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viernes, 5 de agosto de 2016


 

Vicente Espinel. Marcos de Obregón

 

Plaza de santa Catalina de los donados. Voy al Santo Niño del remedio. Es una de las plazas aun recoletas que quedan del antiguo Madrid. De allí fue capellán Vicente de Espinel autor de una novela que se engloba dentro del género picaresco, marcos de obregón, pero que es una semblanza autobiográfica de la España del siglo de oro finales del XVI e inicios del XVII una España que recorrió en veinte años de intenso caminar y cuyos mares navegar así como los dominios de Nápoles y Flandes como soldado y como marino al servicio de la escuadra, la segunda Invencible que iría a luchar contra los ingleses comandada por el almirante asturiano don pedro Menéndez de Avilés. En uno de los bajeles tomó el grado de alférez pero aquella malhadada expedición nunca zarpó del puerto de Santander. Se declaró la peste.

Protegido por el conde duque de Olivares acabó ordenándose sacerdote el viejo soldado y obtuvo una capellanía primero en una iglesia de Ronda. Más tarde, un beneficio en el cabildo de San Ginés. Se enmarca, pues, en el capítulo de los grandes de la literatura castellana junto con Lope, con Calderón, con Mira de Amescua o Góngora todos ellos sacerdotes. Es una deuda que tiene nuestra lengua con la iglesia española que acogió en su seno a aquellos pobres vagabundos librándoles del hambre y la pobreza.

Espinel fue también músico y maestro de capilla. Añadió a la guitarra una sexta cuerda. Gran parte de su composición polifónica anda perdida pero debió de ser el gaditano un gran chantre o precentor. Lo que no fue óbice para gozar y padecer de una vida aventurera llena de sobresaltos y de peligros que superó “merced a su gallardo entendimiento”. Su Marcos de Obregón a decir de la crítica supera por la veracidad y la contextura de su narrativa de hechos reales al Lazarillo o al  Guzmán de Alfarache. Encuentra ciertas similitudes con el Estebanillo con cuyo autor debió de coincidir en Flandes pero su estilo es menos abigarrado y conceptista. No se puede codera con el Buscón que es un libro aparte pero todas estas obras del genero picaresco coinciden en:

a) la existencia apabullada y trajinante de los personajes.

b) el hambre como preocupación existencial ya que en sus páginas no hay sexo y todas los lances de amor acaban de mala manera como lo que le pasó a Marquillos saliendo de Bilbao que por no entender el vascuence no pudo declarársele y acabó siendo arrastrado por el azud de una alberca que por poco se le lleva la corriente y en Zaragoza (dice que los aragoneses son celosísimos) con otra ventanera. En la picaresca el sexo se aborda de una manera bufa y de pasada, lo que revela cierta misoginia del carácter hispano. Terrible cosa es la mujer. Y el que casa de viejo pronto entrega el pellejo. Satiriza y de qué manera a los maridos lo mismo que Quevedo. Pero el gran teatro clásico no podría ser comprendido sin los malentendidos y sin los cuernos. De las costumbres amorosas de aquella centuria mejor no hablar. Las carrozas que subían arriba y abajo del Prado madrileño eran prostíbulos ambulantes donde se fornicaba a calzón caído y con las cortinillas echadas, las puertas del carruaje cerrados a cal y canto haciendo de mamporreros los lacayos.

c) la longanimidad en las adversidades, la resignación cristiana y el desarraigo. En el fondo dentro del pícaro late un alma mística que desprecia al mundo y a sus vanidades.

Espinel nació en la hermosa y arriscada ciudad de Ronda hacia 1545. Sus padres eran de origen asturiano, encomenderos a los que los Reyes Católicos asignaron tierras en Andalucía cuando se ganó Granada. Hidalgos pobres. Su progenitor había sido soldado con el Gran Capitán y al mandarle a estudiar a Salamanca le entrega una bolsa con pocos dineros y una espada que el joven no sabe qué hacer con ella y la empeña a unos hojalateros en el Potro de Córdoba. Cruza una Mancha semidesierta expuesto al peligro de los bandoleros moriscos, a los cuatreros, a los venteros y a los carreteros una profesión que maldice… Dios me libre de rufianes en cuadrilla y los arrieros eran por lo visto de mala condición, robaban a los que portaban en el carro y violaban a las mujeres que iban de recua. Las ventas son igual de pestilentes “donde suele haber malas aguas por lo que importa beber vino” y los mesoneros en lo redomazos se traen un aire con los arrieros, todos ellos moriscos y de condición inicua. Impía gente son los arrieros y sin caridad crueles a tal extremo que su misma crueldad va contra natura. Como tratan tanto con las bestias algo dellas siempre se les pega. Tienen muchas posadas y pocos amigos. Así nos describe la venta de Cardeña en el paso de Despeñaperros, todo un lugar común en la literatura picaresca.

En Salamanca se presenta vestido de ferreruelo y de una sotanilla de veintidoseno de Segovia. En la ciudad del Tormes va a correr no pocas aventuras como las novatadas aunque están no son tan rigurosas como en Alcalá el Buscón dixit. No puede pagar el pupilaje de casa no le llegan dineros y entra a vivir con otros estudiantes en el refugio donde el hambre y sobre todo el frío de los crudos inviernos serán origen del cuento del zancarrón de un mulo que echaron a la lumbre pensando que era un tuero y olía a rayos. Todo lo soporta con la virtud de la paciencia “que es amiga del buen humor y del donaire”. Salamanca la blanca tenía buenas pastelerías. Los estudiantes pasan la hora del quiete o recreo en el Desafiadero. Marquillos se pone a dar clases de canto para socorrerse pero tales lecciones aunque bien dadas estaban mal pagadas. Y con las mismas hace un canto al saber y a esa vida oculta que se encuentra agazapada entre los libros donde el ser humano puede encontrar consuelo a sus desventuras. No se murieron de asco por lo de la pata del mulo que echaron a la lumbre. Fueron castigados a diez azotes por aquella travesura.

La obra tiene un sentido gnómico en clave moralizante con una proa cuajada de refranes y de sentencias. No hay que desesperar. Cuando una puerta se cierra otra se abre pues más gusto se halla en un higo que en ceinte calabazas. ¿Cómo luchar contra los males estudiantiles que son la pobreza y la desnudez? Espinel no otorga otro remedio que poner buena cara al mal tiempo. La humildad ante los poderosos es el fundamento de la paz y la soberbia, la destrucción de nuestro sosiego. Agua y ajo por tanto y mucha resignación cristiana.

En Córdoba le roban un macho y en la feria de Ronda se lo tratan de vender unos gitanos. Era una acémila de muy mal carácter que tiraba al jinete, se espantaba e iba a la empinada con harta frecuencia. El mulo atraillado parecía manso pero Marcos sospecha. Y efectivamente querían venderle el mismo que le habían robado y en un tente mientras cobro antes de llevarlo al mercado le dieron a beber un azumbre de vino. Cuando se le pasó la borrachera el animal volvió por donde solía y no se cansa de dar patadas y respingos. Si bien me quieres trátame como sueles. Escasee la carne en el garabato por falta de gato y uno tienen ventura y otras ventrada. Unos ensillan y otros cabalgan. Al protagonista de esta narración le pasan mil desdichas pero pronto se resabia y aprende a afrontar los engaños. Su hégira discurre por caminos inciertos y mal resguardados pernoctando en ventorros donde se dormía con un ojo solo y había que andar listo no te dieran por zumaque un vino que el ventero tasaba como de calidad y con más hojas que un calepino. Se encuentra con donilleros y con clérigos de mala ralea que rezaban en latín con acento gallego y a veces con fantasmas y aparecidos. Las ventas donde para son la de la Murga en Ademuz, la de Viveros en Alcalá y la famosa venta de de viveros en plena sierra morena donde recalaban a la sazón todos los viajeros que pasaban de Castilla a Andalucía. 

 

 

 

 

canto a la universidad de Salamanca

 

Hijo de un hidalgo de gotera ovetense que se afincó en Ronda el autor de Marcos de Obregón obra insigne de la gran literatura picaresca nos embarca en las galeras que fueron a Lepanto y nos muestra los caminos que llevan a Flandes y además puso una cuerda más a la guitarra española. Asendereado personaje y escelso escritor, su prosa limpia, castiza y salpicada de donaire, se parangona con la de Miguel de Cervantes.

Cuando todos iban a estudiar a Alcalá, el rondeño, por su parte, con una espada que le dio su padre, viejo soldado a las órdenes del Gran Capitán, que pesaba más que él y que empeña en un mesón del Potro de Córdoba arriba a la ciudad del Tormes y a la vista de sus torres prorrumpe en esta loa: “ vi en aquellas columnas sobre quien estriba el gobierno universal de toda Europa las bases que defienden la verdad católica. Vi al padre Mancio cuyo nombre estaba ya esparcido por todo lo descubierto… vi al abad Salinas el ciego el más docto varón en música especulativa que ha conocido la cristiandad no sólo en el genero diatónico y cromático, sino en el armónico de quien tan poca noticia se tiene hoy[1] y que fue sucedido en la cátedra por Bernardo Clavijo doctísimo en entender y obrar el concento y el concierto de partituras, hoy organista de Felipe III”.

Comenta después este aprendiz de la supervivencia que es frecuente contraer sarna los estudiantes primerizos merced a la blancura del pan tierno y el agua finísima que e bebe en Salamanca, “mala para los dientes”. En resolución, recomienda a los estudiantes no estragarse ni abusar de la comida o la bebida y emplearse en los comedimientos de la templanza “que conserva la salud y aviva el ingenio”. Es la misma conjetura con que nos apabulla a los lectores y degustadores de esos tesoros de la lengua castellana que son las novelas de esos pobres seres humanos, esos pequeños diablos corredores que son los pícaros a lo largo y lo ancho del mapamundi.

Otros catedráticos a los que menciona es al doctor Medina facultativo de prima en aquel claustro y gran médico.

El elogio que hace de los libros tampoco queda atrás y son frases esculpidas en la celda o en la torre de marfil de estudiosos y poetas.

los libros hacen libres a los que les quieren bien. Con ellos me consolé en la prisión que se me aparejaba y satisfice el hambre en un pedazo de pan conservado en una servilleta envuelta en un papel que traía un capítulo de alabanza al ayuno. ¡Oh libros, fieles consejeros, amigos sin adulación, despertadores del entendimiento, maestros del alma y gobernadores del cuerpo, guiones para bien vivir y centinelas del bien morir”

Protagonista de esta novela dechado de perfección del genero picaresco es el hambre, compañera de cama de la resignación, cómitre de la longanimidad y amiga del buen humor y del donaire. He aquí reflejado en el espejo de las páginas de Marcos de Obregón el carácter español en sus miserias y en sus grandezas, sus euforias y sus congojas, baluarte del catolicismo en defensa de cuyo empeño se granjea la enemistad de todos e incluso la ira y el recelo de los Papas. Castilla he aquí que se ensimisma, se adoba en una segunda piel, la del escepticismo senequista, pelea con la espada en Flandes y esgrime en las Américas el crucifijo. España siempre con la cruz a cuestas, escarnio de todos y contra todos, transporta sus sueños de redención mesiánica, fatigada de Europa, a bordo de las carabelas. Es el mismo concepto que explaya a lo largo de sus libros ese gran patriota que se llamaba Francisco de Quevedo y Villegas.

Las noticias que da de la Salamanca universitaria del XVII son cabales: las pastelerías del Desfiladero, las calles de Santa Ana y san Vicente, la posada de Gálvez donde estuvo a pupilo y para sacudirse si buen apetito daba lecciones de canto “bien dadas pero mal pagadas”. Un pícaro ha de estar siempre no sólo a la que salta sino también tener buenas tragaderas. El asqueroso episodio del zancarrón del mulo que los pobres pupilos echan a la estufa tratando de sacudirse el frío de un crudérrrimo jueves de febrero creyendo que era un leño y por poco se atufan todos da una idea de las condiciones de vida de la Salamanca de aquellos tiempos. “Hacía tanto frío que en echando agua en la calle se tornaba cristal”. El siglo decimoséptimo de la era en Europa produjo un gran cambio climático, algo que seguramente tuvo que ver con las manchas solares. Los geólogos hablan de una nueva glaciación hacia 1623.  Hubo cambios extremos y mudanzas en la temperatura. El invierno de 1623 fue el más crudo en varios siglos y en 1666 los calores fueron tales que muchos creyeron que venía el fin del mundo. Se quemó la gran ciudad de Londres.

La prosa de Vicente Espinel es muy musical y agradable como la de la mayor parte de los escritores que tienen buen oído. Maneja el contrapunto. Por eso no se hace indigesta, une a su amenidad el fruto del buen consejo- “la humildad frente a los poderosos es fundamento de la paz y la soberbia, la destrucción de nuestro sosiego”. Para él el oficio de escribir es enseñanza de la paciencia y conformidad con la desventura y reveses de fortuna. A tal efecto moralizante de la escritura  tan importantes son las fábulas de Esopo como las estratagemas de Horacio. Más gusto se encuentra en un higo que en una calabaza. Este oficio de longanimidad es uno de los aprendizajes del estudiante salmantino que vive en la pobreza y la desnudez. El dolor es el crisol del amor. Este concepto inusual en otros libros del género acredita a Espinel como el más católico de los picaros españoles. Marcos de Obregón es un hijo del barroco.



[1] Al maestro Salinas dedica su oda “Música Serena” Fray Luis de León

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