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miércoles, 5 de julio de 2023

 

ALDESIMONTE

MARTIROLOGIO ROMANO EN DECADENCIA (de mi libro SEMINARIO VACÍO DE SEGOVIA)

Bajábamos al refectorio hambrientos después de las preces la misa conventual y los puntos de la noche anterior en que nos obligaban a meditar en la muerte. Silencio sepulcral. Sólo se escuchaba el entrechocar de los cubiertos y el borbotar de las cafeteras humeantes y maternales que servían en calderos por las mesas alinedas los semaneros. El presidente se sentaba en la consola circular preferente que llamábamos “rostrum” y el prefecto se paseaba por las aleas del comedor mirada en ristre y un breviario de piel rusia y cantos de oro bajo el brazo.
Era don Marciano Monroy un clérigo elegante que vestía sotanas entalladas de cachemir y olía a agua de colonia. Usaba loción “Varón Dandy”.
Tenía la boca pequeña y la mano lista para repartir cachetes a los rezagados los desaliñados los “díscolos e incorregibles” según el reglamento. Con él de vigilante no había que salirse de la fila.
Podías comulgar sin ir a misa.
Por menos de nada te caía una “hostia” de la mano regordeta del prefecto.
 De vez en cuando se metía por medio de las ternas y corría la baqueta. Zas. Fuego a discreción. Había sido don Marciano capellán castrense de un barco de la marina de guerra que se llamaba el “Furor” y de los sargentos había aprendido aquella odiosa técnica de sacudir el polvo a los educandos. La letra con sangre entra.
 Creía nuestro prefecto que todo en esta vida se arregla con un buen sopapo. Nos tenía a los trescientos y picos tíos que integrábamos el seminario menor derechos como velas. Zas.
—Pero si no hice nada, don Mariano.
—Pórtate bien te dije.
Y al que protestaba volvía a solmenarlo de refez.
Tenía una mano gruesa de cavador, de Valladolid, y cuando te daba con lo gordo hacía daño. Pero olía a buen tabaco y a agua de colonia.
Sus cigarrillos americanos Winston, Chester, Camel, sahumaban de perfume los pasillos de los tránsitos. Porque hedía un poco a montuno en todo el seminario.
Así, purificamos el ambiente, alegaba don Marciano.
 Entonces, el lector de semana se subía al púlpito y declamaba la página del martirologio romano que correspondía a los santos del día, con el brío y el entusiasmo del pregón pascual.
El mejor de todos los que leían en aquel seminario de postguerra era un alumno pequeñito de quinto al que apenas se le veía sólo la cabeza porque era muy corto de estatura. Le llamaban rompetechos pero andando el tiempo llegaría a ser un predicador de campanillas.
Tenía una voz poderosa y una dicción perfecta. Era de un pueblo que llaman Valdesimonte.
No se me olvidaría aquel lector, que consiguió cantar misa, uno de los pocos, y aprobaría las oposiciones a canonjías. El cabildo le nombró deán de la catedral de Segovia.
Sus lecturas matinales al igual que las novelas de Emilio Salgari que leería con una exactitud pasmosa, lo vivía, y a través de su voz que escuchábamos, embaídos, vivíamos las aventuras de los mares del sur y la muerte gloriosa y violenta de los casi un millón de mártires que tuvo la iglesia en las nueve persecuciones acometidas por los nueves cesares contra los cristianos.
Nos aprendíamos no solo el santoral nombres y hazañas increíbles sino también lugares de una toponimia que despertó nuestra imaginación: Bitinia, Treveris, Cilicia, Capadocia, Numidia, Siria donde se derramó antes que en ninguna otra nación la sangre por Cristo, etc.
Valdesimonte solía terminar su alocución con esta coletilla que traían todos los menologios con un lacónico “Y en otras partes otros muchos santos mártires confesores y santas vírgenes”. Entonces don Marciano daba una palmada y empezábamos a desayunar: tostadas con mantequilla y café con leche en polvo, un regalo de los americanos.
A unos los despellejaron vivos a otras las cortaron los senos, a otros las orejas o les arrojaron a piscinas de agua hirviendo, los tiraron al Tiber, o estiraron sus miembros hasta descoyuntarlos en el ecúleo. A todos se les pedía lo mismo que tributasen honores al emperador pero ellos se negaban en redondo a quemar incienso en honor del cesar.
Con habilidad textual los autores de las actas de los mártires casi increíbles por su valor solían ahorrar al lector los momentos escabrosos de la tortura por ejemplo a santa Justa y Rufina dos vestales sevillanas la palma del martirio la obtuvieron después de que el verdugo “se las pasase por la piedra”. El derecho romano prohibía asesinar a las vestales. Biografías increíbles lugares lejanos y yo me seguía preguntando, Señor, por qué. Nos quedábamos a dos velas.
 El más sanguinario fue Nerón que mandó iluminar Roma con los cuerpos de los seguidores del Cordero recamados de pez y convertidos en antorchas. Aquel emperador algo cegato y mal poeta que mató a su esposa Popea de un puñadazo del que abortó y luego se enamoró del efebo Spiro cuyo rostro adolescente le recordaba al de Popea hizo castrarlo y le escribía versos de amor.
Los seguidores del Nazareno eran considerados como una secta del judaísmo. La arena del circo máximo y del anfiteatro se purificó con la sangre de Barbaras, Octavias, Macrinas, Sinforosas Emerencianas Tarsilas muchas de ellas madres de familia, otras que desempeñaban el oficio más antiguo del mundo en los barrios bajos de Roma Nápoles o Pompeya, pero entraron en el cielo empuñando la palma del martirio y sus nombres fueron registrados con letras de oro en el Libro de la Vida.
Sus estatuas llenaron las hornacinas de los templos y se convirtieron en los nuevos dioses familiares de la cristiandad que aquí cada santo siempre tuvo su octava y cada fiesta su triduo.
 El judaísmo nunca estuvo más cerca del cristianismo que entonces y como bien dijo Tertuliano la sangre de los mártires fue semilla de cristianos. Y al destruir las legiones de Vespasiano la ciudad santa de Jerusalén que pasó a llamarse Aelia Capitolina empezó la gran diáspora.
El largo camino por tierras ajenas que será nuestro destino junto con la protesta y la rebelión a los dioses convencionales echó a andar por la historia.
No se olvide que somos elegidos para el dolor y para dar testimonio de Su Nombre. El judío nunca adorará por tanto a falsas deidades incluso aunque se disfracen de falsos eslóganes como de vuelta a la tierra prometida.
Eso lo sabemos bien los que portamos la antorcha del fuego sagrado, somos motivos de escándalo. Somos carne de horca, lugar común de afrenta y vituperio.
Por eso la voz estentórea del de Valdesimonte desde el pulpito del refectorio sigue resonando en mis oídos como un aviso y como un exhorto a la esperanza, al pasmo y a la crítica. Sigo teniéndomelas tiesas contra el tirano — los nerones y caligulas de hoy son más sofisticados  que los de los primeros siglos pero mucho más contundentes, muchos de ellos visten sotana y cuelgan al cuello la cruz inversa— combato una pelea sin fin.
 Contra los impostores lanzo mi grito con san Lorenzo a las propias barbas del verdugo. Dame a media vuelta que ya está tostada esa paletilla ahora por el otro lado.
En boca de los mártires el sarcasmo era un arma poderosa. Por ejemplo, me viene ahora a la memoria el desparpajo con que respondían aquellos falangistas en la checa de san Anton de Madrid cuando eran convocados a subir al camión donde serían “paseados”:
—Fulano de tal y cual
—Chapándomela— contestaba un flecha pequeñito al que apenas le apuntaba el bozo y su clamor recorría imperioso las galerías de aquella cárcel donde se fusilaba siempre al amanecer.
Ese menoscabo de la propia vida y la valentía ante la muerte al tirano le saca de sus casillas.
Gloria, pues, a la santa memoria de aquellos víctimas de lo políticamente correcto. Que no chaquetearon ni combayaron. Por seguir a Xto fueron apaleados, fusilados y crucificados. Me río a las propias barbas del verdugo. A mí estos esbirros me la chupan. Así que digo con el de Valdesimonte, en loa, a los santos desconocidos y de los que nunca sabremos el nombre:
Y en otras muchas partes otros muchos santos mártires, confesores, y santas vírgenes
Animula, vagula blandula hospes comesque corporis”.
La vida pasa pronto como reza el verso el verso del gran emperador Adriano que luego traducimos en las clases de latinidad.  


SEMANA NEGRA
 Me calé el gorro frigio y las antiparras y marché a Gijón a la Semana Negra. Doña Rosa Montero presentaba su novela y daba una conferencia con su voz de urraca narrando las desventuras de un desamor a los sesenta. La protagonista desiste del consolador y contrata los servicios de un “gigolo”. Sexo de pago lo que hacen ahora muchas “maduras”. ¡Caspita que noticia! Nunca fui capaz de terminar ninguno de estos libros de esta colega reciclada a quien cuando estaban trabajando en el Arriba sección de patrulla 142 (empezó de reportera) le tiraba los  trastos a Lalo  Azcona pero aquel Gary Cooper asturiano le daba calabazas a la rosa insatisfecha y se hizo novio de Maite una guapa donostiarra.
Lo cual que la Montero, bastante feucha, remató en escritora feminista que es un oficio bastante aburrido. Ahora es una habitual de las semanas negras y de las ferias del libro que se celebran por estos reinos. Sigue apostrofando a las masas con su voz de urraca y acento cheli la consigna pasionaria de hijos sí maridos no y de hijos ni eso, porque la mayoría son machorras y no hay quien las haga un favor. Después del Arriba entró en la cuadra del Cebrián y del canario Tuercebotas, ahora gran jefe de una editorial de la Cosa,! Señor que Cruz! A la sazón andaba por Londres en los años 70 con un talego a cuestas y algunos decían que dentro llevaba una bomba del polisario. Cuan bajo ha caído nuestra literatura. Clarin, Tuero y los grandes escritores de la tierrina deben de llorar en sus mohosas tumbas del cementerio de san Salvador de Oviedo ante tanto gatuperio, tanta prójima que aspira a un sitio en el parnaso mientras trincan comisiones.  Tanto intrusismo en nuestra gloriosa profesión.
Hoy cuando todos y todas pretenden ser novelistas se nos caen de las manos sus excrecencias en formas de abortos literarios.
 Esta chica no rige o debe de cagar sin la adecuada regularidad porque lo principal en un escritor es la buena salud y hacer bien las digestiones. Pero en las noveles olas todo es péptico. Y sus libros se nos atragantan.
 Otro de los que firmaban ofrecía una historia novelada del coronel Aranguren un jefe de la Benemérita que se pasó a los separatistas de Companys.
 Como es obvio, los nacionales le fusilaron. Delito de sedición castigado en el código de justicia militar con pena capital.  Al tan jaleado general Escobar lo pasaron por las armas por lo mismo.

Pero este plumilla se hacía cruces y despotricaba poseído de la furia de Podemos contra los gobernantes de Madrid. Este semana negra entre los del culo “mollado” me pareció más negra que de costumbre por la exaltación que se hizo del separatismo y por los gritos de esa urraca que se las da de novelista del régimen indefectible en estos eventos. Cebrian se llevó de Arriba al País a los mediocres.

2017-07-09

LA HOMOSEXUALIDAD EN ROMA

EL SATIRICÓN
Comamos y bebamos que mañana moriremos. Vuelven al mundo las viejas costumbres incineradas de la gula. Yo era el farolero de la puerta el Sol cojo mi guitarra y enciendo el farol. Y ahora soy masterchef. Las distribuidoras grandes radicadas en una Jerusalén que no existe nos marcan páginas acerca de lo que tenemos que comer, lo que hemos de leer cuantas horas tenemos que correr y a qué horas ir al mingitorio. De grandes cenas están las sepulturas llenas. Las buena cocina es una obsesión de esta tripera sociedad a todas horas mirándose el ombligo. Cagar alegres y jiñar contentos. De acuerdo, tío, pero hazlo dentro. Es obsesión de los nuevos césares la mala literatura. Fui el otro día a la sección´pon de librería del Corte Inglés y allí me encuentro con los autores de siempre. Cualquier pedorra que sale por la tele cinco minutos tiene derecho de pernada en las grandes editoriales controladas por el sionismo cavernícolas. A la venta libros malos de Isabel San Sebastián, Cristinas López Schlichting la cual nació en un cuartel de la Benemérita y parece que se la ha olvidado y otras muchas maripavas. El buen arte de la literatura, el gran discurso, ha sido enterrado a hachazos por estos nuevos tribunos y tribunas de las plebe que nos han impuesto desde arriba los dictadores feministas y hasta estas autoras noveles son entrevistadas por el Dragón de la Tele un tal Sánchez. Así que aburrido y cautivo y desarmado el ejercito rojo, me refugio en los clásicos. He vuelto a leer en su lengua original a Petronio. El Satiricón su obra mayor me reconcilia con la vida y con la Roma. Decía Ernesto Giménez que cuando llegaba a Roma le entraban ganas de imitar madre. Madre, ay madre, no quiero vivir en esta España empedrada de pedos mediáticos. Chicas de la tele muy monas en apariencia y requete-maquilladas pero todas homologadas e iguales. Forman parte de la clonación que propicia el anticristo que habita entre nosotros. Ay Trump esa bestia rubia le cuelgan cada vez más las corbatas se hunden en su bragueta y sobrepasan los cojones que deben de estar yertos, septuagenarios y él presumiendo de hembra una Melania (que por cierto no es negra en contra de lo que canta su nombre) chica judía checa que fue a nueva york a hacer fortuna, meretriz de lujo. Por eso ya digo que le cuelgan. Así que en alas de Morfeo huyo al capitolio. El Satiricón me hace comensal de uno de sus banquetes que duraban dos días y dos noches. Esclavos de Numidia traían el aper atalajado y adornado de pámpanos y cepas toscanas.
El vino de Salerno que se derramaba sobre las togas pretextas corría en grandes jarros por las mesas. Honremos a Baco y después vendrá Venus. Menús de treinta platos un esclavo frigio servía junto a las servilletas y los cubiertos dos ganchos de plata para introducirlos en la garganta camino del vomitorio. Los romanos echaban la pota tras sus grandes trapalladas para seguir tragando.
Rechacé como descendiente de judíos de Asturica el jabalí, el lechón y los chicharrones servidos en una gran lebrillo por una matrona en paños menores. Pero me hinché a garbanzos aderezados con malvasía. Un hondero mallorquín recién llegado de las Galias, y que era centurión de la Legio Septima Gémina, se entusiasmó con el efebo Vinicio lo besaba y manoseaba y yo apartaba la mirada mirabili dictu cuando aquel demonio súcubo lo sodomizaba coram populo. Plauto el de los pies planos prorrumpió en grandes carcajadas cuando ambos amantes salieron de estampida camino del tablinium a seguir haciendo cosas feas. ¡Qué horror! El amor nefando debe de amargar como el pepino.
La bujarronería me pareció siempre digna de lástima, pero no por no ser carne de hoguera y por tener que correr un tupido velo al respecto ha de ser elogiada sino execrada como toda cualquier merma de la naturaleza donde hay tantas cosas mal hechas. Tampoco hay que poner medallas en el pecho a los bardajes.
Nunca fue para mí beneplácito pero nadie puede explicar estas debilidades inexplicables, inversiones de la natura que, trocándose del revés, buscan placer en el caño de la mierda en lugar del conducto de la generación que es lo suyo.
Plauto ya muy borracho no dejaba de darle vueltas a su copa de oro y de decir Numquam satis, numquam satis. Con lo que daba a entender que la pasión esa es insaciable y que el que va no vuelve. Que nunca se sienten satisfechos los que dan y reciben por el culo y es que debe de ser el sexo para ellos algo inagotable.
Costumbres paganas amor de efebos fiestas y banquetes baños y triclinios el cerdo salvaje bocado exquisito aper. A las dos horas de estar tendidos sobre el triclinio nuestro anfitriónNaviecus hizo llamar a las hetairas que entraron desnudas en el impluvio tocando el sistro. Muchos de los comensales que eran libertos y que trataban de ocultar con sus largas cabelleras los orificios que taladraron sus orejas, antes de ser manumitidos, se relamían de gusto y alababan la generosidad del hospede garante de tales dádivas sexuales.
De allí a la orgía sólo hubo un paso. Para no ser la oveja negra del concurso, yo me arrimé a un pino verde, esto es, a una pelirroja de Hibernia, hija de un rey remoto del clan de los pictique había sido arrastrada a Roma por los soldados de Adriano como rehén, que hablaba con la lengua de los pájaros y mostraba dos senos poderosos de los cuales los amantes querrían nutrirse eternamente. Sus besos y sus caricias me supieron a miel.
Mama Roma.
Se fueron las pilunguis y llegaron los balnearii (bañeros) que nos restregaban bien las espaldas y los muslos en el tepidarium. Muchos de estos selectos esclavos eran expertos en actividades masturbadoras. Las paredes aparecían, como en lo lupanares, tiznadas de gargajos y rastros jaculatorios del amor con prisas.
Después de estos masajes en el caldarium nos llenamos de vapores que limpiaron nuestros poros purificando el cuerpo pecador. Algunos culos romanos eran enormes
De esta tarea se encargaba los depilatores algunos de ellos eunucos. Se les encomendaba la misión afeitar el bello púbico de las dominas y era muy placentero sentir por abajo desde los glúteos a la barbilla el calor de la caldera debajo del piso del hipocausto. La tarea concluía en el frigidarium.
Sentíamos el cuerpo fresco como una lechuga. Así que volvíamos al banquete a seguir trasegando el dulce vino de Salerno y de Sicilia para basquearlo después en los vomitorios. Descargado el vientre, regresaban los deseos de más jarana pero Naviecus que era muy creyente en los dioses de su pueblo y que guardaba siempre lámparas encendidas en el lararium doméstico hizo venir a las Moiras de rostro tétrico y cantar lúgubre que se encargaban de recomendarles a los comensales su cuidado cuan presto se va el placer y cuan callando se viene la muerte. Esta procesión duraba unos minutos, las bacantes ocultaban su rostro, los borrachos se dormían arropados por la melopea lúgubre de las nenias funerales. Hay que morir luego comamos y bebamos hasta reventemos. Era la máxima de la Roma a la que hoy las nuevas bacantes de la insulsa Telemierda dan pábulo.
Las cautivas vestiplices que cuidaban de los pliegues de la veste y la toga sus señores y los cuerpos arrugados tras el paso por el unctorium y los sudores del laconicum mientras escuchábamos las charlas sin sustancia de los nugatorestroleros y falaces hacían apuestas sobre quien de todos y todas las presentes tenía mejor cuerpo y cuál de los efebos era el más bello y cual de las mozas la más hermosa. Lo destacaba por tener esa vagina en mayúsculas a la que aspira el amor total. Priapo también era muy venerado en lo suyo.
A los sodomitas se les conoce por tener miembros viriles muy alargados algunos casi espantosos que les llegaban a las rodillas. como se empinaban algunos, madre mía, como las varas de una tartana cara al sol. El juego preferido en estas comilonas era sacarla a ver quien era el que la tenía más larga para gloria de Priapo y los penates patrios que le concedieron la gracia de dios.
En Roma todo tenía un sitio y una finalidad práctica. Las alumnas y la familia como núcleo eran guardadas como flores deestufa al calor familiar dentro del valladar de la honra. Intacta tenías que guardar la alcurnia porque esta es un lirio frágil cuando se marchita jamás vuelve a crecer... La palabra clave para entender estas razones de la honra entre los latinos era la palabra “virtus” de la cual tanto gustaban los antiguos romanos antes del imperio.
La capital de la catolicidad que yo empecé a amar desde Urbe condita, cuando traducía de adolescente a Tito Livio y a Salustio, estaba llena de hosterías de tabernas y de nostébulos. Visité una cuantas con gran peligro de mi pellejo. Porque en el Vicus Scelertatus y en el Boarius se arremolinaba toda la gente del hampa. Los gladiadores y andabatas residían en aquellos barrios trastiberinos. Allí la vida de un hombre valía poco. Iban a parar a la Via Asinaria todos los asesinos y mangantes del Ecumene conocido. Procuraba juntarme yo a los griegos que eran gente culta y amante de la belleza.
Prostíbulos tampoco faltaban y algunos eran centros envidiables templos verdaderos de la diosa Venus donde Venus me clavó a mí una flecha irlandesa. En aquella pelirroja soñé toda la vida. Era adolescente cuando la conocí. Llamabase Herminia.
Su cuello aparecía adornado con un anillo de oro macizo: labulla, que yo besé unas cuantas veces aquel medallón un favor que los dioses conceden a pocos mortales la mayoría de ellos pasa la existencia sin conocer el amor pero a mí el gran Jovis Structor me otorgó ese galardón. Bebí de las aguas del manantial puro.
No había alcanzado Herminia aun la mayoría de edad cuando fue aprehendida por las legiones de Adriano, que no profanaron su cuerpo y la trajeron a Roma al templo de las vestales el anillo que ponían al cuello a los niños y se lo quitaban al alcanzar mayoría de edad. En los barrios bajos como el Boarium se escuchaba el trompeteo de los sistros y sacabuches de las plañideras que ensayaban antes de los entierros. La música se estampaba contra los triglifos de bronce. Los adivinos que embaían al público con sus embustes no paraban de hacer pronósticos y anunciar catástrofes. Un idumeo llevaba una partida de pavos al capitolio.
Los pavos se convertirían en gansos al llegar al Capitolio y empezarían a graznar. Se escuchaba gritar a la sibilas de Cumas, entre música de sistros y sacabuches o flautas de la Hélade.
Se hablaba por las calles tanto en griego como en latín. los charlatanes políticos hablaban, nugaces de democracia y el pueblo estaba rendido y cansado de tanta patraña, desde las tribunas o “rostra”. Aquello parecía Hyde Park una tarde de verano londinense. El gesto tribunicio de Rajoy sólo lo admiraban los judíos de pecho enjuto. Los esclavos se llevaban la mano a la nariz o se acariciaban el lóbulo de sus orejas agujereadas, rastro de su antigua esclavitud.
Los torsos desnudos mostraban las pinturas de inconcebibles tatuajes para anunciar la vuelta de Roma a la esclavitud. tatuajes volvemos a la esclavitud de la isla Pandataria que está en elvicus de Suburra.
Allí los pueblerinos tenían por costumbre de barrio el juego de la morra cerca de los peristilos del templo de Júpiter Stator con su balanza protectora de la república. Dedos de marfil que se introducían en la garganta para poder vomitar en los banquetes. Una urraca encerrada en la jaula me dio la bienvenida
  • Salve, Antoninus.
  • Salve honor et gloria populi romani - repliqué

El nomenclátor o heraldo anuncia a los recién llegados alimpluvio que llovía a cantaros. Era la hora de los parabienes y el momento para recoger el agua fluvial en los aljibes. Velarius un ujier del tablinium, al que faltaban dos dientes me condujo a través del atrio. Dijo mientras enseñaba una mella en sus dientes delanteros:
- Me los rompió un bretón de una pedrada
Con todo y eso, allá en Bretaña, los días mas felices de mi vida son los que pasé en aquella provincia entre los galos domus Aurea y el palacio de Nerón también los visité. Uno de mis guías que se llamaba Iacetanius por ser oscense decía que la vida está hecha de aburrimiento, de economía donde el orden es siempre desorden. Método y risa se superponen. La vida es risa. Nos vamos haciendo viejos y a nosotros cada día nos gusta más la paz del hogar . La felicidad consiste en querer lo que quieren los dioses. Tito el hijo de Vespasiano que se enamoró tan perdidamente de Verenice aquella hebrea que dicen que acompañó al cristo camino del Golgota.
Pero el amor aquel por poco le cuesta la vida al conquistador de Jerusalén. Su novia trabajaba para el sanedrín y los judíos escupían al pasar por la columna Trajana donde se esculpía la ignominia de su esclavitud. Trajo a Roma el Candelabro de los Siete Brazos el que lucía en el templo de Salomón a lomos de sus esclavos. El amor nos hace iguales a los dioses ligios pero es peligroso cuando rondan mi tienta las bellas mujeres de Israel las Ester, las Judits las Rebecas y otras mataharis.
Los sicilianos cantan al sol declinante su casa oculta entre verdes arboles y rodeada de colinas. El tema del dios único. Amor pasión cristianismo nerón vida orgiástica dioses en el l a r a r i u m oratorio de o casa de los iconos que guardan los rusos. Ligia estaba en rehenes.
Vinicio muere de amor por ella pero había una dificultad insalvable: era virgen. Y las vestales no podían ser condenadas a muerte. El verdugo las violaba previa la ejecución. Desperté de mi sueño romano entre suspiros de grandeza y baticores. Volvía a mi realidad española condenado a vivir entre la marginación y la escoria recordando los esplendores de aquellos alegres días de juventud que no volverán.


08/07/17

2017-06-29

UNA VISITA A LA CARTUJA. "HERMANO MORIR HEMOS". "HERMANO YA LO SABEMOS" SON HOMBRES FELICES Y GOZAN DE LARGA VIDA 














ALDESIMONTE

MARTIROLOGIO ROMANO EN DECADENCIA (de mi libro SEMINARIO VACÍO DE SEGOVIA)

Bajábamos al refectorio hambrientos después de las preces la misa conventual y los puntos de la noche anterior en que nos obligaban a meditar en la muerte. Silencio sepulcral. Sólo se escuchaba el entrechocar de los cubiertos y el borbotar de las cafeteras humeantes y maternales que servían en calderos por las mesas alinedas los semaneros. El presidente se sentaba en la consola circular preferente que llamábamos “rostrum” y el prefecto se paseaba por las aleas del comedor mirada en ristre y un breviario de piel rusia y cantos de oro bajo el brazo.
Era don Marciano Monroy un clérigo elegante que vestía sotanas entalladas de cachemir y olía a agua de colonia. Usaba loción “Varón Dandy”.
Tenía la boca pequeña y la mano lista para repartir cachetes a los rezagados los desaliñados los “díscolos e incorregibles” según el reglamento. Con él de vigilante no había que salirse de la fila.
Podías comulgar sin ir a misa.
Por menos de nada te caía una “hostia” de la mano regordeta del prefecto.
 De vez en cuando se metía por medio de las ternas y corría la baqueta. Zas. Fuego a discreción. Había sido don Marciano capellán castrense de un barco de la marina de guerra que se llamaba el “Furor” y de los sargentos había aprendido aquella odiosa técnica de sacudir el polvo a los educandos. La letra con sangre entra.
 Creía nuestro prefecto que todo en esta vida se arregla con un buen sopapo. Nos tenía a los trescientos y picos tíos que integrábamos el seminario menor derechos como velas. Zas.
—Pero si no hice nada, don Mariano.
—Pórtate bien te dije.
Y al que protestaba volvía a solmenarlo de refez.
Tenía una mano gruesa de cavador, de Valladolid, y cuando te daba con lo gordo hacía daño. Pero olía a buen tabaco y a agua de colonia.
Sus cigarrillos americanos Winston, Chester, Camel, sahumaban de perfume los pasillos de los tránsitos. Porque hedía un poco a montuno en todo el seminario.
Así, purificamos el ambiente, alegaba don Marciano.
 Entonces, el lector de semana se subía al púlpito y declamaba la página del martirologio romano que correspondía a los santos del día, con el brío y el entusiasmo del pregón pascual.
El mejor de todos los que leían en aquel seminario de postguerra era un alumno pequeñito de quinto al que apenas se le veía sólo la cabeza porque era muy corto de estatura. Le llamaban rompetechos pero andando el tiempo llegaría a ser un predicador de campanillas.
Tenía una voz poderosa y una dicción perfecta. Era de un pueblo que llaman Valdesimonte.
No se me olvidaría aquel lector, que consiguió cantar misa, uno de los pocos, y aprobaría las oposiciones a canonjías. El cabildo le nombró deán de la catedral de Segovia.
Sus lecturas matinales al igual que las novelas de Emilio Salgari que leería con una exactitud pasmosa, lo vivía, y a través de su voz que escuchábamos, embaídos, vivíamos las aventuras de los mares del sur y la muerte gloriosa y violenta de los casi un millón de mártires que tuvo la iglesia en las nueve persecuciones acometidas por los nueves cesares contra los cristianos.
Nos aprendíamos no solo el santoral nombres y hazañas increíbles sino también lugares de una toponimia que despertó nuestra imaginación: Bitinia, Treveris, Cilicia, Capadocia, Numidia, Siria donde se derramó antes que en ninguna otra nación la sangre por Cristo, etc.
Valdesimonte solía terminar su alocución con esta coletilla que traían todos los menologios con un lacónico “Y en otras partes otros muchos santos mártires confesores y santas vírgenes”. Entonces don Marciano daba una palmada y empezábamos a desayunar: tostadas con mantequilla y café con leche en polvo, un regalo de los americanos.
A unos los despellejaron vivos a otras las cortaron los senos, a otros las orejas o les arrojaron a piscinas de agua hirviendo, los tiraron al Tiber, o estiraron sus miembros hasta descoyuntarlos en el ecúleo. A todos se les pedía lo mismo que tributasen honores al emperador pero ellos se negaban en redondo a quemar incienso en honor del cesar.
Con habilidad textual los autores de las actas de los mártires casi increíbles por su valor solían ahorrar al lector los momentos escabrosos de la tortura por ejemplo a santa Justa y Rufina dos vestales sevillanas la palma del martirio la obtuvieron después de que el verdugo “se las pasase por la piedra”. El derecho romano prohibía asesinar a las vestales. Biografías increíbles lugares lejanos y yo me seguía preguntando, Señor, por qué. Nos quedábamos a dos velas.
 El más sanguinario fue Nerón que mandó iluminar Roma con los cuerpos de los seguidores del Cordero recamados de pez y convertidos en antorchas. Aquel emperador algo cegato y mal poeta que mató a su esposa Popea de un puñadazo del que abortó y luego se enamoró del efebo Spiro cuyo rostro adolescente le recordaba al de Popea hizo castrarlo y le escribía versos de amor.
Los seguidores del Nazareno eran considerados como una secta del judaísmo. La arena del circo máximo y del anfiteatro se purificó con la sangre de Barbaras, Octavias, Macrinas, Sinforosas Emerencianas Tarsilas muchas de ellas madres de familia, otras que desempeñaban el oficio más antiguo del mundo en los barrios bajos de Roma Nápoles o Pompeya, pero entraron en el cielo empuñando la palma del martirio y sus nombres fueron registrados con letras de oro en el Libro de la Vida.
Sus estatuas llenaron las hornacinas de los templos y se convirtieron en los nuevos dioses familiares de la cristiandad que aquí cada santo siempre tuvo su octava y cada fiesta su triduo.
 El judaísmo nunca estuvo más cerca del cristianismo que entonces y como bien dijo Tertuliano la sangre de los mártires fue semilla de cristianos. Y al destruir las legiones de Vespasiano la ciudad santa de Jerusalén que pasó a llamarse Aelia Capitolina empezó la gran diáspora.
El largo camino por tierras ajenas que será nuestro destino junto con la protesta y la rebelión a los dioses convencionales echó a andar por la historia.
No se olvide que somos elegidos para el dolor y para dar testimonio de Su Nombre. El judío nunca adorará por tanto a falsas deidades incluso aunque se disfracen de falsos eslóganes como de vuelta a la tierra prometida.
Eso lo sabemos bien los que portamos la antorcha del fuego sagrado, somos motivos de escándalo. Somos carne de horca, lugar común de afrenta y vituperio.
Por eso la voz estentórea del de Valdesimonte desde el pulpito del refectorio sigue resonando en mis oídos como un aviso y como un exhorto a la esperanza, al pasmo y a la crítica. Sigo teniéndomelas tiesas contra el tirano — los nerones y caligulas de hoy son más sofisticados  que los de los primeros siglos pero mucho más contundentes, muchos de ellos visten sotana y cuelgan al cuello la cruz inversa— combato una pelea sin fin.
 Contra los impostores lanzo mi grito con san Lorenzo a las propias barbas del verdugo. Dame a media vuelta que ya está tostada esa paletilla ahora por el otro lado.
En boca de los mártires el sarcasmo era un arma poderosa. Por ejemplo, me viene ahora a la memoria el desparpajo con que respondían aquellos falangistas en la checa de san Anton de Madrid cuando eran convocados a subir al camión donde serían “paseados”:
—Fulano de tal y cual
—Chapándomela— contestaba un flecha pequeñito al que apenas le apuntaba el bozo y su clamor recorría imperioso las galerías de aquella cárcel donde se fusilaba siempre al amanecer.
Ese menoscabo de la propia vida y la valentía ante la muerte al tirano le saca de sus casillas.
Gloria, pues, a la santa memoria de aquellos víctimas de lo políticamente correcto. Que no chaquetearon ni combayaron. Por seguir a Xto fueron apaleados, fusilados y crucificados. Me río a las propias barbas del verdugo. A mí estos esbirros me la chupan. Así que digo con el de Valdesimonte, en loa, a los santos desconocidos y de los que nunca sabremos el nombre:
Y en otras muchas partes otros muchos santos mártires, confesores, y santas vírgenes
Animula, vagula blandula hospes comesque corporis”.
La vida pasa pronto como reza el verso el verso del gran emperador Adriano que luego traducimos en las clases de latinidad.  


SEMANA NEGRA
 Me calé el gorro frigio y las antiparras y marché a Gijón a la Semana Negra. Doña Rosa Montero presentaba su novela y daba una conferencia con su voz de urraca narrando las desventuras de un desamor a los sesenta. La protagonista desiste del consolador y contrata los servicios de un “gigolo”. Sexo de pago lo que hacen ahora muchas “maduras”. ¡Caspita que noticia! Nunca fui capaz de terminar ninguno de estos libros de esta colega reciclada a quien cuando estaban trabajando en el Arriba sección de patrulla 142 (empezó de reportera) le tiraba los  trastos a Lalo  Azcona pero aquel Gary Cooper asturiano le daba calabazas a la rosa insatisfecha y se hizo novio de Maite una guapa donostiarra.
Lo cual que la Montero, bastante feucha, remató en escritora feminista que es un oficio bastante aburrido. Ahora es una habitual de las semanas negras y de las ferias del libro que se celebran por estos reinos. Sigue apostrofando a las masas con su voz de urraca y acento cheli la consigna pasionaria de hijos sí maridos no y de hijos ni eso, porque la mayoría son machorras y no hay quien las haga un favor. Después del Arriba entró en la cuadra del Cebrián y del canario Tuercebotas, ahora gran jefe de una editorial de la Cosa,! Señor que Cruz! A la sazón andaba por Londres en los años 70 con un talego a cuestas y algunos decían que dentro llevaba una bomba del polisario. Cuan bajo ha caído nuestra literatura. Clarin, Tuero y los grandes escritores de la tierrina deben de llorar en sus mohosas tumbas del cementerio de san Salvador de Oviedo ante tanto gatuperio, tanta prójima que aspira a un sitio en el parnaso mientras trincan comisiones.  Tanto intrusismo en nuestra gloriosa profesión.
Hoy cuando todos y todas pretenden ser novelistas se nos caen de las manos sus excrecencias en formas de abortos literarios.
 Esta chica no rige o debe de cagar sin la adecuada regularidad porque lo principal en un escritor es la buena salud y hacer bien las digestiones. Pero en las noveles olas todo es péptico. Y sus libros se nos atragantan.
 Otro de los que firmaban ofrecía una historia novelada del coronel Aranguren un jefe de la Benemérita que se pasó a los separatistas de Companys.
 Como es obvio, los nacionales le fusilaron. Delito de sedición castigado en el código de justicia militar con pena capital.  Al tan jaleado general Escobar lo pasaron por las armas por lo mismo.

Pero este plumilla se hacía cruces y despotricaba poseído de la furia de Podemos contra los gobernantes de Madrid. Este semana negra entre los del culo “mollado” me pareció más negra que de costumbre por la exaltación que se hizo del separatismo y por los gritos de esa urraca que se las da de novelista del régimen indefectible en estos eventos. Cebrian se llevó de Arriba al País a los mediocres.

2017-07-09

LA HOMOSEXUALIDAD EN ROMA

EL SATIRICÓN
Comamos y bebamos que mañana moriremos. Vuelven al mundo las viejas costumbres incineradas de la gula. Yo era el farolero de la puerta el Sol cojo mi guitarra y enciendo el farol. Y ahora soy masterchef. Las distribuidoras grandes radicadas en una Jerusalén que no existe nos marcan páginas acerca de lo que tenemos que comer, lo que hemos de leer cuantas horas tenemos que correr y a qué horas ir al mingitorio. De grandes cenas están las sepulturas llenas. Las buena cocina es una obsesión de esta tripera sociedad a todas horas mirándose el ombligo. Cagar alegres y jiñar contentos. De acuerdo, tío, pero hazlo dentro. Es obsesión de los nuevos césares la mala literatura. Fui el otro día a la sección´pon de librería del Corte Inglés y allí me encuentro con los autores de siempre. Cualquier pedorra que sale por la tele cinco minutos tiene derecho de pernada en las grandes editoriales controladas por el sionismo cavernícolas. A la venta libros malos de Isabel San Sebastián, Cristinas López Schlichting la cual nació en un cuartel de la Benemérita y parece que se la ha olvidado y otras muchas maripavas. El buen arte de la literatura, el gran discurso, ha sido enterrado a hachazos por estos nuevos tribunos y tribunas de las plebe que nos han impuesto desde arriba los dictadores feministas y hasta estas autoras noveles son entrevistadas por el Dragón de la Tele un tal Sánchez. Así que aburrido y cautivo y desarmado el ejercito rojo, me refugio en los clásicos. He vuelto a leer en su lengua original a Petronio. El Satiricón su obra mayor me reconcilia con la vida y con la Roma. Decía Ernesto Giménez que cuando llegaba a Roma le entraban ganas de imitar madre. Madre, ay madre, no quiero vivir en esta España empedrada de pedos mediáticos. Chicas de la tele muy monas en apariencia y requete-maquilladas pero todas homologadas e iguales. Forman parte de la clonación que propicia el anticristo que habita entre nosotros. Ay Trump esa bestia rubia le cuelgan cada vez más las corbatas se hunden en su bragueta y sobrepasan los cojones que deben de estar yertos, septuagenarios y él presumiendo de hembra una Melania (que por cierto no es negra en contra de lo que canta su nombre) chica judía checa que fue a nueva york a hacer fortuna, meretriz de lujo. Por eso ya digo que le cuelgan. Así que en alas de Morfeo huyo al capitolio. El Satiricón me hace comensal de uno de sus banquetes que duraban dos días y dos noches. Esclavos de Numidia traían el aper atalajado y adornado de pámpanos y cepas toscanas.
El vino de Salerno que se derramaba sobre las togas pretextas corría en grandes jarros por las mesas. Honremos a Baco y después vendrá Venus. Menús de treinta platos un esclavo frigio servía junto a las servilletas y los cubiertos dos ganchos de plata para introducirlos en la garganta camino del vomitorio. Los romanos echaban la pota tras sus grandes trapalladas para seguir tragando.
Rechacé como descendiente de judíos de Asturica el jabalí, el lechón y los chicharrones servidos en una gran lebrillo por una matrona en paños menores. Pero me hinché a garbanzos aderezados con malvasía. Un hondero mallorquín recién llegado de las Galias, y que era centurión de la Legio Septima Gémina, se entusiasmó con el efebo Vinicio lo besaba y manoseaba y yo apartaba la mirada mirabili dictu cuando aquel demonio súcubo lo sodomizaba coram populo. Plauto el de los pies planos prorrumpió en grandes carcajadas cuando ambos amantes salieron de estampida camino del tablinium a seguir haciendo cosas feas. ¡Qué horror! El amor nefando debe de amargar como el pepino.
La bujarronería me pareció siempre digna de lástima, pero no por no ser carne de hoguera y por tener que correr un tupido velo al respecto ha de ser elogiada sino execrada como toda cualquier merma de la naturaleza donde hay tantas cosas mal hechas. Tampoco hay que poner medallas en el pecho a los bardajes.
Nunca fue para mí beneplácito pero nadie puede explicar estas debilidades inexplicables, inversiones de la natura que, trocándose del revés, buscan placer en el caño de la mierda en lugar del conducto de la generación que es lo suyo.
Plauto ya muy borracho no dejaba de darle vueltas a su copa de oro y de decir Numquam satis, numquam satis. Con lo que daba a entender que la pasión esa es insaciable y que el que va no vuelve. Que nunca se sienten satisfechos los que dan y reciben por el culo y es que debe de ser el sexo para ellos algo inagotable.
Costumbres paganas amor de efebos fiestas y banquetes baños y triclinios el cerdo salvaje bocado exquisito aper. A las dos horas de estar tendidos sobre el triclinio nuestro anfitriónNaviecus hizo llamar a las hetairas que entraron desnudas en el impluvio tocando el sistro. Muchos de los comensales que eran libertos y que trataban de ocultar con sus largas cabelleras los orificios que taladraron sus orejas, antes de ser manumitidos, se relamían de gusto y alababan la generosidad del hospede garante de tales dádivas sexuales.
De allí a la orgía sólo hubo un paso. Para no ser la oveja negra del concurso, yo me arrimé a un pino verde, esto es, a una pelirroja de Hibernia, hija de un rey remoto del clan de los pictique había sido arrastrada a Roma por los soldados de Adriano como rehén, que hablaba con la lengua de los pájaros y mostraba dos senos poderosos de los cuales los amantes querrían nutrirse eternamente. Sus besos y sus caricias me supieron a miel.
Mama Roma.
Se fueron las pilunguis y llegaron los balnearii (bañeros) que nos restregaban bien las espaldas y los muslos en el tepidarium. Muchos de estos selectos esclavos eran expertos en actividades masturbadoras. Las paredes aparecían, como en lo lupanares, tiznadas de gargajos y rastros jaculatorios del amor con prisas.
Después de estos masajes en el caldarium nos llenamos de vapores que limpiaron nuestros poros purificando el cuerpo pecador. Algunos culos romanos eran enormes
De esta tarea se encargaba los depilatores algunos de ellos eunucos. Se les encomendaba la misión afeitar el bello púbico de las dominas y era muy placentero sentir por abajo desde los glúteos a la barbilla el calor de la caldera debajo del piso del hipocausto. La tarea concluía en el frigidarium.
Sentíamos el cuerpo fresco como una lechuga. Así que volvíamos al banquete a seguir trasegando el dulce vino de Salerno y de Sicilia para basquearlo después en los vomitorios. Descargado el vientre, regresaban los deseos de más jarana pero Naviecus que era muy creyente en los dioses de su pueblo y que guardaba siempre lámparas encendidas en el lararium doméstico hizo venir a las Moiras de rostro tétrico y cantar lúgubre que se encargaban de recomendarles a los comensales su cuidado cuan presto se va el placer y cuan callando se viene la muerte. Esta procesión duraba unos minutos, las bacantes ocultaban su rostro, los borrachos se dormían arropados por la melopea lúgubre de las nenias funerales. Hay que morir luego comamos y bebamos hasta reventemos. Era la máxima de la Roma a la que hoy las nuevas bacantes de la insulsa Telemierda dan pábulo.
Las cautivas vestiplices que cuidaban de los pliegues de la veste y la toga sus señores y los cuerpos arrugados tras el paso por el unctorium y los sudores del laconicum mientras escuchábamos las charlas sin sustancia de los nugatorestroleros y falaces hacían apuestas sobre quien de todos y todas las presentes tenía mejor cuerpo y cuál de los efebos era el más bello y cual de las mozas la más hermosa. Lo destacaba por tener esa vagina en mayúsculas a la que aspira el amor total. Priapo también era muy venerado en lo suyo.
A los sodomitas se les conoce por tener miembros viriles muy alargados algunos casi espantosos que les llegaban a las rodillas. como se empinaban algunos, madre mía, como las varas de una tartana cara al sol. El juego preferido en estas comilonas era sacarla a ver quien era el que la tenía más larga para gloria de Priapo y los penates patrios que le concedieron la gracia de dios.
En Roma todo tenía un sitio y una finalidad práctica. Las alumnas y la familia como núcleo eran guardadas como flores deestufa al calor familiar dentro del valladar de la honra. Intacta tenías que guardar la alcurnia porque esta es un lirio frágil cuando se marchita jamás vuelve a crecer... La palabra clave para entender estas razones de la honra entre los latinos era la palabra “virtus” de la cual tanto gustaban los antiguos romanos antes del imperio.
La capital de la catolicidad que yo empecé a amar desde Urbe condita, cuando traducía de adolescente a Tito Livio y a Salustio, estaba llena de hosterías de tabernas y de nostébulos. Visité una cuantas con gran peligro de mi pellejo. Porque en el Vicus Scelertatus y en el Boarius se arremolinaba toda la gente del hampa. Los gladiadores y andabatas residían en aquellos barrios trastiberinos. Allí la vida de un hombre valía poco. Iban a parar a la Via Asinaria todos los asesinos y mangantes del Ecumene conocido. Procuraba juntarme yo a los griegos que eran gente culta y amante de la belleza.
Prostíbulos tampoco faltaban y algunos eran centros envidiables templos verdaderos de la diosa Venus donde Venus me clavó a mí una flecha irlandesa. En aquella pelirroja soñé toda la vida. Era adolescente cuando la conocí. Llamabase Herminia.
Su cuello aparecía adornado con un anillo de oro macizo: labulla, que yo besé unas cuantas veces aquel medallón un favor que los dioses conceden a pocos mortales la mayoría de ellos pasa la existencia sin conocer el amor pero a mí el gran Jovis Structor me otorgó ese galardón. Bebí de las aguas del manantial puro.
No había alcanzado Herminia aun la mayoría de edad cuando fue aprehendida por las legiones de Adriano, que no profanaron su cuerpo y la trajeron a Roma al templo de las vestales el anillo que ponían al cuello a los niños y se lo quitaban al alcanzar mayoría de edad. En los barrios bajos como el Boarium se escuchaba el trompeteo de los sistros y sacabuches de las plañideras que ensayaban antes de los entierros. La música se estampaba contra los triglifos de bronce. Los adivinos que embaían al público con sus embustes no paraban de hacer pronósticos y anunciar catástrofes. Un idumeo llevaba una partida de pavos al capitolio.
Los pavos se convertirían en gansos al llegar al Capitolio y empezarían a graznar. Se escuchaba gritar a la sibilas de Cumas, entre música de sistros y sacabuches o flautas de la Hélade.
Se hablaba por las calles tanto en griego como en latín. los charlatanes políticos hablaban, nugaces de democracia y el pueblo estaba rendido y cansado de tanta patraña, desde las tribunas o “rostra”. Aquello parecía Hyde Park una tarde de verano londinense. El gesto tribunicio de Rajoy sólo lo admiraban los judíos de pecho enjuto. Los esclavos se llevaban la mano a la nariz o se acariciaban el lóbulo de sus orejas agujereadas, rastro de su antigua esclavitud.
Los torsos desnudos mostraban las pinturas de inconcebibles tatuajes para anunciar la vuelta de Roma a la esclavitud. tatuajes volvemos a la esclavitud de la isla Pandataria que está en elvicus de Suburra.
Allí los pueblerinos tenían por costumbre de barrio el juego de la morra cerca de los peristilos del templo de Júpiter Stator con su balanza protectora de la república. Dedos de marfil que se introducían en la garganta para poder vomitar en los banquetes. Una urraca encerrada en la jaula me dio la bienvenida
  • Salve, Antoninus.
  • Salve honor et gloria populi romani - repliqué

El nomenclátor o heraldo anuncia a los recién llegados alimpluvio que llovía a cantaros. Era la hora de los parabienes y el momento para recoger el agua fluvial en los aljibes. Velarius un ujier del tablinium, al que faltaban dos dientes me condujo a través del atrio. Dijo mientras enseñaba una mella en sus dientes delanteros:
- Me los rompió un bretón de una pedrada
Con todo y eso, allá en Bretaña, los días mas felices de mi vida son los que pasé en aquella provincia entre los galos domus Aurea y el palacio de Nerón también los visité. Uno de mis guías que se llamaba Iacetanius por ser oscense decía que la vida está hecha de aburrimiento, de economía donde el orden es siempre desorden. Método y risa se superponen. La vida es risa. Nos vamos haciendo viejos y a nosotros cada día nos gusta más la paz del hogar . La felicidad consiste en querer lo que quieren los dioses. Tito el hijo de Vespasiano que se enamoró tan perdidamente de Verenice aquella hebrea que dicen que acompañó al cristo camino del Golgota.
Pero el amor aquel por poco le cuesta la vida al conquistador de Jerusalén. Su novia trabajaba para el sanedrín y los judíos escupían al pasar por la columna Trajana donde se esculpía la ignominia de su esclavitud. Trajo a Roma el Candelabro de los Siete Brazos el que lucía en el templo de Salomón a lomos de sus esclavos. El amor nos hace iguales a los dioses ligios pero es peligroso cuando rondan mi tienta las bellas mujeres de Israel las Ester, las Judits las Rebecas y otras mataharis.
Los sicilianos cantan al sol declinante su casa oculta entre verdes arboles y rodeada de colinas. El tema del dios único. Amor pasión cristianismo nerón vida orgiástica dioses en el l a r a r i u m oratorio de o casa de los iconos que guardan los rusos. Ligia estaba en rehenes.
Vinicio muere de amor por ella pero había una dificultad insalvable: era virgen. Y las vestales no podían ser condenadas a muerte. El verdugo las violaba previa la ejecución. Desperté de mi sueño romano entre suspiros de grandeza y baticores. Volvía a mi realidad española condenado a vivir entre la marginación y la escoria recordando los esplendores de aquellos alegres días de juventud que no volverán.


08/07/17

2017-06-29

UNA VISITA A LA CARTUJA. "HERMANO MORIR HEMOS". "HERMANO YA LO SABEMOS" SON HOMBRES FELICES Y GOZAN DE LARGA VIDA 



































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