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viernes, 29 de julio de 2016

FLAUBERT
 


Julio ofrenda sus ópimos primores. Las uvas de mi parra están pintonas. Siento el gozo de ser español. Mañana vamos de boda. Creo que Dios recompensa al justo que fue pecador. Leo a Flaubert lo releo en aquel libro de la colección le livre de poche que compré en Paris, ahorrando el presupuesto de un almuerzo porque yo era muy pobre, cerca de la Rue de la Pompe el año 64 cuando los estudiantes íbamos a pedir trabajo. Uno de aquellos estudiantes españoles, a la sazón comunista, es uno de los pocos amigos que me quedan, no diré su nombre, pero andamos en comunión de ideas y consuelos.


Vamos a la contra del sistema pero campamos libres con el contento de haber sido fieles a nuestros principios. Ah Madame Bovary la gran novela que me llena de amor a Francia a la libertad y andar suelto y libre por mis vagabundajes literarios, del que se expresa con arreglo a sus pensamientos y a su conciencia.


Porque Flaubert es un mundo que honra a la cultura de occidente. En los días asesinos y fundamentalistas que corren no creo que el mundo árabe haya sido capaz de producir una maravilla literaria como ésta.


Ellos pondrán tener las jarchas los apólogos de las Mil y una Noches (demasiado fanatismo) y un solo libro mala cosa porque la vida es diversa y “multifaria” muchos lados muchos puntos de vista muchas trayectorias. La Biblia se ciñe a planteamientos parecidos, y el Viejo Testamento se nos presenta como un libro de caballerías o de hazañas bélicas con resabios de pornografía en algunos pasajes. ¿Quiénes son los elegidos?


No pueden ser lo de una sola raza o los de un solo pueblo. Dios (Flaubert no creía en Él como buen librepensador) creó a todos los hombres y mujeres de todas las razas y colores piel y condición.


El autor de “Madame Bovary” opinaba que la única redención está en el Arte. La poesía está por encima de la vida. Más allá. Vivir para narrar.


Este genio francés es la glorificación del escritor que se sienta en su gabinete despliega el catalejo y retrata la condición humana moviendo el espejo al lado del camino.


Mueve su espejo y ve pasar la vida. El artista se aísla está en el mundo pero no pertenece al mundo. Me imagino a Gustavo Flaubert en su sotabanco mirando para el montante del tragaluz de su chiscón. Desde el ventanuco veía el tránsito del paisaje y el paisanaje.


La fronda de los bosques de las pasiones humanas lo cercaban. Escribía encerrado a la luz de una vela  las noches largas, fumando su pipa y atiborrándose de café en su buhardilla de Paris. Cansado de luchar contra la epilepsia y las mermas de su gordura. En el rostro carilleno le crecieron papos y se le cayeron los párpados.


El amor fue para él tan sólo una experiencia narrativa.  Tampoco creía en la democracia porque la plebe es la fuerza del número y el mundo sólo circula bajo la égida de la elite y esta aristocracia del pensamiento se manifiesta en sus textos elegantes y armónicos.


La prosa tiene que tener según decía altas calidades musicales.


En una buena novela siempre tiene que haber música aunque describa el mal los bajos fondos, el desamor. Prosa de eufonía, la pluma bien cortada y el párrafo elegante, todo lo contraria de lo que se estila hoy. Las Fuerzas Disolventes aconsejan escribir zafio y desmañado.


¿Muerte de la literatura en los Twiter y los Pokemon? No se admiten estridencias cacofónicas. Kafka se alzó contra este sentimiento y creó la antinovela de la metamorfosis del ser humano transformado en cucaracha. Teología del holocausto.


Flaubert sin embargo adoraba la Idea porque únicamente la Idea es eterna. En el mar de las olas de las generaciones que vienen y van en flujos y reflujos que no cesan.


La religión, la política, las guerras son la gangrena que trata de destruir ese súmmum bonum que era para él la literatura libertaria. A la cual se dedicó con el entusiasmo de un verdadero sacerdocio. Murió exhausto de este trajín después de escribir millones de palabras y de emborronar y romper miles de cuartillas a los 58 años.


Gloria de Europa la prez de la dulce Francia cristiana y revolucionaria que atraviesa en este instante por malos instantes. Pero sólo nos salvarán la libertad y la palabra que para Flaubert ateo y descreído eran la voz de Dios. Bienaventurados sean los que como él se ufanan de no creer en Dios.


 viernes, 29 de julio de 2016

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