carta a paco umbral en el más alla
Carta a Paco Umbral
Fui el otro día al café Gijón y me encontré con tu sombra taladrando los
espejos. Me mirabas con aquellos impasibles de miope calando hondo mientras
tomaba copas con los chicos y las chicas del ayer. Allí estaba la hermana de
José Hierro una señorona como muy bien plantada con cara de bibliotecaria y con
artritis. Sólo nos salvará la poesía y las musas curativas hacen la senectud
más dulce pero yo, Paco, no guardo rencores y del odio de los literatos que es
tan peligroso como el de los conventos líbrenos Dios pero ahí vamos. Tú fuiste
de los últimos héroes de la literatura a los que se contemplaba como subidos a
un pedestal mitad sacerdotes, mitad cirujanos y también brujos antes que
llegara el mercado y la apisonadora del pensamiento único. Fuiste un mago del
idioma que hacía malabarismos con el idioma sin haber pasado por las aulas. Te
bastó leer a los clásicos y el fino oído para captar el habla de la calle y
sublimarlo, darlo la vuelta y muchos nos sentimos reflejados en tus libros que
parecen las memorias de un literato adolescente a lo Turguenev y anduviste por
la vida con tu complejo de Peter Pan no querías crecer y eso era un triunfo.
Admirabas a Ramón Gómez de la Serna pero tu obra no está influenciada por sus
greguerías que a Rodrigo Royo el director del Arriba le sonaban a majaderías y con mucho respeto encomendó al maestro que le
mandase cosas más venales desde su buhardilla de Buenos Aires. Muchos obliteran
el hecho de que el falangismo fue generoso con los vencidos. Que Pérez de Ayala
no fue represaliado. Al contrario, Torcuato le abrió generosamente la tercera
de ABC. A ti no te gusta el autor de “Tigre Juan” y ahí acusas una merma: tu
falta de cultura clásica. Pero a mí sí.
UMBRAL DON PACO
la vida del poeta oye se repite en unos
y otros más que el ajo todo es lo mismo. Suenan regüeldos y eruptos y cada
novela de Umbral era pedo que se tiraban las ninfas en mitad del Café Gijón y
olía a rayos. Umbral tenía la manía de oler bien porque olía mal. Se da la
casualidad de que los elegidos de las musas no suelen ser gente de rumbo
excepto Umbral que era un quinqui. Todos sabíamos el lugar de su nacimiento y
eso marca bastante en este país. Creo que fue por sus origenes más que por la
calidad de su pluma por lo que fue encumbrado. Es un tipo que se repite igual
que la cebolla. Sus textos huelen ya digo bastante mal. A flujos vaginales a
colonia barata de casa de putas y a lencería poco fina de Sepu o de Galerías
Preciados. Ha habido un tipo que le dedica una extensa biografía. El libro
sobre Umbral y las paternidades que todos conocíamos es implacable porque el
autor que lo firma- demasiados galicismos- es un deja vu no dice nada nuevo y
en vez de una pluma parece manejar la catana con la que quiso cargarse a un
prelado autobombo autismo. Paco Umbral o Francisco Pérez tuvo la fortuna de
arrastrarse ante Lara y subirse a la columna de un mundo lleno de vanidades
desde donde ostentaba la prosa sin peinar de un españolito poco viajado. Umbral
era lo peor del franquismo reconvertido al badurne democrático. Recuerdo que
hace muchos años cuando la feria del libro se abría en Recoletos en lugar del
Paseo de Coches le compré y me firmó un libro suyo sobre Larra burro grande
ande o no ande es lo que me dijo por supuesto supe cual era su aspiración la de
convertir al escritor en una televisión busto parlante puro marketing. Paco fue
el producto de un lanzamiento, hijo del boom y un bluf. Hoy es un escritor
olvidado por mucho que algún gilipollas media loco y medio autista que se cree
el ombligo del mundo pretenda resucitarlo
Pienso que don Ramón era un grandísimo portento mucho más que Ramón el de
Pombo y el de la torre de marfil en su piso del barrio de salamanca. En lo que
apuntas acerca de Azorín “un hombre que escribía corto porque sus ideas eran
cortas” ahí te doy toda la razón. Lo mismo puede decirse de Pío Baroja un
novelista que arrima mucho material a sus obras pero luego no desarrolla y al
fin le faltan piezas o le sobran pero todos ellos durante la Oprobiosa pudieron escribir, publicar y ser admirados, venerados cual
héroes olímpicos. Fueron los inmortales de una dictadura que fue generosa con
el escritor, mucho más que la tan nuestra cacareada democracia. Tú viviste un
Madrid que “estaba traspasado de literatura y te acogiste a la generosa
hospitalidad de Rodrigo Royo un periodista ahora ninguneado y blasfemado pero
que fue mi director y del que aprendí lo poco o mucho que sé del periodismo y
tú fuiste colaborador de Pyresa como yo y con los sueldos conseguías pagar la
patrona y comprar libros. En la actualidad tales granjerías son impensables
después del paso de la apisonadora y del rodillo. Fíjate fuiste a pedirle
trabajo a uno que bien conocemos, te pusiste de rodilla para que te dejara
subido a la columna de la página de cierre. Fue implacable. Fuera de aquí.
Después de tantos canceles abiertos, tantos umbrales ollados vino el gran
cerrojazo, la gehena el llanto y crujir de dientes. Agapito García Atadell el
tipógrafo del “Sol” y la “Voz”, y novelista en agraz, recorría los cafés
literarios de la Villa y Corte con el cadáver
de su hijo recién nacido en una caja de zapatos pidiendo una oportunidad a la
búsqueda y procura de un editor que le publicase sus libros. Un conocido
nuestro, que es tan sarcástico como buen escritor y amigo entrañable, me
propuso seguir el ejemplo. Yo no soy un terrorista ni quiero formar parte de esas
brigadas del amanecer dirigidas por el ínclito tipógrafo que se tomaría su
revancha en agosto de 1936 como autor
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