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jueves, 16 de junio de 2016

el revellin

EL REVELLÍN



Sancho Albuerne un asturiano que militaba en el tercio de Cerdeña a las ordenes de Diego Ortuño el 22 de agosto de 1568 entró en Bruselas dejó escrita una relación de sus azares en la vida de campaña con la infantería española, parece ser que pretendía escribir una crónica de tipo militar con elementos de juicio extraídos de sus experiencias en campaña. La crónica la dejó sin terminar pues pereció en una emboscada que le tendieron los enemigos de nuestra fe y el modo de ser y de vivir en España. Los conversos que traficando con las guerras de Flandes se hicieron con un dineral y a sus fondos fueron a parar el oro y la plata que viajaban en los galeones españoles, denunciaron, según parece, a Albuerne a los facciosos de Guillermo de Orange. Pereció, agujereada su piel por múltiples heridas de espada, una noche cuando salía de una cervecería de La Haya.

Los cabos- dice el legionario asturiano en este papel escrito con todo el pundonor de aquel que supo militar a las ordenes de don Fadrique Álvarez de Toledo- se emplearon a fondo mientras los cornetas tocaban al arma. Se dieron presos los condes rebeldes de Horn y de Lamur. Para sofocar la conjura de las fuerzas herejes de Guillermo de Orange los nuestros tuvieron que poner en ejecución medidas drásticas y tomar sus precauciones en forma de represalia. Los protestantes planeaban degollar a diez banderas. Fueron apresados el señor de Villiers y el obispo luterano de Dalem con todo su bagaje. En la plaza de los Espejos de la capital belga empezó a dictar sentencia el Tribunal de la Sangre. Poco después nuestra infantería se acercaba a los muros de Mastrique.

Hubo un combate espantoso en los marjales espinosos de la la abadía de Heyligherbe. Tuvimos allí grandes bajas porque nuestros carros se atascaban en los terrenos pantanosos y los arcabuces no hacían chispa.

La pólvora iba mojada pero, recibiendo refuerzos desde Frisia y de Brabante, el tercio de Sicilia batió la redolada. Grande fue el botín y la pecorea surgida luego a gran escala, se quemaron las casas y por todas las partes se esparcía el llanto de los viejos y el grito de las mujeres violadas. Era la ley de la guerra. Los españoles recogieron cuarenta banderas del enemigo, recabaron 16 piezas de artillería y pusieron fuera de combate a más de 10.000 hombres. Por todos los países bajos sus habitantes pronunciaban con terror el nombre del Duque de Alba. Solingen aguardaba y allí todo el trabajo fue de los arcabuceros del tercio de Lombardía. La universidad de Lovaina volvió a abrir sus puertas que habían sido clausuradas por mandato del de Orange y el obispo católico salió a recibirnos ad forasentonando un Tedeum y bajo palio nuestras tropas ingresaron en la plaza. ¡Viva el Duque de Alba!

Pero en Rotterdam los judíos españoles expulsados en 1492 que pulían el diamante y eran los amos de la banca traicionaron al Duque de Medinaceli mediante engaños y halagos. En connivencia con el enemigo los pérfidos sefarditas lograron que el conde de Bossu entrase en Delfshaven. Los rebeldes degollaron a la guarnición integrada por veteranos italianos, alemanes, y un grupo de aragoneses que hacían llamarse la "Compañía de Roger de Lauria". Nuestro sargento mayor Sancho Ortuño perdió un brazo aunque consiguió escapar de la matanza. Fueron pasados por las armas los capitanes Cristóbal de Corcuera y Alonso de Mesa. Yo mismo que era atambor salvé el pellejo, oculto entre las hierbas de un almiar.

Sin embargo, nos aguardaban hechos más luctuosos y horas de amargura. En Harlem la lucha fue feroz. Los flamencos tiraban las cabezas de los prisioneros ejecutados por entre las almenas de la muralla. Ello instigó nuestro furor y a los tres meses de grandes batallas y después de haber dejado a la ciudad sin agua entramos en Harlem a escalo. Los de la guardia Valona los esguízaros y una sección de los tercios de san Felipe y Santiago debelaron a los holandeses. Después nos embarcamos en charrúas y vimos a dar con nuestros huesos integrándonos al grueso del ejercito primero en Leyderdorp y después en la Haya.

Nuestras columnas iban mandadas por los capitanes Gaytán, Armengol y Carreras que eran familiares de nuestro general cuando asumió el mando don Luis de Requessens otro gran catalán que había sido primero maestre de campo del tercio de Lombardía".

Aquí acaba la crónica de Sancho de Albuerne según los papeles de un manuscrito muy antiguo que encontré en una casona de Cangas de Narcea del que era propietario un sacerdote y que vivía en una amplia rectoral llena de libros y de cuadros de vírgenes y cristos. Su casa destartalada olía a libros viejos a humedad y a ratones.

Por lo visto el tal Albuerne era un antepasado de aquel cura de aldea. El cual en medio del fragor de las batallas y la vida incomoda de la guerra consiguió pergeñar algunos folios sobre sus aventuras y referirlas por carta a algún pariente que residía en la vieja casona solariega.

El destino que le cupo al buen soldado sería el que aguardaba a tantos soldaditos de España y que refleja el dicho: "España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura". Parece que lo estoy viendo hacer fuego, desde la tronera del revellín donde se hacían fuertes los tercios viejos, para defensa de la plaza de culebrina, y hacer fuego de arcabuz o prender mecha a las espingardas contra los enemigos de la Religión y de España al grito de "desperta ferro" o "Santiago y cierra España", un grito del que ahora se mofan zamoranos con coleta. Pues zamoranos fueron don Opas y Bellido Dolfos.

Su testimonio cobra singular relieve por sus declaraciones sobre la conjura y las trampas que les prepararon los conversos al Duque de Alba, al de Medinaceli y a don Luis de Requessens. También, Antonio Pérez el gran traidor de Felipe II pertenecía a la misma laya. Españoles contra españoles. Cristianos nuevos contra cristianos viejos. Ello forma parte de nuestra historia y de nuestro drama.

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