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sábado, 23 de enero de 2016

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    El horno de los libros

    ERNESTO ESCAPA
    23/01/2016
     
    Antes de acometer la maravillosa aventura de transformar en biblioteca vecinal la vieja panadería de su padre, el profesor Román Álvarez Rodríguez editó en Nueva Zelanda, con los auspicios de la fundación Vista Linda, dos libros modélicos sobre Abelgas de Luna, que es su pueblo, y sobre la memoria escolar de aquel territorio sin analfabetos. Abelgas es un pueblo recóndito, encajado entre majadas y abierto a senderos que aprovechan la huella verde de la trashumancia. Señorío del obispo, su ermita se levantó con ofrendas de los rabadanes.
    Abelgas ocupa el valle más extraviado de la comarca de Luna, aunque esa soledad se deba a la pérdida de sus eslabones naturales, anegados por el embalse. El mismo aislamiento pesaba sobre los pueblos de la Rinconada de Caldas, hasta que el trazado de la autopista los colocó en el mirador de los viajes que van o vienen de Asturias. En el camino de Abelgas a Sena, siguiendo la escotadura del río Pereda, estaban Santa Eulalia de las Manzanas y Arévalo. Abelgas ocupa un valle encajado, que coronan buenos pastos de verano. El camino hacia Santa Eulalia sigue el curso del río Pereda, mientras el de Mallo atraviesa el callejón de las Focicas, pequeñas hoces calizas. Entre medias se interpone el Monte, tapizado en su umbría de tupida vegetación. Por su loma trepa el canal de la fábrica de luz, que desagua por un aliviadero desde la cumbre formando una cascada muy llamativa.
    El álbum que hizo la Diputación, para dejar constancia en sepia de los pueblos que anegó el embalse, recoge los apuntes del archivo catedralicio relativos a Abelgas, que revelan un tráfico fluido de donaciones y advertencias. En 875 el rey Alfonso III el Magno lo cede a un presbítero de nombre Beato y a Cesáreo Caubello, de quien no consta tonsura. A comienzos del trece, ya es villa con fuero concedido por el obispo de León. Este viejo cartulario contiene una severa sanción para la costumbre de abandonar el hogar durante toda una noche. Si lo hiciera la mujer, después de una disensión con su marido, permaneciendo «durante una noche fuera de casa propia, daría al obispo quince sueldos». Si el perdido fuera el marido y volviera a la casa familiar por sí mismo, sin auxilio ni coacción de nadie, «pagaría él los quince sueldos». Evolucione como quiera la bronca, el clero siempre salía ganando.
    La escasez de vega del pueblo hace que las casas se retrepen por la solana, dejando el llano para pasto. En medio de la vaguada emerge la torre de la moderna iglesia, construida en 1964. Otro monte de pliegues retorcidos, al que los vecinos bautizaron como el Pico, contrae el caserío, que se bifurca faldeando el peñasco. Como bautistas, los instruidos vecinos de Abelgas son de una transparencia envidiable.

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