VALLADOLID CIEN AÑOS
por JOAQUIN DIAZ. RECOMIENDO ESTE LIBRO,visitar la página de la libreria
Alcaraván en la Villa del Libro
VALLADOLID 2
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En cierta ocasión que visité la Ciudad
del Pisuerga tuve la curiosidad de visitas la casa donde habitó uno de los
eximios maestros de preceptiva literaria, don Narciso Alonso Cortés. Los que
estudiamos humanidades en los 50 nos empollamos su Historia de la Literatura
Castellana en papel malo y fotografías de daguerrotipo. Dios mío, muchos
recuerdos.
Vivía en Nuñez de Arce 34 el
académico, el más eximio erudito de las letras hispánicas en los últimos dos
siglos. Bajo su guía empezamos a conocer y a amar a los clásicos. Discípulos
suyos fueron Gerardo Diego, Alarcos Llorac el ovetense a los que ningunearon sus
paisanos a causa de su peculiar opinión sobre el bable y los bablistas (dijo
una verdad como un templo; no se puede resucitar una obra muerta) López Anglada,
Juanramón Jiménez, los Machado.
Detrás tenía un huerto y una higuera
y un lema en latín que decía messor indefessus (segador sin fatiga.)
Era un latinista de primer orden
desde sus tiempos de seminario. Tuvo por maestro nada menos a a don Raimundo de Miguel. Colgó los hábitos
en teología pero la pasión por la tradición de aquella iglesia universal, su
liturgia, su lengua, permaneció hasta el final de sus días. Murió sin ser
demasiado reconocido y casi abandonado. ¡Ay si hablasen las piedras de Núñez de
Arce 34! Aquella puerta de piedra arco de medio punto enguichado de barrotes,
aquel jardín, aquella higuera y aquella biblioteca de casi cincuenta mil
volúmenes pignorada en casi tu totalidad. ¡En cuan poco tienen los españoles de
ahora las cosas grandes de su patria, qué despegados se muestran de lo suyo!
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Inclinados a los deleites
espirituales de la especulación, la lectura, la charla en un café a media
tarde.
En el Diario Libertad publicdo por Onésimo
Redondo nuestro protomártir publicaban mis primeras crónicas desde Londres. Luego la
piqueta deletérea y rencorosa de los que no olvidaron a Onésimo Redondo, su
eximio colaborador, obligó a echar el cierre. Siempre se atuvo al carácter
revolucionario de su fundador.
El Norte de Castilla, por contra, y que los admiradores de
Delibes ideológicamente fue siempre más acomodaticio y funcional. Cuando vino
la transición Manu Leguineche se
colocaron la medalla de haber sido el periódico de la oposición al franquismo.
Pertenece a la familia de los Alba y su línea editorial de ideas conservadoras,
burgués y liberal coincide con el talante de la ciudad de comerciantes,
industriales y terratenientes de medio pelo. Valladolid siempre tuvo un aire
francés. Algunos de los edificios con sus mansardas en lo alto y los pinos
tejados cubiertos de pizarra recuerda un poco a París.
Joaquín Díaz en este libro sobre su
ciudad ha hecho un exhaustivo alarde de dotes documentalistas y muestra las pulsiones
de la urbe que cuya historia conoce bien. Valladolid tiene un talante artesano
y manual muy tradicionalista, donde los zapateros celebran la fiestas de San
Crispín, los sastres a san Homobono y los toreros a san Pedro Regalado, un cura converso que es a su vez patrono local. Fue
ápice de la Contrarreforma, lugar de muchos curas y frailes: los del Babero del
Colegio La Salle, los agustinos filipinos, los jesuitas. También de militares: Academia
de Caballería, regimiento de San Quintín etc. apunta otra peculiaridad, la de
las amas secas o nodrizas, exuberantes matronas venidas de Asturias y Cantabria
para formar parte del séquito de la servidumbre de familias acomodadas.
Cien años en la vida de una ciudad
más de ocho veces centenaria no son nada pero la labor realizada por el autor
ha sido tan importante como valiosísima y eficaz y, al parecer, por muy poca
paga. Nunca estuvo la cultura española en tal devaluación.
Llegó la peste y la pasta
-enhoramala- de los vivalavirgen y vivanderos de la Mala Causa y en manos de
cuatro mandarines arbitrarios e incultos que procuran que la buena antorcha se
meta bajo el celemín, mientras ellos nos deslumbran y ocupan cacho, publican,
son agasajados por toda esa patulea de la Mediática pánfila. Con decir que
dieron el premio nacional de periodismo a un tal Juan Cruz (en Londres lo
llamaban el tuercebotas canario pues militaba en el Polisario) ya está todo dicho.
He aquí, sin embargo, algo que
merece la pena: un libro para el recuerdo, un buen manual de historia local que
hace las delicias de un empedernido lector.
Cuando abro sus páginas en este
otoño de crisis y apago la caja tolondra, mientras el personal se entretiene
jugando al Apocalipsis con el huracán de NY. La Gran Manzana donde viví el
apagón del 77, ay aquel verano de pesadilla, me pareció un pueblón de Kansas
City habitado por paletos mientras en Valladolid viven hidalgos.
Voy poco últimamente pero los
paseantes de la calle Santiago, Umbral lo decía, eran un poco pijos, siendo él,
asimismo, Dios le haya perdonado, envarado y distante con quien le convenía
pero, en fin, cada una de las ciudades de Castilla la Vieja tiene una
personalidad distinta. En Pinciana, patria de Zorrilla aun se
detecta el orgullo de la que fue urbe y corte hasta el tercer Felipe. Allí fue
bautizado el Rey Prudente, murió Cervantes y toda la ciudad respira un aire
entre castrense y místico, orgullo de casta.
En León son cazurros y comen conejo.
Los de Segovia, judíos. Ávila, augusta, la de los santos y los cantos, buena
gente conversa pero no tienen vino. Zamora, la bien cercada por un lado la
cerca el Duero y por otra Peñatajada, es larga y no se recorre en una hora; de
punta a cabo, diez kilómetros. Yo creía que no llegaba nunca a la procesión un
Viernes Santo. Palomino escribió un
libro "Zamora y Gomorra" en que se descresta a los gallos de
provincias manejados por la oronda clerigalla.
En Burgos viven los altivos.
Salamanca docta, circuncisa e imperial donde aun retajan a los niños. Soria,
lejana y ensimismada rinde culto a san Saturio y a san Mamerto, es la Mamel
alemana bien aireada por el Moncayo. Palencia, gente de pro y los de Logroño,
coño, y para de contar, pues Castilla la Vieja [uno aprendió geografía por el
plan antiguo antes de que se impusiera esa arbitrariedad territorial de las
Autonosuyas] es variada y múltiple y cada villorrio, cada majada tiene una
forma distinta de enfrentarse a la vida. Perro viejo al mear alza la patita,
que no nos vengan con historias, pero la lectura de este libro me ha servido de
acicate para remozar antiguas vivencias.
Porque Valladolid es el meridiano
por el que pasa toda la historia de esta nación una y múltiple. Allí se fraguó
su unidad. Visito el antiguo convento jerónimo del Prado del que fue prior fray
Hernando de Talavera, confesor de la reina santa, el alfaquí celestial, que se
convirtió en penal, lo mismo que san Miguel de los Reyes en Valencia. Ese fue
el trágico destino, tras la Desamortización, de muchos monasterios.
Cisneros
que le sucedió en el cargo utilizó métodos más contundentes para convertir a
los moros de Granada y no la blandura de
fray Hernando, un converso- sus hermanas vivieron a la sombra de la cárcel
cordobesa del Santo Oficio - que fue el primero en decir la misa en romance con
lecturas en árabe en la catedral granadina, adelantándose cinco siglos al
Vaticano II en lo de las vernáculas pero esto ocurre en las mejores familias
sobre todo viniendo, sin saber adonde vamos, de donde venimos(de las tres
culturas y religiones), como demuestra el último párrafo del epilogo de VALLADOLID
CIEN AÑOS, inmerso en la tolerancia y la bondad de la que es capaz un alma
castellana:”Valladolid ha sido lugar de paso, aldea y corte, incómodo
muladar y ciudad elegante, mercado y templo, bastión y villa abierta, Corte y
asiento gremial, inspiración y desesperación, crisol y fuego fatuo, noche de
sábado y mañana de domingo... todo eso y mucho más ha sido y sigue siendo esta
ciudad que se retuerce sobre sí misma como una interrogante y que, como los
hidalgos de antaño, conoce sus antecedentes pero no puede recurrir a ellos.
Habla entre comillas y piensa en silencio, dejando la voz para quienes recorren
sus calles como las antiguas esguevas, ora mansas ora violentas”
Chapó. No se puede definir de forma
más elegante lo que es la esencia de una ciudad. Gracias, Joaquín y que vivas
cien años por tu elegancia, solercia y bondad, todo un lujo para nosotros
castellanos.
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