrada del jardín de las Hespérides, y
un querubín la del paraíso. De la ubicación del lugar ya hemos hablado. Se
encontraba en la región del trópico, aunque siga habiendo muchos que lo
emplazan en la cordillera cantábrica, pero es más probable que se situara en la
linea equinoccial porque los sus días eran comprables a sus noches. Y de su
grandeza y dimensiones cuenta San Efrén que era mayor que cuanto se ha podido
conocer de la tierra. Lo atravesaban cuatro ríos. En uno de ellos había una
catarata de las que aturden. Los santos padres lo denominaban huerto, lo que
hace idea de una cierta limitación y de su latitud constreñida.
El Abulense [7]
llegó a medirlo, pues imagina que tenía cuatro leguas de largo por diez de
circuito y que estaba bañado por varios ríos. “Fluvius
egreditur de locu voluptatis ad irrigandum paradisum”. Lo creó Dios para el hombre, y para que éste lo
gozara, y puso alguna defensa o esguardo a la entrada, y de ahí viene su nombre
de defendido o acotado por un zarzo de arboledas y bosques. La palabra paraíso
viene de la voz hebrea “ganan” que es lo mismo que proteger y absconder. Cercóle el
Señor de un corro de árboles que sus copas no podían ser remontadas por las
mismas aguilas. Sin embargo, otros autores señalan que paraíso es palabra persa
que quiere decir fortaleza, pues estaba el lugar fortalecido por las matas de
espesura que lo circundaban. Fue criado antes que el cielo y la tierra.
El demonio, que es homicida y embaucador, tentó al hombre, del que
tenía envidia, para que saliese dél. San Basilio demuestra que su hacimiento
fue posterior al del ser humano. Un insigne lago había, dice el historiador
sagrado, al que abocaban cuatro ríos: Physon, que regaba lo que es hoy Egipto;
Gehon, que corría por tierra de Etiopía; el Eúfrates y el Tigris, que bañan
Mesopotamia, pero hay otros que disienten y aducen que el Physon no era el
Nilo, sino el Ganges.
Paralelamente, el infierno o la laguna Estigia lo bañaba un solo río
de aguas negras: el Leteo.
Todos los ríos de la tierra imitan a aquellas fuentes que regaron el
paraíso, e incluso se comunican subterráneamente entre sí. Pasa a estudiar, a
salto seguido, el asunto de los ojos del Guadiana. Se echan unos objetos en la
sima de Cabra y luego aparecen en Carmona. El río Alfeo sumiéndose vuelve a
nacer en la fuente de Aretusa. La riada del diluvio hizo subir las aguas quince
codos sobre la cima de los montes más altos, empinándose los lugares llanos con
la materia del tarquín acarreado por las aguas, y allanándose los más altos.
Por esto Sodoma y Gomorra, que se hallaban en lo alto de un colina, luego se
hundieron. De esta forma fueron fácil
pasto del fuego. Así también se originó la depresión del mar muerto.
Los peces son el ornato del universo, su recreación y sustento. Pero
se sabe poco de la vida de ellos. Dice Plinio que tienen alguna, aunque muy
ligera cópula, carecen de lengua y de párpados, el corazón plantado hacia
arriba. Los de escama andan siempre juntos en manada. Los de concha carecen de
vista y de los demás sentidos, excepto el tacto, con el cual distinguen el
alimento y reconocen el peligro. No manducan, sino engullen. La langosta vence
al congrio.
En este punto del libro estampa su firma, al final de cuyo dele
aparece el anagrama de la compañía de Jesús, IHS, el amanuense corrector que
suscribe con el nombre de JOSEPH JOAQUÍN SUÁREZ POLA, por quien sabemos que ha
leído este libro el año 1790, y debió de ser en dicho año cuando se hacen las
acotaciones de cuño y letra.
Manuel de la Roza pescó un Buci en alta mar y lo llevó a puerto a
Cudillero, le abrieron las fauces y les enseñó la lengua. Bolas. No puede haber Buci, yo no los he visto, anota Suárez Pola.
Dijere Aristóteles que hay en Sicilia un lugar en el que metiendo un
ave o cualquier otro animal muerto se restituye a la vida. Mucho es para que Aristóteles lo tragase.
Pero Eusebio no lo tiene por imposible, aunque no lo cree (ni yo).
Pausanias habla de un río de aguas gruesas. A los que se bañan en él
les hace olvidar los amores antiguos. La fuente Zizicola, dice San Isidoro, por
su gran frialdad apaga los ardores del apetito sexual. A tomar baños de esa fuente mandaría yo a más de uno.
El copista se permite la licencia de una segunda apodiosis: “A esa
fuente deberían llegarse muchos que yo conozco”. A
pesar de los innumerables buenos propósitos
que se
hicieran al respecto, no parece que la cosa tenga enmienda ni ahora ni
entonces. La frágil naturaleza humana tiende a la lascivia. Focio por su parte
dice de una fuente de la India cuyo licor se cuaja en oro. Mentira de las gordas. Robinson no se vio en cosas mayores. En Asturias hay una fuente que vuelve en piedra toba
todo lo que a ella se arroja. Este hontanar da por el invierno agua salobre y
por el verano dulce.
Enoj y Elías se encuentran en un lugar no descubierto del universo,
habitantes de un lejano planeta, del que descenderán en la hora del día
señalado, esperando el Santo Advenimiento. Son argonautas y hortelanos de una
secreta plantación. Esta es una idea que lanzó por primera vez San Jerónimo.
Tertuliano denomina a los dos bienaventurados “profesores de la eternidad” (Aeternitatis candidati) y para San Irineo ambos esclarecidos varones son los
contemplativos del siglo futuro (conspicientes
inmortalitatis).
Razona San Pacomio: ¿Quién murió sin haber nacido? Adán. ¿Quiénes
nacieron y no murieron? Elías y Enoj. ¿Quién murió y no se ha corrompido? La
mujer de Lot. ¿Quién nació, murió y resucitó para nunca más morir? Nuestro
Señor Jesucristo. También volvieron a la vida tras conocer la corrupción de la
tumba Lázaro, la viuda de Naím y un largo número de justos que salieron del
sepulcro la tarde de tinieblas en que expiró Cristo en el Gólgota. Fueron los
resucitados del primer Viernes Santo.
A Elías y a Enoj, su discípulo, que fueron arrebatados en un carro de
fuego, así como a la mujer de Lot los tiene reservados Dios como testigos de
los últimos días, a fin de que su presencia pueda templar la justa ira y
reducir las gentes a su Ley. Ellos predicarán el Evangelio a los judíos y
padecerán martirio en Jerusalén. Rezamos los cristianos a San Elías el 27 de
febrero y a San Enoj el 20 de julio. Se les honra, pero no se les conmemora,
porque la Iglesia verdadera no los ha dado por muertos, sabedora de que
continúan vivos en algún punto del universo. Ellos rueguen por los viadores y
pecadores de acá abajo. ¿Están con ellos Matusalén, la Virgen María y el
Evangelista Juan de cuya muerte también se duda? ¿Qué comen? ¿Duermen? ¿Sueñan?
¿Llevan una vida vegetativa?
El P. Suárez tampoco se atreve a preguntar a esta pregunta. Guarda un
silencio escatológico. La tradición católica considera a estos dos santos de la
antigüedad hebrea púgiles que combatirán al antecristo y reconciliarán en el
marco de la verdadera Iglesia al pueblo descarriado de Israel.
Los santos padres refieren que todos estos justos se sustentan del
árbol de la ciencia.
Matusalén(y siguen los cómputos) nació catorce años del diluvio. Sin
haber entrado en el Arca fue un superviviente del cataclismo. Su existencia
dejó perplejo a San Agustín como demuestra su carta a Pelagio sobre el pecado
original. Del sepulcro de Juan Evangelista partía un olor exquisito. Así olía
el celestial maná. Su cuerpo fue rescatado por ángeles y trasladado al paraíso
donde mora aguardando la segunda Venida. Entonces se uniría a la pareja de
profetas que fueron arrebatados en carro de fuego. Allí es testigo de la Ley de
Gracia y bajará al fin de los tiempos para pugnar contra el antecristo, y será
nombrado papa y derramará su sangre por el Señor, porque, de entre sus
discípulos, fue el único que no recibió la corona del martirio. Será mártir por
doble motivo, por haber sido testigo de las grandes verdades que se explayan en
su Apocalipsis
y por haber de perecer en la última y más cruenta de
todas las persecuciones que haya habido en la historia de nuestra fe. No es
hablar por hablar. Cristo bendito anuncia que será tanta la desolación de
aquellos días que Dios, para no intensificar los dolores de los justos,
acortará este período. Los ángeles serán derrotados y el trigo será sofocado
por la cizaña. Los padecimientos psicológicos serán mayores que el garfio, el
potro, la hoguera o el mar de hielo que aguantaron los primeros cristianos.
Porque el anticristo será lo más parecido que haya en el mundo a Cristo, lo que
provocará enorme confusión y la apostasía en masa.
Entonces será cuando Juan, el Discípulo que más amaba será enviado a
la tierra escoltado por Elías y Enoj para mitigar la angustia. Su amortalidad
se parangona con la de la dormición de la Virgen.
San Agustín suscribe esa hipótesis. Los mártires de los últimos días
serán mayores y tendrán más méritos que las de las nueve persecuciones de los
dos primeros siglos de la era, por partida doble: porque no lucharán contra un
Nerón ni un Domiciano o un Diocleciano, sino contra el propio Satanás y muchos
de ellos vivirán de incógnito y pasarán desapercibidos formando la pléyade
oscura de testigos de la fe.
Francisco Mayron, fraile de la Orden seráfica, el 1534 fue el primero
que defendió la concepción inmaculada de la Madre del Verbo. Anteriormente,
había alzado la cuestión Duns Escoto, aunque no la resolvió con tanta claridad.
Se simboliza este misterio por el ave fénix, que, por desconocer el aguijón de
la concupiscencia, nace sin coito.
Sin embargo, este culto de
hiperdulía, como bien han demostrado estudios recientes, ahonda sus raíces en
la noche de los tiempos, precediendo al cristianismo, y estando relacionado con
la devoción a Isis y a Diana. María viene a ser el puente de los hombres con
Cristo, el punto de conexión entre la gentilidad y la cruz. Fueron los
españoles los abanderados de esta singular honra y concretamente en la ciudad
de Sevilla un tal Miguel Gil compuso el famoso himno a la Virgen que empieza
con los versos:
“Todo el mundo en general, a voces Reina escogida,
diga que sois concebida sin pecado original”.
A esta redondilla la puso música Bernardo del Toro, maestro de capilla
de la catedral hispalense. Era para cantar y bailar en sus fiestas ante el
altar de la Virgen y por su paganismo entronca con los tripudios orgiásticos,
los cantos peanes y los himnos a las Nueve Musas, los ditirambos y las
denominadas piérides de los salios.
Cibeles o Diana, representante de la continuidad de la vida, la gran
madre de todos, recibía estas honras virginales curiosamente en las
celebraciones de bacantes. Era la diosa médica, la “virgo torreada” y se la
representaba en una carro tirado por dos leones mansos, llevando un cetro en la
mano y una corona en la cabeza; de sus espaldas se arrastraba un manto. Así la
representaban los romanos. Sin embargo, esta divinidad velaba su rostro entre
los griegos con una gasa. La llamaban Isis, pero era la misma diosa. Pero del
manto de La Cibeles y del velo de Isis ya se viene hablando bastante desde la
antigüedad. Un grimorio no es el sitio más adecuado para establecer
paralelismos entre La Mujer Que Aplastará la Cabeza del Dragón y los ritos a la
fecundidad de naturaleza órfica.
Prosiguen las audacias teológicas.
Dice que la Eucaristía la instituyó Cristo teniendo a su lado a Juan,
que era el más joven de sus discípulos, casi un niño. Se durmió en su regazo.
Este es el misterio mayor del Cristianismo. Iste
in me manet, et ego in illo (quien permanece en mí yo moro en él). Es el
misterio del amor que nunca se consuma y que nunca merecerá ser del todo
revelado. Se durmió Juan y cerró los ojos como enseñando a sus seguidores que
no han de escudriñar con ojos de la carne ni con humanas evidencias, sino que
el hombre a ojos cerrados ha de reclinarse sobre el pecho de la primera verdad,
en quien estriban todos y cada uno de los misterios de la fe. El amigo de Dios,
arrebatado en amoroso rapto, goza para siempre de las dulzuras del Paraíso
Terrenal. Aunque no sea aun bienaventurado hace vida celeste. No me placen estas demostraciones
tan misteriosas.
Nicefro cree que Elías, Matusaleno, Juan y Enoj están entretenidos en
la divina contemplación y reglados con ilustraciones celestiales. Son a diario
visitados por los espíritus angélicos.
El escritor está hablando en clave católica, pero un catolicismo que
se asemeja más al entusiasmo isidoriano o a las divinas amonestaciones
agustinianas que al credo jansenista o al espíritu ciclópeo y frío que nació a
partir de Trento. En estas demasías eucarísticas late una segunda intención de
levantar al pueblo católico contra los herejes que niegan la presencia real de
la Segunda Persona de la Trinidad en el sacramento. Cristo estará con nosotros
hasta el fin de los tiempos, pero lo arrojamos de nuestra presencia si nos
estamos traspasados de su caridad. Eucaristía y Eulogía han de caminar en línea
recta. Fe y superstición son incompatibles.
Obsesionado por contar las historia de estos varones que no han
conocido la tristeza de la muerte, elucubra sobre cuál sea el género de vida
que llevan en ese limbo donde están aguardando la trompeta del Juicio Final.
¿Comen? ¿Duermen? ¿De qué se sustentan? Acaso del maná, pero el amanuense,
refractario a dar crédito a tan peregrinas suposiciones, matiza: En sabiendo quién los
tiene y mantiene, la Providencia Divina, que es tan poderosa, ¿para qué más?
Dios es todopoderoso; luego, puede mantenerlos.
Estas cuestiones que nos parecen baladíes ahora cobraban un singular
relieve en los primeros siglos de la Iglesia. Apologistas tan significados como
San Epifáneo, San Jerónimo, Poliodoro y Cornelio dedicaron páginas y páginas al
enigma de la resurrección de la carne.
El tratado cuarto lo dedica a los montes de la tierra. ¿Fueron primero
los montes o las aguas? Antes de crearlo el Señor, este planeta estaba vacío y
era un lugar inane. La palabra monte viene del latín “ monstrare”. El agua que
se trasmina a través de los mares y los abismos encontró el baluarte de las
cimas de las montañas y de ahí no pasó, porque las cordilleras valen para poner
estorbos.
Hay atisbos que conectan a este escritor con la tesis del “big bang”.
Refiere que la tierra es la resultante de un cataclismo. Platón habla de un
continente llamado la Atlántida que desapareció. En ella estaba el Olimpo donde
moraban los dioses. Era un lugar inaccesible incluso para las aguilas que no
podían remontarlo por ser el aire muy delgado.
En el monte Athos los hombres
viven doblado que en otras regiones.
Será por la penitencia.
Y fue al propio Platón al que los médicos recomendaron que subiese al
monte Athos, en Macedonia para reparar las fuerzas gastadas en el estudio.
Hay montes en cuyas cumbres mana agua que sirve para devolver a los
caminantes la juventud, y de esos lugares hay muchos en Asturias, donde estuvo
el Paraíso Terrenal. El mismo lunes pasado
fui a la Arena de Pravia donde dicen que se halla una de esas fuentes
admirables, pero no di con tal fuente
(se refiere a un lunes del año 1789, cuando está supervisado el texto). Beocio dice que el monte Tilano tiene cien fuentes
que manan aceite de oliva todas ellas.
¡ No se puede tragar de tan gorda! Lo que sí hay en Cabo Peñas son unas termas
que lanzan veneros de agua caliente en invierno y muy fría durante el verano.
En el condado del Franco hay mucha piedra imán.
En el monte Clima en Arabia viven mujeres como fieras que llaman
viragos. Son tan feroces que los propios tigres y los pardos se les sujetan. Acá, por Asturias, las he visto yo también...
De ahí pasa a estudiar ciertos montes que son reputados por santos,
como la Tebaida o el Montserrat donde por el año 800 bajaba un olor exquisito
los sábados, y fue así como se halló entre unas peñas una talla de la Virgen
María. Desde entonces viven en aquel lugar anacoretas recluidos en celdas que
son como pensiles de virtud.
En el tratado quinta encontramos un pensamiento dichoso y casi
profético, verdadera advertencia contra
la acción desmañada del hombre. Respetad la naturaleza. Peligro de muerte. Se arrea y hermosea la tierra para el rey de
la creación, pero la tierra, esa perpetua esclava de nuestros apetitos, puede
cansarse y negar sus partidas. Vendría entonces la muerte de todos por asfixia
o por inanición. La tierra, esclava y maltratada, puede cansarse. Todos sucumbiríamos.
Leer esto dos siglos después produce un latigazo de emoción, porque
diagnostica uno de los grandes males de la hora presente. Hay en la frase toda
una adivinación histórica de los años parusíacos que nos estragan.
Pasa a renglón seguido a calificar las virtudes y potencias de las
hierbas medicinales, porque casi todo lo que crece en el campo es el antídoto
contra una enfermedad determinada. El quid está en conocerlas y sus antídotos.
Los alquimistas y físicos debieron de poseer ese don natural para establecer
categorías o clasificaciones de cada una
de las especies.
Así, la cicuta sirve para curar el mal de San Antón y a para ayudar al
menstruo. La mandrágora resuelve lamparones y lobanillos. Es buena para el
cáncer. La escamonea, buena para las podagras y que utilizaban los romanos en
sus pediluvios, tomadas por vía oral, es venenosa. Con la ceniza de la víbora
se renueva el cabello y con zumo de hinojo se aclara la vista.
A mesa franca nos trata a naturaleza, porque Dios hace el gasto, pero
debiéramos ser muy cuidadosos y agradecidos con tanta generosidad.
De los árboles, unos son criados para dar fruto y otros para dar
sombra. La cute o corteza es la piel y la savia es la sangre, que no en todos
ellos es del mismo color. En la higuera es blanca y en el cerezo, gomosa; en el
olmo, salitrosa, y en la vid, acuosa. La malva puede hacerse árbol, y lo mismo
ha de decirse de las acelgas y las murtas.
No es verdad, y el que no lo crea, como no lo creo yo, que vaya a verlo.
En la cabeza del ciervo se vieron crecer hierbas y en las orejas del
hombre, aceitunas. Nadie sabrá mentir sin ser filosofo. Yo vi un
cerezal florido en un nido de pega, que, si no es verdad, es maravilla. Sin embargo, cualquier achaque lo repara la
herbolaria. El animal más bruto, forzado por la necesidad, se hace práctico en
medicina. Los perros saben curarse con hierbas. La hierba arriana atrae hacia
sí los cabellos. La siempreviva sirve para matar el hambre, porque cierra los
poros, y de ahí que los viejos coman menos que los mozos. Porque se sustentan sólo mediante la
respiración. Se hace eco en este punto de un caso que debió de ocurrir a la
sazón basado en un hecho real y del que llegaron a circular cantares por el
Principado y por toda España. Fue uno de los primeros casos de anorexia que se
conocen en España. Una niña en Soto de Luiña estuvo treinta años sin comer. ¡Dios que fuese demonio! ¡Para mi tía! (pp.244).
El fuego de San Antón, el fuego errante o fatuo tenía intrigadas a las
buenas gentes de aquel entonces. Se organizaban expediciones nocturnas a los
cementerios para admirar aquel brillo fosforescentes de los huesos. Nadie podía
creer que aquella exhalación ígnea de la carne en descomposición al contacto
del oxígeno y los jugos de la tierra tuviera que ver o se debiera a causas naturales, sino que
pensaban ciertamente que pasaba la estantigua de los fantasmas de otro mundo en
noches de Ánimas, se persignaban y se encomendaban a todos los santos. Un coro
de voces prorrumpía al unísono:
-¡Milagro! ¡Milagro!
Galeno dice que la rosa está compuesta de sustancia muy acuosa y que
es de mejor color plantando ajos al pie del rosal. Si se tienen bajo el
estiércol durante un mes salen más fragantes.
El clavel es de lindo parecer y de agradable olor, acrecentando los
espíritus vitales(afrodisíaco). Es opinado de cordial y sirve para tratar la
gota coral, y está indicado contra la perlesía y el pasmo. El jazmín es
adelgazante. La raíz del junco, tomada
en ayunas, es buena para hacer de cuerpo, y sirve también de emético para curar
las heridas.
Los árboles que presto crecen pronto envejecen. También, aquellos que
fructifican antes mueren pronto. Los silvestres duran más que los cultivados,
porque la cultura trae la fertilidad y la fertilidad envejece. Los de corteza
crespa, como el pino, el haya o el roble, tardan en envejecer.
En frases como las que anteceden cincela el autor la mayor parte de
sus conocimientos adobados con ese placer de narrar, más que hechos probados,
noticias y, sobre todo, conceptos.
Plinio nota que casi todos fructifican un año sí y otro no, en
particular, aquellos que poseen madera sequiza como el olivo. Aquellos que son
de hoja perenne admiten mal los trasplantes y rechazan los injertos. Todos los
resinosos son de hoja perenne, excepción hecha del lárice o alerce, de hoja
caduca. Los que llevan piña se crían todos por simiente, nunca por injerto. Y
cuanto más elevada la altura de un árbol menor es el fruto. La higuera lleva
fruto sin flor y el haya flor sin fruto. Entonces
¿ el hayuco? Plutarco dice que cualquier planta muere si se la unta en aceite.
Hay algunos estériles, como el sauce, pero en otros se da el caso de a
la vejez viruelas, porque el pero en la vejez resulta más fecundo que cuando
era mozo. Los árboles de mejor olor son de madera más durable, como el cedro.
Al trasplantarle, hay que ponerle siempre mirando hacia la misma parte en la
que creció. De lo contrario, se seca. La madera que se corta con la luna
menguante de enero es sempiterna.
La vid es el más vital porque desparrama salud. Árbol de la vida te llaman los cofrades. Era el preferido de Nuestro Señor porque dijo a los
discípulos:”Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Esta bendición la
corroboró al quedar perpetuamente en el vino consagrado. Por eso, se llama al
vino “sangre de Cristo”. Es medicina su fruto para todo tiempo. Siendo pequeño
hace grandes efectos, porque resucita a la vida y preserva de la muerte. Su madera es indestructible.
Al templo de Diana se subía por una escalera de parra, y el de Jano
tenía en la antojana dos grandes vides a manera de cariátides. Eran las
columnas del neófito cuando emprendía la peregrinación iniciática. Camino de
Apolo hay que pasar por Dionisos, entregarle la moneda salvoconducto de la
revelación, asumir la obligación del portazgo. Ciertamente, dicen bien los
cofrades: es el árbol de la vida. También de la muerte; las dos caras de Jano.
En toda unidad hay una dualidad latente.
Pero, al moverse, empleamos dos pies, nos movemos a base de dos pasos.
Exedras dijo que es el arbusto
más estimado de Dios y hay lugares de la tierra, como Mauritania, en que los
racimos eran tan grandes que se precisaban dos hombres para portearlo, pero en
África no hay borrachos, porque los prohibió Mahoma, aunque se sabe que el
musulmán ebrio es el peor de todos. El
vino no se hiela estando puro, ni se corrompe, pero se vuelve acedo o se pica.
Aristóteles advierte a los taberneros de su inveterada costumbre de bautizar
las cubas asegurando que el aguado embriaga más que el inalterado. ¡Reprobable manía! Será por eso por lo que así se embriagan tantos en
Asturias.
Y el que está en la tinaja sin pez sabe mejor que el que la tiene.
Algunos echan yeso para mejorar su gusto. Emborracha menos si se bebe de un
golpe. No lo doy por cierto.
Plutarco dice que el más añejo hace más espuma. Es
de poca dura el que está en bodegas mirando al Mediodía. Los buenos caldos se
conservan mejor en locales subterráneos puestos a la umbría. El vino blanco se
vuelve tinto echandole ceniza, según Gaudencio. Aquí en España hay variedades
superiores en Alaejos, San Torcaz, Rivadavia, Ciudad Real y San Martín de
Valdeiglesias, y en Asturias, por la parte de Tineo, hay viñas blancas que dan
un vino que decimos raspado o clarete.
Las almendras y la col aplacan la borrachera. Si se borran las letras
de un libro, hagáse un cocimiento de vinagre, vino y agallas y lo borroso podrá
entonces leerse, después de pasar la escritura con una esponja. Se ha
considerado el vino excelente medicina para el mal de piedra, porque el hollejo
o las pasas son buenas para el hígado y el riñón. Cuanto más agraz es el vino mejor es para la
pasión de riñones, al igual que una uva que dicen labrusca.
En estado de inocencia el vino daba fuerzas, nunca las quitaba, porque
es el elixir de la vida. La llaman la bebida del Paraíso Terrenal, y la bebida
de los dioses, la ambrosía, no era otra cosa que un buen mosto.
Platón dictó que no la bebiese la gente de guerra, dictamen que copia
pronto el aguerrido Mahoma. Los escitas mataron a los vinateros, porque sus
guerreros se volvían locos y flaqueaban antes de entrar en combate y no
pudiendo tenerse en pie creyeron que era veneno. Plutarco dice que abusando de
la bebida se llega pronto a la vejez y vuelve calvo al que lo prueba, aunque
algunos sostienen que alarga la vida.
Otro árbol relacionado con la vid y con la vida es la palma.
Representa el triunfo y la gloria de la victoria, porque siempre tiende hacia
arriba, por no sujetarse a quien lo oprime. Si se le colocan amarras, las
rompe, pues no admite sujeción. San Basilio dice que hay palmeras macho y
palmeras hembra; ésta, cuando despalma sus ramas, lo hace llevada por el
apetito sensual, y abraza al macho. Allí se produce la cópula. Después de
haberlo abrazado las ramas viriles quedan enhiestas y cara al sol, mientras la
femeninas se comban y alabean augustas y solemnes. Es el árbol de la eternidad,
porque la palmera consigue vivir mucho. Los catalanes llaman al palmito
“mogollón y de ahí viene la palabra mogollón, porque la simiente suya siempre
agarra y nunca se pierde. La palmera al igual que la encina es de una gran
fecundidad. Arraigan dátiles y bellotas casi siempre y crecen matas de
palmitos, así como familias de sardones a pie de árbol. Otro tanto puede
decirse del laurel.
El naranjo arraiga bien aunque sea viejo y se coloca siempre al diurno
del sol. El olivo siente una repugnancia
casi natural hacia los carnales y los lujuriosos. Dicen que se seca cuando lo
planta una mujer menstruante o con luna nueva. Su madera se encorva y puede
vivir hasta dos mil años. En Getsemaní todavía aguanta en pie el olivo en cuya
corteza apoyó su cabeza el Señor cuando sudaba sangre. De ahí le viene su fama
de árbol santo y milagroso. Los navegantes consideran que el navío cargado con
madera de olivo no se va nunca a pique. Por eso, es la madera preferida para
arbolar embarcaciones. Pero es muy sensible a los ciclos lunares. Nace al
descuido y casi siempre resulta muy apacible de ver. Requiere terrenos de
secano. El aceite no es amigo de las hierbas, las cuales, regadas con él,
fenecen.
Donde más y mejor se refleja el garbo contundente y cuasi periodístico
del anónimo recopilador de mitos, creencias científicas y acotaciones a los
autores latinos y medievales, cuya prosa no es reiterativa y machacona como la
de Feijoo, a la para que el tempo sardónico del censor, quien derrocha un humor
típicamente ovetense en sus puyas de banderillero de la crítica, es a lo largo
de los capítulos finales del tratado, el dedicado a la geología.
Salen a relucir todos los conocimientos habido y por haber sobre el
gneis, las gangas auríferas y argentíferas, las aplicaciones prácticas de los
metales, sus usos médicos, las insospechadas maravillas, por ejemplo, de la
microquímica (en la faz oculta de minerales y como diseñadas por un artista
querencioso aparecen mapas de la naturaleza, figuras de hombre, de aguila, de
buey y de león; hay estrellas davídicas diseminadas en lajas de carbonato de
zinc y resaltan las cruces de los oxalatos de cerio, los rombos, los prismas y
las estrellas) que dan que pensar en augurios bíblicos.
Como quien no quiere la cosa, se estaban poniendo las traviesas del
gran ferrocarril que nos conduce al futuro. Este grimorio escrito a finales del
siglo XVII o en los inicios del siguiente levanta la tapadera de un porvenir,
advirtiendónos que la magia verdadera no hay que irla a buscar en los tratados
de quiromancia y de brujería, sino que está mucho más cerca. La vida misma es
un milagro, una eterna maravilla.
Los que aseguran que en España no hubo ciencia, ni respeto a la ley de
gravedad de los pensamientos que bajan en caída libre, ni a las ideas de los
demás, se instauran a redropelo en los carriles de la hipérbole. Nuestra
aportación al acerbo cognoscitivo atlántico rebasa los límites de lo que
suponen algunos pensadores aureolados de un pesimismo cicatero y derrotista. El
magma de la civilización cuaja a partir del cristianismo. Eso carece de vuelta
de hoja y mirése por donde se mire. Esta manera de ser no es sólo una
proyección judía sino que es apéndice de lo indoeuropeo y lo grecorromano.
Ciertamente, el miedo al Santo Oficio y la fe del carbonero labraron
entre nosotros un catolicismo esquemático de dogmáticos aferrados a la rutina,
de comulgar por pascua y muy de misa de doce, que tenía algo de masoquista y se
reflejaba en la cara de los cristos doloridos y en las procesiones de la Semana Grande. La Iglesia
jerárquica adolece de un defecto: sustituir las virtudes teologales por la
juridicidad forense. Las pandectas del Derecho Canónico ¿no contradicen a veces
las máximas evangélicas?
Hemos amado toda esa regalía de
los mantos de oro detrás del rostro sollozante y compungido de la Virgen de las
Angustias. De la religión del Gran Rabí de Nazaret nos hemos quedado con lo
adjetivo en menoscabo de lo sustantivo. Por las mañanas, a los cultos, y por la
tarde, partida de naipe en la taberna, o la corrida de toros, o, si venía a
mano, visitas a casas de lenocinio, que, para más inri, no han estado nunca
extramuros sino detrás de la catedral, en el barrio corralero contiguo al
cabildo.
No se puede convertir este inmenso credo de amor al género humano en
una cuestión de chisgarabís ni en un problema de bragueta, o celestinescos
devaneos de heteriarcas de sacristía, de mancebas de cura o barraganas de
doctrinos. De esos escándalos ha salido una forma chusca y contorsionada de
interpretar a la civilización ibérica.
España es una lujo para la humanidad. Muestra dentro del ostensorio y
del viril eucarístico, que refulge más que el sol de Corpus, la cultura
perfecta, que, al fin y al cabo, es lo que cumple. Por debajo de esta hojarasca
fluye una tradición liberal oculta que no se da en ningún otro pueblo de
Europa. Aquí, antes de que llegaran los redentores de plazuela, hubo bastante
trastienda y más consenso del que se supone, como delatan las primorosas
iluminaciones de este jesuita cachazudo, ovetense de pro, y de los que no se
casan con nadie.
Lo demás son tarascas y estafermos delante del auto sacramental con la
cruz y los ciriales, o detrás del párroco con un garrote, porque el humor que
tira a negro y el talante nuestro, casi metafísico, ha sido muy oscilante en
sus lealtades. Pocas naciones hubo como la española que presenten una
idiosincrasia tan singular, contradictoria y desconcertante. Ello es la causa de nuestros bienes y
nuestros males. En ninguna parte se da ese sentido tan crítico y a la vez ese
servilismo del caudillaje y del vasallaje, inherente al español que, como decía
Gracián, lo es hasta la gola pues de siempre fue la libertad española. Este es
el país de la real gana, el eis aionos de Europa.
Ocurre que a veces parece haber caído bajo las garras de un maleficio
que denominan los historiadores el morbo
visigótico, espíritu de discordia y esa predisposición intolerante que se exhibe
hasta en las mejores familias. Es una deformación del patriotismo que nos hace
caminar por la vida con el alma partida en dos. ¿A qué se debe esto? ¿Lo habrá
que achacar a una directa consecuencia del sortilegio de Ate, que era una
española y que llegó a reinar en el Olimpo? Júpiter un buen día se cansó de
ella y la expulsó de sus dominios, porque era bella, pero celosa y desavenida
con las otras concubinas (en el “stibadium” olímpico siempre andaba preparando
camorra). Muy vengativa esta Ate, y que no podía ocultar su procedencia
vizcaína, cuando perdió su privanza, urdió un plan para vengarse del castigo de
Júpiter, hostigando a los mortales. No les dejaba en paz. Pasaba en vuelo
rasante sobre sus cabezas, les hacía concebir malas ideas y de estos inicuos
prejuicios nacían las guerras fratricidas, las violaciones, los uxoricidios y
parricidios, los asesinatos, los desahucios, las contumelias, las estafas.
Júpiter nos puso la miel en los labios pero la malvada diosa conseguía que ésta
se volviera hiel y vinagre. Arrojada de la morada de los dioses gentílicos,
cuando bajó a la tierra no hizo más que molestar.
Así pagaba su reconcomio por la pérdida del estado de gracia. Ate
representa a la Eva mitológica, la madre de Caín, que se cierne sobre nuestras
existencias como el flagelo de las conciencias divididas.
El mal acaso tenga nombre de mujer.
Donde más y mejor se refleja el garbo contundente y casi periodístico
del anónimo autor (que no se hace pesado y reiterativo), a la par que se
percibe un tempo malaleche y un clímax, derrochandose humor típicamente
ovetense en las apostillas, es a lo largo del tranco dedicado en este insólito
grimorio a la geología. Salen a relucir todos los conocimientos habido y por
haber sobre el gneis, gangas metalíferas, sus aplicaciones prácticas, usos
médicos, o las maravillas insospechadas por ejemplo de la microquímica
(estrellas davídicas que aparecen en la superficie del carbonato de cinc, o
cruces perfectamente diseñadas en los bordes del oxalato de cerio), así como
los prodigios obrados por la piedra imán, por otro nombre calamita, que atrae
el hierro. Los antiguos navegantes se guardaban de surcar las aguas de una isla
donde abundaba el imán. Los clavos de la arboladura del barco se desencajaban
de los maderos, caían las velas y la embarcación se iba a pique.
Los que aseguran que en España
no hubo ciencia ni curiosidad ni amor a los libros exageran. Cierto, que el
miedo a la inquisición y la fe del carbonero consiguieron una imagen de
católico procesionante, adorador de los cristos dolores y de las vírgenes
angustiadas que lucían un corazón de oro traspasado de siete cuchillos. Era una
fe de puertas afuera doblegada por la superstición y el masoquismo, algo lúdica
que combinaban estos alardes religiosos en los cuales todos querían ir detrás
del paso para significar su adhesión a los principios de una religión a la que
llegaron tarde. Que no calaba en la
norma de conducta. Las costumbres seguían siendo paganas y las relaciones
humanas marcadas por ese morbo visigótico, manadero de envidias y tensiones.
Durante siglos se tuvo que hacer la guerra al moro porque los castellanos en
sus villas no se aguantaban a sí mismos y estaban siempre divididos en bandos.
El morbo visigótico o la envidia se convirtió en el mal hispánico. No
importa. España es como una custodia cuyo ostensorio recamado de oro y de
piedras preciosas en la mañanita del Corpus deslumbra los ojos del mundo con su
cultura perfecta.
Lo otro son tarascas y estafermos, que también los hubo, pero pocos
pueblos han demostrado una idiosincrasia tan singularmente despampante. Es la tierra de la libertad. Ninguna otra
nación ha desarrollado ese exacerbado espíritu crítico inherente a sus genes.
Esta es la tierra de la real gana, el “eis aionos” de Europa. Hay pocas lenguas
que incluyan con tanta insistencia alusiones metafóricas al valor moral
relacionado con los genitales.
Claro que luego vendrán féminas con la rebaja y descalificará esta
verborrea extensa del un par o dos de lo que hay que tener como perifrástica
machista. Quieren un lenguaje epiceno coagulado a base de malas traducciones
del inglés de los bajos fondos.
Tendrán que cambiar el idioma, desceparlo, si quieren desterrar de la
jerga frecuente dos vocablos que comienza por co.
Admitiendo que en España
triunfa lo extranjero, como siempre fue, las ínfulas postergadoras de lo
castizo se alzarán con el santo y la limosna. Pero eso forma parte del talante
nacional. El morbo visigótico o espíritu intolerante seguirá haciendo de las
suyas. La envidia, vicio cañí, viene a ser el motor de nuestras relaciones.
España seguirá yendo por el mundo con el alma partida en dos.
No es motivo de este estudio analizar cuáles pueden ser las causas de
un síndrome moral con picapica, pero cabe preguntase si no se deberá al
sortilegio de Ate, la diosa del Olimpo expulsada por Júpiter de sus cimales,
que en la tierra lo pagó con los pobres seres humanos renacuajos de la razón y
cargados de vicios, haciendose una diosa vengativa.
Con el objeto de vindicar la injuria del dios de dioses bosquejó un
plan para atormentar a los hombres. Pasaba en vuelo rasante sobre sus cabezas e
insuflaba en la mente las malas ideas, los peores quereres, que desencadenan
los resortes asesinos.
Ate parece casi una española. Representa a Eva convertida en
serpiente. Madre violada que se venga de
sus propios hijos.
El ambiente se vuelve irrespirable. Ella es el flagelo de nuestras
conciencias divididas que fomentan el cerco de la desunión, la avilantez
anímica, la insolencia social.
Si Ate nos amuela, Eva nos pone la trabilla, y esto tiene un nombre:
morbo gótico. Madre no hay más que una pero aquí tenemos dos acepciones: patria
y país. Las dos Españas se llevan a matar. ¿Herencia de Caín?
Él mató a Abel utilizando por arma homicida una quijada de burro.
Inventó la agricultura. El hombre empezó a arañar la tierra. Encontró metales.
Se hizo avariento cuando descubrió el oro, que paga todas las guerras. ¿Será el
oro, por otra parte, el punto de apoyo en el que se fundamenta el progreso?
Su brillo deslumbrante mostró a los especuladores en bolsa lo que haya
que hacer siempre: acaparar, porque el dinero es el único amigo que te rescata
en caso de necesidad.
Abel no sabía contar. Vivía
alegremente como las cigarras, pero inventó el arte. Era pastor en las montañas
de Moah. Su hermano había visto las orejas al lobo. No se puede ser ingenuo
sino reflexivo. Hay que cosechar y guardar. Aun no había perdido el ser humano
su estado de inocencia. Encontró por conducto de Caín en el acaparamiento su
baluarte. Pensaba en positivo. Ahí poco
más o menos empezó la cosa. Con una pregunta de la Voz interpelando a un
asesino de detrás de una zarza:
-¿Caín, dónde está Abel?
Dio por respuesta otra pregunta el fratricida y se encogió de hombros:
-¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Las manos tintas en sangre, un
puñado de dolares tuvo la culpa. El oro todo lo justifica. Abel es un anticipo
del Cristo víctima que al ser llevado al matadero expía la culpa de todos los
hombres. Su candor representa el estado de gracia. Caín, por el contrario, es
el paradigma del hombre técnico, toda esa furia animal que dicta que para
sobrevivir hay que matar.
Linda cosa es el oro. Lo creo a cierra ojos.
Dice Aristóteles que sembrando en un campo sus raeduras luego crecían,
por ser capaces de matrizar como el trigo y se transformaban en joyas. Nunca oí hablar de tales plantones.
Los metales proceden de una combinación de cuatro elementos: tierra,
agua, aire, fuego. De tejas abajo nada aparece en estado simple sino que todo
anda mixturado y compuesto. El mal se aduna con el bien y la dicha con la
desdicha, la fealdad con la belleza.
En los minerales hay
combinaciones masculinas y femeninas, unas de macho y otras de hembra.
Podrá
ser cierto pero a mí que todo esto son fajinas.
Los cabellos de Absalón era de oro puro.
Como los míos que soy calvo... Pámpanos de oro yo sólo los vi en el
escaparate.
El aurum es la gravedad incorruptible y el resplandor.
No
va mala la definición.
Su peso es doblado del de la plata, y no pierde el brillo por más que
esté enterrado mil años en cenagales, como saben muy bien plateros, tiradores,
batihojas y pulidores. Pero el oro mata. Mucha de esa gente acabará mal.
Vendrán los de la Inquisición y colocarán el capotillo, indumento de ignominia,
sobre sus espaldas para que no se constipen en el cadalso. Velarán su rostro
con el capirote para que nadie pueda mirar a esos herejes a la casa. Para mayor
escarnio se los verá cabalgar en un pollino montados cara atrás, las manos
atadas a la espalda, por ser esa la costumbres carcelarias que aguarda a los
relapsos de herejía en nuestra España.
Eso
fue antes. Hoy, gracias a Dios, no se quema a nadie.
Prosigamos.
El hombre grecolatino buscaba la justificación de sus vicios mirándose
en el espejo de los dioses. Como comprobó ser todo una farsa y un comercio,
hizo lo que pudo. Dijo a los doblones:
-Creced y multiplicaos que desde ahora seredes nuestro dios.
Y adoró al Becerro de Betel. Semejante culto fue el principio del
castigo.
Algo
tendrá el agua cuando la bendicen.
Lo llaman vil metal mas todos lo desean. Brinda refugio y puerto
seguro en las tribulaciones. Es salvoconducto para luchar contra los hados
perversos y la fatalidad irremediable.
Es el cobre metal que hoy se estima en todos los reinos. Es muy
socorrido para el servicio del hombre y para los ministerios y desempeños
domésticos. Sin cobre no se sabría que hacer o cómo cocinar. Con él se acuña la
moneda corriente a que dio principio Caín, y como dice Josepho servía para
fundir campanas. Antiguamente se hacían dél todas las armas porque abundaba más
que cualquier otro metal.
Se tiene por muy medicinal y una vez quemado adelgaza y mundifica como
dice Apante.
Su flor que sec llama ferrete es de más sutil sustancia y con ella se
fabrican diversos colirios
antiespasmódicos y anodinos contra el dolor.
De los polvos de Anuria se saca el latón aurical
co que es del que dice el Apocalipsis “
pedes ejus símiles Auricalco”. En español lo llamamos latón morisco, vulgarmente
azogue. Dieron nombre de oro porque resplandece como él. Josepho autor judía decía que los vasos del
templo de Jerusalén solían hacerse de ese metal
La naturaleza anduvo tan liberal con el hombre que quiso los desechos
y escorias de los metales de los que los maculados su purificarse les fueran
útiles. Uno de ellos es la piedra azul que los árabes llaman laculi o laca y
nosotros decimos lapislázuli. Suele tener pintas de oro como estrellas. Dicese
que es mental contra el humor melancólico y así lo afirma Hermolao.
Junto
al Cabo de Peñas he visto yo una piedra azul de más de sesenta varas de largo y
ancho mas de veinte, con infinitas pintas de lo que el autor llama oro. Traje
yo algunos pedazos que hice probar en crisoles y ensayarlo para su
acendramiento, pero no dio resultado o no se supo hacer como es debido.
De la plata sale el alcohol que deseca y constriñe, y se aplica a los
ojos lloroso, y al que padece corrimientos. Las mujeres puede teñir con él
cejas y pestañas, como Jezabel hizo cuando hubo de aparecer ante David. “Depinxit oculos suos stiblo”, dice la Escritura.
Laguna distingue entre macho y hembra y ambas especies salen de una
misma mina de plata.
Del azogue sale el solimán que es uno de los materiales más
provechosos de la cirugía. Es argénteum vivum
sublimatum. Dioscórides distingue tres
especies en yacimiento: la piedra
rejalgar que es la más venenosa al estar más cruda, que dicen arsénico o
vulgarmente ácido fénico. Es de color blanco la segundada especie es el
amarilídeo, que también se llama oropimente. Por último está el bermellón e una
piedra roja con múltiple vetas de azogue.
El azufre salpicado con saliva o miel sana las heridas ponzoñosas,
resolviéndose en humo sus partes más sutiles. Mezclado con trementina limpia la
sarna y los empeines y otra enfermedades del cuerpo. Es medicina sin sospecha.
Luego de ser percutida, usáse en sahumerios contra el mal francés. Laguna dice
que el relámpago tiene el mismo olor que el azufre.
En el concejo de Siero, en Asturias, hay un pozo al que llamamos “Pozo
de Sariego”, del que brotan unos cuantos manantiales, todos ellos de agua
salobre. Aseguran que mana y mengua su caudal a proporción con el flujo de las
mareas. (Joaquín Suárez Pola lo rubrica
aquí con su firma en la que se advierte un pomposo dele que se parece al
creciente de una cornucopia).
De la piedra sal se obtiene el salitre y de su flor la sal marina y la
sal gema, la cual relumbra como el cristal. Echada al fuego, no salta ni
rechina, sino que se enciende igual que el fierro[8].
Hay una tercera especie que se saca de
debajo de la arena, a la cual llaman los griegos “αμμoσ”. San Hilario
dice que la sal es un tanto monta del fuego, puesto que mundifica a aquellos
elementos con los que entra en contacto. Preserva de la corrupción. La calidad
que en ella predomina es la sequedad. Esteriliza lo que toca. Por ello, suelen
ararse de sal los campos de los traidores. Seca la sangre y demás humores.
Tomada en vino embriaga y salpicada en ayunas quita la embriaguez. Por eso, se
administra a los vahídos y a los borrachos un frasco de sales a la nariz. El
salitre es remedio contra la calvicie. Hace desaparecer la caspa de la cabeza.
Piedras. En Clavijo unas anunciaron la divina justicia así como las
finezas de su misericordia en la milagrosa victoria de Santiago y los espíritus
angélicos sobre la morisma. En el convento de Sta. Catalina de Siena había
piedras que aparecían con un corazón estampado, y en las Agustinas de Ávila se
veía un santo cristo crucificado. Sieguen referencias: la Barca de Piedra de
Galicia que trajo el cuerpo del Apóstol desde Galilea. En Alcalá, donde degollaron
a los Santos Niños Justo y Pastor es un lugar que está despidiendo
perpetuamente oleo santo.
¡Si
será materia válida! Casi se siente al pendolista mover la pluma meneando
la cabeza con escepticismo. ¿ Se le caería la peluca del susto? Pero, al fin y
al cabo, fiel cristiano, y adepto a todo cuanto mande la Santa Madre Iglesia debió de pensar que mejor no
meneallo, no le fuera a coger en abrenuncio cualquier insidioso.
Y en una ínsula italiana hay una piedra en la que se estampa la figura
de un muslo humano. Por lejos que se la lleven tiene la virtud de retornar
siempre a su sitio. Sólo en la Barataria
pueden ocurrir cosas tan chuscas y desconcertantes...
Eusebio dice que en la Mayor de las Bretañas (Inglaterra) hay una
montaña donde se toca una trompeta que siempre se escucha a muchas leguas de
distancia.
Célebre fue la estatua de Jesucristo que había en Cafarnaúm y que
mandó tumbar Juliano el Apóstata.
Autores graves hacen mención de una piedra que está en Tiro en medio
de un gran arenal, sobre la cual dice que predicó el Señor. Estando con la
palabra en la boca, saltó la voz de una mujer entre la multitud que exclamara:
“Bendito sea el vientre que te llevó y las tetas que te dieron leche”. En otras
se ven las llagas de las manos y los pies de Cristo en el torrente Cedrón. Si
coges de allí una piedrecita y se lo das a una mujer en trance de alumbramiento
tendrá una hora corta y feliz parto.
El autor en este caso parece recoger una tradición de la España
esotérica muy encartada en estas cuestiones de los lapidarios, que por su
cuenta constituyen en sí todo un género menor de literatura ocultista. La racha
sigue hasta los albores del siglo XXI. Porque en el Prado Nuevo donde dicen que
se apareció la Virgen una asturiana, que se llamaba Paquita, mujer vieja y de
aspecto extraño, enseña a los que quieran verlo una peña cuadrada donde sobre
el granito un cincel misterioso dejó esbozado el mapa de España. El misterioso
tallista dice que es un querubín que bajó del cielo a besar el fresno santo que
se retuerce a dos metros de distancia de ese peñasco.
En el valle de Josafat, dice Basilio, hay otra piedra donde la Virgen
María lavó y restregó sus paños.
Dioscórides dice que el esmeril es útil para achaques que producen
copia de humor y dientes enflaquecidos.
Cuando
se hizo la casa de Alejo de Ovies he visto yo que aserrando un castaño se halló
un sapo vivo en el corazón del árbol y en el madero no había bujero (sic) por
donde introducirse.
Salín habla de la piedra sarda llamada también cornerina. Su color es
el de la sangre, que en hebreo se llama “helean” o rubra caro” (carne rubia),
pues se engendra del corazón de una peña. San Epifanio dice que se rinde
fácilmente al hierro y se deja tratar por él y Areto dice que pone terror a las
fieras más bravas. El rubí tiene hoy más valor que el diamante que solía
ostentar el primado de las piedras preciosas. Es tanta su densidad que no le
penetra el fuego ni aun caliente.
El rubí mayor que se ha encontrado hasta hoy es el que está en el
Tesoro del Gran turco. Es como media nuez y está considerado como el más puro
que se conoce pues suda si se le acerca alguna ponzoña.
Está opinado, dice Mejía, que el dimante pone ánimo y valentía en
quien lo trae.
El carbunco, según los Naturales, sostiene el principado sobre todas
las demás piedras. Estaba colocado en el segundo orden del racional del
sacerdote en el templo. Con él purificaba el serafín los labios del profeta
Isaías. Júzgase símbolo de la divina palabra, pues, como dice Lucas, da fuego
al mundo. La noche nunca pudo vencer sus lucientes rayos. En griego se llama
“ántrax” y en latín “carbúnculus o petra ignita”. No se rinde a los martillos y
no hay herramienta cortante que pueda ablandar su firmeza, como repiten Solino
y S. Agustín. Sólo lo ablanda la sangre de cabrito que es calentísima y
penetrante. Es muy medicinal, repele el veneno y echa del alma las
imaginaciones molestas y penosas. El mayor de los carbuncos no es mayor que el
meollo de una avellana.
El calcedonio es piedra al que se hace mención en el Libro del
apocalipsis. Es igual que el carbunco o diamante. Así nos lo aseguran S. Isidoro, Aretas y Beda
el Venerable. Tomó su nombre de la región de Calcedonia donde era frecuente
encontrarlo y se cría en la ribera de los desiertos.
El topacio quiere decir en griego
quaesitum (buscado), por estar muy
retirado de la vista de los hombres. El topacio templa la ira y la lujuria. S.
Ambrosia lo cataloga como la más lucida entre las piedras preciosas. Vale para
dar brillo y afilas, pero a veces se viste de luto escondiendo su luz.
Según Dioscórides hay piedras que son vivientes, que crecen y menguan
a tenor con el paso de la luna, como el
selene(piedra de la luna), el cual, atado a los árboles estériles, los vuelve
fructuosos, y, bebido en polvos, es contra la gota coral. Teofastro, Plinio y
Alcázar así nos lo reseñan.
La piedra “acetite” es la que tiene el aguila en sus nidos. Coadyuva
en los partos a las mujeres primerizas. El galeno tiene que ponerla a la parte
izquierda del cuerpo porque las izquierdas son más flacas que las derechas, y
allí están los vasos maternos de donde se promueve el impulso a la hora de
coronar. La piedra del aguila es tan fecunda que con su calor empolla el feto.
Vives supuso de un príncipe llamado Rabastasio el cual tenía diamantes
preñadas que parían rubíes, amatistas y sardos. Y la piedra luna fecunda
poniéndola en lo alto de los árboles.
Mucho supuso Vives. Creó Dios las cosas sublunares para el servicio del
hombre y especialmente las piedras preciosas para solaz y agrado de los
sentidos. Teofastro y Hanterano hablan de que se tiene noticia de una provincia
que se llama de las esmeraldas, pero que no se había aun conquistado cuando
estos eminentes varones lo relataban. De las esmeraldas, algunas son el tenor
de una nuez, pero otras alcanzaron la dimensión desproporcionada de un huevo.
El catino o vaso de la última cena que se guarda en la catedral de Génova está
empedrado de esmeraldas. Era el grial de los antiguos y algunos la veneran más
por joya que por reliquia.
En la flota de 1687[9]
llegaron hasta Sevilla dos cajones de esmeraldas, y cada uno de ellos pesaba
treinta arrobas. Su color es verde irisado. Ninguna cosa más confortable que el
verdes, puesto que es símbolo de la esperanza con la cual suele alentarse al
corazón más caído. Nerón en el circo máximo de Roma se ponía a mirar a sus
gladiadores a través de un espejo de esmeraldas. El arco iris o trono de Dios
está todo él fraguado de esmeraldas.
Por Isaías sabemos lo que dijo Dios: el signo del castigo en el
segundo diluvio será el amarillo.
Berilo es una esmeralda menos lúcida. Es garza y su color oscila entre
el verde y el blanco. Es el berilo la piedra de los que pelean porque no es
agradable a los perezosos.
El crisopacio dice Plinio que viene de Etiopía. Vivencio dice que hay
en Oriente como doce variantes de esta perla. Alberto Magno dice que detiene el
flujo de sangre. El sardónice (ágata) es en parte blanco y en parte negro con
fajas rojas. Lo usaban los romanos para anillos y sellos. Fue descubierto uno
de éstos en el cual se representaban las Nueve Musas con los instrumentos de
cuerda en las manos, rodeando todas ellas al dios Apolo en semicírculo.
Un padre (jesuita) del colegio de Goa en una carta enviada en 1551
habla de una piedra que al tocarla aplaca el hambre y la boca del que la toca
se llena de una sensación agradable y exquisita. Por lo demás, el tacto se
recrea en alguna piedras que suelen ser blandas y suaves, como el alabastro,
muy frío y escurridizo. Tiénese por el mejor el de color melado. En el término
de Luanco se encontró mucho alabastro,
La piedra bezar se halla en el buche del guanaco, es la reina de los
venenos, no tiene sabor a alguno y es cordial.
LAUS DEO
Debajo de una bandeja cargada de frutas y roleos aparece el nombre de
Joaquín Suárez Pola con su rúbrica y una fecha: Año 1789.
Notas marginales del revisor de este centón o
grimorio asturiano
[1]Cátedra de
Prima se llamaba así por ser la que se impartía a primera hora de la mañana.
Era un escolasticismo que permaneció en
las universidades españolas desde el Medievo. Góngora ridiculizaba a los
catedráticos de Prima, por lo general clérigos, de esta forma:” Por la mañana
una hora de prima y por la tarde de “sobrina”
[2]garceos, o
vacceos. También várdulos. Una tribu que vivía al norte de la meseta central.
[1].
Esta frase de non capio y non capisco ( no
entiendo) era una muletilla constante entre las disputas teológicas que
tuvieron por escenario la universidad de Salamanca entre jesuitas suarecianos y
dominicos tomistas. Algunas veces eran tan apasionadas que acabaran en la riña,
en la bronca descarada o en el insulto, como aquella vez que un jesuita le
estaba diciendo a un fraile de Santo Domingo:
-Rubucundus erat Iudas. Porque rubio era
Tomás.
Y el otro le replica:
-Sed, de Societate Iesu.
Esto es: de la Compañía de Jesús
[2].
Ops ( Ope) era la diosa de la
abundancia, lo que hace germinar a las plantas. Voz antiquísima que nos
revierte a algo que llega implícito al cristianismo, como una aseveración o
afirmación de la deidad femenina en la veneración sincretista envuelto en el
velo de Isis o procesionando detrás del peplo de Cibeles. Maga y Madre Magna.
María. Siempre Virgen.
[3].Es una idea importante: la
sanación no es prelativa solamente del cristianismo sino de todas las grandes
religiones que creen en un dios positivo.
[4].la telequinesis obsesiona a
gran parte de nuestros místicos, como a la Venerable María de Ágreda.
[5].Kirkos: de ahí viene Kirche y
Cherk, vocablos significantes de iglesia en alemán y en ruso respectivamente,
una especie de asamblea, gremio, de iniciación y de aprendizaje. Iglesia quiere
decir libertad, reunión de caridad en Cristo. No es el mismo sentido semántico,
como “autoridad” o “cánones” que se le asigna hoy. Ni mucho menos imposición.
Con el paso de los siglos hay vocablos a los que se les da vuelta. Aparecen del
revés. Este podría ser una flagrante caso.
[6].cadario: es una especie hoy
desaparecida
[7].Abulense. Alonso de Madrigal,
también conocido por otras señas como el “Tostado”
[8].
Fierro.
Es la única variante de la fabla bable que encontramos en este cartulario de
recetas científicas. No se da el apócope, la asimilación, metátesis, y otras
figuras de dicción tan frecuentes en el habla astur adulterado que nos
pretenden vender los nuevos filólogos. Nos venden una lengua inventada. Otra
cosa es el acento, la entonación y la riqueza léxica que lo ha caracterizado,
como a todos los sistemas linguisticos en frontera.
[9].Es referencia demostrada.
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