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viernes, 29 de julio de 2016

ZORRILLA CONVIDADO DE PIEDRA EN SEGOVIA

este blog defiende la unidad de España y a su cultura




JOSÉ ZORRILA Y LA POBREZA



He vuelto a Segovia. Bajando del tren- llegó retraso lo que no suele suceder ahora en los ferrocarriles españoles, se le escacharró el ténder cerca de la Losa por el Camino Nuevo, pasado el viejo hospital de la Misericordia donde el doctor Cañizo me sacó las amigdalas. Aquel momento lo recuerdo un poco como la antesala del infierno. Los instrumentos quirúrgicos eran los garfios con que debieron de dar tormento a los mártires. Me sujetaba un machacante que tenía mi pobre padre al que pegué tantas patadas que el hombre cuando lo encontré al cabo de cerca de cincuenta y tantos años en Fuentepiñel todavía se acordaba de aquellas patadas a la espinilla. No me imagino yo a los santos del martirologio romano a pies quietos y cepos callados cuando el verdugo le azotase o estirase, excruciante, los miembros en el hecúleo. Todavía tengo pesadillas algunas noches por aquellas bravas anginas y se me aparece el oto laringólogo aquel como el gran vigolero del imperio romano. Cañizo era un sayón de todas, todas. Creo que acabó con mi tonsilitis pero nunca con el terror a los cirujanos. El convento de la Merced era un siniestro edificio destartalado que durante la guerra lo convirtieron en hospital de Sangre y sangre eché yo más que un gorrino. Hoy es un fantasmal caserón. A la puerta hay una estatua de don José Zorrilla sentado en un banco. Me pongo a conversar con él y me cuenta sus peripecias. El autor del Tenorio pasó mucha hambre y su existencia fue perseguida por el rastro de la envidia y de la comprensión. Murió en la pobreza como tantos y tantos literatos. Triste destino. Retumban en mi memoria los versos del comendador. Yo a los palacios subí, yo a las chozas bajé y en todas partes dejé memoria infausta de mí. No sé qué secreta clave sella el destino de los hombres grandes. Él y yo, convidados de piedra, fumamos tranquilamente frente al atrio del la iglesia de Santa Eulalia. No reconozco a mi ciudad, tampoco casi a mi país pero Don José y yo nos resignamos con la esperanza de tiempos mejores. Nuestro oficio no trafica en influencia ni en vanidades. ¿Por qué será tan bella Segovia? Porque es triste. Porque somos pobres. Menos mal que ya no le duelen las anginas a este zapatero de palabras prodigiosas.   

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