CERVANTES
CONTRA EL ISLAM Y EL JUDAISMO. EL QUIJOTE LA NOVELA DE LA CATOLICIDAD
"Bien
es verdad -dice Sancho poco antes de tomar posesión de la isla Barataria- que
tengo mis asomos de bellaco, pero todo lo cubre y lo tapa la gran capa de la
simpleza mía: que es creer como creo en lo que nos enseña la Santa Madre
Iglesia Romana y ser enemigo mortal de moros y judios, debían los historiadores
tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos".
En
otro pasaje el gran don Miguel que recuerda los baños de Argel y sus prisiones
en Istambol cautividad de la que fue rescatado gracias al heroísmo de un alfaqueque
un fraile de la Merced de Arévalo que se puso en su lugar y regresa el pobre
repatriado enfermo y sin un cuarto a Cartagena, se deshace en alabanzas a
Felipe III que en 1610 aprueba la expulsión de los moriscos con esta frase:
—Gallarda
resolución de inspiración divina de Su Majestad el Rey Nuestro Señor el Tercero
de los Felipes.
muy
distinta es la España de las fechas en que se publica el Quijote (hay
situaciones en las cuales la prudencia política manda ser imprudentes y
determinarse a actuar con curas de caballo no a base de paños calientes,
atajando la cuestión de cercén y no poniendo velas ni flores ni ositos de
peluche al pie de las tumbas de los degollados por el furor ismaelita de las
cimitarras) con la España de Felipe VI.
Ahora
todo son encajes de bolillos.
Me
entrego con melancolía en estos días sangrientos de julio a la lectura de Don
Quijote de la Mancha mi libro favorito y entiendo mucha razones y recibo muchas
respuestas a los misterios del alma humana. Sancho el bueno Sancho, Sancho fiel,
llora como un niño cuando se reencuentra con su rucio perdido. Mientras don
Quijote divino loco cabalga en su Rocinante lleno de mataduras y famélico por
falta de pienso. No sé yo cual de los dos personajes está mejor perfilada y
guarda un mayor carisma. Ambos cabalgan compàñeros eternos por las rutas de
Sierra Morena y entran en la Cueva de montesinos. Se entregan a la libertad del
vagabundaje vida austera de yantares parcos el Caballero de la Triste Figura y
su escudero —"hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín
flaco y galgo corredor. Una olla de algo más de vaca que de carnero, salpicón
las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún
palomino de añadidura los domingos"— con un tiento a la bota de clarete,
si a mano viene.
Sancho
regoldaba ajos y cebollas y adobaba la conversación de infinitos refranes y su
amo le reprochaba su afición.
En
el Quijote no hay paisaje. La naturaleza se sobrentiende. Cervantes es un miniaturista
que hace un retrato de las costumbres, los trajes, el mobiliario de la época.
Hay ese encanto y pasión por la vida y por los libros. Dice Merejkovsky (los
rusos son los que mejor han sabido leer e interpretar al Quijote) que es la
gran novela del catolicismo de la contrarreforma cuando alboreaba una época de libertad
de culto y pensamiento.
Al
despotricar contra los libros de Caballerías se rinde culto a la edad Media.
Desde el Quijote los españoles somos un pueblo vagabundo imbuido de saberes
librescos.
Pero
esta reciedumbre de cristianos viejos no coarta la habilidad cervantina para
plasmar una sátira contra el poder civil o eclesiástico. Esta novela es una
defensa del pobre y del derribado escrita desde la tolerancia y la resignación.
"Con
la Iglesia hemos topado Sancho". Se aventura a criticar alguna de sus prácticas
piadosas como son las peregrinaciones a Compostela. Verbigracia, cuando Sancho
encuentra a Ricote aquel morisco de su pueblo que regresa a España después del
decreto de expulsión disfrazado de peregrino y le cuenta que eso de las
peregrinaciones era una mina.
Los
romeros se hacían ricos con las limosnas que la credulidad cristiana entregaba
a estos bribones. Y cargar en España para descargar en Flandes. Los moriscos
habían montado una oficina de recaudaciones en Paris.
El dinero
que sacaban de las colectas lo enviaban a Argel para armar la flota de los
piratas berberiscos que asoló la costa levantina desde tiempo inmemorial.
El
Quijote es un vademécum para entender la vida desde la clemencia y cierto humor
resignado con un estudio psicológico de la conducta humana que nunca varía en
el tiempo.
No
se trata de una novela perfecta sino de un libro genial.
Don
Miguel dejaba correr la pluma al desgaire y a veces no se acordaba de los
nombres.
Hay
descuidos que no pueden explicarse por el desdén que sentía el autor por su
tarea (para Cervantes el Quijote fue como un divertimento pues creía que lo
firme de su obra estaba en su teatro, en sus poesías o en los Trabajos de
Persiles, que son más flojas.) de manera que cuenta cómo el galeote Ginés
de Pasamonte tras ser liberado por don Quijote roba el asno de Sancho, con gran
disgusto de éste por la perdida de su compañero de ruta. Capítulos adelante, el
rucio vuelve a escena sin más y sin que el autor nos dé explicaciones de cómo
ocurrió esto. Asimismo, en la primera parte dice que la mujer de Sancho se
llamaba Mari Gutiérrez y en la segunda Teresa Panza, según el gran estudioso de
la obra cervantina, el crítico francés Luis Viardot. Tales mermas sin embargo
no empañan el lustre de un libro tan maravilloso valedero para todas las épocas
y para la mente de la humanidad de todos los tiempos. Al volverlo a releer,
siento el consuelo y el orgullo de sentirse español.
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