Fr. HERNANDO DE TALAVERA EL ALFAQUÍ
CELESTIAL O EL FRACASO DE LA TOLERANCIA
Metido como estoy en harina de
conversos voy y vengo de Alcalá me pierdo por las empinadas callejuelas de
Toledo, en demanda del espíritu que fraguara el sueño mesiánico del imperio. Al
cabo de muchos años entiendo lo que dijo Golda Meir sobre el establecimiento de
nuestras relaciones con Israel corría el año 1973 en una conferencia de prensa
en un hotel cerca de Hyde Park:
—España para nosotros los judíos
no es un país como los demás.
Fue un canto a Sefarad enhebrado
por aquella quijotesca tigresa que llevaba un bolso como el de mi abuela
siempre de luto de donde extraía una cajetilla de tabaco negro. Sentí
reverencia y pasión por aquella mujer de los cabellos grises que le daba importancia
escasa a cosas tan trascendentes como el look y que, habiendo ganado dos
guerras, se convirtió en la mayor estadista del siglo XX su liderazgo
controvertido y discutido por los de su propio partido laborista y por el
Likud. España no es un país como los demás. Idea mesiánica. El sionismo anda
metido en los fregaos de ganar la tierra prometida que a España le costó nueve
siglos. Es una historia de sangre, sudor y lágrimas, expulsiones,
enajenaciones, llantos y martirios porque es duro para cualquier ser humano
tener que abandonar su casa, dejar sus enseres, ver por última vez los muros de
Jerusalén o de Granada. Es lo que está ocurriendo a día de hoy en Palestina.
Todo Oriente Medio es una hoguera. No conviene olvidar la historia maestra de
vida. Veamos un caso:
A fray Hernando de Talavera
(Talavera de la Reina 1428- Granada 1507) le llamaban los moros de la Alpujarra
el “alfaquí celeste” por sus titánicos esfuerzos de adaptar y convertir la
religión del Crucificado al credo mahometano.
Su intento fracasó pero queda
ahí para la historia, como conato de buena voluntad y como testimonio de que el
Bien no gana siempre y sucumbe a los intereses y egoísmos seculares, quiere
decirse, el Mal.
Conviene, pues, no dar de lado a
la Historia.
Fray Hernando era un monje
jerónimo conocido por sus virtudes: bondad, recogimiento y vida austera. La
Reina Católica lo eligió por director espiritual.
Sobrino de don Fernando Álvarez
de Toledo, el Duque de Alba, aprendió a leer y escribir en la escuela
catedralicia de Oropesa, se graduó en Salamanca. Tomó el hábito de la orden
(hábito blanco y escapulario y cogulla parda) y llegó a ser prior del
monasterio más prestigioso que había en España en aquel tiempo: el convento
vallisoletano del Prado.
En una visita a aquel recinto la
Reina se confesó con él. Elevado a la mitra de Ávila, sería más tarde
preconizado arzobispo de Granada.
Es designado confesor regio,
cargo en el que fue sustituido por Cisneros que se convirtió en su alter ego.
La otra cara de la moneda. La dulzura y la bondad del jerónimo chocarían con la
aspereza y austeridad franciscana del
Regente, aun siendo así que ambos eclesiásticos venían de familias oscuras,
recién convertidas del judaísmo.
Si el uno era partidario de la
bondad, la tolerancia, la mansedumbre para con el moro hasta el extremo de ser
el primero que introdujese la lengua vernácula en la SRI, cinco siglos antes de
las constituciones del Vaticano II, y para atraerse a los musulmanes ordenó en
su diócesis de Granada que se permitiera decir la misa en árabe, ordenando a
sus sacerdotes que aprendiesen esta lengua, mientras su contrincante, fray
Francisco Ximenez de Cisneros, mandó que se quemase un alcorán en la puerta de
Bibarrambla.
Bien es cierto que todos los
manuscritos en letra cúfica sobre astronomía, medicina y ciencias naturales, un
tesoro bibliográfico, se los trajo para Alcalá. Un gesto que es de agradecer
por los historiadores porque, gracias al cardenal Cisneros, se pudo conservar
gran parte del acervo de nuestro pasado mahometano: la sabiduría, literatura y
los relatos de los cronistas musulmanes sobre las contiendas de la Reconquista,
y su versión distinta de los hechos.
Que hoy se pueden leer en la
Biblioteca Nacional.
Talavera y Cisneros forman un
dúo de contrastes.
El cardenal partidario del puño
de hierro y de que la letra con sangre entra. El arzobispo guante de seda. Una
gota de miel puede más que veinte jarros de vinagre, según Francisco de Sales.
La fuerza de la razón contra la razón de la fuerza. La paz y la guerra. Ganó la
guerra.
La política de apaciguamiento
del arzobispo Talavera consiguió el bautismo en masa de los pobres moros con
gran escándalo de los imanes que se echaron al monte y ello daría lugar a la
guerra de las Alpujarras últimos reductos del Islam; una pavesa que tardaría en
extinguirse más de dos siglos hasta 1609.
Cisneros, más drástico e
inmisericorde, fue más efectivo. En guerras de religión las medias tintas no
valen. Es el todo o nada.
De Fray Hernando, el “alfaquí de
Jesucristo” algunos moriscos se le reían en sus propias barbas. Herencia de
Caín pero venimos de la Historia Sagrada. También España es sagrada aunque
traspasada de un furor cainita.
Fray Francisco, por el
contrario, aquella galga en pieles, como le llamaban, enteco, solemne, una nariz
prominente, siempre friolento, (combatía su hipotermia con tabardos y ropones y
debajo de sus vestiduras elegantes de cardenal llevaba el áspero sayal
franciscano) el mentón saliente un prognatismo que denotaba su demoledor poder
de voluntad, odiado y temido por sus súbditos.
Los escándalos y motines a causa
de la desacertada política del arzobispo de Granada con sus neófitos llamaron
la atención del Santo Oficio. El inquisidor de Córdoba un tal Lucero lo mandó
“empapelar”. Se le abrió proceso por judaizante pues por línea materna venía de
conversos, no obstante que su padre fuese de sangre azul emparentado con la
Casa de Alba.
La inquisición no andaba con
miramientos. El fiscal Rodrigo Deza ordenó encarcelar a su madre y a su hermana
bajo la acusación de herejía judaica. Cisneros que pese a su rivalidad era
amigo del arzobispo consiguió que las liberaran y elevó una súplica al papa
Julio II, y, gracias a tan poderosas influencias, el abogado defensor de las
encausadas, que era Pedro Mártir de Anghiera, logró rebatir las incriminaciones
de Rodríguez Lucero. El tribunal dictaminó la completa inocencia de Hernando de
Talavera y sus hermanas. El arzobispo de Granada, quebrada su salud por los
disgustos del proceso, falleció a los pocos días de la sentencia absolutoria el
14 de mayo de 1507. Cogió una pulmonía a causa de haber participado, descalzo y
encapuchado, como un penitente más en la procesión de las Angustias.
Tuvo sus intervenciones, como
confesor y consejero regio en política, con suerte alterna.
Dicen las crónicas que
contribuyó a las paces con Portugal después de los disturbios sucesorios de la
Beltraneja. A los Reyes Católicos aconsejó mano dura—por una vez— y firmeza con
los nobles levantiscos. Isabel acabó con el feudalismo de los señores de Galicia
y Asturias, mandó desmochar las almenas de sus torres y derruir sus
propiedades. Sin embargo, a Colón le hizo la higa. Le parecía descabellada la
idea de un viaje a las Indias orientales, y que pedía cantidades exorbitantes,
montes y morenas, para la empresa, cuando las arcas de Castilla estaban
exhaustas después de la conquista de Granada. En la vida de todo ser humano una
de cal y otra de arena. Pese a todo, llevó una vida ejemplar de inmaculado
sacerdocio. Escribió algunos tratados de moral donde resplandece su ortodoxia y
su acendrado espiritu cristiano, basado en la caridad y el amor al prójimo. Creo
que su proceso de canonización no está incoado pero lo merecería. El calvario y
persecución que tuvo que sufrir este buen obispo manso, por causa de sus
orígenes, le colocan en las gradas de la tortuosa escalera que lleva al cielo a
través de los peldaños del sufrimiento y del martirio a la santidad. Y eso me
afirma en mi resolución de que el catolicismo hispano se acuñó como moneda de
oro en un troquel mesiánico y converso
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