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domingo, 31 de julio de 2016

UVAS PINTONAS
 


Están las uvas pintonas al sol se poniente entre risas y laudes este 31 de julio día de san Ignacio. A lo lejos suena la música callada de un aristón. 
Y como  existe gente para todo hay quienes le han dado a la manivela de los oráculos. No se acabó el mundo en el día señalado, y las uvas de mi parra me dicen que ya va bueno el verano; pronto, las vendimias.
Esto de escribir es una terrible enfermedad, los mensajes se meten en la botella y se tiran al mar  de la red, que se lo lleven las olas que vienen y van. Soy por mi parte escéptico respecto al ser pero nunca con respecto al estar, mientras me fumo un puro canario de buena vitola.
El ángel anoche vino a visitarnos y bendijo a mi familia no sé por qué soy escéptico ya los sé no he sido ni buen marido ni buen amante ni buen padre ni buen esposo ni buen hermano; carezco de sentido practico pero yo, hadado por la maldición de la escritura, digo que no es verdad que todo lo malo me interesa y lo contrasto con la bondad y la belleza a la que aspiro, mientras en la vida no encuentro más que aburrimiento y monederos falsos.


El tiovivo de los impulsos mediáticos mete caña sin darnos cuenta de que saliéndonos con la nuestra es posible que reguemos fuera del tiesto ¡Oh paradoja!


He roto con lo de afuera y me encastillo en el adarve interior. Escucho música, paseo por la corte, me siento en el bar de la estación a tomar un café cortado, y siento profunda pena y hondo rubor por los emigrantes que no tienen trabajo y por los muchos jóvenes que se suicidan. Son los que no van a las grandes concentraciones papales una juventud deprimida y para el arrastre.


Tenemos democracia y mucho blabla pero sin justicia social y una iglesia vacía con los cuernos de gigante, grandes como los de un manso.


No conviene acercarse porque el toro zaino tira derrotes y cornadas que son bendiciones e indulgencias plenarias en polaco. La masa es terrible porque congrega idiotas y, cuando brama la marabunta, las multitudes son incontrolables.


Don Pancho tiene un ojo en el Gran Dictador y otro en la vanagloria y los dineros y marcha por los campos en silla gestatoria en olor de multitudes, mientras un melacónlico de mi barrio, que mira para la tele como embobado, le dice al pinche poniendo sobre las barra los últimos céntimos que le quedan de la ayuda del paro le grita:


—Niño otra caña de cerveza y una de calamares.


—¿Tú fuiste hoy a misa, chico?-, le pregunta el camarero.


—No. Yo rezo en casa


—Entonces no sé por qué contemplas como alelado a ese hombre que trilla la parva en los campos?


El de la caña y la cerveza en el chiringuito se encoge de hombres como atrapado en su docta ignorancia


Maduran las uvas, el mundo sigue, pese a los terrores del milenario. Ese es mi gran consuelo, ya no me fío de nadie. La vida sigue y Dios está oculto tras la nube, echándoles una manita a los perdedores, a las almas ce cántaro sin trabajo.


¿Por qué lo hace? Porque es bueno el Señor y en los días y las horas bajo el sol de justicia es glorificado. Luego vienen esos sátrapas vestidos de blanco y la joden hablando en Su nombre.


A los que se las dan de profetas y tienen cara de monederos falsos no habrá que hacerle demasiado caso porque no buscan la gloria de Dios sino el poder, el orgullo y la fama por los siglos de los siglos amen.


Mañana los malos para confusión y espanto del buenismo y la confusión que nos pervade perpetrarán nuevos crímenes y atentados, y las aceras se llenarán de velas, flores y ositos de peluche en las ciudades, mostrando con embeleso al mundo sus manos limpias teñidas de sangre. Vanidad de vanidades y necedad de vanidades.


Me embarga, con todo y eso  la complacencia del villano en su rincón, estoy alegre porque las uvas de la parra colorean, pintonas.


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