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sábado, 23 de julio de 2016


FRANCISCO SUÁREZ EN SEGOVIA SE DESCUBRIÓ EL DERECHO DE GENTES

 

En las obras de reconstrucción que se están llevando a cabo en el edificio del seminario de Segovia —gran labor del obispo monseñor Franco nunca lo suficientemente alabada porque el obispo tan criticado en otros aspectos se ha dado cuenta de que esta antigua casa de la Compañía es uno de los edificios señeros que dan personalidad al skyline segoviano— se ha descubierto una placa de mármol adyacente al portón de entrada en la que se notifica que el P. Francisco Suárez fue residente y maestro de teología en aquel convento.

Hay otra lápida en la cual se dice que fue rector de aquella casa otro jesuita el Padre Lainez, discípulo de san Ignacio, y Prepósito general de los Jesuitas. Se inscribe sobre el impresionante imafronte de la fachada granítica. Una fábrica de sólidos sillares que parecen haber sido edificados para la eternidad. Francisco Suárez (Granada 1548-Lisboa 1617), haciendo un juego de palabras con el que los historiadores celebran a Tomás Moro, aquel santo inglés al que parece inspirar, era “a man for all the seasons”. Toda una luminaria de la teología católica en tiempos de cólera. Creador nada menos que del Derecho de Gentes o lo que hoy llamamos Derechos Humanos, de la soberanía popular y de la licitud de acabar con el tirano. Escuela teológica de Salamanca.

Siento alivio y consuelo ante esta noticia que ha saltado precisamente en este furibundo mes de julio con los atentados de Niza, el golpe turco, los asesinatos en Munich. Porque este granadino de origen converso proclama que la vida humana es un don sagrado, se alza contra todo tipo de homicidio, no matarás, condena la guerra injusta, si no es por motivos de autodefensa, y proclama que el ser humano es único, que el más salvaje e ínfimo de los hombres ha sido creado conforme a un designio divino.

Vaca de misterio asegurar que el autor de las Disputas Metafísicas se perfila contra todo tipo de racismo, xenofobia, esclavitud o fatalismo de índole religiosa o cultural. No se puede matar en nombre de Dios ni de Adonai ni de Alá. Todos somos hijos de Dios. El Derecho de Gentes influyó, mal que pese a algunos, en la cristianización del Nuevo Continente. De otro modo, América del Sur nunca hubiera podido ser civilizada sin el amparo de la Cruz.

El español podrá ser algo clasista pero no creo que seamos un pueblo racista y eso se lo debemos a estos pobres frailes que para ingresar en la Orden habían de demostrar mediante las Ejecutorias de Hidalguía que no tenían origen “oscuro” sino preclaro (padres moros o judíos) Los jesuitas consiguen abolir tal norma.

Asimismo, arremete contra la teología protestante de la predestinación conjugándola con el libre albedrío.

Si Lutero creía que el justo, elegido del Altísimo, no peca nunca, la escuela de Salamanca, al contrario, recoge como vademecum ascético aquella sentencia que la divina Teresa plasma en una frase: “A Dios rogando y con el mazo dando”, esto es: la justificación por las obras, principio extraído del precepto talmúdico; Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Como buen jesuita de vida austera, fustiga el cesaropapismo de los anglicanos aspirando a una conjunción de trono y altar, los privilegios, las regalías, la creación de iglesias nacionales independientes del papado. Por ello fue muy odiado tanto fuera como dentro.

En Londres sus libros fueron quemados en la plaza pública y en Salamanca los dominicos le acusaban de profesar ideas erasmistas. Quisieron penitenciarlo.

Para los que aprendimos latines en aquel esbelto caserón del seminario y crecimos a la sombra de la Torre Carchena, ese pararrayos en forma de alcuza que parece brindar protección a los segovianos, a los de acá y a los de allá, a los que triunfan y a los que andan por camino de derrota, a los que piensan de una manera y a los de otra, es un timbre de gloria haber paseado por aquella huerta, oír la campana y deambular por los claustros a la hora del quiete escuchando el rumor del silencio elocuente de los libros.

Pudimos asomarnos a los balcones del hermoso patio renacentista y escuchamos las súmulas recitadas en latín en el Salón de Grados. Pudimos percibir el espíritu de los padres fundadores y algo quedaba en el aire de aquel adusto soriano Lainez, o del granadino Suárez que era algo tartaja ceceante o de aquel Acquaviva más listo que el hambre que no se fiaba de las apariencias “Un ojo en el cielo y otro en el suelo”.

Los jesuitas hombres de ciencia y entregados a su labor docente y evangélica con sus virtudes y con sus defectos en España no gozaron de buen cartel, pues los acusaban de ser amigos de los ricos. Pero siempre fueron los alabarderos de Cristo a la búsqueda de la excelencia

Francisco Suárez fue maestro de Teología y Latinidad en Segovia de 1571 al 75. Había ingresado en la Compañía unos años antes en Medina del Campo después de haber sido rechazado varias veces. Era por lo visto tartamudo y los prefectos, tan minuciosos en la selección de candidatos al tirocinio, le encontraron —gran paradoja para quien habría de ser uno de los teólogos más eminentes de su tiempo— falto de discreción por no decir lerdo.

Ingresó en el noviciado para ejercer funciones de hermano lego. Tiempo adelante, saltaría la sorpresa. Ese talante independiente a los que tuvimos la dicha de haber pertenecido al Alma Mater (el convento de Segovia hacía de puente entre Salamanca y Alcalá con sus dos estilos de vida y de ciencia diferentes) y que algunos tachan de orgullo y de ir siempre a nuestro aire, creo que todavía nos vivifica, tanto a los que fueron ordenados como los que no llegamos a cantar misa pero llevamos muy adentro como parte de nuestras vida y de nuestra estructura mental, tal vez un poco libresca, pero llena de amor a la Iglesia, lo vivido en aquel seminario. En Segovia se inventaron los Derechos Humanos. Ad majorem Dei gloriam.

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