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jueves, 23 de junio de 2016

CELA Y SEGOVIA


CELA  AMABA A SEGOVIA

 

"El vagabundo es amigo de uno que dicen don Joaquín. A don Joaquín lo conoció en Segovia en el figón del Abuelo—escribe Camilo José Cela, recorriendo Sevilla, en "Primer Viaje andaluz", uno de sus mejores libros de viajes, por más que no demasiado conocidos, un auténtico poema en prosa y un canto a la tierra de María Santísima— con motivo de un congreso que hubo entre bebedores de vino y estrelladores de platos de loza en la cabeza. Él y el vagabundo se hicieron pronto muy amigos, por mor de aficiones comunes: las dos que  les convocaron a la segoviana sombra del acueducto, y también la poesía, los toros, el cante, el baile, y la Isabelita, una moza que vendía helados en la calle de las Sirenas, pues daba gusto —y sobresalto—tan sólo verla. ¡Ay tiempos, tiempos para siempre idos! ¡Tiempos que no volverán jamás! "Oiga, don Joaquín ¿Y no ha vuelto a ver usted a la Isabelita? No; según me contaron se largó con un yanqui que anduvo por Segovia haciendo una película".

Más adelante, en este primoroso capítulo XX de su "Primer Viaje Andaluz", se refiere a un tal Roy Campbell que en Segovia se puso malo. "Lo cuidaron usted y Charles Ley, ¿se acuerda?... Como no voy a acordar?... ¡qué bonita es Segovia y qué bien lo pasamos entonces!."

Recuerda a nuestra ciudad mientras describe los encantos de Sevilla

Es el mejor Cela, el de la reconciliación entre las tres culturas, el poeta que describe las tierras que baña Guadalquivir, con estro poético genial, el de la tolerancia que resplandece en otro de sus grandes temas corográficos (descripción del paisaje y del paisanaje) en "Judíos, Moros y cristianos" donde da cuenta de cómo era la provincia de Segovia, que se patea de cabo a rabo desde Valtiendas hasta Santa María de Nieva, y los segovianos al doblar la quinta década del pasado siglo.

Desde la publicación del diccionario Mazot nadie había recorrido las tierras españolas con tanta visión histórica y crítica. Bajo una pobre capa se oculta buen bebedor y, ostentando la apariencia de un humilde andarríos, el gran escritor de Iria Flavia esconde al gran literato que lleva en su interior, al hombre de ciencia que se esconde dentro de la apariencia de un vagabundo, tan resignado como simpático.

En uno de los pasajes cuenta cómo junto a las peñas grajeras de la Fuencisla saliendo hacia Arévalo se encuentra a un niño llorando. "¿Qué te pasa, rapaz?... nada que madre se fugó con un cabo de Regulares y padre está que bufa, nos echó de casa a mí y a todos mis hermanos... no te preocupes chaval, todo tiene arreglo en esta vida".

Con motivo del centenario del nacimiento del escritor, creo que estas lecturas vienen a cuento y se lo recordé a su hijo Camilo José Cela Conde en el homenaje que le dispensamos en el Café Gijón cuando me cupo el honor de presentar mi libro "Cela, el Café Gijón y yo", el cual me confirmó el supuesto de su predilección por Segovia entre las ciudades castellanas.

Era, como buen gallego, un poco tragaldabas y "hartón", apasionado del cordero asado. Iba a yantar en ca el mesonero Cándido con frecuencia.

Allí tenía muchos amigos casi todos militares que hicieron la guerra con él. Y también debió de haber tenido una novia porque no era lo que se dice un san Luis Gonzaga, con perdón.

Le gustaban las mujeres y en sus corridos por la Península Ibérica debió de encontrar aventuras de las que le nacieron varios hijos.

La fama de malhablado, sus exabruptos y sus respuestas "cachondas", representaban un barniz exterior bajo el que escondía su visión escéptica y compasiva del mundo porque decía que la vida del ser humano se reduce a caminar, comer y cagar —amen de otro verbo transitivo que no cito aunque se sobrentiende además no empieza por C sino por J—.

Le conocí y entrevisté bastantes veces.

Era un escritor accesible que trabajaba ocho horas diarias "me siento de madrugada ante las cuartillas y no me levanto ni para mear" ¿Y si no acude la inspiración, don Camilo? ¡Pesch! algo saldrá"

Su vida, su bondad, su genio complaciente, su amor a las buenas cosas de la vida, en las que incluía a Segovia, sirvan de referente para aquellos que han elegido el difícil camino, pero maravilloso, de la literatura. Lo importante no es llegar ni alcanzar la meta sino recorrer el camino, tomar parte en esta peregrinación de la vida. Es la regla número uno del código del vagabundaje. Carreros somos. ¡Gloria a CJC en su centenario!    

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