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domingo, 7 de agosto de 2016


Fr. HERNANDO DE TALAVERA EL ALFAQUÍ CELESTIAL O EL FRACASO DE LA TOLERANCIA

 

Metido como estoy en harina de conversos voy y vengo de Alcalá me pierdo por las empinadas callejuelas de Toledo, en demanda del espíritu que fraguara el sueño mesiánico del imperio. Al cabo de muchos años entiendo lo que dijo Golda Meir sobre el establecimiento de nuestras relaciones con Israel corría el año 1973 en una conferencia de prensa en un hotel cerca de Hyde Park:

—España para nosotros los judíos no es un país como los demás.

Fue un canto a Sefarad enhebrado por aquella quijotesca tigresa que llevaba un bolso como el de mi abuela siempre de luto de donde extraía una cajetilla de tabaco negro. Sentí reverencia y pasión por aquella mujer de los cabellos grises que le daba importancia escasa a cosas tan trascendentes como el look y que, habiendo ganado dos guerras, se convirtió en la mayor estadista del siglo XX su liderazgo controvertido y discutido por los de su propio partido laborista y por el Likud. España no es un país como los demás. Idea mesiánica. El sionismo anda metido en los fregaos de ganar la tierra prometida que a España le costó nueve siglos. Es una historia de sangre, sudor y lágrimas, expulsiones, enajenaciones, llantos y martirios porque es duro para cualquier ser humano tener que abandonar su casa, dejar sus enseres, ver por última vez los muros de Jerusalén o de Granada. Es lo que está ocurriendo a día de hoy en Palestina. Todo Oriente Medio es una hoguera. No conviene olvidar la historia maestra de vida. Veamos un caso:

A fray Hernando de Talavera (Talavera de la Reina 1428- Granada 1507) le llamaban los moros de la Alpujarra el “alfaquí celeste” por sus titánicos esfuerzos de adaptar y convertir la religión del Crucificado al credo mahometano.

Su intento fracasó pero queda ahí para la historia, como conato de buena voluntad y como testimonio de que el Bien no gana siempre y sucumbe a los intereses y egoísmos seculares, quiere decirse, el Mal.

Conviene, pues, no dar de lado a la Historia.

Fray Hernando era un monje jerónimo conocido por sus virtudes: bondad, recogimiento y vida austera. La Reina Católica lo eligió por director espiritual.

Sobrino de don Fernando Álvarez de Toledo, el Duque de Alba, aprendió a leer y escribir en la escuela catedralicia de Oropesa, se graduó en Salamanca. Tomó el hábito de la orden (hábito blanco y escapulario y cogulla parda) y llegó a ser prior del monasterio más prestigioso que había en España en aquel tiempo: el convento vallisoletano del Prado.

En una visita a aquel recinto la Reina se confesó con él. Elevado a la mitra de Ávila, sería más tarde preconizado arzobispo de Granada.

Es designado confesor regio, cargo en el que fue sustituido por Cisneros que se convirtió en su alter ego. La otra cara de la moneda. La dulzura y la bondad del jerónimo chocarían con la aspereza y austeridad  franciscana del Regente, aun siendo así que ambos eclesiásticos venían de familias oscuras, recién convertidas del judaísmo.

Si el uno era partidario de la bondad, la tolerancia, la mansedumbre para con el moro hasta el extremo de ser el primero que introdujese la lengua vernácula en la SRI, cinco siglos antes de las constituciones del Vaticano II, y para atraerse a los musulmanes ordenó en su diócesis de Granada que se permitiera decir la misa en árabe, ordenando a sus sacerdotes que aprendiesen esta lengua, mientras su contrincante, fray Francisco Ximenez de Cisneros, mandó que se quemase un alcorán en la puerta de Bibarrambla.

Bien es cierto que todos los manuscritos en letra cúfica sobre astronomía, medicina y ciencias naturales, un tesoro bibliográfico, se los trajo para Alcalá. Un gesto que es de agradecer por los historiadores porque, gracias al cardenal Cisneros, se pudo conservar gran parte del acervo de nuestro pasado mahometano: la sabiduría, literatura y los relatos de los cronistas musulmanes sobre las contiendas de la Reconquista, y su versión distinta de los hechos.

Que hoy se pueden leer en la Biblioteca Nacional.

Talavera y Cisneros forman un dúo de contrastes.

El cardenal partidario del puño de hierro y de que la letra con sangre entra. El arzobispo guante de seda. Una gota de miel puede más que veinte jarros de vinagre, según Francisco de Sales. La fuerza de la razón contra la razón de la fuerza. La paz y la guerra. Ganó la guerra.

La política de apaciguamiento del arzobispo Talavera consiguió el bautismo en masa de los pobres moros con gran escándalo de los imanes que se echaron al monte y ello daría lugar a la guerra de las Alpujarras últimos reductos del Islam; una pavesa que tardaría en extinguirse más de dos siglos hasta 1609.

Cisneros, más drástico e inmisericorde, fue más efectivo. En guerras de religión las medias tintas no valen. Es el todo o nada.

De Fray Hernando, el “alfaquí de Jesucristo” algunos moriscos se le reían en sus propias barbas. Herencia de Caín pero venimos de la Historia Sagrada. También España es sagrada aunque traspasada de un furor cainita.

Fray Francisco, por el contrario, aquella galga en pieles, como le llamaban, enteco, solemne, una nariz prominente, siempre friolento, (combatía su hipotermia con tabardos y ropones y debajo de sus vestiduras elegantes de cardenal llevaba el áspero sayal franciscano) el mentón saliente un prognatismo que denotaba su demoledor poder de voluntad, odiado y temido por sus súbditos.

Los escándalos y motines a causa de la desacertada política del arzobispo de Granada con sus neófitos llamaron la atención del Santo Oficio. El inquisidor de Córdoba un tal Lucero lo mandó “empapelar”. Se le abrió proceso por judaizante pues por línea materna venía de conversos, no obstante que su padre fuese de sangre azul emparentado con la Casa de Alba.

La inquisición no andaba con miramientos. El fiscal Rodrigo Deza ordenó encarcelar a su madre y a su hermana bajo la acusación de herejía judaica. Cisneros que pese a su rivalidad era amigo del arzobispo consiguió que las liberaran y elevó una súplica al papa Julio II, y, gracias a tan poderosas influencias, el abogado defensor de las encausadas, que era Pedro Mártir de Anghiera, logró rebatir las incriminaciones de Rodríguez Lucero. El tribunal dictaminó la completa inocencia de Hernando de Talavera y sus hermanas. El arzobispo de Granada, quebrada su salud por los disgustos del proceso, falleció a los pocos días de la sentencia absolutoria el 14 de mayo de 1507. Cogió una pulmonía a causa de haber participado, descalzo y encapuchado, como un penitente más en la procesión de las Angustias.

Tuvo sus intervenciones, como confesor y consejero regio en política, con suerte alterna.

Dicen las crónicas que contribuyó a las paces con Portugal después de los disturbios sucesorios de la Beltraneja. A los Reyes Católicos aconsejó mano dura—por una vez— y firmeza con los nobles levantiscos. Isabel acabó con el feudalismo de los señores de Galicia y Asturias, mandó desmochar las almenas de sus torres y derruir sus propiedades. Sin embargo, a Colón le hizo la higa. Le parecía descabellada la idea de un viaje a las Indias orientales, y que pedía cantidades exorbitantes, montes y morenas, para la empresa, cuando las arcas de Castilla estaban exhaustas después de la conquista de Granada. En la vida de todo ser humano una de cal y otra de arena. Pese a todo, llevó una vida ejemplar de inmaculado sacerdocio. Escribió algunos tratados de moral donde resplandece su ortodoxia y su acendrado espiritu cristiano, basado en la caridad y el amor al prójimo. Creo que su proceso de canonización no está incoado pero lo merecería. El calvario y persecución que tuvo que sufrir este buen obispo manso, por causa de sus orígenes, le colocan en las gradas de la tortuosa escalera que lleva al cielo a través de los peldaños del sufrimiento y del martirio a la santidad. Y eso me afirma en mi resolución de que el catolicismo hispano se acuñó como moneda de oro en un troquel mesiánico y converso

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